Capítulo 3
Nicole levantó la mirada y observó al hombre que le estaba ofreciendo la ruina y una tabla de salvación al mismo tiempo. ¿Qué clase de mujer sería si accediera a casarse con él bajo aquellas circunstancias? Sabía exactamente lo que sería. Una mujer como su madre, aunque ella jamás había elegido a sus esposos basándose en lo que le convenía más a su hija. Solo lo había hecho por dinero y por portadas en revistas. Nicole, simplemente, había sido un instrumento que podía utilizar en su relación amorosa con los medios de comunicación.
—Si accediera a esto, querría que me dieras tu palabra de que Anna jamás formará parte de tu imagen pública. Jamás la utilizarías en reportajes ni cosas parecidas.
—Se le protegerá. Tienes mi palabra.
Nicole asintió y trató de tragar el nudo que se le iba formando en la garganta y que era cada vez más grande. Le temblaban las manos. La enormidad de lo que estaba considerando amenazaba con hacerle perder la compostura.
—Podemos ponernos de acuerdo en los detalles más tarde. Por ahora, ¿me equivoco al pensar que estás aceptando mi propuesta?
Nicole respiró profundamente.
—Sí, me casaré contigo.
El triunfo se reflejó en los ojos de Rigo. Asintió para darle su aprobación.
—Bene. Convocaré una reunión con mi equipo de Relaciones Públicas y pondremos la bola en movimiento.
Le abrió la puerta a Nicole y le cedió el paso antes de salir al enorme vestíbulo del último piso del rascacielos. Nicole frunció el ceño. ¿Eso era todo? Acababa de acceder a casarse con él… Seguramente había muchos detalles más de los que hablar. Cómo iban a vivir, cómo iban a explicar aquella ridícula charada…
Lo siguió rápidamente, sintiendo que la cabeza ya no estaba unida a su cuerpo. Esperaba estar haciendo lo correcto y que aquello, efectivamente, fuera lo mejor para su hija. No importaba que ella, esencialmente, le estuviera vendiendo su vida a aquel hombre. Era un acuerdo de negocios. Seguramente estaría fuera todo el tiempo y ella podría seguir criando a su hija en paz.
—Rigo, espera… —dijo extendiendo la mano y haciendo que él se detuviera—. Tengo que saber qué es lo que va a ocurrir ahora. Todo va demasiado deprisa.
—Yo me ocuparé de todo. Solo tienes que preocuparte de representar tu papel.
Nicole sintió la frialdad de aquellas palabras. Incapaz de hablar, se limitó a asentir mientras evitaba mirarlo a los ojos.
Rigo sacó su teléfono móvil y comenzó a tocar la pantalla.
—Haré que las dos os mudéis ahora mismo a mi apartamento. Puedes darle a Alberto una lista de todo lo que necesites de tu antigua casa.
—¿Vamos a vivir juntos tan pronto? —le preguntó Nicole mientras miraba en silencio a Anna, que seguía durmiendo plácidamente en la silla.
—Es necesario que empecemos cuanto antes nuestro frente común. Les haremos saber a la prensa que no tenemos nada que ocultar —afirmó Rigo. Entonces, empezó a hablar en voz muy baja con su mano derecha y, literalmente, la dejó con la palabra en la boca.
Nicole trató de no sentirse triste por la falta de interés que él mostraba por su hija. Decidió que, en ese sentido, necesitaba moderar sus expectativas. No había razón alguna en esperar nada normal de aquella situación. Bastaba con que Rigo le hubiera propuesto matrimonio para proteger a la niña. No se atrevería a esperar nada más de él.
Rigo permaneció tanto como le fue posible en su despacho antes de regresar a su apartamento. El ático en el que vivía, situado en el XVI arrondissement, había sido su primera compra cuando lo nombraron director ejecutivo hacía cinco años. Tenía una enorme terraza desde la que se dominaba una increíble vista del Bois du Boulogne. Se trataba de un espacio ideal para el poco tiempo libre del que él disponía y contaba con una mezcla perfecta de decoración moderna y detalles de los años 30, que a él le gustaban mucho. A pesar de todo, no se podía decir que fuera el espacio ideal para una niña pequeña.
