Capítulo 34
—¿Dónde estabas? —me pregunta mi sargento cabreada llegando hasta mí. Llevo un buen rato buscándote.
—Kelly, aparte de toda la gente a la que quieres que conozca, también han venido amigos míos y no voy a dejarlos de lado; no te enfades, ¿vale? Me tienes de nuevo para ti para continuar luciéndome.
—Paula, esto es importante y no te estoy luciendo: eres nuestra imagen y hoy es la noche de Promesses, no vuelvas a esfumarte —me espeta enfadada.
—Entendido, no volveré a hacerlo —le digo sonriendo; estoy tan feliz que no creo que nada pueda afectarme.
Hablo y río con todos, centrándome en lo que se espera de mí, disfrutando de verdad. Ya no estoy ansiosa ni impaciente; estoy con él, con mi amor, y por fin, a las cinco y pico de la madrugada, la gente comienza a abandonar el local, ¡ya era hora! Empezaba a pensar que nunca se largarían; tengo los pies destrozados y me duele la boca de tanto sonreír.
—¿Nos vamos? —me pregunta posando su mano en mi espalda y excitándome.
Me giro lentamente; su mano no abandona mi espalda, pegándome más a él y humedeciéndome en cuestión de segundos. Sé lo que viene ahora: ¡sexo apasionado y salvaje!
—Por favor —le pido en voz baja—; me despido y nos vamos.
—Te espero fuera. —Su mirada me abrasa y, dándose media vuelta, lo veo alejarse.
Me despido de todos y por fin me marcho. Está fuera, de espaldas a mí, y se gira al oír el repiquetear de mis tacones haciendo que mi mundo se detenga. Camino hacia él sin despegar mi mirada de la suya y, cuando llego a su lado, nos cogemos de la mano entrelazando los dedos. Por fin estoy en casa, porque él es mi casa, es mi hogar.
—¿Nos vamos a casa, nena? —me pregunta mirándome intensamente.
—Es lo que más deseo. —Me pierdo en sus ojos, en él.
Nos miramos en silencio y, sin soltarnos de la mano, nos dirigimos a su coche.
—Esta noche ha sido una locura —murmuro quitándome los tacones y acomodándome en el asiento—. Mmmmmm, ¡qué bien!
—Ha sido una locura desde que volvimos de Bora Bora —me confiesa sin dejar de mirar al frente.
—¿Por qué?
—Porque Pierre y Nicolas tenían mucha prisa por empezar a emitir el anuncio; hemos trabajado a un ritmo frenético antes y después, con todo esto del desfile.
—Y ha valido la pena: el anuncio no lo he visto, pero el desfile ha sido todo un éxito.
—¿Charlie no te ha enseñado el anuncio? Que huevos tiene. —Medio sonríe al decirlo.
—Se ha empeñado en que lo vea el día de la celebración en Virmings.
—¿No tienes curiosidad por verte? Lo tengo en casa, puedo ponértelo cuando lleguemos.
—Me muero de curiosidad, pero creo que esperaré; a mí también me gusta demorar los placeres —le digo mirándolo fijamente y sonriendo.
—No creo ser capaz de demorar los míos durante mucho tiempo —me confiesa con otra media sonrisa.
—Espero que no lo hagas, estoy deseando que me folles —le susurro provocándolo y acariciando su pene, que está duro como una piedra.
—Para, Paula, o no respondo —me pide en un ronco jadeo.
—No sabes cómo deseo tenerte dentro de mí —añado apretándoselo a través de la tela del pantalón.
—No creo que lo desees más que yo —replica aferrándose al volante—. No te follo ahora mismo porque temo que algún paparazzi nos fotografíe, porque si no, te juro que paraba el coche aquí mismo y lo hacía, llevo deseándote demasiado tiempo.
Llegamos a su casa en un tiempo récord y entramos por el parking.
—Vamos —me ordena cogiéndome la mano de nuevo y arrastrándome dentro de su casa. Como echaba de menos esa impaciencia...
Enciende la luz y me quedo de piedra. ¡Madre mía! Colgado de la pared de la entrada hay un póster a tamaño real en blanco y negro. Es una fotografía mía caminando por la orilla de la playa con el pareo que me compré y la flor en el pelo, mirando fijamente a la cámara. Recuerdo perfectamente cómo le puse la cara de Philip a Sandro, estaba seduciéndolo a él.
