Capítulo Nueve

Lauren se fue primero con Ana, y estuvieron charlando un rato mientras le daba el camisón. Cuando fue a la habitación, Jordan la esperaba ya duchado y afeitado.

—Estoy tan contenta de que todo haya salido bien... —murmuró ella con el corazón rebosante de gratitud.

Jordan se acercó a ella lentamente y le quitó el camisón que tenia entre las manos.

—Me alegro de que no estés molesta conmigo. No me habría extrañado nada, porque me lo merezco.

—No digas eso, Jordan. Tú nunca has hecho ni has dicho nada que me molestara.

Jordan trazó una línea con los dedos por su mejilla, su cuello y entre sus pechos.

—¿Ni siquiera ahora?

—Lo de ahora no sólo no me molesta, sino que me gusta —respondió ella muy segura.

—Eres insaciable, Lauren.

—Y tú estás cansadísimo —dijo ella mirando significativamente las sombras oscuras que bordeaban sus ojos.

—Nunca tan cansado, amor —susurró, tomándola en brazos.

La llevó a la cama, se acostó junto a ella y apagó la luz.

A la mañana siguiente fueron despertados por las insistentes llamadas de Stefan en la puerta.

—Eh, pareja, si quieren que los lleve a Brno esta misma mañana será mejor que empiecen a moverse. Me marcho dentro de diez minutos.

—¿Jordan?

—Mmm...

—¿No has oído a Stefan? Dice que...

Sin sacar la cabeza de debajo de la almohada, Jordan respondió con voz soñolienta.

—¿Cómo no voy a haberlo oído? ¡Es imposible dormir con esos gritos!

—Ah, es que como no te movías, había creído que...

—No me he movido porque estoy destrozado, ¿comprendes?

Lauren se inclinó sobre él y lo miró preocupada.

—Jordan, ¿qué te pasa? ¿Es que no estás bien? Anoche parecías...

—Anoche estaba loco, porque por un momento creí que volvía a tener dieciocho años —murmuró él con un gemido, girando lentamente.

Lauren se tapó la boca para reprimir una carcajada, recordando sus hazañas nocturnas.

—Tenemos que levantarnos.

—Ya lo sé —respondió Jordan sin moverse.

Lauren, que aquella noche había tenido la oportunidad de conocer un poco más a fondo la anatomía masculina y sus peculiaridades, decidió aprovecharse de sus conocimientos recién adquiridos. Sigilosamente, se inclinó sobre él y acarició su miembro. La estratagema funcionó tal y como había planeado; un momento después, Jordan estaba de pie, vistiéndose apresuradamente.

—¡Eso no ha estado bien y tú lo sabes! —gritaba indignado—. ¡Te aprovechas de mí!

Con algún retraso, sufrido con paciencia por Stefan, se pusieron en camino, después de despedirse afectuosamente de Ana y agradecerle sus atenciones. Cuando llegaron a los alrededores de Brno, Stefan y Jordan decidieron que lo más prudente sería que se acercaran a la frontera a media tarde. En cualquier caso, no podrían atravesarla hasta bien entrada la noche, y allí en Brno tenían más posibilidades de esconderse hasta que llegara la noche. Mientras tanto, Stefan intentaría averiguar qué había ocurrido en la clínica cuando se dieron cuenta de la ausencia de Lauren.

En el almacén de la zona industrial en el que esperaban, el tiempo se hacía eterno.

Habían conseguido ya un conductor que los llevara hasta el punto de la frontera que querían; se trataba de un conocido de Stefan que tenía una camioneta y que agradeció el dinero que le ofrecieron. En aquellas horas, Jordan le contó muchas cosas acerca de su niñez solitaria, sin madre. Lauren también le habló de su familia, contándole la historia de cómo sus padres se conocieron.

—Yo creo que a ti te gustarían mucho mis padres —comentó en un momento dado.

—Sí, pero no creo que yo les gustara a ellos.

—¿No? ¿Por qué dices eso? —preguntó Lauren asombrada.

