2 de agosto de 2006

Llevo días recordando una vieja balada. La escribió mi amigo Ariel. Busqué la grabación casera que hicimos, escuché la cinta y pude entonces completar los versos que había olvidado. Es bella. Desde que comencé a tararearla a mi memoria llegan imágenes, estados de ánimo, incluso sonidos y olores. Recuerdos.

Es diverso el origen de cuanto llega a mi memoria motivado por esa balada. Es variado lo que experimento con cada recuerdo y asombrosas las conexiones. Figuras. Así llamaba Julio Cortázar a esa arquitectura invisible formada por eventos al parecer inconexos; así las llamaba a falta de un nombre mejor. Un viejo zorro el argentino.

La escritura de una canción, la muerte, llevar un diario, los días junto a Grethel, la imagen de dos arco iris en una misma tarde de agosto en Altahabana... Llegan a mi memoria mientras tarareo la balada. ¿Una figura? Pero hay más. Hay mucho más.

Y como si fuera poco tengo una frase enquistada en mi cerebro: La escritura es una cifra de la vida, condensa la experiencia y la hace posible. (El último lector, Ricardo Piglia).

Condensar la experiencia, hacerla posible mediante la escritura.

Nota: Creo que estoy desvariando. Supongo que por el momento debo dejar todo aquí.