Capítulo Siete

Lauren y Jordan dieron un par de vueltas al parque tomados de la mano como una pareja de enamorados que pasean disfrutando del sol y el paisaje. Jordan le susurraba cosas al oído haciéndola ruborizar mientras recorrían todos los rincones con la mirada, buscando disimuladamente a Stefan. Una de las veces, pasó junto a ellos un anciano cojo, que se servía de un bastón para caminar, y los saludó con un movimiento de cabeza. Jordan tardó algunos segundos en relacionar aquel rostro que le resultaba extrañamente familiar. Cuando cayó por fin en la cuenta, se echó a reír a carcajadas.

—¿Qué es lo que te hace tanta gracia? —preguntó Lauren extrañada.

—Es que se me había olvidado lo aficionado que es Stefan a los disfraces.

Ella miró a su alrededor.

—¿En dónde está?

—Da lo mismo. Vamos a sentarnos en algún banco y aparecerá en seguida.

Al cabo de un cuarto de hora, el mismo viejecillo cojo se sentó a su lado, tal y como Jordan había previsto. El continuó hablando y mirando hacia Lauren, pero sus palabras no iban dirigidas a ella.

—Por lo menos podrías haberme avisado de que esto iba a ser una fiesta de disfraces.

—Es igual —murmuró el otro tan bajito que parecía que estaba hablando consigo mismo—. Creía que ya conocías este camuflaje.

—¿Hay algo nuevo? .

—Sí. La información que tenía era correcta.

—¿Podemos entrar?

El hombre buscó en su bolsillo y sacó una bolsita de cacahuetes. Arrojo uno al suelo, y al cabo de un momento una ardilla bajó de un árbol vecino y se lo llevó en un abrir y cerrar de ojos.

—Será arriesgado, pero sí podemos.

—¿Cómo?

—He hecho lo necesario para que la enfermera se reúna con su amante unos cuantos minutos alrededor de las cinco. A esa hora todavía están permitidas las visitas. Tu mujer y tú se mezclarán entre la gente que va a ver a sus familiares. Les he dibujado un mapa del edificio. Está metido en este envoltorio de periódicos que he dejado aquí en el banco, a mi lado. Una vez dentro de la clínica, tendrán que entrar en el ala opuesta. La habitación está señalada. No tardarán mucho.

—¿En qué condiciones se encuentra ella?

—De eso no me han podido decir nada.

—En caso de que Lauren se quede en su lugar hasta que yo pueda sacar a la mujer del país, ¿hasta qué punto podrás protegerla?

—La protegeré en lo que sea necesario.

Jordan se dio cuenta de que aquel dato era el que había estado esperando con mayor ansiedad. Incluso así, cabían muchas posibilidades de que el plan no saliera adelante. En cualquier caso, si lograban llegar hasta la señora Monroe, conseguirían más información para poder decidir qué convendría hacer.

—¿Te veremos?

—Yo estaré allí, pero ustedes no me verán —dijo Stefan mirando una ardilla que en aquel momento estaba huyendo.

Jordan se inclinó sobre Lauren y la besó.

—Estaremos allí a las cinco.

Dicho aquello, se levantó, tomando distraídamente el envoltorio y agarrando a Lauren del brazo como cualquier amante ansioso de soledad.

Ninguno de los dos miró hacia atrás, y el viejo del parque permaneció allí un buen rato tirándole cacahuetes a las ardillas.

Afortunadamente, aquella tarde la clínica estaba muy concurrida, y Lauren y Jordan pudieron mezclarse sin dificultad con la gente que entraba y salía. Ella llevaba puesto el sombrero que Jordan le había comprado el día anterior, y que le ocultaba completamente el rostro.

Una vez dentro, siguieron el pasillo hasta el final. Allí torcieron a la derecha y encontraron la escalera. Subieron dos pisos, y recorrieron otro pasillo hasta el final.

Siguiendo al pie de la letra las instrucciones de Stefan, Jordan probó la puerta de la habitación 301, y ésta se abrió. Miró dentro. Las cortinas estaban corridas, pero a pesar de la oscuridad, pudo distinguir el bulto de una mujer en la cama. Entonces tomó a Lauren de la mano, la hizo entrar y cerró la puerta. Se acercó a la cama y susurró:

—¿Señora Monroe?

