Los Amarillos

Llegamos a uno de los capítulos más deseados por mí y que más emoción me produce escribir. Me apetece mucho hablar de los amarillos.

Tienes que saber que es la 1.41 de la mañana de una noche de agosto (cuando lo reescribo son las 11.08 de una mañana de octubre). Siempre he creído que situar el momento de la escritura, el día (es la madrugada de un jueves), le da sin duda más realidad a todo (plena mañana de un martes en la reescritura). Es una dimensión que jamás tienes cuando lees un libro. ¿A qué hora escribió aquello? ¿Dónde estaba? ¿Hacía calor?

Tuve la suerte de entrevistar hace unos meses a Bruce Broughton, el compositor creador de bandas sonoras tan famosas como las de las películas El secreto de la pirámide (The Young Sherlock) y Silverado. Hablamos sobre qué variables pueden tener que ver con la creación: ¿la pareja? ¿El lugar? ¿La temperatura? El creía que la creatividad tiene que ver sobre todo con cómo recibes lo que ves y cómo lo transformas. Tu propia velocidad de transformación. Fue realmente un lujo escuchar a alguien que rebosa tanta creatividad, aunque reconoció que su velocidad de creatividad aumentaba con la soledad, el calor y la concentración personal.

Pero no nos apartemos del tema principal: los amarillos. Aparte de ser un capítulo del libro también da título al libro y le proporciona todo su color. Sin duda, es el gran tesoro que aprendí del cáncer. Siempre se aprende algo que va tres pasos o tres kilómetros por delante del resto; siempre hay un Induráin, un Borg; siempre hay alguien o algo que marca las diferencias. Y sabiendo, como creo que ya sabes, que me encantan las listas tenía que haber una gran lección que marcara la diferencia.

Éste será un capítulo largo, y como no quiero perderme, intentaré no irme por las ramas. Sobre todo porque si hay algo que desearía que extrajeras de la lectura de este libro, es el concepto de los amarillos.

Espero y deseo que dentro de unos meses la gente busque amarillos, utilice este término, lo haga suyo. Hay términos que aparecen y se hacen populares, a veces por cosas malas (tsunami), a veces por cosas buenas (internet), a veces simplemente por moda (metrosexual). Tampoco es que desee acuñar un término nuevo, pero creo que es necesario encontrar una palabra que defina este concepto. Los conceptos necesitan palabras, al igual que las personas necesitan nombres. Había un señor en el hospital que siempre me decía: «Te ponen un nombre y a vivir, ¡quién pudiera no tener nombre!». Yo siempre lo miraba y sonreía; no entendía qué quería decir. Me pasó muchas veces en el hospital; yo tenía quince o dieciséis años y el resto de pacientes rozaban los sesenta o setenta. Me hablaban como si fuese adulto, me daban consejos de adultos, me miraban como a un adulto. Sí, existe la mirada de adulto. Yo me apuntaba todo lo que no comprendía pero que presentía que entendería años más tarde.

Me encanta cuando la cabeza decide aceptar un concepto, un idioma, un sentimiento. Creo que el cerebro tiene combinación retardada para abrirse; hay que pulsar muchas teclas y con códigos diferentes para que se abra y deje entrar lo que al principio rechazaba. Tan sólo hay que encontrar la contraseña. Del mismo modo que espero hallar la que explique los amarillos.

En el hospital encontré muchos «amarillos», aunque en aquella época no sabía que lo eran. Pensaba que eran amigos, almas gemelas, personas que me ayudaban, ángeles de la guarda. No acababa de comprender por qué un desconocido que hasta hacía dos minutos no formaba parte de tu mundo, después se convertía en parte tuya, te entendía más que cualquier persona de este mundo y notabas que te ayudaba de una manera tan profunda que te sentías comprendido e identificado. Sin pretenderlo, lo que he contado podría ser una primera definición de amarillo.

Normalmente me ocurría con los compañeros de habitación. Enseguida se convertían en «amarillos» míos. No sé los ratos que me he pasado hablando con compañeros de habitación a horas intempestivas. Eran como hermanos postizos. Sí, exacto. En aquella época incluso les llamaba así: hermanos de hospital, hermanos con fecha de caducidad. La intensidad era como la que hay entre hermanos y la amistad era muy estrecha.

