Capítulo 7
Nicole extendió la mano y la deslizó descaradamente por el torso desnudo de Rigo, igual que había hecho aquella noche en París hacía ya muchos meses. La diferencia era que, en aquella ocasión la habitación había estado demasiado oscura como para poder apreciar tanta perfección. En aquellos momentos, la suave luz de las velas proporcionaba la iluminación adecuada.
El sentimiento de sentirse expuesta se intensificó, pero con los ojos de Rigo prendidos de los suyos y la pasión que veía en ellos sintió que desaparecía parte de su timidez. Vio que él estaba tan excitado como ella y que parecía beber ávidamente cada centímetro de su cuerpo. Nicole echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos cuando sintió que él comenzaba a acariciarla. Le cubrió los senos con las manos y comenzó a estimular los erectos pezones a través de la seda y el encaje de su corsé interior.
Aquella prenda no le había parecido demasiado apta para la seducción, pero cuando Rigo comenzó a desabrocharle los lazos uno a uno y ella se vio en el espejo, comprendió por fin el atractivo de la lencería femenina. Observó cómo los ojos de él se oscurecían. La tela le rozaba la piel de los ya sensibles pechos hasta que, por fin, le cayó por encima de las caderas.
Rigo se acercó a ella. El calor de la erección se hizo notar en la parte inferior de la espalda de Nicole cuando él comenzó a lamerle un sendero desde el cuello hasta los hombros. Las miradas de ambos se cruzaron a través del espejo y, por fin, los dedos de Rigo comenzaron a explorar los senos desnudos. Nicole no se pudo contener y se apretó un poco más contra él.
Al mismo tiempo, pareció que la mano, por cuenta propia, comenzaba a tocarle la entrepierna a través de la tela de los pantalones. El ritmo de su respiración se incrementó y ella apretó un poco más y deslizó los dedos por la larga columna de su erección. El sonido que emergió de la garganta de Rigo la excitó profundamente.
De repente, Rigo le agarró la mano y la condujo hasta la cama con dosel. Se sentó sobre la colcha y se colocó de tal modo que ella quedara frente a él, atrapada entre sus muslos. El corpiño no tardó en caer al suelo, seguido rápidamente por la ropa interior.
Instintivamente, Nicole trató de taparse el abdomen, sabiendo que las ligeras marcas del embarazo quedaban plenamente visibles para él. Sin embargo, Rigo le apartó las manos y se las colocó en los costados mientras miraba a placer.
—No te ocultes de mí.
Después, se inclinó hacia delante y le atrapó un pezón entre los labios mientras le acariciaba los costados con las manos y, por último, le agarraba con fuerza el trasero.
Nicole comenzó a relajarse. Su cuerpo se inclinaba inconscientemente hacia él para que Rigo pudiera besarla a placer entre los pechos. No se sentía muy segura de sí misma ni de su aspecto. Rigo no comprendían por qué. Trataba por todos los medios de dejarle bien claro lo sensual que la encontraba y lo excitado que estaba por ella.
Decidió mostrárselo con la lengua. Se la deslizó por el abdomen mientras con las manos le acariciaba los muslos y se los separaba para poder deslizar los nudillos por encima de los oscuros rizos. Entonces, deslizó un dedo para excitarla con suaves caricias antes de incrementar el ritmo.
Con cada gemido que ella lanzaba, a Rigo le resultaba cada vez más difícil no hundirse en ella y terminar con aquella tortura. Se conformó con deslizar un dedo hacia el interior de su cuerpo y comenzar un placentero ritmo antes de añadir un segundo. Nicole gruñó profundamente y comenzó a susurrar palabras incoherentes mientras Rigo seguía dándole placer.
Se mordió los labios al saber que él era el único hombre que la había tenido así. Ella estaba destruyendo su autocontrol con el modo en el que respondía a sus caricias. No fingía cuando le clavaba las uñas en los hombros y dejaba que un profundo gemido se le escapara entre los dientes al sentir los primeros temblores del clímax.
