Capítulo Tres
Llegaron al aeropuerto de Francfort con el tiempo justo para desayunar antes de tomar el siguiente avión para Viena. Lauren se sentía como si no hubiera dormido en toda la noche, y sin embargo, en algún momento debía haberlo hecho, puesto que por la mañana había despertado con la cabeza apoyada en el pecho de Jordan, que la tenía rodeada con los brazos. En cuanto ella se movió, él abrió los ojos de par en par.
Lauren se despertó como si le hubieran echado un jarro de agua fría por la cabeza, y con unos reflejos extraordinarios, se levantó de un salto, murmurando entre dientes una disculpa y corrió al lavabo. Allí se lavó la cara, se peinó y retocó su maquillaje disimulando en lo posible su aspecto cansado. Volvió a su asiento ya repuesta de su sobresalto mañanero.
Cuando por fin se vieron sentados en la cafetería del aeropuerto, los dos se encontraban mucho más relajados. El aterrizaje y el paso por la aduana habían ido perfectamente, mucho mejor de lo que ella esperaba.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó Jordan, tomando un sorbo de su segunda taza de café.
—Mucho mejor que antes. No me explico cómo estaba tan nerviosa. Al fin y al cabo tampoco es tan malo pasar por la aduana.
—Aquí no. Cada país tiene su estilo para eso. Si vamos a Hungría o a Checoslovaquia, ya verás cómo la actitud de los agentes allí es muy diferente.
—¿Crees que tendremos que ir allí?
—Sinceramente, espero que no, pero no lo sabré con seguridad hasta que no hable con mis contactos —de pronto se detuvo, mirando a su alrededor—. De ahora en adelante, aunque nos encontremos solos, nunca hables de lo que estamos haciendo,
¿de acuerdo?
Lauren asintió.
—Tú recuerda siempre que somos un matrimonio de vacaciones y trata de actuar en consecuencia, ¿de acuerdo?
—Lo de las vacaciones no tiene importancia. Lo que a mí me preocupa es que se suponga que estamos casados.
Jordan plegó los labios.
—¿Ah, sí? Pues hasta ahora lo has disimulado muy bien.
—Sí, claro, pero ahora que se acerca el momento de compartir una habitación contigo...
—Ya lo sé. Pero eso no ha podido evitarse. Mallory tenía razón; necesitamos estar lo más cerca posible el uno del otro. A excepción de los cortos períodos de tiempo en que tenga que dejarte sola durante los próximos días, vamos a tener que ser como uña y carne.
Lauren advirtió perfectamente que, mientras hablaba, la estaba mirando al pecho, y se sonrojó.
—Espero que por lo menos nos asignen dormitorios con dos camas —comentó intentando hablar con naturalidad.
—¿Por qué lo dices?
Lauren se limitó a mirarlo sin contestar.
—¿No me digas que nunca has dormido con un hombre?
Lauren se puso roja como una amapola, mientras que Jordan se llevaba la mano a la frente y gemía:
—¡No, Mallory! ¿Por qué has tenido que hacerme esto? ¿Se puede saber cómo se te ha ocurrido acceder a casarte conmigo cuando no tienes ninguna experiencia?
Lauren se puso de pie, y contestó con firmeza:
—Te aseguro que si me hubieran advertido que hacía falta experiencia de dormitorio para ocupar el puesto, no me habría ofrecido para él. A mí lo único que me dijeron fue que necesitaban mi ayuda por mi parecido con la señora Monroe. ¡No me dijeron nada de lo que teníamos que hacer tú y yo cuando estuviéramos juntos!
—Ya —respondió Jordan, divertido al verla tan indignada.
—Y si necesitas una mujer, estoy segura de que podrás encontrar alguna en cualquier parte.
—Sí, eso es cierto, pero creo que voy a estar tan ocupado estos días que no voy a tener tiempo para romances. Pero descuida —añadió encogiéndose de hombros—. Te prometo que haré todo lo posible para contener mis instintos animales. Aunque —
añadió ya sin poder ocultar por más tiempo una sonrisa—, reconozco que será difícil teniéndote a ti cerca con tu provocadora inocencia.
