Capítulo 5
Nicole llegó hasta el rellano donde estaban los ascensores y respiró profundamente. Entonces, apretó el botón de llamada y trató de tranquilizarse.
Se lo tendría que decir a Rigo. No le gustaba que se la considerara una persona deshonesta. En realidad, seguramente no le sorprendería mucho con lo que ya sabía de su madre. Sin embargo, tenía que admitir que preferiría que él no tuviera que saber la verdad.
No quería decirle que la razón por la que había desaparecido hacía un año había tenido menos que ver con él y más con su madre, que incluso había esperado entonces poder utilizar a su nieta para conseguir publicidad incluso antes de que naciera. Tal vez lo más embarazoso de todo era que había preferido huir en vez de mantenerse firme. Huir tal y como acababa de hacer en aquel momento.
Observó que un ascensor se dirigía hacia la planta en la que ella estaba. Ni siquiera sabía dónde iba a ir, por el amor de Dios…
¿Tan débil era que ni siquiera podía mostrarse firme por su propia hija? Un año antes había estado embarazada y asustada. Había recurrido a Goldie en el momento en el que más necesitaba a su madre, pero se había topado con su egoísmo y avaricia. Había sido una estúpida al pensar que su madre podía dejarse llevar por algo que no fuera su propia agenda.
No se sentía disgustada. Hacía mucho tiempo que había dejado de llorar por cosas que era incapaz de cambiar. Solo se odiaba a sí misma por el modo en el que siempre parecía dejar que su madre controlara su vida. Había hecho exactamente lo que Goldie esperaba de ella. No tenía por qué haber acudido a Rigo para pedirle su ayuda y mucho menos aceptar su propuesta de matrimonio.
Tal vez era como su madre…
Aquel pensamiento la dejó sin respiración un instante. ¿Sería eso?
El ascensor llegó por fin. Rápidamente se introdujo en su interior. Las puertas empezaron a cerrarse, pero se detuvieron de repente.
—¿Adónde te crees que vas? —le preguntó Rigo mientras abría la puerta con el hombro y bloqueaba la única manera que Nicole tenía de escapar.
—No lo sé… Solo necesitaba salir de ahí.
—No había necesidad alguna de salir de ese modo de la sala, llamando la atención de todo el mundo.
Nicole se maldijo en silencio. Por supuesto, todo el mundo se habría dado cuenta. Seguramente estarían especulando qué era lo que habría ocurrido. Reclinó la cabeza sobre la pared del ascensor y se preparó para lo que venía a continuación.
—Nicole…
—No me puedo casar contigo —dijo ella por fin, mirándolo a los ojos—. No puedo seguir adelante con la boda.
Él quedó completamente en silencio. Entonces, entró en el ascensor y dejó que las puertas se cerraran a sus espaldas.
—Hablo en serio, Rigo.
—Te he oído —afirmó él. Apretó un botón del panel de control. Una voz surgió del altavoz y Rigo repuso en perfecto francés, mirando brevemente a la cámara de seguridad que había en un rincón. El ascensor cobró vida y comenzó a subir lentamente.
—¿Dónde vamos? —le preguntó Nicole.
—A un sitio en el que podamos hablar a solas.
Las puertas del ascensor se abrieron por fin y revelaron un pasillo en el que había tres puertas dobles con placas doradas que portaban los nombres de los presidentes de la República Francesa.
Nicole siguió a Rigo y los dos se dirigieron a la primera puerta. La suite que había al otro lado era enorme y decorada con muebles antiguos.
—¿Te suelen dejar que utilices la suite más cara del hotel para poder hablar en privado con alguien?
—Me dejan hacer lo que quiero.
—Yo diría que esa clase de libertad es muy agradable —comentó ella. Se mordió el labio, sintiendo que lo ocurrido en los últimos días estaba a punto de pasarle factura.
—Ahora estamos a solas. Tú dirás.
Rigo se apoyó contra la mesa del comedor. La observaba con una intensidad que hizo que ella se echara a temblar. ¿Cómo podía empezar a contarle qué era lo que le ocurría en aquellos instantes? Lo único que sabía era que todo su ser le pedía que saliera corriendo, lejos de aquel hotel y de aquel ridículo plan. Y de él.