Escuchó atentamente y respiró aliviado al comprobar que no se escuchaba nada desde la zona de los dormitorios. Nicole y la niña se habían mudado a primera hora de la tarde y él, a propósito, había esperado hasta después de cenar para regresar. Había necesitado tiempo para pensar, para procesar aquel cambio tan grande en su vida.
El salón no mostraba señales de cambio alguno. Todo estaba tal cual él lo había dejado por la mañana. Era un apartamento de un hombre soltero en toda la extensión de la palabra. Contaba con una enorme barra de bar de mármol negro dominando un lado de la zona del comedor y una televisión enorme montada sobre la chimenea. ¿De verdad tan solo habían pasado catorce horas desde que se tomó un café mientras veía allí las noticias de la mañana como todos los días?
Nada le podría haber preparado para el resultado de la prueba que le comunicaron un rato después. Jamás había tenido duda alguna de que Nicole le estuviera mintiendo. Estaba seguro de que ella tan solo quería atribuirle su embarazo a la conquista más rica que había tenido. Las admiradoras sedientas de dinero siempre se acercaban a un hombre que llevara el apellido Marchesi. Tenía tanta experiencia con las cazafortunas ya que podría durarle una vida entera.
Y en aquellos momentos sabía que era padre.
El pensamiento le golpeó en el pecho con pesada finalidad. Podría pasarse la noche allí sentado, pensando mientras se emborrachaba, pero eso no resolvería nada. Solo serviría para dejarle un terrible dolor de cabeza. Seguiría siendo el padre de una niña a la mañana siguiente.
Hacía mucho tiempo que había tomado una decisión muy difícil. Sabía que, algún día, si así lo deseaba, podría revertir su situación. Sin embargo, jamás había esperado que la situación se modificara sola. Su médico le había asegurado aquella misma tarde que era extremadamente raro.
A lo largo de los años, Rigo se había acostumbrado a la idea de que nunca sería padre. La decisión de hacerse una vasectomía había sido necesaria.
¿Qué posibilidades había? La única noche que se le había olvidado utilizar un preservativo… una noche que jamás había sido capaz de olvidar.
Nicole Duvalle era la clase de mujer que se había pasado evitando los últimos diez años de su vida. Sin embargo, se la había llevado a la cama sin pensárselo dos veces. Aquella noche, se había desprendido de toda cautela y, por una vez, había tomado lo que deseaba. Durante un breve instante, había creído que podía ser otra persona en vez de ser quien era. Estar con ella le había desatado una sed por algo más que los rígidos confines de su mundo. Entonces, había descubierto quién era ella y esa sed había desaparecido con sorprendente finalidad.
Nicole había sido como una droga para sus sentidos. En un mundo de falsedad, ella le había parecido tan real, tan pura… Se había dejado llevar por la embriagadora atracción que ardía entre ellos y había perdido toda noción del tiempo. Si su mano derecha no hubiera intervenido para decirle quién era ella…
Se acercó a la ventana y observó la brumosa oscuridad del Bois de Boulogne. No importaba lo que podría haber ocurrido. Su vida ya no podría complicarse más. Estaba comprometido para casarse con una mujer con una reputación más turbia que la mayoría de los políticos. Durante gran parte de su vida, había aparecido en las portadas de los tabloides sumida en el escándalo, y eso que solo tenía veintitrés años. Nicole juraba que había cambiado y que no quería nada de él ni de los medios de comunicación. Sin embargo, él sabía muy bien cómo podía mentir una mujer.
Al sentir que el cansancio se iba adueñando de él, decidió que había llegado el momento de dormir en vez de pensar en el pasado. Se dirigió a su dormitorio, pero se detuvo al ver que había una serie de artículos femeninos sobre su cama. La puerta del cuarto de baño estaba abierta y Nicole salió de él, con el cabello húmedo tras darse una ducha y cubierta tan solo por un albornoz muy corto.
Rigo contuvo la respiración, aunque el aroma a vainilla y miel ya le había alcanzado y estaba turbando sus sentidos.
