Capítulo 4

 

Rigo apoyó las dos manos sobre la encimera de mármol del cuarto de baño. Respiró profundamente y exhaló el aire con fuerza para aliviar la tensión. Había planeado aquel beso porque sabía que algo así los colocaría inmediatamente en las primeras páginas. Sin embargo, su propia reacción lo había tomado por sorpresa.

Estaba muy estresado. Aquella era la única respuesta lógica para que un hombre adulto tuviera que luchar contra su libido después de un único beso. Incluso cuando era un adolescente en el internado había sido capaz de controlar mejor sus sensaciones que el resto de sus compañeros.

Miró su reflejo en el espejo y decidió que lo mejor sería darse una ducha fría. Se desabrochó la camisa y la dobló para meterla en la cesta de la ropa sucia e hizo lo mismo con los pantalones. Acababa de quitarse los calzoncillos cuando la puerta del cuarto de baño se abrió inesperadamente.

Nicole bajó los ojos al ver que él estaba desnudo y se giró para mirar hacia otro lado.

—Dios, lo siento… —gruñó mientras se cubría la boca con la mano.

Rigo tuvo que contener la risa al ver aquella inocente reacción al verlo desnudo. Nicole no era ya una tímida virgen. De eso estaba completamente seguro.

—No hay nada que no hayas visto antes —dijo él disfrutando con la evidente incomodidad que ella presentaba—. No tienes necesidad alguna de fingir que eres tan recatada.

—No estoy fingiendo nada —susurró ella—. Y no creo que resulte apropiado… que sigas aludiendo a acontecimientos del pasado que los dos queremos olvidar.

—¿Acaso te turba pensar en la noche que pasamos juntos?

Rigo dio un par de pasos hacia ella. La necesidad de extender la mano y tocarla resultaba casi dolorosa.

Nicole se dio la vuelta para mirarlo. Entonces, se cruzó de brazos en un gesto que dejaba muy claro que la respuesta era no.

—Es mejor que no nos hablemos el uno al otro de ese modo, eso es todo —replicó ella centrando la mirada en el rostro de Rigo—. Solo necesito recoger mis cosas y me iré al otro cuarto de baño.

—No te preocupes. Me iré yo.

Rigo pasó a su lado para salir por la puerta y notó que el cuerpo de ella se tensaba cuando lo rozaba con el suyo. Parecía que Nicole estaba tan tensa como él.

—Gracias —susurró ella antes de cerrar la puerta sin volver a mirarlo.

Rigo abandonó la idea de darse una ducha de agua fría y decidió que tal vez un whisky le iría mejor. Acababa de ponerse un par de pantalones de chándal cuando un fuerte ruido salió del cuarto de baño.

—¿Estás bien? —le preguntó mientras agarraba el pomo con la mano.

El sonido de la tela y un delicado gruñido pudo escucharse al otro lado de la puerta.

—¿Necesitas ayuda? —insistió él esperando de corazón que la respuesta fuera negativa.

—Estoy bien —replicó ella, pero tenía la respiración agitada.

Pasaron unos instantes antes de que la puerta se abriera y Nicole apareciera vestida con un sencillo camisón rosa. Tenía el cabello revuelto y un aspecto tan delicioso que Rigo trató de apartar la mirada. No pudo hacerlo. Había visto que Nicole se había herido en el omóplato.

Madre di Dio, ¿qué te ha pasado? —le preguntó Rigo al ver que todos los frascos estaban desordenados encima del lavabo y por el suelo.

—Nada… Solamente me resbalé. Creo que me he desgarrado el vestido —susurró ella mientras le mostraba la prenda arrugada entre las manos.

Él extendió la mano y tocó la piel enrojecida con los dedos.

—Me preocupa más tu brazo que el maldito vestido. ¿De verdad crees que abrirte la cabeza es mejor que pedir ayuda?

—¿Y quién hubiera dicho que quitarse un vestido sola pudiera ser tan peligroso? —replicó ella mientras rompía el contacto—. Creo que sobreviviré.

Se alejó de él para ir a colgar el vestido.

—Trataría de coserlo yo sola, pero se me da fatal cualquier cosa que requiera precisión.

—Eso no me sorprende —repuso él mientras miraba con intención los zapatos que ella había dejado sobre el suelo.