Se colocó la mano sobre el pecho y se giró para apartarse del escrutinio al que él la estaba sometiendo. Al ver la puerta que conducía hacia la terraza, se dirigió hacia ella y vio que había un espectacular jardín. Hizo girar el pomo y sintió cómo el frío aire de la noche le llenaba los pulmones. Por fin pudo respirar sin sentir que se estaba ahogando.
Cuando salió a la terraza, oyó que él la seguía. No dijo nada y Nicole supuso que al menos por eso debía estarle agradecida. Necesitaba relajarse para poder regresar a la fiesta. Tendría que hacerlo. No era tan cruel como para avergonzarle de ese modo en público tal y como él había hecho con ella.
El recuerdo lejano de Rigo riéndose de ella en aquel club amenazaba con apoderarse de ella. Sin embargo, no creía en la venganza ni en el ojo por ojo.
—Esta vista es espectacular.
Sintió que se le aclaraba la cabeza. Se inclinó sobre la pared de piedra para asomarse a los tejados de París, que estaban mucho más abajo. Estaba segura de que si se movía un poco más hacia delante, podría ver la calle en la que estaba el apartamento de Rigo. Se inclinó un poco más.
Unas fuertes manos le agarraron los hombros y la obligaron a apartarse de la pared. Sintió el aliento de Rigo en la nuca, cálido contra la piel desnuda.
—Yo puedo admirar la vista desde la distancia, pero no a inclinarme sobre ese muro.
—Solo estaba mirando… —susurró ella. La voz le salió más ronca de lo que había imaginado.
—¡Qué raro! Yo me digo lo mismo constantemente —dijo él mientras deslizaba el dedo por el brazo de Nicole para después trazarle ligeramente la clavícula—, pero luego hago esto cuando tengo oportunidad.
Nicole tragó saliva al sentir las sensaciones que las manos de Rigo le estaban haciendo experimentar. Si una ligera caricia le hacía sentirse así, se preguntó qué conseguirían sus labios. Aquel pensamiento
la sorprendió y la hizo enojarse consigo misma y con él por haber empezado aquello. Se dio la vuelta.
Rigo dio un paso al frente.
—Me imagino que estás acostumbrada a que los hombres se comporten como necios a tu lado —murmuró.
Nicole se echó a reír ante la ridiculez de aquella afirmación.
—El año pasado en París fue la primera vez para mí. Contigo.
Rigo no tenía ni idea de lo reveladora que era aquella afirmación. Había sido la primera vez. Él había sido el primero, aunque Nicole jamás lo admitiría abiertamente ante él.
Rigo sonrió.
—Se te da bien decirme lo que quiero escuchar.
Nicole trató de no permitir que se mostraran sus heridas al notar que él daba un paso más al frente. ¿Qué estaba haciendo? Nicole le colocó las manos sobre los hombros con la intención de alejarlo, pero Rigo era como una pared de acero. Echó la cabeza hacia atrás, sabiendo que más que rechazándole le estaba invitando, pero no consiguió que le importara. Rigo bajó la cabeza y tocó delicadamente la suave piel que había bajo la oreja de Nicole. Ella se echó a temblar, pero arqueó el cuello para facilitarle el acceso. Rigo fue dejándole un sendero de apasionados besos por el cuello y por el hombro desnudo.
—Llevo fantaseando con esto desde que te vi por primera vez esta noche —susurró él mientras le mordisqueaba la oreja ligeramente—. Probablemente mucho más.
Nicole deseó que él dejara de hablar para poder entregarse por completo. De repente, no deseaba nada más que Rigo la tumbara sobre una cama para dejarse consumir por el fuego que le ardía por dentro y poder olvidarse de todo lo demás.
Sin embargo, no lo haría. Sabía que ella no tendría excusa para volver a tocarle después de aquella noche. Si aquel iba a ser el adiós, iba a conseguir que fuera memorable.
