8

Me desperté en medio de un orgasmo. Tenía las piernas alrededor de la cabeza de Alec, que me estaba llevando al éxtasis con la lengua. Sin mediar palabra, ni siquiera un «buenos días», se puso un condón. Ya había perdido la cuenta de los que habíamos usado durante la noche. Luego se abrió camino lentamente a través de los tejidos hinchados de mi sexo sobreutilizado. A pesar de todo, seguía siendo delicioso. Mi pobre sexo se tensó y latió como si acabara de luchar un combate cuerpo a cuerpo y hubiera ganado. Esta vez, Alec me hizo el amor lentamente, con mucho mimo. Ambos sabíamos que era la última vez, sin embargo yo no quería pensar en ello. Él me había enseñado a tomarme las cosas de otra manera. Tras el encuentro por sorpresa con Wes y ahora con Alec, no pensaba volver a usar las palabras «nunca más» en relación con los hombres a los que amaba.

Cuando acabamos, él se vistió lenta y metódicamente.

—He disfrutado mucho de esta noche contigo, ma jolie. Si algún día vuelves por aquí o si necesitas que te recuerde que alguien te ama, llámame, oui?

Asentí, me levanté y me puse una bata de seda rosa mientras él se recogía el pelo en un moño desordenado. Dios, qué bien le sentaba el pelo recogido. Me puse de puntillas y le di un beso. Él me abrazó por la cintura y me apretó con fuerza mientras nos besábamos.

Cuando rompimos el beso, me dio otro en la punta de la nariz, como de propina.

—Por desgracia, tengo mucho trabajo; si no, me pasaría el día entero disfrutando de tu cuerpo. —Me sujetó las mejillas y me observó con detenimiento—. La tristeza no te sienta bien. ¿Estás triste por culpa de algún hombre?

Frunciendo los labios, recordé la fatídica llamada telefónica a Wes. Dios, ojalá no lo hubiera llamado por teléfono. Podría haberle enviado sencillamente un mensaje y ambos habríamos continuado con nuestras vidas tan contentos, sabiendo que los sentimientos del otro seguían vivos. Y, sin embargo, aquí estaba, haciendo lo mismo que él: perdiéndome en el cuerpo de otro hombre, perdiéndome en el sexo. Un sexo muy bueno, de esos que hacen que se te encojan los dedos de los pies y que te salga humo de la cabeza, pero seguía siendo sexo con un hombre que no era el que deseaba tener en mi cama.

—Sí, es por un hombre, pero ¿sabes una cosa? Tenerte aquí conmigo esta noche, poder ayudar a Mason a conseguir a su chica…, todas esas cosas me hacen pensar que todo forma parte de un proceso. Tengo que hacer este viaje. Este año será largo pero, si al final del camino el destino quiere que siga con ese hombre, seguiré.

Alec asintió y yo sonreí, porque la idea tenía sentido.

Él me apartó el pelo alborotado de la cara y me acarició la mejilla.

Ma jolie, eres muy joven. Date un poco de tiempo para disfrutar de la vida y de sus placeres. —Apoyó su frente en la mía—. Incluidos los placeres de la carne, oui?

Entendí lo que quería decirme. Sus palabras reafirmaron la idea que se estaba instalando en mi mente: que ese año tenía que centrarme en mí. No en mí como parte de una pareja. Tenía que salvar a mi padre pero, al mismo tiempo, encontrarme a mí misma. El viaje me llevaría a donde tuviera que llevarme. Alec tenía razón: era joven y no estaba comprometida. Wes tampoco lo estaba. No podía echarle en cara que quisiera sentirse conectado a alguien; que quisiera sentirse unido a otra persona aunque sólo fuera durante el breve tiempo en que se juntaban sus cuerpos. Yo había hecho lo mismo. Y, ¿sabéis qué? Me sentía mejor que nunca. Me sentía revitalizada, con fuerzas para afrontar lo que la vida quisiera darme.

—Eres increíble, franchute, ¿lo sabías?

Alec me dirigió esa sonrisa sexi que dejaba mujeres desmayadas a su paso, y juro que sentí su sonrisa en el clítoris.

—Yo ya lo sé, chérie. —Se inclinó hacia mí y me dio un beso muy suave—. Eres tú la que tiene que recordar que eres un regalo del cielo a la humanidad.

Alec siempre sabía qué palabras usar para calmarme o animarme. Era como un mago que utilizaba su magia con mi espíritu.