Pero según fueron pasando los años, me di cuenta de que las palabras «hermano», «amigo», «más que un conocido» quedaban cortas.

Recuerdo un día en el hospital en el que estábamos hablando dos o tres pelones sobre los «compañeros de habitación». Alguno los definía como ángeles; otro los definía como amigos. Y yo y otro chico dijimos: son amarillos. Nos salió a la vez. Y no sé por qué dijimos amarillos, pero tuvimos la sensación de que era la palabra que los definía. Yo creo mucho en el azar y en la suerte; pienso que el azar es mucho más poderoso que la suerte. Y no sé si por suerte o por azar, pero creo que hay una única palabra para definir ese concepto que se denomina «amarillo».

Nunca he comprendido que el concepto de amistad no haya evolucionado. A veces leo libros que hablan de la Edad Media, del Renacimiento, de principios de siglo, y siempre se habla de la amistad; un amigo siempre es un amigo. Los amigos son amigos y su repercusión en la persona amiga es bastante parecida en todas las épocas. En cambio, el mundo de la pareja y la familia sí que ha evolucionado. No se parece en nada la forma de relacionarse de una pareja o un núcleo familiar en la Edad Media a como la vivimos ahora; los roles, las costumbres, todo ha evolucionado.

Creo que éste es uno de los males de esta sociedad. El concepto amigo, el rol del amigo, ya no puede ser el mismo en la época tecnológica en la que vivimos. Yo creo que ahora es imposible mantener el contacto con los amigos de la misma manera que en décadas anteriores. Todo el mundo pierde amigos cada año, y las excusas son muy variadas: «vivimos en países distintos», «cambié de trabajo», «no tengo tiempo para quedar», «tan sólo hablábamos en el messenger de vez en cuando» o «éramos tan sólo amigos del colegio o de la universidad».

Perder a un amigo está siempre relacionado con dejar de verse. Los amigos se definen sobre todo porque son personas que se ven, que se ven muchas veces en la vida. ¿Puedes ser amigo de alguien si no lo ves jamás, si no quedas nunca con él? Teóricamente no se puede. Siempre teóricamente.

Por ejemplo, yo con mis amigos pelones nos veíamos siempre en el hospital; era una regla de oro. Nos ayudábamos, nos cuidábamos, pero una vez salíamos del hospital teníamos el pacto de no volver a vernos. No es que nos olvidáramos del otro, al revés, lo llevábamos dentro, pero no teníamos la necesidad de seguir viéndonos. Nos unía otra cosa.

Tardé bastante tiempo en comprenderlo, pero ellos fueron la base de los amarillos. Un buen día lo vi claro. Hay amigos que te dan amistad, hay amores que te dan pasión, sexo o amor, y finalmente hay amarillos.

Curiosamente amor, amistad comienza con «am» y amarillos también. No, no es casualidad, estoy seguro de que la raíz «am» significa algo; algo que da cosas. Siempre he creído que las casualidades son subrayados, subrayados para que sepamos que debemos fijarnos en algo.

Quizá te preguntes si lo que quiero decir es que los amarillos son los sustitutos de los amigos. La respuesta es no. Los amigos, los amigos tradicionales siguen existiendo, todos los tenemos. Pero hay un nuevo escalafón, un nuevo concepto: los amarillos.

Todo el mundo los tiene, pero el problema es que aún no existía una palabra para definirlos. Estoy seguro de que los amarillos han existido siempre, pero se les ponía en el cajón de sastre de los amigos. O a veces un amarillo se convertía en un amor. El amarillo está entre el amor y la amistad, por eso muchas veces se confunde.

Antes de continuar, daré una definición de amarillo. Una definición de lo explicado hasta ahora.

Amarillo. Definición: Dícese de aquella persona que es especial en tu vida. Los amarillos se encuentran entre los amigos y los amores. No es necesario verlos a menudo o mantener contacto con ellos.

Según esta definición: ¿cómo diferenciar los amarillos de los amigos? ¿Hay manera de saber quién es un amigo y quién es un amarillo? Pues la verdad es que sí. Sin duda, se necesita un poco de práctica y conocerse a uno mismo. Los amarillos son reflejos de uno, en ellos están parte de nuestras carencias y el conocerlos hace que demos un salto cualitativo en nuestra vida.