Se inclinó hacia delante y apretó los labios contra los de él. El beso fue suave, curioso… Las manos de Rigo le agarraron las caderas y la apretaron contra su cuerpo. Nicole era capaz de sentir cada planicie de su cuerpo a través del fino encaje del vestido.
No estuvo segura de cuándo Rigo empezó a controlar el beso, pero cuando se dio cuenta él ya había creado un ritmo muy constante. Se dieron un festín de los labios del otro durante tanto tiempo que ella estuvo a punto de olvidarse de respirar, aunque sí era ligeramente consciente de que Rigo la estaba empujando contra la pared.
Le apretó el trasero con las manos a través del encaje. Ella se dejó llevar y le agarró con fuerza la pechera de la camisa mientras le mordisqueaba el labio inferior. Estaban perdiendo muy rápidamente el control, pero Nicole no tenía deseo ni intención de detenerlo. Era demasiado agradable como para marcharse tan pronto. Quería ver si la realidad de Rigo encajaba con los recuerdos que tenía de la noche que pasaron juntos. Fue como regresar a un sueño. Aquella noche, ella también lo besó en primer lugar.
Aquel pensamiento la detuvo y la empujó a apartarse de él. Aquella no era tan buena idea como le había parecido en un principio. No iba a cometer dos veces el mismo error. Se apartó de él y regresó a la balaustrada como si de ese modo pudiera aplacar el fuego que ardía en los ojos de Rigo.
—No es un juego, Nicole —le dijo a ella—. No voy a permitir que me utilices como distracción para lo que estés pensando. ¿Por qué dijiste que no te ibas a casar conmigo?
Nicole se mordió los labios al recordar lo que los había llevado hasta allí.
—No puedo. Ahora que sé que…
No pudo seguir. Sintió un escalofrío por la espalda, pero no por el hecho de que allí hiciera más fresco que en el interior de la suite.
Rigo suspiró y se quitó la chaqueta con un fluido movimiento. Se la ofreció a Nicole sin decir palabra. Ella la aceptó agradecida y se la colocó sobre los hombros. Inmediatamente lamentó haberlo hecho. La tela aún portaba el calor del cuerpo de Rigo y el aroma que desprendía la embriagaba. Era un pecado oler tan bien…
—¿Te ha disgustado la llegada de tu madre? ¿O acaso sigues así por las preguntas de los paparazzi?
—Déjalo —le suplicó—. No es asunto tuyo.
—Yo creo que sí lo es. No puedo arriesgarme a que contestes de malas maneras a los fotógrafos cuando estamos tratando de construir una imagen juntos, digan lo que te digan para provocarte. En mi experiencia, el silencio es en ocasiones la mejor opción.
—Tal vez estoy cansada de guardar silencio. Tal vez estoy cansada de que se me quiten las opciones.
Pensaba en la manipulación de su madre y sintió que la vergüenza se apoderaba de ella. Eran tan diferentes… Rigo había sido educado para valorar su intimidad y siempre había elegido el momento en el que revelar sus asuntos. Por el contrario, desde el momento en el que nació Nicole, su madre la había utilizado para promocionarse. Nicole hizo su primera sesión de fotos cuando tenía solo cuatro días, su primera entrevista en solitario a los tres. Se había acostumbrado a sentirse bien delante de una cámara.
—¿Es eso de verdad lo que crees que es el matrimonio? —le preguntó él con voz dura—. Nadie te obligó, Nicole.
—Me preocupaban demasiado las implicaciones. Pensaba que estaba tomando la decisión adecuada.
—¿Que te preocupaban demasiado? —repitió él con una carcajada—. Si hubiera sabido que estaba accediendo a casarme con una mártir, tal vez habría elegido otra opción.
Nicole luchó contra el sentimiento de rabia que le ardía en la garganta. Las palabras de Rigo no eran más que un cruel recordatorio de que aquella relación no era más que una mentira. Rigo no podía saber de ningún modo lo mucho que en realidad le importaba. No era solo por su hija ni por lo que los medios dijeran de ella, sino también sobre lo que él pensara.