Lo acompañé al salón de la mano. Habría sido demasiado pedir que Mason y Rachel estuvieran ya fuera, disfrutando del día. Aunque, si hubiera mirado por la ventana, me habría dado cuenta de que estaba lloviendo. Cortinas de agua golpeaban contra la puerta corredera de la terraza, lo que significaba que el entrenamiento se cancelaría o, al menos, se atrasaría.

Rachel y Mason estaban completamente vestidos, sentados en el comedor, y lo que tenían en los platos parecía ser la comida, no el desayuno.

Joder, ¿qué hora era?

Mason miró a Alec y luego a mí, que iba en bata, con el pelo hecho un desastre, probablemente con las mejillas sonrosadas por el último orgasmo. Vamos, que todo en mí gritaba: «¡Me acaban de follar!».

Mace sonrió y me preguntó:

—Hola, bomboncito; ¿has dormido bien?

Fue Alec quien respondió.

—Yo no llamaría dormir a lo que hemos hecho —dijo moviendo las cejas de forma seductora. Mi franchute era incorregible.

Rachel no dijo nada. Se había quedado boquiabierta, con el tenedor en el aire y una fresa esperando a ser comida.

—Eh…, éste es Alec —lo presenté—. Él es Mason y ella es su novia, Rachel.

Rachel bajó la mano con brusquedad y el tenedor resonó con fuerza contra el plato.

—Ah, ¿hola? —dijo. Era la primera vez que veía a la impecable profesional quedarse sin palabras, excepto cuando estaba cerca de cierto jugador de béisbol, sexi como un demonio.

Mason saludó alzando la barbilla. Yo le di la vuelta a Alec y lo empujé hacia la puerta. El lugar no era precisamente íntimo, pero a él nunca le había importado lo que la gente pensara. En vez de salir afuera, me abrazó con fuerza agarrándome por el trasero y por la nuca y me aplastó contra su cuerpo mientras me devoraba la boca. Las lenguas, los dientes y los labios se enzarzaron en el más delicioso beso de despedida.

Cuando a ninguno de los dos nos quedaba aire, me soltó.

Je t’aime, Mia —dijo con todo el amor que sabía que sentía por mí. Ocupaba un lugar en su corazón y siempre estaría allí. Eso me bastaba.

—Yo también te quiero, Alec.

Lo contemplé hasta que entró en el ascensor.

—Hasta la próxima, ma jolie —dijo mientras las puertas se cerraban.

Cerré la puerta y volví al comedor. Mason me ofreció la mitad de su sándwich. Me senté y entonces le di un bocado. De pronto, fui consciente de que estaba muerta de hambre.

Ninguno de los dos habló hasta que Mason se volvió hacia mí, con la silla y todo, y apoyó el codo en la mesa.

—¿Y bien?, ¿quieres a ese tipo? —preguntó señalando hacia la puerta con el pulgar por encima del hombro.

—Sí, pero no de la manera que te imaginas. No estoy enamorada de él, pero tenemos algo especial. Cuando estamos juntos, estamos juntos. Solos los dos. Aunque la mayor parte del tiempo cada uno va por su lado.

Rachel cerró los ojos y frunció los labios.

—No lo entiendo. Ha dicho que te ama. Y en francés. ¡Dios mío, eso ha sido muy sexi! —Al ver que Mason la atravesaba con una mirada posesiva, ahogó una exclamación—. ¡Lo siento! —Se metió un trozo de fruta en la boca y bajó la mirada.

Me eché un mechón de pelo hacia atrás, me senté sobre una pierna y, observando a mis dos nuevos amigos, llegué a la conclusión de que no tenía que ocultarles nada. Si realmente eran mis amigos, me aceptarían tal como era, con mis virtudes y mis defectos.

—Alec fue cliente mío. Nos… liamos —dije haciendo un gesto vago con las manos, y ambos asintieron—. Fue increíble. Lo disfruté muchísimo. Me enseñó muchas cosas sobre la gente, sobre amarse a uno mismo y amar a los demás. Así que, sí, lo quiero, pero entre nosotros no habrá anillos, ni matrimonio, ni niños ni nada de eso. —Pensé en nuestra relación mientras contemplaba la lluvia que caía a mares sobre la terraza—. Es una relación de las de: «Me encanta cuando me folla, me preocupo por él y lo quiero como a un amigo». ¿Queda claro?

Cuando ambos negaron con la cabeza al mismo tiempo, gruñí.

—No puedo explicarlo, pero da igual. Olvidadlo.