—Me paraste el corazón cuando te vi. Ese mismo día le compré los derechos de las fotos a Sandro; no quería que nadie las tuviese, él menos que nadie, me ponía rabioso de celos cada vez que te veía reírte con él. No sabes las horas que he pasado sentado en el suelo mirándote, como aquella noche en la isla cuando te dormiste en la terraza —me reconoce con una media sonrisa.
—¿Me acostaste tú, entonces?
—¿Quién si no? Volvía a mi cabaña y vi cómo te acostabas en la tumbona; iba a marcharme, necesitaba alejarme de ti, estabas volviéndome loco... verte todo el día en biquini, sin poder tocarte y sin poder decirte cuánto te quería y cuánto te echaba de menos... pero te vi bostezar y temí que te durmieras y alguien pudiera hacerte algo, así que esperé para ver qué pasaba.
—Me dormí —le digo con una sonrisa.
—Como un tronco. —Sonríe con ternura—. Esperé para ver si despertabas, pero estabas profundamente dormida y al final te acosté yo. Te lo dije una vez, nena, siempre cuido de las personas que quiero y a ti te quiero como nunca he querido a nadie. Por eso, cuando te dejé y a pesar de querer desentenderme de ti, no pude evitar cuidarte y todos los días iba al mismo parque que tú para vigilarte mientras cerrabas los ojos; me aterraba que alguien te hiciera algo.
—Te vi un día, pero pensé que pasabas por ahí.
—No, cielo; durante todo el tiempo que estuvimos separados, me preocupe por ti, aunque no te lo demostrase.
—Demuéstramelo ahora.
—No deseo otra cosa —susurra y, entrelazando sus dedos con los míos, subimos por las escaleras hacia su habitación. Lo deseo tanto como respirar y mi cuerpo se tensa de anticipación. Entro en su dormitorio y me quedo de nuevo sin respiración; delante de su cama hay un primer plano mío mirando fijamente a la cámara, sólo que no miraba a la cámara, lo miraba a él; fue al principio de la sesión en la segunda playa... no podía relajarme, estaba tensa y, acercándose a mí, atrapó su mirada con la mía, con la misma intensidad con la que lo hacía antes de dejarme y creándose ese momento íntimo entre él y yo.
—Philip —murmuro.
—No sabía si volverías a mirarme alguna vez así, creía que te había perdido para siempre y por nada del mundo quería olvidar esa mirada. Esa fotografía no está en ningún catálogo porque es mía, es lo primero que veo cuando despierto y lo último antes de acostarme.
—Recuerdo cómo me ayudaste; te quitaste las gafas y me miraste como hacías antes de dejarme —le digo con un nudo en la garganta—. ¿Tienes más fotografías mías por ahí escondidas? —le pregunto intentando bromear, no quiero llorar más.
—Si por mí fuera, empapelaría toda esta casa. Nunca me canso de mirarte, nunca tengo suficiente de ti —me confiesa con la mirada cargada de deseo mientras sus manos desabrochan despacio mi vestido, que cae al suelo dejándome únicamente con mi conjunto de lencería.
Cierro los ojos mientras un gemido sale de mi garganta. ¡Cuánto he deseado esto!
—No cierres los ojos, nena, mírame —me pide acostándome en la cama y mordiendo mi labio inferior—. No te haces una idea de cuántas veces he soñado con tenerte debajo de mí como estás ahora, las veces que me he maldecido por haberte dejado marchar.
Sus labios descienden por mi cuello hasta llegar a mis pechos; los lame y succiona despertando todas mis terminaciones nerviosas y gimo, deshaciéndome.
—Ni te haces una idea de lo rabioso que me puse cuando Sandro te pidió que te quitases la parte de arriba del biquini.
—Me hago una idea —le digo jadeando mientras con su boca no deja de torturar mis pechos, humedeciendo mi sexo, que lo reclama a gritos.
