Capítulo Diez

—¡Jordan! —gritó Lauren desesperada, corriendo hacia él sin hacer caso del estruendo de las metralletas—. ¡Jordan!

Cuando llegó hasta él las luces de búsqueda se apagaron, así como las sirenas y los disparos. Se hizo el silencio, un silencio absoluto y tenso. Entonces Lauren miró a su alrededor y se dio cuenta de que lo habían conseguido. Estaban en Austria. Pero Jordan...

Tenía que ver dónde lo habían herido, y después llevarlo al hospital. Estaba herido, pero no podía ser nada grave. No, no podía ser nada grave. Al pasarle la mano por la espalda, sintió que se le manchaba con un líquido caliente y pegajoso.

—¡Oh, Jordan! —sollozó.

Entonces él gimió, y a Lauren le pareció el sonido más dulce que había oído en toda su vida.

—¿Jordan?

—Corre, Lauren. Tienes que correr.

—No, cariño. Ya no hace falta correr más porque lo hemos conseguido. Estamos a salvo.

—Déjame aquí, Lauren. Busca una casa y explica lo que pasa. Alguien te acogerá.

—No tengo ninguna intención de dejarte aquí tirado, Jordan Trent. Tú te vas a venir conmigo aunque tenga que llevarte a rastras, ¿entendido? Ahora ayúdame, cariño. Intenta ponerte de pie.

Lauren no supo cuánto tardo en ponerlo de pie del todo, porque estaba tan aterrorizada pensando que pudiera desmayarse que no podía pensar en otra cosa.

Lentamente, con él apoyado en sus hombros, comenzó a avanzar por el bosque.

No sabía hacia dónde ir, ni si él sería capaz de seguir moviéndose durante mucho tiempo. Y en cuanto a ella, tenía que esforzarse al máximo para mantenerlo derecho.

—No te esfuerces tanto, por favor, Lauren —le dijo él con voz entrecortada—.

Puedo hacerlo yo solo. Te aseguro que soy muy duro, y soy capaz de lo que sea con tal de no abandonarte.

—Espero que seas tan fuerte como fanfarrón. Ahora ha llegado el momento de demostrarme de lo que eres capaz. ¡A ver, dónde están tu fuerza de voluntad y tu valentía para no rendirte! Esto es un desafío, ¿sabes?

Mientras hablaba así, Lauren luchaba por contener las lágrimas, avanzando a duras penas bajo su peso. Cuando vio una lucecita que brillaba entre los árboles, al principio pensó que eran imaginaciones suyas. Era imposible que una casa estuviera tan cerca de la frontera. Luego se dio cuenta de que la luz se movía.

—¡Socorro! —gritó con todas las fuerzas de sus pulmones—. Por favor, ¿alguien puede ayudarnos?

El grito de respuesta le sonó como música celestial. Al cabo de un momento, vio que tres hombres se le acercaban con paso cauteloso.

—Mi marido ha recibido un disparo. Somos americanos. ¿Podrían ayudarme o llevarlo a un hospital?

Les había hablado en su idioma, el alemán, y dos hombres se acercaron justo a tiempo para sujetar a Jordan antes que se desplomara.

Jordan tuvo unos sueños extrañísimos. Se veía constantemente con Lauren, en las playas de la isla de Santiago, en los mares del Sur. Era un placer sentir la brisa fresca del mar en la piel. De vez en cuando, Lauren y él se daban un baño refrescante en el lago natural protegido del océano por una pared de roca. El agua fría aliviaba aquella sensación agobiante de calor, y al emerger, se encontraba siempre con los hermosos ojos de Lauren clavados en los suyos.

—Tienes unos ojos preciosos —murmuró sintiendo de inmediato que tenía la boca seca y acartonada.

—Shhh, cariño. No malgastes tus energías hablando —le susurró Lauren ansiosa.

—Tengo mucha sed —murmuró él con dificultad.

Lauren le introdujo unos cuantos trocitos de hielo en la boca.

—El agua está buenísima, ¿verdad? —murmuró él, perdido en sus ensoñaciones, que le hacían mezclar la realidad con el sueño.

—Lo que tú digas. Intenta descansar, por favor. Te vas a poner bien muy pronto.

Al cabo de un momento, Jordan consiguió relajarse un poco y cayó en un sueño intranquilo. Lauren se recostó en su butaca, desde la que lo había estado cuidando y vigilando aquellos tres últimos días. Se encontraban a la sazón en una base militar norteamericana en territorio alemán. Desde que se puso en contacto con Mallory, él se había encargado de moverlo todo.

Pocas horas después de que Jordan fuera ingresado en el hospital austriaco, su jefe se presentó en persona para encargarse de trasladarlo a Alemania. Tuvieron que practicarle una operación para sacarle la bala que se le había alojado en la espalda, el mismo médico dijo que había sido un milagro que hubiera estado allí sin tocar ningún órgano vital ni la médula espinal.

—No te preocupes, Lauren. Saldrá de ello —le había dicho aquella misma mañana

—. Este hombre es demasiado terco como para morirse así como así.

—Ya lo sé.

—¿Estás dispuesta a volver a casa?

—¿Ahora?

—Quiero decirte que puedes irte cuando quieras. Oficialmente, tu misión ha terminado, y debo decirte que has hecho un trabajo excelente.

—Gracias, señor.

—¿Entonces? ¿Te irás?

—Pero, ¿y Jordan?