—Por los ruidos que hacíais, la parte del follar queda bastante clara —dijo Mason—. Joder, guapa, me has puesto tan burro que he tenido que echar mano de Rach un montón de veces. Tantas, que tenía miedo de que se me dislocara la polla —bromeó con descaro—. ¡Au! —protestó cuando Rachel y yo le pegamos un puñetazo a la vez—. No te quejes, que te ha gustado —dijo frotándose los brazos y mirando a Rachel, que se ruborizó intensamente.

Yo me había acabado el sándwich, así que me levanté.

—Necesito una ducha.

—Nos olemos luego…, adicta al sexo —me dijo Mason mientras me alejaba.

—¡Mira quién fue a hablar, follacaras! —repliqué. Tal vez Mason fuera como mi amiga Ginelle pero en chico. Eso estaría bien.

—Sois como niños —dijo Rachel justo antes de que cerrara la puerta de mi dormitorio.

Durante los dos días siguientes, Mason y los Red Sox ganaron todos los partidos. Todo el mundo estaba de buen humor, y se notaba. Cuando volvimos a Boston, salimos del avión y nos metimos directamente en taxis camino del pub Black Rose, donde trabajaba Brayden, el hermano de Mason. Era el momento de celebrar las victorias, y el equipo era una piña a la hora de las celebraciones. Un puñado de jugadores bajaron en masa de los taxis y los coches particulares y entraron en el local. En cuanto Brayden nos vio entrar, silbó, y una guapa camarera se inclinó sobre lo que parecía un equipo de música y le dio al play.

Las notas de We Are the Champions, de Queen, llenaron el bar. Era temprano, las cuatro de la tarde y, además, entre semana, por lo que el bar estaba prácticamente desierto, aparte de nosotros. No obstante, eso al equipo le daba igual. Estaban allí para tomarse unas cuantas cervezas y relajarse un poco. Llevaban una temporada jugando al máximo nivel y tenían por delante unos cuantos días de descanso. Ése era el día de celebrar las victorias. Las wagsse acomodaron al lado o sobre el regazo de sus hombres, y todo el mundo empezó a beber.

Unas cuantas horas después, me encontraba mejor que bien.

—Mace, me voy a ir a casa —dijo Rachel inclinándose hacia él, aunque no demasiado para no despertar sospechas. En el equipo nadie sabía que se estaba tirando a Rachel y no a mí. Bueno, Junior sí lo sabía, pero era el único.

—No, nena, ¿por qué no duermes conmigo? ¿Nos encontramos luego en mi casa? —le propuso con su mejor mirada de cachorrillo adorable. No era nada fácil resistirse a una mirada así.

Ella negó con la cabeza.

—Mañana tengo que trabajar. Debo poner una lavadora y descansar para tener buen aspecto por la mañana. ¿Te paso a buscar mañana y comemos juntos?

Mason asintió y la agarró por el cuello. Rachel y yo abrimos mucho los ojos. Miré a mi alrededor, por si alguien los estaba observando, pero no era así. Además, casi todos los jugadores estaban ya borrachos perdidos.

—Mace —le advertí por miedo a que se dejara llevar.

Pero no lo hizo. Se limitó a apretarle el cuello y luego le dio unas palmaditas en el hombro.

—Te echaré de menos, nena. Hasta mañana.

Rachel le dirigió una sonrisa muy dulce y después me abrazó, aprovechando para decirme al oído:

—Cuídamelo, ¿vale?

Yo la miré con solemnidad, pero en broma. Me llevé la mano a la frente y le dirigí un saludo marcial.

—Sí, señora.

—Como niños. Te aseguro que estar con vosotros dos es como salir con dos niñatos adolescentes —replicó ella y, sacudiendo la cabeza, se marchó.

Mace no le apartó la vista del culo. Tenía un culo bonito; pequeño, pero le sacaba partido.

—Menudo culo tiene esa mujer. Joder, ahora mismo le daría un bocado. —Mason gruñó y se acabó el resto de la cerveza—. Ya que no tenemos que conducir, ¿qué te parece si nos emborrachamos? —me propuso.

Brayden se acercó a nosotros.

—¿Qué tal? ¿Cómo lo lleváis? —nos preguntó, y su pelo cobrizo destelló bajo las luces de neón rosadas que brillaban a su espalda.

—A punto de ponernos serios. Tráenos chupitos. ¡Mia, vamos a jugar a un juego!

Yo me revolví en mi asiento.

—¡Me encantan los juegos! ¿Cómo se llama? ¿Lo conozco?