La mujer torció la cabeza en su dirección.

—¿Es usted Frances Monroe?

Ella asintió y dijo con voz débil:

—Sí. ¿Quiénes son ustedes?

Jordan le agarró la mano que tenía extendida por encima de las sábanas.

—Me envía su marido, señora Monroe. Voy a sacarla de aquí.

—¿Trevor? —exclamó ella tratando de incorporarse—. ¿Está aquí Trevor? Gracias a Dios. Por fin se ha terminado esta pesadilla.

—Shhh... Por favor, no hable tan alto. Tenemos muy poco tiempo y vamos a necesitar su colaboración.

Ella asintió con ansiedad.

—Sí. Haré lo que usted me diga.

—¿Puede caminar?

—No estoy segura, porque me han tenido drogada muchos días, tantos que ya he perdido la noción del tiempo. Pero si hay que andar, andaré. Cualquier cosa con tal de salir de aquí.

Jordan le dio una palmadita en la mano y se volvió a Lauren.

—Quítate el sombrero y el vestido, de prisa —después, dirigiéndose a la señora Monroe, añadió—: Lauren se va a quedar aquí, suplantándola a usted, durante unas horas. El tiempo suficiente para que podamos sacarla del país.

—Pero en cuanto la vean se darán cuenta...

—Mientras la habitación permanezca a oscuras, no. En caso de que enciendan la luz puede protestar.

Lauren se dio cuenta de que había llegado el momento de la verdad. Tenía que hacer exactamente lo que se esperaba de ella, no importaba lo asustada que estuviera.

Ahora lo único que contaba era conseguir que la señora Monroe saliera de allí sana y salva.

Cuando estuvo completamente vestida, Jordan le dijo:

—Señora Monroe. Ahora se va a poner usted este vestido. Yo me volveré de espaldas, ¿de acuerdo?

Frances asintió. Le temblaban tanto las manos, que Lauren tuvo que ayudarla a ponerse la ropa. Una vez vestida y de pie, contempló con satisfacción que la mujer tenía su misma estatura y una constitución parecida. Afortunadamente, hasta ahí las cosas estaban saliendo según lo previsto.

—¿De qué color tiene los ojos? —le preguntó Lauren.

—Azules.

—Bien. Los míos son verdes tirando a grises; no creo que noten la diferencia. —

¿Por qué?

—Porque tendrá que salir del país usando mi pasaporte.

—¿Y entonces usted? ¿Cómo podrá salir después?

—Dentro de unas horas se reunirá usted con su marido, y entonces yo volveré aquí a buscar a Lauren.

Lauren se puso rápidamente el camisón de Frances y se metió en la cama.

—Ni siquiera sé su nombre —dijo entonces la mujer dirigiéndose a Jordan.

—Me llamo Jordan. Jordan Trent. Soy un gran admirador de su marido, señora Monroe.

—Estoy muy preocupada por él. Sabía que pasara lo que pasara, él se negaría a dar cualquier información.

—¿La han tratado bien?

—Sí. Solamente he visto a tres personas. Los dos hombres que nos obligaron a detener el coche en Viena y la mujer que está aquí siempre conmigo. ¿Cómo sabían que ella se iba a ir?

—Lo suponíamos. Bueno. Ahora nos tenemos que marchar —dicho aquello, se volvió a la cama y besó a Lauren prolongadamente—. No te preocupes. Volveré muy pronto.

Lauren asintió.

—Lo sé. Estoy segura.

Jordan entreabrió la puerta y se asomó. Al cabo de un momento se volvió a la señora Monroe.

—¿Está lista?

Ella asintió y le siguió fuera de la habitación.

Lauren se quedó sola, en medio de un silencio terrible. Intentó respirar hondo para tranquilizarse. No tenía que perder la calma, pues sabía que Stefan estaba cerca, protegiéndola. Y antes que tuviera tiempo de pensarlo, Jordan ya estaría de vuelta para llevársela.