Jordan sonrió ante su vehemencia.

—No puedes imaginarte lo difícil que me resulta explicarle a la gente cuál es mi profesión.

—Eres un representante comercial de Chicago —dijo ella con prontitud.

—¿Tú les dirías eso?

—Sí, claro. ¿No es lo que le dices a todo el mundo?

—Bueno... sí.

—¿No es eso lo que tu padre cree que haces?

—Sí.

—Entonces, está claro.

En aquel momento llegó el conductor de la camioneta con unos bocadillos para ellos y la noticia de que él tenía que salir pronto para llegar a una hora decente a casa.

Cuando llegaron a la desviación que conducía al refugio de Franz, ya había anochecido. Bajaron del vehículo, y después de pagarle, se quedaron un momento quietos en la carretera viéndolo alejarse.

—¿Y ahora qué? —preguntó Lauren.

—Ahora nos espera un largo paseo a pie. Espero que no le moleste demasiado.

—No te preocupes por mí. Estoy perfectamente.

—Me alegro de que me digas eso. Así podré concentrar mis preocupaciones en cosas más importantes.

El buen humor de Jordan contrastaba vivamente con el de Franz, quien los recibió muy malhumorado.

—Los he estado esperando toda la noche. ¿No te dije que tenías que volver ayer mismo?

—Sí, me acuerdo. Pero fue imposible. De todas formas, aquí estamos.

—Muy bien. Y ahora, ¿te importa decirme qué voy a hacer con ustedes?

—Está claro: ayudarnos a cruzar la frontera.

—Sí, eso habría resultado muy fácil ayer, cuando estaba el guarda que ya se ha acostumbrado a mirar hacia otro lado cuando alguien pretende atravesar la frontera.

Lo malo es que sólo está los miércoles.

—Comprendo —dijo Jordan pesaroso.

—No volverá a estar en el puesto hasta la semana que viene.

—No podemos esperar tanto tiempo.

—Por supuesto que no. Sería demasiado peligroso para todos.

—No queda más remedio que arriesgarse.

—Arriesgarse equivale a ponerse de blanco para que los asesinen.

—Eso estoy dispuesto a evitarlo por todos los medios.

Franz se levantó de la mesa meneando la cabeza.

—Están locos, todos los americanos y sus mujeres también...

Aprovechando que el otro se acercaba a la estufa, Lauren le dijo a Jordan en voz baja:

—¿Qué vamos a hacer?

—Respecto a Franz, estoy de acuerdo con Stefan. Le encanta hacer y deshacer a su antojo. La frontera por aquí está muy poco vigilada, porque no hay ningún pueblo a varias leguas a la redonda en ninguna de las dos direcciones. Cada guarda debe vigilar un gran trecho. Tendremos que observar y esperar una buena oportunidad.

Lauren asintió sin hacer comentario, porque estaba deseando salir cuanto antes de la casa de aquel hombre tan desagradable. Ni siquiera se había dignado a dirigirle la palabra, como si ella fuera una mascota que Jordan llevaba consigo y que a él le desagradaba.

Esperaron un par de horas y luego se adentraron en el bosque siguiendo a Franz, que por fortuna, parecía conocer la ruta al dedillo, a pesar de la ausencia de un sendero fijo. Debían haber caminado kilómetros, cuando de pronto Franz se detuvo, y alzó la mano indicándoles que guardaran silencio, lo cual resultaba un tanto innecesario, pues no habían despegado los labios ni una sola vez en todo el camino.

A continuación, con un gesto, les señaló el puesto de guardia y las alambradas de púas que corrían paralelas a unos cuantos metros de allí. En la oscuridad, la franja de tierra que había entre ambas parecía estéril, desolada. Era tierra de nadie. Allí no había árboles ni arbustos en los que cobijarse, lo que significaba que mientras la atravesaban, una vez abandonado el bosque, estarían completamente expuestos a la luz de la luna. Una vez pasado aquel trecho se reanudaba el bosque.

