Capítulo 8
Rigo se apartó de la puerta tras ver cómo Nicole acostaba a Anna. Se había quedado dormida en sus brazos. La pequeña estaba agotada después de una tarde chapoteando en la piscina, seguida de una visita a los establos.
Nicole no tardó en acompañarlo en la terraza, tras encender el monitor y colocarlo cerca de ella. Rigo sirvió dos copas de vino.
—Creo que, después de probar este, no querré nunca otro vino —suspiró Nicole tras reclinarse en una de las hamacas.
—Todo el vino de este viñedo es excepcional —comentó Rigo sentándose a su lado en otra hamaca—. Sin embargo, este en particular es de mi colección. Es mi favorito.
—¿Vas a explicarme tu comportamiento de antes?
—¿Te refieres a cuando evité que a Anna le comieran los dedos? —preguntó con la misma ansiedad que había sentido al encontrarse a la niña en los establos, rodeada de sementales.
—El caballo estaba al menos a dos metros de distancia, Rigo. Y yo la tenía en brazos.
—Estaba emocionándose demasiado y estaba agitando los deditos delante del caballo. Era cuestión de tiempo que ocurriera algo.
—Ay madre… creo que tienes que aprender a relajarte un poco. Anna no ha estado en peligro en ningún momento. Pareces haberte creado un fuerte vínculo con ella en la última semana. Empiezo a notar el síndrome de un padre demasiado protector…
—No es sobreprotección querer asegurarse de que la niña no resulta herida… bueno, tengo que admitir que soy demasiado cauteloso, pero ¿qué voy a hacer? ¿Dejar que la muerdan?
Nicole soltó una carcajada.
—Eso se llama ser padre. Bienvenido —dijo ella con una sonrisa—. Se trata de un largo camino lleno de preocupaciones y de dudas.
Rigo analizó aquellas palabras. ¿Era eso lo que le había ocurrido aquel día? La tensión que había sentido al ver a su pequeña hija tan cerca de los animales había estado a punto de volverlo loco. Al final había terminado por llevarlas a las dos a casa para que pudieran nadar en la piscina mientras él se ponía al día con algunos correos.
Nicole le había estado animando para que pasara más tiempo con Anna. Él sabía que tenía razón y en la última semana había estado relacionándose más con ella. Sin embargo, estaba empezando a creer que no estaba hecho para ser padre.
—Rigo, ¿te puedo hacer una pregunta? Es algo que no he parado de pensar después de conocer a tu familia y verte aquí con Anna.
Rigo asintió y tomó un sorbo de vino.
—¿Por qué decidiste no tener hijos siendo tan joven? Provienes de una familia muy unida. No tiene sentido.
—Nicole… —empezó él sin saber qué decir. No quería hablar del pasado. Sin embargo, la mirada que vio en los ojos de su esposa le indicó que ella no iba a rendirse.
—Solo quiero comprender al hombre con el que me he casado. ¿Es eso tan terrible?
—Me hice la vasectomía porque llegué a la decisión de que la paternidad no era para mí. ¿Tan increíble resulta?
—¿Y ahora?
Rigo se detuvo un instante para pensar. Sentía que cada vez le importaba más su esposa y su hija. Se había pasado la semana entera con ellas, realizando actividades varias en la finca. Cada noche se perdía entre los brazos de su esposa y le hacía el amor hasta que los dos estaban totalmente exhaustos. Nunca había dormido tan bien como lo había hecho desde que habían llegado a la casa. Aquel lugar lo rejuvenecía. Esa podría ser la respuesta a su repentina sensación de bienestar.
Nicole lo miraba con expectación. Rigo tomó otro sorbo de vino y la observó por encima del borde de la copa.
—No estoy seguro de qué es lo que quieres que responda.
—¿Sigues sintiendo lo mismo acerca de la paternidad ahora que tienes a Anna?
—Para ser justos, no he tenido elección —replicó. Entonces, vio la desilusión en el rostro de Nicole—. No quería decir eso.
—No importa… No sé por qué he tenido que preguntar —susurró ella mientras se reclinaba de nuevo sobre la hamaca.
—Ya te he dicho que no me gusta vivir en el pasado.
—Hay una diferencia entre vivir en el pasado y fingir que este nunca ha ocurrido. La noche del ensayo de la cena mencionaste que tuviste una prometida antes que yo…
—Si insistes en conocer la historia pasada, no soy yo quien te lo vaya a negar.
Rigo dejó la copa y se aclaró la garganta.
—Se llamaba Lydia. Nos conocimos cuando yo estaba en mi último año en la universidad en los Estados Unidos. Ella era un año mayor que yo y trabajaba en una cafetería del campus. La conocí en un bar un viernes y casi sin darme cuenta me encontré viviendo con ella.