—Se llama «¡Y una mierda!».

—Venga ahí, lanzador. Mi amiga Gin y yo somos las putas amas de este juego. Vamos, como que escribimos el libro de instrucciones. ¡No hemos perdido nunca!

Mason le dirigió una sonrisa malvada a Brayden.

—Pon esos vasos en fila, hermano.

Mace me estaba provocando, y yo acepté el reto. Me quité la sudadera de los Red Sox y la dejé sobre el respaldo de la silla. Me quedé con un top de tirantes ajustado que dejaba a mis chicas a la vista de un modo muy favorecedor. Él echó un vistazo y gruñó.

—Esto no es jugar limpio. ¿Estás tratando de distraerme? —preguntó, haciéndome reír.

—Creo que necesitaremos más jugadores.

Junior y Kris estaban sentados cerca de nosotros. Los animamos a que se unieran al juego y Mason les explicó las reglas. Luego empezamos a beber.

—Una vez iba yo paseando por el bosque y pisé una mierda de oso —contó Mason.

En general, las historias estaban más elaboradas; algunas eran muy creativas, pero llevábamos un buen rato jugando y todos habíamos perdido ya varias veces.

Yo era Mierda de Oso. Por eso, cuando él dijo «mierda de oso», yo respondí «¡Y una mierda!», gritando y dándole una palmada a la barra del bar.

—¿Quién mierda fue? —preguntó Mace, echando la cabeza hacia atrás como si le hubiera dado un puñetazo.

—Mierda de Bebé —respondí yo, riéndome y señalando a Kris.

La dinámica del juego consistía en contar una historia en la que saliera el mote de otro de los jugadores. El aludido tenía que gritar «¡Y una mierda!», y el que acusaba preguntaba: «¿Quién fue?», o algo parecido. Luego, el nuevo acusado acusaba a otro, y éste decía: «¡Y una mierda!», etcétera, etcétera. Yo dominaba el juego, ya que nos habíamos pasado horas jugando con Ginelle cuando éramos adolescentes, aunque eso no impidió que me pasara la noche bebiendo, puesto que siempre acompañaba a los que metían la pata.

—Yo, eh…, mierda. ¡No me acuerdo de qué tenía que decir! —Kris hizo un mohín.

—¡A beber! —exclamamos Mason y yo alegremente.

Todos la acompañamos y nos tomamos un chupito con ella, ya que era más divertido beber todos a la vez que ir por turnos, y seguimos jugando.

Cuando avisaron de que el bar estaba a punto de cerrar, Mason y yo llevábamos una taja impresionante y apenas éramos capaces de sostenernos en pie aguantándonos el uno en el otro. No habíamos cenado; sólo habíamos picado unas cuantas patatas fritas y algunos nachos mientras jugábamos. Había bebido agua cada vez que Brayden me había puesto un vaso delante, pero estoy segura de que cayeron un par de chupitos y tres cervezas por cada vaso de agua.

Brayden nos metió a los dos en un taxi, pagó la carrera por adelantado sacando el dinero de la cartera de Mason, nos dio unas palmaditas en la cabeza y le indicó la dirección al taxista para que nos dejara en casa.

No recuerdo todo el trayecto, pero sé que coreamos cánticos de béisbol, gritamos y soltamos muchos tacos.

Finalmente llegamos a casa de Mason y nos tambaleamos hacia la puerta.

—¿Cómo vamos a entrar? —preguntó él, arrastrando las palabras y apoyándose pesadamente en ella.

Yo miré a mi alrededor oscilando en el sitio. La calle era muy bonita. Franjas de color pasaban ante mis ojos a toda velocidad. El viento me revolvía el pelo y me besaba la piel, poniéndome el vello de punta.

—Me encanta tu calle. Es como una obra de arte, llena de halos de luz y de color.

Me tambaleé de nuevo y estuve a punto de caerme escaleras abajo, pero Mason me agarró del brazo y me apoyó en la puerta.

—¡Las llaves! —exclamó de pronto, como si acabara de tocarle la lotería. Se metió la mano en el bolsillo y sacó un juego de llaves—. ¡Sí! —Alzó el puño y yo traté de chocarle los cinco, pero no funcionó. Sólo conseguí rozarle un poco el puño cerrado.

Juntos nos peleamos con las llaves hasta que logramos abrir la puerta y entrar en el vestíbulo dando tumbos. Haciendo un gran esfuerzo, nos incorporamos apoyándonos el uno en el otro y subimos la escalera.