Rigo sintió que los músculos se le tensaban y aminoró el ritmo. Deseaba acrecentar aquella tortura un poco más. Había esperado tanto que quería tomarse su tiempo. Quería llevarla al borde para luego sentir cómo ella se corría con la lengua. Sin dudarlo la hizo dar un paso atrás y se arrodilló frente a ella. Nicole no tuvo tiempo de protestar antes de que la lengua de Rigo se le deslizara entre los pliegues de su feminidad, acariciándola con largos y lentos movimientos acompañada de los dedos.
Nicole agarró el cabello de Rigo y gimió al alcanzar el orgasmo. Rigo sentía cada delicado espasmo en la lengua. Cuando se puso de pie, la tumbó en la cama y le cubrió el cuerpo con el suyo. Nicole era como seda caliente… Un hombre podía morir de placer así. Nunca antes había sentido algo igual y eso que prácticamente aún no habían comenzado.
Nicole se abrió de piernas y se apretó contra la erección. Ya no se mostraba nerviosa. Aparentemente, un buen orgasmo había convertido a su esposa en una mujer osada. Sonrió. Debía tenerlo en cuenta en el futuro.
Comenzó a besarla profundamente, sabiendo que ella se estaba saboreando en los labios de él. Ese hecho solo sirvió para excitarlo aún más. La agarró por la cintura. Quería que ella se pusiera encima de él para poder verla cuando los dos alcanzaran el orgasmo.
Nicole se tensó.
—Rigo… —dijo. Se mordió el labio. Estaba dudando.
—Confía en mí…
Rigo volvió a besarla y le agarró la cintura para guiarla encima de él de manera que los muslos de ella encajaran perfectamente con sus caderas. Entonces, contuvo el aliento cuando ella se deslizó lentamente sobre él, atrapando la erección en el calor líquido de su cuerpo.
Él echó la cabeza hacia atrás. La sensación era tan placentera que casi le resultaba insoportable. Nicole levantó las caderas ligeramente y comenzó a provocarle un placer extremo.
—Sí… Sigue así… —la animó, gruñendo mientras ella repetía el movimiento e incluso hacía girar las caderas con una ondulación lenta y tortuosa.
Desde aquel ángulo, Rigo tenía una visión completa de cada ángulo del cuerpo de Nicole. Ella parecía haber salido de sus fantasías más salvajes. Se tomó un instante para gozar con el hecho de que ella era completamente suya. Saber que era el único hombre que la había visto así lo excitaba profundamente.
Contuvo el aliento cuando ella se inclinó sobre él y le dio la oportunidad perfecta para reclamar sus pechos una vez más. Nicole fue acrecentando el ritmo, deslizándose sobre él al tiempo que él movía las caderas hacia arriba, intensificando así su placer. Rigo nunca había sentido un orgasmo tan lento, que estaba provocando que todos los nervios de su cuerpo entraran en un estado de tensión.
Nicole se había agarrado a uno de los postes de la cama. Rigo le obligó a soltar una de las manos y se la guio al clítoris.
—Muéstrame cómo te gusta…
Nicole cerró los ojos cuando comenzó a trazarse círculos alrededor del clítoris. Saber que él la estaba observando resultaba a la vez escandaloso y tremendamente excitante. Se obligó a abrir los ojos y a mirarlo cuando ella los fue acercando a ambos al clímax. El placer era tan intenso que estuvo a punto de detenerse. La respiración se le había acelerado mientras cabalgaba encima de él.
Rigo pareció notar su incertidumbre.
—Más fuerte —gruñó mientras la agarraba con fuerza de las caderas.
Él levantó sus propias caderas y la llenó tan completamente que Nicole lanzó una maldición. Rigo le agarró las caderas y volvió a repetir el movimiento una y otra vez. Los dedos de ella se movían cada vez más rápido. Los dos estaban muy cerca. El orgasmo de ella estaba formando tal intensidad que amenazaba con cortarle la respiración. Cuando finalmente lo alcanzó, comprobó que Rigo no tardó en acompañarla. Unos cuantos envites más fue lo que necesitó para que los espasmos del placer desgarraran su poderoso cuerpo.
Nicole trató de moverse porque no quería desmoronarse encima de él, pero Rigo no le soltaba las caderas. Gruñó de placer y hundió el rostro entre los pechos de Nicole. Entonces, tiró de ella para que lo cubriera con su cuerpo.