—¿Qué es lo que quieres decir con eso?

—Has desatado un pequeño tornado en mi cuarto de baño —respondió él mientras indicaba los frascos y cepillos que había por todas partes en su habitualmente impecable cuarto de baño.

—Eso es diferente. Me caí. Sin embargo, no me importa que las cosas no estén alineadas perfectamente. He notado que tú eres ordenado hasta el exceso. Casi tengo miedo de tocar nada en el vestidor.

—Me gusta la organización.

—Y a mí un caos organizado.

Agarró un par de calcetines rosas y se los puso en los pies. Para Rigo resultaba muy extraño verla así. No recordaba haber visto a ninguna mujer de esa guisa, pero nunca antes había vivido con una. Había pasado la noche con novias, pero ninguna había prescindido del maquillaje y los camisones que se ponían dejaban muy poco a la imaginación.

Las mejillas de Nicole estaban sonrojadas por la pelea que había tenido con la cremallera del vestido, pero el resto de su piel era muy blanca, en contraste con las oscuras ondas de su cabello. El camisón que llevaba le llegaba hasta la rodilla, por lo que no se podía considerar un instrumento de seducción. Sin embargo, ver sus rotundos pechos apretándose contra el suave algodón hicieron que la libido de Rigo cobrara vida una vez más.

—Esto es la clase de cosas que puede terminar con un matrimonio —bromeó Nicole entrometiéndose en los poco inocentes pensamientos que Rigo estaba teniendo. Entonces, ella agarró los zapatos que había dejado por el suelo y les buscó un sitio—. Mi madre dejó a su tercer marido porque hacía demasiado ruido al masticar. Decía que le daban ganas de envenenarle la comida… —añadió sacudiendo la cabeza.

—Entonces, ¿mi obsesión por el orden podría ser la causa de nuestro divorcio? —le preguntó Rigo mientras observaba con trepidación cómo ella empezaba a mover algunas cosas en el vestidor.

—Eso si no te vuelvo loco primero con mi desorden.

—Pareces muy interesada en que nuestro matrimonio termine —dijo Rigo mientras observaba cómo la sonrisa de Nicole se le helaba en el rostro.

—¿Y por qué si no hubieras hecho que redacten un acuerdo prenupcial si no esperas que fuera así? —replicó ella mientras salía del vestidor y cerraba la puerta—. He estado en bastantes bodas de mi madre para saber que no debo ser ingenua. Los matrimonios terminan, Rigo. Así son las cosas.

—¿Y cuando llegue ese final inevitable, ¿qué harás tú? —le preguntó. Le sorprendía ver que le interesaba la respuesta.

—¿Te refieres a si me buscaré otro marido rico como mi madre o si tú serás el principio y el fin de mi ilustre carrera?

Rigo se acercó a ella muy enojado. Una vez más, Nicole había tergiversado sus palabras. Sin embargo, no tardó en darse cuenta de su error. Se quedó quieto, pero ya había caído en las garras de su aroma. Además, vio lo dilatadas que ella tenía las pupilas. Podría llevársela a la cama y dejar que los dos se desfogaran con la pasión que ardía entre ellos. Nicole lo deseaba igual de desesperadamente. Lo notó en el modo en el que humedeció los labios con la punta de la lengua.

Rigo le deslizó la mano por la mandíbula. Los cuerpos de ambos estaban separados por un mínimo espacio. Las manos de ella se colocaron sobre los hombros de él. Rigo le rodeó la cintura con las manos. No había nada que deseara más que arrancarle la ropa para ver si los recuerdos que tenía del cuerpo desnudo de Nicole eran sencillamente una exageración del cerebro.

Permanecieron así unos instantes hasta que, por fin, ella dio un paso atrás. Rigo estuvo a punto de lanzar un gruñido, mezcla de alivio y de la desilusión que sintió en aquellos momentos.

Ella se apartó un mechón de cabello del rostro.

—Esto es tan solo el resultado de habernos visto forzados a estar en un espacio tan reducido —dijo mientras se sentaba en la cama—. Voy a dormir.