—¿Tan rápido?
—Demasiado. Sin embargo, entonces no me di cuenta. Estaba demasiado enamorado para notar las señales de alarma a mi alrededor —dijo él. Se puso de pie y se acercó a la balaustrada de la terraza—. Apenas llevábamos juntos seis meses cuando me dijo que estaba embarazada. Yo era un idiota romántico y le pedí matrimonio inmediatamente. Los dos vinimos aquí para conocer a mi familia. Por supuesto, yo no les dije nada del bebé. Ese sería nuestro secreto hasta después de la boda.
Rigo soltó una carcajada, que en aquella ocasión sonó muy cruel.
—Ella me tenía dominado. Si mi madre no hubiera sentido una repentina antipatía hacia ella, ¿quién sabe cómo habrían salido las cosas? Mi madre organizó algunas comprobaciones de seguridad, solo una precaución antes de la boda. Yo permanecí aquí mientras que Lydia regresaba a los Estados Unidos para seguir con los preparativos de la boda. Con mi tarjeta de crédito, por supuesto.
Nicole lo miró escandalizada, pero dejó que él prosiguiera sin decir palabra.
—Recuerdo que estaba sentado a la puerta de la capilla después de reservar la fecha de nuestra boda cuando me llamó, llorando. Había perdido el bebé —murmuró sacudiendo la cabeza—. Yo permanecí sentado en los escalones de aquella capilla y lloré con ella, completamente destrozado por la vida que habíamos perdido. Me monté en el primer vuelo y corrí a su lado. La cuidé y la reconforté. Le dije que volveríamos a intentarlo. Que yo le daría tantos hijos como quisiera —suspiró—. Mi madre llegó a mi apartamento inesperadamente unas semanas después. Lydia estaba en un spa. Jamás olvidaré el gesto de su rostro cuando me contó lo que había averiguado. Yo me sentí furioso. Estuve a punto de pedirle que se marchara, pero entonces ella me mostró una copia de un documento médico fechado un mes antes. Era de Lydia. Y había una fotografía de ella de una cámara de seguridad. Era una clínica para realizar abortos.
Nicole se cubrió la boca con la mano. Se sentía horrorizada.
—Rigo…
—Le pregunté en el instante en el que llegó a casa. Como es natural, ella lo negó todo hasta que le mostré las pruebas. Me dijo que tenía miedo de tener el bebé, que le preocupaba que haría que yo la amara menos. Sin embargo, mi madre en ese punto ya me había mostrado las enormes facturas que ella había ido acumulando en mi tarjeta de crédito. Yo sentí que la venda se me caía de los ojos, la venda que me había impedido ver quién era ella realmente.
Nicole permaneció en silencio, procesando la información de que en el pasado Rigo había estado enamorado. Había dicho que no creía en el amor ni en el romance, pero, evidentemente, en aquellos momentos de su vida sí que había creído. Aquella mujer lo había estropeado todo.
—Cuando estaba sacando sus cosas de mi apartamento, encontré un imperdible en el mismo cajón en el que yo guardaba los preservativos. A menudo me había animado a que no utilizáramos protección afirmando que tomaba la píldora. Sin embargo, yo era muy riguroso en las precauciones.
—¿Se quedó embarazada a propósito?
—Terminó por admitirlo cuando se dio cuenta de que habíamos terminado. Fue muy duro ver que ella no era la persona que había dicho que era. Me había mentido en casi todo lo que me dijo para cazarme.
—¿Y decidiste hacerte la vasectomía por lo que ocurrió?
—Superé la ruptura muy pronto. La ira me ayudó. Terminé mis estudios y regresé a Italia para empezar a trabajar junto a mi padre. Me sentía tan perdido que solo quería juergas, divertirme, acostarme con todas las mujeres que pudiera. Sin embargo, cada vez que veía a una que me gustaba, me preguntaba si ella sería como Lydia. No pude acostarme con una mujer en más de un año. Entonces, escuché una conversación que mi padre tenía con mi tío sobre las amantes de este último. Mi tío se reía y le decía que sus amantes trataban de quedarse embarazadas sin saber que él se había hecho la vasectomía.
—Así que fuiste y te la hiciste…
—No fue tan sencillo. No me decidía. Yo siempre había albergado la esperanza de ser padre…
—Sin embargo, decidiste hacértela de todos modos.
—Sí. Decidí que no podría correr el riesgo de entregarme de ese modo, así que descarté la posibilidad de tener hijos. Me la hice y comencé a ser más selectivo en mis relaciones con las mujeres. Solo me acostaba con las que estaban muy centradas en su carrera y eran independientes. Nada que se pareciera a una cazafortunas.
