Capítulo Ocho
En la oscuridad de la habitación, Lauren perdió pronto la noción del tiempo.
Intentó por todos los medios no pensar en nada; no tenía nada que temer. Stefan estaba cerca. Ella confiaba en Stefan porque Jordan confiaba en él, no había otra razón. No había razón para aterrorizarse; todo estaba saliendo tal y como habían previsto.
Cuando escuchó que la puerta se abría tuvo que realizar un gran esfuerzo para mantener los ojos cerrados y la cabeza vuelta en dirección contraria. Fingió una respiración entrecortada y esperó. Al cabo de un momento la habitación se iluminó.
Alguien había encendido la lámpara de la mesita. Lauren se tapó el rostro con el brazo y murmuró:
—Esa luz me molesta.
Una voz de mujer le respondió en checo que tendría que aguantarse, porque iba a entrar una persona y no podía estar allí a oscuras.
Lauren se dio cuenta de que la enfermera le había hablado como quien sabe que no la entiende. Tenía, por lo tanto, un punto a su favor, y era que podía enterarse de lo que la enfermera estaba diciendo sin que ella lo supiera.
En aquel momento de tensión, un pensamiento absurdo se le vino a la cabeza: ¿Se habría dado cuenta Jordan de que no habían tomado ninguna precaución la noche y la mañana que habían estado juntos? Ella sí se había percatado, en el mismo momento, pero no dijo nada con la esperanza de quedar embarazada. Deseaba un hijo suyo porque sabía que nunca podría tener una relación estable con él, y un niño la ayudaría a soportar su ausencia. Sería una madre soltera contra viento y marea, aunque tuviera que enfrentarse con su familia en pleno.
En aquel momento, el silencio sepulcral de la habitación se rompió por unos golpes en la puerta.
—¿Quién es? —preguntó la enfermera en su idioma.
—Soy Anton.
La mujer le dijo que entrara. Lauren, siempre vuelta de espaldas, oyó que hablaban en voz baja al lado de la puerta, y aguzó el oído al máximo, intentando captar algo. Escuchó dos nombres de personas, y un par de lugares, y los guardó bien en su memoria. A continuación se enteró de que tenían la intención de trasladarla a otro sitio al día siguiente por la mañana. Aquello último la alarmó. ¿Qué iba a ocurrir si Jordan no llegaba antes?
Se repitió a sí misma por enésima vez que Stefan estaba allí y que no tenía por qué asustarse. Lo único que debía hacer era permanecer quieta, fingiéndose adormilada por las drogas y esperar.
Por fin se quedó dormida.
Jordan volvió a Checoslovaquia por una ruta muy diferente a la de acceso normal.
Afortunadamente, sus contactos en la frontera seguían allí, ocupados como siempre en hacer dinero del contrabando y del tráfico ilegal de personas. Cuando salió de la pequeña cabaña escondida en los bosques, cercana a la frontera, pero ya dentro de la zona checoslovaca, ni siquiera su madre lo habría reconocido. Iba vestido como un trabajador del país, con una ropa no demasiado limpia. El hombre que lo llevó en coche hasta la ciudad le dio algunas instrucciones.
—Tienes que estar de vuelta antes del anochecer. De lo contrario, no te garantizo que puedas pasar la frontera.
—Haré lo que pueda, Franz. Volveré con una mujer.
—¡No me digas! ¿Y te arriesgas tanto por una mujer? Te resultaría mucho más fácil buscarte otra.
Jordan se echó a reír.
—Es una filosofía interesante la tuya, pero me temo que no la comparto.
—Todas las mujeres son iguales.
—Mira, Franz, tengo que reconocer que yo antes pensaba como tú, hasta hace poco. Muy poco, cuando descubrí que estaba equivocado.
—Digas lo que digas, a mí nadie me quita de la cabeza que no se puede confiar en ellas.
—Pues yo te digo que confío tanto en esta mujer, que sería capaz de arriesgar mi vida por ella.
—No hace falta que lo jures, porque la vida ya la estás arriesgando.
—Es que ella hizo lo mismo por mí.
—Probablemente por razones diferentes, ¿a qué si no?
—¿A qué te refieres?
—Las mujeres son unas criaturas diabólicas. Nunca dicen lo que piensan, ni piensan lo que dicen.
Jordan se dio cuenta de que era inútil convencer a su amigo de lo contrario, y no lo intentó. ¿Para qué? Lo que le asombraba terriblemente era lo mucho que él había cambiado en su manera de pensar después de conocer a Lauren.
Cerró los ojos, que le escocían por falta de sueño. Estaba a punto de amanecer y todavía faltaban varias horas para llegar a Brno. Ya se había puesto en contacto con Stefan, y con un poco de suerte podría sacar a Lauren de la habitación antes que alguien se diera cuenta del cambio.
No sabía por qué, pero tenía la impresión de que no iba a ser tan fácil.
