2
Tras pasar el día de mano en mano, recibiendo el trato que nos merecíamos como las estrellas de Hollywood que Gin, Maddy y yo fingimos ser, lo último que me apetecía era cenar con desconocidos. Peor aún, no me apetecía nada que esos desconocidos pensaran que mis genes o yo no estábamos a su altura. Mientras me preparaba para la gran ocasión con los padres del novio de Maddy, refunfuñé varias veces. Mi hermana, en cambio, bailaba por la casa, deteniéndose para mirarse cada vez que pasaba ante un espejo, alisándose el vestido de amplio vuelo y colocándose cabellos inexistentes en la cola de caballo como si fuera la mujer más feliz del mundo.
Se la veía joven, despreocupada y muy bonita. En Las Vegas, a finales de abril ya se podía ir vestido de verano, y a Maddy le quedaba genial. La miré de arriba abajo. Era la viva imagen de la vecinita de al lado. Tenía el pelo rubio y unos preciosos ojos verdes, el único rasgo físico que compartíamos. Un día sería una esposa perfecta en un barrio residencial de una gran ciudad. Hasta donde me alcanzaba la memoria, mi hermana siempre había querido casarse, tener una casa rodeada por una verja de madera blanca y un montón de niños. Justo todo lo contrario que yo.
—Y ¿en qué quiere especializarse Matt? —le pregunté mientras me rizaba los últimos mechones de mi oscura melena.
—En botánica, ¿te acuerdas que te lo comenté? —Maddy suspiró y se sentó en la cama, enlazando las manos sobre el regazo.
Asentí y la miré a través del espejo.
—¿Y tú? ¿Lo has decidido ya? Hace un par de meses dudabas entre unas cuantas asignaturas de ciencias…
Por dentro, iba repitiendo: «Por favor, patología forense, no; patología forense, no…». Me estaba imaginando a la gente preguntándome: «¿A qué se dedica tu hermana?». «A cortar gente en pedacitos.» Hice una mueca, pero la disimulé enseguida, ya que no quería influir en su decisión. Aunque una parte de mí deseaba tomar todas las decisiones importantes por ella, racionalmente sabía que debía ser ella quien lo hiciera. Mi dulce hermanita era ya una adulta, y era hora de empezar a tratarla como tal.
Ella inspiró, dobló una pierna y se sentó sobre el pie.
—Pues la verdad es que sí. Voy a estudiar bioquímica.
Me volví hacia ella, repitiendo la palabra para mí.
Eso de la bioquímica tenía algo que ver con la biología, ¿no? ¡Al menos no sería forense!
—Vale. Y ¿eso qué es exactamente? ¿A qué te dedicarás cuando acabes los estudios?
Maddy se acomodó y se pasó la lengua por los labios. Mientras hablaba, se fue animando. Se le encendieron las mejillas, la sonrisa se le hizo más amplia y los ojos se le iluminaron. Reconozco que no la escuché con mucha atención porque, la verdad, empezó a decir cosas muy raras y puse el filtro.
—… básicamente, los bioquímicos estudiamos aspectos del sistema inmunológico, las expresiones de los genes, aislando, analizando y sintetizando distintos productos. Podría trabajar con mutaciones del cáncer, dirigir un laboratorio o tener mi propio equipo de investigación. Las opciones son muy numerosas.
Escuchar la cantidad de caminos que se abrían ante el futuro de mi hermana me hizo sonreír con ganas.
—¡Qué orgullosa estoy de ti! Mads, eso de la bioquímica suena complicado, pero creo que es perfecto para ti. ¿Cuántos años son? Sigues queriendo doctorarte y hacer un máster, ¿no? —Ella se mordió el labio inferior y apartó la vista—. Maddy, sé que estás preocupada por los gastos, pero no debes estarlo. Ya he pagado lo que debíamos de la matrícula de este año y de los pasados. —Me miró con los ojos muy abiertos, igual que la boca. Yo sonreí. Me encantaba darle sorpresas—. Cuando acabe este año habré terminado de pagar la deuda de papá, pero además habré ahorrado lo suficiente como para pagarte la carrera. ¡No quiero que te conformes con menos! —«Como hice yo», quería añadir, pero me callé. Mi destino en esos instantes era incierto. De momento, lo mejor me parecía dejarme llevar por la corriente y ganar el dinero que necesitaba para asegurar la supervivencia de mi familia.
