11
—¿Tienes whisky? —preguntó Angelica de pronto.
—Sí.
Montalbano se levantó por la botella y dos vasos, volvió a la galería y le sirvió dos dedos a ella y cuatro a sí mismo.
—¿Dónde está la igualdad de género?
Montalbano añadió dos dedos más al vaso de ella.
—¿Quieres hielo?
—Lo prefiero solo. Como tú.
Angelica dio el primer sorbo.
—No es fácil. Tengo que pensarlo bien.
—De acuerdo.
—Hagamos una cosa. Mañana por la noche vienes a cenar a mi casa y te doy los nombres.
—Muy bien.
Angelica se terminó el whisky y se levantó.
—Me voy. Y gracias por todo.
El comisario la acompañó a la puerta. Antes de salir, Angelica posó un instante sus labios sobre los de él.
Después, sentado en la galería, Montalbano no sabía si sentirse decepcionado o contento por la velada. Desde el momento en que había abierto la puerta, había esperado y a la vez temido.
Por tanto, concluyó que mejor no podía haber ido.
• • •
A las tres y media de la madrugada le pareció oír el teléfono.
Se levantó aturdido, tropezó con una silla y, a oscuras, consiguió levantar el auricular.
—¿Sí?…
—Soy Fazio, dottore.
—¿Qué ha ocurrido?
—Un enfrentamiento armado con los ladrones en casa de los Sciortino. ¿Voy a buscarlo? Tengo que pasar por delante de su casa.
—De acuerdo.
Al cabo de diez minutos estaba a punto. El zapato le había entrado perfectamente. Ni siquiera cojeaba.
Fazio llegó cinco minutos después. Se dirigieron hacia Punta Bianca.
—¿Hay heridos?
—Estaba de guardia Loschiavo. Le han disparado, pero no le han dado. No sé más.
El chalet de los Sciortino estaba tan iluminado que parecía de día. La señora Sciortino ofrecía café a todos.
Los amigos romanos, que se apellidaban De Rossi, estaban bastante alterados, y en lugar de café la señora Sciortino les preparó una infusión de tila.
Montalbano y Fazio fueron con Loschiavo hasta la orilla del mar para hablar a solas.
—Cuéntanos lo sucedido —pidió el comisario.
—Dottore, yo estaba en la colina, en el coche de servicio. De pronto vi llegar desde la playa un automóvil con los faros apagados. Eran las tres menos cinco; salí del coche y empecé a bajar con sigilo. Apenas se veía y me caí dos veces. Después me escondí detrás de una roca.
—¿Cuántos eran?
—Tres. Creo que llevaban pasamontañas, pero, como le he dicho, estaba muy oscuro. En un momento dado dejé de verlos. La casa estaba entre ellos y yo y me impedía ver lo que hacían. Me desplacé hasta la parte de atrás del chalet y me asomé por una esquina para espiar. Estaban trajinando delante de la puerta de entrada. Entonces empuñé la pistola y salí al descubierto gritando: «¡Quietos! ¡Policía!» Vi un destello y oí una detonación. Respondí al ataque disparando tres tiros y me puse a resguardo. Pero ellos empezaron a disparar sin pausa, lo que me impedía asomar la cabeza. Luego oí que el coche se alejaba a gran velocidad.
—Gracias, has sido muy preciso —dijo Montalbano. Y a Fazio—: ¿Dónde se han metido los Sciortino y los otros?
—Voy a ver. ¿Quiere interrogarlos?
—No, pero no entiendo por qué de repente han entrado todos en el chalet. —Mientras Fazio se alejaba, Montalbano le dijo a Loschiavo—: Has actuado muy bien. ¿Crees que alcanzaste a alguien al disparar?
—Fui a comprobarlo y en el suelo no hay ningún rastro de sangre.
Fazio volvió.
—Han decidido regresar a Vigàta. Dicen que les da miedo quedarse aquí.
—Pues los ladrones seguro que no vuelven —repuso el comisario—. ¿Sabes qué te digo? Vayamos a dormir unas horitas. Tú también puedes marcharte, Loschiavo.
