Capítulo 6

 

Nicole notó que la tensión que sentía estaba a punto de hacerle estallar las sienes.

—Es la tercera vez que se ha enfrentado a mí de esa manera y sigo sin saber qué decirle.

—¿Y por qué tienes que decirle nada? —le preguntó Rigo mientras se encogía de hombros—. Resulta evidente que ella estaba enfadada con tu madre y que te está utilizando como chivo expiatorio.

—En realidad, la comprendo. Me siento culpable por lo que mi madre le ha hecho a su familia. Sus padres llevaban décadas casados antes de que… Mi madre tiene una extraña habilidad para tomar la vida de una persona y ponerla completamente patas arriba.

Había estado segura de que Diane sabía que su madre había dado el soplo sobre Anna, por lo que se preparó para que la periodista lo anunciara tarde o temprano y arruinara la débil amistad que había entre Rigo y ella en aquellos momentos. Comprendió que había llegado el momento de decirle a Rigo la verdad.

—Tú no eres la guardiana de tu madre, Nicole. Lo comprendes, ¿verdad? Ella es una mujer adulta que es responsable de sus actos.

—La mayoría de las veces sus actos me afectan a mí de un modo u otro —replicó Nicole mientras se aclaraba la garganta y lo miraba a los ojos—. Diane tenía razón. Anoche estaba discutiendo con ella.

—¿Por eso te marchaste?

Nicole asintió.

—Ella me dijo algo tan horrible que no pude soportar estar frente a ella ni un instante más —dijo. Respiró profundamente y trató de encontrar las palabras adecuadas. Se retorcía las manos sin parar—. Fue Goldie, Rigo. Fue ella quien filtró la historia.

Rigo quedó sumido en un completo silencio durante un momento, observándola con algo parecido a la curiosidad.

—¿Por qué no me lo dijiste anoche, cuando me estuviste confesando todos tus pecados?

—Temía tu reacción.

—En otras palabras, temías que yo pensara que tú formabas parte de ello.

Nicole guardó silencio durante un instante. No dejó de mirarlo fijamente a los ojos.

—¿Y no es así?

Rigo negó con la cabeza y se metió las manos en los bolsillos.

—Puede que antes de anoche sí lo hubiera pensado, pero estoy empezando a darme cuenta de que te he juzgado muy precipitadamente.

—Bueno, supongo que al menos por eso debería estar agradecida.

—Nicole, ahora entiendo por qué quieres renunciar a este matrimonio, pero te pido que lo reconsideres. Aunque solo sea por Anna.

—Anoche nos demostramos que no somos buenos el uno para el otro.

En ese momento fue Rigo el que guardó silencio durante unos instantes.

—Nicole, quiero que este matrimonio funcione. Si eso significa que yo tengo que estar todo lo lejos que me sea posible, lo haré. Para manteneros a salvo a Anna y a ti.

Nicole lo miró a los ojos. Ella no quería que Rigo estuviera lejos de su lado. Ese era el problema. Se apartó de él para mirar por la ventana. Había empezado a llover copiosamente en cuestión de segundos y se puso a seguir el trayecto de una gota errante por el cristal.

Sabía que su renuncia al acuerdo al que los dos habían llegado había sido producto de la ira del momento. Casarse con Rigo era lo mejor que podía hacer por Anna. Miró a los ojos de su prometido y sintió que algo había cambiado entre ellos. Ya no eran del todo enemigos, sino que se encontraban en una especie de limbo. Rigo la desequilibraba, por lo que estar junto a él demasiado tiempo la colocaba en riesgo de volver a hacer el ridículo otra vez.

—Haz que se vayan los empleados —le dijo de repente—. Hasta la boda. Dales unas vacaciones. Así, no habrá necesidad de que nosotros compartamos la cama. Los dos podemos tener nuestro espacio hasta que la boda haya pasado.

—Considéralo hecho —afirmó Rigo. Su rostro era completamente inescrutable.

—Gracias.