Maddy se levantó de la cama de un brinco, se acercó a mí y me abrazó con los ojos llenos de lágrimas. El brillo hacía que aún fueran más parecidos a las joyas.
—Te quiero. Cuando sea una científica rica, te compraré una casa al lado de la mía. Así dará igual en qué parte del mundo estés, siempre sabrás dónde está tu hogar: cerca de mí. —Me dio un beso en la mejilla y yo le di unas palmaditas en la cabeza—. Y no te preocupes: presentaré papeles para pedir una beca porque, para llegar al puesto que quiero ocupar en ese campo, necesitaré el doctorado.
Doctorado. La palabra me provocó un chute de adrenalina que me atravesó el pecho y se extendió por brazos y piernas. Se me puso el vello de punta y di rienda suelta a mi entusiasmo.
—¡Una doctora en la familia! —exclamé maravillada con el tono que usaría una madre orgullosa.
Maddy puso los ojos en blanco y asintió con una mezcla de mohín y sonrisa irónica.
—Sí. Doctora… en bioquímica —dijo riéndose.
—Joder, qué más da el tipo de doctora. Mi hermanita va a ser doctora y científica. Me has alegrado el año entero, pequeña.
Sacudiendo la cabeza con incredulidad, me imaginé el futuro. Vi a Maddy cruzar el estrado para recibir el diploma, entrando en alguna empresa llevando una bata blanca que le daba autoridad. Sí, mi pequeña iba a llegar muy lejos, y yo haría lo que estuviera en mi mano para asegurarme de que cumplía todos sus sueños. Me quedé mirando al infinito, perdida en mis ensoñaciones, hasta que Maddy me hizo cosquillas en el brazo.
—Ya suponía que te haría ilusión. ¿Nos vamos ya? Me muero de ganas de ver a Matt.
Matt. Su novio. Con el que acababa de perder la virginidad. Más le valía merecerla. O valía su peso en oro o le machacaría el culo con tanta rapidez que ni lo vería venir. Nada iba a interponerse entre Maddy y el éxito. Nada.
Los padres de Matt eran los clásicos padres que salían en las series de televisión antiguas, de esos que todo el mundo quería pero que nadie tenía. Matt Rains era la excepción. Tenía una pareja de padres perfectos. Su madre, Tiffany, era alta. Su pelo era oscuro, igual que los ojos. Su padre, de unos treinta centímetros más alto que ella, tenía el pelo castaño y unos ojos de un asombroso azul claro. Matt, el joven al que mi hermana estaba mirando con ojos de cordero degollado, era guapísimo y con un aire entre empollón y chic. Llevaba una camisa de vestir que le cubría lo que parecían ser unos hombros fuertes y bien definidos. Estaba claro que se cuidaba y que entrenaba. Tenía el pelo oscuro, ondulado, pero peinado hacia atrás; la nariz recta, lo que le servía para aguantar las gafas de pasta negra. Lo que decía: entre empollón y chic. Y tenía los ojos del mismo color que su padre, unos ojos que no se habían apartado de mi hermana durante toda la cena.
—Mia, me han contado que vuestro padre está en el hospital —comentó Trent Rains mientras su esposa servía el postre.
Asentí.
—Sí, sufrió un desgraciado accidente. Lleva unos cuantos meses en coma, pero rezamos cada día para que se despierte.
La expresión de Tiffany se suavizó, y me apoyó una mano en el hombro.
—Lo siento. Debe de ser duro para dos mujeres solas abrirse camino en la vida. —Sacudió la cabeza, pero no como si le diéramos lástima, sino más bien como si la idea la entristeciera.
