VII
A Lisa se le desencajó la mandíbula cuando regresó de clase y encontró a Emily vestida, peinada y maquillada. Solo había pasado una semana, pero casi se había olvidado de lo que era verla sin aquel horrible pijama de ositos.
—¿A dónde vas?
—Estaré todo el día fuera. Tengo un par de cosas que solucionar.
‖
Parker se estremeció cuando oyó el timbre de su apartamento. Rogó al cielo que no fuera ninguno de sus hermanos quien estuviera detrás de la puerta. Después de una conversación aparentemente inofensiva con Katie, en la que ella había acabado diciéndole que se estaba pensando si llamarle papá, habría cedido a cualquier petición de aquella mocosa de casi seis años que le había robado el corazón casi tanto como su madre. Y la petición de Katie había sido colorearle con rotuladores los tatuajes de sus brazos. Por supuesto, porque era una niña de cinco años y porque Parker no era un hombre afortunado, Katie había elegido el rosa para desarrollar la mayor parte de su vena creativa.
En el momento en que la dejó jugando en su cuarto y abrió la puerta, el miedo, la vergüenza y el dolor se apropiaron de él. El pasado se había materializado en el rellano de su edificio de tres plantas.
—¿Sabes quién soy? —preguntó Emily. Toda la conversación que había reproducido en su mente durante el día se diluyó como un azucarillo en agua hirviendo.
—Sí. Claro que sí. ¿Quieres pasar?
—Si no te importa…
—Disculpa el desorden. Tengo una niña pequeña… —Parker empezó a amontonar los juguetes de Katie en un rincón del salón, mientras deslizaba el piercing de su labio entre los dientes, delatando el estado de nervios en el que se encontraba—. Perdona, siéntate. ¿Quieres beber algo?
—¿Estás solo?
—Katie está jugando en su cuarto y… —Amy entró en ese momento en el salón, y la confusión se reflejó en su cara—. Esta es mi mujer, Amy. Amy, ella es…
—Soy Emily. —Le estrechó la mano a la chica rubia que acababa de entrar en el salón. Parecía muy joven, aunque Emily no tenía en ese momento ni el tiempo ni las fuerzas suficientes para hacerse una composición de lugar sobre la extraña familia que formaban. Se dirigió a Parker—. ¿Ella sabe…
—Sí. Lo sabe todo. Emily es la chica a la que atropellé cuando tenía dieciséis años —le aclaró a Amy, cuya cara no reflejó ninguno de los sentimientos que la atravesaban. Ni la extrañeza por la presencia de aquella chica en su casa, ni la solidaridad con ella por lo que Parker había provocado, ni el instinto de protección que, sin dudar, sacaría a relucir si Emily dañaba al amor de su vida.
—Hola, Emily.
—Os preguntaréis qué estoy haciendo aquí… Amy, no sé si Parker te lo contó, pero las Navidades del año pasado, él vino a visitarme en Phoenix.
—Sí, lo sé.
—Parker, cuando viniste a mi casa, tenía un día muy malo. Nunca es fácil para mí volver a Arizona. Allí ocurrió todo, y es donde estuve más tiempo hospitalizada. Yo, en realidad, vivo en Boston. Bueno, ahora vivo aquí, en Nueva York, porque estudio en Columbia. Pero he vivido siempre con mi padre en Boston; es mi madre quien vive en Phoenix, y me resulta muy incómodo estar allí. La actitud de mi madre tampoco ayuda. A veces, se echa a llorar simplemente con mirarme. —Emily vio cómo Parker desviaba la mirada hacia la ventana del salón, con la culpabilidad pintada en el rostro—. La mañana que viniste a verme, había discutido con ella. Se había enfadado conmigo por hacer demasiados ejercicios, siempre tiene miedo a que me haga daño. No consigo hacer que entienda que sin los ejercicios de rehabilitación, estaría postrada en una cama. Nos habíamos peleado, y entonces llegaste tú, y te llevaste la peor parte.
—Emily… Nada de lo que me dijiste fue excesivo. Todo está justificado, lo que hice… Lo que yo… —Parker tragó saliva con fuerza para evitar las lágrimas.
—Lo que hiciste fue una mierda. —Emily cortó sus titubeos de forma tajante—. Eras un niñato irresponsable y cometiste un error que tuvo unas consecuencias horribles. Y yo era una niña de catorce años que solo soñaba con bailar y que tardó años en poder aguantarse de pie por sí misma.
—Lo siento. —Parker bajó la cabeza, y sintió la mano cálida y el beso suave de Amy sobre su hombro.
—No. Lo siento yo. —Parker y Amy levantaron la cabeza, con la incredulidad reflejada en sus caras—. Aquella mañana te dije que me habías jodido la vida, y no es verdad. Me jodiste las piernas, pero no la vida.
—De todos modos, lo siento muchísimo. Puede que nunca sepas cuánto.
—Me lo puedo imaginar. —Emily sonrió, en una mueca a medio camino entre la empatía y la amargura—. Durante mucho tiempo, me imaginé que eras un cabrón despiadado. El típico niño rico que hizo lo que le dio la gana y al que no le importaron las consecuencias porque, al fin y al cabo, su padre pagó para que no las hubiera.