—Llevo semanas pensando en hacer eso —le susurró Rigo al oído—. Ver cómo me montabas mientras te tocabas…
Nicole ocultó el rostro. Su descaro la estaba abandonando muy rápidamente.
Rigo le mordió suavemente una oreja.
—No tienes ni idea de lo que me hace verte controlando la situación de esa manera —balbuceó completamente agotado. Se giró ligeramente para que los dos quedaran tumbados de costado sobre la cama.
Rigo le colocó un brazo por encima de la cintura y la estrechó con fuerza contra su cuerpo. Nicole sintió el instante en el que el sueño lo reclamó. Sintió que el calor que emanaba de su cuerpo la rodeaba y la protegía. Entonces, se miró la alianza que le adornaba el dedo. Después de todo el placer que acababa de experimentar, casi se había olvidado de que estaban casados. Era la esposa de Rigo.
Aquel hombre tan apasionado y maravilloso era su esposo. El concepto de marido y mujer jamás había tenido ninguna importancia para ella hasta aquel día. Sin embargo, en la pequeña capilla, cuando prometió amar y honrar al hombre que estaba a su lado, un alocado pensamiento se le había pasado por la cabeza.
No estaba completamente segura de estar fingiendo.
Rigo estaba tumbado boca abajo. Su rostro estaba completamente relajado. Nicole no tenía ni idea de qué hora era, pero, a juzgar por la luz del sol, el día debía estar bastante avanzado. Se puso de costado para observarlo mejor. De repente, empezó a sentir una extraña sensación en el vientre al observar los fuertes músculos y la piel morena, que permanecía parcialmente oculta por la sábana.
Se dio cuenta de que, si movía ligeramente el pie, dejaba un poco más de piel al descubierto. Se mordió los labios y sonrió ante sus pícaros pensamientos.
Puso a prueba su teoría y, efectivamente, la sábana se deslizó un poco. Apareció una parte del trasero. Ella sintió que se le cortaba la respiración. Miró el rostro de Rigo. Por suerte, él aún estaba dormido. Ese hecho la hizo más osada. Volvió a mover el pie y la sábana cayó por completo, dejando al descubierto el cuerpo desnudo de Rigo.
Él se movió un poco y, de repente, se dio la vuelta y se tumbó boca arriba. Nicole lo observó, completamente segura de que estaba despierto.
Él no tardó en confirmar sus sospechas.
—Sigue, por favor. No dejes que te moleste…
Al escuchar esas palabras, Nicole se sonrojó. Entonces, Rigo estiró una mano y comenzó a acariciarle suavemente el costado. Por supuesto, el hecho de que en aquellos momentos estuviera de espaldas significaba que quedaban al descubierto unos músculos muy diferentes. Ella apartó la mirada y se centró en su rostro y vio que él estaba tratando de contener la risa.
—No tengo ni idea de cuál es la etiqueta para esta situación —comentó ella mirando al techo mientras trataba también de no reírse.
—Este también es un territorio desconocido para mí, Nicole.
—Venga ya… Probablemente has realizado la rutina de la mañana después tantas veces que has perdido la cuenta.
—Ninguna de esas mujeres era mi esposa.
Era su esposa.
Nicole pareció sentirse incómoda con aquellas palabras, pero no estaba segura de lo que sentía. Todo era surrealista. Allí estaba ella, tumbada junto a Rigo tras la noche de más intenso placer que había experimentado nunca. Cierto que era tan solo la segunda vez y con el mismo hombre, pero aun así…
—Tal vez deberíamos hablar cómo esto lo afecta a todo.
—¿Es eso lo que quieres hacer? —le preguntó él.
La observaba con una mirada tan apasionada que Nicole sintió un hormigueo en la piel. Rigo se dio la vuelta y se colocó encima de ella sobre la cama. Tenía el cuerpo deliciosamente cálido y ella comprendió que había estado esperando que Rigo hiciera precisamente aquello. Su cuerpo había estado anhelando el contacto con el de él desde el momento en el que abrió los ojos.
—Si quieres hablar, hazlo, pero no te prometo que te vaya a prestar atención.
Rigo inclinó la cabeza y comenzó a besarla delicadamente sobre la clavícula. Nicole sintió que la lengua le abrasaba la piel, sobre todo cuando comenzó a recorrer la de los pechos. Rigo no estaba jugando limpio…
—No estoy seguro de qué es lo que estamos haciendo —susurró ella antes de gemir de placer cuando él le lamió un pezón.
