SHADOW EN LA LUNA
—No, ni siquiera podemos pensar en eso. —Papá deslizó la mano por encima de la tabla que estaba cepillando y que acabaría siendo una mesa pequeña para el cumpleaños de mamá. Mientras lo escuchaba, curvé una de las perfumadas virutas alrededor de mi dedo.
—Pero papá... —Pude ver cómo Remy retorcía las manos mientras intentaba dominar su voz y hablar en un tono bajo y razonable, tarea difícil para alguien tan inconstante como él—. Si tú al menos...
Papá soltó el cepillo y miró a Remy. Quiero decir que lo miró realmente, dedicándole toda su atención.
—¿Ha cambiado algo en el plano material desde la última vez que hablamos de este asunto? —le preguntó.
—Al parecer, no. —Remy lanzó una breve risita—. Tenía la esperanza de que tú, tal vez... Si al menos lo pensaras...
—Sabes que no soy el único que piensa así-le recordó papá—. Aunque coincido absolutamente con lo que piensa el resto de los Ancianos. No serviría de nada. ¿No lo comprendes, Remy?
—¡No puedo comprender ninguna afirmación tan categórica como ésa! —gritó Remy, que empezaba a perder la paciencia-í Cada paso que alguien da hacia el progreso sirve para algo. ¿Por qué no permites que...?
—Escucha, Remy. —Papá se sentó en el borde del banco de trabajo—. Empecemos por el principio. En primer lugar, no podríamos permitir que alguien supiera que hemos ido a la luna en una nave espacial. En segundo lugar, y como muy bien sabemos, no existe la necesidad inmediata de descubrir algo en la Luna. En tercer lugar-sonrió—, ya hemos estado allí. Al menos de paso. Y eso fue suficiente para la mayoría de nosotros. Nos pareció tan buena como le pareció la Estatua de la Libertad a la oleada de inmigrantes que llegó de Europa, pero casi todos estamos contentos de quedarnos donde estamos ahora... considerando la cuestión desde este lado, no desde aquél. —Le dedicó a Remy una amplia sonrisa—. A menos que tú tengas alguna información que altere materialmente alguno de estos tres puntos, me temo que la discusión queda cerrada.
—¿Por qué no podríamos decirlo? —gritó Remy, desesperado, sintiendo que todo estaba perdido—. ¿Por qué tenemos que mantenerlo en secreto? ¿Acaso no hay quien arriesga su vida y gasta fortunas en el intento de salir al espacio? ¿Por qué no podemos colaborar? —Se interrumpió porque la ira y las lágrimas contenidas le hicieron un nudo en la garganta y no pudo seguir hablando.
Papá suspiró, intentando mostrarse paciente.
—Entonces vamos a la Luna y volvemos y lo anunciamos. Y esto se llena de curiosos. ¿No oyes los gritos? ¿Con qué combustible? ¿Con qué motores? ¡Velocidad de liberación... presión del aire... radiación... aterrizaje... lanzamiento de retorno... nueva entrada! ¿Qué les dirías? Vamos, muchacho, responde a esa gente encantadora. Muéstrales los motores. ¿Cómo? ¡No hay motores! Muéstrales el depósito del combustible. ¿Qué? [8] ¡No hay depósito de combustible! Muéstrales el sistema de protección contra las radiaciones. Quoi? ¡No hay protección?
«No, Remy. Me gustaría, ya que tanto lo deseas, que pudiéramos realizar esta expedición. A tu edad, los recuerdos de tu abuelo acerca del espacio poco pueden consolarte. Pero esto es imposible. No podemos revelarnos de esta forma ante los Extraños sólo por el capricho de uno de los nuestros. Si al menos te resignaras...
—¿Entonces de qué sirve? —preguntó Remy con brusquedad—. ¿De qué sirve que seamos capaces de algo si realmente no lo hacemos?
—Ése no siempre es el criterio a seguir —respondió papá. Hizo chasquear los dedos en dirección al cielorraso y vimos los copos de nieve que brillaban al caer, cubriendo el banco de trabajo—. A tu madre le encanta contemplar la nieve —añadió—, pero no va por ahí haciéndola caer. —Con un chasquido de los dedos hizo que la nieve dejara de caer, ésta se derritió y humedeció las virutas—. No, ser capaz de hacer algo no es una razón válida. Y antes de pasar a la acción debe existir una razón.
Remy salió del taller pateando un trozo de madera y subió con él la pendiente hasta nuestro nogal de la colina que se elevaba por encima de la; sinuosa y brillante corriente de agua que formaba Cayuse Creeck. Lo seguí. Siempre lo seguía, me llamaban la sombra de Remy, y en general ésa es la atención que él me presta. Qué otra cosa puedo esperar, teniendo en cuenta que soy una chica y, además, su hermana. Pero a mí me gusta porque Remy hace cosas, muchas cosas, y casi siempre recurre a un oído que escuche. Yo soy el oído bien dispuesto. Soy Bethie-Dos, porque mi madre es Bethie.
—¡Entonces lo haremos por nuestra cuenta! —murmuró mientras arrancaba del suelo una piedra que se le clavó en el hombro cuando se tendió con la intención de relajarse—. ¡Construiremos nuestra propia nave y nos iremos solos! —Estaba tan acostumbrado a mi presencia que automáticamente hablaba en plural... aunque en general eso significaba que él había decidido que haría algo; era como el plural mayestático que usan los reyes. Se recostó debajo del árbol, con las manos en la nuca, y la mirada fija en las hojas que colgaban por encima de su cabeza. Me senté a su lado e intenté hacer que cayera nieve, como había hecho papá, pero lo único que logré fue tener las puntas de los dedos frías y que una enorme gota de lluvia cayera sobre Remy. Él la secó y miró fijamente el techo de hojas—. ¡Malditos pájaros!
Me eché a reír.
—¡Bien! ¡Ríete! —protestó, incorporándose bruscamente-¡Lo único que faltaba es que mi propia hermana se ría!
—Remy —le sonreí—, estás actuando como si tuvieras diez años menos, y un chico de siete años no resulta muy atractivo con un cuerpo de tu tamaño.
Volvió a recostarse y sonrió.
—Está bien, pero apuesto a que podría hacerlo. No sería tan difícil construir una nave. Podría utilizar restos de metal... aunque pensándolo bien, ¿por qué tendría que ser de metal? Y podríamos consultar el periódico para saber cuándo hay mejor tiempo en Cabo Cañaveral...
—Remy —el brillo de sus ojos se apagó al oír el tono de mi voz—, ¿a qué distancia estamos de la Luna?
—Bueno, desde aquí... no estoy seguro. Creo que estamos a unos cuatrocientos mil kilómetros, poco más o menos.
—¿Y cuántos kilómetros has levantado un vehículo? —le pregunté.
—Bueno, por lo menos ocho kilómetros... ¡con tu ayuda! ¡Con tu ayuda! —se apresuró a añadir al ver que lo miraba.
—¿Y a qué distancia fuera de la atmósfera? —pregunté.
—¡A ninguna, por supuesto! Papá no me permitiría...
—¿Y en caída Ubre? ¿Y aterrizando sin aire? ¿Y regresando?
—¡De acuerdo! ¡De acuerdo! No insistas —dijo en tono malhumorado—. ¡Pero espera y verás! —me aseguró—. ¡Igual viajaré al espacio!
Esa noche papá enarcó las cejas cuando Remy dijo que quería empezar a prepararse para convertirse en Movilizador. Bueno, podía aprender a serlo, la mayoría de los miembros del Pueblo podía hacerlo, pero es una tarea terriblemente ardua si uno no está especialmente dotado para ella. Un Movilizador dotado apenas necesita entrenamiento, salvo para concentrarse en un proyecto determinado durante el tiempo necesario. Pero Remy tendría que empezar desde el principio, lo cual suponía apenas más que lo que puede saber un Extraño... que es casi nada. Papá y Remy sabían bien que éste mostraba una actitud obstinada sólo porque deseaba tan ardientemente viajar al espacio, pero papá lo hizo ir a estudiar con Ron y yo rae sentía muy sola en las horas que él pasaba lejos del campamento. Después de todo, ¿qué puede hacer una sombra cuando no tiene a quién seguir?
Durante un día o dos recorrí las colinas cercanas, y sorprendí a los buitres que volaban en círculo asomándome por encima de sus alas finas y anchas, o descendiendo por una superficie resbaladiza bajo los últimos rayos del sol, entre las Chimney. Las Chimney son como dedos delgados y angulosos de granito que se abren paso entre las colinas pobladas de árboles, a lo largo de una orilla del Cayuse. Pero explorar a solas deja de ser divertido al cabo de un tiempo, y me sentí muy sola la tarde en que le llevé a mamá un conejo de rabo blanco que había salvado de las garras de un coyote.
—Sí que está herido —dije, sosteniendo al animalito delicadamente entre mis manos y firmemente en mi Preocupación. Se quedó sobre mis palmas sin parpadear siquiera, moviendo tan sólo el hocico—. Pero no puedo distinguir si se trata de una fractura o de una torcedura. Dime otra vez cómo reconocer la diferencia.
Mamá apoyó suavemente la mano sobre la criatura después de tranquilizarla con su Preocupación.
—Es una torcedura —dijo suavemente—. ¿No Sientes?-Y el resto fue una comunicación mental para la que no existen palabras y por eso no puedo escribirla. Y finalmente Sentí la torcedura de los músculos del conejo y la diferencia entre eso y la sensación que produciría un hueso roto.
—Oh, sí —dije—. No volveré a olvidarlo. ¿Entonces puedo soltarlo?
—Será mejor que lo pongas en la jaula de los pacientes —sugirió mamá—. Al menos durante esta noche. Ahí no habrá nada que lo asuste, y por la mañana podremos soltarlo.
Así que lo colocamos en la jaula y mamá y yo nos inclinamos sobre ésta para verlo esconderse en la verde maraña de plantas de un extremo. Entonces, con mucho cuidado, hice lo mismo que hacía mamá. Nos concentramos para canalizar el dolor que habíamos sentido. Ésa es una de las cosas más importantes que hay que aprender si se es una Sensitiva... y ambas lo somos. Cuando mamá era una niña vivía entre los Extraños, y quedó casi destruida antes de encontrar a nuestro Grupo y que éste le enseñara a practicar la Canalización.
Aún afectadas por la cálida sensación que se experimenta tras la Canalización, regresamos a casa en la semioscuridad.
—Echas de menos a Remy —dijo mamá.
—Sí —respondí, suspirando—. No sería tan terrible si estuviéramos con el Grupo, pero estar aquí hasta que termine el turno de papá me hace sentir un poco sola. Aunque Remy venga a dormir a casa, no es lo mismo. No hay nada para hacer.
Mamá se echó a reír.
—Me gustaría tener diez centavos por cada vez que una criatura le ha dicho eso a sus padres. ¿Por qué no empleas este tiempo libre para desarrollar un nuevo Don o una Creencia?
—¿Cuál, por ejemplo? —pregunté, sin demasiado entusiasmo.
—Veamos. —Mamá reflexionó—. ¿Por qué no algo que esté relacionado con el hecho de ser una Sensitiva? Ya posees ese Don. Elige algo que tenga que ver con sentir cosas. Por ejemplo un metal o el agua, o algún Conocimiento como ése. Podría resultarte útil en algún momento, y podrías localizar las fuentes o los yacimientos de metal para el Grupo. Tu padre tiene los mapas forestales de esta zona, pero el Pueblo aún no los ha trazado.
La idea era mejor que nada, así que esa noche mamá me ayudó a revisar el Conocimiento del agua y el metal y más tarde sintonicé mi mente con la Memoria del Grupo, y por la mañana tenía una idea bastante buena de los fundamentos de esa actividad. En realidad me llevaría años llegar a ser una experta, pero podía jugar a eso durante el resto del verano.
En Cayuse Canyon el agua no era suficientemente escasa para que resultara divertido buscarla, pero me encantó la pequeña corriente escondida que encontré en una cueva por encima del arroyo, de modo que probé con el Conocimiento del metal y el primer día, por la noche, ya era bastante experta. Experta en encontrar los vertederos de los campistas, latas de carne... de lo cual nadie puede jactarse demasiado. Es como encontrar un poste telefónico cuando en realidad uno busca un palillo.
Al final de esa semana había afinado mi capacidad para Sentir. Me mantuve suspendida a unos treinta metros sobre la superficie y encontré un tenedor de dos dientes enterrado bajo unos ochenta centímetros de barro, en la base de una de las Chimney, y una herradura de buey encajada en una hendidura de la roca, a unos dos metros por encima del arroyo en otra de las Chimney. No tengo la menor idea de cómo llegaron hasta allí.
—¡Qué hazaña! —Esa noche, después de la cena, cuando le mostré a mi familia mi botín, Remy apartó la herradura con un dedo—. Ambas cosas son de hierro... y fabricadas. ¡Qué hazaña!
Me ruboricé y le contesté como casi nunca lo hacía:
—¿Cuántas cosas has movido hoy, listillo? ¿Esa casa que oí pasar zumbando a mi lado esta tarde, o la caja de cerillas que lograste levantar de la mesa?
Pero mi reacción fue bastante injusta, porque él estaba pasando por muchas dificultades con su aprendizaje como Movilizador y sus reacciones estaban tan afectadas que casi no podía levantar nada más. Era como si un ciempiés intentara mirarse las patas mientras camina.