Lauren vio cómo Jordan le hacía otra seña a su amigo; los dos hombres se estrecharon las manos, y Franz desapareció sigilosamente por donde habían venido.

Luego Jordan fue hacia el árbol donde ella se había recostado y se arrodilló a su lado.

—Bueno, amor, ahora que nos hemos quedado solos debemos movernos con cuidado. Quiero que tú descanses lo más posible mientras yo observo al guardia para estudiar sus movimientos. Cuando me haya enterado de lo que hace habitualmente esperaremos a que se aleje y entonces atravesaremos la alambrada, ¿de acuerdo?

Lauren asintió.

Jordan la miró a los ojos y tuvo la sensación de que se hundía irremediablemente en su profundidad. Le acarició el cuello, y después pasó a darle un suave masaje en la nuca, que sentía tensa. Ella suspiró.

—Intenta dormir —le susurró después de darle un beso—. Todavía nos queda una larga caminata por delante, aunque no será desagradable del todo; ya sabes lo bonito que es el paisaje austriaco.

Lauren pensó que le iba a resultar imposible conciliar el sueño en medio del bosque, pero de todas formas se recostó sobre las agujas de pino que alfombraban el suelo. Entonces perdió la noción del tiempo, y sólo despertó al sentir una mano que le tocaba el hombro.

—Vamos a cruzar la alambrada dentro de un momento —le susurró al oído Jordan

—. Ahora mismo camina hacia el otro extremo. En cuanto se dé la vuelta tenemos que ir hacia allá.

—Pero, ¿y si de pronto le da por volver?

—Lo único que podemos hacer es rogar para que eso no ocurra. Necesitamos ganar el mayor tiempo posible antes que vuelva a esta zona, ¿comprendes?

Lauren asintió. Aquello tenía que salir bien sencillamente porque no les quedaba otra oportunidad. Contuvo la respiración mientras veía cómo el guardia se acercaba a ellos, alumbrado por el resplandor de la luna. Su claridad era tan brillante que se semejaba a un foco, lo cual a ellos les daba ventaja, porque en contraste las sombras del bosque eran más negras y los ocultaban perfectamente. Esperaron hasta que había pasado por delante de ellos y estuvo alejado unos cuantos metros.

En un momento dado, dio media vuelta y se dirigió hacia el puesto de guardia.

Fue entonces cuando Jordan le susurró al oído:

—¡Ahora!

La tomó de la mano y juntos echaron a correr. Lauren no se había movido con tanta rapidez en su vida; tenía la sensación de que sus pies no tocaban el suelo.

Después, Jordan la tiró de un empujón al suelo y comenzó a abrir la alambrada con un corta alambres. La ayudó a pasar y después él hizo lo mismo. Cuando estuvieron en el terreno comprendido entre las dos alambradas. Volvió a tomarla de la mano.

Desde aquel lugar, brillantemente iluminado, el paisaje que los rodeaba parecía irreal; era como si ellos estuvieran en un escenario, iluminados por los focos, y tupieran un público silencioso y expectante. Volvieron a repetir la operación; Lauren se tumbó en el suelo y él procedió a abrir la alambrada. Fue entonces cuando estalló una algarabía infernal. U principió fue un grito, y luego un verdadero vocerío, con el que se mezclaron los ladridos de los perros, la alarma de una sirena y, por último, las luces de búsqueda, que les obligaron a tirarse al suelo.

—¡Maldita sea! —rugió Jordan, mientras la empujaba a través del agujero de la valla—. ¡Corre! ¡Refúgiate entre esos árboles, yo te sigo!

Lauren obedeció inmediatamente, pero cuando casi había llegado al refugio de oscuridad, oyó el escalofriante sonido de las metralletas. Dio media vuelta y vio que Jordan corría detrás de ella, mientras le gritaba que no se detuviera y siguiera adelante. Un segundo después, Jordan caía de bruces en el suelo y se quedaba allí, sin moverse.