Capítulo Cinco
Lauren volvió al dormitorio completamente derrotada; las cosas se habían sucedido con demasiada rapidez. Su existencia, hasta entonces tranquila y ordenada, parecía haber estallado aquella mañana junto con el coche bomba que los despertó.
Lauren se dejó caer al borde de la cama y miró la pared que tenía enfrente sin ver.
Hasta entonces su vida era gobernada por la lógica de su pensamiento. ¿Qué había ocurrido de pronto?
Desde muy pequeña, Lauren Mackenzie había sido tratada como un bicho raro por sus maestros y compañeros de clase. Lo que a ella le resultaba fácil, para otros era difícil. Cuando salió de la escuela secundaria, Lauren llevaba firmemente asentada en la cabeza la idea de que, aunque los chicos fueran simpáticos con ella, sobre todo cuando querían que les ayudara a hacer las tareas, ninguno se enamoraba ni se sentía especialmente atraído hacia ella. En conclusión; no era ninguna maravilla para los hombres.
Como es natural, sus padres habían tratado de convencerla de que no era así, pero Lauren continuó pensando lo mismo mientras estudiaba en la universidad, puesto que la evidencia decía otra cosa. Cuando fue contratada por la agencia para desempeñar su actual trabajo, Lauren se resignó definitivamente a permanecer soltera ya para siempre, y dio el asunto por zanjado. Como no podía hacer nada por ser una persona distinta de la que era, se olvidó de ello. Elegía la ropa que le gustaba por la comodidad, y no para estar guapa, y en cuanto a sus amistades, buscaba personas que le interesaran de verdad, y no contactos para subir en su carrera.
El hecho de que el señor Mallory se acercara a ella para solicitar su ayuda la sorprendió bastante, pero todavía había de sorprenderse más cuando le explicaron lo que se esperaba de ella. ¿Pretendían que ella se hiciera pasar por la mujer de alguien?
Era para morirse de risa, elegir precisamente a ella para una cosa así. La siguiente sorpresa fue conocer a Jordan y descubrir que estaba verdaderamente enfadado por su culpa, en concreto por el papel que debía desempeñar. Ella, al principio lo miró con admiración, porque nunca había conocido a ningún hombre que se ganara la vida como él. Pero la reacción siguiente fue de desagrado, provocada por su actitud negativa e incluso grosera para con ella. Lo que no esperaba era lo que pudo descubrir después, con el tiempo: su sentido del humor y su vulnerabilidad.
En cuanto descubrió la sensibilidad que él tan celosamente guardaba a los ojos del mundo exterior, se sintió más cercana a él. Y es que en el fondo se parecían, porque ambos guardaban celosamente su intimidad fuera del alcance de las personas que los rodeaban, mientras que en apariencia se esforzaban por ser los mejores en su trabajo.
Aquella mañana, Lauren había querido instintivamente acercarse a Jordan para demostrarle que lo comprendía. Lo que había venido después, la desmesurada reacción de los dos, había sido una explosión mucho más fuerte que la de la bomba al pie de su ventana.
Jordan se sentía atraído fácilmente por ella, en eso no había duda. Con sus caricias delicadas y tiernas le había hecho descubrir una parte desconocida de su naturaleza; su capacidad de sentir y de entregarse. Era como si de pronto, en medio de una fiesta de carnaval, él se hubiera quitado la máscara descubriéndole así su verdadero rostro.
Por vez primera caía en la cuenta de que eran mucho más parecidos de lo que se había imaginado en un principio. Había encontrado su media naranja, como vulgarmente se dice.
Así que esto es lo que se siente, se dijo mientras miraba la cama revuelta. De pronto se le vino a la mente una escena de la infancia. Ella, muy pequeña, contemplaba a su madre mientras trajinaba en la cocina, y le preguntó:
—¿Cuánto tiempo hacía que conocías a papá cuando te diste cuenta de que estabas enamorada de él?
Hillary Mackenzie sonrió con aquella sonrisa especial que asomaba a su rostro cuando pensaba en su marido.
—No tanto como le hizo falta a él para darse cuenta de lo que sentía por mí.
—¿Cómo se conocieron?
—Tu padre formaba parte de un grupo de hombres que iban de granja en granja ayudando en la siega. Un buen día llegaron a la granja de mi padre.
La pequeña Lauren suspiró.
—Entonces fue amor a primera vista.
—No, qué va. Al principio yo pensaba que era el hombre más desagradable que había conocido en mi vida. Además, parecía tener una habilidad especial para hacerme la vida imposible. No sabes lo que me hizo sufrir ese verano.