Por supuesto, el problema se resolvería con un mayor entrenamiento, pero Remy no es de los que tienen paciencia.
—¿Quién es el listillo? —Antes de que pudiera reaccionar, quedé apretada contra el cielorraso y sentí el calor de la instalación eléctrica contra mi nuca.
—¡Remy! —gritó mamá—. ¡En la mesa no!
—Bájala —le ordenó papá sin alzar la voz; pero Remy lo hizo tan precipitadamente que el ruedo de mi falda se enganchó en el florero, que estuvo a punto de caer de la mesa.
—Lo siento. —Remy se miró los puños apretados sobre la mesa y evitó la.comunicación con nosotros tan tajantemente que quedamos sorprendidos, y siguió así durante el resto de la noche.
A la mañana siguiente se fue casi sin despedirse y al pasar junto al pino de la entrada golpeó la copa con evidente mal humor. Mamá y papá se miraron y sacudieron la cabeza como hacen los padres, y papá cerró la boca como hace un padre, y yo lamenté haber provocado todo aquello, aunque no estoy segura de haber sido yo.
Pasé un día divertido. Estaba tan concentrada reconociendo los diferentes materiales que Sentía que perdí la noción del tiempo y me olvidé completamente del almuerzo. Cuando miré las sombras para calcular la hora me di cuenta de que ya era muy tarde y estaba demasiado lejos para molestarme en regresar. De todas formas, quería terminar de recorrer esa parte de las Chimney antes de volver a casa. Así que suspiré y me llené el estómago con agua fresca de la fuente y volví a emprender la marcha, disfrutando del viento que me apartaba el pelo de la nuca y me secaba la transpiración.
¡Y la concentración valió la pena! Aproximadamente a las cuatro Sentí la presencia de un metal en lo profundo de la última de las Chimney. O la primera, según por dónde se empiece a contar. Sea como fuere, Sentí la presencia de un metal cerca de la base de la última... y no era hierro, ni algo fabricado. Aterricé entusiasmada en la ladera de la montaña y busqué el lugar exacto. Me desgarré la falda, me rasguñé la mejilla y me rompí dos uñas antes de encontrar el lugar en medio de una púa de maleza. Pasé el dedo por el estrecho y corto curso. Hilo de oro. A dos metros de profundidad en la roca sólida, debajo de mis pies. Tenía un tamaño de casi diez centímetros y era casi tan grueso como el filamento de una bombilla. Reí por la insignificancia de mi descubrimiento, pero igualmente me sentí satisfecha. Era pequeño, de eso no cabía duda, pero lo importante era que lo había encontrado. Y desde una altura de treinta metros.
Empezaba a hacerse tarde y ya me había perdido una comida, así que me elevé hasta la cima de la última Chimney y me balancee sobre su cresta de granito para orientarme. Podía regresar a casa por un atajo, en menos tiempo del que había empleado para llegar aquí. El panorama que se abría a mis pies era tan imponentemente maravilloso que casi me resultaba imposible marcharme; pero finalmente emprendí el regreso a casa. Me alejé de las Chimney en diagonal, rumbo al desfiladero de las colinas, al otro lado de la antigua mina Selkirk. Mientras pasaba por encima de ésta comprobé inconscientemente la existencia de metal. Se trataba de material fácilmente detectable como vallas de alambre de púas, botes de hojalata, material para techos, flejes de barriles, y todo tenía esa textura áspera que da el óxido.
Entonces, repentinamente, apareció en mi Conocimiento: delgado, brillante, liso y complejo. Me detuve en el aire y tracé un círculo. Latas de cerveza, vallas de alambre, herraduras... ¡delgado, brillante, liso, y no era hierro! Me deslicé hasta un rellano de la ladera de la montaña. ¿Qué podía ser? ¿Un tanque de agua? ¿Algún instrumento de la mina? Pero no estaba oxidado, era liso, brillante y delgado. Podía anticipar el tamaño de los objetos que me resultaban familiares, pero no el de éste. Me elevé y me moví en círculos hasta que volví a percibirlo, y tracé círculos más pequeños hasta quedar suspendida por encima de la antigua mina Selkirk. Hice una mueca de desilusión y sentí un poco molesta, la enmarañada textura de las cosas de plata que habían quedado en la antigua mina abandonada hacía cincuenta años, y los restos de varios metales más que aún no conocía. Lancé un suspiro. Tal vez había hecho una interpretación errónea, pero era grande, brillante, Uso y complejo... así era como todavía lo percibía. ¡Qué pena! ¡Otra vez a las diferenciaciones, muchachita!
El hambre me hizo acelerar tanto el regreso a casa que tuve que activar mi escudo personal para desplazarme en el aire.
Incluso antes de tener ante mis ojos la estación del guardabosques en la que estábamos pasando el verano durante el turno anual obligatorio del Grupo, sentí que Remy me llamaba. Bueno, tal vez no por mi nombre, pero necesitaba una buena dosis de consuelo, y quién mejor que su sombra para dárselo. Así que apunté hacia nuestro nogal y me detuve tambaleándome detrás de él, que estaba sentado con el cuerpo encorvado y expresión malhumorada.
—Me han expulsado —anunció—. Ron dice que no vuelva hasta tener las cosas claras. Papá dice que mañana mismo puedo empezar a quitar la maleza del campamento.
—¡Oh, Remy! —exclamé, angustiada por su desdicha—. ¿Por qué?
Esbozó una triste sonrisa.
—Ron dice que no puedo aprender mientras lo haga por un motivo equivocado.
—¿Por un motivo equivocado?
—Sí; Dijo.que no quiero ser Movilizador por el solo hecho de serlo. Qué Quiero aprender a serlo para destacarme de los demás, como papá y tú y los Ancianos. Dice que no quiero ir al espacio porque me interese realmente el espacio, sino porque estoy furioso con el Pueblo por no decirle al mundo que podrían hacerlo ahora mismo sí quisieran. Dice —Remy arrancó un puñado de hierba de un brusco tirón— que no tiene intención de enseñarme nada mientras yo sólo quiera aprender por razones tan infantiles. ¿Qué cree que voy a hacer, tirar la bomba atómica?
Reprimí el arrebato de pena que me produjeron sus palabras.
—Uno de los nuestros estaba en ese avión —señalé—. ¿Recuerdas?
—Pero no utilizó ninguna de las Creencias y Convicciones para tirar la bomba...
—No. Y si lo hubiera hecho, probablemente nunca habríamos podido ayudarlo a salir de las tinieblas en que se hundió después. Tal vez Ron tiene miedo de que hagas algo tan malo como eso si aprendes a ser Movilizador y luego te vuelvas loco.
—¡Qué tontería! —gritó Remy—. ¡Cuando cayó la bomba yo ni siquiera había nacido! ¡Como si alguna vez fuera a hacer algo así!
—Tal vez no lo harías, pero si no sabes ser Movilizador, no puedes. Recuerda que todos los que hicieron algo malo alguna vez tuvieron diecisiete años, y que la ira empieza terriblemente pronto. Algunos niños empiezan a apretar el gatillo en la cuna...
—Aun así creo que es hacer demasiado alboroto por una tontería...
—Si es una tontería —señalé—, abandona.
—¿Por qué iba a hacerlo? —exclamó, furioso—. Yo quiero...
—¿ Qué es lo que te pasa este verano, Remy? —lo interrumpí—. ¿Por qué estás tan quisquilloso?
—Yo no estoy... —empezó a decir. Se ruborizó y se recostó tapándose los ojos con el brazo—. Lo siento, Shadow —dijo amablemente un rato después—. No sé qué es lo que me ocurre. Me siento inquieto e irritable. Supongo que estoy creciendo. Y creo que me molesta no tener ningún Don especial, como tu. Supongo que estoy intentando descubrir qué se supone que soy. ¿Crees que se debe a que tenemos algo de Extraños? Recuerda que mamá es una mezcla.
—Lo sé —dije—, pero mamá logró superar todas sus dificultades. Y tú también lo harás. Espera y verás. Además, hay muchos chicos que no son Mixtos y que no desarrollan sus dones hasta que son más grandes. Tienes que tener paciencia.
Entonces suspiré silenciosamente, pensando que decirle a Remy que tuviera paciencia era como decirle al Cayuse que corriera colina arriba.
Sólo cuando estuvimos sentados a la mesa para cenar recordé mi hallazgo de ese día.
—¡Hoy encontré oro! —exclamé, y sentí que un rubor de placer me hacía arder las mejillas—. ¡Oro verdadero y no manufacturado!
—¡Vaya! —Papá detuvo el tenedor en el aire—. Eso es fantástico, teniendo en cuenta que es la segunda semana. ¿Cuándo podemos empezar a extraerlo? ¿Tendremos suficiente con un cubo, o necesitaremos una carretilla?
—Oh, papá, no te burles —dije—. ¡Ya sabes que en esta tierra no hay oro. Sólo era una pequeña cantidad, estaba a dos metros de profundidad en una hendidura en el granito. Pero ahora sé qué textura tiene el oro, y la plata, y... y algo delgado y brillante.
Me interrumpí, sintiendo de repente que no deseaba contar todos los detalles de mis descubrimientos. Afortunadamente, mis últimas palabras se perdieron en la actividad mientras Remy levantaba la mesa para que mamá pudiera servir el postre. Era la semana que a él le tocaba levantar la mesa y a mí lavar los platos.
A la mañana siguiente Remy cogió la pala y la roturadora para quitar la maleza de algunos de los campamentos que se extendían a lo largo de Cayuse Creek. Muy pocas personas llegaban hasta ese lugar tan alejado, pero el Servicio Forestal les había preparado varios lugares de acampada por si acaso, y este verano a papá le correspondía esa zona. Cualquier otro año habría pasado el tiempo en su laboratorio de física, junto al Grupo, intentando encontrar artilugios para ayudar a los Extraños a hacer lo que el Pueblo hace sin artilugios.
De todas formas, después del almuerzo papá liberó a Remy y yo lo convencí para que me acompañara a buscar metales.
—¿Llevo el cubo de papá? —dijo, bromeando—. ¡Esta vez podrías encontrar diamantes!
—¡Diamantes! —le dije con un mohín—. Yo percibo la presencia de metales, tonto. ¡Incluso tú sabes que los diamantes no son metales!
Cuando salimos no percibí casi ningún metal porque él me persiguió por toda la cordillera por mí impertinencia con los mayores, él es un año mayor que yo, y yo lo perseguí a lo largo del arroyo porque él me había perseguido. Cuando llegamos a las Chimney ambos reíamos y jadeábamos de cansancio.
¿Las Chimney?
—Espera. —Levanté una mano y nos detuvimos en el aire—. Acabo de recordarlo. Remy, ¿qué es algo delgado, brillante, que no es de hierro y es complicado?
—¿A qué te refieres cuando dices delgado? ¿Cómo de delgado? ¿Hasta qué punto complicado? —Remy se sentó en el aire con las piernas cruzadas, a mi lado—. ¿Es Vn acertijo?
—De acuerdo, es un acertijo, pero no conozco la respuesta —Le expliqué de qué se trataba.
—Bueno, veamos —dijo; le brillaban los ojos y las orejas le temblaban de curiosidad—. Si es algo que hay en la Selkirk, al menos sabemos dónde está. —Seguimos avanzando—. ¿No puedes recordar nada que te diera la idea de su tamaño?
—N-n-no... —dije en tono vacilante—. Podría tener cualquier tamaño, desde el de una aguja hasta... hasta... —Calculé mentalmente mis propias medidas—. ¡Claro, Remy! ¡Podría ser más grande que mi cabeza!
—¿Y brillante? ¿No oxidado?
—Brillante y no oxidado.
Poco después estábamos suspendidos sobre la antigua mina Selkirk, mirando los vertederos y el desorden de las chozas derruidas alrededor de la entrada de la mina.
—Ahí, en algún lugar... —empecé a decir, pero de repente Remy me cogió del brazo y caímos en picado, como estrellas fugaces. Apenas tuve tiempo de enderezarme para aterrizar y ambos nos tambaleamos bajo los álamos, al pie del vertedero.
—¿Qué demonios...? —empecé a protestar.
—¡Cállate! —me dijo Remy haciendo un violento ademán—. De esa choza safio alguien. ¡Un Extraño! Ya sabes que no debemos permitir que los Extraños nos vean elevarnos! ¡Y nosotros allí arriba.
—Ni siquiera sabía que había alguien en esta zona —comenté—, No se ha registrado nadie desde esta primavera, cuando llegamos. ¿Puedes verlo desde aquí?
Remy se abrió paso entre el grupo de álamos y desde allí espió, apretándose alrededor del tronco de un árbol que no era lo suficientemente grande para ocultarlo.
—No —respondió—. Queda oculto por las colinas. U ocultos. Me pregunto cuántos serán.
—Bueno, dejemos de acechar como criminales y vayamos a ver —propuse—. Sólo es una actitud de buena vecindad...
El sendero que subía hasta Selkirk era empinado, rocoso y estaba cubierto de maleza; cuando llegamos a la cima, los dos jadeábamos de cansancio.
—¡Hola! —gritó Remy—. ¿No hay nadie en casa? —No obtuvo respuesta, salvo el grito de un arrendajo asustado—. ¡Hola! —volvió a gritar—. ¿Hay alguien?