Eran casi las diez de la mañana cuando Jordan llegó a Brno. Había tenido suerte; después de que Franz lo dejara cerca de un almacén, un hombre que hacía el reparto diario en el pueblo con una camioneta se había ofrecido a llevarlo hasta allí. Por supuesto, Franz le había dado algunos billetes, explicándole en tono despectivo que aquel tipo era tan estúpido que ni siquiera entendía cuando se le hablaba.
Lo primero que hizo al llegar fue dirigirse a la tienda de sus reuniones con Stefan, pero allí le dijeron que nadie lo había visto desde el día anterior.
A Jordan aquello no le gustó lo más mínimo. Comenzó a recorrer la ruta de sus contactos habituales, hablando con cada uno pacientemente con la esperanza de que pudieran darle alguna pista de dónde encontrar a Stefan. No podía arriesgarse a presentarse en la clínica vestido así.
Lauren sintió una mano que le tapaba la boca, con tal fuerza que le impedía respirar. Intentó debatirse, pero fue en vano, porque alguien la sujetó. La habitación estaba negra como la boca del lobo, y ella temió morir sin tener la oportunidad de volver a ver la luz del día nunca más.
Sintió un movimiento al lado del oído y oyó la voz que decía:
—Stefan.
Comprendiendo al fin, se relajó, y la mano se apartó de ella en seguida. Se sintió alzada en el aire por unos brazos fuertes y, perdido todo el miedo, se abrazó al cuello de Stefan. Era como si tuviera la capacidad de ver en la oscuridad, porque atravesó la habitación y abrió la puerta sin tropezar ni una sola vez.
A la luz del pasillo, Lauren miró el rostro del hombre que la llevaba.
Afortunadamente, era Stefan. Atravesaron el pasillo y bajaron por la escalera por la que habían subido Jordan y ella la tarde anterior. Una vez abajo, Lauren se atrevió a decir:
—Puedo andar, ¿sabes?
—No te he traído zapatos y tenemos que ir de prisa, así que te tengo que llevar en brazos.
—Ah.
—¿Qué hora es?
—Está a punto de amanecer.
—¿Sabes algo de Jordan?
—No, pero no hay de qué alarmarse. Es lo más normal. En cuanto pueda me buscará.
—¿A dónde me llevas?
—A un lugar en el campo donde podrás estar segura.
Lauren tenía serias dudas acerca de si volvería a sentirse segura alguna vez en su vida.
Se adentraron con el coche en un bosque cerrado. Mientras avanzaban, Lauren tenía la sensación de que pasaban horas y loras, y pronto se sintió perdida, y ya no sabía si iban en línea recta o dando vueltas.
Cuando Stefan detuvo el coche frente a una pequeña casa, el sol ya estaba muy alto en el cielo.
—¿En dónde estamos? —preguntó Lauren mirando a su alrededor.
Stefan parecía muy contento.
—Esta es mi casa, señora Trent —respondió con una sonrisa—. Vamos. Voy a presentarle a mi Ana. Después tengo que volver a Brno cuanto antes para encontrarme con Jordan.
—¿El sabe dónde está esta casa?
—No. Tanto Jordan como yo hemos sido "cazados", después de nuestro último trabajo juntos. Es una suerte que nuestras mujeres tengan oportunidad de conocerse ahora.
Lauren no consideró oportuno ponerse a explicarle en ese momento que Jordan y ella no estaban casados. Además, si Jordan la había presentado como su mujer, ella no tenía por qué decir la verdad.
La joven mujer que los recibió en la casa estaba preocupada por su tardanza, y en todo momento se esforzó al máximo para que ella se encontrara cómoda. En cuanto las dos se quedaron solas, y Ana supo que Lauren hablaba su lengua, se puso a charlar amigablemente con ella y le ofreció toda su ropa para que se pusiera lo que más le gustara.
Al poco rato de estar con ella, Lauren tenía la sensación de que había hecho una nueva amiga.
Cuando por fin se encontraron Jordan y Stefan, aquél tenía la sensación de que se había pasado una eternidad buscando infructuosamente a su contacto.
—¡En dónde has estado! —exclamó en cuanto lo vio aparecer.
Jordan había optado por esperarlo en la pequeña trastienda, convencido de que tarde o temprano aparecería por allí
—He estado poniendo a tu mujer a salvo.
Jordan lo miró con ojos muy abiertos, y por fin preguntó:
—¿Está bien?
—Perfectamente.
—¿La reconocieron?
—No, pero la hemos salvado por puro milagro, amigo mío, porque tenían la intención de trasladarla a otro lugar esta misma mañana.
—¿A dónde? —preguntó Jordan poniéndose de pie con renovadas energías.
Stefan le trasmitió la información que Lauren le había confiado aquella mañana durante el viaje.
—Esa es la mejor pista que nos podrían dar para descubrir quién está detrás de todo esto. ¿Puedes llevarme con ella ahora?
Stefan se echó a reír.
—Estaba esperando a que me lo pidieras. Hasta había pensado que, como no decías nada, podía ser que estuvieras ya cansado de tu mujer.