Rigo parpadeó y trató de convencer a su cuerpo que siguiera por el mismo camino que su mente. Él no iba a poder dormir en un futuro cercano. Tenía aún la respiración acelerada, como la de ella. Se había dado cuenta de que Nicole tenía las mejillas sonrojadas a pesar de que ella se las tapó rápidamente con las sábanas.

—Tengo trabajo que hacer —gruñó él. Necesitaba poner distancia entre ambos—. Seguramente, mañana me habré marchado antes de que te levantes, pero Alberto estará a mano si necesitas algo.

Con eso, se marchó del dormitorio.

No sabía por qué la facilidad que ella tenía para marcar fronteras le preocupaba. Él había hecho lo mismo. Debería estar agradecido de que Nicole no estuviera persiguiéndolo descaradamente para ganar más terreno en la situación en la que se encontraban…

 

 

Un viaje inesperado a Nueva York mantuvo a Rigo casi una semana alejado de París. Por suerte, pudo cambiarse de traje en el avión, lo que le permitió llegar al apartamento diez minutos antes de que tuvieran que marcharse a la fiesta de compromiso.

La niñera estaba con Anna en brazos en el salón. La niña sonreía y parecía muy contenta en brazos de la mujer.

Monsieur Marchesi —le dijo. Entonces, se acercó a él con la intención de darle a la niña para que la tomara en brazos

Rigo negó con la cabeza.

—Tengo que hacer una llamada —replicó. Sin embargo, la mujer se limitó a sonreír y le colocó a la niña en brazos antes de que él pudiera seguir protestando.

—Volveré en un momento. Mire que feliz está de encontrarse en los brazos de su papá.

Rigo se quedó completamente inmóvil cuando la niñera desapareció en la cocina. Se sentía incómodo. La niña prácticamente no pesaba nada, pero, sin embargo, se sentía como si tuviera una piedra en brazos. ¿Qué estaba haciendo allí? Aquello era exactamente la razón por la que había estado evitando el apartamento. Debería haber recogido a Nicole en la puerta, tal y como había planeado.

Anna lo miró con unos ojos azules idénticos a los suyos, pero llenos de curiosidad. Extendió la manita para agarrarle la corbata. Cuando se la sacó fuera de lugar, frunció el ceño. Era una niña muy seria. Rigo sintió el impulso de echarse a reír con su tenacidad, pero respiró aliviado cuando la niñera regresó con un biberón. Rigo le devolvió la niña a la niñera y murmuró algo sobre su llamada antes de salir a la paz y la intimidad de la terraza.

Se inclinó sobre la balaustrada. El sol se estaba poniendo sobre la icónica Torre Eiffel. Normalmente, aquella vista lo calmaba incluso en el día más ajetreado, pero, en aquellos momentos, no consiguió calmar los demonios de su pasado, que amenazaban con escaparse de los rincones de su subconsciente.

Había pensado que su principal problema era mantener a raya la atracción que sentía hacia Nicole, pero le había resultado imposible encontrar el modo de enfrentarse al hecho de que era padre de una niña. Su hija era una Marchesi de la cabeza a los pies. Al principio había preferido ignorar el parecido, pero en las pocas veces que la había visto desde que llegó a su vida, se había ido sintiendo cada vez más atraído por ella.

Cuando le dijo a Nicole que quería ocupar su lugar en la vida de la niña, lo había dicho en serio. Sin embargo, no tenía ni idea de cómo comenzar a hacerlo. ¿Cómo se disculpaba uno ante una niña por haberse perdido los primeros seis meses de su vida?

Rigo se pasó una mano por la mandíbula y sintió que la tensión se apoderaba de él. Lo único que tenía que hacer era superar las siguientes semanas hasta que tuviera lugar la boda. Entonces, podrían empezar a ocupar espacios separados. Tal vez eso sería mejor para la niña que tener a un virtual desconocido molestándola cuando tratara de jugar a ser papá.

Sacudió la cabeza. Aquella noche, tenía que estar muy centrado. Aquella fiesta de compromiso era una oportunidad perfecta para que la empresa acabara públicamente con los rumores. Asistirían trescientos invitados de prestigio. El grupo Marchesi tenía que capitalizar aquella oportunidad.