—¿Estás seguro de haber visto a alguien —le pregunté—, o sólo es otro...?
—¡Claro que vi a alguien! —Remy avanzó hacia la choza destartalada que se inclinaba sobre la ladera de la colina.
Todo fue tan rápido que ni siquiera pude decirle una palabra a Remy. Habría tardado una eternidad en intentar llegar a él, de modo que simplemente le levanté los dos pies y lo hice rodar por el suelo hasta dejarlo debajo de la ventana sin cristales de la choza. Su grito de sorpresa y furia quedó amortiguado por un rugido explosivo. La boca de un arma asomó por el agujero de la ventana, por donde el humo salía formando como un remolino.
—¡Largaos! —ordenó una voz tensa y fría—. Podéis empezar a volver por ese camino. Tengo munición de sobra.
—Eh, espere un momento —Remy se acercó a la pared, por debajo de la ventana—. Sólo vinimos a ver...
—Eso es lo que imaginaba. —El cañón del arma salió un poco más—. A husmear, a espiar...
—No —intervine—. Nadie dice «hola» si lo que quiere es espiar. Simplemente nos preguntábamos quiénes eran nuestros vecinos. No queremos espiar. Si lo prefiere, nos iremos. Pero nos gustaría hacerles una visita... —Sentí que la tensión se aflojaba y el arma retrocedió.
—No creo que envíen chicos —murmuró la voz, y en la ventana apareció un rostro anciano y pálido—. ¿Sois del FBI? —preguntó el anciano.
—¿Del FBI?-Remy se arrodilló debajo de la ventana y sus ojos quedaron a la altura del alféizar—. Demonios, no. ¿Qué vendría a hacer aquí el FBI?
—Alien dice: que el gobierno... —Se interrumpió y parpadeó. Percibí en él una expresión de tristeza que estuvo a punto de dejarme sin aliento—. Alien es mi hijo —aclaró, luchando con alguna emoción o mezcla de emociones que todavía no había aprendido a interpretar—. Alien dice que nadie puede venir aquí, y menos aún los agentes del FBI. —Deslizó una mano por su gruesa cabellera blanca—. Vosotros no parecéis agentes del FBI.
—No lo somos —dije, riendo—. Pregúntele a su hijo.
—¿A mi hijo? —El arma desapareció y oí el golpe de la culata sobre el suelo viejo y astillado de la choza—. Mi hijo... —Era una frase cuidadosamente controlada, pero pude oír más atrás un terrible lamento—. Mi hijo está ocupado —dijo rápidamente—. Y no me preguntéis qué está haciendo. No os lo diré. Seguid vuestro camino, iros a jugar. No podemos perder el tiempo con niños.
—Sólo queríamos saludar —me apresuré a decir antes de que Remy se enfureciera porque lo mandaban a jugar—, y ver si necesitaban algo...
—¿Por qué íbamos a necesitar algo? —La voz volvió a sonar fría y la boca del arma apareció nuevamente en el alféizar, a diez centímetros de los ojos sorprendidos de Remy-í Yo había hecho planes. Prácticamente todo estaba preparado... —Otra vez percibí la terrible punzada de dolor del hombre y la ola de.emociones mezcladas, una ola tan fuerte que estuvo a punto de dejarme ciega; lo que supe después de eso fue que Remy me ayudaba a bajar por el sendero. En cuanto quedamos fuera de la vista desde la choza volvimos a elevarnos y regresamos al bosquecillo de álamos. Una vez allí me tendí en la hierba y, cerrando los ojos, Canalicé todo el malestar mientras Remy se quedaba sentado a mi lado, en silencio.
—Me pregunto qué es lo que cuida tanto —dijo finalmente, cuando yo suspiré y me incorporé.
—No lo sé, pero sufre por algo. Sus pensamientos no siguen una pauta, como debería ser. Es como si se movieran en círculo alrededor de algo terrible que él no puede aceptar ni negar.
—¿Algo delgado, brillante y complicado? —pregunto Remy distraídamente.
—Bueno, sí —respondí—. Tal vez tenga algo que ver con eso, pero hay algo realmente malo que lo inquieta.
—Bien, entonces imaginemos qué es ese objeto delgado y brillante y luego tal vez podamos ayudarlo a resolver... A propósito, gracias por ponerme fuera del alcance del arma. Podría haberme agujereado; pero afortunadamente...
—Oh, no lo sé —dije—. No creo que te estuviera apuntando a ti realmente...
—Apuntara o no, te aseguro que cuando vi lo que ese hombre tenía en la mano, sentí que corría peligro. Sonreí y volví al tema original.
—Si pudiéramos acercarnos un poco más —reflexioné—. Aún no soy una experta en la percepción de este tipo de cosas.
—Bien, inténtalo, de todas formas —sugirió Remy—. Léemelo y yo lo dibujaré y luego veremos lo que es. —Apartó las hojas secas de los álamos para despejar un espacio pequeño, cogió una ramita y se preparó para dibujar.
—Aún no he estudiado nada sobre las formas —comenté—, pero lo intentaré. —Eliminé todo lo demás de mi mente y con paciencia empecé a tomar conciencia del metal que había en Selkirk. Se lo leí a Remy... ¡Todo ese metal absolutamente rodeado por el granito de la montaña y sin embargo sin mezclas! Si uno quitaba el metal no quedaba más que un enorme y delgado agujero... Abrí los ojos repentinamente.
—¡El pozo de la mina! —grité—. Sea lo que fuere, está llenando el pozo de la mina... el que llega hasta abajo. ¡Todos los detritos salen de allí!
—Así que ahora tenemos un agujero —dijo Remy—. Llénalo. Y apuesto a que simplemente serán las antiguas excavaciones... la grúa... la jaula...
—No, no es eso. Cerré los ojos y volví a concentrarme. La Percepción me elevó en diagonal por la colina y al interior de Selkirk. Se lo detallé cuidadosamente a Remy, contorno por contorno.
—¡Eh! —Me incorporé, sobresaltada por el grito de Remy—. ¡Mira lo que hemos hecho! —Me incliné sobre su dibujo, desconcertada por las líneas del suelo quebradizo.
—Se parece un poco a un proyectil —dije—. A una bala de rifle. ¡Oh, cielos! ¿Supones que es eso? ¿Crees que hemos pasado todo este tiempo encima de una bala de rifle?
—Si al menos tuviéramos alguna idea de su tamaño relativo...
Remy acentuó una de las líneas.
—Bueno, llena el agujero —comenté—. El agujero parecía el pozo de una mina, y esta cosa lo llena.
—¿Una. bala.de rifle tan grande? —Remy apartó una hoja con su ramita—. Caray, sería tan grande que uno podría meterse dentro...
Remy se puso: rígido, como si lo hubieran golpeado. Se arrodilló, me cogió del brazo y abrió la boca sin poder articular ni una palabra. Hundió la ramita repetidas veces en los restos al tiempo que me tironeaba del brazo.
—¡Remy! —grité, alarmada por sus cabriolas—. ¿Qué demonios ocurre?
—Es... —Jadeó—. ¡Es un cohete! ¡Un cohete! ¡Una nave espacial! ¡Ese tipo está construyendo una nave espacial y la tiene oculta en el pozo de la Selkirk!
Remy parloteó durante todo el camino de regreso, diciendo una y otra vez por qué tenía que ser una nave espacial, y cuando llegamos a casa empecé a creerle. La aparición de nuestra casa produjo en Remy el efecto de un eficaz silenciador.
—Esto es un secreto —murmuró mientras se detenía en el porche, antes de entrar en la casa—. ¡No te atrevas a contarle una sola palabra a nadie!
Se lo prometí y cumplí la promesa, pero pasé toda la noche preocupada por Remy. Cuando se excita es tan transparente como una criatura y tuve miedo de que él lo revelara en cualquier momento. Tanto mamá como papá lo observaron e intercambiaron miradas de preocupación... Actuaba muy apasionadamente. Pero, de alguna manera, logramos superar esa noche.
Sus argumentos no eran tan lógicos a la fría luz de la mañana y sus propias convicciones y entusiasmo quedaron difuminados por el duro trabajo que tuvo que llevar a cabo en el campamento antes del mediodía.
Esa tarde, provistos de media tarta y media docena de naranjas, nos acercamos cautelosamente a la mina Selkirk. Mientras nos aproximábamos a la antigua choza sentí que se me ponían rígidos los hombros y con cierta aprensión intenté Percibir el cañón del arma... ¡conocía bien esa forma! Pero no ocurrió nada. No había nadie en casa.
—¡Maldición! —Remy se sentó a mi lado, en una roca que había cerca de la puerta—. ¿A dónde crees que habrá ido?
—A pescar, tal vez —sugerí—. O a la ciudad.
—Si estuviera pescando en el Cayuse, lo habríamos visto. Y es un Extraño... para ir ala ciudad tendría que haber utilizado la carretera, que pasa por nuestra casa.
—Pero podría haber ido andando por la colina.
—Eso sería una tontería. De esa forma simplemente avanzaría en línea paralela a la carretera.
—Bueno, como aquí no está... —Hice una pausa y levanté una ceja en actitud inquisitiva.
—¡Sí! Vamos. Echemos un vistazo al pozo. —A Remy le brillaban los ojos de excitación—. Pon esto en un lugar donde no lleguen las hormigas. Más tarde, si él no aparece, nos lo comeremos.
Avanzamos con dificultad sobre el montón de rocas rotas que cubrían el vertedero, pero cuando llegamos a donde debía estar la boca del pozo no vimos nada más que más roca rota. Tropezamos y nos deslizamos hacia atrás y hacia delante un par de veces y finalmente me subí a una roca y, cerrando los ojos, intenté Percibir la presencia de metal.
Era lo mismo que estar en medio de un torrente brillante y liso. No importaba hacia qué lado giraba: el metal estaba allí, y con esa extraña ilusión óptica que se produce en ocasiones, el metal que estaba debajo de mis pies repentinamente pareció ahuecarse y contenerme, en lugar de ser yo la que estaba encaramada sobre él. Tuve miedo y abrí los ojos.
—¿Y bien? —preguntó Remy, impaciente.
—Está ahí —respondí—. Está cubierto, pero está ahí; Ahora estamos muy cerca. No logro hacerme una idea de la forma. Podría ser la puerta de un establo, o una lámina de metal, o un cubo sólido. Lo único que sé es que es metal, que está debajo de nosotros y que hay una cantidad enorme.
—Eso no es una gran ayuda. —Remy hundió los hombros, decepcionado.
—No, no lo es —admití.
—Elevémonos —propuso Remy—. Lo hacías mejor desde el aire.
—¿Elevarnos? ¿Con él tan cerca?
—Ahora no está.
—Podría aparecer y nosotros no Percibir su presencia.
¿Cómo podríamos evitar que eso ocurriera? —preguntó Remy—. Siempre podemos percibir a los Extraños. Él no tiene cómo protegerse...
—Pero si esa cosa es un cohete y él está dentro, significa que estará protegido... y significa que existe una forma de entrar...
Nos miramos y bajamos con paso inseguro por el vertedero. El terreno era un poco empinado y desigual, y durante parte del camino nos efeyambs. De otra forma, podríamos haber acabado en el fondo de una superficie resbaladiza. Examinamos la base de la colina, intentando encontrar una entrada. Buscamos durante toda la tarde, deteniéndonos sólo unos minutos para eliminar las hormigas de la tarta y comerla junto con las naranjas, enterrando las cáscaras cuidadosamente antes de reanudar la tarea. Finalmente renunciamos, exactamente antes del atardecer, y nos tumbamos en el bosquecillo de álamos que había en la base del vertedero para recuperar el aliento antes de emprender el camino de regreso a casa.
Levanté una ceja, dirigiendo la mirada hacia el cielo que no lograba ver.
—Ahora está allí —dije, exasperada—. Ha regresado. ¿Cómo logró pasar sin que lo viéramos?
—Estoy demasiado cansado para preocuparme —comentó Remy frotándose el codo que se había golpeado contra una roca... y para Remy eso significa muy cansado.
—Está llorando —dije suavemente—. Está llorando como un niño.
—¿Está herido? —preguntó Remy, incorporándose.
—No, no creo —respondí, intentando llegar a él más directamente—. Es pena y soledad... por eso llora.
Volvimos al día siguiente. Esta vez llevamos una tarta de manzana. A la mayoría de los hombres les gustan las cosas dulces y echan de menos los postres cuando están acampando. Ésta era una tarta jugosa, y después de mancharme con el jugo y mojar a Remy que volaba más abajo, la coloqué en un nivel de elevación inanimada y la dejé flotar detrás de mí.
No sé qué esperábamos exactamente, pero fue todo un desenlace ser recibidos de forma tan casual en la Selkirk: sin sorpresas, sin disparos ni preguntas y con grandes agradecimientos por la tarta. Entre un bocado y otro, hablando con la boca llena, nos enteramos de que el anciano se llamaba Thomas.
—Tendría que haber sido el Incrédulo Thomas —nos dijo en tono desdichado—. No creí una palabra de lo que me dijo mi hijo. Y cuando se gastó todo el dinero que teníamos en comprar... —Tragó saliva, parpadeó y cambió de tema.