Nicole respiró profundamente. Se sentía menos temerosa que aquella mañana, pero la intranquilidad aún no la había abandonado. Era como si, al poner más distancia entre ellos, se estuviera negando algo vital. Sin embargo, no necesitaba los besos de Rigo para vivir ni ciertamente a él en la cama. Poner límites era la única manera de protegerla del daño que aquel hombre podía hacer si volvía a permitir que se acercara a ella. Así estaría más segura.

 

 

Nicole miró el delicado reloj incrustado de diamantes que llevaba en la muñeca y sintió que la ansiedad se apoderaba de ella. El ensayo de la cena tenía que empezar al cabo de veinte minutos y Rigo aún no había llegado. Toda su familia estaba abajo, esperando para conocer a la futura esposa por primera vez. Ella no podía seguir ocultándose allí ni un solo instante más.

A lo largo de las últimas semanas, tan solo lo había visto de pasada. Había cumplido con su palabra y había hecho que despidieran a Diane y una nueva periodista había ocupado su lugar. La entrevista había transcurrido sin problemas y, en aquellos momentos, el mundo entero estaba preparado y ansioso esperando ser testigos de la boda de la década.

Se miró en el espejo y frunció el ceño. Su madre siempre le había dicho que fruncir el ceño y reírse demasiado era la receta perfecta para tener patas de gallo. Descartó aquel pensamiento. Su madre era la última persona en la que debería estar pensando en aquellos momentos. Seguramente estaba también abajo, bebiendo champán y buscando a su marido número ocho.

Tal y como habían esperado, el equipo de Relaciones Públicas les había aconsejado que Goldie formara parte de las celebraciones para evitar así especulaciones. Esa era la explicación oficial, pero a Nicole le daba la sensación de que Rigo no quería que Goldie se sintiera tentada a realizar más declaraciones anónimas antes de que se firmara el contrato Fournier. Lo último que necesitaban era más escándalos.

El lugar en el que se iba a celebrar la boda se había filtrado a la prensa la semana anterior, pero Rigo le había prometido que más seguridad evitaría que los paparazzi les estropearan la fiesta. En realidad, eso no le preocupaba demasiado a Nicole. Anna se iba a quedar en París hasta que Nicole regresara para recogerla y llevársela a la luna de miel. Estar separada de su hija durante cuarenta y ocho horas le parecía una eternidad, pero sabía que era la decisión adecuada.

Rigo le había dicho que sus padres estaban deseando conocer a su primera nieta. Habían regresado de su crucero por el Índico aquella misma mañana. Rigo no le había hablado mucho de su padre, pero a ella le daba la impresión de que la dinámica de su familia era bastante normal. Nicole tan solo esperaba que la impresión que les causara a sus padres fuera mejor que la que le había causado al hermano de Rigo en su primer y único encuentro.

Nicole bajó la escalera y observó la gran cantidad de invitados que esperaban en la enorme sala del château. Se detuvo en solitario al pie de la escalera y miró a su alrededor, buscando un rostro familiar mientras maldecía a su prometido. Reconoció algunos de los rostros de la fiesta de compromiso, pero sin Rigo se sentía completamente aterrada e insignificante. Técnicamente, era la anfitriona y debería estar ocupándose del buen funcionamiento del evento. Sin embargo, no había nada que le hubiera gustado más que subir de nuevo la escalera y esconderse en su habitación.

Un hombre estaba en el centro de los invitados. Todos los demás parecían colocarse en torno a él. Su parecido con Rigo era notable. La única diferencia era el cabello grisáceo que le coronaba la cabeza y un rostro curtido por el tiempo. Una mujer menuda y elegantemente vestida estaba de pie a su lado. Valerio Marchesi estaba junto a la mujer. Sonrió y se acercó a ella para darle un beso en la mejilla y un abrazo muy fuerte al hombre.

Nicole se obligó a recorrer los pocos pasos que la separaban de ellos. Notó que el hermano de Rigo se tensaba al ver cómo ella se acercaba.

—Me pregunto si mi hermano ha salido huyendo —dijo secamente mientras la observaba con desaprobación—. Sería una pena que te dejara plantada, Nicole.

La mujer dio un paso al frente y la miró de la cabeza a los pies.