Estuve a punto de replicarle algo no muy amable pero, con esfuerzo, me mordí la lengua. Esa familia estaba siendo cordial y no se merecía mi amargura. Aun así, lo que había estado a punto de decir, y que me estaba quemando la lengua como si fuera ácido, era que yo llevaba cuidando de nosotras desde que tenía diez años y que las cosas no nos habían ido tan mal. Por suerte, logré controlarme y no quedar como una auténtica bruja. Sonreí y bebí un poco de café. Mierda, es que hasta el café sabía mejor que en casa. Probablemente tomaban un café de esos sofisticados, de los que hay que moler cada día.
—Un momento de atención, por favor —dijo Matt levantándose y dándole la mano a mi hermana. Ella lo miró con diamantes en los ojos—. Tengo algo que anunciar.
Cada vez que una persona afirma que tiene algo que anunciar, por lo general significa que está a punto de organizarse una buena. Horrorizada, vi a Matt tirar del brazo de Maddy y rodearle los hombros. Si me hubieran preguntado, habría dicho que estaban demasiado pegados, pero nadie me preguntó.
Matt inclinó la cabeza y pegó la frente a la de mi hermana. Una sensación de devoción completa y absoluta impregnó el ambiente.
—Le he pedido a Madison que sea mi esposa, y ¡ella ha aceptado! —anunció con entusiasmo y una enorme sonrisa.
Su madre empezó a soltar gritos y su padre llenó la sala con unas risotadas que me recordaron a Papá Noel.
¿Qué hice yo? Estuve a punto de mearme encima.
«Pero ¿qué coño…?»
Maddy, que sonreía como nunca la había visto hacerlo, se volvió hacia mí y, en ese instante, su sonrisa se apagó y la barbilla le empezó a temblar, seguida del labio inferior. Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero no las dejó caer.
—Por favor, Mia —la oí susurrar.
Sacudí la cabeza, me levanté y salí de la casa. Me quedé en el porche de la familia Rains, contemplando la vista del desierto. Si hubiera permanecido en la mesa, habría perdido los papeles. Habría arrancado a mi pequeña de las garras de esa familia de serie televisiva y le habría quitado de la cabeza la idea de casarse… ¡a los diecinueve años! Joder, era ridículo.
Caminé por el porche, arriba y abajo. Estaba sofocada y me sudaban la frente y el labio superior. Mientras le daba vueltas a la cabeza, tratando de encontrar la manera de salir de allí sin parecer la hermana malvada, oí que la puerta se abría y se cerraba otra vez a mi espalda.
Al volverme, vi que era Matt. Tenía una expresión de remordimiento en la cara, pero no lo suficientemente grande como para pensar que iba a echarse atrás.
—Lo siento. Sé que debería haberte pedido permiso antes, pero después de lo que sucedió el fin de semana pasado…
—¡¿Te refieres a cuando robaste la virginidad de mi hermana?! —grité sin reconocer mi propia voz. Parecía el grito de una banshee.
Él echó la cabeza hacia atrás, como si acabara de golpearlo.
—No creo que sea asunto tuyo, ya que Madison es una mujer adulta que toma sus propias decisiones y a la que quiero muchísimo. Maddie me hizo un regalo muy valioso que siempre llevaré en mi corazón y que no deseo que comparta con ningún otro hombre en toda su vida. —Lo dijo con tanta convicción que juraría que creció un par de centímetros mientras pronunciaba esas palabras destinadas a llevarme a su terreno. De momento, no lo estaba consiguiendo.
Tirando de un mechón de pelo, me apoyé en la barandilla.
—¿Qué necesidad hay de que os caséis ahora mismo? ¿Por qué tanta prisa?
Él se acercó y se detuvo frente a mí.
—Nadie ha hablado de casarse ahora mismo. Primero queremos graduarnos, y aún nos faltan dos años. —Oír eso hizo que el pánico que se había apoderado de mí cediera un poco y que el enfado adquiriera una proporción manejable—. Sólo nos hemos comprometido. Quería que ella supiera que soy suyo y que ella es mía. Me parece importante porque tenemos previsto irnos a vivir juntos… pronto.
En ese momento, la frustración me atropelló como si fuera un rodillo aplastando masa.
—¿En serio? —gruñí.
Él asintió.
