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Los días en que una chica como yo se vuelve loca con la ropa son tan poco frecuentes que deberían ser declarados fiesta nacional. Habría que resaltarlos de otro color en el calendario y rodearlos con un círculo pintado con rotulador. Mientras me ponía unos vaqueros ceñidos de la marca True Religion y una camiseta, también ceñida, de los Red Sox, me venían ganas de hacerle una reverencia a la tía Millie por haberme conseguido este cliente. Iba a pasar un mes con un famoso lanzador de béisbol. Vale, sí, le faltaba pulirse un poco, era inmaduro y necesitaba unos azotes…, y no de los buenos, pero todo quedaba compensado por poder ir a trabajar en camiseta y vaqueros. Cuando me puse las zapatillas Converse rojas, estuve a punto de derretirme allí mismo.

Me miré al espejo y me pasé una mano por mi trasero redondeado. Sí, todavía se mantenía tan firme como siempre. No había engordado ni un gramo desde que había empezado esta aventura. Seguía teniendo una talla cuarenta y dos, pero tenía las carnes prietas donde las necesitaba y suaves donde quería. Al parecer, el conjunto general era satisfactorio porque no dejaban de salirme nuevos clientes, y cada vez estaba más cerca de quitarme de encima la deuda con Blaine. Ya había conseguido el dinero para cuatro pagos; me faltaban seis. Si lograba llenar todos los meses, podría dejar esta vida atrás antes de las vacaciones. Aunque, ¿a quién quería engañar? Estaba ganando cien mil dólares al mes, a veces con veinte mil dólares de propina. ¿Por qué iba a dejar un trabajo así?

Mientras me recogía la larga melena morena en dos trenzas monísimas —otra cosa que había descubierto que excitaba mucho a los hombres como Mason— y me ponía una gorra de béisbol, empecé a pensar en Wes. De todos los hombres que he conocido hasta este momento, él es el único que me gustaría seguir viendo en cuanto todo esto acabe. Cuando estamos juntos, no necesito nada más. Cuando estamos separados, no me cuesta tanto pensar en razones para justificar su ausencia. Me repito que lo nuestro no puede ser o que nuestra conexión de hecho no es tan fuerte como quiero imaginarme. En realidad, lo que estoy haciendo es tratar de proteger mi corazón, pero lo echo de menos.

Llevaba dos semanas sin saber nada de él. No iba a pasar nada por una llamada. Busqué el teléfono y marqué su número. Sonó varias veces antes de que una voz femenina que no reconocí respondiera.

—Hola —dijo entre risas.

—Eh…, hola, creo que me he equivocado de número.

Ella se echó a reír y oí unas pisadas que resonaban con fuerza sobre el suelo de madera, seguidas de unas carcajadas que reconocí: era Wes.

—¿Quieres hablar con Weston? —preguntó la sugerente voz femenina. Forzando la memoria, la reconocí. Cerré los ojos y respiré hondo. Era Gina DeLuca, una de las estrellas más hermosas y solicitadas de Hollywood. Y actualmente estaba protagonizando la película de Wes Código de honor.

A través del teléfono me llegaron más ruidos.

—Gina…, me estás buscando y ¡me vas a encontrar! —exclamó Wes con la voz ronca, incitante—. Ven aquí, nena —la llamó, obviamente persiguiéndola por la casa.

—Siento tener que colgar. Wes tendrá que llamarte en otro momento. Está muy ocupado —dijo Gina, y gritó.

—Te atrapé —dijo Wes antes de lo que obviamente eran besos, seguidos por un gemido femenino.

»Apaga ese teléfono —gruñó él, y ella siguió gimiendo. Al parecer, se había olvidado por completo del teléfono.

Sentí que un cuchillo afilado se me clavaba en el corazón, pero ni siquiera el dolor me hizo colgar. Estaba atrapada, como un conductor que no puede dejar de mirar el lugar del accidente, pero por teléfono. No tenía ningún derecho a estar dolida, ninguno en absoluto, pero eso no cambiaba el hecho de que me había sentido como si me abrieran en canal al oír cómo Wes se lo montaba con otra mujer.