Resultaba ridículo. Después de todas las veces que él le había hecho daño en el breve espacio de tiempo que hacía que se conocían, él era aún capaz de controlar sus sentimientos. Desde el momento en el que se conocieron Nicole lo había sentido. Quería que Rigo la viera como era realmente. Durante unas breves horas, había pensado que así era. Sin embargo, entonces, como siempre, la realidad había tomado el control y él la había mirado con el mismo desprecio que todo el mundo.
Debería contarle lo que había hecho su madre en aquel mismo instante. No cambiaría la opinión que tenía de ella en modo alguno. Por mucho que se esforzara en apartarse de su pasado, nunca iba a ser suficiente.
Se apartó de él y colocó las manos sobre la fría piedra de la balaustrada desde la que se dominaba toda la ciudad. Una lágrima le cayó por la mejilla, pero la secó rápidamente. No iba a permitir que él viera lo profundamente que le habían herido sus palabras.
Rigo observó cómo Nicole se encogía visiblemente ante sus palabras. A pesar de que estaba de espaldas a él, sabía que se sentía muy dolida. Aquella no había sido su intención. Simplemente no comprendía cómo una mujer que se había pasado la mayor parte de su vida disfrutando con la atención de los medios de comunicación podía sentirse de repente tan herida por aquella intrusión.
Le colocó una mano en la muñeca e hizo que ella se volviera para mirarlo. Notó que tenía los ojos enrojecidos.
—Te he disgustado… Solo trataba de decirte que siempre hay elección, Nicole. Tú eliges preocuparte. Tú eliges valorar la opinión que todos los demás tienen sobre ti más que la tuya propia.
Le habló muy suavemente, al tiempo que le levantaba la barbilla para que ella lo mirara.
—Sus opiniones siempre han tenido que importarme más —susurró—. Resulta difícil tener una alta opinión de uno mismo cuando apenas sabes quién eres —afirmó mientras se alejaba de él—. Llevo tantos años representando un papel que me resulta natural permitir que otros dicten lo que yo debería ser.
—¿De qué estás hablando?
—Estoy hablando sobre mí, Rigo. ¿Cómo puedes querer casarte conmigo cuando no tienes ni idea de quién soy?
—Sé lo suficiente…
—Eso es. Piensas que sabes lo suficiente, pero en realidad no sabes nada. Rigo, llevo siendo una mentira gran parte de mi vida. Una persona creada por mi madre y su publicista. Nunca en mi vida me he escapado de rehabilitación ni me he acostado con ningún político casado ni he hecho la mitad de las locuras que dicen por ahí que he hecho. En público me mostraba provocadora, pero cuando se apagaban las cámaras… Yo no podía seguir comportándome así. Jamás podía confiar en nadie lo suficiente.
Miró a Rigo a los ojos por primera vez desde el beso.
—Hasta aquella noche contigo, yo ni siquiera… No sé por qué te estoy contando esto.
—¿Ni siquiera qué, Nicole? —insistió él.
—Tú fuiste el primer hombre con el que me acosté —dijo ella encogiéndose de hombros—. Todos los demás eran mentiras y escándalos creados solo para darme publicidad.
—Perdóname si me resulta difícil creerlo. Aquella noche no te mostraste muy inocente…
Nicole se mordió el labio.
—Estuve a punto de decírtelo justo antes de que llegáramos a tu apartamento. Sin embargo, entonces, empezaste a decirme unas cosas tan maravillosas que perdí el valor. Fui una egoísta. Me temí que podría hacer que te detuvieras y no quería que me vieras diferente tan solo por ese pequeño detalle.
—Y ese detalle es tu supuesta virginidad… —dijo Rigo fríamente.
El recuerdo de la noche que pasaron juntos regresó dolorosamente. Ella se había mostrado nerviosa. La revelación de lo que ella le estaba diciendo le provocó un nudo en el estómago. La respuesta tan desinhibida que ella había mostrado cuando hicieron el amor aquella noche lo había vuelto loco…el modo en el que ella se había mostrado tan sorprendida por su propio placer. Él se había mostrado sorprendido por su timidez sobre su cuerpo, la aparente poca práctica que tenía sobre el hecho de explorar el cuerpo de él. Sin embargo, cuando descubrió quién era ella, dio por sentado que todo ello formaba parte de una actuación.
