3

Medio dormida, abrí las puertas de lo que me imaginé que sería el comedor. ¡Eureka! Lo había encontrado. En cuanto entré y miré a mi alrededor, solté un gruñido. Kathleen se dirigía hacia mí, perfectamente vestida con una falda de tubo, blusa de seda y zapatos de tacón. Llevaba la ropa impecable, como recién planchada. Se había recogido el pelo, rubio con algunas canas, en un tirante moño del que no escapaba ni un mechón. Eran las siete de la mañana y ya iba maquillada. Llevaba un maquillaje ligero y elegante que la favorecía mucho pero, en serio, ¿quién se maquillaba a las siete de la mañana?

Me indicó que me sentara a la izquierda de Warren. Yo me dejé caer sobre la silla con la gracia de un elefante y traté de apartarme el pelo de los ojos soplando. Warren dobló las puntas del periódico para verme y sonrió.

—Buenos días, Mia. ¿Has dormido bien? —me preguntó, fijándose en mi atuendo.

Llevaba puesto el pijama de verano, es decir, una camiseta de tirantes de color rosa chicle y unos pantalones cortos con rayas de mil colores, y aparentaba la edad que tenía, veinticuatro años. Podría ser la nieta de ese hombre y, sin embargo, tenía que hacerme pasar por su pareja.

Resoplé.

—Sé que tú sí que has dormido bien —le dije con una mirada incisiva.

Él apoyó el periódico en su regazo y los antebrazos en la sólida mesa de roble.

—Al parecer, estás al corriente de información de carácter privado. ¿Quieres hablar sobre ello? —me preguntó de manera muy directa. No parecía preocupado en absoluto.

Kathleen, en cambio, me rehuyó la mirada mientras me servía una taza de café y volvía a llenar después la de Warren.

—No especialmente, la verdad. ¿Y tú? ¿Quieres que hablemos acerca de por qué has contratado los servicios de una escort mientras tu novia nos sirve el desayuno? —le solté a bocajarro, sabiendo que estaba saltándome todas las normas de lo que se consideraba la actitud correcta de una mujer de mi posición. No podía permitirme el lujo de perder la paga de ese mes. La necesitaba para enviársela a la rata de mi ex.

Warren hizo una mueca, apretando tanto los labios que perdieron el color.

—Creo que voy a tener que recordarte cuál es tu lugar en esta casa. Los asuntos personales no son de tu incumbencia.

No le faltaba razón.

—Lo siento, tienes razón.

Sentí el impulso de comerme la lengua de desayuno en vez de los huevos con beicon que tenía delante, pero bajé la cabeza y cogí el tenedor. Era muy pesado; probablemente costaba más que el alquiler de mi casa.

Me metí la comida en la boca y traté de comportarme como una señorita, pero en cuanto Kathleen salió del comedor, dejé el tenedor y me volví hacia Warren.

—Mira, lo siento. —Él dobló The Washington Post y lo dejó sobre la mesa—. Es que me cuesta mucho entender qué hago aquí cuando tienes a una mujer preciosa y dispuesta a ayudarte en todo lo que necesites.

Warren me miró a los ojos. Parecía estar reflexionando sobre mis palabras.

—Kathleen lleva con nosotros desde que Aaron era un niño. Me ayudó a criarlo cuando su madre murió. Durante mucho tiempo, nuestra relación fue puramente profesional. En los últimos tiempos, las cosas han dado un paso más. —Inspiró hondo y suspiró—. La verdad es que no sé ni cómo abordar el tema. Si se supiera que estoy liado con mi criada, mi imagen se vería perjudicada, y eso sería malo para los negocios y para el proyecto. Y dudo mucho que Aaron lo aceptara. Quería mucho a su madre. Su muerte fue un golpe muy duro para todos.

—Pero Kathleen os ayudó a superarlo.

—Eso es verdad. Las cosas habrían sido mucho más duras si ella no hubiera estado aquí para consolarnos.

—Pues, en cierta medida, ambos estáis en deuda con ella. —Warren me miró enfadado, sin embargo yo seguí hablando—. Cuando charlé anoche con ella, fui yo quien sacó el tema; ella no me dijo nada, que quede claro.

—Llevamos más de un año acostándonos y nunca se lo ha contado a nadie. Sé que es de fiar.

