Capítulo 1

 

 

 

 

Siempre he odiado los lunes; si fueran comida, serían un plato de acelgas hervidas, seguro. Nunca he podido ni con las acelgas ni con los lunes, pero, desde que estoy en el paro, he empezado a valorarlas, con ese color verde tan bonito, tan blanditas y tan insulsas... ¡Si es que no apreciamos nada! ¡Con lo buenas que están! Tanto quejarnos de los lunes cuando trabajamos y luego, si estamos desempleados, nos descubrimos mirando con envidia a los pringados que, con cara de no poder con su vida, se dirigen al curro y pensamos «¡yo también quierooooo!» Como para no querer... Tengo la cuenta corriente en números rojos, he tenido que volver a vivir con mis padres, con lo que me costó independizarme, y para colmo de males mi novio me ha dejado por WhatsApp. Si mi vida fuera un cuento corto, sería algo así: «Érase una vez una vida de mierda. Fin.»

Voy caminando cabizbaja hacia mi coche; otra mañana perdida, para variar. Suena mi teléfono y lo miro sin ganas; es Laura, mi mejor amiga.

—Dime —le suelto más seca que un esparto mientras llego hasta donde está aparcado mi vehículo.

—Desde luego, eres la alegría de la huerta, hija, desprendes simpatía por los cuatro costados.

—A ti querría verte en mi situación, chata, a ver lo simpática que estabas.

—¿Otro día en busca y captura de empleo?

—Y otro día desperdiciado.

—Estamos en La Lola; ven a tomarte una cervecita, a ver si entre todas conseguimos animarte.

—A mí sólo puede animarme un trabajo.

—No te creas... si empiezo a contarte las putadas que me hace mi jefe, casi preferirás estar en el paro. ¡Me tiene hasta las narices! ¡Venga, vente, que no nos hemos visto en dos semanas!

—A tu jefe le hacía yo la ola —le respondo riéndome por no llorar. ¡Esto es deprimente!

—¡Tú estás un poco flipada! Con tu genio, durarías en mi puesto dos días.

—De eso nada. Alucinarías con lo comprensiva que me he vuelto, ni yo misma me reconozco; el Dalai Lama a mi lado no tiene nada que hacer, ¡te lo aseguro!

—¡Qué idiota eres! —me dice soltando una carcajada—. ¿Vas a venir o tengo que ir a buscarte?

—Voyyyyy...

Cojo el coche y me dirijo a través de un tráfico infernal hacia La Lola, el pub donde solemos reunirnos todos los viernes las amigas para cotillear y desconectar después de toda una semana de duro trabajo, aunque en mi caso ya no recuerde ni lo que es eso. Somos como cotorras y, cuando nos juntamos, no hay quien nos calle, así que supongo que me vendrá bien pasar allí un rato, a ver si se me pasa el cabreo que llevo.

Cuando llego, las veo sentadas en la mesa del fondo. Saludo a Lola, la dueña del pub, y me acerco a ellas. Deben ir por la segunda ronda de cervezas, a juzgar por la cantidad de vasos vacíos que hay ya sobre la mesa.

—Mira que os gusta darle al drinking —les digo sonriendo y dándoles dos besos a cada una—. Anda, hazme un hueco, Laurita, que tú sola ocupas todo el banco —le pido mientras la empujo un poco para sentarme junto a ella.

—Joder, acabas de llegar y ya estás dando por saco, puñetera —comenta haciéndose a un lado—. ¡Lola! ¡Una cervecita para Paula! —brama desde la mesa.

—Vuelve a pedírselo, que no sé si te habrá oído —apuntillo con guasa—. ¡Mira que eres bestia!

—¡Mira quién fue hablar!

—¿Cómo vas con lo del curro? ¿Tienes algo a la vista? —me pregunta Sandra.

—Qué va... ya quisiera yo... Estoy valorando entre irme fuera a trabajar o meterme de cabeza debajo del primer tráiler que pase por delante.

—Tendrás que elegir una tercera opción... las dos primeras son una mierda.

—Lo digo en serio, Laura, esta situación me está sobrepasando. Estoy pensado en irme a Francia, igual encuentro trabajo y a un francés que esté muy bueno y me susurre guarradas al oído. ¡Os juro que necesito las dos cosas! —les suelto con una carcajada.

—De eso nada, tú no te vas a ningún sitio, te quedas aquí conmigo, en los madriles, que se está muy a gustito; además, aquí también tenemos tíos buenos que pueden decirte todas las cochinadas que quieras.

