5

«Piensa en rosa» fue el nombre que le dimos a la campaña. Una vez en Boston, Mason y yo nos pusimos manos a la obra. Encargamos que nos hicieran unas pulseras especiales de silicona para repartirlas durante los partidos y también camisetas para las wags. Nos costaron una pasta, ya que hicimos un pedido urgente para tenerlas listas en veinticuatro horas. Yo me encargué una camiseta especial por mi cuenta y la pagué sin que Mace supiera nada. Llevaba el número de Mason tanto delante como detrás, y encima ponía «Para Eleanor». Era monísima, y sabía que él apreciaría el detalle.

Mientras Mason entrenaba, yo me quedaba en su casa, diseñando el plan para recaudar fondos. Rachel estaba entusiasmada con la idea, y se ofreció a ayudarme en todo lo que pudiera para que recaudáramos un montón de dinero, además de potenciar la imagen de Mason. No habíamos vuelto a tocar el tema de la pesadilla de la otra noche y no parecía tener ganas de hacerlo. Cada vez que nos veíamos, se parapetaba tras una fachada totalmente profesional. Tenía que encontrar la manera de volver a ganarme su confianza para poder recomendarle a Mason como potencial novio, aunque, de momento, no tenía ni idea de cómo hacerlo. La orgía que había presenciado había tirado por tierra todo el trabajo que yo había hecho para convencerla de que el lanzador estaba interesado en ella. Probablemente, ahora le parecía un tipo mucho menos deseable. A mí me parecía mucho más deseable, pero eso era porque necesitaba un polvo con urgencia. Pensar en aquella morena chupándole la polla y en Mason bajándose al pilón de la rubia me había servido de inspiración durante un par de sesiones en la ducha la semana pasada. No obstante, necesitaba algo más que masturbarme. Necesitaba un polvo de verdad. Pero Mason no estaba en mis planes y, por desgracia, el rubio californiano que sí lo estaba se encontraba en esos momentos en pleno rodaje —entre otras cosas— con la actriz protagonista.

Suspiré y seguí redactando mi plan. Necesitaba refuerzos. Saqué el teléfono y marqué.

—¿Qué pasa, putón? —respondió Ginelle. Sólo oír su voz me hizo feliz, aunque al mismo tiempo me hizo sentir añoranza de mi hogar.

—Estoy planificando una gala benéfica.

El sonido de Gin mascando chicle fue sustituido por el de su risa, tan atronadora que tuve que dejar de escribir.

—Pero, a ver, ¿no estabas ya metida de lleno en eso? ¿No estás recaudando fondos para salvarle el culo a tu padre? Ya sabes, tumbada de espaldas, en una cama… —Volvió a partirse de risa por su propia broma.

Suspiré.

—No es para mí, ¡es para Mason!

Ella hizo un ruido extraño, como si acabara de atragantarse.

—¿El jugador de béisbol millonario necesita dinero? ¿Por qué?

Solté un gruñido.

—Calla y escucha, zorra. Queremos hacerle una limpieza de imagen apoyando a la asociación local de lucha contra el cáncer de mama. Su madre murió demasiado joven por culpa de esa enfermedad y quiere hacer algo para contribuir a luchar contra ella. Y, como él está muy ocupado jugando y entrenando, yo estoy pensando en maneras de recaudar fondos; ¿lo entiendes ahora?

Me volvió a llegar el sonido de Gin mascando chicle. A decir verdad, prefería mil veces ese sonido al de oírla inhalando uno de esos cigarrillos que son auténtico cáncer de liar.

—Vale, y ¿en qué habías pensado? —me preguntó.

Mi mejor amiga era tremendamente creativa. Seguro que se le ocurría alguna buena idea. Le conté lo que habíamos planeado hasta ese momento. Íbamos a alquilar algún hotel pijo del centro de la ciudad. Casi todo el equipo se había mostrado interesado en participar, así como algunos de los amigos de Mason. Un famoso DJ se había ofrecido para pinchar gratis, y un cocinero serviría la comida sin cobrarnos nada.