Nunca descubrimos demasiado sobre él y, por supuesto, ignorábamos por completo qué había en el pozo de la mina Selkirk. Finalmente hicimos esa excursión y muchas más. Remy estaba aprendiendo de la manera más difícil a ser paciente, pero debo reconocer que lo hacía muy bien teniendo en cuenta cómo era él. Una cosa que no descubrimos fue el paradero del hijo del anciano. Durante la mayor parte del tiempo, para Thomas su hijo no tenía otro nombre más que Mi hijo. A veces hablaba como si su hijo estuviera al otro lado de la colina. En otras ocasiones parecía que se había marchado hacía tanto tiempo que casi había quedado olvidado.
Poco tiempo después de empezar a visitar a Tom me pareció que sería conveniente alertar a Remy.
—No está del todo cuerdo —le dije—. A veces habla con toda claridad pero en ocasiones sus pensamientos están tan enmarañados como el alambre de embalar.
—Es la edad —sugirió Remy—. Tiene casi ochenta años.
—Puede ser —acepté—. Pero soporta una carga. Si fuera una Reparadora, podría entrar en su mente y saber de qué se trata, pero cada vez que piensa en lo que lo inquieta, sus pensamientos lo lastiman y se siente muy confuso.
—Pero es inofensivo —opinó Remy.
—¿Sí? —Le recordé el disparo con que nos había recibido. Remy se movió, incómodo.
—En ese momento lo asustamos —señaló.
—Es imposible saber lo que puede asustarlo. Recuerda que no siempre piensa con lógica. Será mejor que tengamos cuidado durante un tiempo.
Aproximadamente una semana más tarde, una semana de gran impaciencia para Remy, volvimos a visitar a Tom, mejor dicho lo miramos cómo devoraba media tarta de limón de una sentada, y nos pusimos a conversar sobre minas y ciudades mineras.
—Papá dice que la Selkirk fue una mina importante cuando era nueva. Obtuvieron de ella más de un millón de dólares en plata. ¿Usted la está explotando? —Remy contuvo el aliento mientras esperaba la respuesta de Tom a su evidente anzuelo.
—No —respondió Tom—. No soy minero. No sé nada de minas, ni de metales. Antes de retirarme trabajaba con chapas de metal. —Frunció el ceño y se movió, incómodo—. No recuerdo demasiado de lo que solía hacer. Ya no tengo buena memoria. Desde que mi hijo me llenó la cabeza con esa idea de viajar a la luna.
—Sentí que Remy quedaba petrificado—. Ha hablado tanto del tema y trabajado tan arduamente en él, además de gastar en eso todo lo que alguna vez tuvimos, que creo que ya no puedo pensar en nada más. Es como una bocina que suena en mis oídos todo el tiempo. A veces es terrible. —Se tapó los oídos con las manos y sacudió la cabeza.
—¿Cuánto tiempo tardarán en despegar? —preguntó Remy con cautela.
—Mi hijo dice que queda poco por hacer. Yo tendría que poder calcularlo por los planos.
—¿Dónde está su hijo? —preguntó Remy.
—Mi hijo está... —Tom se detuvo y frunció el ceño—. Mi hijo está... —Se le nubló la vista y su rostro adoptó una expresión rígida—. Mi hijo dijo que no tenía que venir nadie. Dijo que todo el mundo debía mantenerse alejado. —Su voz empezaba a elevarse y se puso de pie—. ¡Mi hijo dijo que vendrían e intentarían detenernos! —La voz seguía elevándose—. ¡Dijo que vendrían a curiosear y a llevarse la nave! —empezó a gritar—. ¡Dijo que había que mantenerlos alejados! Mantenerlos alejados hasta que él... hasta que él... —Su voz se quebró y cogió un trozo de roca que tenía cerca. Reaccioné mentalmente a toda prisa y le hice abrir la mano para que soltara la piedra, y cuando empezó a buscar otra, Remy y yo corrimos colina abajo, mudos e impresionados. Al llegar al pie de la colina nos abrazamos.
—¡Es un cohete! —dijo Remy tartamudeando y temblando de emoción—. ¡Te lo dije! ¡Un cohete de verdad! ¡Un cohete para ir a la luna!
—No hacía más que decir «Mi hijo dijo» —señalé—. Hay algo que no funciona con ese hijo suyo.
—¿Por qué preocuparse por eso? —dijo Remy, exaltado—, llene una nave espacial, sea del tipo que sea, y se supone que llegará a la Luna.
—Eso me preocupa —le aseguré—, porque cada vez que decía «mi hijo» su mente quedaba más enmarañada. Eso es lo que provocó su locura.
Cuando regresamos a casa, exaltados por las novedades que no podíamos compartir, mamá iba de un lado a otro recogiendo algunas cosas esenciales.
—Se trata de una emergencia —dijo—. Ha llegado un mensaje del Grupo. El doctor Curtís nos trae un paciente y me necesita. Shadow, tú me acompañarás. Ésta será una buena oportunidad para que empieces a practicar la diagnosis real. Ya tienes edad suficiente para hacerlo. Remy, tú pórtate bien y cuida a tu padre. Será mejor que cocines tú y que no hagas huevos fritos más de dos veces al día.
—Pero mamá... —Remy me miró y frunció el ceño—. Shadow...
—¿Sí? —Mamá apartó la vista del estuche que estaba guardando.
—No, nada —dijo, y su labio inferior se curvó hacia abajo en una expresión de desilusión.
—Bueno, ahora ésta será una aventura exclusivamente tuya —murmuré mientras él me bajaba una maleta del estante más alto del armario—. Pero muévete con cuidado. Y en caso de duda, ¡elévate!
—¡Te saludaré con la mano mientras pasamos de camino a la Luna! —dijo, bromeando.
—Remy. —Hice una pausa y dejé un camisón suspendido sobre la maleta—. Es posible que todo fuera un delirio de Tom. Nunca vimos el cohete, ni a su hijo. Es posible que yo esté interpretando mal la presencia de metal. Será divertido si logras encontrarlo realmente, pero no te ilusiones demasiado por eso. ¡Y ten cuidado!
Mamá y yo decidimos llevarnos la furgoneta porque papá tenía, el jeep para ir al bosque y si nosotras debíamos movernos entre Extraños tal vez necesitaríamos un medio de transporte. De modo que cargamos nuestras maletas. Mamá se comunicó con papá y se despidió de él. Mientras nuestra furgoneta salía del patio y se elevaba alejándose por encima de las copas de los árboles, me asomé y saludé a Remy, que estaba de pie en el porche, con expresión melancólica.
Fueron dos semanas maravillosas en las que reinó un clima solemne. Teníamos un hospital muy pequeño. Los miembros del Pueblo son bastante sanos, pero el doctor Curtis, un Extraño amigo nuestro, nos trae pacientes con bastante frecuencia para que mamá lo ayude a establecer un diagnóstico. Ése es el Don de ella: poner las manos sobre el enfermo e interpretar el mal que lo aqueja. De modo que cuando él está totalmente desconcertado con un paciente, se lo lleva a mamá. Ella es demasiado tímida para ir al Exterior. Además, los miembros del Pueblo somos más eficaces cuando nos encontramos entre los nuestros.
No fueron dos semanas fáciles porque una Sensitiva debe experimentar lo que experimenta el paciente. Aunque sea el sufrimiento de otro, sigue siendo algo muy real y molesto, sobre todo para una principiante como yo. Una noche pensé que moriría cuando quedé atrapada en el asfixiante sufrimiento de un ataque que olvidé Canalizar, y quedé perdida en el sufrimiento. Mamá tuvo que rescatarme y devolverme el aliento.
Cuando por fin terminamos nuestra tarea en el hospital, regresamos a casa. Me sentía como si fuera diez años mayor... como si hubiera dejado mi casa siendo una niña y regresara siendo una adulta. Me había olvidado por completo de Tom y del cohete, y tuve que hacer un esfuerzo por recordar cuando Remy me dijo en un susurro:
—¡Es real! —Entonces el recuerdo salió disparado como un verdadero cohete y estuve a punto de estallar de entusiasmo.
Esa noche no tuvimos oportunidad de averiguar más detalles, pero antes de dormirme me deleité haciendo toda clase de especulaciones. Nos marchamos a la mañana siguiente, inmediatamente después del desayuno, elevándonos en la fría mañana por encima de las pequeñas nieblas que se elevaban desde la ciénaga, donde pastaban los antílopes con las patas metidas en el agua o la panza apoyada en las flores silvestres mojadas por el rocío.
—¿Has acabado con los campamentos? —le pregunté mientras dejábamos atrás el llano.
—Terminé la semana pasada —repuso Remy—. Papá dijo que podía descansar un poco. Cosa que me vino muy bien, porque ahora Tom necesita mucha ayuda. —Remy me miró frunciendo el ceño y se elevó un poco más—. Estoy preocupado, Shadow. Él está enfermo. Quiero decir que su problema es algo más que un delirio mental. Creo que recibirá la Llamada antes de...
—¿Antes de que la nave esté construida? —pregunté y sentí que se me encogía el corazón al comprender que estaba tan absorto en su propio sueño.
—¡Exacto! —estalló Remy—. Pero no estoy pensando sólo en mí. Claro que quiero que la nave quede terminada, y quiero tripularla y salir al espacio. Pero ahora conozco a Tom y sé que él sólo vive pensando en ese vuelo, que para él es más grandioso que su esperanza de ganarse el cielo o su temor al infierno. Verás, he conocido a su hijo...
—¡Lo has conocido! —Me estiré para cogerlo del brazo—, ¡oh, Remy! ¿De veras? ¿Es... tan excéntrico como Tom? ¿Te cayó bien? ¿Es...? —Me interrumpí. Remy estaba cerca de mí. Tendría que haber visto sus «sí» o sus «no» en los bordes externos de su pensamiento, pero él estaba muy cerca de mí.
—¿Ocurre algo, Remy? —le pregunté en voz baja—. ¿Él está peor que Tom? No le permitirás...
—Espera y pregúntale a Tom —me dijo Remy—. Él me lo dice todos los días. Es como una criatura, y ha decidido que puede confiar en mí, de modo que habla y habla y habla, siempre de lo mismo. —Remy tragó saliva—. Es necesario acostumbrarse, al menos en mi caso. Tal vez para ti...
—¡Remy! —lo interrumpí—. Casi hemos llegado y todavía estamos en el aire. Será mejor...
—No es necesario —me aseguró—. Tom me ha visto en muchas ocasiones elevarme y utilizar muchas de nuestras Concepciones y Creencias. —Remy rió al ver mi asombro—. No te preocupes. No es ninguna traición. Él simplemente cree que he ido a una escuela moderna. Se maravilla por las cosas que enseñan en la actualidad y está seguro de que no sé lo que es una manzana verde, ni cuál es el río más largo de Sudamérica. Ya te dije que es como un niño. Es capaz de aceptar cualquier cosa, salvo el hecho de que... —Empezamos a descender hacia Selkirk.
—El hecho de que... —dije. Instintivamente empecé a buscar un sitio donde ocultarnos. Tom nos estaba esperando.
—¡Hola! —nos saludó con voz ronca, sin sorprenderse, en cuanto aterrizamos—. ¿Entonces tu hermana volvió? Es casi tan buena en el aire como tú, ¿verdad? Supongo que hoy os habéis levantado temprano. Yo aún no he desayunado.
Quedé impresionada por el aspecto macilento de su rostro y por la debilidad de sus movimientos. Vi la enfermedad escrita en sus ojos pero hice una mueca ante la idea de tocar sus hombros frágiles o su pecho hundido para diagnosticar la enfermedad que lo agotaba. Nos sentamos tranquilamente en los escalones de la entrada y sentí el aroma del café que preparó para el desayuno y esperamos mientras él comía un desmigajado trozo de pan. Y ése fue su desayuno.
—Le hablé a mi hermana de la nave —le comentó Remy en tono amable.
La nave... —Se le iluminaron los ojos—. No confío en demasiada gente para mostrarles la nave, pero si ella es tu hermana, confío en ella. Pero primero... —cerró los ojos ante el peso de la pena que le contorsionó el rostro— primero quiero que ella conozca a mi hijo. Entremos. —Se echó hacia atrás y Remy lo siguió al interior de la choza. Yo me tragué el asombro y los seguí.
—¿Recuerdas que buscábamos una entrada? —me preguntó Remy sonriendo—. ¡Tom no es tan tonto!
No sé lo que Tom hacía con las cosas que sonaban y las poleas que chirriaban y las tablas que se partían por la mitad, pero el resultado final fue un cuadrado enorme y negro en medio del suelo déla choza, que conducía a la negra nada.
—Él baja por una escalera —me susurró Remy mientras la cabeza desgreñada de Tom desaparecía—. Pero últimamente he tenido que ayudarlo a sujetarse. Se está debilitando muchísimo.
Así, mientras bajábamos por la trampa, sumé mi ayuda a la de Remy y sostuve las temblorosas manos del anciano alrededor de los peldaños y afirmé sus débiles rodillas mientras él descendía. Al llegar al pie de la escalera, Tom conectó un interruptor y se encendió una hilera de luces.
—Mi hijo fue el que improvisó las luces —anunció Tom—. El generador está encima de la nave. —Se oyó una serie de ruidos sordos y metálicos y cayó una generosa lluvia de polvo mientras volvía a cerrarse la puerta de arriba.
Caminamos en silencio entre los escombros, detrás de Tom, que avanzaba a toda prisa por el suelo gastado en diversos puntos por las incontables idas y venidas.