Su plan había sido un éxito desde el momento en el que la foto del beso apareció en los tabloides. Las fotografías del anillo de Nicole se habían hecho virales y ella había sido examinada hasta el más mínimo detalle. Su pasado como estrella infantil, sus infructuosos intentos para triunfar como actriz… Sin embargo, en general, la respuesta de los medios había sido positiva. La prensa estaba encantada con aquel giro de los acontecimientos y las acciones de la empresa habían subido como la espuma.

Para una empresa dedicada a la moda no podía haber mejor publicidad que la boda de su director. El equipo de Rigo se había ocupado de todo. Se había reservado la fecha y ya estaba el papeleo preparado. Cuando pasara aquella noche, el mundo entero estaría pendiente de que la pareja de la que más se estaba hablando en aquellos momentos se diera el sí frente al altar.

Por supuesto, el seguimiento de todo lo que estaba ocurriendo resultaba un poco molesto, pero era necesario. Cuando pasara la boda, volverían a hacer salidas muy escogidas como pareja y mantendrían a Anna alejada de los medios con una orden de protección.

—No estaba segura de que fueras a llegar a tiempo.

La voz de Nicole resonó a sus espaldas. Rigo se dio la vuelta y se quedó atónito al ver lo hermosa que estaba.

Las oscuras ondas de su cabello estaban peinadas hacia un lado, de un modo que recordaba al viejo Hollywood. Sus ojos tenían un aspecto muy seductor e intenso. Un brillante carmín rojo hacía destacar los labios. Rigo sintió que la boca se le secaba al notar cómo el vestido azul claro parecía ceñir cada curva de su cuerpo deliciosamente. Vagamente, recordaba aquel vestido como uno de los diseños exclusivos de la colección de Alta Costura de la temporada siguiente. Se trataba de una deliciosa creación de encaje azul claro y relucientes cristales. El efecto era increíble. Además, la falda se hacía transparente a mitad del muslo, lo que dejaba al descubierto unas piernas espectaculares.

Al darse cuenta de que ella lo miraba con expectación, esperando un comentario que él aún no había realizado, se aclaró la garganta.

—Yo jamás dejaría plantada a mi prometida —dijo mirando el reloj—. Cuando dije a las siete, no me refería a que tuviera que ser con precisión militar.

—Resulta difícil retrasarse con un equipo de maquilladoras y peluqueras ocupándose de ti. Por cierto, gracias por ocuparte de organizarlo todo.

Rigo se encogió de hombros.

—Esta noche necesitas causar sensación. Ahora tenemos que marcharnos.

Los dos entraron de nuevo en el salón. Como Nicole iba delante, Rigo se vio envuelto por el dulce aroma del perfume que ella llevaba puesto. Nicole se tomó un instante para hablar con la niñera antes de seguir a Rigo con una mirada de asombro en los ojos.

A él no le importaba que ella estuviera disgustada porque no le hubiera dedicado ningún cumplido. Aquella iba a ser su fiesta de compromiso, pero no era una cita. Cuanto menos cómodos se sintieran el uno en compañía del otro hasta que hubiera pasado la boda, mucho mejor.

 

 

Nicole contuvo el aliento cuando el coche se detuvo por fin. Rigo había estado todo el trayecto hablando por teléfono, pero colgó la llamada justo cuando el chófer les abrió la puerta.

Nicole esbozó la mejor de sus sonrisas y salió detrás de su prometido para luego aceptar el brazo que él le ofrecía como apoyo. Las cámaras disparaban desde todos los ángulos cuando por fin los dos se detuvieron al pie de las escaleras que daban acceso al hotel para posar para los fotógrafos. Se les hacían preguntas en todos los idiomas, algunas inocentes, sobre la boda y sobre el vestido que Nicole llevaba aquella noche. Sin embargo, una periodista en particular no perdió tiempo alguno en entrar a matar.

—¿Cómo se siente al haber cazado a un millonario, señorita Duvalle? —le preguntó la mujer ácidamente—. Su madre debe de estar muy orgullosa.

Nicole no dejó de sonreír y trató de ignorar la provocación. Miró a Rigo y vio que él se mostraba tranquilo, con la misma sonrisa que mostraba siempre a la prensa. A él también le estaban haciendo preguntas sobre la subida de las acciones de la empresa en los últimos días. Nadie le preguntó sobre su pasado sexual ni realizaron suposiciones sobre su personalidad. A él lo trataban como a una persona. Lo respetaban.