—Shhh, despertarás a Rachel —me advirtió Mason, chocando contra la pared y arrastrándome consigo.

Me concentré y le di un empujón para que siguiera avanzando.

—No está aquí —le recordé.

Su mirada se apagó.

—Oh, no, menuda mierda. Tenía tantas ganas de follármela… ¡Joder! —Se pasó una mano por la cara.

—Vamos, no pasa nada. Puedes follártela mañana —lo animé, tropezando hacia adelante.

Él me empujó contra la pared y su enorme pecho aplastó el mío.

—¡Qué bien hueles, Mia, joder! ¿Te he dicho alguna vez lo bien que hueles?

Yo sacudí la cabeza y pestañeé varias veces.

—No, pero es superamable de tu parte. Deberías ser así de amable más a menudo. Me gustas. La verdad es que eres supermolón cuando no te comportas como un capullo integral.

Él me agarró por las caderas.

—Echo de menos a Rachel —admitió, apoyando la cabeza en los mullidos cojines que eran mis pechos.

Le acaricié la espalda y luego su sedoso pelo, mientras le arañaba el cuero cabelludo.

—No pasa nada. Volverá pronto. Y mañana nos preparará la comida, ya verás. Es una chica muy maja —comenté, aunque no tenía ni idea de lo que estaba diciendo.

La verdad es que sonaba como una cateta, pero aunque me hubiera esforzado en aparentar ser una mujer culta y educada, el alcohol me estaba pasando factura. Y…, bueno, no había acabado la carrera, así que técnicamente podía considerárseme una cateta. Pero todo eso no importaba ya, porque estaba ganando cien mil de los grandes al año. No…, al mes. ¡Ay, yo qué sé! ¡Qué más da! Un montón de pasta.

Mientras le daba vueltas a mi posición en la vida, Mason había levantado los brazos y me estaba metiendo mano en las tetas, contemplándolas del todo embobado.

—Tienes unas tetas increíbles —me dijo—. Rach tiene las tetas pequeñas, pero me gustan. Las tuyas son perfectas para follarlas. ¿Puedo follarte las tetas? ¡Sería alucinante! —exclamó alegremente.

De un empujón me lo quité de encima. Chocó contra la pared del pasillo y estuvo a punto de caerse al suelo.

—No, idiota; no puedes follarme las tetas, pero gracias. —Le sonreí y me sostuve los pechos, apreciando su tamaño y su peso—. Son unas buenas peras. A los hombres les gustan. Es uno de mis mayores atractivos.

Mason sacudió de forma vigorosa la cabeza tantas veces que, en mi estado de embriaguez, me preocupó que se le fuera a romper el cuello.

—No, no, no —protestó—. Tienes unas tetas geniales, igual que el culo, hasta un ciego lo vería. Pero todos los hombres te adorarían de rodillas por tu pelo y tus ojos. Tus ojos son como dos diamantes verdes. —Se acercó y me sujetó la cara entre las manos, ladeándola hacia la luz de la lámpara—. Exacto, son como piedras preciosas. ¡Tus ojos son dos joyas! —exclamó, y a continuación me acarició el cuello con la mandíbula, como si buscara hacerse un hueco. Todo su cuerpo pareció desplomarse sobre el mío—. Estoy cansado.

Al oírlo, me di cuenta de que yo también lo estaba. Los brazos y las piernas me pesaban como si llevara una caja de piedras en cada mano y alguien me hubiera dejado caer una roca de una tonelada sobre el pecho. En realidad se trataba de Mason, que se estaba quedando dormido encima de mí.

—No, no, no —dije sacudiéndolo—. Tenemos que llegar a la habitación y meterte en la cama. —Tiré de él y fuimos andando como pudimos hasta su enorme cama—. Vale, venga, desnúdate.

Él levantó la barbilla y se quitó la camiseta. Joder. Tenía el vello dorado y unos músculos perfectos. Me acordé de mi franchute. Él también tenía un cuerpo muy sexi.

—Tu turno.

En mi estado de embriaguez, las palabras de Mason me parecieron totalmente lógicas. Me saqué la camiseta de tirantes y luego ambos nos quitamos los vaqueros al mismo tiempo. Yo me quedé en bragas y sujetador; él, en bóxer.

—¿Vamos a follar? —me preguntó tambaleándose.

Yo bajé la vista hacia su aparato, donde no parecía estar pasando nada.