—Evidentemente, no estoy haciéndolo bien.
La miró a los ojos y se metió un pezón en la boca. Comenzó a acariciarlo con la lengua y los labios hasta que ella gimió de placer. Rigo le separó las piernas y se le colocó entre los muslos. Allí encajaba a la perfección. El vello oscuro del abdomen desaparecía justo donde se apretaba su erección. Ella lo miró y vio que él ya la estaba observando.
—Te deseo, Nicole… Que Dios me ayude, pero quiero a mi esposa en mi cama. No puedo pensar en otra cosa que no sea poseerte y hacer que grites de placer.
Se movió un centímetro y ella contuvo el aliento al notar que la punta de la erección se deslizaba ligeramente contra el lugar más sensible de su piel. Nicole cerró los ojos. La deliciosa presión se estaba apoderando de ella.
—Mírame —le dijo Rigo mientras se apoyaba sobre los brazos para estar más cerca de ella—. Dime que deseas esto.
No era una exigencia, pero tampoco una pregunta. Nicole quería responder, pero su azorado cerebro no parecía capaz de encontrar las palabras. Cada centímetro de la piel le ardía. Levantó las piernas para aferrarse con fuerza a las caderas de Rigo y suplicarle en silencio que terminara así la tortura. Él seguía esperando. Observándola atentamente.
—Lo deseo —susurró ella obligándole a que bajara la cabeza para cerrar la distancia que los separaba.
Lo besó apasionadamente, con la necesidad que la consumía. De repente, Rigo se apartó de ella y sacó un preservativo de la mesilla de noche y se lo puso.
La penetró sin dejar de mirarla. El cuerpo de Nicole se estiró para moldearse a él. El ángulo de la erección hacia que el placer fuera casi insoportable. Abrumador, pero a la vez no suficiente. Rigo se tumbó sobre ella y comenzó a devorarla con la boca y la lengua mientras comenzaba a moverse lentamente, con un ritmo que constituía una deliciosa tortura.
Nicole sintió que la tensión de su sexo se acrecentaba, sintió que el placer irradiaba a través de ella, pero sin terminar de estallar del todo. Le agarró el cabello y lo animó a ir más rápido y terminar así la tortura. Sin embargo, Rigo mantuvo el ritmo, con el rostro oculto contra el cuello de ella y susurrando palabras en italiano.
Cuando por fin alcanzó el orgasmo, el deseo líquido pareció extenderse por todo su cuerpo en oleadas magníficas. Con un último movimiento, Rigo se hundió en ella y gimió de placer al alcanzar su propio clímax.
Rigo sonrió al ver que Nicole dejaba de aferrarse con fuerza al reposabrazos cuando se apagó por fin la señal que indicaba que debían mantener los cinturones abrochados. La luz de la cabina parecía exagerar la palidez de su rostro.
Anna, por el contrario, llevaba dormida en la sillita del coche desde que llegaron al aeropuerto una hora antes.
—¿Es que no te gusta volar? —le preguntó Rigo mientras la azafata les ofrecía dos vasos de agua mineral y unos aperitivos ligeros.
—Normalmente sí, pero es la primera vez que Anna sube a un avión.
—Y está mucho más tranquila de lo que tú lo estás en estos momentos —comentó él con una sonrisa—. Relájate. El vuelo a Siena es muy corto y te aseguro que mi avión está revisado al mínimo detalle y es completamente seguro.
—Lo sé… Estoy bien, de verdad… Deseando tener un respiro de tanto acoso mediático.
—En la finca no nos molestarán. Eso también te lo aseguro.
Rigo se había asegurado de organizar un buen equipo de seguridad para su estancia. También había pedido a la niñera que los acompañara durante unos días para poder disfrutar de su esposa. Se dio cuenta de que estaba deseando tomarse algo de tiempo libre. Aquella mañana, se había despertado mucho más relajado y satisfecho de lo que lo había hecho en mucho tiempo. Sin embargo, mientras regresaban en coche a París se había sentido tenso de nuevo.