Nicole siguió sonriendo para las cámaras, moviendo su cuerpo para que pudieran sacar buenas imágenes del vestido.

—Pareces muy cubierta, Nicole —le preguntó un joven periodista—. ¿Te ha ayudado tu prometido a mejorar tu gusto por los vestidos arriesgados?

—¿Sigues teniendo problemas con el alcohol? —quiso saber otro.

—¿Cómo piensas perder el peso que te sobra antes de la boda?

Nicole tragó saliva a medida que los dardos iban impactando en ella. El equipo de Relaciones Públicas les había dejado muy claro lo que debían o no debían contestar. Sin embargo, parecía que cuanto más ignoraba aquellos asaltos, más enconados se volvían estos.

Rigo salió indemne de la prueba, pero ella volvió a sentirse como si tuviera de nuevo catorce años, cuando la lanzaron frente a los paparazzi como si fuera un jugoso filete para una manada de perros hambrientos. Todos querían un trozo de la hija de la viuda dorada. Querían que fuera tan escandalosa como su madre.

—¿Y la niña, Nicole? ¿Quién va a tener la exclusiva de la pequeña Anna?

Nicole se quedó inmóvil.

—¿Quién ha hecho esa pregunta? —quiso saber sin poder contenerse. Rigo le indicó que guardara silencio, pero ella se mantuvo firme—. ¿Quién ha sido? Nadie hablará de mi hija. ¿Entendido?

Vagamente, notó que Rigo le agarraba la cintura y la estrechaba contra su cuerpo.

—Sonríe y camina, Nicole —le susurró con dureza.

Ella se echó a temblar. A duras penas, consiguió esbozar una última sonrisa antes de dejar que Rigo la condujera hacia el interior del hotel. Cuando estuvieron dentro, alejados de los ojos curiosos de la gente, Rigo se volvió a mirarla. Apenas podía controlar su frustración.

—Has estado a punto de perder el control ahí fuera —le advirtió.

—Pero no lo hice…

—Por los pelos.

Rigo le colocó una mano debajo de la barbilla y la obligó a levantar la cabeza para mirarlo.

—Necesitas practicar la cara de póker

—¿Me estás diciendo que no te afecta cuando pronuncian el nombre de tu hija? ¿Cuando hablan de ella como si fuera un artículo con el que negociar?

—Es su trabajo. Tienes que ser más dura.

Nicole sacudió la cabeza con incredulidad. Por supuesto a él Anna no le importaba. Lo único que tenía interés para él era ver cómo aquella relación afectaba a los precios de las acciones.

Nicole dio un paso atrás, alejándose de él.

—No quiero que hablen de mi hija. No me importa lo que digan o piensen de mí.

Con eso, se dio la vuelta y se dirigió hacia el ascensor que los llevaría hasta la planta superior, donde se iba a celebrar su fiesta.

Rigo se acercó a ella.

—Tal vez podrías fingir que te alegras de estar aquí

Nicole no contestó. Volvió a ocultarse bajo su mejor sonrisa y se centró en mantener el mínimo contacto físico con su prometido. Cuando llegaron al opulento salón de baile y saludaron a todos sus invitados, esa tarea se hizo muchísimo más difícil. Cada vez que saludaban a una persona, Rigo aprovechaba la ocasión para abrazarla o estrecharle la cintura. Su seductora sonrisa y sus miradas veladas ciertamente eran para la galería, pero ella no podía evitar sentir cómo se le aceleraba el pulso cada vez que él la tocaba.

De repente, un hombre se colocó delante de ella y le dio un ligero puñetazo a Rigo en el brazo. Nicole dio un paso atrás, pero Rigo no pareció en absoluto atemorizado por el gesto. Más bien comenzó a sonreír de alegría.

Fratello! ¡Lo has conseguido! —exclamó mientras abrazaba con fuerza al recién llegado. Después de unos instantes, dio un paso atrás y volvió a rodear la cintura de Nicole con un brazo—. Nicole, este es mi hermano Valerio.

