Epílogo

 

 

 

Preston se encontró con Parker, Amy y Katie en el ascensor del edificio en el que Travis los había citado. Era un bloque de cuatro plantas en Hell’s Kitchen[5], en la esquina de la décima avenida con la calle 47. La primavera había decidido hacer acto de presencia anticipado en Manhattan, y una tenue luz se filtraba a través de los grandes ventanales industriales del rellano de la tercera planta.

—¿Sabéis de qué va todo esto? —les preguntó justo en el momento en que tocaron el timbre.

—Ni idea. Lleva tres semanas dándome esquinazo. Intenté saber en qué había quedado el asunto de Emily, pero solo me ha dicho que están bien —respondió Parker, justo en el momento en que se abría la puerta.

—¡Bienvenidos! —los saludó Travis con una sonrisa de oreja a oreja. Besó brevemente a Amy en la mejilla, antes de indicarles a todos que lo siguieran al interior del piso.

—¿Te has mudado aquí?

—¡Hola, chicos! —Emily apareció detrás de Travis, y él le echó un brazo sobre los hombros, estrechándola contra él.

—Creo que ya todos conocéis a Emily.

—Yo, no —protestó Katie, adelantando su pequeña mano hacia ella—. Soy Katie.

—Hola, Katie. Yo soy Emily —le respondió ella, agachándose con dificultad a su altura y sonriendo.

—¿Qué le pasa a tu pierna? —preguntó la niña, provocando el sonrojo de Amy.

—Me hice un poco de daño hace tiempo, pero no me duele nada —le explicó con naturalidad Emily.

—Vale. ¿Sabes jugar a las princesas?

—No. No sabe. Es muy tonta, Katie. Todos lo son, así que hoy no vamos a poder jugar a las princesas —interrumpió Parker, fingiendo cara de fastidio ante la pequeña. Tenía que evitar que alguien le diera demasiadas confianzas o aquella reunión acabaría con todos portando una corona de falsos diamantes.

Seguían riendo cuando apareció en la sala Lisa, que también estaba invitada a aquella cena. Emily estuvo tentada a poner los ojos en blanco ante el aspecto que lucía. En su vida diaria, Lisa no hacía ningún esfuerzo por ser la preciosa chica que Emily conocía desde el jardín de infancia. Pero cuando acudía a alguna reunión social, especialmente si no conocía a los presentes, redoblaba sus esfuerzos por parecer poco atractiva. Con aquella sudadera cinco tallas más grande, la cinta elástica sobre su pelo corto y unas gafas que ya habían pasado de moda cuando ellas nacieron, sin duda había conseguido su objetivo. Emily tendría que volver a hablar con ella en cuanto terminara la vorágine de su mudanza con Travis. Se aproximaba lo que Lisa denominaba el sermón semestral de Emily.

—Hola a todos. Soy Lisa.

—Es mi mejor amiga y mi ya excompañera de piso. Estos son Parker, Amy, Katie y Preston.

—¿Excompañera? —preguntó Amy, al parecer la única de los presentes que había reparado en el detalle.

—Tenemos varias noticias que daros. —Sonrió Travis—. Ahí va la primera. Emily y yo hemos decidido vivir juntos.

—¡Enhorabuena! —dijo Amy, aplaudiendo en silencio y abrazando a su nueva cuñada.

—Joder, por un momento pensé que vosotros también habíais decidido casaros.

—Esa boca… —lo reprendió Parker, señalando con disimulo hacia Katie, y haciendo que Preston, de forma casi simultánea, le pusiera los ojos en blanco a él y esbozara un gesto de disculpa hacia Amy.

—Nada de bodas por el momento. Acabo de cumplir veintidós, a mis padres les daría un infarto.

—Lo de no casarse antes de los veinticinco quizá deberías explicárselo a Parker y Amy —se burló Preston.

—Parker y Amy hacen muy bien casándose —añadió Travis, dejando a todos sorprendidos. Sacó un sobre algo arrugado del bolsillo trasero de su pantalón vaquero—. Esto es para vosotros. Emily, ¿no querías que Katie fuera la primera en ver el piso?

Emily captó la indirecta y se llevó a la niña del comedor. Lisa las siguió por el pasillo que conducía a los dos dormitorios y el cuarto de baño. Los demás se quedaron en el espacioso salón comedor, comunicado con la cocina a través de una especie de ventana sobre una barra de desayuno. El piso contaba, además, con una terraza que era, en realidad, el rellano de la escalera de incendios del edificio, comunicada con el salón por un gran ventanal y con la cocina, a través de un pequeño tragaluz translúcido.