¿Era eso lo que él sentía siempre que yo iba a casa de un cliente nuevo cada mes? Probablemente no, si me basaba en el sonido de besos húmedos que me llegaba a través del teléfono.

—Es tu teléfono, no el mío. Es una chica. Toma —dijo Gina y, con esas palabras, el tiempo se detuvo.

El corazón empezó a latirme como un timbal, como si estuviera marcando el paso de los segundos que faltaban antes de que él se diera cuenta de quién había llamado y de lo que había oído.

—Joder —lo oí maldecir mientras me pareció que el móvil cambiaba de manos.

—¿Qué pasa, cariño? De acuerdo, tú ganas. Vuelve a la cama. —Gina se disculpó, aunque su voz me llegaba cada vez desde más lejos.

Wes gruñó.

—Mia —dijo entonces con voz consternada—, lo siento. Esto… no debería haber pasado.

Yo negué con la cabeza, aunque él no pudiera verme. Los ojos se me llenaron de lágrimas, pero no tenía ninguna intención de dejarlas caer. Si lo hiciera, me convertiría en una masa gelatinosa y no sería capaz de hacer mi trabajo, que consistía en fingir ser la feliz novia del buenorro lanzador de los Red Sox, Mason Murphy.

—No, no, si no pasa nada. Yo sólo…, estooo, llamaba para saludarte, así que, ¡hola!

—Hola —respondió él abatido—. Joder, Mia. No es…, eh…, técnicamente esto no es… ¡Mierda! —Oí que se cerraba una puerta y el sonido de los pájaros en la distancia.

Con toda probabilidad ahora Wes tenía delante una panorámica de Malibú que llegaba hasta donde alcanzaba la vista. Si hubiera estado allí, lo habría abrazado por la cintura y habría hecho lo mismo. Pero ya no podía ser. Ahora tenía a Gina para eso.

—Esto no cambia nada —dijo con un nudo en la garganta.

Resoplé.

—¿Ah, no? Pues yo creo que lo cambia todo.

—¿Por qué? —preguntó él con la voz ronca—. Seguimos siendo amigos, ¿no?

—Sí, claro, amigos. Somos amigos.

—Y esto con Gina… es del todo informal. Ya sabes, un desahogo. Ella es consciente de que no me comprometo. Bueno, al menos no con ella.

—¿Ah, sí? ¿Te comprometerías conmigo?

Wes soltó el aire lentamente.

—Si te respondo con el corazón en la mano, ¿cambiarás tu vida? Porque te he dado esa oportunidad más de una vez y no la has aprovechado. Decidimos darnos este año de tiempo. ¿Te estás echando atrás?

Una lágrima traidora se me escapó del ojo y se deslizó mejilla abajo. Putas hormonas.

—No, Wes. No me echo atrás. Yo sólo… —respiré hondo—, supongo que no esperaba que hubieras pasado página tan rápido.

—¿Qué te hace pensar que he pasado página? ¿Gina? Dime que no estuviste un mes entero follando con el franchute cuando te fuiste de aquí.

—Wes… —traté de advertirle, pero él me interrumpió.

—Es la verdad. Lo mío con Gina es lo mismo. No estamos juntos. Sabes que lo dejaría todo por estar contigo pero, aunque suene a tópico, los hombres tenemos necesidades. Aunque creo que es mejor que no entremos en detalles.

Mordiéndome el labio inferior, me senté en la cama.

—No, tienes razón. Es tremendamente injusto por mi parte echarte nada en cara, pero es que, Wes… —Se me rompió la voz y no pude seguir hablando.

—Sí, nena, dime… Por favor, Mia, joder. Haré lo que sea por seguir estando en tu corazón. No ha cambiado nada.

Pero no era verdad. Era como si hubiéramos vuelto a la casilla de salida y tuviera otra vez el corazón encerrado en la caja de Pandora.

—Es sólo que no quiero perderte —admití.