Nicole se apretó un poco más el cinturón del albornoz alrededor de la estrecha cintura. El movimiento solo sirvió para juntar y subir más sus pechos contra la delgada tela de la prenda. Rigo apretó los puños.
—Pusieron aquí todas mis cosas con las tuyas —dijo ella rápidamente, aunque evitando mirarlo a los ojos—. Tu ama de llaves estaba muy… emocionada.
—Entiendo.
Rigo observó brevemente los tonificados muslos que había bajo el albornoz y sintió que la tensión que le atenazaba los músculos se incrementaba. Su mirada debió de revelar parte de sus pensamientos, porque Nicole se aclaró la garganta y retiró su ropa de la cama. Sin decir otra palabra, volvió a meterse en el cuarto de baño y cerró la puerta.
Rigo se apoyó contra la cómoda y sintió que la tensión se apoderaba de él. Aquella era una complicación inesperada para el que, hasta entonces, le había parecido un plan perfecto. Su personal era de la mejor agencia de París, pero nada era verdaderamente confidencial en su mundo. Iban a presentarse ante los medios con una historia de amor. Se esperaba que él compartiera la cama con su prometida. Como lo haría cualquier hombre.
Había pensado que verla tal y como realmente era lo ayudaría a borrar todo lo que pudiera atraerlos aquella noche. Evidentemente, su cuerpo no pensaba lo mismo.
Se desabrochó el cinturón y se lo sacó del pantalón. Entró en su vestidor, que había sido creado de acuerdo a sus más mínimos deseos y especificaciones. Tenía perchas y cajones para cada pequeño detalle. La organización era su placer secreto. Ver algo perfectamente alineado le daba una sensación de paz.
Abrió el cajón de los cinturones para encontrar que contenía tan solo la mitad de sus cosas. La otra mitad contenía una selección de coloridas bufandas. Frunció el ceño y vio que el siguiente cajón también había sido modificado. Su ama de llaves había colocado todas las cosas de Nicole junto a las suyas, evidentemente porque ella le había caído en gracia. Por supuesto, si se suponía que iban a compartir la cama, tendrían que compartir también el vestidor. Rigo se sintió por primera vez como si se hubiera metido en una madriguera y no pudiera salir.
Salió del vestidor con el ceño fruncido y regresó al dormitorio principal. Allí se encontró a Nicole vestida con un sencillo pantalón de pijama rosa y una camiseta blanca. Estaba metiendo sus cosas en una pequeña maleta y tenía el ceño fruncido.
—He visto que todas tus cosas están en mi vestidor.
Nicole lo miró con incredulidad.
—¿Y es eso culpa mía?
Rigo se pasó la mano por la mandíbula, en la que ya se notaba el nacimiento de la barba. No hacía más que pensar en la miríada de complicaciones que ni siquiera había previsto.
—Tendremos que compartir la cama hasta que pase la boda —dijo él apretando los dientes mientras se quitaba la corbata y la guardaba en la cómoda—. No podemos arriesgarnos a que el personal vaya extendiendo rumores por ahí.
—Eso no va a ocurrir.
—¿Qué te pasa? ¿Acaso temes no poder controlarte?
Observó cómo ella se mordía los labios y apartaba la mirada de la de él. Cuando Nicole volvió a mirarlo de nuevo, él se sorprendió al encontrar ira en vez de vergüenza en sus ojos.
—Esto no es a lo que yo accedí, Rigo —le espetó mirándolo fijamente—. No es… apropiado para lo que hay de verdad entre nosotros.
—Créeme si te digo que no soy una amenaza para ti. Cuento los días hasta que pase la boda tanto como tú.
—En ese caso, ¿por qué tenemos que dormir juntos? Estoy segura de que podrás confiar en tus propios empleados.
—Tengo como regla fundamental no confiar en nadie —respondió él mientras comenzaba a desabrocharse los botones de la camisa. Notó cómo los ojos de Nicole seguían el movimiento—. Se supone que estamos sumidos en la pasión de una historia de amor y por eso nos casamos así. Compartiremos la cama. Fin de la discusión.
—Me alegra ver que tengo algo que decir en todo esto.