—¿Y cuándo cambiaste de opinión?
Su madre permaneció un momento callada, mirando por la ventana, como perdida en los recuerdos.
—A pesar de los años todavía recuerdo con toda claridad el momento exacto en el que supe que amaba a Matt Mackenzie. El sol se estaba poniendo y los hombres volvían a pie de los campos, sucios y sudorosos. El se había quedado solo, detrás de los demás. Entonces fue cuando lo vi caminar solitario, por el camino serpenteante, con el sol a la espalda. A la vista no era más que una silueta. Lo reconocí por su manera de andar —continuó Hillary con expresión ausente—, por su manera de llevar la cabeza alzada, con orgullo, siempre tan dueño de sí mismo. No sé, hija, no puedo explicártelo, pero al verlo así, viniendo hacia mí, en aquel mismo momento, supe que lo amaba, y que siempre lo amaría, pasara lo que pasara.
—¿Y entonces qué ocurrió? —preguntó Lauren, muerta de curiosidad.
—Nada.
—Anda, mamá, no me digas eso. Algo tuvo que pasar para que al final terminaras casándote con él, ¿no?
Hillary sonrió.
—Aquel verano me casé con él.
—¿No le dijiste lo que sentías?
—No había necesidad. Yo creo que él notó el cambio que se había operado en mí, porque antes de aquello yo siempre me enfadaba con sus bromas, pero a partir de entonces me reía como una loca. También empecé a hablar más con él, en lugar de evitarlo. Le preguntaba por sus cosas porque había empezado a interesarme.
—¿Y entonces?
—Entonces el verano se terminó, y él se marchó a Pennsylvania, a la universidad.
—¿Y cómo se las arreglaron para volver a verse?
—El empezó a escribirme cartas y yo le contestaba. Después, en las vacaciones de primavera, vino a verme a Nebraska, y entonces supe que yo era algo más que una amiga para él. Sin embargo, él aun no se daba cuenta de lo que sentía.
—¿Te lo dijo?
—No, ni soñarlo. Matt nunca hablaba en serio, era dificilísimo atraparlo. Yo creo que los hombres a veces tienen dificultades para expresar sus sentimientos.
—¿Y cuándo se te declaró?
—No se declaró.
—¡Mamá! —exclamó Lauren asombrada.
—Lo único que hizo fue empezar a escribirme cartas con frases como: "cuando nos hayamos casado" o "llamaremos a nuestra primera hija Margaret Ann, como mi abuela materna", o "espero que te guste la idea de vivir en Pennsylvania, porque me han ofrecido un puesto bastante bueno para después de que me gradúe".
Lauren se echó a reír.
—Me parece muy propio de papá.
Hillary asintió.
—Sí. Después, cuando un buen día me escribió preguntándome si me importaría casarme con él en junio, porque ya había terminado en la universidad, le contesté que no, que no me importaba en absoluto.
—¿Y nunca te dijo que te quería?
Hillary sonrió con aquella sonrisa especial.
—No hacía falta que dijera nada, cariño, porque se pasaba la vida demostrándomelo.
—Sí, se nota que te quiere, ¿verdad, mamá?
—Claro que se nota, hija.
Mirando la almohada de la cama del hotel de Viena, Lauren recordó aquella conversación como si la volviera a revivir.
¿Y cómo sabe uno cuándo está enamorado?
Ella lo había sabido de inmediato, al ver aquel destello de vulnerabilidad en los ojos de Jordan; lo amaba y lo amaría siempre, por eso se había entregado a él sin ninguna reserva. La cuestión era qué iban a hacer a partir de entonces. Lauren, como persona realista, no esperaba ni mucho menos que él se enamorara de ella sólo porque ella lo deseaba así.
Además, apenas tenían nada en común, por lo menos en lo referido a cuestiones fundamentales. Lauren, aunque nunca había tenido la idea de casarse, muchas veces había pensado con agrado en la posibilidad de tener un niño o dos a los que cuidar y dedicar su amor. Sin embargo, Jordan había dejado muy claro lo que pensaba acerca de los niños. Su manera de vivir no se adaptaba en absoluto a la vida hogareña y tranquila de una familia con hijos. Por muchos esfuerzos que hiciera, le resultaba imposible imaginarlo recortando el césped, o podando un arbusto o enseñando a un niño a montar en bicicleta.