A pesar de sus palabras burlonas, Jordan no tenía la menor intención de empezar nada con una mujer virgen de veinticinco años.
—Me alegro de que te diviertas tanto burlándote de mí, pero por si acaso, te diré que tus desagradables comentarios no me afectan lo más mínimo.
Aunque su rubor desdecía completamente sus palabras, Jordan consideró más prudente no decir nada al respecto. De pronto, se sintió avergonzado de sí mismo. Se daba cuenta de que se había portado mal al hacer unos comentarios tan crueles, y más teniendo en cuenta que aquella mujer se estaba metiendo en una situación peligrosa por primera vez, demostrando un valor nada despreciable. El no era responsable de que ella se hubiera involucrado en aquel lío; si ella lo había querido así, era problema suyo.
—¿Has terminado ya? —le preguntó fijándose en su plato vacío.
—Sí.
Con un suspiro, Jordan se puso de pie y extendió la mano hacia ella.
—Lo siento, Lauren. Mi madre nunca me enseñó buenos modales. Perdona si mi broma te ha ofendido.
Lauren estrechó la mano que se le ofrecía con una sonrisa.
—De acuerdo. Supongo que a estas alturas ya debería estar acostumbrada a las bromas, teniendo en cuenta que en mi familia todos son unos guasones reconocidos.
Lo que pasa es que a ti no te conozco lo suficiente, y no sé cómo debo tomar lo que me dices. Pero ya aprenderé, supongo.
Cuando se dirigían a la puerta de embarque, después de un largo rato de silencio, Jordan le dijo:
—No debes preocuparte por culpa de lo que te diga, Lauren. Puedes estar segura de que nunca se me ocurrirá aprovecharme de la situación.
Lauren mantuvo la cabeza baja un momento, y después lo miró a los ojos.
—Gracias, Jordan —respondió con mucha seriedad—. Agradezco la aclaración. Yo también quiero tranquilizarte: te prometo que intentaré contener en la medida de lo posible mis intenciones salvajes para no molestarte.
Jordan, que lo que menos esperaba era aquello, se echó a reír a carcajada limpia, tan fuerte, que muchas personas se volvieron un tanto sorprendidas a mirarlo. Él le pasó un brazo por los hombros y la estrechó un momento contra sí, pero en seguida la soltó. Sin dejar de reír, volvió a estrecharle la mano.
—Me has quitado un gran peso de encima, Lauren. No puedes imaginarte la preocupación que tenía.
Una vez más, Lauren veía ante sí un Jordan distinto, alegre y sonriente. Lo peor del asunto era que lo encontraba irresistible.
Cuando llegaron al hotel donde habían de permanecer en Viena, Lauren estaba tan cansada que ya no le importaba en absoluto con quién tuviera que dormir aquella noche. Lo único que deseaba era encontrar un lugar en el que poder estirarse durante unas horas. En aquel estado, se dejó conducir por Jordan como una sonámbula, y ya casi no se daba cuenta de nada cuando llegaron a la habitación.
—Parece que has tenido suerte, Lauren. Por lo menos esta noche no vamos a tener que pelearnos por las sábanas.
Lauren miró las dos camas individuales juntas, sin darse cuenta de que el bolso se estaba deslizando por su hombro y que caía al suelo.
Jordan se acercó a ella y la hizo levantar la cara tomándola por la barbilla.
—Estás exhausta, ¿verdad?
Lauren hizo un esfuerzo por levantar los párpados, que de pronto le parecían de plomo, y notó con disgusto que Jordan estaba fresco como una rosa, y que no se había quitado el abrigo.
—No importa. ¿Por qué no te acuestas un rato? Yo tengo que salir ahora.
Lauren se dejó caer sobre la cama sin decir palabra.
—¿No quieres ponerte algo más cómodo antes?
Lauren se limitó a cerrar los ojos con un gruñido.