El terreno giraba a un costado, y cuando giré lancé un grito suave. El techo se había derrumbado y el revoltijo de rocas caídas casi bloqueaba el paso. Entre la pared y los escombros amontonados quedaba espacio apenas suficiente para pasar de costado.
—Será mejor que te concentres en la Canalización —susurró Remy.
—¿Te refieres al momento en que tengamos que pasar...?-empecé a decir.
—No hablo de esa clase de Canalización.
Lo que añadió a continuación quedó tapado por la súbita ola de dolor y pena que surgió de Tom y me absorbió; no era dolor físico sino mental. Jadeé y Canalicé todo aquello lo más rápido que pude, pero antes de que pudiera darme cuenta y protegerme, ese dolor formó en mi frente gotas de sudor..
Tom estaba arrodillado junto a las piedras amontonadas, con la vista fija en el suelo. Me acerqué. Junto a una roca enorme había un pequeño montón de cierra. En el suelo, una diminuta bandera norteamericana y, encima de ésta, en la roca, se veía pintada aína cruz blanca con trazo inexperto y la pintura chorreante.
—Éste —se lamentó Tom en tono casi inaudible— es mi hijo... —Tu hijo —jadeé—. ¡Tu hijo!
—No lo soporto más —susurró Remy—. Iré hasta la nave y me pondré a trabajar. Siempre lo dice, haya o no alguien que lo escucha. Pero cada vez es un poco más corto. La primera vez le llevó toda la mañana. —Remy avanzó entre los escombros, como quien se refugia de una pena que no puede aliviar.
—... así que le dije que vendría y lo ayudaría. —Tom elevó el tono de voz y me acomodé en el suelo, a su lado.
—Sus amigos habían muerto... Jug de neumonía, Buck por correr a toda velocidad en su coche para decirle a mi hijo que había encontrado un ángulo que los había obligado a detener el trabajo. Y allí estaba mi hijo, sin nadie que lo ayudara a terminarlo, nadie con quien salir al espacio, así que le dije que vendría a ayudarlo. Podíamos vivir de mi pensión. Teníamos que hacerlo, porque todo el dinero que teníamos lo habíamos gastado en la nave. Todo nuestro dinero y mucho más se había utilizado en la nave. No sé cómo lograron empezar, ni a quién se le ocurrió la idea, ni quién trazó los planos, ni cuál de ellos descubrió cómo hacerla funcionar, pero estuvieron juntos en el servicio militar y creo que piratearon gran parte del material. Tal vez por eso estaban tan preocupados con la idea de que el gobierno los encontrara. No soporto la deshonestidad y mi hijo tampoco, pero él estaba implicado en esto con los otros dos y creo que él era el que más insistía en irse. Era como una fiebre para él. Solía decir «Si no puedo hacerlo mientras esté vivo, quiero hacerlo muerto. ¡Qué entierro! La negrura del espacio como mortaja... cien millones de estrellas como velas y la música de las esferas como réquiem.» Y aquí yace, en la oscuridad. —El cuerpo de Tom se hundió y estuvo a punto de caer a mi lado.
»Oí el crujido y el derrumbamiento —susurró en tono apremiante—. Oí que el techo caía. Lo oí gritan "¡No! ¡Aquí abajo no!", y lo vi correr hacia la nave y vi las rocas que caían y el polvo que flotaba... —Su voz era apenas audible; tenía el rostro oculto entre las manos—. Las luces no funcionaban. Están sujetas a la otra pared. Cuando el polvo se asentó, vi... vi a mi hijo. Sólo su mano, sólo su mano estirada... para tocar el espacio y cien millones de estrellas. Estirándose, preguntando, deseando. —Se volvió hacia mí, tenía el rostro arrasado de lágrimas—. No pude mover la roca. No pude devolverle la vida. No pude salvar a mi hijo, pero juré que lanzaría su nave al espacio... y que llevaría algo suyo que demostrara que él la había hecho. Así que le hice sujetar la bandera. La que él tenía intención de colocar donde se posó la otra nave que fue a la Luna. "¡Mugrientos!", les llamaba por ensuciar la Luna. Iba a poner allí esta bandera en lugar de aquélla, una pequeña para no estropear el paisaje. Por eso la ha estado sosteniendo durante todo este tiempo, y en cuanto Remy y yo hagamos funcionar la nave, cogeremos la bandera y... y...
Se le iluminaron los ojos y lo ayudé a ponerse de pie protegiéndome de él con mi escudo.
—¡Tú también puedes venir si traes una de esas tartas de limón! —Había pagado su entrada a la pena y avanzaba con cautela por el montón de rocas caídas.
—La guardaremos para celebrar el regreso —sugerí.
—¿El regreso? —Me miró por encima del hombro con una sonrisa—. Sólo será un viaje de ida. Tenemos una cápsula que enviaremos de regreso con toda la información y una radio con la que mantenernos en contacto mientras podamos, pero nunca dijimos nada acerca de regresar. ¿Por qué íbamos a hacerlo?
Sorprendida, lo miré alejarse entre los escombros, olvidando momentáneamente su pena. Me apoyé en la pared, esperando completar la Canalización. Bajé la vista y observé el pequeño montículo de tierra y la bandera inmóvil y grité, presa del pánico:
—¡No podemos hacer esto solos! ¡No si es un viaje sin retorno!
Me tapé la boca con las manos, pero Tom se había ido. Corrí tras él y el eco de mis pisadas sobre las rocas melladas anuló el eco asustado de mi voz.
Mientras seguía a Tom intenté frenéticamente encontrar alguna forma de salir de esa espantosa situación. Finalmente sonreí, aliviada.
—No nos iremos —dije en voz alta—. No nos iremos.
Entonces vi la nave que se curvaba suavemente en la oscuridad del pozo cubierto de la mina. Casi con una especie de reconocimiento vi y sentí su serena y eficiente belleza, pequeña, compacta, encantadora, y vi su interior, donde una instalación se funda tu» lógica v bellamente en la otra. Me puse de pie y sentí la maravillosa integridad de la nave. No era algo armado con desechos y sobras.
Había ido creciendo, incorporando cada componente y asimilándolo. Era un todo maravilloso y funcional, salvo que... Pasé por alto la sensación inacabada y encontré a Remy y a Tom trabajando juntos. El trabajo de Tom consistía en sujetar el ángulo de una larga lámina de diagramas mientras dormitaba a causa de la edad y el agotamiento. Remy se había colocado detrás de una especie de panel y hacía ruidos misteriosos.
—¿Por fin has llegado? —Su voz tenía un sonido hueco—. Echa un vistazo a los planos, ¿quieres? Tom se dejó las gafas de leer en la choza. Mira dónde... —Y su frase continuó con la visualización de algo que tenía un aspecto hermoso pero que me resultó absolutamente incomprensible. Cogí la lámina de manos de Tom. Él lanzó un ronquido y abrió los ojos. Esbozó una sonrisa y volvió a cerrar los ojos. Miré la lámina. Estaba llena de líneas: líneas sinuosas que se bifurcaban y otras líneas y símbolos encima de aquéllas, pero en ningún lado logré ver lo que Remy me había enseñado.
—Debe de tener el papel equivocado —comenté—. Aquí no hay nada como lo que tú quieres. Sólo hay... —Y continué con la visualización de lo que había encontrado.
—¡Bueno, si está ahí! —Me mostró un signo sinuoso y lo comparó con la imagen que me había transmitido.
—Bien, ¿cómo voy a saber lo que es esto si está dibujado de una forma tan misteriosa? —Estaba enfadada. Remy movió los pies y apareció por detrás de mí.
—¡Ja! —exclamó cogiendo la lámina de mis manos—. Cualquiera sabe lo que es un diagrama esquemático. Cualquiera se da cuenta de que esto... —me lo señaló— es esto. —Y me mostró mentalmente un panel lleno de complicaciones que yo jamás habría imaginado.
—Bien, tal vez cualquiera pueda hacerlo, pero yo no —señalé—. ¿Cuándo aprendiste a leer esto? ¿En la escuela?
—Claro que no —respondió Remy—. Tom me enseñó todos los planos y lo que faltaba por hacer. Él no puede resolverlo, por eso lo estoy naciendo yo. No es tan difícil.
—Remy —le dije, señalando una serie de símbolos de la página. ¿Qué es esto?
—Ah, esto, por supuesto. —Me envió la imagen de lo que simbolizaban.
¿Alguna vez habías visto una de esas partes? —le pregunté en tono serio.
—No. —Remy dejó sus herramientas y adoptó una expresión tan sena como la mía—. ¿Para qué les servirían a los miembros del Pueblo? Son cosas que trajo el hijo de Tora.
—Pero tu miraste todo este... este... —Le señalé la lámina—. ¿Y supiste cómo se montaban las piezas?
—Vaya, por supuesto —contestó Remy—. ¿Cómo no iba a saberlo si tengo el objeto ante mis ojos, al natural? Cualquiera...
—Deja de decir «por supuesto» y «cualquiera» —lo interrumpí—. Remy, ¿no te das cuenta de que para la mayoría de la gente estas marcas son tonterías hasta que se le dedican horas e incluso años de estudio? ¿No te das cuenta de que a la mayoría de la gente le resulta imposible ver en tres dimensiones algo que tiene dos dimensiones? ¿No sabes que incluso estudiando hace falta tener cierta habilidad para ver las cosas acabadas cuando estás trabajando con planos y diagramas? Una habilidad especial. —Empecé a hablar más despacio—. ¿Un Don especial? ¡Oh, Remy!
—¿Un Don especial? —Remy cogió el plano de mis manos y lo miró—. ¿Me estás diciendo que no ves esto como si fuera algo tan sólido que casi puedes sacarlo del papel?
—No —respondí—. Yo sólo veo líneas y marcas raras.
—¿Y la otra noche, cuando miramos los planos para el agregado a la cabaña, no viste esa pequeña habitación que sobresalía del papel?
—No —contesté, sonriendo al recordar aquella ocasión—. ¿Por eso pellizcabas el papel?
—Sí. —Remy esbozó una sonrisa—. Intentaba levantarla para mostrarle a papá lo que no estaba bien en la pared trasera, pero él encontró el error en los planos y la cambió. Así enderezó la pared, qué quedó perfecta.
—Remy —lo miré a los ojos—, tal vez tienes realmente un Don especial. ¡Tal vez esto.es lo que estabas buscando! ¡Oh, Remy!
—Un Don especial... —Remy reflexionó—. ¿Un Don especial?
Miré a mi alrededor.
—Tú cambiaste algunas cosas, ¿verdad?
—No muchas —dijo en tono distraído, aún concentrado en sus pensamientos—. Algunos detalles sin importancia que no parecían correctos... cosas que no encajaban perfectamente.
—Por eso ahora todo encaja a las mil maravillas ¡Oh, Remy, estoy segura de que has encontrado tu Don!
Remy observó el papel.
—¡Mi Don! —Se le iluminaron los ojos—. ¡Y esto me llevará al espacio!
—¡Pero no te traerá de regreso! —La voz de Tom nos sobresaltó—. Será estrictamente un viaje sin retorno. Tenemos una cápsula...
—Sí, Tom, sí —dijo Remy poniendo los ojos en blanco—. Estrictamente un viaje sin retorno.
Sentí que algo se derrumbaba en mi interior y se me tensaron los labios a causa del temor.
—¡Remy, no puede ser que estés hablando en serio! ¡Ir al espacio y no volver nunca más!
—Valdría la pena, ¿no te parece? —dijo mientras volvía a ocultarse detrás del panel—. Tom, ¿quieres darme el destornillador del mango amarillo? Lo dejé junto a la caja de las herramientas.
—Claro, claro. —Tom se puso de pie haciendo un esfuerzo y se alejó arrastrando los pies.
—Por todos los cielos —protestó Remy y sus ojos destellaron al otro lado del panel—. ¡Sígueme la corriente! No te enredes en una discusión con Tom. Yo lo intenté una" vez y estuvo a punto de morir por eso... y yo también. Volvió a sacar su arma. Él va a viajar al espacio, como quien viaja al cementerio. Sabe que nunca volverá, y no querría hacerlo de otro modo. Lo único que le interesa es poner esa bandera en la lima y que su cuerpo quede allí. Pero lo desea tanto que tenemos que dárselo. No soy tan tonto para querer acabar allí con mis huesos. ¡Confía en mí por una vez!
—¿Entonces todo está bien? ¿Existe una forma de que la nave regrese?
—¡Por supuesto! ¡Claro que está bien! —La voz de Remy salía desde el otro lado del panel, amortiguada—. Cuando venga Tom, pásame el destornillador.
Así se sucedieron los días, demasiado rápido para nosotros. Trabajábamos contra la fecha límite del final del verano y el momento fatal en que papá y mamá finalmente nos harían preguntas sobre nuestras prolongadas ausencias de la cabaña. Hasta ese momento habíamos podido evitarlas. Y sentí un gran alivio el día en que Remy dejó una herramienta, se limpió las manos lentamente en los téjanos y dijo serenamente:
—He terminado.
Tom se puso pálido y pensé que iba a desmayarse. Sentí que mi rostro se enrojecía y tuve miedo de estallar.
—Has terminado —susurró Tom—. Ahora mi hijo podrá ir al espacio. Iré a decírselo. —Y se fue arrastrando los pies.
