V
—Emily, tienes que comer algo —insistió Lisa, asomando la cabeza por la puerta del dormitorio de su mejor amiga.
—No tengo hambre, Lis… Ya comeré algo rápido después.
—¿Después de qué? Ni siquiera has ido a la facultad en los tres últimos días.
—No tengo ninguna clase importante.
—Em… Sabes que no es ese el motivo de que te hayas quedado en casa. Y que no vayas a clase me da igual. Pero no puedes dejar el gimnasio. Yo te buscaré otro si quieres, pero sabes que no puedes dejar la rehabilitación o te arrepentirás.
—Ya la retomaré cuando me sienta con fuerzas. Cuando se me pase el disgusto.
—Cariño… —Lisa la abrazó con fuerza, reservando algunas energías para matar a Travis Sullivan si en algún momento se cruzaba en su camino—. Tienes que olvidarte de ese hijo de puta.
—No es un hijo de puta… —Lisa se indignó con Emily por defender al malnacido que la había dejado abandonada horas después de acostarse con ella. Si Lisa en algún momento se hubiera planteado dejar de odiar a los hombres, lo que le había ocurrido a su hermana del alma no habría hecho más que ayudarla a reforzar su posición.
—¿Cómo puedes defenderlo? Consiguió lo que quería y te dejó tirada. Lleva tres días sin responder al teléfono, sin enviarte un triste mensaje. Hijo de puta se queda bastante corto para lo que realmente es.
—Ocurrió algo, Lisa. No dejo de darle vueltas a lo que pasó, no paro de pensar en qué pude decir o hacer…
—¡Tú no tienes la culpa de nada! ¡Y deja de torturarte! Solo conseguirás hacerte más daño.
—¿Quieres hacer el favor de escucharme? No digo que yo tenga la culpa, pero sé que algo desencadenó todo esto. Lisa, fue perfecto. Todo. Su reacción a mi accidente, su forma de tratarme… Si solo hubiera querido follarme y olvidarse de mí, no me habría dicho que me quería después de que pasara, ¿no?
—¿Te dijo que te quería? —Lisa abrió los ojos como platos. El estado vegetativo en el que su amiga llevaba los últimos días le había impedido conocer los detalles de su cita con Travis—. ¿Quieres contármelo todo? Quizá tengas razón, y, entre las dos, podamos llegar a alguna conclusión.
—¿Hay cerveza? Necesito algo que me dé valor para recordar el fin de semana.
—Hay cerveza. Pero no vas a beber en la cama, así que mueve el culo al salón.
—Eres una mandona —protestó Emily, ya incorporándose. Cuando se derrumbó en el sofá, Lisa tenía ya preparado un buen arsenal de cervezas y unos sándwiches que, a todas luces, le iba a obligar a comerse.
—¿De verdad no te presionó para que te acostaras con él? No pienso quedarme con la duda de si hay que matarlo o no.
—Fui yo quien propuso ir a su casa. Él fue perfecto, Lisa. Trató el tema de mi pierna con toda normalidad, incluso hizo bromas y se rio con las mías. No estaba incómodo, y me hizo sentir tan normal…
—¿Tan normal que decidiste abrirte de piernas a la primera de cambio?
—¡Qué bruta eres! Sí. Me apetecía acostarme con él. Tengo casi veintidós años, no quería esperar más. Y fue maravilloso, Lisa, me hizo sentir tan bien… Acabé pasando la mañana desnuda a su lado, a plena luz del día, sin importarme las cicatrices, los complejos… Sin importarme nada.
—Vale. Y quedasteis en veros por la tarde en el gimnasio, ¿no es así?
—Sí. Y antes de marcharme me dijo que me quería.
—¿Y qué pasó después?
—Me dijo que tenía que contarme algo. Que su hermano es profesor en mi facultad y que, para que yo no los relacionara y tuviera una excusa para evitar salir con él, me había mentido. Así es como me enteré de que es de Arizona.
—¿Es de Arizona?