—¡Ah, dottori, dottori! ¿Se hizo mucho daño en el pie? ¿Hay peligro de que tenga que llevar siempre bastón? —preguntó Catarella, preocupado.
—¡No, no! ¡Estoy perfectamente! Traigo el bastón para devolvérselo a Fazio.
—¡Virgen santa! ¡Cómo me alegro!
—¿Está Fazio?
—Ha llamado para decir que se retrasará unos diez minutos.
Montalbano entró en su despacho. Solamente había faltado un día, pero le dio la impresión de que no iba desde hacía un mes.
Encima de la mesa, además de unos cincuenta expedientes para firmar, había seis cartas personales para él.
Su mano fue directa a coger una.
El mismo sobre que la otra vez, la misma letra; la diferencia era que ésta no había llegado por correo, sino en mano de alguien.
Levantó el auricular.
—Catarella, ven a mi despacho.
—A sus órdenes, dottori.
Pero ¿cómo se las arreglaba para llegar tan deprisa? ¿Se desintegraba en el cuartito del teléfono y volvía a tomar forma dentro de su despacho?
—¿Quién ha traído esta carta?
—Un chiquillo, dottori. Cinco minutos antes de que usted llegara.
El sistema clásico.
—¿Ha dicho algo?
—Que la mandaba el que usted ya sabe.
Sí, claro. Sabía perfectamente quién la había mandado.
El señor X.
—Gracias. Puedes irte.
El comisario se decidió a abrir el sobre.
Querido Montalbano:
Ha demostrado usted, cosa que no ponía en duda, ser muy inteligente. Sin embargo, lo ha ayudado la suerte y algún otro factor que todavía no he logrado identificar.
En cualquier caso, la presente es para confirmarle que se producirá el cuarto y último robo. A lo largo de este fin de semana.
Y será un éxito.
Si no ha llegado a esta conclusión por sí mismo, le revelo que la tentativa de robo de anoche tenía una finalidad: averiguar si usted había comprendido. Y en vista de que presentó una buena defensa, me veré obligado a cambiar de táctica.
De todos modos, anoto un punto a su favor.
Cordialmente.
—¿Qué te parece?
Fazio dejó la carta anónima en la mesa. Su expresión era de cierto rechazo.
—Me parece que el señor X tiene mucho interés en afirmar que organizó el robo de anoche con el único objetivo de descubrir si usía había comprendido sus movimientos. Es un presuntuoso; tenía usted razón.
—Pero no acabo de entender la segunda frase. ¿Qué significa que, según él, nos ha ayudado un factor que no ha logrado identificar?
—Vaya usted a saber.
—Y hay otra cosa que no me cuadra.
—¿En la carta?
—No; en el comportamiento del señor X.
—¿Cuál?
—No estoy seguro. A lo mejor hablar contigo me ayuda a aclararlo.
—Ah, pues hable.
—Es algo relacionado con la tentativa de robo en casa de los Sciortino. Lojacono, Peritore, Cosulich y Sciortino son todos amigos, forman parte del mismo círculo de conocidos, están incluidos en la famosa lista. Eso no puedes negármelo.
—En efecto, no se lo niego. Sólo quiero recordarle que los Sciortino no avisaron a sus amigos de que iban a pasar unos días a Punta Bianca.
—¡Justo ahí quiero ir a parar! ¿Y si por casualidad Sciortino o su mujer comentaron con sus amigos mi llamada, aquella en que les preguntaba si les habían dicho que iban a ir a Punta Bianca?
—No entiendo la…
—¡Déjame acabar! En cuanto el señor X se entera de nuestra llamada, organiza el robo.
—Pero ¿qué es? ¿Un imbécil? ¡Precisamente nuestra llamada le habría hecho comprender que el chalet estaría vigilado!
—¡Y así fue!
—Dottore, si no se explica…
—¡Es una oportunidad magnífica para él! Así demuestra que no pertenece al grupo de amigos de los Peritore. Finge no saber que el chalet está vigilado. Se trata de otra maniobra de distracción, ¿no lo ves? ¡Porque si yo caigo en la trampa, forzosamente tengo que buscar al cerebro de la banda fuera de esa maldita lista!
