Capítulo 9
El puño de Rigo conectó con la mandíbula del fotógrafo y lo tiró al suelo inmediatamente. Entonces, agarró la cámara y la arrojó por encima del muro de la finca, en cuyo interior cayó con un ruido a cristales rotos muy satisfactorio.
—Te vas a arrepentir de esto, Marchesi —le espetó el hombre mientras escupía sangre sobre el suelo.
Rigo se inclinó sobre él y lo agarró por cuello de la camisa dispuesto a darle otro puñetazo. Solo la mano de Nicole en el brazo le impidió hacerlo. La ira fue desapareciendo y, al final, lo único que fue capaz de escuchar fueron los gritos aterrados de su hija.
Se volvió y tomó a Anna de los brazos de Nicole mientras los guardias de seguridad se ocupaban del fotógrafo. La niña se acurrucó contra él y poco a poco fue calmándose. Rigo agarró a Nicole por el brazo y las llevó a ambas de vuelta al interior de la casa.
Cuando estuvieron dentro, terminó de calmar a Anna hasta que la niña volvió a sonreír. Entonces, la colocó en el parque de juegos y la rodeó de sus juguetes favoritos. Luego, fue a buscar un botiquín y se puso a limpiar las heridas que Nicole tenía en los pies.
Ella aulló de dolor.
—Tuve que dejar los zapatos para salir huyendo de ese hombre.
—Voy a ocuparme de él… No te preocupes.
—Te va a demandar por haberle pegado…
—Me gustaría ver cómo lo intenta —rugió Rigo mientras terminaba de curarle y vendarle las heridas a Nicole.
Tras cerrar el botiquín, se puso de pie y la miró.
—Rigo, la situación es grave. Has vuelto a empezar la guerra con las personas que tanto hemos luchado por mantener a raya.
—¿Acaso hubieras preferido que permitiera que se marchara con fotografías de nuestra hija?
—¡No! Por supuesto que no —dijo ella haciendo gestos de dolor cada vez que caminaba—. Simplemente me preocupa cómo va a afectar esto a tu contrato… a tu empresa.
Rigo sintió un nudo en el pecho. No había pensado en eso. Si era sincero consigo mismo, llevaba días sin hacerlo. Se había movido por instinto, para proteger lo que más le importaba. Por primera vez en su vida, no había puesto sus propios intereses primero. ¿Desde cuándo eran Nicole y Anna más importantes?
Se puso de pie y se acercó a la ventana. Observó cómo metían al repugnante fotógrafo en un coche de Polizia. Alberto estaba en la verja y se volvió para mirarlo con una expresión que Rigo sabía reflejaba perfectamente la suya propia.
Lo había estropeado todo. Soberanamente.
A la mañana siguiente, Nicole estaba en la cocina observando cómo Rigo recorría de arriba abajo la terraza mientras hablaba con sus abogados. Le turbaba no saber qué hacer con su esposo. No sabía si debía tratar de mostrarle su apoyo o dejarle en paz. Ver cómo perdía el control el día anterior había resultado aterrador. Había sido como ver a un desconocido.
Él regresó al interior y dejó el teléfono sobre la encimera para tomarse un sorbo de su espresso.
—El fotógrafo me ha demandado —dijo mientras apretaba los puños—. Afirma que porque estaba en un lugar público debería aplicársele el derecho de libertad de prensa. Los medios están presionando para que se revoque nuestro mandamiento judicial.
De repente, Nicole sintió mucho frío a pesar del cálido sol de la mañana, que entraba a raudales por la ventana. Si se revocaba el mandamiento judicial, eso significaría que podrían conocerse detalles íntimos de su relación y de su hija
—Tenemos que marcharnos a París inmediatamente —afirmó Rigo.
—Yo no pienso marcharme a París.
—Tenemos que enfrentarnos a esto, Nicole. Si fracasa el trato con Fournier, miles de puestos de trabajo correrán peligro, por no mencionar el efecto que algo así tendría sobre el grupo Marchesi.
—En estos momentos, tu empresa no es mi prioridad.
—Nicole, te necesito a mi lado si queremos tener alguna posibilidad de superar todo esto. Eres mi esposa.
—Exactamente. Soy tu esposa. Así que deja de pensar en mí como una herramienta que utilizar contra los medios y considerar lo que yo siento para variar. Ese hombre me persiguió colina abajo para conseguir fotos de mi hija, Rigo. ¿Tienes idea de lo aterrador que resulta saber que sigo sin poder protegerla?
—Accediste a esto cuando te casaste conmigo. Sabías lo que implicaba una relación con un perfil como el nuestro.
—Yo no accedí a meterme en un nuevo escándalo. No puedo regresar a París ni exponerme de nuevo por ti. Lo siento.