Tenía que pensar eso y olvidarse de que cabía la posibilidad de que su plan no saliera adelante.

Cuando llegaron al piso bajo, Frances temblaba con tal violencia que casi no podía andar.

—Lo siento —gimió—, pero es que llevo muchos días en la cama. No me había, dado cuenta de lo débil que estoy.

Jordan le pasó un brazo por la cintura.

—No se preocupe, nos las arreglaremos. Usted finja que está llorando y apoye la cabeza en mi hombro. Así iremos hasta el coche.

—¿Y después qué haremos?

—Iremos al hotel, recogeremos las cosas y saldremos de aquí. Muy bien, lo está haciendo muy bien. Mantenga la cabeza apoyada en mí. Ah, y no se extrañe cuando la llame Lauren.

—Esa chica es muy valiente.

—Sí, lo es.

En cuanto llegaron al hotel, subieron a la habitación. Una vez dentro, Jordan le dijo con voz muy alta:

—Descansa un poco, cariño, a ver si se te pasa.

Cuando Frances lo miró con extrañeza, él se llevó un dedo a los labios, le quitó el sombrero de la cabeza y le indicó con un gesto que se acostara.

Ella miró a su alrededor y luego obedeció, mientras Jordan agarraba el teléfono y llamaba a recepción.

—Buenas tardes. Soy Jordan Trent, de la ciento quince. Llamo para decirle que mi mujer ha debido comer algo que no le ha sentado bien, y que ha decidido interrumpir momentáneamente el viaje y volver esta misma noche a Viena. Le agradecería que preparara nuestra cuenta cuanto antes. Sí, sí, por supuesto que lo comprendo. No hay ningún problema. Estoy seguro que no se trata de nada serio. Sí, hemos tenido una estancia muy agradable.

En cuanto colgó el auricular, Jordan corrió al cuarto de baño y recogió las cosas que tenía allí.

Al volver a la habitación, se encontró con que Frances había vuelto a cerrar los ojos. A la luz podía ver que era una mujer muy hermosa. Su piel clara y el cabello rojizo eran muy similares a los de Lauren.

Cuando hubo revisado por dos veces la habitación para asegurarse de que no se dejaba nada, cerró la maleta y se dirigió hacia la cama.

—¿Lauren?

Frances abrió los ojos, sobresaltada.

—¡Vaya! Ya he vuelto a quedarme dormida.

—No pasa nada.

La ayudó a salir de la cama, agarró la maleta y salieron de allí.

Al cabo de unos minutos se encontraban en la carretera, rumbo a la frontera de Austria.

—Es increíble la facilidad con que lo ha llevado a cabo todo —comentó Frances al cabo de un rato.

—Es mi trabajo —respondió él con una sonrisa.

—¿Trabaja usted rescatando a víctimas de secuestros?

—Sí, entre otras cosas.

—¿En dónde está Trevor? ¿Me espera en Viena?

—Voy a llevarla a una base militar americana. Su marido la está esperando allí.

—Pero... ¿ha estado todo el tiempo allí? ¿No volvió a casa en ningún momento?

Jordan la miró por el rabillo del ojo.

—¿Usted qué cree?

Ella sonrió.

—Conociendo a Trevor, lo que me extraña es que no haya venido a buscarme él mismo.

—Estoy seguro de que él habría querido, pero no podíamos correr ese riesgo. De hecho, yo creo que eso era lo que los secuestradores estaban esperando.

—¿Qué quiere decir?

—Pues mire, he estado pensando... en realidad no hemos tenido ninguna dificultad en localizarla. No me extrañaría nada que todo hubiera estado preparado para que la encontrara fácilmente.

—¿Cuánto queda para la frontera?

—Muy poco.

A continuación le dio algunas instrucciones de comportamiento, como que se dejara puesto el sombrero y que hiciera todo lo posible para estar tranquila y evitar así que los nervios la traicionaran.

El paso de la frontera entre Checoslovaquia y Austria fue tan poco problemático que casi resultó una decepción. Después del consabido examen de coche y equipaje, así como de pasaportes, les fue permitida la salida, sin ninguna pregunta.