—Subastaremos objetos de los jugadores, cosas relacionadas con el béisbol. Pero, no sé, creo que necesitaríamos algo más potente, con más gancho, para recaudar una pasta gansa.

Ginelle hizo una pausa tan larga que llegué a dudar de que siguiera allí.

—¿Y bien?

—Estoy pensando, no me seas agonías, que se te va a hacer un nudo en las bragas… Bueno, eso si llevas bragas, claro —comentó, y tenía razón, no llevaba bragas, pero porque llevaba unas mallas muy ajustadas y se habrían notado las costuras.

—¡Cállate!

Gin se echó a reír, y el sonido me calentó el corazón. Esperé pacientemente mientras hacía búsquedas en Google sobre otros eventos benéficos para inspirarme.

—Vale, a ver —dijo por último—: tienes a un montón de tíos cachas que van a acudir al evento. Unos veinte más o menos, ¿no?

—Sí —respondí sin saber adónde quería ir a parar con aquello.

—Y ¿por qué, en vez de subastar sus cosas, no los subastas a ellos? Contratas a un subastador, ya sabes, un tipo de esos que hablan muy deprisa; te aseguras de que los jugadores lleven ropa sexi, como esmóquines o la camiseta del equipo…, pero que se la quiten en el escenario… ¡A las ricachonas les encantan esas cosas!

Qué buena idea. Ya me estaba imaginando a las mujeres, cargaditas de champán, peleándose unas con otras para conseguir a un jugador de béisbol sin camiseta.

—¡Gin, joder…, es una idea brillante!

Ella soltó el aire y me la imaginé, satisfecha, enroscándose un mechón de pelo en el dedo.

—Lo sé, soy así de buena.

—Lo eres. ¿Te he dicho últimamente que te quiero, nena?

Era una broma entre nosotras que se remontaba a nuestra época de instituto, cuando hablábamos usando frases de nuestras canciones favoritas. Nos encantaban las canciones de la década de los noventa. Éramos niñas en aquel tiempo, pero aun así nos gustaban los tontos raps de la época.

Empecé a darle vueltas a la idea de Gin. Lo mejor sería subastar una cita con cada jugador. A cambio del dinero, el jugador tendría que comprometerse a hacer lo que quisiera la mejor postora durante cuatro horas. Incluso las mujeres casadas se avendrían si era por una buena causa.

—Gin, creo que sacaremos un montón de pasta con esto.

—Pues claro. Esos hombres están cañón. ¿Qué zorra rica no querría llevar a uno de esos bombones del brazo?

Pues sí. Gin, como siempre, tenía razón.

—Voy a diseñar el plan. ¡Gracias, gracias, gracias!

—Tranquila, puedes pagarme con fotos de esos tiarrones desnudos de cintura para arriba. No es broma. Si hacéis la subasta y no me envías fotos de todos los jugadores, encontraré la manera de ponerte en evidencia en el futuro. Y sabes que tengo algunas fotos tuyas muy comprometidas…

—¡Perra! —le grité, sabiendo que era verdad; que tenía fotos de las dos en situaciones comprometidas como para llenar un baúl—. No te atreverías…

Ella chasqueó la lengua.

—No lo dudes. Quiero fotos de todos los tíos semidesnudos. Fotos individuales, enviadas directamente a mi teléfono. Y no te olvides de Mason. Quiero una foto de ese cabronazo tan sexi.

Me eché a reír mientras Rachel entraba en la cocina, donde me había instalado. La saludé con la mano. Ella se dirigió a la cafetera y se sirvió una taza de café.

—Tú ganas, sucia zorra chantajista —dije, y a Rachel estuvo a punto de caérsele la taza de la impresión. Aunque no pude explicarle lo que pasaba, negué con la cabeza, tratando de tranquilizarla—. Tendrás tus fotos. Eres muy dura negociando.

—Ya me conoces y, por cierto, Mads está bien. Ese chico con el que sale es un encanto. Sigue siendo virgen, se lo pregunté, pero no creo que aguante mucho. Ese chico es muy mono, está loco por ella, y a ella sólo le importa hacerlo feliz. La verdad es que los dos son monísimos. Ya te digo, de momento me parece un buen tipo. Creo que no es una mala opción para desvirgarse.