Con una sonrisa, Jordan se sentó a un lado de la cama y empezó a quitarle los zapatos.
—Yo te ayudo. Descansarás mucho más a gusto si...
Lauren abrió los ojos de golpe y le apartó la mano del cinturón del vestido con un manotazo.
—¿Pero qué demonios estás haciendo?
—Pues nada, ayudar a mi mujer a que se ponga cómoda. Cuando estás cansada eres de lo más irritable, querida —dijo él, con una mirada desafiante.
Lauren se encontraba demasiado cansada como para discutir. Además, Jordan tenía razón en todo lo que decía. Haciendo un esfuerzo para sentarse, Lauren empezó a desabrocharse el vestido. A mitad de la tarea se detuvo, mirando a Jordan.
—¿Se supone que voy a servir de espectáculo para tu vista mientras estemos aquí?
—preguntó.
Jordan se levantó con una sonrisa.
—Por el momento, me temo que no, porque tengo que marcharme. Si no, llegaré tarde a mi cita.
—¿Qué?... —empezó a decir Lauren, pero no tuvo ocasión de terminar porque él la interrumpió besándola en la boca. La pilló tan desprevenida que no pudo hacer nada por resistirse, y cuando por fin la soltó, sólo acertó a mirarlo embobada mientras él, acariciándole el lóbulo de la oreja con los labios, le decía:
—Vas a tener que seguirme en lo que yo haga, Lauren. Confía en mí: sé lo que estoy diciendo. No podemos correr riesgos, ¿comprendes?
Lauren asintió con la cabeza mecánicamente, como si fuera una muñeca.
—Buena chica.
Y Jordan se marchó dejando bien cerrada la puerta. Lauren duró sólo unos cuantos segundos más despierta.
Poco después despertó al sentir el ruido de la llave en la cerradura. Abrió los ojos, y durante un buen rato no reconoció el lugar en el que se encontraba. La habitación, envuelta ya en las sombras de la tarde, le resultaba completamente extraña. Entonces se abrió del todo la puerta y entró Jordan.
Lauren se sentó en la cama y encendió la luz de la mesilla.
—Hola —le dijo Jordan—. Parece que has descansado bien, ¿no?
Jordan se alegró de que sus palabras sonaran tan naturales, porque en el fondo se sentía turbado al verla despeinada, su suave piel iluminada por la luz dorada de la lámpara. Era como una invitación a ser acariciada y estrechada entre sus brazos, pero afortunadamente sabía que aquello estaba prohibido.
—Sí, debo haber dormido bastante —respondió Lauren, semidormida—. ¿Qué hora es?
—La hora de comer algo. ¿Tienes hambre?
—Muchísima.
Jordan abrió su maleta y empezó a revolver dentro.
—Voy a darme una ducha y después pensamos dónde vamos, ¿de acuerdo?
En cuanto lo vio desaparecer en el cuarto de baño, Lauren corrió a su maleta, eligió un vestido y se vistió a toda velocidad. Después se entretuvo un poco más arreglándose el pelo y maquillándose, pero cuando Jordan salió de la ducha ya estaba lista del todo.
Al verlo vestido con una playera y unos pantalones vaqueros, Lauren pensó sin querer que su buena condición física debía de ser un requisito indispensable para su trabajo, lo que a su vez le recordó que debía pensar en él como compañero y no como hombre en buena forma. Temerosa de que sus pensamientos se reflejaran en su cara, fingió concentrarse en buscar algo en su bolso.
—¿Has perdido algo? —le preguntó él con curiosidad.
—No. Sólo me estaba asegurando de que no se me olvidaba nada.
—¿Estás lista?
—Sí.
—Pues vamos.
No intercambiaron palabra hasta llegar a la calle. Una vez allí, Jordan la condujo hasta un coche que estaba estacionado frente al hotel.
—¿De dónde lo sacaste? —preguntó Lauren cuando estuvieron dentro.
