CAPÍTULO 7
ROSIE no sabía cuánto tiempo había estado sentada en un palé, viendo el mundo desde arriba.
El río Brisbane se enroscaba como una serpiente de plata alrededor de la ciudad y los barquitos blancos que flotaban en la superficie del río parecían luciérnagas pero, aparte del sonido del viento, no podía oír nada.
Sintió una mano en la espalda y, al volverse, vio a Cameron, su rostro iluminado por la luna.
–¿Todo bien?
–Sí, bien –dijo él.
Pero Rosie sabía que no estaba bien. Le gustaría preguntar, pero la verdad era que cuanto menos supiera sobre su vida, mejor. Así siempre era más fácil cuando llegaba el momento de la despedida.
–¿Qué te parece la vista?
–¿Aparte del vértigo que me produce?
–Aparte de eso –sonrió Cameron, sentándose a su lado.
–Es… estupenda.
–¿Sólo estupenda? ¿No es magnífica, incomparable? Esta planta se alquilará por tanto dinero que casi me da vergüenza.
–Es bonita, pero un poco fría rodeada de tanto cemento y acero. ¿Tú quieres ver algo de verdad? ¿Estrellas tan brillantes, tan especiales y perfectas que uno quiere abrazarse a sí mismo para guardar dentro toda esa belleza?
Cameron estaba mirándola con esa inescrutable intensidad que la ponía tan nerviosa.
–Dime, ¿puede un hombre ver tales estrellas?
–Te estás riendo de mí.
–Sí, pero sólo porque te pones colorada y eso es incluso más interesante que el paisaje.
Rosie apartó la mirada para que no se diera cuenta de que el rubor no era producido por la broma, sino por tenerlo tan cerca.
–En esta época del año lo mejor es mirarlas alrededor de las tres de la mañana. A quinientos metros del sitio en el que vivo hay una carretera de tierra que lleva a una pradera. Si miras hacia el sudeste, puedes ver la ciudad en la distancia, pero no lo harás porque estarás mirando hacia arriba. Y entonces entiendes por qué se le llama la Vía Láctea.
–¿Tú estarás allí esta noche?
–Estoy allí todas las noches. Aunque debo admitir que esta mañana me he quedado dormida.
–Te dejé agotada, ¿eh? –sonrió Cameron.
–No, es que ya no soy tan joven como antes –replicó Rosie, mirándolo a los ojos.
Aunque lo lamentó de inmediato. Aquel hombre era como el alcohol; un sorbo y el efecto en su cuerpo era debilitante.
–¿Y qué esperas encontrar en el cielo?
–No espero encontrar nada. Ya vi lo que tenía que ver hace mucho tiempo.
–¿Y qué viste?
–Que mis preocupaciones no le importaban a nadie más que a mí.
Cameron cerró un ojo y la miró con el otro.
–Yo crecí pensando que mi familia era el centro del universo.
–Pero sabes que el modelo de humano egocéntrico pasó de moda alrededor del siglo XVI, ¿verdad? Tendrías que ver uno de los espectáculos de Adele en el planetario.
Cameron rió y ella rió también.
–Hasta entonces, piensa en esto: la culpa no está en las estrellas, sino en nosotros mismos.
–¿Dónde he oído eso antes? –sonrió Cameron.
–Shakespeare, en Cuarto de Literatura –suspiró ella, levantándose–. Bueno, se está haciendo tarde.
–Sí, es verdad. Ah, por cierto, después de Brendan llamó mi jefe de obra.
–Ah, el bueno de Bruce –sonrió Rosie.
–Le he prometido que estábamos en tierra firme, a salvo. Tengo la impresión de que el pobre estaba despierto en la cama, esperando noticias mías.
Cameron le ofreció su mano y ella la aceptó. No se había dado cuenta del frío que hacía hasta que la mano masculina, grande y caliente, envolvió la suya.
–¿No deberíamos bajar los platos y las velas? –le preguntó mientras subían al ascensor.
–No, alguien se encargará de hacerlo por la mañana.
–Ya estás otra vez pensando que eres el centro del universo –sonrió Rosie.
–¿Sabes una cosa? Creo que voy a seguir en el puesto durante algún tiempo. Pagan bien y los beneficios no tienen comparación.
Cuando llegaron abajo, Cameron señaló su cabeza y sólo entonces se dio cuenta de que había llevado el casco puesto todo el tiempo.
–Si esperabas llevártelo como recuerdo…
–No, claro que no –después de quitárselo, Rosie se pasó una mano por el pelo, sin querer pensar en la marca roja que debía de haber dejado en su frente.
–¿Dónde has aparcado?
–A diez metros de aquí.
–Te acompaño.
–No hace falta. Mis botas no tienen punta de acero, pero yo sé dónde golpear si me encuentro con algún problema.
La palabra «problema» se quedó enganchada en su garganta. El problema estaba en los ojos de Cameron. El problema era el deseo que impedía que diera un paso atrás. El problema se había convertido en su nuevo amigo en el momento en que Cameron Kelly había vuelto a aparecer en su vida.
–Se me había olvidado preguntar… ¿qué hacías en el planetario ayer?
–No sé si debería decírtelo.
–¿Por qué no?
–Porque no me hace quedar bien.
–Prueba a ver.
Cameron asintió con la cabeza.
–Estaba escondiéndome.
–¿De quién?
–De mi hermana Meg. La vi tomando un café en una terraza con sus amigos, Tabitha entre ellos. Rosie soltó una risita.
–¿Tabitha tomando cafeína? Entonces no me extraña nada que te escondieras.