Nicole le ofreció la mano y una cortés sonrisa y trató de ignorar la frialdad que notó en la mirada de su futuro cuñado. Aparte de los ojos azules, los dos hermanos eran muy diferentes. Rigo era alto y atlético mientras que Valerio era más grueso y corpulento. Sin embargo, los dos compartían la habilidad de conseguir que una mujer sintiera su desaprobación.

—Bueno, pensé que al menos un miembro de nuestra familia debería estar presente en tu gran fiesta —le dijo Valerio a Rigo ignorándola a ella completamente.

—¿Es que no van a venir tus padres? —le preguntó Nicole a Rigo.

—En estos momentos están haciendo un crucero por el océano Índico —explicó él—, pero regresarán a tiempo para la boda.

Nicole asintió y se mordió los labios. Si el hermano de Rigo mostraba tan abiertamente su desaprobación, no quería ni pensar cómo sería su madre.

Nicole miró a su alrededor, a los invitados que los observaban tan atentamente. La conversación en voz baja y las miradas de soslayo no lograban ocultar la curiosidad que sentían. Todos se estaban preguntando lo mismo. ¿Por qué estaban allí? Era de sobra conocido por todos que Rigo Marchesi era un soltero empedernido. De repente, tenía prometida y una hija de seis meses. De pronto, lo ridículo de aquella situación se hizo insoportable. Ella necesitaba una copa… o dos o tres.

 

 

Rigo observó cómo Nicole se dirigía hacia el bar. Se había excusado cortésmente, pero él había sentido la tensión en ella desde el momento en el que entraron en el salón de baile. Estaba muy nerviosa. Igual que él.

—Entonces, tu prometida… —dijo Valerio con una sonrisa que no se le reflejaba en los ojos—. ¿Qué ha sido? ¿Un noviazgo de una semana?

—¿Qué te puedo decir, hermanito? El que sabe, sabe —respondió él encogiéndose de hombros.

—Esta situación es como si la historia volviera a estar repitiéndose. ¿Estás seguro de que esa niña es tuya?

—Ni siquiera voy a dignificar esa pregunta con una respuesta —le espetó Rigo.

—Sé que aún no se lo has dicho a mamá. Solo porque estén en medio del océano no significa que no tenga un teléfono en el que no puedas ponerte en contacto con ella.

—Pensé que sería mejor esperar hasta que hayan terminado su viaje.

—Tienes miedo de contárselo —afirmó Valerio—. Yo también lo tendría. Después de que te lanzaras a pedirle matrimonio a la última…

Rigo sintió que todos los músculos de su cuerpo se tensaban al escuchar cómo su hermano le recordaba una época en la que era más joven y ciertamente mucho más ingenuo. Resistió el impulso de pegarle un empujón y tirarle al suelo, tal y como habría hecho cuando eran niños. Tal vez lo haría en un futuro, en un lugar menos concurrido.

—No hablemos más de eso. Esta noche no —le dijo Rigo mientras indicaba a un camarero que le diera una copa—. Estamos aquí para brindar en honor de mi hermosa prometida.

Alzó la voz para que todos los presentes se unieran a él y terminar así con la incómoda conversación que estaba teniendo con su hermano.

 

 

Nicole respiró profundamente y trató de ignorar el rubor que le cubría las mejillas. Se detuvo para tomar una copa de champán de un camarero que pasaba por allí. No tardó mucho en verse monopolizada por los invitados. Todos querían saber más de la mujer que por fin había conseguido que el escurridizo Rigo Marchesi se dispusiera a sentar la cabeza.

El equipo de Relaciones Públicas de Rigo le había aconsejado que se ciñera a lo esencial y que evitara las preguntas incómodas sobre el tiempo que habían estado separados. Después de unos minutos, sintió que los nervios iban pasando. De repente, se encontró disfrutando de su fingimiento. Habló de su prometido con los adornos debidos y se refirió a su relación con la ilusión de una mujer que acababa de comprometerse.

Después de la tercera vez que recitaba la misma historia, prácticamente comenzó a creérsela. ¿No sería maravilloso si fuera cierta? Tomó un sorbo de champán y escuchó como el grupo de mujeres que la rodeaba alababan el anillo. ¿Cómo sería estar comprometida de verdad con Rigo Marchesi, si aquella hubiera sido de verdad una celebración de su amor con la familia más cercana y los amigos más íntimos y si ella fuera de verdad la mujer que él amaba?

