Capítulo Once
Jordan se dirigió con paso enérgico al despacho de Mallory notando que una vez más los empleados se dispersaban al verlo llegar, como si se tratara de un monstruo.
Meneó la cabeza; algunas cosas cambiaban, pero otras permanecían invariables a lo largo de los años.
Mallory estaba hablando por teléfono. Jordan se sentó con cierto cuidado, porque todavía sentía molestias. El médico se enfadó muchísimo con él cuando insistió en marcharse, pero, ¿qué esperaban, que se quedara allí toda la vida después de llevar ya tres semanas?
Mirando a su alrededor, se dio cuenta de que nada había cambiado en aquellos dos meses, desde el fatídico día en que entró allí, esperando una misión más, sin saber que su vida iba a ser vuelta al revés y que iba a terminar hecha pedazos. Y lo peor era que no acertaba a reconstruirla, porque faltaba una pieza vital: Lauren.
Mallory colgó el teléfono y le preguntó con asombro:
—¿Qué estás haciendo fuera del hospital?
—Me he hartado de las enfermeras.
—Más hartas estarían ellas de ti, me imagino.
—Bueno, déjate de tonterías y dime dónde está ella.
—¿Quién? —preguntó Mallory desconcertado.
—No te hagas el tonto, Mallory. ¿Qué has hecho con Lauren Mackenzie?
Mallory se recostó en su asiento extendiendo las piernas sobre la mesa y encendió parsimoniosamente un cigarrillo.
—Se tomó unos cuantos días de permiso.
—Por favor, Mallory, no me molestes más. Ya sé que tiene permiso, aunque para averiguarlo he tenido que remover Roma con Santiago además de escaparme prácticamente del hospital. También ha dejado su apartamento. ¿Te importaría decirme dónde está?
—Quizá ha vuelto a Pennsylvania.
—¿Como que quizá? ¿Es que no lo sabes con seguridad?
—Yo no tengo por qué enterarme de las vidas privadas de todos los empleados de este edificio, Jordan.
—¿Ah, sí? ¿Y eso desde cuándo? Porque en lo que a mí respecta, te enteras de mis planes antes que los llegue a realizar. ¿Es que vas a admitir que tus habilidades telepáticas han fallado?
—Pero, ¿por qué tanto empeño en encontrar a Lauren? Su misión juntos ha terminado, y además sin ningún problema.
—Tenemos que hablar de ciertas cosas que no han quedado claras.
—¿Ah, sí? No sabía que se traían algo entre manos. ¿De qué se trata?
—No es asunto tuyo, Mallory, aunque ya sé que a ti eso te da lo mismo. Para saciar tu ávida curiosidad, te diré que quiero encontrar a Lauren para casarme con ella.
—Ahhh... Entonces Lauren ha accedido a casarse contigo.
—Tampoco he dicho eso. Pero ella aceptará en cuanto la encuentre, seguro.
Mallory sonrió.
—Chico, si tienes una cualidad es esa sorprendente confianza en ti mismo, desde luego.
—Sí tú lo dices...
—Entonces, si Lauren y tú se casan, ¿qué vas a hacer con tu trabajo?
—¿Tú qué crees?
—Yo creo que ya ha llegado el momento de que te enteres de cómo se ve el mundo desde este escritorio.
—Pero, ¿de qué me estás hablando?
—Llevo algún tiempo esperando el momento oportuno para pasarte mi trabajo a ti. Entre los empleados, tú eres la persona más indicada ahora mismo.
—¿Lo dices en serio?
—Nunca he hablado tan seriamente en mi vida.
—¿Y tú? ¿Qué vas a hacer?
—Ah, yo no estaré lejos. Me trasladarán al despacho de arriba. Por cierto, ¿te han dicho quién andaba detrás del secuestro?
—No.
—Se trataba de un grupo de futuros "salvadores de la humanidad", que habían decidido introducir una serie de cambios en el mundo occidental. Frances Monroe era sólo la primera de sus invitados. Estaban preparando un secuestro similar en Moscú.
—¡En Moscú! Entonces, ¿iban a secuestrar a algún comunista?
—Sí. De hecho pretendían secuestrar a la mujer del primer ministro.
—¡Dios mío! ¡Están locos!
—Lo que decían era que pretendían impedir una nueva guerra mundial. Aunque con semejantes métodos...
—Bueno, Mallory, eres tan hábil como siempre. Ya has cambiado de tema. Dime,
¿en dónde está Lauren?
—Las fichas de los empleados son confidenciales, J. D., lo sabes perfectamente.
Además, ¿qué persona en su sano juicio iba a querer casarse contigo?
—Eso tendrá que decidirlo ella. Por esto te pido la oportunidad de discutirlo personalmente con Lauren.
Mallory se encogió de hombros, y después abrió un cajón del escritorio, sacó unos papeles y se los tendió a Jordan.
—Los tenía aquí, esperando a que me los pidieras con buenos modales; ya sabes; gracias, por favor, y esas cosas. Desafortunadamente, el amor no te ha hecho cambiar, como tampoco lo consiguieron las vacaciones.
Jordan, que empezaba a sospechar algo, por fin se decidió a hacerle la pregunta.
—¿Cuándo te diste cuenta?