—Tú debes de ser mi futura nuera —dijo con un fuerte acento italiano—. Debo disculparme porque tengas que presentarte tú sola. Supongo que debe resultar bastante intimidante.

—Seguramente Rigo se ha retrasado un poco en el trabajo —comentó ella con la voz temblorosa por los nervios—. Sin embargo, estoy segura de que llegará pronto.

La madre de Rigo no hizo ademán alguno de darle un abrazo ni se presentó formalmente. Su padre estaba charlando animadamente con otra persona y no mostró intención de saludarla. Nicole permaneció allí, sumida en un incómodo silencio, sin saber qué decir ni qué hacer.

El alivio que sintió cuando se abrió la puerta principal fue palpable. Todos los presentes se volvieron a mirarlo. Se vio retenido inmediatamente por un grupo de amigos junto a la puerta.

—A mi hijo le gusta hacer una entrada sonada —comentó una profunda voz masculina junto a Nicole—. Te ruego que me perdones por no haberte saludado inmediatamente. Estos idiotas se piensan que yo aún tengo algún poder en la industria de la moda. Soy Amerigo Marchesi padre. ¿Conoces ya a Renata, mi esposa?

Abrazó a Nicole con la fuerza de un oso y le dio un afectuoso beso en cada mejilla antes de indicarle a su esposa que hiciera lo mismo. Nicole notó la tensión con la que la madre de Rigo la saludó. Le dio la impresión de que la mujer ya sentía una profunda antipatía hacia ella. Maravilloso.

—Tenemos muchas ganas de conocer a la pequeña Anna, ¿verdad? —comentó Amerigo con una sonrisa.

Renata levantó una ceja. No parecía muy impresionada.

—Rigo se ha mostrado muy reservado al respecto. Nos lo ha contado todo esta misma semana. Nuestra única nieta y ni siquiera la conocemos por fotografía —dijo Renata frunciendo los labios mientras observaba a su hijo en la distancia.

Nicole vio que a Renata le temblaban los labios durante un breve instante antes de que la mujer lo ocultara tomando un sorbo de la copa de vino. Se sentía molesta porque la hubieran mantenido al margen. Nicole sintió una repentina simpatía por la mujer.

Abrió el bolso y sacó una fotografía de Anna que llevaba para que le diera buena suerte. Se la ofreció a la anciana y notó cómo la mirada se le suavizaba al tomarla entre los dedos.

—Tiene los ojos de los Marchesi —susurró con devoción—. No me puedo creer que sea real. Parece una muñequita.

—Se parece mucho a Rigo —afirmó ella. De repente, echó muchísimo de menos a su hija.

—Sí, pero tiene el cabello de su madre… —comentó Amerigo con una sonrisa. Tomó la mano de Nicole entre la suya—. Serás una novia muy bella, Nicole. Os deseo a los dos mucha felicidad.

Nicole sintió que se le hacía un nudo en la garganta al escuchar las palabras del padre de Rigo. No se parecía en nada a lo que se había imaginado. En realidad, ninguno de los dos lo era. Al ver que Renata hacía ademán de devolverle la fotografía, negó con la cabeza.

—Se lo ruego. Quédesela. Tengo muchas más.

Cuando Amerigo se marchó para ir a saludar a su hijo, Renata le agarró la mano y le indicó que fueran al otro lado de la sala para hablar. Nicole esperaba desaprobación y desprecio por parte de ella. Por ello, se sintió muy sorprendida cuando Renata se inclinó hacia ella y la abrazó. Se trató de un abrazo de verdad, carente por completo de toda formalidad. Eso hizo que ella se relajara por completo y que se sintiera profundamente feliz.

—Lo siento si parece que te estoy enviando señales equivocadas, querida mía, pero no estaba segura…

Lo que Renata hubiera estado a punto de decir quedó aplazado por una voz aguda y estridente que a Nicole le resultaba muy familiar. Goldie se dirigía hacia ellas en aquellos momentos.

—Simplemente tengo que presentarme a la madre del novio —le dijo a Renata, antes de darle un exagerado beso en cada una de las mejillas—. ¿No le parece todo tremendamente romántico?