—Sí. Me lo contó, y todo parecía normal. Yo le dije que odiaba Arizona y le conté más detalles del accidente y, de repente, todo lo que parecía haber entre nosotros se esfumó. Me dio una excusa de mierda, se largó, y no he vuelto a saber nada de él.
—¿Me estás diciendo que está tan chalado como para dejarte solo porque odias su lugar natal?
—Dios mío, ¿crees que pudo ser por eso?
—Pues, o es eso, o es un puto cabrón como todos los tíos.
‖
—Me quedé una llave de emergencia por si algún día me surgía echar un polvo por esta zona —aclaró Preston, entre risas, cuando su hermano se indignó al verlo entrar en su apartamento tan campante.
—Vete a la mierda, Preston. Deja la puta llave encima de la mesa y lárgate de aquí.
—Buenooo, veo que estás de un humor excelente, hermanito. ¿Qué coño te pasa? Aquí apesta, por cierto. ¿Has fumado? —preguntó, olfateando el aire viciado por tres días de incertidumbre y dolor.
—No. Nuestro querido hermano pequeño hizo ayer el mismo ritual de preocupación fraternal que tú.
—¿Parker ha estado aquí? ¿Ha dejado su vida de la tribu de los Brady de Harlem para venir a verte? Debe de ser grave.
—Déjate de gilipolleces. Si estás aquí es porque él te ha llamado, ¿no?
—En realidad, ha sido Amy.
—Fantástico. Es como volver a vivir con papá y mamá.
—Cuéntamelo, Travis. Parker y Amy no han soltado prenda, solo me han dicho que estabas hecho una mierda.
—Parker y Amy no tienen ni puta idea de lo que ha pasado.
—¿Whisky con soda? —preguntó Preston, plantándose en dos zancadas en el centro de la cocina.
—Mejor solo.
—Vaya. Parece peor de lo que pensaba. ¿Quién es la chica?
—Se llama Emily. —Travis se rindió. Preston y él podían leer uno en el otro, así que no merecía la pena posponer las confesiones. Además, necesitaba sacárselo de dentro—. Creo… Preston, creo que estoy enamorado de ella.
—Joder. —Preston no se burló. Hasta él sabía cuándo las cosas se ponían serias—. ¿Y qué ha pasado?
—La conozco hace meses, pero hasta el sábado no salimos juntos. Fue todo perfecto. Más que perfecto. Ella tiene problemas para caminar, tiene que utilizar un bastón y cojea bastante. Pero es feliz, y siempre está sonriendo, y, además, es la mujer más guapa que he visto en toda mi vida.
—Guauuu. ¿Te asustaste?
—No. Me enteré de golpe en una sola noche. Todo vino junto. Descubrí su discapacidad, nos besamos, decidimos ir en serio, nos acostamos, le dije que la quería…
—¿¿La quieres??
—La quiero —dijo Travis en un suspiro. Derrotado, bajó la cabeza hasta las palmas de sus manos y se tapó la cara.
—¿Y cuál es el problema?
—Preston… Es la chica a la que atropelló Parker.
—¿¿Qué??
—Hubo algunos malentendidos sobre nuestros orígenes, y, hasta mucho después de estar ya metido en el lío, no descubrí que había tenido el accidente en Phoenix. Me lo contó con más detalle, me dijo que conducía un chico de dieciséis años borracho y drogado, que el coche era un descapotable gris y que la familia del chico había pagado para que no hubiera consecuencias legales.
—Dios mío… ¿Cómo reaccionó ella?
—No se lo dije. No pude. Me limité a salir corriendo del gimnasio, apagar el móvil y encerrarme. He dicho en el trabajo que tengo la gripe, ni siquiera tengo fuerzas para salir de casa.
—Tienes que llamarla, Travis.
—No. Ya se olvidará de mí. Al fin y al cabo, solo estuvimos juntos un día.
—¿Me lo estás contando a mí o te estás intentando convencer?
—No lo sé.
—¿Sabes lo que está pensando ella ahora mismo?
—Que soy un cabrón.