—Entonces ¿por qué no le confías tu corazón? Preséntala en sociedad. ¿No crees que se lo ha ganado? —Él se pasó la mano por la barbilla. Tenía la mandíbula muy apretada—. ¿Tal vez porque no la amas como ella a ti? Quizá sólo la usas para meterla en caliente.

Warren se levantó bruscamente y lanzó la servilleta sobre la mesa.

—No pienso tolerar que se use un lenguaje tan vulgar en mi mesa ni que se me acuse de algo tan atroz. Lo que tengo con Kathy es especial y…, eh…, ¿acabas de decir que me ama? —Cuando yo asentí, él se metió las manos en los bolsillos y se balanceó sobre los talones—. ¿De verdad? ¿Lo dijo con esas palabras? —Había pasado de estar furioso a pensativo en menos de veinte segundos. Acababa de batir un récord en mi carrera como casamentera.

—Sí, anoche. Me dijo que no habría aceptado verse contigo en secreto si no estuviera locamente enamorada de ti.

Esta vez, Warren se desmadejó sobre la silla.

—¡Que me aspen!

—¿Cómo? ¿No lo sabías?

Me quedé de piedra. Sólo llevaba allí dos días y tenía clarísimo que Kathleen estaba enamoradísima de Warren. Y él llevaba acostándose con ella más de un año. ¿Cómo era posible que no lo supiera? Tal vez fuera por su trabajo. Debía de estar acostumbrado a pensar que todo el mundo hacía las cosas buscando algún tipo de provecho. El mundo sería un lugar mucho más agradable si todas las personas dijeran lo que pensaban realmente y vivieran siguiendo la regla que dice: «Trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti».

Warren negó con la cabeza y se llevó la mano a la boca.

—Todo este tiempo…

—Pues sí. Podrías habértela tirado durante mucho más tiempo.

Esta vez, se echó a reír a carcajadas.

—Mia, querida, debajo de ese bonito envoltorio se esconde una auténtica fierecilla; ¿me equivoco?

—¿Una fierecilla? —Me encogí de hombros—. La verdad es que me han llamado cosas mucho peores. —Me eché a reír yo también y él apoyó una mano sobre la mía.

—Gracias. Aún no sé qué voy a hacer con la información que me has dado, pero sé que tengo que seguir adelante con mi plan de ayuda humanitaria. Tras el éxito de anoche, hemos de remachar el clavo mientras el hierro está caliente, ¿lo entiendes? Necesito que hagas tu parte del trabajo.

—Claro, lo que necesites.

—Bien. Échale un vistazo a esta lista con los actos de las próximas semanas y anótate bien las fechas. El resto del tiempo no te necesitaré. Creo que Aaron se ha ofrecido a enseñarte la ciudad si estás interesada.

Asentí con entusiasmo. No sabía cuándo volvería a estar en la capital de la nación. Quería empaparme de toda la historia y la cultura que pudiera.

Él volvió a darme palmaditas en la mano.

—Estaré ocupado hasta el viernes. Esa noche tenemos una cena organizada por varios embajadores de Naciones Unidas para distintas causas. El sábado estás invitada a merendar. La actual amiguita de Arthur ha organizado un encuentro al que asistirán al menos otras diez mujeres. Necesito que hagas amigas. Si te ganas su confianza, me invitarán a eventos organizados por sus parejas. Y tener acceso a esos hombres es crucial para la siguiente fase del plan. ¿Te ves capaz de afrontar el reto?

Me llevé la mano a la frente y lo saludé al estilo militar.

—Señor, sí, señor.

—Lo que yo decía, una auténtica fierecilla. Mientras tanto, disfruta de las salidas con mi hijo. Últimamente casi no le veía el pelo, pero desde que has llegado lo veo más que nunca. Me parece… interesante, por llamarlo de alguna manera.

—Ajá, sí que lo es. —Me acabé el café antes de despedirme—. Hasta el viernes, Warren.

—Hasta entonces, Mia.

De: Samoano sexi

Para: Mia Saunders

Para acordarme siempre de ti.

