Vigésimo primer descubrimiento:
«El poder de la primera vez»
Los «retazos» son nuestro mayor tesoro. Son lo que somos.
Un maestro que nos daba clase. Nos hablaba más de los retazos que de las matemáticas porque creía que las matemáticas las olvidaríamos. Los retazos perduran.
Siempre comenzaba con la frase: «No hay nada como un buen retazo. Un retazo es un pedazo de vida que todos hemos vivido».
Yo creo mucho en los retazos (diría que hasta puede que más que el maestro; a veces el alumno puede superar al maestro) porque hubo un tiempo que los perdí. Los retazos ocurren sobre todo en la infancia y en la adolescencia. La vida de todos está llena de retazos.
Hubo un tiempo en el hospital en el que dejé de tener retazos, bueno, eso no es del todo cierto, los cambié por otro tipo de retazos. Retazos hospitalarios que comparto con otra gente que ha vivido en el hospital.
Los «retazos» podrían definirse como cosas que un buen día haces por primera vez y te marcan porque quedan para siempre dentro de ti.
Por ejemplo, éste es un triple retazo relacionado con los transportes:
1. Habrá un día que será el primero en el que sales andando del colegio con un amigo. Es la primera vez que bajas caminando, charlando de tus cosas. Todos hemos vivido ese momento: andar con alguien y separarnos en un momento dado. Es una forma de sentirte adulto. Es mágico, es un retazo de cuando se tienen siete u ocho años.
2. Años más tarde, hacia los dieciséis, vives otro retazo relacionado con llegar a casa. Ya no vas a pie a casa, sino que quieres coger tu primer taxi. Vas con un amigo, buscáis un taxi, no lo encontráis, maldecís los que no paran. Ése es otro retazo de maduración, de sentir que vas creciendo.
3. Y finalmente un día, a los diecinueve, tienes coche y llevas a un amigo (quizá el mismo que en los dos casos anteriores) a su casa. Y con ese amigo seguís hablando hasta las tantas en el coche. Nuevamente acaba de producirse otro retazo.
Creo que no hay nada en la vida que me guste más que buscar retazos. Después de descubrir los retazos, de que aquel maestro nos mostrara qué son, comencé a coleccionarlos. En el hospital, los retazos me servían para aguantar. Ocurren a una edad tan temprana que forman la esencia de tu vida. Cada año rescato dos o tres retazos y me siento bien, me siento feliz con ese reencuentro.
La gente a veces olvida que somos el fruto de lo que vivimos en nuestra infancia y nuestra adolescencia; somos el producto de muchos retazos. Y a veces cerramos esa puerta cuando deberíamos tenerla siempre abierta.
Durante unos años, mis retazos fueron bastante extraños: mi primera amputación de pierna, mi primera pérdida de un pulmón. Pero no dejan de ser retazos.
Aun ahora, ya adultos, vivimos muchos retazos, lo que ocurre es que no nos damos cuenta. Creo que para conocerte debes volver a tus retazos, analizarlos y aceptarlos como son.
Mi vida está compuesta de retazos y olores, y eso es lo que hace de mí lo que soy.