—Ni las veces que he visto el anuncio, soñando con besarte, con lamerte todo el cuerpo, con hundirme dentro de ti —añade bajando hasta mi sexo palpitante y quitándome el tanga—. En el anuncio te arqueas en la arena y no sabes las veces que he fantaseado imaginando que lo haces porque tienes mi boca entre las piernas. —Hunde su boca en mi resbaladizo sexo lamiéndolo, me está volviendo loca, su lengua barre mi sexo succionando mi clítoris y me arqueo loca de placer.
—Sí, nena, déjate llevar, córrete en mi boca —me dice hundiendo su lengua entre mis resbaladizos labios.
—¡Síiii! ¡No pares! —le pido moviendo las caderas y retorciendo las sábanas entre mis manos completamente encendida y corriéndome en un orgasmo explosivo que me deja hecha polvo.
—Nunca tendré suficiente de ti, nena —me confiesa desnudándose—. ¿Fuiste al ginecólogo?
—¿Para qué tenía que hacerlo? —murmuro devorándolo con la mirada y ayudándolo a desvestirse—. Tú tampoco te haces una idea de cómo te deseo. —Miro su sexo, completamente erecto, dispuesto para mí. —Fóllame, Philip, necesito sentirte —le ruego en un jadeo.
—Joder, si por mí fuera, no saldríamos de aquí durante días.
Lo tengo encima, inmovilizándome, con su pene en la entrada de mi húmedo sexo, pero no se mueve. ¿A qué espera?
—¿Demorando los placeres, señor Jones? —le pregunto moviendo mis caderas buscando el roce con su sexo.
—Más bien esperando a que sea educada, señorita Ferreño.
Jadeo mientras me asaltan los recuerdos de nuestra primera noche juntos. Cuánto hemos vivido desde entonces...
—Por favor, Philip, por favor, fóllame —suplico en un gemido.
—¡Oh, sí, nena! —jadea accediendo por fin a mi interior—. Estás tan mojada... ¡cómo he deseado esto!
Y me folla como le he pedido, perdiéndose en mí y yo en él, entrando y saliendo de mi interior con fuerza sin dejar de mirarme, entrelazando sus dedos con los míos.
—Eres mía, Paula, me perteneces —jadea en mi oído sin dejar de moverse.
—Y tú mío, Philip, tú también me perteneces —murmuro apretando mi sexo contra el suyo en un baile que sólo nosotros podemos bailar.
Nos movemos completamente conectados y llegamos juntos a un orgasmo increíble.
—Nunca vuelvas a dejarme, Philip, no creo que pudiera soportarlo —le pido.
—¿Crees que yo podría hacerlo? Te prometo que he intentado olvidarte con todas mis fuerzas y lo único que he conseguido es quererte aún más si es posible.
—Estabas tan frío que llegué a pensar que ya no sentías nada por mí.
—Ya sabes que puedo llegar a ser muy imbécil —me dice apoyándome sobre su pecho—. Cuando pasó lo de Mia, me volví loco. Por suerte Charlie y Claudia estuvieron conmigo todo el tiempo, y te aseguro que no fue fácil estar a mi lado... empecé a beber, no levantaba cabeza y, al final, caí en una profunda depresión —me confiesa abriéndose por fin a mí—. Este tatuaje y la cicatriz que tengo en la barbilla son el resultado de una noche de borrachera y descontrol, de la que apenas guardo recuerdos pero que fue el detonante para hacerme reaccionar. Por eso cuando aceptaste hacer el anuncio preferí renunciar a ti a sufrir de nuevo, pero sufrí y te perdí. En Bora Bora creí cada una de tus palabras y di por hecho que te había perdido para siempre; te había dado motivos de sobra para que te sintieras así, por eso no fui a buscarte y me largué a Melbourne.
—Yo también puedo llegar a ser muy imbécil —le digo acariciándole el pecho—. Has dicho Claudia, ¿es la misma Claudia a la que ayudaste? —pregunto atando cabos.
—Sí, cielo, y hermana de Mia también.
—¿Eran hermanas? —le pregunto incorporándome de repente.
—Sí; por eso nunca podría tener ningún tipo de relación con ella, es como una hermana para mí.
—¿Y quién es Phoebe? —Si no se lo pregunto, reviento.
—Mi cuñada —me dice sonriendo.
—Vaya, y yo pensando que tenías una cita.
