5 de septiembre de 2006
Querido Orlando L.,
Se habla tanto de la dificultad de escribir una carta, de dejar por escrito a alguien entrañable cuanto ha acontecido en las semanas que anteceden al acto de la escritura, que el simple hecho de pensarlo activa el engranaje de la resistencia, incluso a pesar de que permanece el deseo de establecer la correspondencia —esa perversa forma de estar al corriente de cuanto nos sucede, pues siempre habrá demasiados kilómetros de por medio.
Nos prometimos mantenernos al tanto de nuestros planes y del itinerario que tendríamos para esta vida y en la reencarnación. Debo confesarte que me costó trabajo escribir la última parte de la oración anterior. Reencarnar. Supongo que primero debo concentrarme en los planes que tengo para esta vida, ¿Te acuerdas de aquel cuento que te hice, el del anciano de la silla de ruedas? Aquel tipo tenía muy claro lo que quería ser en su otra vida: escritor. Le hablé de mis planes —que comprendían sólo parte de esta vida (me cuesta aclarar que me refiero a «la vida que llevaré hasta la llegada de mi primera muerte» y no a otra)—, y a boca de jarro me dijo que veía lagunas en mi plan.
¿Acaso el viejo de la silla de ruedas tenía razón?
Sabes bien lo que tengo entre manos, lo hemos hablado más de una vez. Por lo pronto, mis planes para «esta vida» me dejan anclado acá en La Habana, así será al menos durante todo el 2006 y el 2007.
Creo que debemos «intentar e insistir con la maroma de la libertad levando el ancla». ¿Es cierto que «sólo existe una gran aventura y es hacia adentro, hacia uno mismo, y que para esa ni el tiempo ni el espacio ni los actos, siquiera importan»? (V. Piñera y H. Miller otra vez a mi alrededor. No sé si sea sensato sacar de los cuartones a las bestias.)
Creo que sí.
A todo digo que sí.
Intentar la maroma de la libertad. Un viaje hacia nosotros mismos. Arrojarnos a esa gran aventura. Aunque sea penosamente.
Pe-no-sa-men-te.
Abrazos,
Ahmel