—¿Me estás diciendo que eras virgen? —le preguntó con incredulidad. La voz sonó más dura de lo que había deseado en un principio.
—No lo digas así…
—Dannazione, Nicole…
Ella entró en el salón y Rigo la siguió. Cerró la puerta y se volvió para mirarla. Nicole también se giró hacia él, sorprendida por la ira que él mostraba.
—No te marches ahora después de todo lo que me has dicho.
—Todo lo que te he dicho es mi vida, Rigo. Mi verdad. No estoy tratando de hacer que te sientas culpable ni ganarme tu compasión. ¡Tan solo necesitaba hablar de algo real por una vez en mi vida! ¿Sabes qué? Olvidemos esta conversación para que tú vuelvas a pensar lo que pensabas de mí antes. Lo que te haga sentir mejor.
—¿De verdad crees que podría olvidar saber que te quité la virginidad y que luego te arrojé a la calle? —le preguntó Rigo. Se sentía muy agitado. Se mesó el cabello con las manos—. Tú te marchaste aquella mañana después de que yo prácticamente te dijera que eras una ramera. Entonces, incluso aunque sabía que el bebé que llevabas en tus entrañas era mío, te volviste a marchar.
—No. No vas a conseguir volver esto contra mí solo porque te acabes de dar cuenta de lo mal que te portaste conmigo. Yo me acerqué a ti en aquel club tan concurrido porque te negaste a contestar ninguna de mis llamadas. Yo fui sincera en lo del embarazo. La única razón por la que elegí no seguir presionándote fue porque me dejaste muy claro lo que pensabas de mí y del bebé que llevaba dentro.
Las palabras de Nicole fueron como un jarro de agua fría para él. De repente, Rigo se sintió muy avergonzado.
—Te reíste de mí, Rigo. Me humillaste delante de todos tus ricos y sofisticados amigos. Probablemente sea mejor que esta mentira no siga adelante porque no creo que pudiera sobrevivir estar casada con un hombre que sé que no me respeta.
—Nicole…
Rigo sacudió la cabeza. Necesitaba que ella parara de hablar para que pudiera procesar de nuevo todos los datos en la cabeza.
—Tengo que marcharme, Rigo. Te ruego que no me sigas.
Rigo vio que ella tenía los ojos llenos de lágrimas antes de que ella se diera la vuelta y se marchara. A cada segundo que pasaba, el genio se le fue tranquilizando y fue dándose cuenta de lo que habían sido sus actos. La había juzgado sin conocerla desde el momento en el que se vieron por primera vez. Sin embargo, ¿era también culpa suya que Nicole se hubiera esforzado tanto para hacer que los medios creyeran que ella era otra persona?
Pensó en la mujer con la que se había acostado aquella noche, en sus suaves gemidos y en el momento en el que gritó de dolor, momento en el que él pensó que estaba fingiendo. Había estado tan ciego… Y había sido capaz de borrar los intensos sentimientos que surgieron cuando hicieron el amor cuando supo cómo se llamaba ella a la mañana siguiente.
Se había precipitado. Sabía que el modo en el que reaccionó al saber de quién se trataba había sido exagerado. Sin embargo, después de verse engañado por una mujer antes de un modo tan despiadado y doloroso, no se tomaba a la ligera su orgullo. Le había dicho que era una ramera cazafortunas. Y la había humillado. El recuerdo se apoderó de él, colocándosele pesadamente en el corazón.
Aquella situación estaba resultando ser más complicada de lo que había imaginado. Las aguas se habían enturbiado y no le gustaba. Tendría que encontrar el modo de hacer las paces con su futura esposa. Si no lo hacía, aquel matrimonio no funcionaría nunca.