En aquel momento se abrió la puerta del cuarto de baño y Lauren sintió simultáneamente el inconfundible aroma de la loción de afeitar de Jordan.
Lauren no se percató de que todavía llevaba puesta la bata y se quedo mirándolo, ensimismada.
—Siento haber tardado tanto.
Ella hizo un esfuerzo por sonreír.
—No te preocupes, yo me daré prisa —dijo apresuradamente, dirigiéndose hacia el baño.
El la detuvo colocándole la mano en el brazo.
—¿Lauren?
Ella lo miró a los ojos.
—¿Sí?
—Quería decirte a propósito de lo que pasó antes que...
—¿Sí?
A Jordan se le hacía tremendamente difícil hablar con aquel par de ojos claros clavados en su persona.
—Pues que lo siento. No pretendía aprovecharme de la situación...
—No te has aprovechado. Parece que has olvidado que quien empezó fui yo. Me imagino que te va a costar trabajo volver a confiar en mí, ¿verdad?
Jordan la miró sorprendido. Entonces, no sólo no estaba enfadada, sino que también se dedicaba a gastar bromas al respecto. El quebrándose la cabeza, abrumado con la seriedad de la situación, y de pronto descubría que Lauren no le concedía ninguna importancia.
—Pues sí, un poco me va a costar —respondió mirándola de cerca.
—Perdóname si te he colocado en una situación violenta—se disculpó ella en voz baja.
—¡No, ni mucho menos! Lo que pasa, en todo caso, es que se trata de una situación un poco extraña. Tenemos que pensar... —se detuvo, recordando que debía andar con cuidado en aquello que decía y añadió—: Bueno, mejor hablamos luego.
Ahora vístete.
Lauren se metió en el cuarto de baño, pero antes de cerrar la puerta asomó la cabeza y dijo:
—Yo creo que no hay nada de qué hablar. Al fin y al cabo, no ha ocurrido nada.
Jordan se quedó mirando la puerta un momento después de que hubiera desaparecido y luego se puso a revolver en su maleta, pensando que a pesar de las apariencias, aquella mujer no tenía nada de Miss Inocente, como creyera en un principio.
Terminó por apartar sus ideas absurdas y se puso una camisa y unos pantalones, esperando a que ella saliera. Aquello era verdaderamente como estar casado.
Cuando llegaron al vestíbulo lo encontraron lleno de gente arremolinada en grupitos en los que se hablaba agitadamente. Afuera, un cordón policial se encontraba junto a la puerta mientras una serie de hombres se encargaban de despejar la acera de cristales rotos y otros materiales caídos.
Jordan llevó a Lauren tomada del brazo hacia el comedor del hotel, donde en ese mismo momento estaban empezando a servir los desayunos.
Cuando se acercaron solos después de que el camarero les hubiera servido, Lauren preguntó:
—¿Qué vamos a hacer ahora?
Jordan tomó un sorbo de café antes de contestar.
—Tendré que conseguir otro coche, y después me temo que vas a tener que empezar a desempeñar la misión que te toca.
Lauren lo miró una fracción de segundo con los ojos desmesuradamente abiertos y después asintió sin vacilar.
—De acuerdo.
—¿No quieres preguntarme antes qué es lo que tienes que hacer?
—No necesito preguntártelo.
Aquella reacción tranquila, que demostraba una confianza absoluta en él, lo puso un tanto nervioso.
—Hasta ahora no he tenido problemas para desenvolverme porque hablo alemán, pero en cuanto entremos en Checoslovaquia voy a empezar a necesitar tu ayuda.
Lauren sonrió.
—De acuerdo.
—¿Tú conoces los idiomas eslavos que hablan en Checoslovaquia, no?
—Los he estudiado, sí. En estos últimos años apenas los he practicado, pero estoy segura de que nos las arreglaremos.
No había transcurrido una hora cuando ya se encontraban en camino hacia Checoslovaquia, concretamente a la zona norte de Brno. Jordan no había anulado la reservación de su habitación en el hotel de Viena, pero antes de irse había dejado caer la información de que se marchaban a hacer una excursión por el campo y que no descartaba la posibilidad de quedarse a dormir en algún pueblo.
El trayecto resultó muy agradable para Lauren, que escuchaba con atención lo que Jordan le contaba de sus anteriores misiones en Europa. También le estuvo haciendo algunas indicaciones acerca de cómo debía comportarse una vez al otro lado de la cortina de acero, tanto en condiciones normales como si se presentaba algún problema.