Después, cuando ya llevaban recorridos varios kilómetros en silencio, Jordan se dio cuenta de pronto que la señora Monroe estaba llorando. Rápidamente detuvo el coche en el arcén, y la miró preocupado.

—Lo siento —murmuró ella con voz entrecortada—, ya sé que me estoy comportando como una niña, pero es que estaba tan asustada... y ahora, que por fin hemos pasado todos los peligros y estoy libre, yo...

Al final se le quebró la voz y rompió a llorar de nuevo, con más fuerza que antes.

—Señora Monroe, está usted en su derecho de llorar y patalear, si quiere, después de todo lo que ha pasado. Ha sido usted muy valiente en todo momento, y su reacción de ahora es no sólo normal, sino además muy saludable. Le hacía falta desahogarse.

Jordan sacó un pañuelo del bolsillo, se lo tendió, y después volvió a poner el coche en marcha.

Cuando por fin llegaron a la base donde la esperaba su marido, todo rastro de lágrimas había desaparecido del rostro de Frances Monroe. Estaba muy tranquila y serena, libre asimismo del efecto de las drogas. Jordan contempló divertido su paso acelerado cuando se dirigían al despacho destinado al senador Morgan.

La expresión del senador al ver a su mujer fue indescriptible. Como un rayo, echó a correr hacia ella y la levantó en el aire.

—¡Frances! ¡Dios mío, no puedo creerlo! ¡Estás aquí de verdad! ¿Estás bien, amor mío? Creía que iba a volverme loco. No sabía... si hubiera podido estar contigo...

Ella lo abrazó, riendo al escuchar sus palabras incoherentes.

—Descuida, que estoy perfectamente bien. La verdad es que esto ha sido una cura de reposo. Te aseguro que me han tratado como a una princesa. No, no me mires con esa cara de incrédulo, porque es verdad. ¿Cómo iba yo a mentirte?

Cuando por fin soltó a su esposa, el senador miró a Jordan como si acabara de percatarse de que había alguien más en la habitación.

—¿Es usted Trent? —preguntó dirigiéndose a él con la mano extendida.

—Sí —respondió Jordan estrechándola.

—Mallory me aseguró que usted era capaz de hacerlo. Y tenía toda la razón. Se merece un ascenso por esto, y le aseguro que no pararé hasta que se lo concedan.

—La verdad es que lo que más me gustaría serían unas buenas vacaciones sin interrupciones de ninguna clase.

—Me parece muy bien —convino el senador con una amplia sonrisa—. Creo que Mallory mencionó en algún momento que su mejor hombre estaba de vacaciones. Así que me temo que debió ser culpa mía esa interrupción, porque yo exigía lo mejor.

Jordan se encogió de hombros.

—Me alegro de haberle servido de ayuda. Y ahora, si me disculpan, debo irme.

Todavía me queda cierto trabajo que hacer antes de dar la misión por terminada.

—¿A qué se refiere? —preguntó el senador.

—Verás cariño, es que ha dejado allí a su mujer, haciéndose pasar por mí para evitar dificultades al pasar la frontera.

—¡Su mujer!

—Lauren Mackenzie —aclaró Jordan—. Es la mujer que se ofreció voluntaria para hacerse pasar por su esposa en caso de que fuera necesario. Al final así tuvo que hacerse, por ser el plan más viable.

—Yo no sabía que ustedes dos estuvieran casados...

—Según nuestros pasaportes, lo estamos. Usted estará enterado de que es un delito federal falsificar cualquier dato del pasaporte.

—Así es —murmuró el senador.

—Tengo que conseguir rescatarla esta misma noche, si puedo.

Trevor Monroe consultó su reloj.

—Con lo tarde que es ya, debería descansar un poco antes de volver a ponerse en camino.

—Sería mejor, pero no puedo perder ni un minuto. Y tendré tiempo de descansar cuando me den esas largas vacaciones que tanto merezco.

Dicho aquello, salió de la habitación. A sus espaldas oyó las risas del senador, y se sintió contento de que por lo menos una persona se alegrara de los progresos de la operación hasta el momento.

Jordan tenía la acuciante sensación de que debía reunirse con Lauren lo antes posible.