—Tanto como yo, cara —concluyó él—. Dormir juntos es la menor de nuestras preocupaciones en estos momentos —añadió mientras se quitaba la camisa y la doblaba antes de disponerse a desabrocharse los pantalones.
Levantó la mirada y vio que Nicole le estaba observando. Ella se aclaró la garganta como si fuera a hablar, pero no pudo hacerlo. Rigo estuvo a punto de sonreír cuando ella apartó la mirada y se deslizó rápidamente entre las sábanas cubriéndose con ellas hasta la barbilla. Tal vez Rigo había ganado aquel asalto, pero, ¿quién era el ganador de verdad cuando el premio era una noche de tortura física?
Él terminó de desnudarse, pero se dejó puesto el bóxer. Normalmente, dormía totalmente desnudo, pero decidió que tal vez sería mejor no hacerlo. Se tumbó y se cruzó los brazos por debajo de la cabeza. La respiración de Nicole era lenta y contenida, pero él sentía la tensión que emanaba de ella. En realidad, los dos la sentían. Si bajaban la guardia, serían capaces de desatar una completa locura.
Rigo decidió que le esperaba una noche muy larga.
A la mañana siguiente cuando se despertó, Nicole tardó un momento en darse cuenta de dónde estaba. Al recordar que estaba en la cama de Rigo, contuvo el aliento y se volvió hacia el otro lado. Por suerte, lo encontró vacío. Las sábanas aún desprendían calor, por lo que no podía hacer mucho tiempo que él se había levantado. Al principio de la noche, dormir junto a un hombre tan varonil como él le había parecido una tarea imposible, pero, al final, había conseguido conciliar el sueño. Los acontecimientos del día la habían dejado agotada.
El apartamento estaba en silencio. Anna se había despertado brevemente durante la noche, pero se había vuelto a quedar dormida en la cuna que Rigo le había traído desde su casa con el resto de las cosas de la pequeña. Dado que la niña aún seguía dormida, Nicole se dio una ducha y se aplicó un ligero maquillaje. En silencio, dio las gracias por la eficacia del personal de Rigo a la hora de trasladar sus pertenencias desde La Petite tan rápidamente.
Al pensar que su hermosa granja se viera ocupada muy pronto por nuevos inquilinos sintió que se le hacía un nudo en el corazón. Todos los detalles que ella había añadido para hacerla más acogedora desaparecerían con una nueva capa de pintura o se retirarían. El rastro de Anna y de ella en aquella casa desaparecería para siempre. Esa vida era ya solo un recuerdo.
Había accedido a casarse por Anna. Para darle una relación con su padre y una vida mejor de la que ella podría ofrecerle. Sin embargo, algo seguía inquietándola. Era como si hubiera tratado de huir de la amenaza de los medios para enfrentarse al final a una mucho más inquietante. Rigo.
Se alegró cuando Anna se despertó por fin para poder centrarse en la rutina diaria y evitar los incómodos pensamientos que la acosaban. No tardó en descubrir que no le resultaba tan fácil comportarse con normalidad con un ama de llaves que se anticipaba a todo lo que pudiera necesitar. Se le ofreció un desayuno tipo bufé, junto con una selección de comidas infantiles preparadas especialmente para Anna. La fruta fresca, los dulces y las crepes ocupaban gran parte de la encimera de la cocina.
Nicole le dio las gracias. La comida era mucho mejor de lo que ella preparaba en La Petite. Para ella, nunca hacía otra cosa que tostadas, dado que, antes de marcharse de Londres, siempre había comido en restaurantes y cafés de moda para que la vieran. Sin embargo, aprender a cocinar había sido un gozo inesperado que aprendió mientras estaba embarazada, junto con lo de la limpieza y tener que ser autosuficiente.
Al verse allí, con los biberones de Anna esterilizados y preparados, la ropa lavada y planchada, se sintió un poco… innecesaria. Frunció el ceño, pero, instintivamente, suavizó su gesto.
—Nicole, han llegado las niñeras para la entrevista —le dijo Alberto tras aparecer en la puerta.
—¿Niñeras? —preguntó Nicole mientras se tragaba un trozo de melón y se ponía de pie para hablar con la mano derecha de Rigo—. Yo no he organizado ninguna entrevista.