—¿Cómo vamos a hacer para que mamá y papá nos dejen marchar? —pregunté—. Dudo que aunque la nave esté lista...
—No podemos decírselo —señaló Remy—. No deben saberlo.
—¿No vamos a decírselo? —Quedé azorada—. ¿Haremos una expedición coma ésta sin decírselo? ¡No podemos!
—Tenemos que hacerlo así. —Remy hablaba con un tono de madurez que jamás había mostrado—. Sé perfectamente que si lo supieran nunca nos permitirían marcharnos. De modo que vas a guardar el secreto... incluso después de que nos hayamos ido.
—¡Guardar el secreto! No vas a irte sin mí. ¿De dónde has sacado semejante idea? Si en algún momento se te ocurrió... —Empecé a gritar. Remy me cogió del brazo.
—¡Cállate! —me dijo, sacudiéndome un poco—. No puedo permitir que vengas, dadas las circunstancias. Tendrás que quedarte.
—Dadas las circunstancias —repetí, mirándolo fijamente a los ojos—. Remy, ¿existe realmente alguna forma de que la nave regrese?
—Te dije que sí, ¿no? —Remy me devolvió la mirada.
—¿De que la nave regrese con su propia fuerza?
Remy me soltó el brazo.
—Regresará sin problemas. Deja de preocuparte.
—Remy —esta vez yo le sacudí el brazo a él—, ¿tienes las instrucciones para el vuelo de regreso? Tom dijo...
—No —reconoció Remy en tono duro e impersonal—. No hay instrucciones para el vuelo de regreso... ni para el vuelo de ida. Pero lo lograré... de ida y de vuelta. Y si no lo hago con la nave, entonces lo haré solo.
—¡Remy! ¡No puedes! —Mi protesta surgió apresuradamente del tumulto de mis pensamientos—. Ni siquiera los Ancianos intentarían hacerlo sin una nave, a pesar de que tienen todas las Señales y Creencias. No puedes Movilizar toda la nave tú solo. No eres lo suficientemente fuerte. No puedes hacer que la nave salga de la órbita... ¡Oh, Remy! —Empecé a sollozar—. Ni siquiera conoces todos los detalles... la inercia, la trayectoria, U atracción de la gravedad... es todo demasiado complicado. ¡Nadie podría hacerlo solo! ¡Ni siquiera nosotros dos juntos!
Remy se soltó.
—No hay dudas con respecto a tu partida —dijo—. Tú misma me dijiste que ésta era una aventura exclusivamente mía y encontraré la forma de llevarla a cabo, aun cuando algo fracase en el camino —Sonrió un poco y volvió a ponerse serio—. Mira, Shadow, hago esto por Tom. Está tan implicado en todo este proyecto que no le queda literalmente nada en la vida más que el viaje y la nave. Si no fuera porque esta esperanza lo ha mantenido vivo, habría muerto hace tiempo. Tú no lo has tocado sin tu escudo, de lo contrario te habrías dado cuenta enseguida de que recibió la Llamada hace meses pero se niega obstinadamente a marcharse. Dudo de que sobreviva al lanzamiento, a pesar de toda la protección que yo puedo facilitarle. Pero tengo que llevarlo, Shadow. Simplemente tengo que hacerlo. Es... es... No puedo dar una explicación coherente, pero para mí es tan necesario hacer esto por Tom como para Tom emprender el viaje. Incluso se ha olvidado de Dios y sólo piensa en Él como en un espía que podría sorprendernos y detenernos. Creo que incluso el lanzamiento real y una mirada a la Tierra desde el espacio lo purificarán y se someterá a la Llamada e irá a donde su hijo lo está esperando, en el Otro Lado.
»Tengo que convertir su sueño en realidad. —Remy vaciló-! Los jóvenes tenemos tiempo de soñar y cambiar de sueños, pero los ancianos como Tom sólo tienen tiempo para un sueño, y si ese sueño les falla...
—Pero Remy —susurré en tono apesadumbrado—, podría ocurrir que no volvieras nunca.
—Eso está en manos del Poder —dijo seriamente—. Si tengo que recibir la Llamada, la recibiré.
—Creo que te equivocas —repuse firmemente, aunque después de tantos años me resultaba difícil contradecir a Remy en algo importante—. Estás intentando coger el sol con un tamiz... ¡y morirás por ello! —Las lágrimas rodaban por mis mejillas—. No puedo permitirte... no puedo...
—No eres tú quien tiene que decir «no» o «vete» —respondió Remy tajantemente—. Si no vas a ayudar, no obstaculices...
Tom regresó con las manos extendidas y las palmas ensangrentadas.
—Venid a ayudarme —dijo, jadeando—. No puedo sacar las rocas de encima de mi hijo...
Remy y yo nos miramos con desconcierto.
—Pero Tom...
Cogí una de sus manos entre las mías para examinar la piel cortada.» ¡e inmediatamente quedé atrapada por la Muerte! La Muerte giró sobre mí como una nube asfixiante. La muerte me gritó desde todos los rincones de mi mente. ¡Muerte! ¡Muerte! ¡Rebelde y combativa Muerte! Nada de la Llamada solemne. Ni preparación para regresar ante la Presencia. Obligué a mis dedos tiesos a abrirse y soltar la mano de Tom. Remy me miraba con expresión ansiosa; me había cogido la otra mano y tironeaba de ella para apartarme del anciano.
—Pero, Tom —dijo en el silencio que mi boca seca no pudo llenar-áj vamos a llevar la bandera. ¿Recuerdas? Ése será el homenaje a tu hijo...
—Le prometí a mi hijo que iría al espacio con él —explicó Tom serenamente—. Y ocurrirá a la inversa. Él va a ir al espacio conmigo. Lo que ocurre es que hay demasiadas rocas. Vamos, chicos, ayudadme. No queremos que se haga tarde. —Se limpió las manos en el trasero del pantalón y empezó a caminar entre los escombros.
—Espera —lo llamó Remy—. Primero ayúdanos a nosotros. No podemos ir a ninguna parte hasta que carguemos el combustible. Tienes que mostrarme el depósito del combustible. Prometiste que lo harías cuando la nave estuviera terminada. Ahora está terminada... todo está listo pero falta cargar el combustible.
Tom se detuvo.
—Es verdad —dijo sacudiendo la cabeza—. Es verdad. —Lanzó una carcajada que me erizó la columna—. No soy ningún tonto. Siempre tengo un as bajo la manga.
Bajamos con él entre los escombros.
—Me pregunto qué combustible tendrá —dijo Remy—. Tom nunca lo dijo, o no lo sabía. Nunca pude sacarle una palabra sobre esto, salvo que aparecería en cuanto estuviéramos en condiciones de cargarlo. El compartimiento del combustible estaba terminado incluso antes de que llegáramos nosotros. Él no me dejó entrar.
Tiene la llave.
—Está muy lejos de la nave —comenté, preocupada—. ¿Cómo haremos para llevarlo hasta allí?
—No lo sé. —Remy frunció el ceño—. Ellos debieron de pensar alguna forma de hacerlo. Pero si es líquido...
Tom se había detenido ante la puerta cerrada con candado, buscó a tientas hasta que, después de varios intentos, encontró la llave correcta y abrió la cerradura. Abrió la puerta de par en par. Una sólida pared de metal bloqueaba la entrada y de ella salía un grifo, que era lo único que interrumpía su muda extensión.
—Entonces es líquido —susurró Remy—. ¿Pero cómo demonios...?
Tom sonrió al ver nuestra expresión.
—Solían guardar agua aquí. Ahora no hay nada. Nada salvo el combustible. —Empujó un fragmento de metal que se movió hacia dentro. Resultó ser una puerta tosca. —Ahí está —gritó Tom—. Ahí está.
Al principio no vimos nada porque al asomarnos a la puerta bloqueamos la luz que llegaba desde atrás; entonces Tom se acercó y el haz de luz lo siguió. Se detuvo y buscó algo a tientas; luego se volvió hacia nosotros y levantó su carga con expresión triunfante. —Aquí está —repitió—. Tenéis que ponerlo en la nave. Aquí está la llave del compartimiento. Iré a buscar a mi hijo.
Remy cogió lo que Tom le había dado y estuvo a punto de dejarlo caer. Era una caja, o algo parecido a una caja. Rectangular, más que cuadrada, pero sin ningún rasgo distintivo más que un asa en cada extremo y una superficie lisa, casi espejada, en la parte superior. —¿Qué es? —pregunté—. ¿Cómo funciona?
—No lo sé. —Remy se puso en cuclillas y tocó la caja con curiosidad.
—Tal vez es algún tipo de combustible sólido. Debe de ser eso. Tom dice que éste es el combustible.
—¿Por qué tendrían un compartimiento tan grande para el combustible si esto es todo lo que hay? —Había percibido la enorme cámara vacía varias veces, incluso con el candado echado.
—Bueno, la única respuesta que tengo a esa pregunta es que vayamos a ponerlo en su sitio; tal vez así lo sepamos.
Entre ambos trasladamos el objeto hasta la nave y lo colocamos en el compartimiento del combustible... al menos en el sitio que, según los planos, tenía ese nombre. Lo colocamos en el lugar indicado y lo aseguramos con las abrazaderas de metal que estaban situadas en los lugares pertinentes. Luego retrocedimos y analizamos la situación. El objeto estaba colocado en medio del suelo y rodeado de aire por los costados y por encima. La superficie semejante a un espejo reflejaba el techo. No había cables ni alambres, ni conexiones ni nada más que las abrazaderas de metal, qUé no penetraban en la estructura del suelo más que lo necesario para que no se soltaran.
—¿Remy? —Vi su rostro perplejo—. ¿Cómo funciona esto? ¿Los planos lo explican?
—No hay ningún plano de este lugar —dijo sin expresión en la voz, buscando en su memoria los planos disponibles—. Sólo hay un rótulo en el que se lee: «Cámara del combustible.» Y una anotación. No podía imaginarlo. La anotación indica: «¡¡¡Una vez aseguradas las abrazaderas, coordinar y despegar!!!», con tres signos de admiración. Eso es todo. ¿Lo ves? Tom sólo planeaba construir la nave. No tenía nada previsto con respecto al viaje real.
—Y tú pensaste que podías... —dije, horrorizada.
—Oh, relájate, Shadow —dijo Remy—. Por supuesto, me di cuenta de cómo todo encajaba en todo y vi lo que significaban las indicaciones del dial después que hubiéramos empezado, pero... —Se interrumpió y sus pensamientos se concentraron otra vez en los planos—. En ningún sitio hay un botón ni una palanca... —Se mordió el labio y miró el objeto frunciendo el ceño.
En el silencio oímos el ruido de una piedra y la voz de Tom que repetía misteriosamente:
—Sal de ahí, hijo. ¡Es hora de irse! ¡Levántate!
Los dos escuchamos el alegre canto de Tom y nos miramos fijamente.
—¿Qué vamos a hacer, Shadow? —me preguntó Remy con expresión de impotencia—. ¿Qué vamos a hacer?
—Tal vez Tom sepa algo acerca de esto —sugerí—. Tal vez logremos que diga algo. —Me estremecí al recordar su mano sobre la mía.
Así que nos acercamos a Tom, que seguía aferrado a la roca rota, intentando liberar a su hijo, mientras la diminuta bandera seguía en pie sobre el pequeño montículo de tierra. Tom estaba pegado a una roca que, si llegaba a soltarse, caería rodando sobre él.
—¡Tom! —lo llamó Remy—. ¡Tom! —Finalmente logró atraer su atención—. Ven aquí. Necesito ayuda.
Tom se apartó torpemente del declive y se deslizó unos centímetros. Lo dejé caer porque no soportaba tocarlo otra vez.
—Tom, ¿cómo funciona ese combustible? —le preguntó Remy.
—¿Funcionar? Vaya, como creas que funciona un combustible —contestó Tom enigmáticamente—. Simplemente lo instalas y despegas.
—¿Cómo se conecta con los motores? —le preguntó Remy—. No me diste esa parte de los planos.
—¿Qué motores? —preguntó Tom con una sonrisa irónica.
—¡Los que hacen funcionar la nave! —Remy estaba perdiendo la paciencia.
—Mi hijo hace funcionar la nave —respondió Tom riendo entre dientes.
—¡Tom! —Remy lo cogió de los hombros y lo sujetó hasta que la mirada errante del anciano se fijó en él—. Tom, la nave está lista para salir, pero no sé cómo ponerla en marcha. A menos que tú me digas cómo hacerlo, no... no podremos irnos.
—¿No podremos irnos? —Tom parpadeó, sorprendido—. ¿No podremos irnos? ¡Tenemos que irnos! ¡Tenemos que hacerlo! ¡Lo prometí! —Los contornos de su rostro se suavizaron y se desdibujaron con la intensidad de su emoción—. ¡Tenemos que irnos! —Apartó bruscamente las manos de Remy de sus hombros y lo empujó—. ¡Estúpido niño! ¡Claro que no sabes ponerla en marcha! ¡Mi hijo es el único que sabe hacerlo! —Se volvió hacia el montón de rocas—. ¡Hijo! —Su voz sonó como la de un padre severo—. Sal de ahí. ¡Hay mucho que hacer y tú estás ahí holgazaneando! —Otra vez intentó quitar las rocas.
Nos apartamos de él, del remolino de sus emociones y del sollozante jadeo en que se había convertido su respiración. Retrocedimos hasta la escalera que conducía a la cabaña y, apoyándonos contra ella, nos miramos fijamente.