—Mia, siempre estarás en mis pensamientos, y cuando estés lista para algo más y le des una oportunidad sincera a lo nuestro, ya nos ocuparemos de que funcione. Tú y yo.

—Sí, vale. Sólo una cosa, Wes.

—Lo que quieras, nena.

—No te olvides de mí —le dije antes de colgar y apagar el teléfono.

No podía seguir hablando con él ni un segundo más. Tenía un trabajo por delante. Lo primero ahora era deshacer el equipaje y guardarlo todo en el armario para poder concentrarme.

«Mason Murphy, más vale que te prepares, porque ésta va a ser la mejor actuación de mi vida.»

Los aromas mezclados de las palomitas, los perritos calientes, la cerveza y la hierba del campo me asaltaron la nariz. Para una chica como yo, era como estar en el paraíso. Mason me llevó de la mano y me guio por los túneles del estadio. Lo que más me costó fue mantener mi actitud fría y molona mientras cruzábamos el vestuario. Sí, he dicho el vestuario. Lleno de tíos buenísimos medio desnudos —¡y algunos desnudos del todo!— que charlaban despreocupadamente antes del partido. Si hubiera sido otro tipo de chica, me habría tapado los ojos o habría fingido ser recatada, pero no, yo no era de ésas. Miré a todos lados como si fuera un adolescente salido de los que observan a su vecina cambiarse de ropa a través de las lamas de la persiana con unos prismáticos.

—Eh, Junior, te presento a mi novia —le dijo Mason a Junior González, el nuevo receptor del equipo.

Por un momento, dejé salir a la pequeña fan que llevaba dentro y estrujé el bíceps de Mason como si estuviera escurriendo una toalla para no abalanzarme sobre el jugador hispano. Él me dio unos golpecitos en la mano y me guiñó el ojo.

—Colega —le dijo a su compañero de equipo—, creo que tienes una fan.

El receptor era grande y muy musculado. Los pantalones que llevaba se tensaban sobre unos muslos del tamaño de troncos de árbol. Su sola visión me provocó un cosquilleo entre las piernas. Junior era moreno y llevaba el pelo, fuerte y espeso, muy corto por arriba. Sus ojos eran del color del chocolate, que combinaba muy bien con el tono moca de su piel y el blanco de sus dientes.

—Hola, mamita. Cuánto bueno por aquí —me dijo moviendo las cejas.

Fingí que me desmayaba contra Mason y suspiré. Ambos hombres se echaron a reír y yo me quedé disfrutando de la perfección del cuerpo de Junior González, el mejor receptor de toda la liga y un perfecto ejemplar de masculinidad.

—Eres increíble —le dije al fin, tartamudeando.

Él me examinó de arriba abajo y luego miró a su amigo mientras me respondía.

—Tú tampoco estás nada mal. ¿Quieres darle una patada a este capullo y quedarte con un hombre de verdad, cariño? —me preguntó, aunque se notaba que estaba bromeando porque no hizo ningún gesto para invitarme a acercarme a él.

Mason se echó a reír.

Yo rechacé su ofrecimiento negando con la cabeza, aunque me habría encantado aceptarlo. Seguro que Junior González lograba distraerme y quitarme de la cabeza a cierto surfista y cineasta rubio que en esos momentos debía de estar tirándose a una diosa con un cuerpo por el que muchos hombres no dudarían en lanzarse sobre una espada.

—Mace me ha contado que estarás por aquí… todo el mes —comentó Junior ladeando la cabeza y dándome a entender con la mirada que sabía el auténtico motivo de mi presencia.

—Sí, todo el mes. —Le di una palmada a Mason en el pecho y luego fingí curarlo con unas caricias, intentando dar una imagen de chica mala y juguetona.

Él hizo una mueca y se frotó el pecho.

—Tranquila, tigresa. Te lo juro —le dijo a su amigo—, era la tía más buena que tenían en el catálogo de la agencia de escorts, pero resulta que es una estrecha. Qué mala suerte la mía.