—Tengo un contacto en Brno que podrá ayudarnos. Es un individuo que siempre está al tanto de lo que ocurre en la ciudad. Si Frances Monroe se encuentra allí, lo sabrá.
A medida que se acercaban a la frontera, la conversación iba languideciendo.
Había llegado el momento de actuar de verdad.
Lauren se encontraba muy a gusto en el papel de la esposa de Jordan. No tenía ningún miedo; lo amaba de verdad, y por lo tanto no tenía que fingir demasiado.
Jordan, por su parte, deseaba en aquel momento, más que en ningún otro, haberse encontrado solo, pues no sabía a ciencia cierta qué podía esperarlos.
Mallory había sido muy prudente al recomendarles que mantuvieran sus verdaderos nombres y actividades. Jordan estaba acostumbrado a hacerse pasar por un representante de ventas de Chicago, así que se encontraba como pez en el agua en ese papel. Se suponía que él y su mujer estaban pasando las vacaciones en Europa.
Tenía planeado decir que tenían unos amigos de Chicago que les habían dado la dirección de algunos familiares de Brno, en caso de que le preguntaran. Si no hacía falta, se limitaría a decir que le interesaba conocer la ciudad porque le habían hablado de su gran actividad artesanal, lo que encajaba perfectamente con su papel de vendedor.
Tardaron muy poco en pasar la frontera. Revisaron el coche y la maleta y leyeron cuidadosamente su documentación. Después de aquella inspección rutinaria, les permitieron la entrada sin ningún problema.
—Yo creo que ha sido muy útil que tú hablaras el idioma de ellos —comentó Jordan cuando se alejaban de la aduana—. También ha ayudado que dijeras que tu abuela nació en Pizen.
—Eso es verdad —observó Lauren.
Jordan la miró con sorpresa.
—¿Cómo es que no me lo habías dicho antes?
—No se me había ocurrido.
—¿Tienes muchos secretos más que revelarle a tu marido? —preguntó él con una sonrisa.
—No, nada interesante.
Mientras continuaban el camino, Jordan pensó en aquello. Probablemente, Lauren no sabía lo equivocada que estaba, ni podía imaginarse que todo lo suyo, por el simple hecho de serlo, le interesaba mucho. En Lauren se conjugaba una mezcla tan asombrosa de inocencia y sofisticación, inteligencia e ingenuidad, que resultaba imposible prever sus reacciones. Estar con ella era una sorpresa constante. Sus pensamientos, traicioneros, comenzaron a vagar en aquella dirección, trayendo a su memoria las sensaciones experimentadas aquella mañana, cuando la había tenido entre sus brazos, sintiendo su cuerpo palpitante y el calor de su boca. No le quedaba más remedio que reconocer que en lo concerniente a ella, su fuerza de voluntad no tenía nada que hacer.
En el hotel en el que fueron a hospedarse encontraron un ambiente que se notaba diferente al de Viena. Allí fueron recibidos sin pizca de amabilidad, entre miradas recelosas y llenas de desdén. Cuando por fin llegaron a su dormitorio, Lauren ya no pudo disimular ni un momento más que estaba temblando. Jordan cerró cuidadosamente la puerta después de despedir al botones, y luego contempló la habitación como si buscara micrófonos ocultos.
—Bueno, querida —dijo al fin en voz muy alta—, por fin estamos aquí. ¿No estás contenta?
Lauren lo miró pensando que había perdido la cabeza. Entonces Jordan se acercó a ella; la rodeó con los brazos y le susurró disimuladamente al oído:
—Contesta, por favor.
—Sí, amor, cómo no voy a estar contenta. Lo que pasa es que el viaje me ha cansado, nada más.
—¿Y no te gustaría dar un paseo por la ciudad, ya que estamos aquí?
Sabiendo que debían empezar la búsqueda lo antes posible, Lauren sacó fuerzas de flaqueza y contestó con una enorme sonrisa:
—Claro que sí. Puede ser divertido.
Jordan sonrió a su vez, mientras le susurraba: "buena chica". Se inclinó a besarla, con la intención de que fuera un gesto amistoso, fraternal, sólo para darle ánimos. Lo que no esperaba era que ella fuera a responderle con la pasión con que lo hizo, entregándose sin ninguna reserva. Aquel beso apasionado y lleno de deseo tuvo la virtud de hacer olvidar a Jordan todos sus buenos propósitos de antes... la boca de Lauren era demasiado dulce.
Sus labios se encontraron en un apasionado juego amoroso. Cuando por fin se separaron, los dos temblaban, sin aliento.