—Para tío bueno, éste —nos interrumpe Raquel, que hasta ese momento ha permanecido callada mirando una revista—. ¡Joder, qué macizo está!

—A ver —murmura Sandra—. ¡¡¡Madre míaaaaa, está tremendísimo!!! Seguro que es gay... ¡todos los gays están buenorros!

—Éste tiene de gay lo que tú de monja, chata, lo que yo te diga... ¿Sabéis qué pienso?, que los tíos que están tan buenos deberían considerarse patrimonio de la humanidad, para que todas pudiéramos catarlos —remata lamiéndose el labio y poniendo los ojos en blanco.

—¡Mira que eres bruta! —le espeto riendo.

—¿Bruta? ¡Míralo y alégrate el día! ¿Por qué no encuentro yo tíos así? ¿Se esconden de mí o es que tengo un imán especial para atraer a todos los cardos borriqueros de la zona?

—Yo más bien diría que te has vuelto un pelín quisquillosa... será la edad —añado para pincharla.

—Con éste no me pondría quisquillosa... te lo aseguro.

—Qué pesadita te estás poniendo, ¿eh, maja? Parece que no hayas visto un tío bueno en tu vida.

—Como éste, no —asegura convencida.

—¡Anda ya!

—No lo has visto, Paulita —me dice con retintín—. Estás haciéndote la dura con un tío de una revista; realmente lo tuyo ya es grave, tía.

Y suelto una carcajada sin poder evitarlo, ¡qué idiota es la pobre!

—Ni dura ni leches; por muy bueno que esté, seguro que no le llega ni a la suela de los zapatos a David Gandy. ¡Ése sí que está bueno! Os prometo que, si lo tuviera delante, no sabría por dónde empezar.

—¡Anda que no está tonta la tía! ¡David Gandy! En el anuncio de Dolce & Gabbana está para comérselo enterito, ¡ñam, ñam!

—¿Qué te comerías, cochina? —pregunta Laura acompañando la pregunta con una sonora carcajada.

—¿Tú qué crees? —le contesta descojonándose—. ¡Te aseguro que yo sí sabría por dónde empezar! Lo dejaría exprimido.

—Pues no sé qué deciros, a mí me gusta más éste que David Gandy —murmura Sandra con la mirada aún fija en la revista—. Tiene una pinta de follador perdonavidas que te mueres.

—A ver, trae aquí que le eche un vistazo —le indica Laura quitándole la revista de un tirón—. ¡Madre mía! Paula, en serio, ¡míralo! ¡A éste sí que le haría yo la ola! ¡Y todo lo que quisiera! ¡Yo quiero uno así para mí! ¡Menudo rallador de queso tiene! ¡Eso son abdominales, leche!

—Tú ya tienes a Juan, no seas codiciosa —suelto y cojo la revista por fin—. A ver, exageradas, que no será para tanto.

—Juan es un amor, pero en su vida ha tenido esos abdominales, por eso compro el queso ya rallado —remata riéndose.

Oigo a Laura de fondo... estaba equivocada, sí que es para tanto; de hecho, creo que se han quedado cortas, pero lo que me asombra es cómo reacciona mi cuerpo ante su fotografía: mi mirada queda atrapada con la del hombre que me observa fijamente y dejo de respirar momentáneamente. Devoro las fotografías con ansia; en ellas se lo ve junto a la modelo Jenny Clause a bordo de un yate. Es un reportaje bastante extenso, en el que principalmente la fotografían a ella, pero también hay varias fotos en las que aparece él solo.

En una de las imágenes se los ve juntos haciéndose un selfie; en otra, él está de perfil mientras las gotas de agua se deslizan por su cuerpo y en la última... ésa me tiene fascinada, es un primer plano suyo, está mirando fijamente a la cámara y es como si llegase hasta mis entrañas, deshaciéndome. ¿Quién es este hombre que me está trastornando así? Busco su nombre en la revista y lo encuentro... Philip Jones.

—¡Paula! Estás babeando, jodida. ¿Era para tanto o no? —me demanda Raquel descojonándose—. ¡Ese tío desprende sexo por los cuatro costados! ¡Lo que daría yo porque me empotrara contra la pared! ¡Qué barbaridad!

Oigo a mis amigas tronchándose y empezando a soltar burradas, pero paso de ellas y leo el artículo a toda pastilla. ¿Están juntos? Pone que es un importante empresario de Sídney, pero no se menciona si son o no pareja, y mi vista va de nuevo a él. ¡Madre mía, está cañón! Pero no es sólo eso... hay más, aunque ni yo misma sé qué es.