Al oírlo, quise volver a pegarle, pero esta vez con más saña.

Junior cerró los ojos, bajó la cabeza y la sacudió lentamente de un lado a otro.

—Tío, ¿cuándo vas a aprender que no puedes tratar a las damas como si fueran un trozo de carne? Chica —añadió volviéndose hacia mí—, espero que le enseñes una lección.

Yo le guiñé un ojo y le di un empujón a Mason para que se pusiera en marcha.

—Yo también lo espero.

—Jooo… deeer. —Junior se echó a reír—. Buena suerte. La vas a necesitar.

—La diosa Fortuna nunca me ha ayudado en el pasado. No creo que le dé por empezar a ayudarme ahora —repliqué por encima del hombro.

Mason frunció el ceño.

—Ya me tiene a mí. ¿Para qué necesita suerte?

—Vamos, cielo, enséñame mi sitio —le dije con voz almibarada mientras le acariciaba el costado.

Él me pasó el brazo por los hombros y me dio un beso en la sien.

El béisbol tiene algo interesante que la mayor parte del público desconoce: una camarilla secreta, muy exclusiva, conocida con el nombre de wag, las iniciales de Wives and Girlfriends, es decir, las «Esposas y Novias» de los jugadores. Llegábamos con el tiempo justo, así que Mason me soltó en medio de la sección de las wags y se largó tras ponerme un fajo de billetes de veinte dólares en la mano. No hay nada como un fajo de billetes cambiando de mano para que los demás te señalen como a una fulana. Sólo por eso no pensaba devolverle ni un penique. Me lo gastaría todo en cerveza, salchichas y chucherías.

Encontré mi asiento y me senté discretamente para no entrar con mal pie en ese gallinero donde las gallinas estaban charlando por los codos. Ellas, en cambio, no tuvieron ningún problema en examinarme de arriba abajo. Todas eran más o menos de mi edad, como mucho, cinco años arriba o abajo.

—Hola. —Las saludé con la mano, tratando de ser amable. Cuatro cabezas se volvieron en mi dirección—. Soy Mia.

Una de las chicas, supongo que la líder del grupo, se inclinó hacia mí.

—¿Eres la acompañante de Mace para esta noche?

Fruncí el ceño antes de responder:

—No. Estaré con él todo el mes. Acabo de llegar de Las Vegas. Somos viejos amigos, pero queremos dar un paso más en nuestra relación. Este mes nos ayudará a decidir si le damos una oportunidad a lo nuestro o no.

Una rubia sentada dos asientos más allá trató de disimular la risa sin mucho éxito.

—¿Estás hablando de una relación seria, a largo plazo?

La morena que suponía que era la cabecilla frunció los labios.

—Nunca hemos visto a Mace saliendo con nadie antes. Hasta ahora ha sido un firme defensor de la teoría del tiro triple: «Tírales la caña, tíratelas y tíralas a la calle».

—Vaya. Pues lo siento por las tías a las que se ha tirado en el pasado —repliqué como si la cosa no fuera conmigo.

Una rubita de aspecto dulce que llevaba el pelo recogido en una adorable cola de caballo me apoyó la mano en la rodilla.

—No le hagas caso; no conoce a Mace. Yo lo conozco mejor y estoy segura de que es capaz de comprometerse en una relación con la chica adecuada. Y probablemente esa chica seas tú —añadió con una sonrisa y una voz que me recordaron a un ángel. Tenía unos ojos marrones muy bonitos y una mirada amable.

—Soy Mia Saunders —me presenté, ofreciéndole la mano.

Ella me la estrechó.

—Kristine, pero puedes llamarme Kris. Estoy con Junior —dijo, ruborizándose ligeramente—. Sólo llevamos tres meses juntos, pero estoy loca por él. —Juntó las manos sobre el regazo y sonrió con timidez—. Por eso conozco a Mace. Son como hermanos. Bueno, no es que a Mason le falten hermanos propios. Y Junior también tiene su propio clan.

Yo me eché a reír.