—Sí. Supongo que sí —repuso Renata mientras miraba la fotografía que llevaba en la mano y sonreía—. Estoy deseando tenerlas a las dos en la Toscana cuando todo esto haya pasado. Me muero de ganas de tener entre mis brazos a esta piccolina.

Nicole vio que la expresión de los ojos de su madre cambiaba al mirar la fotografía.

—Oh, qué preciosa… ¿Puedo verla?

Antes de que Nicole pudiera intervenir, Goldie ya había agarrado la fotografía y se la había arrebatado a Renata.

—¡Qué bonito por tu parte que hagas planes con los abuelos, Nicole! —exclamó Goldie con ironía mientras observaba la fotografía de Anna—. Yo no tengo la suerte de conocer a la princesita, ¿sabe usted?

—Mamá, ¿por qué no vamos fuera? —le dijo Nicole a su madre mientras le agarraba el codo suavemente.

Goldie se zafó de ella.

—Pensé que tendría la piel morena como su padre —musitó mientras seguía observando atentamente la fotografía—. Gracias a Dios que no tiene su nariz.

—Me quedo con la fotografía —replicó Renata mientras le arrebataba la foto a Goldie de las manos justo en el instante en el que Rigo aparecía a su lado.

—¿Va todo bien por aquí, señoras?

—Oh, aquí está, el caballero andante —bufó Goldie—. Acabo de tener el privilegio de conocer a su madre, señor Marchesi.

En aquel momento, Nicole se dio cuenta de que su madre estaba completamente bebida.

—Mamá, tal vez deberías ir a tomar un poco de agua —le sugirió Nicole al darse cuenta de que el humor de su madre iba empeorando por momentos.

—Cállate, Nicole —le espetó Goldie mientras le apartaba la mano con vehemencia—. Mírate, fingiendo ser toda dulzura y sofisticación —añadió en un tono de voz cada vez más alto mirando a Renata, que la observaba con incredulidad—. ¡Yo soy la que consiguió todo esto para ella! ¡Yo! Aún estarías escondida por ahí si yo no te hubiera obligado a salir y, de repente, ¿eres demasiado buena para mí? —le preguntó acercándose peligrosamente a su hija, que pudo comprobar cómo le olía el aliento a champán—. No eres nada más que una ingrata…

Rigo atrapó la mano de Goldie cuando empezaba a levantarla. El gesto airado de su rostro hizo que Nicole sintiera un nudo en el estómago.

—Ya basta —le espetó él.

Todos los invitados se habían vuelto para observar el altercado. Nicole sintió que el rubor le cubría las mejillas y el cuello. Se dio cuenta de que Rigo estaba dispuesto a ocuparse de su madre y sacarla de la fiesta agarrada por una oreja si era preciso. Algo en su rostro la obligó a actuar. Colocó una mano sobre el brazo de su madre.

—Creo que es mejor que te vayas ahora si esperas conocer alguna vez a tu nieta —le dijo en voz muy baja sabiendo que Renata aún podía escucharla.

—Me lo debes… —balbuceó—. Ya sabes lo que hice…

—Yo no te debo nada —le espetó Nicole con frialdad—. Tienes suerte de que siga hablándote después del modo en el que me has tratado. Ahora, te ruego que te marches antes de que tengamos que tomar otras medidas.

Goldie pareció dispuesta a luchar y miró horriblemente a la madre de Rigo. Sin embargo, al final, suspiró, sacudió la cabeza y permitió que Rigo la acompañara a la puerta.

—Siento que haya tenido que ser testigo de algo así —le dijo Nicole a Renata.

—Ella es la que debería sentirlo, hija mía —comentó la madre de Rigo sacudiendo la cabeza—. No deberías tolerar esa clase de intimidación y mucho menos de tu propia madre.

—Tiene buena intención… creo…

Renata suspiró.

—Tienes un buen corazón, Nicole. Sigue mi consejo y protégelo de las personas que no lo cuidan debidamente.