—¿Estás tratando de distraerme? —preguntó Jordan con un hilo de voz.
A ella le brillaban los ojos de malicia.
—Ah, ¿lo estoy consiguiendo?
—¿Te das cuenta de que te estás metiendo en un lío?
—Sí. ¿Y qué pasa?
La frivolidad de sus palabras contrastaba vivamente con el temor que se adivinaba en sus ojos; Jordan se percató en seguida. Empezó a temer de pronto que se estuviera enamorando de él de verdad. Aquello era lo peor que podía pasarles, sobre todo en una situación tan arriesgada como en la que estaban metidos. Sin embargo, existía algo entre ellos, porque lo que estaba claro era que no podía alejarse de aquella mujer y olvidarla así sin más ni más.
Pero aquel momento no era el adecuado para ponerse a resolver el problema de su atracción mutua. Lo que hizo fue abrazarla y decir en tono afectado, dirigiéndose a quien pudiera estar escuchándolos:
—No hemos hecho un viaje tan largo para pasarnos todo el tiempo en la cama,
¿verdad?
Le acarició aquellas mejillas que eran suaves como el terciopelo, y sintió unos deseos casi irrefrenables de poseerla y amarla centímetro a centímetro.
Pero, ¿qué estaba pensando? ¿Amarla? Para él el amor era un mito, algo desconocido. Sí, era cierto que con Lauren sentía algo especial, intenso, pero no se había molestado en ningún momento para identificarlo. De cualquier modo, en aquel instante, por mucho que deseara hacerle el amor, era más importante velar por su seguridad y mantenerla a salvo.
—Vámonos —le dijo bruscamente, tomándola de la mano.
Pasaron aquella tarde como dos típicos turistas. En su paseo encontraron algunas personas del lugar que se mostraron dispuestas a charlar, y así Lauren tuvo ocasión de practicar el idioma.
Después de algunas preguntas y averiguaciones, lograron por fin encontrar al hombre que estaban buscando en una pequeña trastienda. En cuanto vio entrar a Jordan, fue hacia él y lo abrazó efusivamente.
—Me alegro mucho de volver a verte, Jordan —le dijo en un inglés fluido.
—Yo también me alegro de verte a ti, Stefan —dicho aquello, se volvió hacia Lauren, que se había quedado detrás, y la hizo avanzar tomándola de la mano—. Te presento a mi mujer, Lauren.
Stefan se echó a reír.
—Amigo mío, por supuesto sabía que, cuando te casaras tenía que ser con una mujer tan hermosa como ella. Me alegro de conocerte. Ah... me doy cuenta de que eres un poco tímida —comentó al sentir el débil apretón de manos de Lauren cuando se saludaban.
Lauren se puso roja como una amapola, mientras Jordan decía:
—Te aseguro que no siempre es igual de tímida, Stefan.
Lo dijo con orgullo, con el tono posesivo que habría utilizado un marido auténtico.
—Bueno, bueno, siéntense —dijo Stefan—. Siento mucho tener que recibirlos en un lugar como este, pero es cuestión de seguridad. Tengo que tener cuidado de con quién me ven hablando.
—Te agradezco mucho que te hayas tomado la molestia de organizar esta entrevista, Stefan. De verdad.
—Lo hubiera hecho de todas formas, Jordan, porque tenía muchas ganas de volver a verte. No sabes cuánto me alegro de saber que eres tan feliz —agregó mirando con una sonrisa a Lauren—. Pero bueno, esto no se trata simplemente de una visita amorosa, ¿verdad?
—En efecto, este viaje se debe a otros motivos. ¿Te has enterado de qué hace unos días desapareció en Viena la mujer de un funcionario americano?
Stefan fijó la mirada en el suelo durante unos segundos, y después contestó:
—¿Una mujer alta, atractiva, esbelta, con el cabello rojizo?
—¿Acaso la has visto? —preguntó Jordan con ansiedad.
—No, pero he oído una noticia que yo creo que no puede encajar con la verdad.
—¿De qué se trata?
—Se ha dicho que una turista que andaba por aquí de viaje se enfermó repentinamente. Fue trasladada al hospital que hay a las afueras de la ciudad, pero no está siendo atendida por el personal regular del hospital, porque según parece tiene un médico y una enfermera particulares.
—Esa podría ser la mujer que buscamos —observó Jordan pensativo—. ¿Tú crees que hay alguna posibilidad de que podamos verla?
—¿Tú y quién más? ¿Qué no has venido solo?
