ÁNGELES IGNORANTES

Hebreos, 13:2

Aún conservo el extraño trozo de metal en forma de flor que muestra las marcas del agua en la parte superior y el roce de la arena y de la grava debajo. Se adapta perfectamente a mi mano cuando curvo los dedos alrededor de él, cosa que ha ocurrido con tanta frecuencia que ahora los bordes son suaves y gastados, suaves en contraste con la línea blanca y fina de la cicatriz que me dejó el borde afilado, brillante y aún caliente cuando lo cogí, con expresión incrédula, de donde había caído, derretido; desde la pared inclinada hasta el suelo cubierto de arena del cañón, más allá de Margin. Se trata de un Recuerdo y ahora, mientras observo ciegamente la infinidad de tejados del Margin Actual, recuerdo vividamente el Margin de ayer... e incluso los tiempos anteriores a Margin.

Llevábamos sólo una hora en el camino cuando nos cruzamos con aquella imagen. De todos modos, unos quince minutos antes habíamos sentido un olor extraño en el aire, un olor que me hizo arrugar la nariz y obligó al viejo Nig a estornudar y mover la cabeza sacudiendo los arreos y perturbando a Prince, que levantó la suya pacientemente; enseguida miró a su alrededor y volvió a concentrarse en su tarea.

Su tarea éramos Nils y yo y nuestro carromato de objetos personales y Molly, nuestra yaca de Jersey, que venía detrás de nosotros, íbamos camino de Margin para establecer nuestro hogar. Nils debía comenzar su flamante y brillante carrera de ingeniero de minas, y comenzaría como supervisor de la mina que había dado origen a Margin. Por supuesto, éste sólo sería un primer paso que nos conduciría a una situación más acomodada y gratificante, que culminaría en el vago pero más maravilloso de los futuros que pudieran florecer a partir de esta semilla bastante poco atractiva. Aún estábamos a tres días de distancia de Margin cuando giramos en la curva más pronunciada del sendero y nuestras ruedas de hierro chirriaron en la arena y descubrimos el llano.

Nils hizo que los caballos se detuvieran. Un poco más abajo de nosotros y cerca de la protección de la ladera de granito gris se encontraban las ruinas de una casa y los restos aplastados de unos cobertizos en un extremo de un corral en ruinas. Un penacho de humo se elevaba en línea recta en el aire de la mañana. No había señales de vida en ninguna parte.

Nils agitó las riendas e hizo chascar la lengua para incitar a los caballos. Atravesamos el llano, bamboleándonos un poco cuando las ruedas izquierdas se hundieron en una de las zanjas que, después de atravesar el llano, desaparecían en el arroyo.

—Debió de incendiarse anoche —dijo Nils, asegurando las riendas y bajando del carro de un salto. Levantó los brazos para ayudarme a bajar del asiento alto y me sujetó en un breve pero apretado abrazo, como hacía siempre. Luego me soltó y nos acercamos al corral en minas.

—Han desaparecido los cobertizos —comentó—, y al parecer, también los animales. —Torció el gesto al percibir el olor que surgía de la masa aún humeante.

—Seguramente habrán salvado los animales —dije frunciendo el ceño—. No los habrían dejado encerrados en un corral en llamas. —Si es que estaban aquí cuando comenzó el incendio —puntualizó Nils.

Observé la casa.

—No queda demasiado de la casa y no parece habitada. Tal vez se trata de una granja abandonada. Sin embargo, en ese caso, ¿qué habrá pasado con los animales?

Nils no respondió. Había cogido un palo y removía las cenizas. —Iré a mirar la casa —dije, contenta de tener una excusa para alejarme del fuerte olor a carne chamuscada.

La casa se estaba derrumbando. La puerta no se abría y en el destartalado porche delantero se veían desparramados algunos, vidrios rotos de las ventanas desvencijadas. Fui hasta la parte de atrás. Había sido construida tan pegada a la roca que entre ésta y la casa solo quedaba un estrecho pasillo techado. La puerta de atrás colgaba de una sola bisagra y más atrás vi el suelo lleno de astillas En otros tiempos debía de haber sido una casa bastante bonita; tenía cristales en las ventanas y suelo de madera, cuando casi todos los demás habitantes del Territorio nos conformábamos con un suelo de tierra y muselina en las ventanas.