—Hasta que me conociste a mí… Ahora comprendo por qué reaccionaste como lo hiciste aquella mañana. Yo te recordaba a ella, ¿verdad?
—Sí, pero ahora sé que no tenías nada que ver. Conozco la verdad sobre tu pasado.
—¿Y sigues decidido a no permitir que nadie se acerque a ti?
—Nicole, te he contado esto para ayudarte a que me entiendas…
—Y te entiendo, claramente —dijo ella acercándose también a la balaustrada—. Lo que te ocurrió es muy doloroso. Me imagino lo difícil que debe ser confiar de nuevo en una mujer. Sin embargo, aquí estamos. Casados desde hace poco más de una semana y yo acabo de descubrir esto…
—Te lo debería haber contado antes, pero habíamos acordado mantener las distancias. No creí que tuvieras que saberlo.
—Pensé que te mostrabas distante conmigo por nuestro pasado y que aún no habías aprendido a confiar en mí. Espero que tal vez con el tiempo…. Que algún día podamos tener más.
—Claro que confío en ti, Nicole —susurró él mientras le agarraba con suavidad las manos.
Ella se apartó de él.
—Confías en que yo no te robe el dinero, pero jamás me confiarás tu corazón, ¿verdad?
—¿Mi corazón? ¿Y qué tiene eso que ver con confiar el uno en el otro?
—¡Todo! —gritó ella—. ¿Cómo es posible que no te des cuenta de que estoy completamente enamorada de ti? —le preguntó. Se negaba a permitir que las lágrimas le cayeran por las mejillas—. Me he estado enamorando de ti desde la noche en la que te hablé de mi pasado. Te dije la verdad por primera vez y tú me escuchaste. Eres la única persona del mundo que me ve por quién soy realmente. Lo que hay entre nosotros es real… ¿es que no lo ves?
—Sé que es real… lo que hay entre nosotros es muy especial, Nicole.
—Pero tú no me amas.
Al escuchar aquellas palabras, Rigo se mesó el cabello con frustración.
—No es que no te ame. Es que no puedo hacerlo. Me estás pidiendo algo que no existe.
—¡Claro que existe! —afirmó Nicole—. Solo por lo que te hizo esa mujer no eres un robot. Tienes miedo de volver a entregarte plenamente a nadie y lo comprendo.
—Nicole… vamos a tomarnos un descanso ahora… —susurró Rigo. Se alejó unos pasos de ella. Estaba muy tenso.
—Esta conversación tenía que ocurrir sí o sí —prosiguió ella—. Y me alegro de que esté ocurriendo ahora. Yo no voy a conformarme con una relación a medias sobre todo cuando sé que me merezco más.
—¿Estás diciendo que yo no te merezco a ti? ¿Es eso? Estás tratando de obligarme a decir cosas cuando ni siquiera comprendes lo que me estás pidiendo.
—No tienes que decir nada. No voy a presionarte ni alejarme de ti llorando. Te doy la opción de regresar a nuestro anterior acuerdo.
—Nicole…
—Eso es lo único que estoy dispuesta a darte, Rigo. Si seguimos por este camino, alguien terminará sufriendo y los dos sabemos quién será.
Rigo permaneció en silencio, observándola con la mirada más fría que le había dedicado nunca.
—Yo seguiré siendo tu esposa, pero solo en nombre…
—Si eso es lo que quieres —respondió él inmediatamente—, saca tus cosas y llévatelas a una de las habitaciones de invitados.
Con eso, Rigo se sentó y se sirvió otra copa de vino.
Nicole permaneció allí más tiempo del que debería, mirando al hombre que amaba, esperando que él recuperara el sentido común.
Cuando entró en la casa y subió en silencio la escalera, deseó que él fuera tras ella, tal y como había deseado que él hiciera el día en el que le dijo que estaba embarazada. Sin embargo, en aquellos momentos era mucho peor porque estaba enamorada de él. En aquellos momentos, sentía que el corazón se le estaba rompiendo a cada paso que daba para alejarse de él. No obstante, sabía que era lo mejor. No podía darle todo sabiendo que él jamás sentiría lo mismo.
Cuando comenzó a recoger sus cosas para trasladarlas a otra habitación, comenzó a llorar desesperadamente. Se secó las lágrimas con furia, tratando de volver a recuperar la compostura. Entonces, oyó un coche que arrancaba en el exterior de la casa. Se asomó por la ventana y vio que Rigo se alejaba de la casa en su deportivo. Poco después, las luces desaparecieron en medio de la noche.