—Sí. Que eres un cabrón que solo quería acostarse con ella y que te largaste en cuanto lo conseguiste.
—No puede… no puede pensar eso. Le dije que la quería.
—Sí, claro. Le dijiste que la querías y luego te has pasado cuatro días ignorándola. Llámala, Travis. Explícale la situación. ¿Quieres que sea sincero?
—Claro.
—No creo que lo vuestro tenga solución. Cuando conozca la verdad, será ella quien no quiera saber nada de ti. Yo estaba allí, Travis. Nunca pensé que esa chica sobreviviría. Con el infierno por el que ha debido de pasar, dudo que le queden ganas de saber nada de ninguno de nosotros.
—¿Entonces? ¿De qué me sirve llamarla?
—No soy exactamente un ejemplo de cómo comportarse con las mujeres, pero esto es diferente. Esa chica ya ha sufrido lo suficiente. No dejes que se sienta como una mierda por tu culpa. Échale huevos y habla con ella.
—¿Crees que debería contárselo a Parker?
—No lo sé. De momento, creo que no. Ahora es feliz, al fin. Esto le removería mucha mierda por dentro. Ya habrá tiempo de contárselo en el futuro si surge la ocasión. —Preston miro su reloj y se encaminó a la puerta—. Me marcho. Algunos aún nos tomamos en serio las responsabilidades laborales.
—Preston… —Travis esbozó una breve sonrisa—. Gracias.
‖
Emily apareció en la puerta del gimnasio a la hora exacta a la que Travis la había citado en su mensaje. Se odió a sí misma por haber reunido fuerzas para salir de casa solo gracias a él. Pero la curiosidad por entender qué había pasado se la estaba comiendo viva. Y, por desgracia para ella, también la añoranza de Travis. Desde que se conocían, nunca habían pasado cuatro días sin verse. Y le dolía cada minuto de esos cuatro días.
—Hola, Emily —la saludó Travis, con una mueca a medio camino entre la timidez y la vergüenza.
—Hola. Di lo que tengas que decir, por favor. No entiendo nada y no creo que me lo merezca.
—¿Te importa que nos sentemos? —le preguntó, señalando uno de los bancos del parque principal del campus.
—¿Qué ocurrió, Travis? ¿Hice algo mal?
—Dios mío, ¡no! ¡Claro que no!
—¿Entonces?
—No sé ni cómo decirte esto, Emily… ¿Recuerdas que te dije que tenía tres hermanos, dos de ellos viviendo en Nueva York?
—Travis, dime que todo esto no es por esa mierda de que tu hermano es profesor en mi facultad.
—No. Ese es mi hermano Preston. Mi hermano pequeño se llama Parker. —Travis no ignoró el respingo que dio Emily al escuchar ese nombre—. Parker Sullivan. Él fue quien te atropelló, Preston el único testigo del accidente, y mis padres, quienes pagaron para que no llegara a juicio.
—No… —Esa fue la única palabra que Emily fue capaz de pronunciar antes de que sus ojos se desbordaran de lágrimas.
Travis, movido por un impulso, y sin pensar en el más que probable rechazo de ella, la abrazó. La estrechó fuerte contra su pecho y deseó que todo fuera diferente. Ella se dejó acoger, aturdida aún por la confesión del hombre del que estaba irremediablemente enamorada.
—Tengo que irme. Lo entiendes, ¿verdad? —le preguntó Emily.
—En cualquier otra circunstancia, si te marcharas por cualquier otro motivo, Emily, no tengas duda de que haría cualquier cosa por recuperarte. Te acosaría, te perseguiría, te haría ver que tenemos que estar juntos. Pero esta es tu batalla. Desapareceré. Buscaré otro gimnasio. Pero… si algún día ves la opción de hacerlo posible… yo seguiré aquí. Te conozco desde hace cuatro putos meses, pero sé que te voy a querer siempre.
—Adiós, Travis —se despidió Emily entre lágrimas, permitiéndose el lujo final de posar sus labios sobre los de él durante un breve instante.