—Paula no quiero que desconfíes más de mí, sé que no te lo puse fácil al ocultarte mi pasado, pero ahora que ya lo sabes todo necesito que confíes en mí. Te quiero y nunca estaría con otra mujer que no fueras tú. —Me aprieta a su cuerpo llenándome de felicidad—. Fue mi hermano quien me llamó, estaba preocupado por mí y se empeñó en que fuera a cenar. Estaba tan cabreado que me alejé de todos, ni yo mismo me soportaba.
—¿Por eso te alejaste también de Charlie?
—De Charlie, de Katia y de todos mis amigos.
—Pensaba que era porque se puso de mi lado cuando me dejaste.
—No; me tranquilizaba saber que ellos cuidaban de ti, que podías apoyarte en ellos.
—Lo hicieron, han sido la familia que no tengo aquí.
—Paula, sé que te he hecho mucho daño y no sé hasta dónde estás dispuesta a dar, pero me gustaría que reanudásemos lo nuestro donde lo dejamos.
—Íbamos a vivir juntos —susurro.
—Sí, nena.
—¿Trabajar contigo y vivir contigo?... Mmmmm, suena bien.
—Suena más que bien —me dice besándome y perdiéndose en mí.
Y esta vez hacemos el amor, con todos nuestros sentimientos a flor de piel; durmiendo abrazados sin separarnos en toda la noche.
Me despierto feliz; estoy con él, me quiere, le quiero, la vida es maravillosa, mi sonrisa de lela enamorada hasta los tuétanos hace acto de presencia, pero no me importa. Miro la hora... las cuatro de la tarde... Teniendo en cuenta que la última vez que miré el reloj antes de cerrar los ojos eran las ocho, tampoco he dormido tanto, pero ¿dónde está Philip? Miro mi vestido junto a mi ropa interior tirado por el suelo. ¿Qué me pongo ahora? Tengo toda mi ropa en casa de Charlie... Lo tengo crudo para vestirme.
Me dirijo al baño desnuda y me lavo los dientes con su cepillo; espero que no sea escrupuloso. Me pongo unos slips y una camisa suya y, descalza, bajo a buscarlo. Oigo voces que llegan desde la cocina, es la voz de Charlie.
—¿Está todo preparado? —pregunta Philip.
—Vengo de allí ahora; a falta de la modelo, está todo listo.
—Gracias por traerle la maleta; iba a ir yo a recogerla, pero está durmiendo y no quería dejarla sola.
—¿Por si se despertaba y no te encontraba? ¡Qué nenaza te has vuelto! —le suelta Charlie descojonándose.
—¡En cambio tú continúas tan capullo como siempre!
—Un capullo que se alegra de ver que estáis juntos de nuevo. ¡Ven aquí que te dé un abrazo! ¡Joder si te ha costado!
—Gracias por cuidar de ella.
—Katia y yo la queremos mucho y no soportábamos verla así; nunca he visto a nadie sufrir tanto ni llorar de esa forma... la destrozaste, tío.
—Lo sé, yo también la veía.
—No, no lo sabes, no tienes ni idea. Tú solamente la veías en el trabajo después de que Katia la maquillase y cuando estaba más o menos tranquila, pero no la viste destruida como la vimos nosotros. Tienes una oportunidad, no la desaproveches.
—No tengo intención de hacerlo; para mí tampoco fue fácil, pero me superaba imaginarla metida en el mismo mundo que Mia.
—¿Y ahora?
—Ahora quiero que elija su vida, que sea feliz y, si es junto a mí, mejor. Me ha pedido volver a Virmings, ¿te lo puedes creer? Tendría un futuro cojonudo como modelo pero ha elegido Virmings.
—Nunca dejó de repetirte que no quería ser modelo, sólo que tú no la creíste.
—Todavía no puedo creerme que esté aquí, acostada en mi cama.
—He visto el póster de la entrada, está preciosa...
No puedo continuar escuchándolos, tengo un nudo en la garganta y silenciosamente vuelvo a la habitación y me encamino al baño, me lavo la cara, cojo aire y vuelvo a bajar.
—¡Philip! —lo llamo desde la escalera.
—En la cocina, nena. Mira quién ha venido a verte —me dice asomándose.