Nicole se sentó en la cama y admitió por fin lo que se había negado a creer. No había esperanza a la que aferrarse.
Comenzó a llorar desconsoladamente. Todo había terminado.
Rigo estaba en el improvisado despacho que tenía en la casa esperando la llamada que le confirmara que el avión estaba preparado. Aún le quedaban cinco días de su luna de miel, pero no podía seguir allí ni un minuto más dado que Nicole se negaba a hablarle.
Podía aceptar su ira, pero no su silencio.
Debería haberse imaginado que todo terminaría así. Las cosas habían estado yendo demasiado bien. Al menos antes podían mostrarse corteses el uno con el otro. En aquellos momentos, llevaban casados una semana y la situación era insostenible. El divorcio era la única posibilidad. Era inevitable.
Pensó en sus padres, que llevaban casados treinta y cinco años sin haberse separado nunca. ¿Cómo lo habían logrado?
No había podido encontrarla en toda la mañana, pero lo más probable era que la hubiera recogido el chófer de sus padres. Había ido a visitar a los suyos con regularidad para que pudieran pasar todo el tiempo posible con Anna.
Seguramente sus padres habían pasado más tiempo con su hija hasta aquel momento que él. No sabía por qué no podía comportarse con naturalidad, como su padre. Sin embargo, eso ya no importaba. Cuando se divorciara de Nicole la vería aún menos.
Pensar en que vivirían separados lo llenó de un vacío indescriptible, pero sabía que era lo mejor. No podía darle a Nicole lo que ella deseaba. Jamás podría hacerlo.
Nicole estaba empezando a lamentarse de su decisión de llevarse a Anna a disfrutar de un picnic sin la sillita de paseo. La niña pesaba mucho después de llevarla en brazos diez minutos colina arriba. Sin embargo, no podía soportar el ambiente opresivo que reinaba en la casa. Rigo se iba a marchar aquel mismo día y ella no quería estar presente cuando lo hiciera.
Se había pasado las últimas veinticuatro horas llorando. Había llegado el momento de que se acostumbrara a vivir allí sola dado que había optado por quedarse allí.
Adoraba aquel lugar. Era el sitio perfecto para criar a Anna. Los habitantes de la zona estaban acostumbrados a los Marchesi y no los importunaban. Llevaría una vida tranquila.
Se detuvo en lo alto de la colina y encontró un árbol bajo el que poder sentarse. Aún era bastante temprano, pero la temperatura rondaba ya los veinticinco grados. Colocó a Anna sobre una manta y se quitó los zapatos. Había llevado algo de fruta y pan para tomarlo allí. Al ver que Anna le quitaba un trozo de melón de la mano y lo chupaba ávidamente, se echó a reír.
Se dijo que allí estaría bien. Tenía intimidad para criar a su hija. Eso era lo único que le importaba en aquellos momentos.
Cuando terminó de tomarse la fruta eran cerca de las once. Se puso de pie y observó la iglesia en la distancia. Entonces, vio un coche negro y un hombre de pie junto al vehículo.
Sin previo aviso, el hombre sacó una bolsa del coche y extrajo una enorme cámara telescópica de ella. Entonces, echó a andar. Hacia Nicole.
Paparazzi. Nicole no desperdició ni un segundo. Abandonó el picnic y la manta y cubrió el rostro de Anna mientras echaba a andar lo más rápido que podía en la dirección opuesta. Vio que el hombre echaba a correr. El corazón le latía con fuerza. Le costaba sujetar a Anna y taparle el rostro al mismo tiempo.
Echó a correr, pero, como había abandonado las sandalias junto al picnic, le costaba andar por el duro terreno. Cada paso que daba le suponía una agonía.
Cuando oyó un ruido a sus espaldas, se giró sin dejar de andar para comprobar que el hombre no la estaba alcanzando. Entonces, tropezó y se cortó la planta del pie con una afilada roca. Anna comenzó a llorar. El hombre estaba ganándoles terreno muy rápidamente.
A él no le importaba que su hija estuviera aterrorizada. Lo único que quería era conseguir la foto de la niña, por la que se le pagaría muchísimo dinero. Sin embargo, no iba a conseguirla.
A pesar del dolor, consiguió llegar muy cerca de las puertas de su casa, casi estaban a salvo. Empezó a gritar para que los guardias de seguridad acudieran en su ayuda. Anna estaba llorando completamente desesperada. Su pequeño cuerpo temblaba de miedo mientras se agarraba con fuerza a la blusa de su madre
Por suerte, los hombres respondieron rápidamente. Salieron a buscarla. Sin embargo, se quedaron en un segundo plano cuando apareció su esposo con la ira reflejada en el rostro.