Con eso, sacudió la cabeza y regresó al salón. Rigo la siguió.
—Hice lo que hice para proteger a mi familia. Me enfrenté a ese hombre por ti. Y ahora sales huyendo como una cobarde.
—¿Sabes una cosa? Eso es exactamente lo que me decía siempre mi madre cuando ella había hecho algo que hacía que mi vida fuera más difícil —le espetó. Rigo se sintió como si ella le hubiera abofeteado.
—Eso es injusto. Sabes que me preocupo por ti… y por Anna. Os necesito a las dos conmigo en París y no hay más que decir.
—Si te preocuparas por nosotras, no nos harías marcharnos de esta casa nunca más.
—Nicole, escúchame. Te protegeré de los medios —dijo mientras tomaba las manos de ella entre las suyas—. Realicé esa promesa y ya te he demostrado que lo decía en serio. Deja que te proteja.
—No puedes utilizarme una y otra vez para proteger a tu empresa del escándalo y seguir aparentando que pones primero a tu familia.
Rigo le soltó las manos y dio un paso atrás.
—¿Y qué vas a hacer? ¿Vas a encerrarte aquí para criar a mi hija sola en esta casa, como si fuera la maldita Rapunzel? ¿Crees que eso es mejor que arriesgarse a que alguien le pueda hacer alguna fotografía?
Nicole permaneció en silencio. Se negaba a mirarlo.
—La única persona que se está mostrando poco razonable eres tú. Espero que seas feliz aquí, en tu propia cárcel.
Con eso, Rigo se marchó y dejó a Nicole mirando la puerta con una expresión vacía en el rostro.
Rigo permaneció en silencio en la sala de conferencias mientras el infierno estallaba a su alrededor. El equipo de Relaciones Públicas llevaba tres días trabajando sin parar para mantener el mandamiento judicial, pero la historia iba tomando fuelle en las redes sociales y el resultado parecía ya inevitable. Los paparazzi se habían unido y exigían sangre.
A nadie parecía importarle que aquel fotógrafo hubiera tendido una emboscada a su esposa e hija. Parecía inevitable que el caso terminara en los tribunales. Los directores de Fournier ya habían convocado una reunión de emergencia con el consejo de dirección. Iban a echarse atrás y no había nada que Rigo pudiera hacer para conseguir que cambiaran de opinión.
El mundo parecía estar desmoronándose a su alrededor. Si por lo menos Nicole hubiera confiado lo suficiente en él, tal vez juntos pudieran haber capeado el temporal y conseguir que todo se pusiera a su favor. Sin embargo, ella había preferido quedarse escondida.
—Rigo, ¿estás escuchando? —le preguntó el director de su departamento legal.
Él se levantó. De repente, se sentía muy cansado de aquella situación. Todas aquellas personas habían estado trabajando incansablemente para él. ¿Y todo para qué? Rigo llevaba cinco años dedicado a convertir la empresa familiar en la más grande de toda Europa, absorbiendo empresas y firmando contratos. Con el acuerdo Fournier a punto de perderse, se sintió vacío. De repente, comprendió que ya nada le importaba. Por eso, se levantó y se marchó de la reunión sin dar más explicaciones.
Cuando llegó a su apartamento, vio que la acera estaba repleta de fotógrafos, igual que lo había estado desde hacía tres días. Aquella situación le hizo comprender la clase de vida que Nicole debía de haber llevado. Él nunca había vivido nada similar. Aquella experiencia le abrió los ojos.
Entró en su apartamento e inmediatamente se dio cuenta del sombrero azul que estaba sobre la encimera de la cocina y vio que su padre estaba sentado en el sofá, con una copa de coñac entre las manos.
—He venido en cuanto he visto las noticias —dijo. Se puso de pie y fue a servirle otro coñac a su hijo.
—¿No estabas de viaje en alguna parte? ¿O es que te ha llamado el tío Mario en cuanto se dio cuenta de hasta dónde había metido yo la pata?
—Mario me llamó —admitió Amerigo—, pero estoy aquí por mi hijo, no por el director ejecutivo del grupo Marchesi. Antes de tu boda, ¿cuándo fue la última vez que te tomaste unas vacaciones?
—Papá, tengo cosas más importantes de las que preocuparme en estos momentos…
—¿Otra absorción? —le preguntó Amerigo sacudiendo la cabeza—. Mira, hijo. Admiro todo lo que has conseguido. Has llevado la empresa familiar a un nivel que yo jamás soñé en poder conseguir. Sin embargo, ¿cuándo va a ser suficiente?
Rigo miró a su padre sin comprender.
—Yo creo en el progreso constante…
—Progresar. ¿Es eso lo que crees que estás haciendo? Pues desde aquí me parece que no haces más que correr sin moverte del sitio.