—Lo alquilé para tener una cierta libertad de movimientos. Además, así podemos tener un sitio en el que hablar tranquilamente. Aunque te parezca una tontería —
agregó poniéndolo en marcha—, quiero que actuemos con la convicción de que en todo momento alguien está escuchando lo que decimos y controlando nuestros movimientos, incluso en la habitación del hotel.
—¿Por eso antes?...
—¿Lo de besarte esta tarde? Sí, efectivamente. Necesitamos ser conscientes de dónde estamos y lo que debemos de hacer en cada momento.
—¿Has conseguido alguna información sobre la señora Monroe en tu entrevista de esta tarde?
—Sí. Por eso también fue necesario que alquilara el coche. Mañana por la mañana tenemos que salir para Brno.
—¿En dónde está eso?
—En Checoslovaquia.
—¿Es allí donde está ella, entonces?
—Hay muchas probabilidades de que así sea. Por lo menos allí encontraremos alguna pista, seguro.
—Eso significa que tus amigos han podido ayudarte.
—De amigos, nada, inocente. Mis contactos son gente que estaría dispuesta a vender a su madre si el precio les pareciera bien.
—Oh.
—Siento si por mi culpa te quito las ilusiones sobre la naturaleza humana —
observó él después de un corto silencio.
—La verdad es que no pensaba en eso, sino en que muchas veces no sé valorar lo que significa mi familia y mi modo de vida. La verdad es que en nuestras vidas no ha ocurrido nunca algo extraordinario. Nos pasamos la vida aceptando nuestra casa, nuestro trabajo y nuestros amigos como si no hubiera nada más en el mundo, sin plantearnos nada. La verdad es que nunca me había detenido a pensar en cómo viven los demás.
—Gente como tú la hay por todo el mundo, Lauren. Pero yo, por mi profesión, me veo obligado a tratar con gente muy diferente a la que tú has conocido en tu vida.
Después murmuró algo entre dientes que Lauren no pudo entender.
—Perdona, ¿qué has dicho?
—Decía que espero que nunca tengas que conocerlos. Pero en estas circunstancias, no sé cómo voy a poder protegerte para evitarlo.
Lauren sonrió.
—Ya soy una mujer, ¿sabes? No necesito que nadie me proteja.
—Será mejor que te aferres a esa convicción, porque vas a necesitarlo.
Eligieron un restaurante tranquilo. Como era un poco temprano para la cena, apenas había clientes, lo cual alegró a Lauren, porque así iba a tener ocasión de acostumbrarse al ambiente sin encontrarse de pronto rodeada de extranjeros.
Cuando estaban en los postres, Lauren preguntó:
—¿Has hablado con el señor Mallory?
—Indirectamente.
—¿Tiene una noticia más sobre la mujer en cuestión?
—No.
—Oh. Entonces nadie tiene ni idea acerca de quién puede ser el responsable.
—En este momento no quiero ponerme a mencionar nombres, pero puedo decirte que tengo algunas ideas bastante seguras. Digamos simplemente que cuanto antes la encontremos, mejor será para ella.
Lauren se estremeció, y pensó al mirarlo que nunca le gustaría tener a aquel hombre como enemigo. ¿Y como amante?, añadió una pequeña voz en su interior.
Aquel pensamiento inesperado la dejó sorprendida, porque Lauren no se imaginaba normalmente a los hombres en semejante contexto. Los pocos hombres que conocía eran amigos superficiales, y simplemente eso, amigos con novia, o casados. La verdad era que si se paraba a pensarlo, apenas conocía a los hombres, salvo a su padre, desde luego. Sonrió sin querer.
—Me encantaría saber qué está pasando en este momento por tu preciosa cabecita
—dijo Jordan suavemente.
Al verla sonrojarse hasta las orejas, añadió:
—Estoy seguro de que tus pensamientos valen más que un penique.
—Lo dudo —respondió Lauren—. La verdad es que estaba pensando en mis padres. Me va a resultar muy difícil contarles este viaje a Europa cuando vuelva a casa.
—Es que es difícil de explicar, ¿verdad?