Nicole estaba sentada con las piernas cruzadas en el cuarto de Anna. La pequeña pataleaba con fuerza mientras trataba de darse la vuelta en la alfombra. Ya era casi media mañana y no había señal alguna de que Rigo hubiera regresado desde la noche anterior. Trató de concentrarse en meter las cosas de Anna en su pequeña maleta, esperando que así lograra calmar la tormenta de sentimientos que le recorría el cerebro. No había planeado que las cosas alcanzaran un nivel tan personal la noche anterior. Ni tampoco aquel beso.
¿En qué demonios había estado pensando cuando le dijo a Rigo que era virgen la noche en la que se acostó con él? En realidad, no aportaba diferencia alguna a su situación. Aquel había sido su secreto, junto con los recuerdos de una noche en la que había confiado lo suficiente en un hombre como para dejarse llevar y dar rienda suelta a su propio placer. No sabía por qué había esperado tanto, pero así era. El gesto de horror que se dibujó en el rostro de Rigo arruinaría aquel recuerdo para siempre.
Anna gritó de alegría de repente. Estaba mirando a un punto que quedaba a espaldas de Nicole. Ella sabía que si se daba la vuelta se encontraría frente a frente con Rigo. El aroma de su colonia anunciaba su llegada.
Tenía el cabello mojado, como si acabara de salir de la ducha. Sus ojos tenían un tono más oscuro del habitual… ¿o acaso eran las ojeras las que les daban ese aspecto? Fuera como fuera, tenía un aspecto terrible y muy atractivo al mismo tiempo
Él permaneció en silencio un instante. No dejaba de mirar a Anna, que seguía intentando ponerse boca abajo, riendo cuando se volvía a caer.
—El ama de llaves me ha dicho que estabas haciendo las maletas… —dijo él por fin.
—Le pedí ayuda, pero me dijo que tenía que hablar contigo primero —suspiró Nicole—. Por suerte yo no tengo tal obligación.
—¿Podemos al menos hablar antes de que te marches? ¿Sabes adónde vas a ir?
Nicole se mantuvo firme. Rigo sabía que ella tenía muy pocas opciones, pero su orgullo no le permitiría permanecer ni un segundo más en aquella casa.
Ella se puso de pie y se volvió para mirarlo con la cabeza muy alta.
—No voy a hablar con la prensa. Puedes fingir que aún estamos comprometidos. Podemos mantenerlo oculto durante el tiempo que necesites para poder firmar tu contrato. Podemos fingir que la boda se ha tenido que posponer por algún motivo.
—¿Qué puedo hacer para conseguir que te quedes?
Nicole negó con la cabeza. Apartó la mirada de él y trató de encontrar la combinación adecuada de palabras para dejar que él supiera que no podía seguir haciendo aquello.
El teléfono de Rigo comenzó a sonar y asustó a la niña con su estridente ruido. La pequeña comenzó a sollozar, por lo que Nicole se inclinó sobre ella para tomarla en brazos mientras Rigo comenzaba una conversación telefónica en italiano que parecía bastante urgente.
Cuando terminó la llamada, miró a Nicole con el gesto más parecido al pánico que ella le había visto nunca en el rostro.
—Alberto acaba de llamarme para decirme que el equipo de la revista está subiendo en estos momentos.
—La entrevista… ¿Era hoy?
Llevaba toda la semana preparándose para ello. Iban a presentarle al mundo un retrato íntimo de ellos en su hogar, junto con fotografías de la fiesta de compromiso. El equipo de Relaciones Públicas se había ocupado de organizarlo todo y ella tenía un atuendo esperándola en el vestidor para la ocasión. Era una pieza vital para enmendar el escándalo y conseguir que los medios de comunicación se pusieran de su lado.
—He tenido el teléfono apagado desde anoche —dijo él—. Nicole, sé que no tengo derecho a pedirte ayuda alguna, pero… Te necesito a mi lado.
Nicole se mordió los labios. Debía de estar loca, pero no quería defraudarle. Asintió y observó cómo él suspiraba aliviado.