Las fotos de la boda estaban en el sitio web de la revista. El escándalo había desaparecido por fin de los tabloides más importantes después de que se filtrara la noticia de su compromiso. El contrato con Fournier estaba a salvo.
Miró a su hija, que ya era legalmente una Marchesi. Debería sentirse aliviado de que todo estuviera saliendo según lo esperado. Los nuevos desarrollos en su relación con Nicole solo conseguirían fortalecer su relación. Al menos eso esperaba. Ella no parecía la clase de mujer que creía en el matrimonio como un cuento de hadas. De hecho, ella misma le había dicho que el amor era tan solo una noción romántica, ¿no?
—Nicole, estaba pensando… —dijo. Se interrumpió al ver que ella estaba algo amarilla—. ¿Estás segura de que te encuentras bien? —añadió. Se inclinó sobre la mesa que los separaba para tocarle la frente. Esta estaba fría y sudorosa.
Ella le apartó la mano y negó con la cabeza. Respiró de nuevo profundamente y, sin decir palabra, se puso de pie para marcharse corriendo al cuarto de baño
Anna comenzó a lloriquear en sueños. La conmoción había bastado para despertarla. Rigo deseó en silencio que la niña no se moviera, pero ella abrió los ojos poco a poco y lo miró fijamente a él.
Había presidido complicas reuniones, había dado discursos delante de miles de personas, pero aquello… al ver cómo se arrugaba el rostro de su hija y los ojos se le llenaban de lágrimas, admitió que lo aterrorizaba. Se puso de pie cuando Anna comenzó a lloriquear.
—No soy tu mamá, lo sé… —le dijo. Se sentía completamente ridículo. Anna no entendía ni una palabra de lo que él le decía.
Los lloriqueos se fueron convirtiendo en gritos. Después de un instante de indecisión, Rigo le desabrochó el cinturón y tomó a la pequeña entre sus brazos. Era tan ligera como una pluma y encajaba casi a la perfección contra su pecho. La cabina del avión era fresca, por lo que la arropó con la mantita. No sabía si lo estaba haciendo bien, pero al menos la pequeña no estaba llorando. Sonrió al sentir que ella se aferraba con fuerza a su camisa. Dos ojos azules lo observaban sin temor a ocultar su curiosidad.
La puerta del cuarto de baño se abrió y Nicole salió por fin. Parecía estar algo menos pálida. Al ver a Rigo con la niña entre los brazos, se detuvo en seco. Sin embargo, en cuanto la pequeña vio a su madre comenzó a estirar los brazos en su dirección. Nicole se apresuró a tomarla entre sus brazos y a estrecharla contra su cuerpo.
—Lo siento. De vez en cuanto me entran náuseas cuando viajo. Lo de preocuparme tanto por Anna seguramente no ayudó.
—Está bien. Parece que he evitado hacerle daño…
Nicole sonrió y abrazó con fuerza a Anna.
—En realidad, ahora es bastante fuerte. Nació con cinco semanas de antelación. Deberías haberla visto entonces.
La voz de Nicole permaneció flotando entre ambos. Sus palabras le habían resultado incómodas a Rigo. Entonces, Anna se echó a reír y estiró la mano para agarrarle a su madre un mechón de cabello.
—Debería ir a refrescarme un poco —dijo Nicole—. Esta vez me la llevaré. Probablemente tienes trabajo que hacer.
Rigo asintió y observó cómo ella tomaba su bolsa de aseo y se marchaba al dormitorio que había en el avión. Algo oscuro e incómodo había empezado a adueñarse de su pecho.
Su hija era muy hermosa. No era capaz de comprender cómo no había visto el parecido inmediatamente. Sin embargo, eso significaba que se había perdido ya muchas cosas. Se preguntó si la niña habría erigido un enorme muro entre ellos o si recordaría su ausencia y, para siempre, le consideraría un fracaso como padre.
Cuando Rigo se asomó al balcón de su casa de la Toscana, se sintió invadido de una profunda tranquilidad. Tenía una taza de café recién hecho entre las manos y se sentó para observar cómo los dedos rosados del amanecer se extendían por el cielo de la mañana. La casa estaba situada en una extensa finca entre verdes colinas y fértiles tierras.