Yo gruñí y apoyé la cabeza en la mano.

—¿Crees que ella le va a entregar su virginidad? ¿De verdad?

—Sí, no puede permanecer casta y pura eternamente, Mia. Ya es una mujer. Tiene diecinueve años. Joder, ni me acuerdo de cuándo perdí yo la mía. Hace siglos de eso. Si te soy sincera, no recuerdo haber estado alguna vez sin pollas calientes a mi alrededor.

Esta vez, más que gruñir, gemí con sentimiento.

—Gin, por Dios, no pronuncies el nombre de mi hermana y la palabra pollaen la misma frase. Me estás provocando urticaria. Y te lo advierto: no la animes a entregarse a ese chico o te perseguiré, te clavaré a una pared, te raparé el pelo de todas partes, te echaré miel en los pezones y dejaré que las hormigas se den un festín.

—¡Jesús bendito clavado en la cruz! Eres una retorcida. ¿Serías capaz de hacerme eso? Necesito cambiar de amigas. ¡La mía es una jodida psicópata! —exclamó antes de partirse de risa.

Yo me eché a reír también, imaginándomela pegada a una pared, con miel en las tetas y mechones de pelo mal cortado por todas partes.

Cuando logré controlarme, respiré hondo.

—Tienes razón, no sería capaz de hacerte eso, pero, por favor, cuando la veas dile que me llame, ¿vale?

—Claro. Tengo que ir a ensayar el nuevo número. Ya me contarás cómo va todo…, ¡y no te olvides de mi recompensa!

Yo negué con la cabeza.

—Eh, zorrón, te quiero, y estoy muy orgullosa de ti por haber dejado esos cigarrillos rellenos de cáncer. Quiero que estés en mi vida mucho tiempo para que podamos envejecer juntas, mudarnos a una casa en la playa y criar a un montón de gatos.

—Siempre me han gustado mucho los animales —replicó Ginelle suspirando ruidosamente—, los gatitos, los conejitos…

—¡Ya sabía yo que te gustaba el conejo, cacho guarra! —exclamé, y le colgué el teléfono antes de que pudiera decir nada más—. Ah, la vida es bella —dije cerrando los ojos con un suspiro.

Cuando volví a abrirlos, me encontré con que Rachel se había acercado y me estaba mirando con fijeza.

—¿Te están chantajeando? —me preguntó con unos ojos como platos.

Me eché a reír a carcajadas y sacudí la cabeza.

—No, era Gin, mi mejor amiga. Siempre estamos igual.

—¿Siempre os amenazáis y os llamáis cosas como ésas? —preguntó en un tono exageradamente agudo; no entendí por qué.

—Eh…, sí, claro. ¿Tú no haces lo mismo con tu mejor amiga?

Ella negó asombrada con la cabeza.

—No, no lo hacemos. Nos decimos cosas agradables, comemos y vamos de compras juntas.

Hice una mueca. ¿Iban de compras? ¡Puaj! Gin y yo nunca haríamos algo así. Beber cerveza, buscar tíos buenos, jugar a las cartas, ir al casino, a conciertos…, vale. ¿De compras? No.

—Joder, no mola nada ser tú —dije con sinceridad.

—No estoy de acuerdo —replicó ella con una soltura que me hizo sonreír.

Así que tenía sangre en las venas, después de todo. Eso era bueno. Cuando estuviera con Mason, él encendería una hoguera tan grande bajo sus pies que Rachel se quemaría si no tuviera un poco de fuego propio.

La idea de subastar hombres no le hizo mucha gracia a Rachel, pero Mason se mostró entusiasmado. Llamó a todos sus compañeros de equipo y logró que veinte de ellos aceptaran ser subastados al mejor postor. Ninguno tuvo problema con lo de quitarse la ropa; bueno…, la camisa. Conseguí tirantes de color rosa para todos ellos y les pedí que fueran elegantes a la gala. El plan era que se sacaran la chaqueta y la camisa y se quedaran sólo con los tirantes. Además, también pensaba pintar un lacito rosa sobre el pecho de los jugadores, concretamente sobre el corazón, para seguir con el tema de la gala.