—Anda, Stefan. Déjate de bromas y vámonos.
—No. No podemos salir juntos de aquí. Vete tú al parque y espérame allí —a continuación le describió su coche y luego le dijo—: Pasaré a recogerte cuando esté seguro que nadie te vigila.
—Claro, claro, tienes razón. Con los nervios me vuelvo descuidado.
—No son los nervios, Jordan. Es que estás enamorado. Reconozco los síntomas porque yo también padezco esa enfermedad.
—¿Tú? ¿De qué me estás hablando?
—He dejado a tu preciosa esposa con mi encantadora mujer, Ana. Y si no llegamos pronto, me temo que van a terminar por contarse todos nuestros secretos. Ahora vete. Ya te encontraré.
Lauren se asomó a la ventana en cuanto oyó el ruido del coche, viendo inmediatamente, con gran agitación, que se trataba de Stefan y que además iba acompañado de alguien. Corrió hacia la puerta y la abrió de par en par, pero en cuanto salió se detuvo y estuvo a punto de perder el equilibrio. El hombre que salía del coche con Stefan estaba sin afeitar y llevaba una ropa que parecía que no había lavado en semanas. Parecía un mendigo, o un rufián callejero. Entonces Stefan se echó a reír y dijo algo, señalando a Lauren. El hombre la miró y sonrió; fue entonces cuando Lauren lo reconoció. Aquella sonrisa era inconfundible.
—¡Jordan! —gritó corriendo hacia él. El también corrió hacia ella, y se encontraron a medio camino en un apretado abrazo.
—¿Estás bien? —preguntó él.
—Claro que estoy bien. ¿No habrás tenido miedo por mí, verdad? —respondió Lauren, echándole los brazos al cuello para verlo mejor.
Jordan contempló atónito y conmovido su expresión radiante de felicidad, sin poder dar crédito al hecho de que tanta alegría pudiera ser por su causa. ¿Sería posible que lo considerara tan importante?
—Oh, Lauren —murmuró antes de besarla con todas sus fuerzas.
Jordan no se dio cuenta de cuánto tiempo permanecieron así, frente a la casa, pero es que no quería soltarla. Finalmente, fue Stefan el encargado de abreviar el saludo, apareciendo por detrás y dándole unos toquecitos en la espalda.
—Entra, amigo mío. Querrás comer algo. Yo, por mi parte, estoy muerto de hambre.
Jordan la soltó de mala gana y siguió a su amigo al interior de la casa.
Un rato después, Lauren preguntó:
—¿Cuándo nos vamos?
Stefan contestó por su amigo.
—Yo creo que lo más seguro será que se queden aquí esta noche. Será mejor para pasar la frontera.
—Pero a mí Franz me dijo que era mejor que volviera esta misma noche.
—¿Y qué más da una noche más, amigo mío? Franz es como una vieja, siempre preocupándose por todo sin motivo. Disfruta controlando las situaciones, porque así se siente importante.
Después de haber comido y descansado, Jordan hubiera sido capaz de quedarse dormido en la silla.
—Tienes razón, Stefan, y además yo estoy bastante cansado. En ese caso, si no tienes inconveniente, pasaremos aquí la noche y saldremos por la mañana.
Ana se levantó de la mesa inmediatamente.
—Ya les había preparado la habitación de invitados por si acaso se quedaban. Ven conmigo, Lauren, a ver si te sirve alguno de mis camisones.
Lauren miró interrogativamente a Jordan, sin saber si pensaba decirles la verdad o no. El captó su mirada preocupada, pero no alcanzó a comprender su causa.
—¿Qué pasa? —preguntó—. ¿Es que no quieres quedarte?
Lauren se ruborizó.
—No, no es eso...
En aquel momento Jordan cayó en la cuenta de lo que pasaba. Se había acostumbrado de tal modo a pensar en ella como en su mujer que se le olvidaba de vez en cuando que todo era una farsa. Sin embargo, no le parecía prudente ponerse a aclarar el equívoco a aquellas alturas, así que la miró con un guiño y dijo:
—Te prometo que no me quedaré con toda la manta. Además, haré todo lo posible para mantenerte caliente.
Las risotadas de Stefan consiguieron que Lauren se pusiera todavía más roja.
—¿Lauren? —le dijo Jordan en voz baja, acercándose.
Ella se volvió.
—¿Sí?
—Era solamente una broma.
—Lo sé.
—Probablemente ni te enterarás de que estoy a tu lado, porque con el cansancio que tengo voy a quedarme dormido como un tronco.
Lauren sonrió y se volvió a Stefan.
—¿No te parece que todo es una excusa para zafarse de sus deberes conyugales?
Stefan asintió enfáticamente.
—Eso me estaba pareciendo a mí, Lauren.
Jordan se desperezó ruidosamente, y luego, guiñándole un ojo a Stefan, añadió:
—He dicho que estaba cansado, Lauren. No muerto —y se dirigió a la alcoba con aire amenazador.