—No me gusta el lugar donde vive, y mucho menos me gusta que tenga que estar allí sola. Los días que pasó sin coche, casi me volví loco pensando que iba a tener que cruzar ese vecindario de noche a pie. Luego le compraste el coche y las cosas mejoraron un poco, pero tu padre no duerme allí, Mia, y tú tampoco. —Esa última parte de la frase me golpeó como un sartenazo en la cara. El rostro de Matt se tornó más duro, casi frío, y su tono se volvió más serio—. Está sola, sin protección. —Negó con la cabeza—. Es inaceptable —concluyó con un resoplido, como si fuera un anciano indignado y no un veinteañero que aún tenía que convertirse en un hombre.
Los hombros se me encorvaron por el peso del fracaso. El chico tenía razón; mucha razón. A mí me hacía tan poca gracia como a él que Maddy viviera allí sola. Lo odiaba. Había sido una fuente constante de preocupación durante estos últimos meses. Justo por eso le había pedido a Ginelle que se pasara por casa cada noche al volver del trabajo, para que se asegurara de que estaba bien.
Inspiré lentamente por la nariz y solté el aire aún más despacio.
—Tienes razón: no es un sitio seguro.
Matt asintió, pero guardó silencio. Me gustó que me diera tiempo para que acabara de expresar mis preocupaciones. Estábamos en Las Vegas. Podrían haber pasado por una de las miles de capillas de la calle principal si hubieran querido. Agarré la barandilla, clavando las uñas en la madera blanca y mirando el desierto.
—Es que tengo miedo de que cometa una equivocación: sois tan jóvenes…
—Por eso vamos a tomarnos las cosas con calma. Primero nos iremos a vivir juntos, para ver qué tal nos va. Nos apoyaremos mutuamente y nos graduaremos a la vez. A los dos nos quedan dos años más, aparte de este curso.
Yo salté porque eso no era del todo cierto. Mads tenía previsto doctorarse. Sería la primera doctora de la familia.
—Pero Maddy quiere sacarse el doctorado. ¿Qué harás? ¿La mantendrás mientras ella estudia?
Él asintió con entusiasmo.
—Por supuesto. ¡Se lo propuse yo! Ella es la primera de la clase; saca mejores notas que yo, y eso que me dejo el culo estudiando. Tiene un talento natural y una mente privilegiada. De hecho, es la mejor de toda la promoción. Será una maravillosa científica. Y yo seré el tipo orgulloso que le dé palmaditas en la espalda mientras ella recibe todos los premios y da todas las charlas que le pedirán que ofrezca en el futuro. Estaré siempre a su lado y la animaré, igual que ella hará conmigo. —Matt me apoyó una mano en el brazo para obligarme a mirarlo a los ojos—. No nos estamos tomando el tema a la ligera y no somos unos descerebrados. Pero estamos enamorados y no quiero arriesgarme a perderla.
Los ojos del chico desprendían tanta convicción que no pude seguir enfadada por más tiempo. La rabia se escurrió de mi cuerpo dando vueltas como si hubiera quitado el tapón de la bañera. Pero con ella se me fueron también las fuerzas. Me sentía agotada y derrotada.
—¿Puedo salir ya? —preguntó la voz de Maddy a través de la mosquitera de la puerta.
—Sí, pequeña, puedes salir. A ver, enséñame ese anillo —ordené fulminando con la mirada a Matt, en broma, para aligerar el ambiente—. ¡Más te vale que exista un anillo! —Intenté fruncir el ceño, pero me olvidé de todo en cuanto vi aparecer a Maddy dando saltitos con la mano izquierda extendida.
El anillo no era enorme, pero tampoco era pequeño. Parecía antiguo.
—Era de mi abuela. Mamá me lo dio el primer día que invité a Madison a cenar a casa —dijo Matt, y se echó a reír.
—Es precioso.
Levanté la vista hacia la cara de mi hermana, que parecía extrañamente nerviosa e insegura de sí misma. Dios, esperaba que estar junto a Matt le hiciera ganar confianza. Si era capaz de enfrentarse a una hermana sobreprotectora y loca de remate, podría enseñarle a tener más confianza en sí misma.
Una lágrima se deslizó por la mejilla de Maddy.