—Rigo realizó una selección en la agencia más selecta de París —repuso él mientras se alisaba con gesto ausente una arruga invisible de la camisa, como si estuviera aburrido de las tareas que tenía aquel día.
—Yo no quiero niñera —repuso Nicole—. Eso es algo que Rigo debería haber aclarado conmigo en primer lugar.
—Yo soy solo el mensajero. Si tienes algún problema, háblalo con él —le espetó.
Nicole se mordió el labio y agarró el teléfono móvil. Lo llamaría y le diría tranquilamente que no estaba bien que él se hiciera cargo de su vida simplemente porque iban a casarse. Respiró profundamente y luego se detuvo. De repente, se había dado cuenta de que no tenía el número de teléfono de su prometido.
Alberto hizo un gesto de incredulidad cuando ella se lo pidió y tocó la pantalla de su propio teléfono antes de entregárselo a Nicole. Ella evitó la mirada cínica de Alberto. Él le hacía sentirse muy incómoda. El recuerdo de cómo la había acompañado en silencio hasta la puerta de aquel mismo apartamento unos meses atrás jamás la había abandonado.
No tardó en escuchar la voz de Rigo al otro lado de la línea telefónica.
—¿Sí?
—¿Has decidido que alguien va a cuidar de mi hija sin consultármelo a mí primero?
—Sí. He seleccionado una serie de candidatas que van a llegar esta mañana. Como estoy seguro de que Alberto ya te ha informado, dado que me llamas desde su teléfono.
—¿Y por qué das por sentado que yo necesito ayuda, Rigo? La he cuidado perfectamente durante los últimos seis meses. ¿O acaso me consideras incapaz?
Rigo suspiró al otro lado de la línea.
—Nicole, tendrás muchos eventos a los que asistir y el fin de semana de la boda que superar. No creo que te parezca muy práctico tener que caminar hacia el altar con la niña atada a la espalda.
Nicole se mordió el labio. Se había visto tan atrapada por la tormenta de cambios que ni siquiera había pensado quién cuidaría de Anna. Nunca había necesitado a nadie que cuidara de su hija con anterioridad, dado que se había pasado todo el tiempo en casa con ella. Tal vez sí que necesitaría alguien de confianza al menos hasta que la boda pasara…
—Tomaré tu silencio como una disculpa —dijo Rigo—. ¿Hay algo más de lo que te gustaría acusarme esta mañana o ya has terminado?
—No, eso es todo —repuso ella rápidamente. Le ardían las mejillas—. Siento haber dado por sentado que tú pensabas…
—No te preocupes —la interrumpió él. El sonido de otras voces se hizo más audible—. Tengo que dejarte, pero asegúrate de que estás lista esta tarde a las siete.
—¿Lista para qué?
—Vamos a salir a cenar.
Con eso, Rigo dio la llamada por finalizada. Nicole miró con incredulidad el teléfono que tenía en la mano. Rigo acababa de pedirle que estuviera lista a una hora. ¿Así era como iban a ir las cosas a partir de entonces?
Alberto tosió para recordarle su presencia y ella hizo un gesto de desaprobación con los ojos.
—Sí, está bien. Estaré lista en un instante.
Le devolvió el teléfono y suspiró aliviada cuando volvió a quedarse a solas en la cocina. Anna estaba sentada en la trona, chupando muy contenta un trozo de tostada con mantequilla mientras observaba a su mamá con mucha atención.
—¿En qué diablos nos he metido, mi niña? —susurró mientras le apartaba un mechón de cabello del rostro a la pequeña.
Anna respondió con un gorjeo completamente incoherente, tal y como era de esperar. Sin embargo, hizo que Nicole sonriera. Comprendió que para sobrevivir a aquella boda debía centrarse en su hija a cada paso y poner en último lugar sus propias necesidades.
Si al menos su futuro esposo no pareciera tan decidido a ponerle las cosas tan difíciles…
—¿No es un poco exagerado venir aquí? —le preguntó Nicole a Rigo cuando llegaron a la puerta del restaurante, que estaba coronada por un llamativo letrero dorado—. Podríamos haber hablado en privado en el apartamento.