Cuando Mason llegó a casa, Rachel, él y yo hablamos de otras iniciativas, mientras él preparaba unos filetes a la barbacoa en la terraza y yo me encargaba del acompañamiento. Se nos ocurrieron un montón de ideas para hacer correr la voz en el mínimo tiempo posible. También pensamos en maneras de involucrar al padre y a los hermanos de Mason, para que ellos también pudieran honrar la memoria de su madre. Le dije que le pidiera a su padre que trajera una foto de su esposa, ampliada y enmarcada; la pondríamos en un lugar preferente en una de las mesas. Y, si otros jugadores también habían perdido a algún ser querido por culpa de la enfermedad, podían hacer lo mismo. Así, los donantes pondrían cara a la razón real que había dado pie al evento.

También nos aseguramos de que el presidente de la asociación de lucha contra el cáncer de la región pudiera asistir para pronunciar unas palabras.

—Mia, Rachel, tengo que admitirlo. Sois la caña preparando eventos en tan poco tiempo. —Mason sonrió, me atrajo hacia sí y me dio un beso en la mejilla.

Luego se dirigió hacia Rachel, que se tensó al ver que se acercaba.

Él bajó la voz pero, aun así, oí lo que decía:

—Rachel, siento lo que viste la semana pasada. No debería haber pasado. No fue propio del hombre que quiero ser —se disculpó mirándola fijamente. Ella asintió con la cabeza pero no dijo nada. Mason se acercó un poco más, inspiró hondo con la nariz pegada a su pelo y la besó en la mejilla—. Muchas gracias por tu ayuda. No tenías por qué hacerlo, pero te lo agradezco mucho.

Rachel alzó la cabeza y pestañeó, con sus ojos azules fijos en los de Mason. ¿Podía ser más obvio que esos dos estaban enamorados? Tenía que subir las apuestas para que las cosas avanzaran en la dirección correcta.

—Mason, sabes que te ayudaría con cualquier cosa que necesitaras —dijo ella al fin, también en voz baja.

Él le enredó los dedos en el pelo, en la zona de la nuca, mientras con el pulgar le acariciaba el labio inferior. Rachel contuvo el aliento y yo observé con atención por si se decidía de una vez y la besaba.

—Lo que estás haciendo por mi madre significa mucho. No lo olvidaré. Siempre estaré aquí cuando me necesites. Llámame, a cualquier hora, en cualquier lugar. ¿Lo entiendes? —dijo antes de inclinarse y besarla en la frente como si fuera un objeto valioso y delicado.

En ese momento lo entendí. Para Mason, ella era especial, valiosa y delicada, distinta de las demás mujeres. Sentía que debía tratarla con delicadeza, manipularla con cuidado, como si fuera de cristal. Caray. Cuando se liaran de una vez, ese hombre estaría perdido. Aunque llevaba años siendo un mujeriego, siempre que miraba a Rachel veía algo más; veía un futuro que deseaba desesperadamente pero que no sabía cómo conseguir. Por suerte, yo seguiría a su lado para asegurarme de que lo hiciera.

—Sí —respondió ella con una sonrisa, mientras él se alejaba e iba a ocuparse de los filetes.

Me llevé una mano a la cara y aguardé a que él desapareciera en la terraza. Rachel no le quitó el ojo de encima.

—¿Qué?, ¿muy coladita? —le pregunté meneando las cejas.

Ella se volvió hacia mí con los ojos entornados.

—No sé a qué te refieres. La semana pasada me emborraché y me pasé de la raya. Tal vez te di una impresión equivocada sobre mis sentimientos hacia mi cliente —declaró, haciendo hincapié en la palabra cliente, aunque no supe si lo decía para convencerme a mí o a ella misma.

Ladeé la cabeza antes de dar un sorbo a mi cerveza.

—A mí no me engañas, y te aseguro que a Mace tampoco. Le gustas mucho, cielo, y pronto te lo demostrará.

Rachel gruñó y negó con la cabeza.

—Para ya, Mia. ¿Te has olvidado de que eres su novia?