—¿Junior también tiene tanta familia?

—¿Tanta? ¡Tiene aún más! Junior es uno de nueve hermanos.

—¡Caray! —exclamé.

Al ver que un vendedor ambulante se acercaba a nosotras, alcé la mano:

—¡Aquí, aquí! Me muero de hambre. ¿Un bratwurst y una cerveza?

La cara de Kris se encendió como si el sol acabara de iluminarla. Entendí que Junior se sintiera atraído por ella. Era guapa y dulce como un ángel.

—¡Vale, gracias! ¡Qué amable! ¿Lo veis, chicas? Mia no es una zorra, es maja —les dijo a las demás.

—El jurado todavía está deliberando —replicó la morena.

Yo me encogí de hombros.

—Me da igual. No estoy aquí para gustaros a vosotras. He venido para ver a mi hombre patear unos cuantos culos en el terreno de juego. Si él lanza y Junior es el receptor, no podemos perder. ¿A que no? —le dije a Kris levantando una mano en el aire.

Ella me chocó los cinco y vitoreó.

—¡Eh, mi chico sale el primero! —dijo una de las otras acompañantes—. Soy Chrissy, por cierto —añadió la sexi pelirroja.

—Encantada, Chrissy.

—¡Y yo soy Morgan! —afirmó una preciosa chica con el pelo castaño. La morena refunfuñó, pero se dio cuenta de que estaba perdiendo la batalla. Esa partida era mía—. Ésta es Sarah —dijo Morgan, señalando a la morena con el pulgar—. Está de morros porque anoche discutió con su chico por culpa de una fan. Juega de segunda base.

—Ya, normal —asentí—. Es que tu novio está que cruje. No me extraña que las mujeres se le echen encima todo el tiempo.

La morena cambió de actitud. Encorvó la espalda y dejó de mostrarse a la defensiva.

—La muy zorra tuvo el cuajo de sentársele encima mientras yo estaba en el baño. Él no hizo nada. Bueno, no hizo gran cosa. Jugueteó un poco como si le hiciera gracia, la agarró de las caderas…, esas cosas. —Frunció el ceño y luego soltó un grito agudo, como el que proferiría un animal que se estuviera muriendo.

Al parecer, conectar con mujeres era más fácil de lo que me imaginaba. Hasta ese momento sólo podía hablar por Gin y por Maddy, pero mi arsenal de amistades femeninas iba creciendo. Tenía a Jennifer en Malibú, que estaba felizmente embarazada. Y a la hermana de Tony, Angie, también felizmente embarazada. Pero ese tipo de relación de grupo era nueva para mí. Al parecer, el truco para entrar en la camarilla estaba en criticar a tu hombre. Tomé nota del curioso comportamiento; dejé que Sarah se desahogara quejándose de lo capullo que era su novio y, al final de la primera entrada, era mi nueva mejor amiga. Las invité a todas a bratwursts y cervezas con mis doscientos pavos y me compré un enorme dedo de gomaespuma. ¡Era la caña! Cuando el partido acabara, me lo llevaría. ¡Me encantaba!

Durante la primera carrera de la segunda entrada, salté y grité a todo pulmón, agitando el dedo de gomaespuma en el aire.

—¡Vamos, Mason, cariño! ¡Ése es mi hombre, Mason Murphy, eliminando bateadores a derecha e izquierda!

Y en ese momento empecé a oír los clics. Varios fotógrafos tenían sus enormes cámaras enfocadas hacia mí. Había llegado la hora del espectáculo. Le lancé besos a Mason, que, en un momento del partido, se quitó la gorra y se cubrió el corazón con ella. Luego volvió a ponérsela y eliminó al siguiente bateador. La verdad es que esto se nos daba la mar de bien.