—¿A qué te refieres?

—¿Cuándo podrá volver él a casa?

—El cirujano no ha dicho nada al respecto.

—En ese caso, señor, si no tiene inconveniente, me quedaré aquí hasta que nos podamos marchar juntos. Verá... empezamos esto juntos, y yo creo que debemos terminarlo también juntes.

—Entiendo —repuso él pensativo—. Me parece un gesto muy profesional de tu parte. Tal y como los vi al principio, me dio la impresión de que no se llevaban demasiado bien, y que estarían deseando separarse cuando la misión hubiera terminado.

—Oh, no, señor. Jordan y yo nos hemos hecho buenos amigos.

—¿Amigos? —repitió Mallory mirándola con gesto inquisitivo—. Un hombre no tiene normalmente demasiados amigos, ¿verdad?

Lauren sonrió.

—Yo creo que podremos volver a casa no más tarde de la semana que viene. ¿Le parece bien, señor?

—Sí.

Una semana más tarde, el médico dio el permiso para que Jordan fuera trasladado en un avión militar a otro hospital ya en los Estados Unidos. De alguna manera, Mallory lo arregló todo para que ella pudiera acompañarlo.

—¿En dónde estamos? —preguntó Jordan con un hilo de voz.

—En el hospital Walter Reed.

—¿Cómo llegué hasta aquí?

—Hemos venido en avión desde Alemania.

—¿Alemania? Pero, ¿no se suponía que estábamos en Austria?

—Estuvimos en Austria, sí, pero después fuiste trasladado en avión a Alemania.

Allí te sacaron la bala de la espalda y luego nos trajeron aquí.

—Ah —Jordan permaneció unos momentos callado, como sopesando su situación, y finalmente preguntó—: ¿Qué estás haciendo aquí tú?

—Proteger a las enfermeras de ti —respondió ella con una sonrisa.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que a veces puedes resultar insoportable.

—Por favor, dime algo que yo no sepa aún.

Ella lo contempló un momento sin decir nada, y luego añadió con dulzura:

—A veces puedes ser un amor.

—Ah, ¿sí? ¿Y eso quién lo dice?

—Yo lo digo.

—¿Y tú qué sabes?

—Sé que me alegro mucho de que ya estés mejor.

Jordan le apretó la mano que le tenía tomada.

—Yo también me alegro de estar mejor, porque ya estaba empezando a cansarme de estar dormitando siempre. Oye, Lauren...

—¿Dime?

—Todavía no te he dado las gracias por haberme salvado la vida.

—No digas tonterías.

—También me acuerdo ahora que me dijiste que demostrara lo valiente que era.

—¿Te acuerdas de eso?

—Sí, me lo he estado repitiendo durante el día.

—Estaba asustadísima cuando te lo dije. Pensaba que podías morir.

—Yo también.

—Jordan, gracias por arriesgar tu vida por ir a buscarme.

—Estaba cumpliendo con mi trabajo.

—Ah.

—No podría haberte dejado allí, ¿sabes? Mi deber era volver a buscarte.

—Claro. Ya me lo figuro.

Jordan le tomó la mano y entrelazó los dedos con los suyos.

—Eres una mujer muy especial, ¿sabes?

—No sé.

—Nunca te olvidaré.

Lauren tuvo entonces la certeza de que aunque le resultaba difícil olvidarla, iba a intentarlo, sin ninguna duda.

—Yo tampoco te olvidaré a ti —respondió haciendo un esfuerzo por guardar la compostura.

—Seguro que no me olvidarás, porque te has visto metida conmigo en la peor pesadilla de tu vida.

—No —respondió ella sacudiendo la cabeza enérgicamente.

Jordan sonrió.

—No puedo explicarme cómo has estado tanto tiempo en este hospital. Cada vez que levantaba la cabeza, tú estabas a mi lado.

Lauren comprendió con todo el dolor de su corazón que Jordan ya no la quería a su lado, y que no sabía de qué manera decírselo para no herir sus sentimientos.

—Me quedé para asegurarme de que te curabas, nada más. La verdad es que el señor Mallory quiere que vuelva al trabajo lo antes posible.

—Muy propio de él —murmuró Jordan.

Lauren sabía que si no salía rápidamente de allí iba a romper a llorar en cualquier momento. Había sido una tonta. ¿Qué esperaba? ¿Su eterna gratitud? ¿O quizá una proposición de matrimonio?

—¿Quieres que te traiga algo? —le preguntó con la voz más alegre que pudo simular.

Jordan la contempló pensando en lo hermosa que era. Se preguntaba cómo había podido pasarse toda la vida sin ella. Estaba impaciente por ponerse bien del todo y confesarle sus sentimientos de una vez. Tenían que hacer tantos planes juntos... El ya no era ningún niño, y si querían formar la familia de la que habían hablado, tendrían que empezar cuanto antes. Sonrió al pensarlo.

—Gracias. Ahora mismo no necesito nada —respondió, deseando haber tenido las fuerzas suficientes para abrazarla y besarla.

—Entonces, si no te importa, me voy.

—¿Lauren?

—¿Sí?

—¿No me das un beso de despedida?

Lauren cerró los ojos un momento y luego lo miró haciendo un esfuerzo.

—Sí.

Se inclinó sobre la cama y lo besó suavemente en los labios.

Cuando se marchó, Jordan se quedó en la cama, esperando impacientemente su regreso. Pero Lauren no iba a volver.