—Dottore, cuando a usía se le mete una cosa en la cabeza… ¡Ahora acaba siempre diciéndome que el señor X es uno de la lista! ¿Sabe qué voy a hacer? Llamar a Sciortino y preguntarle si habló con alguno de sus amigos de nuestra llamada.
—¡Pues no! ¡Sería un error! Tenemos que dejar que crea que nos ha engañado.
—Como usía quiera —dijo Fazio. Y un momento después añadió—: Se me ha ocurrido una cosa.
—Di.
—En estos momentos dispongo de siete hombres y dos coches. Los pisos que quedan por robar, considerando los nombres de la lista, son catorce, pero todos se encuentran relativamente cerca unos de otros. Quizá consiga tenerlos todos bajo vigilancia hasta el sábado por la noche.
—¿Con dos coches?
—Dos coches y cinco bicicletas, como los serenos.
—Está bien, inténtalo. —Montalbano hizo una pausa. Debía abordar una cuestión desagradable—. Tengo que decirte otra cosa.
—Aquí me tiene.
—Anoche me llamó Angelica Cosulich.
No le gustaba mentir a Fazio, pero tampoco se sentía con ánimos para decirle la verdad.
—¿Qué quería?
—Había estado dándole vueltas a lo que te había dicho. Y había elaborado una hipótesis: que el señor X no ha revelado que ella utiliza la villa de su primo como picadero con la intención de chantajearla en un futuro.
Fazio se quedó pensativo.
—Es una hipótesis que no hay que descartar. Pero, en el caso de aceptarla, usía se contradice.
—Sé a qué te refieres. Dado que la señorita Cosulich ha descartado a los hombres de la lista, necesariamente el señor X no forma parte de los amigos de los Peritore. Pero, en el punto en que nos encontramos, no puedo descuidar nada.
—En eso estoy de acuerdo con usía. ¿La señorita Cosulich sospecha de alguien?
—Me dijo que esta noche me dará algunos nombres. Me ha invitado a cenar en su casa.
Fazio puso una cara que recordaba a una bombilla fundida.
—¿Qué pasa?
—Pues pasa que no es prudente, dottore. Perdone que se lo diga.
—¿Por qué?
—Dottore, ese periodista capullo ya insinuó en la televisión que usía está encubriendo a la chica. ¡Figúrese si ahora alguien lo ve entrar de noche en su casa!
—Es verdad. No se me había ocurrido.
—Y tampoco puede llevarla otra vez a un restaurante.
—¿Entonces…?
—Hágala venir aquí, a la comisaría.
—¿Y si no quiere?
—Pues entonces es mejor que vaya a su casa, a Marinella, ya tarde. Así será difícil que la vean.
¿Acaso Fazio estaba sonriendo con los ojos? ¿Estaba divirtiéndose a su costa, el muy cabrón?
—La haré venir aquí —decidió con resolución.
—Es lo mejor —aprobó Fazio, levantándose.
Tenía una mano sobre el teléfono para llamar a Angelica, pero se detuvo. Le responderían de la centralita. Y él debería decir que era el comisario Montalbano. ¿Y una llamada de la policía no comprometería más la posición de Angelica en el banco, ya de por sí delicada?
Entonces, ¿qué podía hacer para ponerse en contacto con ella?
Se le ocurrió una idea y llamó a Catarella.
—A sus órdenes, dottori.
—Catarè, ¿tú sabes si alguien de aquí es cliente del Banco Sículo-Americano?
—Sí, siñor dottori. El agente Arturo Ronsisvalle. Una vez lo acompañé porque un cheque…
—Dile que venga a verme.
Mientras lo esperaba, cogió una hoja y escribió: «Le ruego que me llame a la oficina en cuanto pueda. Gracias. Montalbano.» Así, si por casualidad lo veían los compañeros de Angelica, no tendrían nada que decir. Metió la hoja en un sobre sin membrete.
—Dígame, dottore.
—Oye, Ronsisvalle, ¿tú conoces a la señorita Cosulich?