Durante la séptima entrada, Mason regresó al banquillo, situado pocas filas por delante de donde estábamos nosotras. Las wagstenían buenos asientos, joder. Me abrí paso hasta el punto más cercano al banquillo. Mason se subió a uno de los bancos de madera y se inclinó sobre la barandilla. Me agarró del cuello y sonrió a las cámaras antes de darme un beso apasionado. El tipo sabía besar, eso era verdad, y dimos un buen espectáculo a los fotógrafos, pero lo cierto es que no me excité. No sentí calor ni se me humedecieron las bragas. Sólo fue un beso agradable con un tipo guapo.

Cuando me aparté, él frunció las cejas.

—Te has quedado fría, ¿eh? Vaya, tú sí que sabes herir a un hombre, nena —me susurró al oído, y luego se apartó lo justo para mirarme a los ojos. Sus ojos verdes eran preciosos, pero no eran los ojos verdes en los que quería estar perdiéndome en ese momento.

Le dirigí una sonrisa radiante, le rodeé los anchos hombros con las manos y me colgué de su cuello. Cuando él le dio la vuelta a mi gorra, apoyé la frente en la suya.

—Lo siento. Es que no puedo dejar de pensar en Rachel —dije. Lo que no era del todo verdad. Me entristecía pensar en la tímida rubia que tan descaradamente deseaba a Mason aunque no quisiera reconocerlo, pero básicamente la culpa de que tuviera el corazón roto era de Wes.

Mace me agarró por la nuca, me plantó un beso en la frente y se apartó. Luego me guiñó un ojo.

—No pienses en ella —dijo—. Yo no lo hago. —Su tono era arrogante pero no sincero—. Hasta luego, bomboncito.

Me lo quedé mirando mientras se alejaba, simulando echar ya de menos a mi atractiva estrella del béisbol. En una situación normal así habría sido, pero estaba muy rara. Desde que había oído la voz de Gina DeLuca al otro lado del teléfono de Wes, había perdido una parte de mí. La intensidad con la que habitualmente lo hacía todo se había amortiguado hasta convertirse en un ritmo lento y sordo que me permitía hacer las cosas pero sin pasión.

Era injusto y del todo absurdo pensar que me esperaría, sobre todo sabiendo que yo me estaba tirando a todos los clientes que me apetecía. Sin embargo, cuando se había presentado en Chicago, siguiendo aquel impulso, algo en mí cambió, y pensé que tal vez sería capaz de esperarlo. El sexo era sexo. Me gustaba mucho. A cualquier mujer con sangre en las venas le gusta el sexo. Pero acostarse con Wes era mucho más que eso. Era una experiencia de las que te cambian la vida. Alec era increíble en la cama: era divertido, sensual, exótico. Estar con él había sido genial; lo había disfrutado muchísimo, pero no tenía el alma implicada en la relación como con Wes. Tenía miedo de que, aunque él pensara que las cosas con Gina no eran serias, ella se diera cuenta de lo buen partido que era Wes y que, al final, me quedara sin él. Pero era lo que había. De momento, ayudar a mi familia tenía prioridad sobre todo lo demás.

Mientras tanto, me centraría en el trabajo y tal vez lograra mejorar otras vidas. Empezando por la de Mason. No era un caso perdido. Bajo toda esa chulería había un caballero. La vida lo había enseñado a vivir el presente, y haber ganado tanto dinero no lo había ayudado a respetar a la gente que lo rodeaba. Me pregunté si sería feliz. Lo dudaba mucho si tenía que contratar los servicios de una escort para que se hiciera pasar por su novia formal. Lo que quiero decir es que ese hombre tenía hordas de mujeres que gritaban su nombre, tratando de llamar su atención. Necesitaba conocer más cosas sobre la juventud de Mason. Me iría bien saber qué lo motivaba, y qué lo había convertido en el mujeriego que era ahora. ¿O tal vez el mujeriego que aparentaba ser?… En cualquier caso, iba a pasar un mes con él, y no pensaba desperdiciar el tiempo llorando sobre una jarra de cerveza. No, pasaría esas semanas bebiéndome la cerveza al lado de un jugador de béisbol que estaba buenísimo y de sus compañeros de equipo, que tampoco estaban nada mal.

«¡Que empiece el partido!»