—Hace meses que su hijo está ahí abajo... tal vez un año —dijo Remy lentamente—. Si lo destapa ahora... —Tragó saliva—. Y yo no puedo hacer funcionar la nave. Después de tanto alboroto con respecto al viaje, aquí estoy, sin poder moverme. Pero los motores existen, al menos hay unos mecanismos que funcionan coordinadamente una vez iniciado el vuelo. No creo que esa caja pequeña sea todo el combustible. Apuesto a que en alguna parte había combustible líquido, y que se evaporó, o se acabó, o algo así. —Volvió a tragar saliva y se apoyó contra el pie de la escalera.
»Oh, Shadow —se lamentó—, Al principio, ésta iba a ser mi gran aventura. Iba a ayudar a Tom a cumplir su sueño... y lo haría yo solo. Era mi declaración de independencia, para demostrarles a papá y a Ron que podía hacer algo además de alardear... aunque supongo que eso también era alardear. Pero renuncié a todo eso, Shadow... me refiero a mi actitud. Quería hacerlo por Tom. —Su voz se quebró y parpadeó—. Y por su hijo... —Se volvió, y al ver que reprimía las lágrimas se me hizo un nudo en la garganta.
—Aún no hemos terminado —dije—. Volvamos.
Reinaba, el silencio. No logramos oír a Tom. Ni el roce de una roca contra otra. Ni un grito ni un murmullo. Remy y yo intercambiamos una mirada de preocupación y nos acercamos al montón de rocas rotas.
—¿Supones que sufrió un ataque cardíaco? —Remy se adelantó, avanzando cautelosamente sobre las rocas caídas.
—¡Remy! —grité, jadeando—. ¡Oh, Remy, vuelve! —Había percibido lo que ocurría más adelante y al tragar saliva tuve la impresión de que tragaba fuego—. ¡Remy! —Pero ya era demasiado tarde.
Oí el grito de Remy y luego el repentino rugido triunfal de Tom:
—¡Te tengo!
Permanecí a cierta distancia, apartada del estrecho pasillo, escuchando.
—¡Eh, Tom! —La voz de Remy era calculadamente indiferente—. ¿Para qué quieres ese cañón? Desde aquí parece tan grande que podría meterme dentro.
—No es un cañón —dijo Tom—. Es una escopeta que me dio mi hijo para que vigilara la nave y para que tú no pudieras matarlo y evitar que la nave despegara. Tal vez lo has matado, pero eso no nos impedirá...
—Yo no maté...
—¡No me mientas! —La furia de la voz de Tom me sobresaltó—. El está muerto. Le destapé la mano... ¡Mi hijo está muerto! ¡Y tú lo mataste! Tú le tiraste encima todas esas piedras para intentar ocultar tu crimen, pero el asesinato se descubrirá. ¡Tú mataste a mi hijo!
—Tom, Tom —dijo Remy en tono persuasivo—. Soy Remy, ¿recuerdas? Tú me enseñaste dónde yacía tu hijo. Recuerda la bandera...
—La bandera... —dijo Tom en tono triunfal—. Claro, la bandera. Él iba a ponerla en la Luna. Por eso lo mataste. Pero ahora tu serás quien la ponga en la Luna... o morirás en el intento. —Se echo a reír y su risa sonó como el roce de una piedra contra otra— morirás en el intento! ¡Muévete!
—Pero Tom... ¡no hay combustible! —protestó Remy.
—Tú cogiste lo que había en el depósito, ¿verdad? —preguntó Tom en tono apremiante—. Bien, entonces ahora hazla volar. Mi hijo dijo que funcionaría. ¡Y funcionará!
Oí que sus pasos se alejaban y la llamada acongojada de Remy se agitó en mi mente como una bandera roja:
—¡Shadow! ¡Shadow!
No recuerdo haber retrocedido a toda prisa hasta la escalera, ni haber abierto la trampa, ni haber abandonado la choza. Cuando tomé conciencia de lo que hacía, supe que corría por la montaña, en dirección a casa. Las estrellas, ¿cuándo había caído la noche?, las copas de los árboles, las curvas de las colinas, todo se convertía en una especie de cinta lisa que volaba detrás de mí. No me acordé de activar el escudo hasta que se me llenaron los ojos de lágrimas.
Aterricé en el porche tan rápidamente que tropecé y caí; luego choqué contra la puerta principal. Antes de que pudiera ponerme de pie, aparecieron mamá y papá, y mamá me cogió para ver si me había lastimado.
—Estoy bien —dije, jadeando—. Pero Remy... Remy...
—Shadow, Shadow. —Papá me levantó en brazos, me llevó dentro de la casa y me recostó en el sofá—. Shadow, tranquilízate antes de empezar a hablar. Así ahorraremos tiempo.
Me obligué a quedarme quieta, aunque las lágrimas me quemaban las mejillas y me llegaban a las orejas, y dejé que la urgencia, el temor y la congoja desaparecieran de mi mente. Entonces, mientras nos cogíamos de la mano, nuestras mentes se reunieron en la comunicación sin palabras que suelen practicar los miembros del Pueblo.
Los pensamientos son mucho más veloces que las palabras y les comuniqué rápidamente todos los detalles, sintiendo en todo momento la guía de mi padre que me hacía retroceder para ampliar o aclarar algún punto que me había saltado con la prisa.
—Y ahora está allí, con un loco que le apunta con un arma y él no puede hacer nada... o tal vez ya está muerto...
—¿Podemos controlarlo? —le preguntó papá a mamá.
—Sí —susurró ella—. Si logramos llegar a tiempo.
Una vez más corrimos a velocidad meteórica por las oscuras colinas. Y mamá se adelantó, intentando localizar a Tom. Después de una eternidad giramos en el rellano de la colina y apareció la.mina Selkirk... pero tenía un aspecto diferente. ¡Oh, tan diferente!
Un brillante morro en forma de aguja sobresalía por encima de la choza, y la roca y la pizarra rotos habían quedado desparramados a los costados como el barro alrededor de un hormiguero. ¡Y la nave! ¡La nave se estiraba en dirección a las estrellas! Incluso mientras mirábamos, el morro se movió y trazó un tembloroso círculo y volvió a quedarse quieto, entre las sombras.
—¡Remy está intentando elevarlo! —grité—. ¡Un objeto de ese tamaño! No lo logrará... y entonces Tom...
Observamos el débil esfuerzo del morro de la nave, que volvía a elevarse desde la choza, aunque esta vez no alcanzaba tanta altura ni se mantenía tanto tiempo en el aire. Volvió a posarse con un audible crujido y mamá contuvo la respiración.
—¡Allí! —exclamó, juntando las manos—. ¡Allí! —Se desplazó lentamente en dirección a la choza, sujetando firmemente algo que había cogido. Papá y yo corrimos hasta la choza y bajamos la escalera. Avanzamos a toda prisa por encima de los escombros, pasamos junto al montón de rocas y entramos en la choza. A papá le llevó una eternidad descubrir cómo llegar a la nave. Y allí los encontramos a ambos: Tom acostado sobre su arma, con los ojos cerrados y hundidos y el rostro convertido en una máscara mortal. Y Remy... Remy luchaba por incorporarse mientras con la mano empujaba la caja inservible del depósito. Esbozó una débil sonrisa y dijo en voz aturdida:
—Tengo una Shadow que entra y sale conmigo... ¿Y para qué sirve? Ya veo, ya veo, ya veo...
Entonces papá lo estrechó entre sus brazos y yo contuve las lágrimas y mamá me abrazó. Y Tom durmió plácidamente el sueño sereno que mamá le proporcionó mientras nosotros, unidos como una familia, nos deshacíamos en lágrimas, murmurábamos, temblábamos, nos lamentábamos y nos dábamos toda clase de explicaciones.
Más tarde, otra vez en casa, celebramos una reunión mucho más solemne. Tom aún dormía, ahora en la habitación trasera de la cabaña. Creo que mamá no quería despertarlo por temor a que la conmoción que supondría volver a abrir los ojos en la Tierra acabara matándolo. Antes de dormirlo, ella había experimentado, la intensa e innegable urgencia de Tom por salir al espacio y sabia que era como un fuego inextinguible.
Por supuesto, cuando por fin pasamos a la comunicación oral, ya habíamos dado la mayor parte de las explicaciones, se había expresado la incredulidad, dado las reprimendas y manifestado el arrepentimiento... pero el problema de Tom seguía sin resolverse.
—Por supuesto —opinó Remy—, lo más sencillo es poner punto final a todo esto, despertar a Tom y luego celebrar su funeral.
—Sí —coincidió papá—. Eso sería lo más sencillo.
—Por supuesto, mamá y Shadow tendrán que estar preparadas para la Canalización y para desviar inmediatamente el momento de sufrimiento en que Tom se dé cuenta de que ha sido traicionado —Remy se estaba examinando una uña rota y no miró a papá.
—Bethie, ¿tú qué opinas? —preguntó papá.
Ella se ruborizó, de ella heredé la capacidad de sonrojarme por cualquier cosa, y murmuró:
—Creo que al menos deberíamos examinar la nave. Tal vez eso nos ayudaría a decidir, sobre todo si también contamos con la mirada de Ron.
—Muy bien, mañana. —Papá apartó la cortina de la ventana grande—. Hoy —se corrigió mientras parpadeaba ante la luz gris acerada del amanecer—. Hoy nos pondremos en contacto con él e iremos a echar un vistazo. Después de todo, la nave está terminada —Se volvió con un suspiro y sólo un débil movimiento déla comisura de sus labios traicionó el hecho de que sabía que Remy y yo lo estábamos pasando mal conteniendo nuestro entusiasmo.
Después del almuerzo, ni siquiera nuestra terrible impaciencia podía desviar la atención de mamá y papá de lo que parecían detalles sin importancia. Ron llegó y todos fuimos a ver la nave. Remy y yo caminábamos a toda prisa delante de los demás y me eché a reír porque me di cuenta de que me imaginaba quitando el polvo de la nave para causar la mejor impresión a los visitantes.
¡Allí estaba! Lo primero que vimos fue el pozo de la mina, con la pizarra y la roca desmenuzados a los costados. Cuando llegamos junto a él pudimos ver el brillo del morro de la nave. Con toda la excitación de la noche anterior nos habíamos olvidado de ocultarla. Pero ahora eso no tenía importancia. ¡Muy pronto ese morro brillante estaría elevándose! Remy y yo saltamos de alegría mientras entrábamos a toda prisa en la vieja choza.
Los hombres, y entre ellos incluyo a Remy, eran como un puñado de criaturas con un juguete nuevo. Recorrieron la nave mirando y buscando ansiosamente, intentando parecer despreocupados, tocando y admirando. ¡Una nave espacial! Las respuestas de Remy a sus preguntas fueron breves, casi con monosílabos. Su contención me sorprendió y me pregunté si su actitud sería una anticipación de su comportamiento como adulto. Por supuesto, es posible que la presencia de Ron, el Movilizador más importante del Grupo, lo atemorizara un poco, pero lo que vi en sus ojos no fue temor sino seguridad. Él conocía la nave.
Mamá aprovechó la preocupación de los hombres para ponerse en contacto con Valancy y a través de ella con el doctor Curtís, que aún no había regresado al Mundo Exterior. Supongo que hablaron del estado de Tom y de lo que se podía hacer con él, si es que existía la posibilidad de hacer algo. Mamá estaba sentada cerca de una pared del depósito de combustible, aparentemente soñando despierta.
Así que volví a ser Shadow. No formé parte del equipo de reconocimiento, y tampoco me fundí con mamá.
Suspiré y me acerqué a la caja del combustible, que se encontraba en medio del suelo, sola. Me acosté boca abajo junto a la caja y observé la brillante superficie superior. Ésta reflejaba suavemente la luz de la habitación, pero el reflejo parecía surgir del interior de la caja más que de la superficie superior. Y tenía profundidad. Era como contemplar la Luna. Nunca había creído realmente que la luz de la luna sólo es un reflejo del sol, y menos cuando la luz de la Luna llena parece tener semejante profundidad, semejante dimensión. Y ahora, ahora... si juzgaban que la nave servía para viajar al espacio, podríamos ver con nuestros propios ojos si la Luna tenía brillo propio.
Vi mis ojos reflejados en la superficie y pensé: «Subiremos alto, muy alto, más alto de lo que nadie ha llegado jamás... y nos elevaremos, flotando en el aire...»
Mamá gritó. Todo se sacudió y se oyó un ruido chirriante. Oí que los hombres gritaban en algún lugar de. la nave. Alarmada, me aparté de la caja del combustible y grité:
—¡Mamá!
Se oyó otro ruido chirriante que sacudió la nave y luego un crujido sordo. Durante un instante reinó el silencio y luego se oyeron las pisadas de los hombres que entraban en la sala del combustible. Al ver que no nos había ocurrido nada, papá preguntó en tono apremiante:
—¿Quién elevó la nave?,.
—¿Elevar la nave? —preguntó Remy, boquiabierto. Papá lo traspasó con la mirada—. ¿Fuiste tú, Remy?
—¡Yo estaba contigo! —protestó Remy.
—¿Bethie?
Mamá se ruborizó y apartó la mirada del rostro severo de papa.
—No —respondió—. Yo no soy Movilizadora. Estaba hablando con Valancy.