Llego y veo a Charlie apoyado en la barra, sonriéndome.
—¡Joder, preciosa, que sexi estás! Estoy por llevarme la maleta y dejar que vayas así a la inauguración.
—¿Has venido a traerme la maleta, precioso? —le pregunto dándole un abrazo... ¡Cuánto le quiero!
—He venido a traerte la maleta y a comprobar que por fin mis dos mejores amigos han recuperado la cordura.
—Supongo que sí —digo sonriendo a Philip, que me mira con la misma sonrisa de enamoradito hasta las trancas que debo de tener yo.
—¿Supones? —me pregunta acercándose a mí.
—No sabes cómo me alegro. Katia se pondrá como loca cuando se lo diga.
—Qué sexi estás, nena —murmura Philip en mi espalda rodeando mi cuerpo con sus fuertes brazos.
—Joder, tío, contrólate un poquito que estoy delante. Dile algo, Paulita, al hormonado éste.
—¡Lárgate Charlie, si no quieres ver lo que viene ahora!
—¡Philip! —le reprendo riéndome—. No le hagas caso, precioso. ¿El antisocial de mi chico te ha ofrecido algo? Voy a hacer café, ¿te apetece? ¿O prefieres una cerveza? —«Cómo me gusta decir eso de ¡¡mi chico!!», pienso mientras miles de corazones invisibles flotan a nuestro alrededor.
—No le ofrezcas nada, cielo, que se largue —interviene Philip guasón—. Tú y yo tenemos muchas cosas que hacer antes de ir la inauguración.
—Y una mierda, no vas a hacer nada, nenaza. He hablado con los estilistas de Promesses y en una hora los tienes aquí para poner guapa a tu chica.
—Con una hora tengo más que de sobra; además, mi chica ya es suficientemente guapa, no necesita que nadie venga a nada.
—¡Gracias, Charlie! Eres un sol...
—¿Él? ¿Cómo que es un sol? —me interrumpe Philip besándome y apretándome a su cuerpo.
—Joder, qué empalagosos estáis. Déjalo Paulita, ya me hago el café en mi casa.
—¡No, Charlie! ¡Quédate, en serio! —insisto riéndome y, apartándome de Philip y dirigiéndome a él añado—: ¿Quieres parar?
—¿Viéndote así vestida? Imposible —afirma devorándome con la mirada.
Lo ignoro a propósito sin dejar de sonreír, saco un poco de todo para acompañar el café y nos sentamos en la barra sin dejar de hablar. Charlie y Philip han recuperado la amistad que habían perdido cuando lo dejamos y no cesan de bromear y hacerme reír. Estoy dentro de una burbuja de felicidad de la que no quiero salir nunca, pero todo lo bueno termina y tengo que ducharme antes de que vengan los estilistas. Me despido de ellos y me largo de cabeza a la ducha.
Cuando termino de ducharme, me cubro con un albornoz y bajo al salón, donde ya están esperándome para peinarme y maquillarme. Para la inauguración han elegido un vestido rojo ceñido que me recuerda un poco al que llevé cuando Philip y yo fuimos a París, sólo que éste es un Valentino y debe de costar una fortuna.
—¡Joder, nena! —Me giro y lo veo apoyado en el marco de la puerta—. Si alguien ayer no se volvió loco contigo, lo hará hoy; no sé si quiero compartirte con todos... estás impresionante.
Él sí que está impresionante. Lleva un traje negro que se ajusta a su cuerpo como un guante y está tremendo de morirse.
—Yo podría decirte lo mismo, Philip, voy a ser la mujer más envidiada de Sídney. ¿Cómo puedes estar tan bueno? —le pregunto sonriendo y mordiéndome el labio.
El sonido de su carcajada inunda mi pecho, llenándome de su luz.
—Tú sí que estás buena, te comería entera.
—Espero que lo hagas esta noche.
—¿Para qué esperar a la noche cuando ahora nos tenemos tan a mano? —me pregunta provocándome.
—¡Ni lo sueñes! Ya llegamos tarde y no tengo ganas de que Kelly me eche la bronca de nuevo.
—Kelly es una tocapelotas.
—¡Vámonos! —le digo riéndome y tirando de él.