Cuando los ojos azules se clavaron en sus labios, a ella se le puso el corazón en la garganta. Cerró la boca, pero no sirvió de nada. No podía dejar de pensar cómo sería un beso de Cameron Kelly.
–¿Sabías que Venus es el planeta más caliente del sistema solar? –le preguntó. Muy bien, empezaba a estar desesperada–. Venus era la diosa romana de la belleza y el amor –siguió–, pero en la mitología griega se llamaba Afrodita y los babilonios la llamaban Ishtar.
–Eso sí lo sabía. Fui a un buen colegio, ya sabes –Cameron dio un paso adelante.
–¿Has visto esa película… Ishtar? ¿Cómo se llamaba la protagonista?
–Rosalind.
–No, no se llamaba así. No habría olvidado su nombre si se llamara como…
–Rosalind.
–¿Sí, Cameron?
–Cállate para que pueda besarte.
–Sí, Cameron –dijo ella. Aunque la frase fue casi inaudible porque los labios de Cameron Kelly por fin encontraron los suyos.
Había oído que algunas personas veían pasar toda su vida ante sus ojos cuando estaban a punto de morir, pero no había creído que fuera posible hasta ese momento. Y menos por un beso.
Sin embargo, todos los hombres por los que había creído sentirse atraída hasta ese momento se convirtieron en un borrón, algo sin importancia.
Rosie levantó una mano para acariciar su cuello, hundiendo los dedos en el pelo oscuro mientras él la empujaba hacia sí, cada centímetro de sus cuerpos rozándose de una forma u otra.
El beso era tan apasionado que se arqueó hacia él como un barquito bajo una fuerte tormenta.
Perdida, asustada, impotente…
Cameron se apartó. Pero sólo para clavar en ella sus ardientes ojos azules.
–¿Tienes algo que hacer mañana por la noche?
Rosie parpadeó varias veces, intentando recordar quién era, dónde estaba…
–Una frase demasiado usada.
–¿Tienes algo que hacer mañana? –repitió Cameron.
Ella tardó unos segundos en responder. Había imaginado que un beso suyo sería asombroso, pero no esperaba algo tan increíble que pudiera robarle la razón, haciéndola sentir como una adolescente.
–Mañana tengo cosas que hacer.
–¿Qué cosas?
–Mirar las estrellas y todo eso.
–¿Demasiado ocupada como para volver a cenar conmigo?
–Es posible.
–Nunca había conocido a una mujer que me hiciera trabajar tanto para conseguir una cita –sonrió Cameron.
–La verdad es que cenar contigo nunca ha sido fácil.
–Si te gustan las cosas fáciles, «sí» es la palabra más fácil de todas. Sólo tiene dos letras.
También las tenía la palabra «no». Entonces, ¿por qué le resultaba tan difícil pronunciarla? Porque, de repente, había grietas en su resolución. Por el momento iba bien, pero no estaba segura de en qué punto el daño sería irreparable.
O quizá Cameron Kelly sería el hombre que la ayudase a demostrar que el esfuerzo que había hecho para no cometer los mismos errores que su madre había servido de algo.
Menos que segura de su respuesta, contestó:
–Muy bien, de acuerdo.
Cameron, que tenía el ceño fruncido mientras esperaba su respuesta, se relajó visiblemente.
–Aunque entendería que quisieras ir a ver a tu familia mañana para hablar… de vuestras cosas. O incluso ir a ver a tu padre. Sé que no es asunto mío, pero eso es lo que yo haría.
–Estar contigo me mantiene agradablemente ocupado –dijo él, con una sonrisa que podría hacer temblar las piernas de cualquier chica. Pero ella no pensaba caer en la trampa.
–¿Entonces no vas a visitar a tu padre?
–No.
–¿Has hablado con Brendan del asunto?
–¿Por qué sigues con ese tema?
–No pienso dejar de hacerlo. Ser una adolescente insoportable me ha preparado para lidiar con cabezotas como tú.
–Ya veo –suspiró Cameron–. Brendan no ha dicho nada sobre mi padre, pero me ha advertido que, si no voy a su fiesta de cumpleaños este fin de semana, ya puedo ir olvidándome de mi apellido.
–Ah, unas palabras muy duras –murmuró Rosie.
–Brendan es el mayor y ha sido adoctrinado por el patriarca del clan, así que no conoce otro tipo de palabras.
–Pobre Brendan.
–Pobre, pobre Brendan.
Cameron se inclinó para darle un beso en el cuello y a Rosie casi se le olvidó de qué estaban hablando.
–¿Dónde vamos a cenar mañana, en un satélite espacial? No, en un submarino. Pues espero que sea un submarino nuclear o no cuentes conmigo.
–Estaba pensando llevarte al primer sitio que construí.
–Muy bien, pero que sirvan café –dijo ella, disimulando un bostezo–. Llevo dos noches sin pegar ojo y estoy agotada.
Cameron la tomó por la cintura y volvió a besarla. Esta vez un beso lento, embriagador. Sabía a vino y a fresas. Y en ese momento la palabra «sí» le parecía la palabra más fácil del diccionario.
Cuando se apartó, Rosie se apartó también con auténtica pena.
–Bueno, vámonos antes de que nos convirtamos en calabazas.
Mientras se acercaba a su coche sentía los ojos de Cameron clavados en su espalda. Evidentemente, no había creído lo de su habilidad para apuntar al sitio adecuado con las botas. O a lo mejor le gustaba lo que veía…
De modo que empezó a contonear las caderas para alegrarle la vista.