Voy a contarte un poco más sobre los amarillos. Imagina que estás en un aeropuerto, en un aeropuerto de una ciudad que no es la tuya. Hay retraso, de dos o tres horas. Estás solo en esa ciudad y de repente empiezas a hablar con alguien (chico o chica). Al principio puede parecer una conversación trivial o de contacto, pero poco a poco notas que hay algo entre vosotros; no hablo de amor o sexo, hablo de sentir que has encontrado a alguien (un desconocido) al que puedes contarle cosas muy íntimas y que notas que te comprende y que te aconseja de una manera diferente y especial.

El avión debe despegar, así que os separáis (en el mejor de los casos os intercambiáis el número de móvil o la dirección de e-mails) y dejáis de veros. Quizá os escribís, quizá os mandáis un mensaje, o quizá nunca más volvéis a veros.

Tradicionalmente, no se podría considerar un amigo a esta persona. Un amigo necesita tiempo, años, pero quizá esa persona os ha dado más que un amigo de seis o siete años (habéis compartido intensidad y confidencias). Además, una de las características de los amigos es que es un tipo de relación en que lo importante es verse frecuentemente o con asiduidad. Y sin embargo, te encuentras con que un desconocido te ha marcado y te ha hecho sentir mejor, aunque seguramente no volverás a verlo jamás.

Normalmente esta situación crea tristeza, una sensación de perder, no de ganar; de haber encontrado a alguien y saber que lo has perdido. Pero en realidad has conseguido «un amarillo». Uno de los 23 amarillos que tendrás en tu vida.

Seguramente te preguntarás ¿un amarillo es un desconocido que me comprende? No exactamente. Un amarillo puede ser un conocido, un amarillo puede ser un amigo que un buen día sube a ese escalafón de amarillo. No debe ni tiene por qué ser un desconocido. Tan sólo tiene que ser alguien especial que haga que te sientas especial.

Lo más importante es que un amarillo no necesita llamadas telefónicas, no necesita años de cocción, no necesita que lo veas a menudo (una única vez es suficiente para ser un amarillo). Así que quizá mucha de esa gente que no ves a menudo, que ya no consideras amigo por falta de tiempo, quizá son amarillos.

Amarillo es la palabra que define a esa gente que cambia tu vida (mucho o poco) y que quizá vuelvas o no vuelvas a ver. Es como dar una nueva distinción a lo que antes se llamaba «mejores amigos».

Y sobre todo los amarillos no son fruto de la casualidad. Con esto quiero decir que en ese mismo aeropuerto podrías reconocer a algún amarillo (hay fórmulas para reconocerlos) y entablar una conversación para ver si lo es o no lo es, para saber si te has equivocado o si realmente tu radar funciona. Los amarillos se sienten, notas que puede serlo. No se inicia por casualidad una relación con un amarillo.

¿No has notado nunca mientras vas por la calle que alguien te llama la atención? No es en sí una cuestión sexual ni de belleza, es porque algo en esa persona hace que tengas que hablarle, que necesites decirle algo. Es un sentimiento, algo que no es amor ni sexo, aunque se supone que no puede ser amistad, ya que la amistad necesita tiempo o una actividad, un trabajo o un hobby común. Pues eso que sientes es fruto de ver a un amarillo, de tener la suerte de tropezarte con un amarillo de tu mundo.

Lo que deseo es que dentro de unos meses, después de la salida del libro, haya alguien que me pare (a mí o a ti) y diga: «¿Quieres ser mi amarillo?». Sería genial poder entrar así a la gente. Y como una de las características del amarillo (aunque no es exclusiva) es ser un desconocido sería perfecto.

Pero no nos alegremos todavía. Aún debes saber cómo encontrar a los amarillos, cómo distinguirlos y conocer la lista (no normas) de formas de relacionarse.

Todo el mundo sabe cómo relacionarse con amigos, con una pareja o con un amante (aunque puede haber mil y una combinaciones). En este caso, yo hablaré de mi forma de relacionarme con los amarillos. Te ofreceré, por decirlo de alguna manera, la teoría, la organización y la lista, y a partir de ahí cada uno encontrará la forma más cómoda de tratar con los amarillos.

¿De dónde procede la lista de formas de relacionarse con amarillos? Nuevamente de mi época en el hospital. Como he comentado antes, en el hospital encontrabas bastantes aspirantes a amarillos; de algún modo, vivir una situación tan extrema y pasar tantas horas juntos en un período corto de tiempo favorecía la aparición de un amarillo.