Atravesé la puerta y avancé cautelosamente por el suelo que crujía bajo mis pies. Levanté la vista para ver si había algún altillo y sentí que todo mi cuerpo se estremecía de terror y asombro. Allí arriba, iluminado por un rayo de luz que entraba por una abertura del techo, había un rostro... que me miraba. Era un rostro sucio, embarrado y de expresión salvaje, rodeado por unos rizos oscuros, enredados y pegados a las mejillas sucias. Me observó entre los harapos de lo que había sido un cielorraso de muselina, luego abrió la boca sin pronunciar ni una palabra, giró los ojos y los cerró. Me eché hacia delante en un movimiento casi instintivo y recibí en mis brazos el cuerpo que caía, y me desplomé bajo su peso. Debajo de mi cuerpo, las tablillas astilladas cedieron y se hundieron en el espacio vacío, debajo del suelo.

—¡Nils! —grité.

—¡Gail! —me respondió Nils y oí sus rápidas pisadas.

Llevamos a la criatura fuera de la casa en ruinas y la colocamos sobre la hierba rala que cubría la arena como un pequeño río verde sobre la tierra húmeda. Extendimos los brazos y las piernas contorsionados y vimos que se trataba de una niña. Intenté tironear de la falda hecha jirones para cubrirla, pero el borde cedió sin romperse y me quedaron los dedos embadurnados por la suave tela chamuscada y el hollín. Le levanté la cabeza para alisar la arena y me detuve porque algo me llamó la atención.

—Mira, Nils, mira su pelo. La mitad se le ha quemado. Esta pobre criatura debió de estar en el incendio. Seguramente intentó dejar en libertad a los animales...

—No se trata de animales —dijo Nils, en tono tenso y airado—.

Son personas.

—¡Personas! —dije, jadeando—. ¡Oh, no!

—Al menos cuatro —aclaró Nils.

—¡Oh, qué terrible! —dije, apartando del rostro sereno algunos mechones de pelo—. El incendio debió de comenzar durante la noche.

—Estaban atados —dijo Nils brevemente—. De pies y manos.

—¿Atados? Pero, Nils...

—Atados. Quemados deliberadamente...

—¡Indios! —exclamé, recogiendo mi falda para ponerme de Pie—. ¡Oh, Nils!

—Hace casi cinco años que en el Territorio no se producen incursiones por parte de los indios. Y la última tuvo lugar en el otro extremo de esta zona. En Margin me dijeron que por aquí jamás ha habido ninguna incursión. En esta zona no hay indios.

—¿Entonces quién... qué? —Me agaché junto a la niña, que permanecía inmóvil—. Oh, Nils —susurré—. ¿A qué clase de lugar hemos venido?

—No importa qué clase de lugar es —opinó Nils—. La cuestión es que tenemos un problema. ¿Esta criatura está muerta?

—No. —Apoyé la mano sobre el delgado pecho y percibí el movimiento de su respiración. Flexioné rápidamente los brazos y las piernas y le toqué todo el cuerpo con cuidado—. No encuentro ninguna herida importante. ¡Pero está tan sucia y llena de rasguños!

Encontramos la fuente debajo de una saliente que se encontraba a medio camino entre la casa y el corral. Nils buscó entre las cosas que llevábamos en el carro y encontró una palangana, unos trapos y jabón. Encendimos una pequeña fogata y calentamos agua en un cubo roto que Nils desenterró de la arena que había debajo de la fuente. Mientras el agua se calentaba rompí los trapos en tiras. La niña llevaba puesta una especie de prenda de una sola pieza absolutamente ceñida a su piel e igualmente flexible. La cubría desde el hombro hasta la parte superior de los muslos y la redondez de su cuerpo me hizo pensar que debía de tener algunos años más de los que yo había calculado. La prenda no había quedado dañada por el fuego, pero no encontré la forma de desabrocharla para quitarla, de modo que se la dejé puesta y envolví a la criatura aún inconsciente en un edredón. Luego la bañé cuidadosamente, sin mojarle el pelo. Una vez empapada, la prenda se despegó sin ningún esfuerzo. Le puse uno de mis camisones, que casi le caía perfectamente, ya que yo soy más bien menuda.

¿Qué debo hacer con su pelo? —le pregunté a Nils, mirando la maraña enredada y chamuscada—. La mitad de la melena se le ha quemado hasta la altura de la oreja.

—Córtale el resto y emparéjalo —sugirió Nils—. ¿Se le ha quemado el cuerpo?

—No —respondí desconcertada—. Ni una sola quemadura y sin embargo se quemo casi toda su ropa y el pelo... —Sentí un escalofrío en la espalda y observe el llano con aprensión, aunque nada podía ser mas vulgar que aquel escenario salvo la ocasional columna de humo que se elevaba entre las ruinas del cobertizo.