Mientras contaba la historia por cuarta vez, notó que se producía un ligero revuelo en las puertas de entrada al salón de baile. La voz de una mujer resonó con fuerza por encima de la suave música de jazz.

—¡Esta es la fiesta de mi hija, imbécil! —gritaba con un fuerte acento de Londres antes de volver a mirar a los invitados con una sonrisa en los labios—. Mira de nuevo tu maldita lista.

Un guardia apareció inmediatamente al lado de Goldie Duvalle y le habló en voz muy baja. Fuera lo que fuera lo que el hombre le dijera, hizo que Goldie torciera el rostro de desagrado. Entonces, como si fuera a cámara lenta, las características uñas rojas de su madre aparecieron en el acto y golpearon al guarda en la mejilla.

Nicole rezó para que el suelo se abriera y se la tragara en aquel mismo instante. Miró a Rigo y vio que él asentía lentamente al guardia. El hombre dio un paso atrás mientras se cubría con la mano la enrojecida mejilla. Goldie escaneó la sala y no tardó en encontrarla.

—¡Ahí estás, amor mío! —exclamó exageradamente mientras se dirigía hacia ella sobre unos tacones imposibles y luciendo un escote muy llamativo. Al llegar a su lado, abrazó a Nicole con profundo dramatismo.

—Madre, ¿qué estás haciendo aquí? —susurró Nicole en voz baja mientras trataba de zafarse de la descarada exhibición de afecto maternal por parte de Goldie.

—He venido a celebrar tu compromiso con el resto de estas personas. Supongo que mi invitación se ha perdido en el correo, así que no pienso hablar más al respecto.

Nicole se aclaró la garganta y dio las gracias en silencio a la banda por haber subido el tono de la música para conseguir que la fiesta recuperara el ritmo después de la incómoda interrupción.

—Yo no te he invitado y sabes por qué.

—Dejémonos de dramatismos en una ocasión tan maravillosa, amor mío —dijo mientras apretaba la mano de Nicole con la suya en un gesto ridículo—. Decidí que ya era hora de enmendar nuestras pequeñas diferencias. No me gustaría perderme la boda de mi única hija debido a un estúpido malentendido.

Nicole apretó la mandíbula. ¿Un malentendido? Decidió que no se pondría al nivel de su madre. Era la anfitriona de aquella fiesta y tenía que representar su papel.

—Si quieres quedarte, está bien. No voy a atraer más la atención sobre ti echándote, así que disfruta de la fiesta. Ya la has estropeado más de lo que es suficiente.

Había esperado que su madre decidiera irse sin hacer ruido, pero tendría que haberse imaginado que su madre jamás le pondría las cosas tan fáciles.

—¿Estropeado, dices? —repitió Goldie alzando mucho la voz—. Te aseguro que no soy una niña traviesa. Solo quería ver a mi hija. ¿Tan malo es eso?

Nicole sintió que, poco a poco, iba perdiendo el control.

—Hace más de un año desde la última vez que hablamos. Ni siquiera conoces a tu nieta.

Su madre le agarró de nuevo la mano para evitar que se marchara. Los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Tienes razón, querida. Me he comportado de un modo horrible. Sin embargo, tienes que comprenderlo… No me escuchabas.

Nicole retiró la mano.

—Te enfadaste porque me negué a vender mi historia a la prensa. Nada más y nada menos.

—¡Estaba preocupaba por ti! No podía consentir que mi hija arrojara su futuro y que pensara en criar sola a una niña cuando las dos podíais haber vivido a todo lujo. Sin embargo, por suerte, ese argumento es irrelevante ahora….

Goldie respiró profundamente y sonrió.

—Ahora, mírate. Mi Nicole comprometida con un multimillonario, viviendo en su ático…. Me alegra ver que no has permitido que tus estúpidos principios se interpusieran con el sentido común.

Nicole sintió náuseas al ver la mirada de aprobación que había en el rostro de su madre.

—¿Estás tratando de decir que yo quería esto?