Nicole apareció junto a él vestida tan solo con una ligera bata de seda. El cabello le caía sobre los hombros en una cascada de ondas errantes. Había hecho el amor a su esposa una vez durante la noche, después de despertarse y sentir que ella había entrelazado las piernas con las de él y otra justo antes del desayuno.
—La vista es espectacular —suspiró ella mientras se inclinaba sobre la balaustrada también con una taza de café entre las manos—. Si este lugar fuera mío, jamás me marcharía de aquí.
—Técnicamente, ahora es tuyo. Compré esta casa, con los viñedos y los establos, para colaborar en la economía local. Sin embargo, no creo que haya venido más de dos veces en los últimos años.
—¿Es que nunca te tomas vacaciones? Espera, creo que ya sé la respuesta.
—Como sabes, llevo una vida muy ajetreada, pero mi equipo de Relaciones Públicas me ha ordenado que tome unos días para irme de luna de miel y pienso aprovecharlos al máximo.
—Lo haces parecer una obligación…
—Siento mucho que mi falta de entusiasmo te ofenda, pero simplemente es que no sé estar ocioso. Me pone nervioso.
Nicole lo miró.
—Posiblemente, esa sea la primera cosa espontánea y personal que me cuentas —dijo ella—. Me estaba empezando a preguntar si, bajo todos esos músculos, estabas hecho de piedra.
—Creo que los dos sabemos cómo me muestro contigo, tesoro —susurró él mientras la tomaba entre sus brazos.
Nicole dejó el café en la mesita y le colocó las manos sobre el torso.
—En la cama nos comunicamos bien. Eso es cierto. Sin embargo, yo me refiero a cuando no estamos en la cama, Rigo. Me hace sentir incómoda pensar que tú lo sabes prácticamente todo sobre mí mientras yo sigo sabiendo muy poco sobre ti.
—¿Y qué te gustaría saber? —le pregunto él mientras se reclinaba contra la balaustrada
—No sé… Eso es como que yo te pregunte cuantas uvas crecen en estos viñedos.
—Unas once toneladas por hectárea —comentó él de repente. Entonces se echó a reír—. Es una broma. Eso me lo he inventado.
—¿Hay un Rigo Marchesi que no se haya mostrado al mundo?
La expresión del rostro de él cambió por un instante y la emoción que se reflejó en sus ojos fue tan intensa que Nicole sintió que se le cortaba la respiración. Sin embargo, apreció y desapareció tan rápidamente que ella se preguntó si sencillamente se lo habría imaginado.
—Jamás he vivido bajo fingimiento alguno como tú, Nicole. Los Marchesi no tenemos secretos —dijo despreocupadamente tras tomar otro sorbo de café—. Si quieres saber algo más de mi colección secreta de vinos, eso es algo que sí puedo hacer.
Rigo sonrió y aquella brillante expresión transformó las sombras previas de su rostro.
Nicole observó aquella sonrisa y sintió que algo florecía dentro de ella. Una pequeña semilla de esperanza a la que se aferraba. Rigo aún seguía mostrándose muy reservado, pero Nicole era lo suficientemente ingenua como para esperar que su atracción pudiera transformarse en algo más profundo si se le daba la oportunidad. Estarían allí juntos dos semanas más y ella estaba decidida a aprovechar al máximo la oportunidad de rebuscar bajo la armadura con la cual Rigo se protegía.
Cuando se asearon y se vistieron, se pasaron el día recorriendo las tierras de la finca. Rigo parecía más cómodo con Anna en brazos mientras iba explicando las diferentes clases de uvas que crecían en cada parte de la finca.
Nicole trató de tomar un segundo plano y dejar que él llevara la iniciativa. No había esperado que se mostrara tan interesado por su hija. No quería hacerse esperanzas de que él pudiera implicarse más como padre, pero cuando vio cómo besaba a su hija en la mejilla, pensó que caía otra capa de la armadura bajo la cual él se protegía. Anna se acurrucó contra su hombro y Rigo la miró sorprendido.
—Creo que estoy empezando a gustarle —dijo.
Nicole trató de echarse a reír, ignorando el modo en el que el corazón le latía al verlo cuidando de su hija. Esa pequeña esperanza floreció de nuevo en su pecho, haciéndole desear cosas que no podía tener.