Me puse de pie laboriosamente; tenía los ojos desorbitados y me ruboricé, igual que mamá.
—¡Papá, yo diría que fui yo!
—¿Dirías que fuiste tú? ¿No lo sabes?
—Yo... no estoy segura —respondí—. Sabes que ni siquiera soy tan Movilizadora como mamá. Aún tengo que esforzarme para elevar la furgoneta, pero... estaba mirando la caja del combustible y pensando. Papá, volveré a intentarlo. Será mejor que tú y Ron os quedéis cerca, por las dudas.
Volví a tenderme junto a la caja, esta vez con la mirada fija en la superficie, levantándola conscientemente con todas mis fuerzas.
Esta vez no se oyó ningún sonido chirriante. Se oyó el roce del metal sobre la piedra, y mamá jadeó mientras se le doblaban las rodillas al ser levantada hacia arriba. Papá me dijo en tono claro y dominante:
—Déjalo, Shadow. Ya lo tengo.
La luz entraba a raudales en la nave por unas ventanas en las que no habíamos reparado. Intercambiamos miradas de sorpresa y corrimos a mirar hacia fuera. Estábamos volando por encima de Selkirk, a varios metros de altura sobre el pozo abierto, que se veía desde un costado. El roce contra sus paredes nos había hecho caer de costado.
Papá se volvió hacia Ron y le dijo:
—Toma el mando y mantén la posición, ¿quieres? —Entonces se arrodilló junto a la caja, la tocó con los dedos y la acarició con la palma de la mano. Luego añadió—: Dame el mando. —Sin levantarse hizo que el morro de la nave descendiera y nos apoyamos horizontalmente en el suelo. Todos empezamos a resbalar cuando el suelo se inclinó, pero nos elevamos y esperamos hasta que una de las paredes se convirtió en suelo; entonces papá movió la nave hasta un llano que se extendía debajo de Selkirk y la apoyó suavemente de costado.
Todos nos reunimos a su alrededor mientras él se ponía de pie y observaba la caja que ahora se encontraba sobre la pared. La contemplamos y luego papá dijo en tono asombrado, lentamente:
—¡Es un amplificador! Vaya, con eso ni siquiera haría falta un Movilizador para llevar esto a la luna. Podrían hacerlo tres o cuatro personas, siempre que no se cansaran, elevando la nave y coordinando esté amplificador.
—¡Coordinar y elevar! —gritó Remy—.¡Los tres signos de admiración!
Papá había apoyado la nave de costado para averiguar qué daños habíamos ocasionado Remy y yo al mover la nave arriba y abajo en el pozo de la mina. Mamá y yo regresamos a casa para ver a Tom y hacer los preparativos para el viaje. Nadie tuvo que decir que íbamos a partir. Todos sabíamos que lo haríamos. Los hombres estaban atareados reparando el estropeado tren de aterrizaje, o como se llamara esa parte de la nave, así que poco después del anochecer les llevamos una cena fría.
Todos nos reunimos en el llano. Primero me senté sobre un nido de hormigas y me levanté enseguida. Comimos y nos deleitamos con la visión de la nave. Remy había alcanzado un estado de éxtasis y se lo veía sereno y feliz. Papá y Ron estaban más entusiasmados que él. Pero ellos no habían vivido con la nave y con la idea de hacerla volar tanto tiempo como Remy.
Finalmente se hizo el silencio y nos quedamos sentados, contemplando la noche que avanzaba desde el este, desplegando su profunda oscuridad. En la semipenumbra oí la voz sorprendida de Ron.
—¡Vaya, es eso! ¡Es eso!
—¿Qué es eso? —preguntó papá en tono soñoliento mientras observaba el cielo.
—La nave —respondió Ron—. He estado toda la tarde intentando averiguar a qué me recuerda. Ahora lo sé. Tiene casi el mismo diseño que nuestras fundas salvavidas.
—¿Nuestras fundas salvavidas? —Papá se incorporó muy lentamente—. ¿Te refieres a las que utilizaron los miembros del Pueblo cuando sus naves se desintegraron al entrar en la atmósfera terrestre?
—¡Exacto! —se apresuró a decir Ron—. La nave es más grande y está atestada de artilugios que nosotros no teníamos, pero básicamente es casi idéntica. ¿De dónde sacaron esos sujetos el diseño de nuestras fundas salvavidas? No conservamos ninguno. En realidad, no era necesario, ya que tenemos nuestra memoria de Grupo.
—Y posee fuerza motriz —dijo papá en tono pensativo—. Es la fuerza que utiliza el Pueblo. Y se supone que el hijo de Tom sabía como hacerla funcionar. ¿Supones que Tom...?
—No. —La voz de mamá sonó suavemente en la oscuridad—. Yo entré en su mente antes de que lo lleváramos a casa. No es uno de los nuestros.
—Entonces tal vez su esposa —sugerí—. Somos muchos los que quedamos dispersos después del Cruce. Y el hijo de ellos podría haber heredado... —Mi voz se desvaneció mientras recordaba lo que el hijo de Tom había heredado: la oscuridad, el montón de piedras y ni una sola oportunidad de llegar a las estrellas, ni siquiera de ver un reflejo de ellas.
—Podríamos despertar a Tom y preguntárselo —sugirió Remy en tono vacilante.
—Tom ya no puede recordar —dijo mamá—. Hace tiempo que recibió la Llamada, y en cuanto lo despertemos nos dejará.
—Bien. —Ron lanzó un suspiro—. No es necesario que lo sepamos.
—No —reconocí—. Pero sería divertido saber si fue uno de los nuestros quien construyó la nave.
—Fuera quien fuese —dijo papá—, es uno de los nuestros, haya conocido o no el Hogar.
Así, al día siguiente nos marchamos.
Pero antes Ron y papá pasaron una hora entre los escombros y salieron llevando entre ambos una delgada caja de pino con una pequeña bandera ondulando sobre ella. La nave volvía a estar en posición vertical y Remy, mamá y yo la habíamos cargado de provisiones. Cuando estuvimos listos para partir, todos regresamos a la cabaña y recogimos a Tom, que seguía inmóvil salvo por los débiles latidos de su cuello y una respiración que parecía detenerse definitivamente con cada exhalación. Lo trasladamos con catre y todo hasta la nave.
Después entonamos nuestra Oración del Viaje y en lugar de lanzar la nave nos elevamos: ni un solo ruido nos acompañó ni señaló nuestra partida.
La Tierra empezó a alejarse de nosotros, al principio con lentitud, haciéndose alternativamente convexa y cóncava, cambiando de vez en cuando de una forma a otra en un abrir y cerrar de ojos. No contaré en detalle el aspecto de todo aquello. Dejaré que lo descubráis cuando hagáis vuestro primer viaje. Pero sí os diré que ti quedé sin aliento y estuve a punto de echarme a llorar cuando toda la Tierra quedó perfilada contra la negrura estrellada del espacio. En ese punto, Ron y papá mantuvieron la nave en posición y se dedicaron a mirar. Teníamos muy poco que decir. No existen palabras para describir esa experiencia. Simplemente nos quedamos mirando con veneración. Sentí que las palabras se agolpaban en mi corazón lleno de asombro.
Pero ni siquiera un asombro como ése puede contener durante mucho tiempo la impaciencia de un chico, y pronto Remy empezó a pasearse por las diferentes partes de la nave, parloteando con las diversas máquinas que empezaron a parlotear con él mientras se ponían en funcionamiento para hacer que la nave fuera habitable para nosotros. Él adoraba cada tornillo y cada remache, cada giro y cada movimiento del dial, porque todo aquello era suyo, al menos por el hecho de haberlo puesto en marcha.
Mamá y yo pasamos más tiempo que Remy delante de las ventanillas. Seguíamos allí cuando Ron y papá finalmente pudieron dejar la nave en posición y se reunieron con nosotros.
Si lo que queréis son datos técnicos, soy la menos indicada para contar esta historia. Soy totalmente ignorante en ese tipo de cosas. Ni siquiera puedo deciros el tiempo que duró. El tiempo es lo que domina en la Tierra y por primera vez en la vida nos vimos libres de esa tiranía.
Sé que finalmente papá y Ron modificaron la posición de la nave y la hicieron girar alrededor del prodigio lunar que apareció ante las ventanillas y volví a observar esa extraña curva y el abombamiento mientras nos precipitábamos hacia abajo.
Y allí estábamos, suspendidos sobre la inmovilidad desnuda del paisaje lunar. Aterrizamos produciendo apenas un ruido sordo y papá salió a probar su escudo personal para ver si sería protección Suficiente para el tiempo que nos llevaría hacer lo que teníamos que hacer. Lo era. Todos activamos nuestros escudos y salimos, cerrando cuidadosamente la puerta para proteger el aire que respiraría.
Nos quedamos contemplando la lejana Tierra, perdidos en su abundante luz, y me sorprendí preguntándome si solo era el reflejo del sol, si la Tierra tenía luz propia.
Al cabo de un rato volvimos a entrar en la nave y nos calentamos un poco, y luego los hombres sacaron la delgada caja de pino y la colocaron sobre el suelo semejante a la piedra pómez. Moví la bandera con los dedos para que pudiera ondear por última vez.
Dentro de la nave levantaron a Tom hasta la altura de la ventana. Mamá entró en su mente antes de despertarlo del todo y le dijo dónde estábamos y dónde estaba su hijo. Entonces lo despertó con mucha suavidad. Durante un instante los ojos del anciano parecieron cubiertos por una nube. Le temblaron los labios y parpadeó lentamente, o cerró los ojos, esperando reunir fuerzas. Volvió a abrirlos y durante un buen rato miró la brillante curva del llano y la oscuridad salpicada de estrellas.
—La Luna —musitó aferrándose al borde de la ventana—. ¡Lo hemos conseguido, hijo, lo hemos conseguido! Dejadme salir. Dejadme tocarla.
Papá miró a mamá con expresión interrogadora y ella le respondió con la mirada. Lo levantamos del catre, lo envolvimos en nuestros escudos y lo llevamos hasta la puerta. Dio unos pocos pasos vacilantes mientras lo sosteníamos. Estuvo a punto de caer sobre la caja, y deslizó una mano sobre el suelo. Cogió un puñado de grava gruesa y dejó que resbalara desde su mano hasta la parte superior de la caja.
—Hijo —dijo con voz sorprendentemente fuerte—. Hijo, polvo eres y en polvo te convertirás. Asómate desde donde te encuentras y mira dónde está tu cuerpo. Estamos tan cerca que deberías encontrarte en condiciones de ver bien. —Se arrodilló y apoyó la cara contra el pino tosco—. Te dije que lo haría por ti, hijo mío.
Lo enderezamos y lo cubrimos con el edredón que mamá había recibido como regalo de boda, protegiéndolo de la larga, larga noche. Y conozco al menos cuatro lugares de la Luna en los que el agua ha caído durante una ocasión histórica: cuatro gotas saladas, mis propias lágrimas. Luego dijimos la Oración de la Partida y regresamos a la nave.
Seguimos buscando el material que tanto había inquietado al hijo de Tom. Lo encontré. Percibí el metal desde una distancia varios kilómetros mayor de la normal de la Tierra, puesto que allí había otras distracciones. Remy quiso elevarlo en el espacio pero papá no se lo permitió.
—Eso no cambiaría las cosas —dijo—. Estaba aquí antes de que nosotros llegáramos. Dejémoslo aquí.
—Muy bien, entonces —dijo Remy—, pero pondremos esto encima. —Saco una bandera de su bolsillo y la desplegó. La extendió cuidadosamente sobre el metal y colocó una piedra en cada esquina—. Para evitar que el viento se la lleve —dijo con una sonrisa y retrocedió para contemplarla—. ¡Eso es, ahora nos podemos ir!
Y volvimos a partir. Giramos por detrás de la luna para ver qué aspecto tenía y antes de que me diera cuenta de que no había cogido ni una piedra de recuerdo, habíamos emprendido el camino de regreso a casa.
—No importa —me dijo mamá al recordar los otros viajes que yo había realizado para recolectar piedras—. Ya sabes que cuando las llevas a casa no parecen tan bonitas.
Ya hemos llegado. La nave está guardada en el pozo de la mina. Tal vez nunca más la utilicemos. Remy ha encauzado su entusiasmo hacia los planos y los proyectos originales y todo lo relacionado con su Don, con su Don personal, que evidentemente es la primera prueba de un nuevo Don que se desarrolla entre nosotros. Se ha dedicado tanto a los signos, los símbolos y los diagramas esquemáticos que si pudiera no hablaría de otra cosa. Personalmente creo que fue demasiado lejos cuando dibujó ese diagrama esquemático. de mí y dijo que era mi retrato. ¡En fin! Mamá y papá se rieron del espantoso resultado, pero Remy opina que si le añadiera colores tendría una nueva forma de arte. ¡Las cosas cambian!
Pero lo que nunca jamás cambiará es la maravilla, la indescriptible admiración que me produjo ver la Tierra suspendida en el espacio como si estuviera en el hueco de la mano de Dios. Cada vez que la recuerdo pienso en las palabras del salmista, las palabras que brotaron en mí mientras íbamos camino de la Luna.
«Cuando pienso en el cielo, en la obra de, tus dedos, la Luna y las estrellas que tú has ordenado, pienso qué es el hombre para que tú pensaras tanto en él...»