La revista que presentaría su sensacional historia de amor había tenido que competir con muchas otras para conseguir la exclusiva. Al final, Rigo tuvo la última palabra. Él quería que una respetable publicación británica se ocupara. El dinero que obtendrían por aquella entrevista iría directamente a la ONG de sus padres.
El equipo estaba muy ocupado preparando las luces. Nicole estaba sentada junto a Rigo, vestida con unos vaqueros y una camisa rosa con cuello de barco. Aparentemente, parecía muy relajada bajo la suave luz de la mañana.
Mientras esperaban, Anna estaba en su regazo, con un pijama rosa, preparada ya para echarse su siestecita de media mañana.
La maquilladora se acercó a Nicole con un cinturón lleno de cepillos.
—Si no le importa, me gustaría retocarle el maquillaje, señorita Duvalle —le dijo mientras le indicaba a Nicole un taburete cercano.
Ella miró a Rigo durante un instante.
—¿Te importaría tomarla en brazos? —le preguntó mirando cuidadosamente al periodista que iba a realizar la entrevista.
Anna no iba a participar en la sesión de fotos, pero incluso cuando todo se estaba preparando tenían que fingir. Rigo se aclaró la garganta tan casualmente como pudo antes de tomar a su hija en brazos. Inmediatamente pensó que seguramente no la estaba sosteniendo de la manera correcta. Miró a Nicole, pero ella ya estaba sentada en el taburete con los ojos cerrados.
Miró a la niña. La pequeña Anna estaba mirando hacia la ventana. Rigo no había tenido mucho trato con bebés a lo largo de su vida. La niña saltó en el regazo de su padre al ver un pájaro por la ventana. Los rasgos de su rostro se iluminaron casi inmediatamente mientras señalaba la ventana con alegría.
Rigo sonrió. La risa de Anna era contagiosa, igual que la de su madre.
De repente, un fogonazo de luz los cegó a ambos. Los delicados rasgos de Anna se arrugaron de sorpresa antes de dejar escapar un penetrante grito. El cámara los miró con rostro culpable y Rigo sintió deseos de pegarle un buen puñetazo en la cara. Se controló y no dijo nada por miedo a disgustar a la niña aún más.
Miró a Nicole para pedirle ayuda en silencio. Anna se mostraba inconsolable.
Nicole se puso de pie rápidamente para tomar a Anna entre sus brazos. La niña se tranquilizó inmediatamente mientras lo miraba a él con una mezcla de miedo y recriminación. Rigo aprovechó la oportunidad para ir a hablar con el cámara para asegurarse de que el incidente no se repetía y que borraba la fotografía de su cámara.
Cuando el director anunció que estaban preparados, Nicole le entregó a Anna a la niñera para que se fuera a echar la siesta. La sesión fotográfica duró veinte minutos, pero los dejó completamente agotados. Les hicieron un par de fotografías más románticas antes de empezar la entrevista.
Rigo mantuvo el brazo sobre el respaldo del sofá, justo por encima de los hombros de Nicole, mientras duró la entrevista. Tenía que parecer que estaban cómodos el uno con el otro, pero ella se sentía tan rígida como una tabla de planchar. Cuando Rigo se inclinó sobre ella para darle un beso en los labios, fue como sí él le diera un beso a un bloque de hielo.
—Entonces, empecemos con cuáles son exactamente los límites para el gran día.
La periodista interrumpió el tenso silencio que se produjo después de la desastrosa sesión de fotos. Colocó una grabadora digital sobre el sofá entre ellos.
Rigo empezó a hablar. Todas las respuestas habían sido ensayadas previamente.
—Esperamos discreción en todo momento. Solo se permitirá tomar fotos en el periodo de tiempo que se ha acordado.
La mujer asintió.
—¿Se nos permitirá estar con la novia mientras se prepara? Nos gustaría tener fotografías de todos los momentos del día.
—No —dijo Nicole de repente—. Es decir, no quiero sentirme incómoda con eso.
Rigo la miró y le colocó suavemente la mano sobre el muslo.
—Lo que mi hermosa prometida quiere decir es que probablemente estará demasiado nerviosa para eso en el día de su boda.