—Aquí se come muy bien y necesitamos que nos vean en público —respondió él mientras la guiaba hacia el interior del local.
Habló brevemente con la persona que sentaba a los comensales. Ella los apartó ligeramente del resto de personas que esperaban para cenar allí. No debería sorprender a Nicole que un hombre con el gusto y la reputación de Rigo hubiera elegido llevarla al restaurante más exclusivo de París.
Un instante después, la señorita los llevó a un comedor privado, en el que les presentó a su propio maître.
El restaurante era uno de los pocos en París en los que Nicole no había cenado nunca. La lista de espera era muy larga y ella solo había estado en la Ciudad de la Luz en visitas muy breves. Era imposible que Rigo hubiera podido conseguir mesa en tan breve espacio de tiempo, aunque fuera multimillonario… a menos que hubiera tenido reservada aquella mesa para cenar con otra mujer. El pensamiento le produjo una extraña incomodidad en el estómago.
Se mordió el labio y se centró en la increíble decoración que los rodeaba mientras un camarero les llevaba las copas con agua helada. Unos ornados espejos dorados se alineaban en la pared del comedor, acompañados de frescos de estilo neoclásico y guirnaldas y rosas de estuco.
—Admito que, últimamente, estoy un poco cansado de la comida gourmet, pero Le Chef Martin es uno de los mejores en París.
Rigo le indicó a Nicole que inspeccionara el menú. Al final, los dos acordaron probar el menú de degustación.
Nicole permitió que le llenaran la copa de un fragante vino dorado. Como era consciente de que no había comido, tomó tan solo un sorbo muy pequeño. Sintió que el vino la caldeaba por dentro inmediatamente.
—Vamos a celebrar una fiesta de compromiso dentro de tres días —dijo Rigo sacándola de sus pensamientos—. El proceso va a ser muy rápido e intenso, por lo que mi equipo de Relaciones Públicas querrá hablar contigo sobre el modo en el que vas a tener que interactuar a partir de ahora con la prensa.
Nicole tragó saliva.
—¿De verdad hay necesidad de todo esto?
—Mi familia espera una boda grande. Lo contrario atraería sospechas —repuso él dejándole muy claro que no estaba dispuesto a discutir aquel punto—. Nos casaremos en un lugar exclusivo y muy secreto a primeros de mes.
—Faltan menos de tres semanas —susurró ella sintiendo que agarraba con más fuerza la copa de vino.
—¿Por qué frunces el ceño? Serás la estrella de tu propio cuento de hadas, Nicole. Yo habría creído que estarías saltando de alegría.
—Porque busco desesperadamente la fama, ¿no? Si a tu ego le viene mejor pensar que estoy encantada de casarme contigo, te ruego que sigas.
Rigo suspiró.
—Tenemos que encontrar el modo de detener esta tensión si queremos convencer a todo el mundo de que esto es verdadero.
—Echaré mano de mis mediocres habilidades como actriz, ¿quieres?
—Hablo en serio, Nicole. Hay mucho en juego para ambos. La prensa no va a ser fácil, pero estoy seguro de que a lo largo de los años la piel se te ha hecho más gruesa.
—No he tenido elección —replicó Nicole mientras se reclinaba en la silla. Cruzó las piernas y se alisó casualmente la falda del vestido para cubrirse la rodilla.
—Entonces, ¿por qué huir de ellos? ¿Por qué no vendiste tu historia inmediatamente?
—¿En vez de venderla ahora, quieres decir? —le espetó ella cuadrándose de hombros ante aquel velado comentario por parte de Rigo—. ¿Por eso estamos aquí? ¿Para que yo confiese mis delitos?
—Simplemente estoy tratando de comprender a la mujer con la que me voy a casar.
—Bueno, yo creo que ya me tienes etiquetada, así que perdóname si no me defiendo —replicó Nicole. Sintió la vergüenza de la acusación cerniéndose sobre ella.
—No te estoy juzgando, Nicole. Tanto si fuiste tú quien filtró la historia a la prensa o no, no me importa. No necesito confiar en ti.
—Me alegro, porque yo jamás confiaré en ti.
—Bueno, en ese caso, estamos ante un inicio excelente para cualquier matrimonio.