Terminamos con las cervecitas y me marcho a mi casa. Mis amigas han quedado para salir esta noche, pero yo no estoy de humor, lo único que quiero es darme una ducha y dormirme. ¡Estoy molida después de patearme todas las empresas del polígono suplicando un trabajo! Total para nada, ¡mierda de crisis!

Ceno con mis padres, me ducho y me pongo el pijama, pero, a pesar de estar hecha polvo, no tengo sueño. No dejo de pensar en ese hombre y acabo conectándome a Internet para buscar información sobre él, aunque para decepción mía apenas hay nada, las escasas fotos que ya he visto en la revista y poco más. Así que decido buscarlo por Facebook y ¡¡¡ahí está!!! No tiene el perfil bloqueado y puedo acceder a él; no es que ponga mucho, pero me entero de que es dueño de una compañía de publicidad, Virmings Group. ¡Yo he estudiado publicidad! Como si realmente importara... y hablo inglés, francés y alemán, pero él vive en Sídney y yo en Madrid. «No creo que me diera tiempo a venir cada día a comer con mis padres», pienso con guasa.

Pero, aun así, le mando una solicitud de amistad y pongo un «Me gusta» en la página del Face de su empresa. Me acuesto y me duermo en seguida.

Las siguientes semanas son una copia de esta última: me pateo todo Madrid y todos los polígonos, total para nada; muchas empresas están cerradas, otras han reducido su plantilla a la mitad y las que no lo han hecho tampoco tienen necesidad de ampliarla.

Me siento en el coche desanimada. Al final tendré que ceder y ponerme a trabajar en el supermercado de mi tío Miguel; con veintiséis años, no puedo seguir dependiendo económicamente de mis padres... eso o largarme fuera. París estaría bien, o alguna ciudad de Alemania, para mejorar mi alemán... algo tendré que hacer seguro, si no quiero terminar con una depresión de caballo.

Voy a poner el vehículo en marcha cuando veo salir de un edificio de oficinas a Lucas, mi ex, con dos hombres más. Todavía no le he perdonado que me dejara por WhatsApp, ¡capullo cobarde!, y estoy tentada de salir del coche y montarle el numerito sólo para avergonzarlo delante de esos dos; además, me vendría de perlas para sacar fuera toda la energía negativa que me consume, pero, cuando voy a hacerlo, me doy cuenta de que me da igual; desde que me dejó aún no lo había visto... y ahora que está tan cerca de mí... me es completamente indiferente.

—Que Dios te guarde y ojalá se le olvide dónde —murmuro con todo mi amor.

La verdad es que, desde que vi el reportaje de Philip en Stylo, no dejo de pensar en él; debo de estar majara perdida, obsesionarme así por un tío que no conozco de nada y al que sólo he visto en fotografías... Continúo mirando a Lucas, veo cómo sube al coche y se marcha, y no he movido ni un sólo dedo ni he sentido nada.

Y, como cada vez que pienso en Philip, cojo el móvil para conectarme al Face y acceder a su perfil; es una necesidad que ni entiendo ni me cuestiono y, a pesar de que no es nada activo en las redes sociales, me sorprendo al ver que ha compartido una publicación de su empresa:

 

¡Te estamos buscando!

Necesitamos cubrir un puesto de secretari@ de dirección. Indispensable hablar francés. Si crees que eres la persona indicada para ocupar la vacante, pincha aquí y envíanos tu currículo. http://www.virmingsgroup/25434

 

«¿Me están buscando? ¡Pues ya me han encontrado! ¡Yo hablo francés y he estudiado publicidad y marketing! ¡Soy perfecta! Y me vendría de miedo ese cambio... ¡me ahogo aquí! Además... ¡lo conocería y trabajaría con él! ¡Madre míaaaaa! ¿Pero estoy loca? ¡Noooo! ¡Sería genial!» Me acelero con tan sólo pensarlo y, ni corta ni perezosa, me dirijo a mi casa a toda leche para mandarles mi currículo... total, ¿qué puedo perder? El «no» ya lo tengo.

Llego a mi casa y me conecto de nuevo al Face, pincho sobre el enlace, adjunto mi currículo... y, ¡¡zas!!, ¡enviado!

—¡Paula! ¿Estás en casa? —oigo cómo pregunta mi madre, que acaba de llegar, supongo que de hacer la compra.