—Por supuesto que no —comentó Goldie riendo—. No abiertamente. Eres orgullosa, como lo era tu padre, que Dios lo tenga en su Gloria. Pero tienes suerte de tenerme a mí velando por ti y facilitándote las cosas para que hagas lo más sensato.

Nicole observó la sonrisa de su madre y sintió que se le hacía una pelota en el estómago. De repente, lo comprendió todo. Había estado tan ciega… No había querido creer que su madre pudiera haber sido capaz de algo tan frío. Sin embargo, no lo sabía nadie más. Nadie más que su madre había sabido quién era el padre de Anna.

Goldie prosiguió sin darse cuenta de lo que ocurría.

—Ahora eres madre. Ya sabes lo que es querer tan solo lo mejor para tu hija —añadió mientras agarraba una copa de champán de una bandeja y se la bebía de un trago—. No hay necesidad de darme las gracias por mis esfuerzos. Dios sabe que jamás pensé que ese necio te pediría matrimonio, por lo que no puedo reclamar el mérito de eso también. Lo único que te pido es que ahora te aferres a él y que no se te escape.

—Fuiste tú —le espetó Nicole sin poder contenerse más. Tú diste el soplo, ¿verdad?

—No te preocupes. Fue anónimo. Nadie lo sabrá nunca.

—¡Lo sabré yo! —exclamó Nicole, furiosa—. ¿Cómo pudiste?

—No te comportes como si yo fuera la mala de la película —repuso Goldie mientras agitaba un dedo frente al rostro de Nicole—. Las dos sabemos que te he hecho un favor. Es decir, ¿qué otra cosa podías hacer que casarte por dinero con la carrera que tienes? Es como si fuera nuestro pequeño negocio familiar —añadió riéndose. Se detuvo en seco al ver que la expresión de Nicole se enfurecía—. Lo único que quería era una vida normal para mi hija.

Nicole tragó saliva. Era inútil tratar de explicarle a su madre el concepto de normalidad. Su madre había ansiado el estrellato desde el momento en el que se marchó de casa para convertirse en modelo a la edad de dieciséis años. Siempre se trataba de lo que Goldie quería. No importaba nada más. En aquellos momentos no tenía fuerzas para enfrentarse a la lógica narcisista de su madre.

La sonrisa de Goldie cambió ligeramente y Nicole sintió que una mano muy fuerte se le posaba sobre la cadera. Rápidamente reconoció el aroma que la envolvía. Sin embargo, le fue imposible volverse para mirarlo. No quería que él viera su vergüenza. Desde siempre, él había creído lo peor de ella. Cuando se enterara de que su madre había sido el catalizador que había provocado todo aquel lío, jamás creería que Nicole no había tenido nada que ver.

—Señora Duvalle, encantado de conocerla —dijo Rigo con una sonrisa mientras tomaba brevemente la mano de Goldie.

Nicole estuvo a punto de vomitar al ver la apreciación que se reflejaba en el rostro de su madre al ver a Rigo y el modo en el que le colocó las infinitas uñas rojizas sobre el antebrazo.

—Muy pronto volveré a ser de nuevo la señorita Duvalle, me temo —observó. Parpadeó una vez. Dos veces—. Mi esposo número siete no me ha traído la suerte después de todo. A menos que la suerte se la haya quedado toda él para compartirla con todo el mundo menos con su esposa…

—Lo siento —repuso Rigo con voz sincera.

Aún tenía la mano sobre la cadera de Nicole. Ella trató de ignorar las sensaciones que aquella mano evocaba y trató de tragarse el nudo que se le estaba formando en la garganta al escuchar las palabras de su madre.

Por eso había esperado hasta aquel momento para contar la historia de su hija. Su vida privada no había sido más que una póliza de seguros para cuando el último matrimonio de Goldie fracasara.

—Me interesan mucho más tus buenas noticias —ronroneó Goldie tocando de nuevo el brazo de Rigo—. Había esperado que podríamos celebrarlo todos en privado… como una familia…

Nicole no lo pudo aguantar más. No pudo quedarse allí ni un instante más escuchando las vacías palabras de su madre. Se apartó de Rigo y se excusó rápidamente. Entonces, se dirigió a la salida más cercana con toda la velocidad que pudo reunir. La ira que sentía, el dolor por la traición de su madre era demasiado para ella. Necesitaba escapar.