El mensaje de Tai me resultó críptico hasta que recibí una foto de su hombro derecho, que hasta ese momento había estado sin tatuar. En la imagen se veía un nuevo tatuaje: el símbolo samoano de la amistad. Era el símbolo que le había regalado en el cuadrito pintado por una artista local. Tai se lo había tatuado en su cuerpo, por mí. En el lado de su cuerpo que me explicó que era sólo para él. Era un tatuaje grande, de estilo tribal, y una de las cosas más bonitas que había visto nunca.

Busqué su número en la agenda del teléfono y marqué. Sonó varias veces antes de que una mujer respondiera a la llamada.

—Hola, éste es el teléfono de Tai —respondió una voz dulce entre risas.

—Eh…, hola. Soy Mia. ¿Se puede poner Tai?

—¡Mia! —respondió la mujer con entusiasmo—. ¡Cariño, es Mia!

«Cariño…» La mujer lo había llamado cariño, marcando el terreno de manera descarada. Crucé los dedos y esperé.

—¿Con quién hablo? —pregunté, esperando no equivocarme en mi suposición.

—Soy Amy. ¿Te acuerdas? Te aseguraste de que quedáramos Tai y yo la semana pasada.

Sentí tantas ganas de festejarlo que no pude contenerme. Salté silenciosamente y levanté el puño, haciendo una danza de celebración privada. Cuando ya hube bailado lo suficiente, volví a centrarme en la conversación.

—Sí, claro que me acuerdo. ¿Cómo van las cosas? —le pregunté en tono conspirativo. Cuando quería podía ser muy femenina. Y me encantaba estar al día de todos los cotilleos.

—Oh, Mia, es increíble. —Amy bajó mucho la voz—. Estoy totalmente… —Inspiró—. Es que es tan…

—¿Perfecto? —sugerí para ayudar a la pobre chica, a la que el amor había dejado sin palabras.

—Sí. Mia, esta semana ha sido tan alucinante que a veces creía que estaba soñando. Gracias —añadió con la voz más ronca, como si estuviera emocionada.

Yo sonreí; me apoyé en la pared y miré por la ventana el paisaje que rodeaba la mansión.

—No me des las gracias a mí: fue el destino. Me alegro de que os vayan bien las cosas.

—Tai quiere hablar contigo. Te lo paso. Adiós —se despidió y su voz fue sustituida por un gruñido que echaba de menos.

—Criatura, ya veo que has recibido mi mensaje.

—Tai, ese tatuaje… es precioso.

—Igual que tú; igual que lo que hubo entre nosotros. —Sus palabras me llegaron muy adentro. Fue como si me abrazara, y ese abrazo me hizo sentir mucho mejor—. Sólo porque las cosas entre nosotros hayan cambiado, no quiere decir que desee olvidarme de lo que tuvimos, ni de ti. Siempre serás bienvenida en Oahu y en mi familia. Somos amigos, amigos hasta el final, a la manera samoana; a mi manera. ¿Te queda claro?

Yo sacudí la cabeza y sonreí emocionada.

—Claro, Tai. Me queda muy claro, y me encanta. Adoro la cultura samoana y vuestros valores tradicionales. Pero, cuéntame, ¿qué tal las cosas con Amy?

—Llevas menos de una semana fuera y ya estás buscando chismes, ¿eh, criatura? —Me seguía encantando que me llamara así, alargando la «r» y haciéndola resonar como si fuera el rugido de una moto.

—Algunas cosas nunca cambian —repliqué riéndome, y él se rio conmigo.

—De momento, muy bien. Creo que es muy posible que tuvieras razón. Creo que la he encontrado.

Sentí un escalofrío por la espalda, esa sensación que se tiene cuando uno está a punto de escuchar una revelación importante.

—¿Sí?

—Sí. He encontrado a mi «para siempre». Y, Mia, es mucho mejor de lo que podía imaginarme.

Sentí una opresión en el pecho. El corazón empezó a latirme con fuerza.

—Oh, Tai. Me alegro tanto por ti… Te lo mereces.

—Tú también, criatura. ¿Cuándo vas a ir a por el tuyo?

—No lo sé, Tai. Yo no tengo a una madre con el don de ver el futuro.

Nos echamos a reír a la vez.

—Tai…, ¿lo sabe ella?

Me enredé un mechón de pelo en el dedo, tiré de él y lo mordisqueé. Era una costumbre bastante asquerosa que tenía. Normalmente lograba controlarla cuando estaba en público, pero ahora estaba sola, y la respuesta de Tai me ponía nerviosa. Ambos sabíamos que la única manera de que pudiéramos seguir siendo amigos era que Amy conociera nuestra relación y la aceptara.