—Finjo ser su novia. No te olvides de que esto para mí es un trabajo. Las fans adoran a Mason, y tú y yo estamos trabajando en una campaña de recogida de fondos que va a servir para mejorar su imagen profesional pero, sobre todo, que lo va a ayudar a él como persona. Va a hacer algo para honrar la memoria de su madre. La quería mucho y la echa de menos. Todos los miembros de la familia Murphy la echan de menos. Y tu implicación con la campaña demuestra que te preocupas por Mason no sólo a nivel profesional, sino también personal. Te gusta pero sientes algo más por él, admítelo —la pinché, y esperé su respuesta.

Rachel se pasó la lengua por los labios y se mordió el inferior. Bajó la cabeza y asintió.

—Vale, lo admito. Hace mucho tiempo que siento algo por Mason. Jolín, creo que me enamoré el día en que nos conocimos, hace dos años. Pero eso no ha impedido que él haya salido con un ejército de mujeres y que se haya bebido incluso el agua de los floreros hasta acabar por los suelos. Y yo me he pasado casi todo ese tiempo recogiendo los pedazos después de cada juerga. La verdad es que eso no ayuda a tener una buena opinión sobre alguien.

—Tienes toda la razón, pero obviamente lo que sientes por él no ha cambiado, o no estarías ayudándolo. Está claro que te importa o no te preocuparías tanto por su imagen. Y creo que te cuesta tanto ocultar tus sentimientos que estás a punto de reventar. He visto cómo lo miras, cómo se te ilumina la cara cuando él entra en una habitación. No puedes engañarme. Y tal vez hayas podido engañarlo a él durante estos dos años, pero ya se le ha caído la venda de los ojos, cielo. Ahora te ve como a una mujer, y le gusta lo que ve.

Rachel se llevó las manos a la cara y se la frotó inquieta.

—¿Cómo puedes estar tan segura? No quiero ser la siguiente en su larga lista de mujeres de usar y tirar. Prefiero no acostarme con él y seguir estando en su vida a probarlo y luego perderlo para siempre cuando se despierte a mi lado y se dé cuenta de que no soy la chica que busca. Si echas un vistazo a su lista de conquistas, te darás cuenta de que no soy su tipo. —Me señaló e hizo un movimiento circular con el dedo—. No te ofendas, pero tú sí que eres su tipo. Le gustan las mujeres exuberantes, sexis, con curvas, y un hombre como él no tiene que esforzarse en conseguirlas. Le salen de debajo de las piedras. —Suspiró y escondió la cara entre las manos.

—Cariño, los hombres no se casan con las mujeres como yo. Conmigo ligan y follan. Mason nunca se quedaría con alguien como yo. Él quiere lo mismo que tuvo su padre: una esposa, hijos, la enchilada completa. Y tú le darás eso y más. Yo soy una escort que sabe servir mesas, actuar un poco y volver locos a los hombres en la cama. De eso último estoy bastante orgullosa, no voy a negarlo, pero con esto no lograré atrapar al príncipe azul…, como mucho, a algún motero vestido de cuero negro. Creo que deberías abrirte más a Mason, y creo que deberías hacerlo pronto, teniendo en cuenta que yo me marcharé dentro de dos semanas.

Esta vez, cuando me respondió lo hizo apoyada en la mesa, con los labios fruncidos.

—¿Qué harías tú si estuvieras en mi lugar? Sobre todo después del fiasco de la semana pasada.

—Lo de la semana pasada me la suda.

—Y no fue lo único que sudó esa noche… —ironizó Rachel.

Me quedé boquiabierta.

—¡Acabas de hacer un chiste sexual! —exclamé antes de echarme a reír.

Ella se ruborizó.

—¡Es verdad!

—¡Aún hay esperanza, aleluya! —exclamé, y las dos nos echamos a reír—. De todos modos, no te preocupes mucho. Mason es muy facilón.

—¡Qué me vas a contar! —replicó ella ágilmente. Su ironía me sorprendió.

Sacudí la cabeza y la miré con admiración.