Nicole sonrió, aunque aún seguía preocupada porque Rigo no había conseguido sacar a su madre de la sala. Era una sensación extraña saber que, de repente, había alguien que cuidaba de ella. De alguna manera, pensar que él creía que merecía la pena defenderla le daba la confianza suficiente para querer defenderse a sí misma. No quería seguir siendo débil. Quería que le importara lo suficiente que la trataran mal como para que tuviera fuerzas para levantarse y luchar por defender su terreno.

 

 

—Quiero desear a mi hermano y a su hermosa prometida un largo y feliz matrimonio.

Valerio Marchesi le dio a su hermano una fuerte palmada en la espalda y añadió:

Cent’anni! ¡Por cien años más!

Era el brindis tradicional italiano, que repitieron todos los invitados a la cena.

Grazie, hermanito —dijo Rigo levantando su copa brevemente antes de vaciarla de un trago.

Todos sus sentidos se veían acrecentados por la mujer que tenía a su lado. Nicole estaba radiante con un vestido negro de escote palabra de honor, pero muy callada. Todos los presentes atribuirían su silencio a los nervios típicos de la novia, pero sabía muy bien que no era esa la razón.

Maldijo en silencio a Goldie Duvalle por ser una mujer tan egoísta e insensible. Le había costado mucho contenerse. Nicole había manejado la situación con mucha más elegancia de lo que él lo habría hecho.

Escuchaba a medias la conversación de su hermano y su padre, que estaban charlando animadamente mientras comparaban sus últimos viajes. Valerio iba por libre. Había rechazado la oferta de su padre para unirse a la empresa y poder centrarse en su propia profesión, la de pilotar yates y barcos de vela de lujo por el mar Caribe. En aquellos momentos, se podía decir que era copropietario de una de las empresas más grandes del mundo dedicadas al transporte marítimo de lujo.

Rigo envidiaba la libertad de su hermano menor y su carencia de responsabilidades. Normalmente, le habría encantado escuchar las historias de Valerio en el mar, pero aquella noche no se sentía centrado. No podía hacer otra cosa que no fuera mirar a Nicole.

Cuando la cena terminó, los huéspedes comenzaron a dirigirse a sus dormitorios. Él se quedó con sus padres en el vestíbulo para desearles buenas noches. Nicole estaba charlando animadamente con Renata y con las tías de Rigo. Valerio estaba al lado de su hermano con los brazos cruzados, rezumando la misma tensión que Rigo había visto en él toda la velada.

—Parece que te has comido un limón —bromeó Rigo—. Ten cuidado, o voy a empezar a pensar que no has sido sincero en tu discurso.

—No puedo comprender tu lógica, eso es todo. Solo porque no esté de acuerdo contigo no significa que no te desee felicidad.

—Si lo que te preocupa es que no haya aprendido nada en diez años, puedes tranquilizarte. Esta situación no es ni parecida —le advirtió Rigo. No quería hablar de nuevo sobre su desastrosa vida sentimental. Sabía que a su familia les había afectado mucho su relación con Lydia, pero al ver la tensión en el rostro de su hermano comprendió que debería haber sido más considerado al dar la noticia en aquella ocasión.

—No, lo es. Al menos esta vez sabías que la mujer era una cazafortunas antes de que organizaras la boda. Simplemente no quiero ver cómo pasas por el mismo infierno que con Lydia. Esa pécora te cambió.

—Aprendí una lección muy valiosa de esa pécora —comentó Rigo con una sonrisa—. Nunca le confíes a una mujer nada, a excepción de tu tarjeta de crédito. E incluso entonces comprueba los extractos.

La sonrisa se le heló en los labios al volverse y ver que Nicole estaba a su lado. Tenía una expresión dolida en el rostro.

Valerio se aclaró la garganta y agarró a su madre por el brazo para ayudarla a subir la escalera tras dar las buenas noches en voz muy baja.

Nicole miró a Rigo con la mirada entornada.

—¿Pécora? —dijo.

—No estaba hablando de ti —respondió con una sonrisa mientras tomaba la mano de Nicole entre las suyas. Ella la apartó inmediatamente—. Estábamos hablando de otra persona.

Nicole asintió, pero no pareció terminar de relajarse.

—Encantador. A tu hermano no le caigo nada bien.