—Sí, mamá —le contesto sin ganas saliendo de la habitación. ¿Quién si no iba a estar en casa a estas horas?

—¿Cómo te han ido las entrevistas de hoy, cariño?

—¿Tú qué crees? —le espeto de malas formas.

—¿Por qué no aceptas el puesto que te ofrece el tío? Hasta que te salga algo, más vale eso que nada —me dice mientras organiza la compra.

—¿Cajera de un supermercado de barrio? ¿Con todo lo que he estudiado, mamá?

—¡Oye!, que es un trabajo bien digno. ¿Prefieres estar sin hacer nada?

—¡Por supuesto que no! ¡Y nadie ha dicho que no sea digno! Pero tampoco quiero tirar la toalla tan pronto.

—¿Pronto? Hija, piénsalo, llevas demasiado tiempo sin trabajar y al final el tío cubrirá el puesto y te quedarás sin una cosa y sin la otra.

Suspiro ruidosamente y salgo de la cocina sin contestarle. Sé que tiene razón y que no sería la primera que, con un currículo fantástico, estuviese trabajando de cajera, o en producción en cadena, pero no puedo, antes me largo. Los meses que estuve currando en Lyon fueron geniales, y esa opción cada vez se perfila como mi mejor alternativa. Me iría un par de años y, cuando la crisis mejorara, volvería.

Pero eso mejor me lo callo de momento, no quiero despertar a la bestia tan pronto, ya tuve bastante con mi padre cuando me marché a Lyon; un poco más y me deshereda por el cabreo que pilló conmigo.

Paso el resto del día en mi casa; después de toda una mañana de pateo, estoy demasiado desanimada para continuar. Además, creo que mi currículo lo tiene hasta la tía María de enfrente.

Termino de cenar y, como no tengo sueño, me pongo El diario de Noah; nunca me canso de verla, soy una romántica empedernida sin remedio y este tipo de historias me llegan al alma, por no hablar de Pretty Woman, Ghost o Dirty Dancing. ¡Por muchas veces que las vea, siempre me derrito mirándolas y babeando como una tonta! Finaliza la película y, cuando cojo mi móvil para ponerlo a cargar, veo que tengo un mensaje por leer; supongo que será publicidad, pero aun así lo abro y... si me pinchan, no sangro... ¡Tengo un correo de Virmings Group! Me ahogo de los nervios y accedo al mensaje con las manos temblorosas. ¡Madre mía!, tengo que centrarme en enfocar la vista, porque las letras me bailan de lo histérica que estoy. ¡Quieren hacerme una entrevista!

Les contesto explicándoles que, como resido en España, no podré ir, pero añado que no tengo inconveniente en hacerla por videoconferencia o por teléfono dado el caso, recalcando que tengo total disponibilidad para trasladarme a Sídney a trabajar.

Espero impaciente y me sorprendo al recibir a los pocos minutos otro mensaje. Mañana, a las nueve de la mañana hora española, me harán la entrevista por videoconferencia. ¡Toma ya! ¡Ay, que me da algo!

¿Me la hará Philip? Ojalá, pero el correo lo manda un tal Sam. Estoy por ponerme a gritar como una loca, pero me contengo y me obligo a respirar y a tranquilizarme. ¡Joder, joder, joder! ¿Pero cómo se supone que voy a poder dormir ahora si estoy al borde del colapso? Necesito saber todo lo que pueda sobre Virmings Group y, tras conectarme a Internet, me pongo a ello casi a la desesperada. ¡¡¡Madre mía!!! Es una de las compañías de publicidad más importantes de Australia. ¿Están de coña? Tiene la sede principal en Sídney y una delegación en Melbourne, pero lo que me asombra de verdad son las marcas para las que trabajan. ¡Son todas muy conocidas! Eso por no hablar de su página web, que es una pasada.

Hay una sección la mar de original e innovadora, ejem, «Conócenos», en la que aparece una fotografía y una breve descripción de cada miembro del equipo de Virmings, y ahí está Philip, guapísimo a rabiar mirándome con sus increíbles ojos azules; como descripción pone: «Nuestro jefe y un apasionado de la publicidad. Su misión: crear el anuncio perfecto y ayudarnos a resolver cualquier inconveniente que pueda surgirnos con sus miles de ideas y soluciones. ¿Tienes un problema? Búscalo».

Todas las descripciones son muy informales, incluso hablan de los hobbies de cada uno, y me doy cuenta de que quiero estar ahí, deseo formar parte de ese equipo y ver mi foto junto a la de ellos.