—Dos bromas en una misma noche. Saca la agenda, chica, tenemos que marcar la fecha en el calendario. La señora estirada ha perdido el palo del culo y ha dejado salir su zorrita interior.

Ella se volvió hacia la terraza y, al ver que Mason no nos había oído, se tranquilizó.

—De todos modos, me gustaría que me aconsejaras. No tengo experiencia a la hora de acercarme a los hombres cuando quiero…

—¿Follar? —traté de ayudarla.

—Por Dios, no. Bueno, sí, pero la palabra que buscaba era cita. Señor, Mia, eres igual que él. ¿Por qué tenéis que ser tan bastos?

Joder, era eso, ¿verdad? ¿Era como Mason? Qué va, lo que pasaba era que ella era una señoritinga estirada. Al menos, eso me dije para olvidarme del tema.

Me hice un nudo con el pelo y me lo recogí con la pinza que llevaba colgando del top.

—Mira, lo que vas a hacer es lo siguiente: durante la gala benéfica, te tomas un par de copas de champán para soltarte un poco. Coqueteas con él toda la noche. Nada exagerado. Ya sabes, unas caricias por aquí —le dije, acariciándole el brazo arriba y abajo—, o le das la mano, así. —La cogí de la mano, la ayudé a levantarse y paseé con ella por la habitación. Me detuve, saqué la cadera, pestañeé y, de repente, aparté la mirada—. Asegúrate de que no pierda detalle de tus encantos.

Al oír esa palabra, Rachel frunció mucho los labios.

—Yo es que, en realidad, no tengo de eso —murmuró.

La contemplé como si le hubieran salido cuernos.

—A ver, toda mujer tiene ciertas partes en su cuerpo que atraen al sexo opuesto. —La miré de arriba abajo—. Tienes unas piernas espectaculares. Ponte falda corta. Cómprate un sujetador con push-uppara levantar esas domingas y asegúrate de que Mason pueda verlas. Es decir, ponte un vestido escotado. —Cuando ella asintió, yo seguí hablando—: Ah, y lleva el pelo suelto. ¿Te acuerdas de que él comentó que le gustaría verte con la melena suelta? Hazte unas ondas que caigan suavemente por tus hombros. Y, si el vestido tiene la espalda escotada, mejor que mejor —añadí meneando las cejas.

—¿Por qué? —me preguntó, y a mí me vinieron ganas de gruñir y de darle una colleja.

¿Era posible ser tan inocente en lo que a hombres se refería? ¡Rachel tenía veintitantos años, por Dios, no era ninguna niña! Debía de tener una mínima idea de cómo pensaban los hombres.

En vez de decirle eso, me limité a responder:

—Porque cuando los hombres ven piel desnuda, piensan en sexo. Y que piense en ti y en sexo en el mismo momento es algo bueno si tu objetivo es acostarte con él.

—Quiero estar con Mason, no sólo…, eh…, acostarme con él.

Esta vez no pude controlarme más y solté el aire con impaciencia.

—Para los hombres, el sexo es sinónimo de pasárselo bien con una mujer. Si puedes llevarte bien con él dentro y fuera del dormitorio, tendrás mucho ganado. Aunque para los hombres lo principal es el sexo. Es un instinto animal. ¿Has tomado nota de todo? ¿Lista para seducir a Mason este fin de semana? —le pregunté entusiasmada sin mucha razón.

—Pensaré en ello.

Fruncí el ceño pero no dije nada. Sabía que era inútil tratar de que esa chica fuera más lanzada. Ella hacía las cosas a su manera y necesitaba unos días para darle vueltas al tema antes de tomar una decisión.

—¿Me lo prometes?

Rachel sonrió y, en efecto, su sonrisa iluminaba una habitación por sí sola.

—Te lo prometo.

Mason entró en ese momento y cerró la puerta de la terraza con el pie.

—¿Y bien?, ¿las dos mujeres más hermosas del mundo tienen hambre o qué?

Yo sacudí la cabeza.

—El que nace ligón ligón se queda —comenté riendo.

Pensaba que Rachel pondría mala cara, pero también se echó a reír. Bien. Progresábamos adecuadamente.