—¡No, idiota! —Aparté las sábanas—. No vamos a follar, ¿cómo tengo que decírtelo? Además —añadí riéndome—, mírate. Aunque quisieras, no ibas a poder. El J&B te ha hecho efecto. No sabía que las siglas querían decir «Joder, qué Bajona». —Me metí bajo las sábanas y, en cuanto la cabeza me tocó la almohada, empecé a dormirme.

Mason dio un par de vueltas por la habitación antes de meterse en la cama.

—No quiere decir «Boder, qué Jabona» —protestó él con lengua de trapo, haciéndome reír a pesar del sueño—. Quiere decir, «Joder, qué Bajona». —Me agarró por la cintura y me atrajo hacia sí—. Nas noches, Rach —dijo abrazándome con más fuerza.

—No soy Rach; soy Mia —repliqué pegándome a su pecho y disfrutando de su calor.

—Mmm, vale, nas noches, Mia —dijo antes de que ambos cayéramos en el sueño de los justos, o, más exactamente, en el sueño de los borrachos.

Oí ruidos apagados en el piso de abajo y me imaginé que Mason estaría preparando el desayuno. Me dolía mucho la cabeza. Era como si una banda de música estuviera tocando una marcha militar de John Philip Sousa dentro de mi cabeza. En vez de abrir los ojos, me arrebujé más profundamente entre las sábanas.

—Oh, joder. Me cago en la puta…, mi cabeza —oí decir a Mace, pero no desde el piso de abajo, ni desde la puerta, ni desde los pies de la cama. Sus palabras retumbaron justo al lado de mi oreja, uniéndose a los tambores que sonaban en mi mente.

Pestañeé varias veces y abrí los ojos. Al tratar de liberarme del cuerpo que tenía pegado al mío, las sábanas cayeron a la altura de mis caderas, dejando a la vista que sólo iba vestida en ropa interior.

—¿Qué demonios…? —dije mirando a Mason, que dormía a mi lado a pecho descubierto.

Él entreabrió los ojos.

Nada de eso tenía sentido. Me dolía horrores la cabeza. Me llevé las manos a las sienes tratando de controlar la presión que las atenazaba mientras intentaba recordar qué había pasado la noche anterior.

Justo en ese momento se abrió la puerta y entró Rachel, muy animada y elegantemente vestida con uno de sus trajes de chaqueta.

—Despierta, dormilón —exclamó, pero entonces me vio. Mace se sentó en la cama de un salto, dejando al descubierto su torso desnudo—. Oh, Dios mío. —Los ojos de Rachel se llenaron al instante de lágrimas. Se cubrió la boca, como si quisiera evitar que el horror se le escapara por los labios—. No… —murmuró, y empezó a temblar como una hoja.

Mason me miró confundido. Luego miró a Rachel y se levantó como si la cama quemara, lo que empeoró aún más las cosas cuando Rachel comprobó que sólo llevaba puesto el bóxer. La chica hizo un sonido angustioso, como si le faltara el aire, y yo negué con la cabeza.

—No, Rach, no, por favor. No es lo que parece —dije levantándome también y dejando a la vista la minúscula braguita de encaje blanco que apenas me tapaba nada y que hacía juego con el sujetador de balconcillo del que mis pechos estaban a punto de escaparse. Si me hubiera echado hacia adelante, seguro que se me habrían visto los pezones.

Tiré de la colcha y me cubrí con ella.

Rachel me señaló.

—Pues lo que parece es que acabas de acostarte con mi novio. Lo que no debería extrañarme tanto, ¡teniendo en cuenta que eres una prostituta! —gritó, y sus palabras me golpearon el corazón y el alma, que era exactamente lo que ella pretendía. Su insulto se me clavó como un cuchillo y me hizo el cuerpo pedacitos.

—¡Rachel, no ha pasado nada! —Mason trató de acercarse, pero ella se lo impidió levantando una mano, como si fuera una barrera.

—¿Cómo pude confiar en ti, un mujeriego…? Pensaba que habías cambiado, pero no es verdad. No has cambiado nada; lo único que has hecho ha sido ocultar tu auténtica naturaleza —gruñó Rachel mientras no dejaban de caerle lágrimas por las mejillas—. ¡Yo te quería, Mason! ¡Iba a decírtelo cuando Mia se marchara y nos quedáramos solos! —gritó y sollozó al mismo tiempo.

Luego se volvió en redondo y salió corriendo de la habitación.

—¡Sois tal para cual! —nos gritó desde el pasillo.

Después de eso, ya sólo oímos el ruido de sus tacones al bajar la escalera y la puerta al cerrarse violentamente.