Creo que mi lista nació de las experiencias, de lo que hacíamos sin saberlo. Es curioso la cantidad de cosas que hacemos sin saber por qué las hacemos. Un amigo mío, Eder, escribió un relato en el que hablaba de «los tres segundos que aguantamos mirando el sol». Es cierto, aunque nadie te ha dicho que no puedes mirar más de tres segundos el sol, tú sabes que es cierto y no lo haces. Es curioso, el sol siempre está allí arriba, observándonos, dando calor, y en cambio qué poco le aguantamos la mirada. Sin duda es el gran amarillo. Lo sentimos, lo notamos, sabemos que está allí pero no debemos mirarlo mucho.

Algo parecido ocurría en el hospital. Recuerdo que cuando yo salía después de estar ingresado mucho tiempo me despedía de ellos y no sentía tristeza. Sabía que ellos se quedaban allí porque era donde les tocaba estar en aquel momento y yo me iba a casa, porque era donde debía estar. Otras veces, ocurría al revés: ellos se marchaban y yo me quedaba. No tenía sensación de abandonarlos, ni había la sensación de perder. Simplemente había la sensación de que esos compañeros de habitación o esos pelones te habían cuidado, te habían escuchado, te habían apoyado y te habían hecho crecer. Y sobre todo, te habían abrazado.

Y de ese modo llegamos a otra de las características de los amarillos, quizá la que más los diferencia de los amigos: sentir, tocar, acariciar. Jamás he comprendido lo poco que nos tocamos con los amigos, prueba de la poca evolución que ha habido en la amistad. Alguien puede ser amigo tuyo y quizá no has superado jamás la barrera de los diez centímetros de cercanía, no le has dado jamás un largo abrazo o no has visto nunca cómo se dormía o cómo despertaba. Ver cómo despierta alguien, cualquier persona, crea una sensación de cercanía, de verle nacer, de verle volver a la vida; eso es comparable a mil, o mejor dicho, a cien mil conversaciones.

Con todos los pelones, al estar en un hospital, al dormir cama con cama, nos habíamos visto muchas veces despertar. Ellos veían cómo despertaba y yo les veía despertar a ellos. Nadie debería esperar a pasar por una excursión, un viaje o una enfermedad para ver a alguien dormir y despertar. Se puede buscar. Es importante entender que los amarillos no son sólo amigos; la amistad tiene muy poco de sentir al otro, de tocarlo, de acariciarlo.

Creo que en la amistad está demasiado valorada la palabra, pero poco valorada en lo que respecta al sentirse, a la distancia física que separa a dos amigos.

Siempre he pensado que es muy injusto que la pareja se lleve el 95% del contacto físico. Nadie pondría el 95% de su dinero en un solo banco, sin embargo pones el 95% de tus caricias, de tus abrazos, en una sola persona. Creo que ahí radica el error. Por eso hay tantas infidelidades, por eso la gente se siente tan sola, por eso notas falta de contacto físico, de cariño, de caricias.

Sé que llegados a este punto debes de hacerte una pregunta: ¿se puede practicar sexo con un amarillo? Y seguro que otra pregunta está pasando por tu cabeza: si hablamos de amarillos, ¿hablamos en masculino o en femenino?

Quizá estas preguntas te han venido ahora a la mente o quizá desde el primer instante que comencé a hablar de este concepto. Sea como fuere, hay que dejar claro que la respuesta nuevamente está condicionada por lo que yo pienso, por la forma en que yo he creado los amarillos y los he cultivado.

Lo fundamental en los amarillos es el cariño, la caricia y el abrazo. Cuando hablo de dormir y despertar juntos, hablo de sentir la pérdida (el sueño) y el despertar (el renacer), jamás hablo de sexo. Con un amarillo no es conveniente practicar sexo. Se puede, claro, pero creo que la gracia de los amarillos, del concepto amarillo, de la esencia de los amarillos, es que los amarillos ganan terreno respecto a la amistad. Se llevan un 40% del contacto físico cuando quizá antes no tenían ni un 3%.

Llegados a este punto, creo que sería oportuno volver a definir a los amarillos.