Rigo soltó una carcajada muy falsa y tomó después un sorbo de su vino. Después, continuó observándola con su gélida mirada azul.
—Estoy segura de que seremos muy felices —dijo ella secamente.
—Vaya, ahí está de nuevo el sarcasmo. Tal vez no seamos felices a la manera tradicional, Nicole, pero nos debemos el uno al otro que todo sea al menos tolerable. Después de todo, esto será para mucho tiempo.
Nicole volvió a incorporarse en la silla.
—¿Cuánto tiempo has pensado que estemos casados?
—¿Todavía no nos hemos prometido y ya estás pensando en el divorcio?
Al escuchar aquel comentario, Nicole se sintió como si él la hubiera abofeteado.
—Soy consciente de que me ves como una copia barata de mi madre, Rigo. Por favor, deja de insultarme.
Ella se aclaró la garganta y apartó la mirada. Se negaba a mostrar indicación alguna del sentimiento que le hervía bajo la piel.
—Mírame. No era eso lo que quería decir.
Al sentir que Rigo le agarraba la muñeca con la mano, ella volvió a mirarlo. El contacto le provocó una descarga eléctrica por el brazo.
—Per il amore di Dio, todo lo que digo no es un ataque deliberado contra ti.
—Llevas elucubrando sobre cómo soy desde el primer momento que nos conocimos. Al menos, sé sincero sobre lo que piensas de mí y tal vez así podamos progresar un poco.
—¿Quieres que sea sincero? Bien. Cuando te vi por primera vez en ese salón de baile, te etiqueté como otra cazamaridos más. No sabía tu nombre, pero conocía a las de tu clase. Estabas desesperada porque alguien se fijara en ti. Tú eras todo lo que yo evitaba deliberadamente y, sin embargo… No podía apartar los ojos de ti —dijo. Se detuvo un instante para tomar un sorbo de vino antes de continuar hablando—. No hacía más que buscarte por toda la sala para tratar de escuchar tu risa. Me resultaba irritante y, a la vez, increíblemente contagiosa. Hacía que quisiera saber desesperadamente qué era tan divertido.
Nicole recordó cuando vio aquellos ojos azules por primera vez. Se había sentido perdida y no sabía por qué.
—Tú me cautivaste, Nicole. Es raro que yo haga algo sin pensarlo dos veces, pero contigo… Creo que ninguno de los dos pensamos mucho después del primer baile.
Nicole sintió que la mirada de Rigo recorría sus rasgos y le bajaba hasta el escote del vestido. El modo en el que la miraba no resultaba incómodo ni inapropiado. Era la misma manera con la que la había mirado aquella noche, tantos meses atrás, como si ella fuera una obra de arte que sus ojos necesitaban adorar y saborear. Como si ella fuera la mujer más hermosa de toda la Tierra.
Se mordió el labio para tratar de calmar las hormonas que parecían habérsele revolucionado en el cuerpo. Debía de ser una combinación del vino y salir a cenar por primera vez en mucho tiempo. Seguro que no tenía nada que ver con la magnética presencia masculina que estaba frente al ella…
—Y ahora mira… Parece que después de todo me he encontrado un esposo —dijo ella alzando la copa a modo de falso brindis. Se sentía desesperada por llevar la conversación a aguas más seguras.
—Si eso fuera cierto, probablemente serías la mujer que planea las cosas con más antelación de toda la historia.
La intención de aquellas palabras era ser una broma, pero Nicole notó una cierta especulación en la mirada de Rigo.
Se vieron interrumpidos por la llegada del primer plato, la especialidad del chef. Pâté en croute. Nicole dio el primer bocado y contuvo la necesidad de gemir de gusto. Aquello era mucho más que comida. Era un trabajo de arte culinario. Hizo que la tensión de la conversación remitiera un poco al verse en un segundo plano detrás de la comida.
A partir de ese momento, la cena transcurrió muy lentamente. El chef cambiaba de vino con cada plato. Muy al estilo francés, se tomaron su tiempo. Después de todo, la comida en Francia es un acontecimiento.