—Desde el día que se conocieron en este mismo despacho.
—Tú estás loco. Entonces ni siquiera me gustaba.
—Sí, pero allí había demasiadas fricciones y ardores para que no saltara una chispa tarde o temprano. Era sólo cuestión de tiempo.
Jordan lo miró con recelo.
—Entonces, ¿ha sido todo un plan tuyo?
—¿Quién, yo? ¡Qué va! Yo solamente necesitaba un sustituto para ocupar este escritorio y sabía que necesitaba una buena razón para dejar el campo de batalla.
—Así que Lauren ha sido una ayuda para endulzar el pastel, ¿no?
Mallory intentó disimular su sonrisa sin demasiado éxito.
—¿Me ves tú a mí aspecto de Celestino? Bueno, y ahora que ya está todo arreglado te comunico que puedes disponer de dos meses de vacaciones enteritos para ti. No te preocupes por la policía de la isla de Santiago, porque he conseguido convencer a los policías de que habían interpretado mal mi primer mensaje. Ahora te consideran un personaje de gran importancia en el gobierno de los Estados Unidos. Si decides volver, te garantizo que te tratarán con todo respeto y consideración.
Un momento después, Jordan salía del despacho mirando a las musarañas y silbando una cancioncilla. Los empleados lo miraron atónitos, y muchos volvieron la cabeza a su paso. Nunca habían visto a Jordan Trent de tan buen humor.
Jordan recorrió las calles del antiguo barrio de Reading, en Pennsylvania, con el corazón palpitante. Detuvo el coche frente a la casa en cuestión. Un hombre que debía rondar los cincuenta, acudió a abrir la puerta. A pesar de su edad se mantenía en buena forma.
—Buenos días —dijo cordialmente—. ¿Puedo ayudarle en algo?
—Pues sí —respondió Jordan convertido en un manojo de nervios—. Estoy buscando a Lauren Mackenzie. Me dijeron que esta es su dirección.
En lugar de hacerlo entrar, el hombre salió al porche con él y lo miró detenidamente de arriba abajo. Todo rastro de cordialidad había sido borrado de su rostro.
—Usted debe de ser Jordan Trent, si no me equivoco.
Jordan sonrió y le tendió la mano.
—Y usted debe ser Matthew Mackenzie, el hombre de quien recibirá el nombre mi primer hijo.
Matt le estrechó la mano con cierta frialdad y le dijo:
—En ese caso, será mejor que entre.
Jordan se quedó de pie en medio del gran vestíbulo y miró a su alrededor.
—¿Está Lauren aquí?
—No.
Jordan recibió aquella respuesta como un puñetazo en las costillas.
—Venga y siéntese —le dijo Matt, dirigiéndose hacia la puerta del salón. Una vez allí, le preguntó—: ¿Quiere algo de beber?
—No, gracias —esperó en silencio hasta que el otro estuviera sentado y entonces le preguntó—: ¿Cómo ha sabido quién soy yo?
Matt lo miró como si se tratara de un espécimen que estuviera examinando con la lupa.
—Lauren nos contó que conoció a un hombre que responde a su descripción hace unas semanas, en California.
—Ya —respondió Jordan mirando un poco incómodo a su alrededor—. ¿Y qué más les ha contado de mí?
—Muy poco.
—Sea lo que fuere, con esos datos usted ha decidido que no le gusto.
—Yo no tengo nada contra usted personalmente. Lo único que sé es que cuando mi hija volvió de ese viaje parecía una persona distinta. Algo ha cambiado en ella, y por la cara que pone cuando lo menciona a usted, tengo serias sospechas de que usted es el principal responsable de ese cambio.
—Me gustaría mucho ver a su hija, señor Mackenzie.
—¿Por qué?
—Quiero casarme con ella.
—¿Por qué? —preguntó Matt empleando el mismo tono.
—¿Que por qué? —repitió Jordan—. Yo creo que la respuesta a eso está muy clara: porque ya no puedo pensar en mi futuro sin incluirla a ella en él.
Matt suavizó un tanto su expresión, aunque no demasiado.
—¿Conoce mi hija sus sentimientos?
—Pues no lo sé, la verdad. Por eso he venido. Intenté ponerme en contacto con ella en el trabajo, pero me dijeron que...
—... había solicitado un permiso —concluyo Matt por él.
—Precisamente eso quería preguntarle. ¿Por qué así, de pronto? ¿Es que está enferma o algo?
En aquel momento escuchó voces que procedían de la parte de atrás de la casa y volvió la cabeza. Eran voces femeninas que mantenían una animada charla. Jordan se puso de pie porque le pronto había reconocido una de aquellas voces. Lauren y una mujer que sólo podía ser su madre aparecieron entonces por la puerta. Lauren dijo:
—Papá, hemos encontrado tu postre favorito en la pastelería, así que ya puedes irte olvidando de tu línea por una vez y...
En ese momento sus ojos se toparon con los de un hombre que la miraba intensamente puesto de pie; un hombre al que pensaba que no volvería a ver en su vida. Su padre se levantó y empezó a decirle:
—Lauren...
Al mismo tiempo ella susurró:
—Jordan... Y cayó a sus pies, desmayada.