—Soy tan feliz, Mia. Por favor, alégrate por mí. No puedo soportar decepcionarte.
Desde que era una niña, y sobre todo después de que mamá nos dejara, yo había sido su único referente femenino. Con el paso de los años, cada vez llevaba peor la idea de que me había hecho daño o me había decepcionado de alguna manera. Esa chiquilla preferiría caminar sobre ascuas a arriesgarse a decepcionarme.
—¡Oh, tontita, ven aquí! —La abracé y ella se echó a llorar con suavidad, con la cara hundida en mi cuello.
La dejé desahogarse, para que se liberara del miedo y de los nervios mientras le acariciaba la espalda y le cantaba su canción. Three Little Birdsera la canción que siempre le cantaba cuando era pequeña. La aprendí escuchando un CD de Bob Marley que ponía siempre mi padre cuando estaba borracho. Él solía escuchar No Woman, No Cry en bucle mientras yo me ocupaba de Maddy y de mí misma. Cantar la canción de Mads me hacía creer que, algún día, las cosas se arreglarían.
Maddy apartó la cara y se secó las lágrimas con los pulgares.
—Siento haber reaccionado así —dije. Luego miré a Matt de reojo—. Tus padres probablemente piensan que estoy como una cabra.
Él se echó a reír.
—No, creo que lo entienden perfectamente. Lo que pasa es que se ponen en nuestro lugar, porque su relación fue también muy impulsiva y a la familia le costó aceptarlo. Se conocieron y se casaron en un plazo de tres meses. Para ellos, lo único que hago es seguir sus pasos. Pero te prometo, Mia, que esto no ha sido un impulso. Terminaremos la carrera, pero me sentiré mucho más tranquilo si ella lleva mi anillo en el dedo y si vive en mi apartamento, que está justo enfrente de la facultad.
—¿Vives enfrente de la facultad? —El lado maternal que sólo hacía acto de presencia cuando se trataba de mi hermana pequeña volvió a asomar la cabeza como si fuera un barco perdido en un océano oscuro y acabara de ver la luz de un faro.
Él me dirigió una sonrisa amplia y asintió con la cabeza mientras rodeaba a Maddy con un brazo.
—¿Estás bien, preciosa? —le susurró al oído, aunque como estaba cerca, lo oí.
Me fijé en el mimo y la preocupación con que trataba a mi hermana. Era un buen tipo. Con toda probabilidad, un ángel entre el océano de pecadores que vivían en Las Vegas.
—Si a Mia le parece bien, a mí también —respondió ella mirándome.
Gruñí.
—Vale, vale, te doy mi bendición.
Mis palabras provocaron una reacción. Una reacción saltarina, ruidosa y muy adolescente, para ser exactos.
Tras unos cuantos consejos por mi parte, volvimos a entrar en la casa. Tiffany y Trent Rains nos estaban esperando con paciencia en el salón.
—Mi chico cuidará de tu hermana estupendamente, te lo aseguro —afirmó el señor Rains radiante de orgullo—. Tiene la cabeza bien amueblada, pero no hay quien detenga a un hombre enamorado, y menos a un Rains. Cuando un hombre de la familia Rains se enamora, lo hace rápida e intensamente, y lo hace para siempre. —Pasando un brazo sobre los hombros de su esposa, añadió encantado—: Y eso es así.
Me senté y contemplé a la pareja feliz.
—Maddy y yo no tuvimos una infancia fácil —expliqué—. Sólo nos hemos tenido la una a la otra. Al oír que mi hermanita se iba a casar a los diecinueve años, se me han cruzado los cables. No he reaccionado bien, lo siento.
Tiffany se levantó y se sentó a mi lado en el diván.
—No te preocupes. Cuando Matt nos lo comentó, esta misma semana, yo también me quedé muy asombrada. A ver, sabía que estaba enamorado de ella porque llevan dos meses casi sin despegarse, pero lo del compromiso fue una sorpresa.
Dos meses. Llevaban dos meses juntos y ya se habían comprometido. Es que no me cabía en la cabeza.
—Me parece tan repentino…
—Estas cosas pasan en la familia Rains —dijo Tiffany, sonriéndole a su esposo. Sus ojos marrones brillaban llenos de amor, adoración y lealtad.