—Iríamos Lauren y yo.
—Hasta que no me entere no puedo decirte nada. Si te puedo adelantar que será difícil, pero no imposible.
Jordan se echó a reír.
—Contigo, Stefan, no hay nada imposible.
—Eres muy amable, amigo. Dame un poco de tiempo, y cuando sepa algo me volveré a poner en contacto contigo.
—¿En dónde nos podemos ver?
—Mañana, a eso de las doce del mediodía, ven a esta misma tienda. Te dejaré un mensaje. Ya veremos lo que se puede hacer.
Jordan salió de allí pensativo y ceñudo. Subieron al coche en silencio, y al cabo de un momento, Jordan lo paró enfrente de una tienda de ropa.
—Espera un momento—le dijo.
Al cabo de diez minutos salía de la tienda cargado con un paquete.
—¿Qué es esto? —le preguntó Lauren.
—Es un sombrero de ala ancha. Tendrás que ponértelo si conseguimos entrar en la clínica.
—Tienes un plan entre manos, ¿verdad?
—Todavía no estoy muy seguro, pero puede ser que funcione.
Jordan no había arrancado el coche. Estaba sentado, muy rígido, con el volante agarrado entre las manos, mirando ante él.
—¿Qué te pasa? —preguntó Lauren alarmada.
El la miró con un suspiro.
—No me gusta nada que te tengas que ver involucrada en esto.
—Pero ya lo estoy, desde el principio.
—Sí.
—Entonces, ¿qué es lo que tienes en la cabeza?
—No puedo arriesgarme a sacar a la señora Monroe de la clínica, en caso de que sea ella, claro, sin arriesgarme a que surja un montón de complicaciones. En cuanto noten su ausencia, pondrán controles policiales en todas las fronteras.
Lauren asintió, comprendiendo de inmediato lo que intentaba decirle.
—Así que tendrás que dejarme a mí allí en su lugar —observó con calma.
—Por ahora esa es la única idea viable que se me ha ocurrido, pero necesito pensarlo más despacio.
—A mí me parece una idea excelente. Ella puede abandonar el país haciéndose pasar por mí. Si mi maquillaje y mi peinado han resultado tan perfectos como el señor Mallory esperaba, no habrá ningún problema.
—Sí, eso es lo mismo que pensaba Mallory. Pero eso supone dejarte en manos de los secuestradores de la señora Monroe, ¿te das cuenta?
—Ya lo sé.
—No estoy seguro de ser capaz de hacer una cosa así.
—No queda otro remedio. De hecho, yo estoy aquí para eso.
Jordan golpeó el volante suavemente con los puños.
—No me gusta esto.
—Como comprenderás a mí tampoco me emociona.
—Puedo hablar mañana con Stefan, a ver si a él se le ocurre alguna otra idea.
—Quizá él pueda ayudarme a salir de la clínica después.
—En cuanto pueda dejar a la señora Monroe a salvo, volveré por ti.
—Pero no puedes hacer eso. Supondría un riesgo innecesario para ti...
—Al diablo. Si te dejo aquí, volveré a buscarte, caiga quien caiga, así que ya lo sabes.
—Pero no vamos a poder cruzar la frontera...
—Legalmente no, pero ya nos las arreglaremos por otros medios.
—Jordan, estoy muy segura de que al señor Mallory no le va a hacer ni pizca de gracia que tú te arriesgues...
—Me tiene sin cuidado lo que piense Mallory al respecto. Él es quien te reclutó para esta misión, así que no tendrá más remedio que aceptar el hecho de que yo no me voy a sentir tranquilo hasta que no te deje sana y salva en tu casa, que es donde debes estar.
Lauren lo miró detenidamente, pensando que sí, estaba asustada, y que tenía todos los motivos para estarlo. Desde el principio había sabido que la misión que le esperaba era peligrosa, pues al ser una posible sustituía de la señora Monroe, podía ser detenida en cualquier momento acusada de espía. Sin embargo, no había por qué pensar aún en aquella solución drástica, cuando aún les quedaba la oportunidad de escapar.
Sentía con toda claridad que Jordan estaba furioso, pero no era una furia como aquella de la que había hecho gala aquel día en el despacho de Mallory. Lo que ahora le preocupaba era ella.
Y mientras tanto, Lauren pensaba en el peligro que correría él al intentar cruzar la frontera con la señora Monroe. Se estremecía al pensar en la posibilidad de que algo fallara.
Jordan puso el coche en marcha y se dirigieron hacia el hotel en silencio.