Rigo le preguntó sobre su vida en L’Annique. Ella le habló de la granja, La Petite, y de la vida tan tranquila que había llevado allí. Su corazón añoraba aquel pequeño paraíso que se había creado allí para su hija y para ella. La hija que Rigo aún ni siquiera había tomado en brazos.
Cuando el camarero retiró el quinto plato, una suculenta langosta sobre una cama de ruibarbo templado, Nicole se sentía completamente llena y rechazó el postre. Rigo estuvo de acuerdo con ella y mandó al camarero que se marchara y que los dejara solos.
—Tengo algo que darte.
Nicole observó cómo Rigo se metía la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacaba un pequeño estuche con una rosa pintada en la tapa. Había estado en París suficientes veces como para saber que el estuche era de Fournier, una de las joyerías más caras de la ciudad. Cuando Rigo se la puso delante, sintió que se le hacía un nudo en el estómago.
Sin decir palabra, abrió el estuche y se tomó un instante para inspeccionar el resplandeciente anillo de diamantes que estaba en su interior. Era enorme. El enorme diamante blanco prácticamente empequeñecía la alianza de platino, que llevaba engastados más diamantes.
—Este anillo… parece muy caro —comentó, sin saber qué decir mientras volvía a colocar el anillo sobre la mesa.
—Te lo he dado para que te lo pongas, Nicole, no para que decores la mesa con él.
Al ver que ella no reaccionaba con la suficiente celeridad, Rigo sacó el anillo del estuche y le tomó la mano. Nicole vio cómo le colocaba el anillo en el dedo. Él examinó el resultado final sin soltarle la mano.
—Ya está. Ahora eres oficialmente mi prometida.
Nicole levantó la mirada y observó al hombre al que había accedido unir su vida. Se mordió los labios e hizo girar el vino que le quedaba en la copa un par de veces.
Un teléfono comenzó a sonar. Rigo se sacó el móvil del bolsillo y frunció el ceño al mirar la pantalla.
—La prensa ha llegado. He hecho que dieran el soplo de dónde estábamos.
—¿Están aquí? —susurró Nicole mirando a su alrededor, como si esperara que las cámaras empezaran a aparecer por las paredes.
—Sí. Fuera. Es hora de que nos marchemos.
Rigo se puso de pie y le indicó al camarero que fuera por los abrigos de ambos.
Nicole se colocó el suyo sobre los hombros y se apresuró a echar a andar detrás de él. Rigo se detuvo justo antes de que llegaran a la puerta. Entonces, se volvió y le agarró la mano a Nicole.
—Lo único que tienes que hacer es comportarte con naturalidad.
Ella asintió, pero temblaba por dentro al recordar la familiaridad de la situación. En aquel caso, pedirle que se comportara con naturalidad era una paradoja. No había nada natural en aquella relación. Nada que le hiciera sentirse cómoda junto a Rigo. Ella había hecho algo así mil veces, prepararse para actuar frente a la prensa. Sin embargo, en aquella ocasión, no estaba sola.
Rigo dio un paso al frente. Los flashes comenzaron a disparar en cuanto la puerta se abrió y los periodistas vieron quiénes eran. De repente, el rostro de Rigo descendió hacia el de ella y le dio un beso en los labios que le quitó el aliento. Nicole se quedó momentáneamente aturdida, pero no se atrevió a moverse. Dejó que el aroma de Rigo la envolviera y sintió cómo el antebrazo de él la sujetaba con fuerza por la cintura para obligarla a apretarse contra las duras planicies de su abdomen.
Los labios de él se hicieron más exigentes cuando la lengua pidió entrada y se deslizó cálida y firme entre los labios de ella con un ritmo pecaminoso y erótico. Con la otra mano, Rigo le apartó el cabello y luego se la colocó sobre la dulce mejilla, dejando que el calor que emanaba de ella la abrasara por completo. Ella gimió y comenzó a ceder a las deliciosas sensaciones…
Justo en aquel momento, Rigo decidió romper el beso tan rápidamente como había comenzado.
La voz de él resonó baja y ronca en los oídos de Nicole cuando la giró para que los dos pudieran enfrentarse a las cámaras.
—Asegúrate de que vean el anillo.