—Yo no intervine en nada de lo que hizo mi padre. Era un crío, me limité a encerrarme en mi cuarto a llorar y ni siquiera sabía lo que estaba pasando a mi alrededor.
—Me sentí culpable después de aquella mañana en que viniste a verme, ¿sabes? Mi amiga Lisa me decía que estaba loca, pero yo no me sentía cómoda con mi manera de tratarte. Te dejé entrever que era una víctima, una pobre chica con su vida jodida. Y nada más lejos de la realidad. En cuanto pude volver al instituto, estudié como una auténtica loca, dediqué a la rehabilitación más horas de las que te puedas imaginar, recuperé a mis amigas y no volví a llorar por el sueño perdido de ser bailarina. Saqué las mejores notas de mi instituto y recibí cartas de admisión de las diez mejores universidades del país. Me decidí por Columbia porque quería vivir en Nueva York. Llevo aquí solo cinco meses y creo que conozco ya cada rincón de la ciudad. He sacado unas notas fantásticas en el primer semestre, me paso más de dos horas cada día en el gimnasio fortaleciendo las piernas y, a veces, hasta doy largas caminatas por Central Park. Y, si al llegar a casa, me duelen las piernas, me tomo un calmante y no dedico ni un segundo a compadecerme de mí misma.
—¿Por qué nos cuentas todo esto? —le preguntó Amy, sirviendo tres vasos de té helado. Emily agradeció el suyo con un gesto de asentimiento, le dio un buen trago y respondió.
—Porque soy feliz. Tengo todo aquello con lo que hace poco tiempo no podía ni permitirme soñar. A vosotros os puede parecer que mi movilidad es limitada, pero he llegado sola desde Columbia hasta aquí, y hace dos años no podía llegar sola desde la cama al cuarto de baño. Necesitaba hacerte saber que no tienes por qué sentirte culpable. Todo aquello… ya pasó.
—Gracias. Emily, yo… No te puedes ni imaginar lo que significa para mí lo que acabas de decir. —A Parker se le quebró la voz, y cambió de tema—. ¿Puedo preguntarte cómo me has encontrado?
—Me enteré de que tu hermano Preston es profesor en mi facultad. Le expliqué quién era yo, y me dio vuestra dirección.
—Te has tomado muchas molestias. Si hay alguna cosa que podamos hacer por ti…
—Oh, sí, por supuesto que la hay —respondió, burlona.
—Pues tú dirás. —Parker no tenía muy claro si aquella chica estaba en sus cabales, pero el peso que le había quitado de los hombros era tan fuerte que, en realidad, le daba igual.
—¿Tenéis coche?
—Sí —balbuceó Amy—. Es un trasto viejo, pero funciona. ¿Por qué?
—Porque necesito que me acerquéis al SoHo.
‖
Emily se subió al coche con Parker y dejó que el silencio se impusiera entre ellos mientras recorrían la duodécima avenida en dirección sur. Se sentía en paz. Podría haberse quedado el resto de su vida anclada en sus prejuicios, en el dolor y en el rencor, pero solo se habría hecho daño a sí misma.
—¿Quieres que te deje en algún sitio en concreto? —preguntó Parker, todavía incrédulo ante lo surrealista de toda la situación.
—Sí. Supongo que conoces la dirección de tu hermano.
—¿Preston?
—No, hombre, no. —Emily puso los ojos en blanco—. Tu hermano Travis.
—¿Conoces a Travis?
—Parker, estoy enamorada de tu hermano Travis y pienso hacer cualquier cosa que esté en mi mano para recuperarlo.
—¿Tú… tú eres la chica de Travis?
—Eso espero. Como te haya hablado de otra chica, las cosas van a ponerse muy feas.
—Travis está hecho una mierda, Emily. ¿Qué pasó? ¿Rompisteis por mí?
—Estuvimos juntos tan poco tiempo que no sé ni si se le puede llamar romper. Pero sí. Descubrimos quiénes éramos demasiado tarde.
—Lo siento.
—Deja de pedir disculpas. Fue una suerte descubrirlo tan tarde. Si lo hubiera sabido cuando lo conocí, nunca me habría permitido enamorarme de él y, ¿sabes?, enamorarme de él es la jodida mejor cosa que me ha pasado en la vida.
—Emily… —Parker paró el coche en la esquina del edificio de su hermano, provocando los bocinazos de un enjambre de taxis amarillos—. No creo que haya mucha gente capaz de hacer lo que tú has hecho hoy. Ojalá lo arregléis. Ojalá lleguemos a conocernos mejor.
—Ojalá —le respondió ella con una sonrisa—. Deséame suerte.
—Claro.
—Parker… —lo llamó a través de la ventanilla, cuando él se preparaba para arrancar el coche—. Tienes una bonita familia. Me alegro mucho.
Parker se marchó sonriendo emocionado, y Emily se enfrentó al timbre de la casa de Travis. La suerte estaba echada.