—Papá… en estos momentos estoy sometido a mucha presión. No agradezco tus regañiñas…
—Pues hay que regañarte de vez en cuando. Eres tan testarudo… Igual que tu madre. Desde que esa maldita chica te engañó, estás así. Huyendo y huyendo del dolor.
—He estado tratando de seguir con mi vida. ¿Tan difícil resulta creerlo?
—Sí. Porque es mentira. Cuando te des cuenta de eso y veas que tal vez sea mejor que este asunto vaya disolviéndose poco a poco. Es más importante que vayas a disfrutar del resto de tu luna de miel. La empresa sobrevivirá a la pérdida del contrato con Fournier.
—No es tan sencillo —susurró Rigo tras tomar un sorbo de coñac—. Si pierdo este contrato, el consejo reaccionará. Ya han expresado su enfado.
—Hijo, si pudiera darte una lección de vida, sería esta. No pierdas un tiempo muy valioso en lo que el consejo ni nadie piense que debes hacer. Vive tu vida.
Las palabras de su padre siguieron resonándole en la cabeza mucho después de que su padre lo dejara solo. Le había dicho a Nicole que no permitiera que los medios dictaran su vida, pero él estaba haciendo eso precisamente. También le había dicho que confiara en él, que él la protegería de todos sus temores y, sin embargo, en el momento en el que las cosas se pusieron difíciles, él le había pedido que se expusiera a lo que más temía por su empresa.
La había tratado igual de mal que su madre. Al comprenderlo, sintió náuseas.
Mientras el taxi avanzaba por las calles de París, Nicole se preguntó por millonésima vez si estaba haciendo lo correcto. Cuando se enteró de que la vista en el tribunal era aquel día, supo que no podía mantenerse al margen. Tenía que intentar hacer algo.
Salió del coche y miró los escalones que conducían al juzgado. Vio a Rigo de pie cerca en lo más alto. Estaba terminando su declaración a la prensa. En el momento en el que él la vio, sintió que se le hacía un nudo en el estómago. De repente, se sintió mucho menos valiente.
Con el rostro sorprendido, Rigo bajó los escalones para reunirse con ella.
—¿Qué diablos estás haciendo aquí? —le preguntó con dureza—. Vuelve a meterte ahora mismo en el coche antes de que te vean.
—He venido a declarar —dijo ella—. He venido a apoyarte.
—Todo ha terminado —le informó él—. Les he pagado y el caso ha sido desestimado. Si me hubieras dicho que ibas a venir, te habría dicho que te quedaras exactamente donde estabas.
—¿En mi cárcel?
—Estaba muy enfadado conmigo mismo cuando dije esas palabras.
—No. Tenías razón, Rigo —afirmó ella—. No puedo vivir siempre huyendo de esas personas. No puedo enseñarle a mi hija a tener miedo.
—Cuando te dije esas palabras, en lo único que estaba pensando era en mí mismo. Llevo tan solo unos días viviendo en un microscopio y ya me he vuelto medio loco. Además, fueron mis actos los que nos metieron en este lío y yo debo enfrentarme solo a las consecuencias.
—No he venido solo por ti, Rigo. También he venido por mí. Quiero demostrarme que soy lo bastante fuerte para proteger a mi hija.
—Lo eres, Nicole. Eres la mujer más fuerte que he conocido nunca.
Un cámara se dio la vuelta y los vio a los dos hablando. Muy pronto, todos los periodistas presentes bajaron hacia ellos.
—Es tu última oportunidad —le advirtió Rigo.
Nicole lo miró con una expresión muy seria.
—No voy a huir más.
Las cámaras y los reporteros los rodearon con un murmullo de excitación. Las preguntas no tardaron en producirse.
—Nicole, ¿qué tienes que decir sobre las alegaciones de que tu matrimonio es una completa mentira?
Nicole respiró profundamente y trató de recordar el discurso que había memorizado en el avión. Cuando lo consiguió, se cuadró de hombros y comenzó a hablar.
—El matrimonio es un asunto muy íntimo para mi esposo y para mí. Solo porque los dos hayamos cortejado antes a los medios no significa que ustedes puedan disponer de nuestras vidas privadas a su conveniencia.
—¿Y qué tiene que decir sobre el feroz ataque de su esposo?
—Mi marido actuó instintivamente para proteger a mi hija y a mí del acoso de un desconocido. Les voy a hacer una pregunta. ¿En qué mundo es legítimo perseguir a una mujer sola con una niña inocente con el único propósito de entretener al público? ¿Le da su ocupación el derecho de poner en peligro la seguridad de los que no se pueden proteger a sí mismos? Hasta que mi hija tenga la edad suficiente para elegir lo que desea hacer, yo defenderé con uñas y dientes su derecho a la intimidad.