—Mi hermano tiene un afán de protección muy fuerte hacia mí —suspiró Rigo—. Tú no eres la única persona a la que he hecho daño en el pasado por mi propia testarudez.

—Eso no explica por qué la tiene tomada conmigo.

—Es la situación en la que nos encontramos. Esta boda tan repentina es un incómodo recordatorio para todos ellos de la última vez que les dije que me había prometido.

 

 

Rigo siguió hablando a pesar de la expresión horrorizada que había aparecido en el rostro de Nicole.

—Estuve prometido hace diez años y todo terminó… muy mal.

—¿Qué ocurrió? —le preguntó Nicole, aunque una parte de ella no quería creer que hubiera estado prometido con otra mujer.

—Lo de siempre —comentó él encogiéndose de hombros—. La ruptura fue complicada y mi madre se lo tomó muy mal. La boda estaba preparada y se habían enviado ya las invitaciones.

—Menuda pesadilla…

Una extraña expresión apareció en el rostro de Rigo, un sentimiento tan intenso que a ella la dejó sin palabras. De repente, desapareció y se vio reemplazada por una mirada vacía.

—Todo ocurrió hace muchos años.

Rigo le tomó la mano una vez más. En aquella ocasión, ella no se la apartó. Saber que él tenía corazón y que había sufrido un desengaño en el pasado le hizo desear ser la que pudiera sanarle.

Nicole llevaba toda la tarde sintiéndolo. Se trataba de un hormigueo en el pecho que iba acrecentándose a medida que se acercaba el día de la boda. Ella no hacía más que decirse que era una más de sus apariciones en público, que no significaba nada. Sin embargo, el hecho de conocer a su familia había hecho que Nicole comenzara a desear que la boda no fuera una charada.

Sin embargo, sabía por experiencia que la esperanza era un sentimiento muy peligroso.

 

 

A la mañana siguiente, Nicole se miró en el espejo con una abrumadora sensación de asombro. Su vestido de novia era ciertamente una obra de arte. El corpiño se le ceñía perfectamente a cada una de sus curvas como si se tratara de una segunda piel para luego dar paso a una elaborada falda que le llegaba justo por encima de la rodilla.

Era todo lo que nunca se había atrevido a desear para sí misma. Se miró de lado y observó el intrincado encaje que le adornaba la espalda y la larga cola de seda y tul que fluía detrás de ella. Las mujeres deberían poder ponerse vestidos así todos los días. Se sentía como una princesa.

La madre de Rigo se acercó a ella.

—Mi madre se puso a mi lado así la mañana de mi boda —dijo mientras la observaba con un profundo cariño—. Sus hermanas y ella se habían pasado semanas haciéndome el vestido de boda, pero este velo lo hizo sola.

Le mostró un delicado velo de encaje antiguo.

—Ella vertió su alma y su corazón en él y me dijo que me daría a mí y a mi esposo un amor fuerte e hijos fuertes… hijas en tu caso —añadió con una sonrisa—. Yo no he tenido hijas, por lo que te lo regalo a ti. No te preocupes. Los estilistas saben que no deben enojarme.

—Renata, es un detalle tan bonito… —murmuró Nicole muy emocionada mientras acariciaba suavemente el velo.

—Es un placer. Espero que un día tengas el gusto de colocárselo a tu hija en el cabello cuando se case con el hombre que ame.

Nicole se agachó para que su futura suegra pudiera prenderle el delicado velo en el cabello. Los estilistas comenzaron a adaptarle rápidamente el peinado. El efecto final fue de una belleza tan clásica que Nicole se quedó sin palabras.

—Ámalo con todo tu corazón, Nicole, para que no tenga que volver a preocuparme por él.

Renata la besó ligeramente en cada mejilla antes de marcharse.

Nicole frunció el ceño cuando se quedó a solas. Sintió que aquellas palabras le habían llegado a lo más profundo de su corazón. Renata creía que los dos estaban profundamente enamorados y se alegraba por ellos. Si supiera la verdad, probablemente se le rompería el corazón.

Nicole respiró profundamente y trató de tranquilizarse. Era un día más. Nada especial.