—Tranquila, criatura. Lo sabe todo. Tras la tercera cita, antes de que las cosas…, ya sabes, se calentaran… —yo me reí, pero guardé silencio. No quería perderme ni una palabra—, pues eso, que antes de ir al lío se lo conté todo.

—¿Todo? Hasta lo del jeep, el mar, la pared… —Sentí que me inundaba un cosquilleo, una desagradable sensación de vergüenza.

—Joder, no. No soy tan idiota. Le conté que habíamos compartido una experiencia muy intensa que nos había marcado y que se había convertido en una amistad verdadera. Amy lo entendió y no está celosa. Lo que hemos compartido durante esta semana es maravilloso. Mia, voy a casarme con esta chica. Pronto. Probablemente el año que viene te toque volver a las islas.

—Cuenta conmigo, Tai. No me lo perdería por nada. Me alegro tanto por ti…

—Gracias, criatura. Entonces, ¿te gusta el tatuaje? —me preguntó en un susurro sensual, como si quisiera que le regalara los oídos. Me recordó a otras veces, cuando me había hablado en ese mismo tono pocas semanas antes, sólo que entonces no quería que le regalara los oídos precisamente, sino mi flor, como él la llamaba.

—Mucho.

Tanto me gustaba que se me ocurrió una idea, una idea muy loca. Algo que no había hecho nunca hasta ese momento y que se quedaría conmigo durante el resto de mi vida.

—Gracias, Tai. Dale mi enhorabuena a Amy y avísame cuando le hagas la gran pregunta. Aunque yo de ti me esperaría al menos un mes, ¡donjuán!

Él se echó a reír con su voz grave, esa voz que tanto añoraba tras una semana de no oírla.

—Así lo haré. Cuídate mucho. Y quiero saber de ti regularmente. Cada semana o dos semanas como muy tarde. Prométemelo.

—Vale, vale. Te lo prometo.

—Si tienes algún problema, Mia, me monto en el primer avión y empiezo a patear culos. Siempre te protegeré, criatura. Si me necesitas, llámame. Amy lo sabe y lo acepta. Tu trabajo puede ser peligroso, pero lo entiendo, la familia es lo primero.

—Sí, Tai. Sé que tú lo entiendes. La familia es lo primero.

—Cuida de tu tama, criatura —dijo usando la palabra samoana que significaba «padre»—. Y hasta que encuentres a tu «para siempre», yo estaré aquí. Soy el hermano mayor samoano que nunca tuviste.

—¿Hemos pasado de ser amantes a ser hermanos?

Él se echó a reír.

—Algo así. Prométeme que te cuidarás.

—Me cuidaré. Te quiero, Tai.

—Te quiero, criatura. Amigos para siempre.

—Amigos para siempre.

Colgué y solté el aire despacio. Todo el mundo a mi alrededor seguía adelante con sus vidas, menos yo. Todavía me faltaban seis meses de continuar pagando la deuda con Blaine, para que papá quedara libre. Aunque no era lo que habría elegido como carrera profesional si hubiera podido escoger, trabajar como escort para tipos ricos no estaba tan mal. La verdad era que, hasta ese momento, había tenido mucha suerte.

Weston Charles Channing III. Solté una risita al recordar lo mucho que me había burlado de Wes por el número romano que llevaba después de su nombre. Wes era el hijo perfecto. Era tremendamente atractivo, muy trabajador, pero sabía tomarse la vida con calma y disfrutar de los pequeños placeres. Mi estancia con él me había aportado mucho más de lo que podría haberme imaginado. Había convertido una situación amenazadora en una experiencia muy agradable. Me enseñó a surfear y también me enseñó que no todos los hombres son iguales.

Los hombres que había conocido antes que él, a los que había dedicado mi vida hasta ese momento, me habían hecho daño, me habían dejado arruinada y cargada de deudas y me habían convertido en una cínica respecto al amor. Wes me había devuelto la fe en el género masculino y me había hecho creer en algo con lo que todas las mujeres del mundo sueñan: el amor verdadero. Lo malo era que no podía tenerlo todavía. Pero junto a Wes había experimentado la diferencia entre follar y hacer el amor, y eso era algo que nunca olvidaría. Aquella noche fue la más bonita de mi vida. Por fin supe lo que era sentirme completa, amada. No sabía qué me depararía el futuro, pero eso ya no me lo quitaría nadie.