Parker y Amy abrieron intrigados el sobre que Travis les había entregado. Amy se llevó las manos a la boca, sorprendida y emocionada, y a Parker amenazaron con llenársele los ojos de unas lágrimas que no habría dudado en derramar si sus dos hermanos no estuvieran presentes.

—Llevo semanas tramitándolo. En cuanto os caséis, presentaré los papeles, y, aproximadamente seis meses después, Katie será a todos los efectos hija de Parker.

—Travis… —balbuceó Parker, abrazando con torpeza a su hermano.

—Muchísimas gracias, Travis. No sé ni qué decir —añadió Amy.

—No digáis nada. De hecho, aún no he acabado con las noticias. Me han ascendido. Por si os estabais preguntando cómo podía permitirme pagar este piso.

—¿Ascendido? ¡Pero si hace tres putos días que estás trabajando! —protestó Preston.

—Gracias por tu cálida enhorabuena, hermanito —ironizó Travis—. Resulta que ha entrado como cliente del despacho una empresa con la que, casualmente, trabajé el año pasado en Arizona. Ventajas de ser un niño de papá, ya veis.

—¿Y eso qué más da? Enhorabuena, Travis —lo felicitó Amy, ganándose una sonrisa radiante de su cuñado. Amy tenía muy claro que ninguno de los Sullivan podía competir con el hermano pequeño cubierto de tatuajes, pero, cuando los veía juntos, se hacía una idea bastante clara de los estragos que debían de haber causado en su adolescencia en Arizona.

—Gracias, Amy.

—Pues yo también tengo algunas noticias… —añadió Preston, frotándose la nuca—. Me han propuesto entrar en política, y… he aceptado. En unas semanas, empezaré la carrera para intentar ser el candidato republicano al Congreso por el estado de Nueva York.

—¡Joder! ¡Cuántas noticias! Felicidades, Preston —añadió Travis.

—Ya decía yo que hoy tenías un aspecto mucho menos hípster. Vas a volver a convertirte en un doble de Travis, ¿no?

—Me temo que sí. —Preston sonrió a su hermano pequeño, tan diferente a ellos dos, pero tan parecido en realidad.

—Cielo, ¿le falta mucho a la cena? —le preguntó Travis a Emily cuando acabaron de burlarse de Preston. Ignoró las caras socarronas de sus hermanos por el apelativo cariñoso.

—¡Diez minutos! —gritaron Lisa y Emily al unísono desde la cocina.

—Travis, ¿se puede fumar en eso a lo que llamas terraza?

—No. Pero lo vas a hacer igual, así que te acompaño. Preston, ¿vienes?

—Claro. ¿Amy?

—Amy es una buena chica y lo ha dejado —les explicó Parker, mientras le sacaba la lengua a su novia.

—No me tentéis dos veces —protestó ella.

Pasaron por la cocina a rescatar tres latas de cerveza. Parker sonrió al ver a Katie sentada sobre la encimera con la cara embadurnada de harina, y le dio un suave beso en los labios a Amy, que había decidido en ese momento unirse al resto de las chicas. De vuelta al salón, se impulsaron en una silla para salir a la terraza por el amplio ventanal de hierro.

—Deberías dejar esa mierda —reprendió Travis a Parker, quien le puso los ojos en blanco mientras encendía su cigarrillo.

—Qué pesadilla ser el pequeño de cuatro hermanos. ¿El futuro congresista no tiene nada que añadir?

—No. De hecho, iba a pedirte uno.

—¡Por Dios! Pero si tú solo fumas cuando estás borracho —protestó, de nuevo, Travis.

—Estoy nervioso con lo de las elecciones —se excusó Preston—. Se me ha venido todo encima muy rápido. En una semana, me lo propusieron, acepté y ya estoy metido en el lío.

—Pues lo único que te falta es una foto en los periódicos con un pitillo en la mano. ¿Cómo piensas ocultar todas las barbaridades que has hecho estos años?

—Prefiero ni pensar en eso. Ya habrá tiempo. Y, hablando de barbaridades, ¿no podíais haber buscado una tía un poco más buena para que yo me emparejara esta noche?

—No seas cabrón, Preston. Lisa es como una hermana para Emily —lo reprendió Travis.

—Pues será una hermana fantástica, pero es más fea que Nueva Jersey.

—Bonitas palabras para un futuro representante del estado de Nueva York —se burló Parker, tirando los restos de su cigarrillo a la lata de cerveza casi vacía.

Al otro lado del tragaluz, Lisa sonrió, satisfecha y nada acomplejada. Al único soltero de aquella cena, ella le parecía espantosa. Había conseguido su objetivo.