Sin embargo, cuando salió de la suite nupcial y comenzó a bajar la escalera echó en falta las damas de honor. Solo tenía a su lado a la coordinadora de eventos, que la esperaba al pie de la escalera para acompañarla al exterior, al jardín del château, donde había una hermosa capilla medio oculta en el bosque.

La coordinadora y su equipo le colocaron la cola antes de que se abriera la puerta de la capilla. Nicole permaneció un instante en el umbral antes de que se abrieran las puertas. Entonces, comenzó a avanzar lentamente hacia el altar consciente de que las miradas de los invitados estaban prendidas en ella. A medida que se acercaba al altar, escuchaba las exclamaciones de admiración y los suspiros de aprobación.

Al ver que Rigo se volvía para mirarla, contuvo el aliento. La admiración silenciosa que vio en sus ojos estuvo a punto de hacerla parar. Se recordó que debía seguir avanzando hacia él, centrarse en su rostro y olvidarse de todo lo demás.

Rigo llevaba un elegante esmoquin. Su hermano estaba a su lado vestido de la misma manera. Todo el mundo estaba pendiente de ella y, sin embargo, no se sentía expuesta. Con la mirada de Rigo clavada en la suya, se sentía segura. Cuando se detuvo por fin a su lado y levantó el rostro para mirarlo, la enormidad de lo que estaban a punto de hacer le resultó abrumadora.

Rigo le agarró la mano y el sacerdote comenzó la ceremonia. Cuando por fin llegó el momento en el que ella debía colocarle la gruesa alianza en el dedo de Rigo como símbolo de devoción eterna, sintió que los suyos temblaban incontrolablemente. Los dedos bronceados de Rigo cubrieron los de ella para ayudarla. Cuando le tocó a él el turno de colocarle la alianza, la chispa de la posesividad se reflejó en aquellos ojos azules como el mar.

El sacerdote los declaró por fin marido y mujer.

Nicole sintió que se le cortaba la respiración al sentir la posesión con la que la miraba Rigo. Él no tardó ni un instante en besarla, estrechándola posesivamente contra su cuerpo. Nicole se dijo que aquel beso formaba parte de la ceremonia, pero cuando Rigo la soltó sintió que los dedos de él le temblaban sobre la cintura. Aquel signo de debilidad le hizo preguntarse si tal vez ella no era la única que se estaba esforzando por no mostrarse afectada.

Rigo rompió el beso después de tiempo respetable, dado que, después de todo, estaban en una iglesia. Sin embargo, la pasión que se adivinaba en su mirada era solo para ella. Nicole comprendió con repentina claridad que aquel momento quedaría grabado en su recuerdo para siempre, fuera lo que fuera lo que ocurriera después.

 

 

El banquete de boda se desarrolló en medio de un torbellino de vino y música. Cuando el padre de Rigo bailó con ella por tercera vez, los pies le dolían tanto a Nicole que se moría de ganas por poder quitarse los zapatos.

—¿Puedo interrumpir?

La voz de Rigo resonó a sus espaldas cuando la música comenzó a volverse más lenta. Ya habían bailado juntos antes. El recuerdo aún se aferraba a la piel de Nicole, justo donde él le había apretado el rostro contra el cuello.

Los fotógrafos habían estado presentes en aquellos momentos, tratando de mezclarse lo que podían con los invitados, pero sin conseguirlo del todo. Rigo llevaba todo el día tocándola y besándola, por lo que aquella charada estaba resultando terriblemente convincente para que el mundo entero se convenciera de lo felices que eran. Sin embargo, el traidor cuerpo de Nicole no parecía darse cuenta de que aquello no era real y que Rigo tan solo estaba desempeñando un papel.

Él le colocó las manos sobre las caderas y suspiró profundamente al estrecharla contra su cuerpo. Nicole apoyó la cabeza sobre el torso masculino y se agarró a él para dejarse llevar.

Los invitados empezaron a formar una fila para despedirse de ellos y desearles todo lo mejor. Los novios realizaron la salida tradicional a través de los brazos arqueados de familiares y amigos.