Alec Dubois, mi franchute malhablado, fue el segundo. Dios, qué hombre tan maravilloso. Tanto cuando llevaba la melena suelta como cuando se recogía el pelo en un moño, estaba delicioso con esa barba y ese bigote. Al recordar su pelo, grueso y fuerte, sentí unas burbujas de deseo cosquilleándome la espalda. Al volver la vista atrás, me acordé del mes que había pasado a su lado. Habíamos estado tan pegados que parecíamos hermanos siameses unidos por la cadera. Y no me había importado nada. Las obras de arte que había creado durante ese mes le mostrarían al mundo una parte de mí que yo no habría sabido mostrar. En sus cuadros se veía a la mujer vulnerable, la imperfecta, la solitaria, pero también a la lasciva, a la mujer perdida. Su proyecto «Amor en lienzo» era cien por cien yo. Gracias a esa exposición, me había visto hermosa por primera vez en la vida. Me había hecho verme con otros ojos, bajo una nueva luz, y me había gustado. Demasiado incluso. Tanto que no me importó que el mundo me contemplara. Y ahora vivía cada día tratando de estar a la altura de esa imagen.

Tony Fasano y Héctor Chávez, mis chicos de Chicago. Qué curioso. Sólo con pensar en sus nombres me sentía sola. Con ellos descubrí lo que era el compañerismo. Y también aprendí que, no importa lo duro que parezca, cuando el amor es verdadero hay que correr riesgos por él. Si es amor verdadero, el resultado valdrá la pena. Me estaba aferrando a esa idea con tantas fuerzas que esperaba que algún día se hiciera realidad.

Mason Murphy, el guapo y arrogante as del béisbol, que tenía un corazón de oro cuando uno se molestaba en escarbar lo suficiente y que había acabado convirtiéndose en el hermano que nunca tuve. Le gustaba fingir que era de otra manera, igual que hacía yo. Ambos nos ocultábamos detrás de una máscara. Pero cuando mirabas debajo de ella, quería lo mismo que todos: amistad, compañía, un hogar y una persona que fuera sólo suya. Y la había encontrado… en Rachel. Por él, Rachel sería todo eso y más. Mi estancia junto a Mace sirvió para darme cuenta de que, al fingir ser alguien que no eres, te haces daño a ti mismo y haces daño también a los que te rodean.

Y luego llegó mi dulce, amable y sexi samoano. Dios, la entrepierna me dolía sólo de recordar lo larga, gruesa y dura que era su erección. Era la más grande que había visto —y tocado— en mi vida, y eso que ni Wes ni Alec eran moco de pavo. Con Tai, el sexo era pura diversión. Era el folleteo unido a la amistad. Con él había tenido más sexo en un mes que muchas mujeres solteras —o parejas, bien mirado— en un año. Nunca nos cansábamos el uno del otro. Era como si los dos tuviéramos algo que demostrar. Volviendo la vista atrás, ese mes que pasamos juntos cimentó nuestra amistad de un modo que jamás haría una relación sin conexión física. Sabía que podría contar con él durante el resto de mi vida. El tipo de amistad que ofrecían los samoanos era universal y no tenía límites temporales.

Recordar las experiencias vividas durante esos últimos meses solidificó mi idea. Si no lo hacía en ese momento, nunca lo haría.

Salí de la habitación y bajé la escalera. Al pasar frente al salón vi a James sentado tras una mesa.

—Señorita Saunders, ¿necesita que la lleve a algún sitio?

—¡Sí, por favor! ¿Tienes tiempo?

Él asintió con la cabeza.

—Por supuesto. —Con la mano me indicó que pasara delante.

Cuando estuvimos sentados en la limusina, saqué el teléfono, hice una búsqueda en Google y encontré lo que estaba buscando.

—¿Adónde vamos? —me preguntó mientras descendíamos por la sinuosa carretera.

—A un lugar llamado Pins N Needles.

—¿El estudio de tatuajes? —me preguntó sorprendido.

—Sí, y date prisa, antes de que cambie de idea.