La periodista entornó los ojos. Resultaba evidente que no le había gustado la respuesta. Repasó las fotografías de la noche de la fiesta de compromiso y se detuvo en una.
Ella miró a Nicole con un repentino interés en la mirada.
—¿Su madre no fue invitada a la fiesta de anoche? ¿Por qué?
—Sí que fue invitada. Simplemente se produjo un error en el listado —se apresuró Rigo a decir.
—Sin embargo, estas fotografías demuestran claramente que Nicole y su madre están teniendo una acalorada discusión.
Rigo miró a Nicole y notó que ella tenía una expresión de horror en el rostro. Ella la enmascaró rápidamente y disimuló tomando un sorbo de agua.
—No hubo discusión alguna, Diane. Siga por favor —le dijo algo bruscamente.
Rigo frunció el ceño al escuchar que Nicole utilizaba el nombre de pila de la periodista. Notó que ella se tensaba cuando les presentaron a la mujer que iba a escribir el artículo, pero lo había achacado a los nervios. En aquellos momentos, al ver cómo se miraban las dos mujeres, no estuvo ya tan seguro.
—Por lo que he oído, debería estar dándole las gracias a su madre y no discutir con ella —prosiguió la periodista. Miraba a Nicole con la misma intensidad que un águila a su presa.
—Está aquí para hacer preguntas sobre la boda. Haga su maldito trabajo —le espetó Nicole antes de taparse la boca con la mano llena de arrepentimiento.
Rigo se incorporó y apagó la grabadora.
—Creo que necesitamos tomarnos un descanso —dijo. Se puso de pie y le indicó a Nicole que lo siguiera.
Diane reaccionó con rapidez.
—Oh, no. Yo estoy aquí para hacer mi trabajo después de todo. Así que, por interés para el artículo, ¿sabe su prometido con qué clase de familia se está emparentando?
—Diane… —susurró Nicole sacudiendo la cabeza tristemente.
—No me parece que su conducta sea la adecuada cuando está en casa de unos clientes —le espetó Rigo a Diane.
—Tan solo pensaba que le gustaría saber unas cuantas cosas sobre su maravillosa prometida. Como el hecho de que su madre y ella son las criaturas más resbaladizas que caminan sobre la faz de esta Tierra.
—¿Acaso tiene usted alguna experiencia personal con mi prometida que le permita hablar de ese modo? —le preguntó Rigo.
Diane aprovechó su oportunidad.
—Su madre es una bruja, una horrible…
—Goldie Duvalle no está en esta sala, así que me gustaría saber por qué está atacando a su hija, a menos que sus razones sean personales.
La mujer se quedó inmóvil. No supo qué contestar.
—¡Eso es lo que me había parecido! —exclamó Rigo—. Ya no tengo más tiempo para esto. Márchese ahora mismo de mi casa. Ya tiene para lo que ha venido.
Nicole permaneció completamente inmóvil, con los hombros hundidos. Mientras el equipo de la revista se marchaba, la periodista miró a Nicole por última vez.
—Ah, una cosa más, se llama usted Diane, ¿no? —dijo Rigo en tono amenazante—. Si fuera usted, yo esperaría una llamada de sus superiores esta misma tarde. Tal vez quiera empezar a buscar otro trabajo…
—¡Se creen que rigen el mundo! —exclamó ella airadamente mientras Rigo la iba empujando hacia la puerta, que cerró de un buen portazo, mientras la periodista seguía maldiciéndolo desde el otro lado.
Rigo miró a su prometida y sintió que se le formaba un nudo en el estómago al ver lo pálido que tenía el rostro. Volvió a llenarle el vaso de agua y se lo ofreció.
Ella dio un sorbo y miró hacia la ventana.
—No sabía que sería ella la que iba a hacer la entrevista.
—Deduzco por la hostilidad mostrada que las dos os conocíais previamente.
—Sí. Podrías decir algo así —susurró Nicole mientras sacudía tristemente la cabeza—. El hombre de setenta años del que mi madre se está divorciando en la actualidad es el padre de Diane.