—Sí. El señor Mallory me ordenó que le dijera a todo el mundo que estaba en California haciendo unos cursillos para la prensa. La pena es que no voy a poder aprovechar el viaje como yo quisiera.
—Quizá tengas la oportunidad de volver en otra ocasión.
—No sé por qué, pero lo dudo.
—Empéñate en pasar tu luna de miel en Viena —sugirió Jordan maliciosamente.
Lauren contempló la luz de la vela reflejada, en sus ojos y pensó de pronto que por muy mal que hubieran empezado las cosas, ya nunca podría volver a pensar en Viena sin recordar a Jordan Trent. Con la mirada ausente, tomó la taza de café que tenía ante sí.
—¿Lauren?
Ella lo miró con sobresalto.
—Perdóname. ¿He dicho algo inconveniente? Parece que tengo una habilidad especial para ofenderte sin saber cómo.
—No me has ofendido.
—Pero sé que no te ha caído bien lo de pasar la luna de miel en Europa.
Ella negó con la cabeza.
—No, no. Lo que pasa es que estaba pensando en lo remota que es esa posibilidad.
—¿Por qué?
Lauren se encogió de hombros.
—Porque yo soy una de esas personas que permanecen solteras toda la vida.
Jordan murmuró algo entre dientes.
—¡Vaya, por Dios! ¿Debo entender que algún imbécil te desengañó y no estás dispuesta a volver a confiar en ningún otro hombre en lo que te queda de vida?
Lauren se echó a reír con todas sus ganas. Aunque un poco desconcertado, Jordan pensó que era adorable cuando se reía.
—La verdad es que no podías equivocarte más —dijo por fin ella, entre lágrimas de risa.
—¿Ah, sí?
—¿Pero es que no me has visto bien? Yo no soy el tipo de mujer que hace enloquecer a los hombres, eso salta a la vista.
Jordan se vio asaltado de pronto por la imagen de Lauren tal y como la había conocido, con sus gafas de gruesos cristales, el vestido desgarbado, el pelo de cualquier manera... y se arrepintió profundamente de haber reaccionado como lo hizo entonces. ¿Cómo era posible que no hubiera reparado en la belleza de sus ojos o en la increíble suavidad de su cutis, que parecía estar ahí para ser acariciado? ¿Es que los hombres estaban ciegos? No, lo que ocurría era que ella se camuflaba deliberadamente.
Lauren Mackenzie era como un tesoro escondido que de pronto salía a la luz, radiante de vida, belleza y alegría.
—Eso depende del hombre que sea —comenzó a decir despacio, sopesando cuidadosamente sus palabras—. Un hombre inteligente y sensible sabría apreciar tu valor, Lauren. Tú tienes mucho que ofrecer al hombre afortunado que sepa ganarse tu amor.
Lauren se daba cuenta de que estaba siendo sincero, pero, no obstante, le resultaba extraño oír aquello de sus labios después de que su padre le hubiera dicho tantas veces lo mismo. ¡Claro, ahora comprendía! Lo que intentaba Jordan era ser agradable con ella, darle confianza. Nunca habría dicho que aquel hombre pudiera ser agradable. Sonrió.
—La verdad es que no sé qué decir. Me has dejado sin habla después de decirme esas cosas tan bonitas.
Incapaz de resistirse a la tentación ni un momento más, Jordan alargó la mano por encima de la mesa y la acarició en la mejilla. Tenía razón al suponer que su piel era como de terciopelo. Sin embargo, tuvo que apartarla en seguida porque empezó a alterarse con su contacto.
—¿Quieres que nos vayamos ya? —preguntó bruscamente, paseando la vista por el restaurante.
Aquel brusco cambio de actitud desconcertó a Lauren. De todos modos, ¿qué podía esperar? Jordan se esforzaba por representar su papel de marido cariñoso. En ningún momento debía ella olvidar que todos los gestos entre ellos formaban parte de la farsa que estaban representando. Una especie de matrimonio provisional que terminaría con el cumplimiento de su misión.