Busco a Sam y lo encuentro casi al final. ¡Qué joven! Leo la suya: «Aventurero y amante de los deportes de riesgo, es el responsable de buscar y encontrar a la persona adecuada para cubrir cada puesto; gracias a él estamos todos aquí. ¡Te queremos, Sam!».

Me rio sin poder evitarlo y continúo leyendo las descripciones de todo el equipo, pero lo que me sorprende de verdad es lo jóvenes que son todos y el buen rollo que transmiten a través de esas breves frases, y me prometo que voy a hacer todo lo que esté en mi mano para conseguir este empleo.

Como me niego a hacer la entrevista con las ojeras llegándome a la boca, me obligo a acostarme. Aún recuerdo cuando era económicamente independiente y podía pagarme las clases de yoga. ¿Cuánto hace de eso?, ¿mil años? Así que pongo en práctica todas las técnicas de relajación habidas y por haber: respiraciones lentas y profundas para aflojar cada parte del cuerpo, pensamientos positivos, crear un lugar feliz, blablablá... Hoy no me duerme ni Dios... pero finalmente, en algún momento de esta eterna noche, consigo hacerlo...

Me despierto a las siete y me levanto de un salto. «¡¡¡Tú serás mi día!!!», pienso mientras me meto en la ducha a toda leche. En la vida de toda persona hay momentos decisivos, y estoy segura de que hoy es uno de ellos... instinto femenino, corazonada, intuición, ¡yo qué sé!

Me seco el pelo marcando mis ondas, pero, cuando ya tengo la melena lista como para rodar un anuncio, pienso «¿recogido o suelto?» ¡Mierda! Suelto... definitivamente... sí... ¿sí?... ¡que sí! Soy un mar de dudas y ahora viene lo peor. ¿Qué me pongo? ¿Vestido? ¿Camisa? ¿Arreglada? ¿Informal? ¡Joder, qué estrés! Ni que fuera a casarme... Al final opto por una camisa blanca con vaqueros, total sólo me verán medio cuerpo y, cuanto más natural, mejor. Me maquillo disimulando las ojeras, que como me temía han hecho acto de presencia, y a las ocho y media ya estoy lista hecha un manojo de nervios. Por suerte mis padres ya se han largado a trabajar y no tengo que ir dando explicaciones.

Y por fin a las nueve comenzamos la videoconferencia. Reconozco a Sam de la página web y desde el principio me hace sentirme cómoda y tranquila. Es una entrevista muy informal, en la que le hablo de mi experiencia en el sector de la publicidad y, aunque en un principio empezamos hablando en inglés, pronto cambiamos al francés, supongo que para comprobar mi nivel, que por cierto es muy superior al suyo, pues tengo que repetirle varias veces lo mismo y al final me confiesa entre risas que es más que evidente por qué piden un nivel alto de francés.

No se me escapa que, a pesar del tono informal de la entrevista, me está sacando hasta el número de carné de identidad; aun así, no me importa y contesto a todas sus preguntas sin apenas titubear. Y entonces llegamos al quid de la cuestión.

—Paula, necesitamos cubrir el puesto urgentemente. ¿Cuándo podrías estar aquí?

—Pues no lo sé, un par de semanas como mínimo. Lo más importante sería buscar un piso; por lo demás, no tengo problemas.

—Piénsalo bien... en dos semanas, como máximo, deberías estar aquí, ¿puedes hacerlo?

«Madre mía, ¿eso quiere decir que estoy contratada? Pum, pum, pum... el corazón va a salírseme del pecho.»

—Por supuesto. —«Eso si mi padre no me mata antes», pienso para mis adentros.

—Contratada, entonces. Te haré llegar un enlace con varias inmobiliarias para que puedas gestionarte el alquiler. Nos vemos dentro de dos semanas. Bienvenida a Virmings.

—Gracias —murmuro. ¿Así de fácil? ¡Pim, pam, pum, ¿contratada?! ¡Ay, que a mí me da algo!

—Nos vemos —se despide y corta la conexión.

¡Madre del amor hermoso! Lo he conseguido... Todavía no puedo creerlo, ¡pero sí! Suelto una carcajada y me pongo a bailar en mi habitación. ¡Voy a conocerlo! ¡Trabajaré con él! ¡Ay, que me da un siroco! Miro de nuevo la sección de «Conócenos», imaginando ya mi foto entre la de todos, ¡¡¡madre míaaaaaa!!!