Subieron en silencio a la suite nupcial. Nicole se detuvo un instante en medio del pasillo para quitarse los zapatos. Gimió de alivio al sentir los doloridos dedos sobre la esponjosa moqueta.

—¿Mejor? —le preguntó Rigo.

—Sí. Es una escalera muy larga, en especial con tacones.

Rigo dio un paso a ella y le agarró el rostro con una mano.

—Si quieres, te puedo llevar en brazos.

Como Nicole no respondió inmediatamente, él volvió a acercarse a ella y bajó la boca para darle otro beso en el cuello.

—No he podido dejar de aspirar ese delicioso aroma todo el día.

—Los fotógrafos ya no están, Rigo —susurró a pesar de que tuvo que esforzarse por controlar la excitación que le recorrió todo el cuerpo.

—Finjamos que siguen aquí.

Aquellas palabras parecieron desatar una tensión que ella no había sabido que la atenazaba. Aquel beso fue diferente de los otros. Más urgente. Rigo le enmarcó el rostro con las manos y la inmovilizó mientras la besaba profundamente, moviendo la lengua contra la de ella. los alientos de ambos se mezclaron en uno solo. No había nadie observándolos, nadie para quien fingir. Solo estaban ellos.

Nicole dejó de contenerse y cedió a una excitación que amenazaba con hacerla arder allí mismo. Le agarró el cabello y gruñó de placer al sentir la evidencia de la excitación de Rigo contra su cuerpo. Ella lo deseaba. Quería todo lo que sabía que él no podía darle. Sin embargo, tal vez podría disfrutar de aquella noche para que todo lo que viniera después fuera más fácil de sobrellevar.

De repente, le pareció imposible detenerse.

Respiró profundamente y susurró:

—Rigo… Si vamos juntos a ese dormitorio, quiero que sea real…

Rigo le agarró la mano y se la apretó contra los latidos de su corazón.

—¿Acaso puedes dudar de que lo vaya a ser?

Nicole se mordió los labios y permitió que él la condujera de la mano hasta la suite nupcial. Rigo volvió a besarla en cuanto cruzaron el umbral. Nicole apenas tuvo tiempo de apreciar las románticas velas que iluminaban la habitación. Estaba ardiendo contra Rigo y resultaba tan agradable…

Se dio la vuelta y se apartó el cabello para que él pudiera desabrocharle la larga fina de botones de perla que le recorrían la espalda.

Per il amore di Dio! ¿Esto es un vestido o una camisa de fuerza? —susurró mientras comenzaba a desabrochar los minúsculos botones uno a uno—. Sería más fácil arrancarlos…

—Lo sería, pero no lo harás. Al menos, espero que no lo hagas.

—Veo que te encanta este vestido, por lo que trataré de controlarme.

Rigo siguió desabrochando botoncitos hasta que, por fin, el vestido quedó lo suficientemente suelto para que ella pudiera sacárselo. Efectivamente, le encantaba aquel vestido, no porque fuera un diseño de alta costura. Le encantaba porque a Rigo le encantaba. Recordaría para siempre el modo en el que él la había mirado cuando comenzó a caminar hacia el altar para convertirse en su esposa.

Nicole dejó que el vestido cayera lentamente al suelo antes de poder salir de la montaña de seda y tul. Con los ojos de Rigo firmemente pendientes de su cuerpo medio desnudo, comprendió que estaba así para él.

Rigo dio un paso atrás y se desató la corbata. Después, se desabrochó lentamente la camisa. Nicole sintió que se le hacía un nudo en el estómago cuando la piel bronceada fue revelándose centímetro a centímetro hasta que por fin la camisa cayó al suelo.

—¿Quieres que te la doble? —preguntó ella descaradamente—. No queremos que se arrugue.

—Nada de bromas, Nicole —gruñó él mientras la agarraba por la cintura y la sujetaba contra su cuerpo.

—Estoy nerviosa —admitió ella.

Dio, ¿cómo es posible que no veas lo hermosa que eres?

—Eres la única persona que puede hacer desear creer esas palabras.

—Eso me suena a desafío, tesoro,

Los ojos de Rigo brillaban de deseo.