—Claro. Soy cliente del…
—Lo sé. Tienes que ir al banco y darle esta carta sin que nadie lo advierta.
—Diré que quiero que me atienda ella para pedirle un extracto de la cuenta.
—Gracias.
Media hora después recibió la llamada de Angelica.
—¿Qué ocurre?
—¿Puedes hablar?
—Sí.
—He pensado que no es prudente que vaya a cenar a tu casa. Podrían verme.
—¿Y a mí qué me importa?
—Pues debería importarte. Piénsalo. Entre otras cosas, los Peritore viven en la misma calle que tú. Si alguien llega a enterarse, los rumores de que hemos hecho un trato adquirirán más consistencia y resultará bastante difícil desmentirlos.
Ella suspiró y dijo:
—Quizá tengas razón. Pero entonces, ¿qué hacemos?
—Podrías venir a la comisaría.
—No.
Respuesta inmediata y decidida.
—¿Por qué?
—Por la misma razón por la que tú no vienes a mi casa.
—¿Qué tiene que ver? Yo puedo haberte convocado para saber más detalles del robo.
—No. Presiento que sería un error.
—Entonces podrías venir a mi casa, a Marinella.
—Acojo con entusiasmo la invitación. Pero, perdona, ¿no es lo mismo si alguien me ve ir a tu casa?
—Ante todo, yo vivo en una casa aislada; no hay otros inquilinos. Además, si vienes hacia las diez de la noche, o un poco más tarde, te aseguro que no te encontrarás con nadie.
—En ese caso, tengo una propuesta alternativa.
—¿Cuál?
Se la dijo.
Pero de esa propuesta alternativa no era cuestión de hablarle a Fazio.
Cogió la lista por enésima vez.
1) P.I. Leone Camera y esposa.
¿Qué significaba P.I.? ¿Tal vez perito industrial?
2) Dott. Giovanni Sciortino y esposa.
Este era el matrimonio de la tentativa de robo.
3) Dott. Gerlando Filippone y esposa.
Había que averiguar algo más sobre ellos.
4) Ab. Emilio Lojacono y esposa.
El abogado había sido víctima del primer robo mientras se encontraba con su amante, Ersilia Vaccaro.
5) Ing. Giancarlo de Martino.
El condenado por colaboración con banda armada.
6) PM. Matteo Schirò.
¿Soltero? Había que averiguar algo más.
7) P.M. Mariano Schiavo y esposa. Había que averiguar algo más.
8) P.M. Mario Tavella y esposa.
El que estaba hasta el cuello de deudas de juego.
9) Dott. Antonino Pirrera y esposa.
Había que averiguar algo más.
10) Ab. Stefano Pintacuda y esposa.
Tenían una casa de veraneo. Había que averiguar algo más sobre ellos.
11) Dott. Ettore Schisa.
¿Soltero? Había que averiguar algo más.
12) Apar. Antonio Martorana y esposa.
La mujer del aparejador era amante, al parecer, del ingeniero De Martino. Había que averiguar algo más.
13) Apar. Giorgio Maniace.
Fazio le había dicho que era viudo. ¿Y ése era todo su mérito? ¿A qué se dedicaba? ¿Tenía una casa de veraneo? ¿Y aparte de eso? Había que averiguar algo más.
14) Dott. Angelica Cosulich. A ésta la conocía de sobra.
15) Francesco Costa.
Debía de ser el más burro, puesto que no tenía título académico. Había que averiguar algo más.
16) Agata Cannavò.
La viuda. La chismosa. La que creía saberlo todo de todos.
17) Dott. Ersilia Vaccaro (y esposo).
Era la amante de Lojacono y punto. Pero ¿por qué la indicación del marido estaba entre paréntesis?
18) Ab. Gaspare di Mare y esposa.
Había que averiguar algo más.
En conclusión, pensara Fazio lo que pensase, habían tomado demasiado a la ligera esa lista. Había bastantes personas de las que no sabían nada. Casi con toda seguridad, Angelica podría decirle algo de ellas. Dobló la lista y se la guardó en el bolsillo.