Quería que mi hermana tuviera todas esas cosas. Tal vez si se casaba con el joven Rains las conseguiría. «Pero, por favor, Dios, ¡que sea después de graduarse!»
Tiffany me consoló acariciándome la espalda en un gesto maternal que hacía tantos años que no recibía que ni me acordaba de cuándo había sido la última vez.
—Todo saldrá bien —me aseguró—. Acabarán los estudios y después planearemos la boda. Tenemos mucho tiempo.
Tiempo. Últimamente tenía la sensación de que nunca tenía el tiempo suficiente.
El resto de mi estancia en Las Vegas fue un absoluto torbellino. Gin, por supuesto, opinó que el compromiso de Maddy era lo más divertido que había oído en mucho tiempo. Esa mala zorra sabía exactamente qué teclas pulsar para sacarme de quicio, y se pasó el resto de mi estancia pulsándolas. Hacía comentarios sobre Matt y Maddy, diciendo que se escaparían y se casarían en una capilla cutre, o que ella se quedaría embarazada a la primera de cambio. Esa broma me hizo tan poca gracia que senté a Maddy y le di una buena charla sobre la importancia de no saltarse ni un solo día la píldora anticonceptiva. Me juró que nunca se la saltaba y que se la tomaba cada noche antes de acostarse. Tras esa embarazosa conversación —sobre todo para ella—, le pedí que uniéramos los meñiques y que me jurara que no se casaría sin mí. No se me ocurrió otra manera de asegurarme de que las cosas seguirían como hasta ese momento. En sus diecinueve años de vida nunca habíamos roto una promesa que nos hubiéramos hecho con los meñiques unidos. Era algo sagrado, así que, cuando ella me besó el dedo y yo besé el suyo, supe que no me defraudaría.
Sentada en el avión, reflexioné sobre mi reacción cuando me había enterado de que ese par de adolescentes iban a casarse. ¿Por qué me había puesto tan a la defensiva? ¿Sería porque no quería que mi hermana tuviera su final feliz antes que yo? Gin, desde luego, se encargaba de tomarme el pelo al respecto todos los días. Pero no, no era eso. Yo no quería lo mismo que ella. En realidad, la respuesta era mucho más sencilla: no soportaba la idea de perderla.
Llevaba toda la vida cuidando de mi hermana. Cuando se fuera a vivir con ese chico, él sería su apoyo en la vida y empezaría a perderla. Los padres de Matt me habían informado de que ellos pagaban el apartamento de su hijo en la facultad y que Maddy sólo necesitaría dinero para sus gastos. Dijeron que no les importaba pagar un poco más en la factura de comida de su hijo, ya que consideraban a Maddy como un nuevo miembro de la familia. Qué fácil todo, ¿no? Ahora mi hermana era parte de su familia y ellos le pagaban los gastos.
Asegurarme de que tuviera casa y un plato en la mesa había sido mi responsabilidad durante casi quince años, y ahora no sabía cómo adaptarme a la nueva situación. Por el momento, continuaría pagando el alquiler de casa de mi padre y le seguiría enviando varios cientos de dólares a Maddy para libros o lo que necesitara. Mi hermana se mataba a estudiar; no quería que se sintiera obligada a buscar un trabajo. Quería que se mantuviera donde estaba ahora: en la autopista hacia el éxito rápido. Lo único que tenía que hacer era aceptar que Matt Rains estaría a su otro lado, dándole también la mano durante el trayecto.
Bueno, al menos no había cambiado nada respecto al viaje a Hawái. Cuando Maddy se lo contó a Matt, él se desinfló, lo que secretamente me alegró mucho. Sí, lo sé, estoy hecha una auténtica bruja, pero no pienso disculparme. Según mi hermana, él entendió que necesitábamos «tiempo de chicas», sobre todo después del shock de las noticias. Al final, el muy capullo me había felicitado por la iniciativa y me había dado su bendición… ¡Como si la necesitara! Qué gracia. Ese chavalín pronto aprendería quién mandaba allí. Sólo me quedaba esperar que ese alguien fuera yo.