Amarillo. Definición: Dícese de aquella persona que es especial en tu vida. Los amarillos se encuentran entre los amigos y los amores. No es necesario verlos a menudo o mantener contacto con ellos. La forma de relacionarse con los amarillos es el cariño, la caricia y el abrazo. Consigue privilegios que antes estaban en posesión sólo de la pareja.

Intentaré hacer una lista de conceptos de cosas que pueden hacerse con un amarillo. La lista, como todo en este libro, no tiene que ser impuesto, ni mucho menos seguido a rajatabla. Luego, uno debe decidir lo que le sirve y lo que no le sirve. No es filosofía, no es religión, tan sólo son lecciones del cáncer aplicadas a la vida, y como tal deben entenderse. Así que no hay posibilidad de discusión; sé que alguien puede decir: «Con un amarillo puedes acostarte». Otro pensará: «Los amarillos son los amantes de toda la vida». Y un tercero dirá: «Todo esto de los amarillos no tiene ni pies ni cabeza, yo he tenido siempre amigos con los que he hecho las mismas cosas que tú dices que hay que hacer con los amarillos». Mi respuesta es que me alegro, me parece genial. Sin duda, todo el mundo tiene sus amigos y tiene su forma de comunicarse con ellos. Como decía un psicólogo del hospital: «La suerte es ser como eres. La desgracia es no poder entender cómo es la otra gente».

Sigamos, pero antes que nada hay que contestar a la segunda cuestión: ¿los amarillos son masculinos o femeninos? Puedes tener amarillos chicos y amarillos chicas, lo importante es el concepto amarillo, y para mí engloba a ambos sexos.

Volviendo a la cuestión de qué se puede y qué no se puede hacer con los amarillos, seguro que estarás ansioso por saberlo. Pues ahí va una pequeña lista de cuatro puntos. Luego ya añadiremos más.

Debo aclarar que no están en orden, ni tan siquiera tienes que realizar todos estos puntos con un amarillo. Lo importante de los amarillos es tener la sensación de haber encontrado un alma gemela, una persona que te marca (una evolución de la amistad).

Y tras cerciorarte de que cierta persona puede ser un amarillo, puedes intentar hacer estas cosas:

1. Hablar.

En eso no se diferencia mucho de otro tipo de relaciones. Quizá el matiz es que se habla con un desconocido, y que lo que te ha impulsado a hablar es una sensación de que esa persona es un amarillo.

Con los amarillos sientes que les puedes contar secretos ocultos, abrirte. Puedes llamarles a horas intempestivas. Sientes que a veces no necesitas establecer contacto; puedes estar meses y meses sin decir nada y cuando vuelves a verlo todo seguirá igual.

Las palabras están demasiado valoradas, así que lo importante no es la cantidad sino la intensidad. Hay amarillos de dos conversaciones y otros de cincuenta.

2. Abrazos y caricias.

Este mundo funcionaría mejor si hubiera más abrazos y caricias. En el hospital, nos apoyábamos en los demás, nos abrazábamos. (Y eso que lo primero que pierdes cuando estás enfermo son los abrazos; la gente lo cambia por las palmadas en la espalda. A veces pensábamos que no moriríamos de cáncer sino de las palmadas en la espalda).

El abrazo amarillo consiste en abrazarse aproximadamente dos minutos. Y sentir la respiración de la otra persona. Es importante sentir la respiración.

En cuanto a las caricias, ¿dónde hacerlas? Donde quieras. En la mano, en la cara, en el brazo, en la oreja, en la pierna. Donde creas que debes acariciar. Creo que uno de los grandes errores es no acariciarse más a menudo, sentir el calor de una mano, la temperatura y el tacto de una mano sobre ti.

Recuerdo que en el hospital nos acariciábamos. Era algo natural, normal. Era simple y llanamente cariño; no había ninguna otra connotación.

Creo que en ese aspecto los amarillos se apoderan de una parcela que siempre ha sido de la pareja. Pero no hay que tener ni miedo ni celos, ni tan siquiera pensar que será mal entendido; sólo hay que cambiar el concepto. Como dije anteriormente, el cerebro necesita la combinación correcta para dejar entrar nuevas ideas. Debes dejarte empapar antes de juzgar.

Acariciar y abrazar son dos parcelas que la amistad no tiene como propias, aunque es la evolución natural que necesitan los amigos. Los amarillos lo consiguen y lo disfrutan.

3. Dormir y despertar.

Ver despertar a alguien es media vida amarilla. No tiene por qué ser en la misma cama, puede ser en dos camas, pero es importante conseguir ese clima, donde cada amarillo duerma y cada amarillo despierte siete u ocho horas después. ¿Con cuántas personas has dormido en tu vida y no has practicado sexo? ¿Ha sido por un viaje? Hazte esta pregunta. Seguramente será poca gente. Y si es en la misma cama, todavía serán menos. Éste es otro error de la sociedad: pensar en el dormir y en el despertar como algo funcional, cuando es un hecho tan importante como comer o cenar.

Todo el mundo cena y come con amigos. ¿Cenamos? ¿Comemos juntos? Es la parcela de los amigos. Eso y viajar. Pero ¿dormimos juntos? ¿Despertamos juntos? Eso no entra dentro de lo habitual y es absolutamente necesario. Diría más, es vital.

Se cree que dormir es algo tan personal que debe ser solitario o compartido a través del sexo, pero ésta es otra parcela en que los amarillos ganan.

4. Separarse.

Debes saber que un amarillo no necesita tanto tiempo como un amigo; no necesitas tenerlo toda la vida. Un amarillo puede ser de horas, de días, de semanas y de años. Del tiempo que se necesite.

Pero a un amarillo no hay que cultivarlo; no le debes nada, no debes cumplir con él. Tienen y deben tener caducidad. No debes ni tan siquiera enviarle un e-mail, una llamada o un SMS para mantener algo vivo.

Estuvieron contigo, te ayudaron en determinado momento o les ayudaste en un momento concreto. Luego continúan su camino y se convierten en amarillos de otros.

Ese no sentir que estás obligado a nada es fundamental en el mundo amarillo. Las obligaciones, la confianza, lo estropea todo.

¿Hay amarillos que duren toda una vida? Claro que sí. Yo tengo un amarillo al que conocí con diecinueve años; llevamos catorce años de amarillos. Es mi amarillo más antiguo y todavía creo que nos quedan bastantes años.

¿Hay amarillos que duran horas? También. Son los que encuentras en una consulta externa de hospital, en un café, en un aeropuerto, en la calle, en una piscina. Amarillos de horas.

Mientras estuve en el hospital cumplí con mucha gente de allí las cuatro reglas que os he explicado: tuve muchos compañeros de habitación con los que dormí y desperté mientras estuve ingresado, con los que me abrazaba (cuando lo necesitábamos), con los que hablaba de todo (de muerte, de pérdidas, de cine) y a los que perdí, pero no sentí tristeza al perderlos. Sobre todo porque lo que aprendí de los amarillos, lo que me dieron, continúa dentro de mí.

Pero muchos de ellos no fueron amarillos. Creo que en mi época de hospital conocí tan sólo a cinco amarillos. El resto fueron amigos.

Sé que te preguntarás cómo se puede diferenciar y sobre todo cómo se pueden encontrar. ¿Cuál es la forma de encontrarlos? ¿Cuál es la forma de distinguir un amarillo de un amigo? Bueno, como en todo en la vida depende de las sensibilidades de cada uno, pero en el siguiente capítulo daré algunas premisas para responder a estas preguntas y a muchas más.

A menudo, yo como escritor y supongo que tú como lector, necesitamos que un capítulo se acabe. A veces para ir a dormir (una parte de vosotros estará en una cama ahora); otras veces para dejar una piscina, una playa, una hamaca, una silla o un sofá. Deseo y espero que ese sofá, esa silla o esa hamaca sea tu sitio favorito para leer.

Decía Stephen King que debes encontrar el mejor lugar de tu casa para escribir una novela porque luego desearás que el lector esté en el mejor de la suya leyendo. De esta manera se produce una comunicación total. Pues yo puedo asegurarte que estoy en mi silla favorita, escribiendo en mi pantalla escogida para la ocasión y sintiéndome muy feliz contándote todo esto.

Sin embargo, yo también necesito que se acabe el capítulo. Los escritores también deben acabar un capítulo para pensar, para reflexionar acerca de lo que han escrito y para hacer una pausa. Del mismo modo que quizá tú estés a punto de dormir, de ir a la playa o a la piscina, a comprar el pan o quedar con alguien que con suerte puede ser un amarillo.