—Aquí tienes las tijeras —me dijo Nils, después de sacarlas del carro. Al ver el grueso mechón de rizos que caía sobre mi muñeca, corté de mala gana la larga y oscura cabellera hasta que ambos costados de la cabeza quedaron aproximadamente iguales. Luego, haciendo un hueco en la arena para poner la palangana debajo de su cabeza, la mojé, la enjaboné y la enjuagué hasta que el agua quedó limpia; entonces sequé cuidadosamente el pelo que, corto y sin suciedad, se retorció en gruesos rizos.

—Es una pena haberlo cortado —le dije a Nils, sosteniendo la cabeza húmeda en la curva de mi brazo—. Debió de ser muy bonito. —En ese momento estuve a punto de soltar a la niña. Tenía los ojos desmesuradamente abiertos y me miraba fijamente. Logré esbozar una sonrisa y dije—:¡Hola! Nils, dame un poco de agua.

Al principio miró el agua como si le ofreciera una taza de veneno y luego, con un suspiro estremecido, la tomó a grandes tragos.

—Ahora está mejor, ¿verdad? —le dije abrazándola. No me respondió ni sonrió, pero percibí que sus músculos se tensaban bajo mis manos y, aunque aún estaba entre mis brazos, la niña se apartó de mí completamente. Deslicé la mano sobre sus rizos—. Lamento haber tenido que cortarlo pero era... —Me interrumpí. Sentí que sus músculos se tensaban y la ayudé a incorporarse. Miró a su alrededor con expresión aturdida y luego sus ojos se clavaron en la tétrica bocanada de humo. Al darme cuenta de lo que estaba viendo, coloqué el hombro entre la niña y las cenizas del cobertizo. Ella abrió la boca pero no emitió sonido alguno. Sus dedos se clavaron en mi brazo mientras se movía para ver lo que había al otro lado de mi hombro.

—Déjala mirar —me indicó Nils—. Ella sabe lo que ocurrió. Deja que vea cómo terminó todo. De lo contrario, se pasará toda la vida preguntándose lo mismo —La cogió de mis brazos y la llevo hasta el corral. Yo no pude ir. Me dediqué a vaciar la palangana ya enterrar la ropa quemada. Extendí el edredón para acomodar en el a la niña cuando regresara.

Finalmente Nils llegó con ella y la puso sobre el edredón. Ella se quedó tendida, con los ojos cerrados, tan quieta como si hubiera dejado de respirar. Entonces dos lágrimas se abrieron paso por sus párpados cerrados, se deslizaron por los costados de sus mejillas y se perdieron entre la maraña de rizos que rodeaba sus orejas. Nils cogió la pala y se concentró con expresión grave en la tarea de enterrar los cuerpos.

Yo volví a encender el fuego y empecé a preparar la comida. El día llegaba rápidamente a su fin, pero al margen de la hora que fuera, cuando Nils concluyera la tarea nos marcharíamos. Si ahora tomábamos una comida abundante, podíamos saltarnos la cena y, si era necesario, viajar durante la noche hasta alejarnos un buen trecho de este lugar.

Finalmente Nils regresó y se detuvo junto a la fuente, resoplando y bufando mientras bebía el agua que cogía con ambas manos. Le di una toalla.

—La comida está lista —anuncié—. Podemos irnos en cuanto terminemos.

—Mira lo que encontré. —Me entregó un trozo de papel embarrado—. Estaba clavado en la puerta del cobertizo. La puerta no se quemó.

Cogí el papel con expresión ansiosa y lo observé, desconcertada. La letra resultaba casi ilegible: «Ex. 22:18.»

—¿Qué es? —le pregunté—. No dice nada.

—Es una cita —dijo Nils—. Una cita de la Biblia.

—Oh —dije—. Sí. Veamos. Éxodo, capítulo 22, versículo 18. ¿Lo conoces?

—No estoy seguro, pero tengo una leve idea. ¿Puedes buscarlo en la Biblia? Lo comprobaré.

—Está guardada en una de las cajas de abajo. ¿Es necesario...?

—Por ahora no —respondió Nils—. Esta noche, cuando acampemos.

—¿Qué crees que es? —le pregunté.

—Prefiero esperar —aclaró Nils—. Ojalá me equivoque.

Comimos. Intenté que la niña se levantara, pero se volvió de espaldas. Le puse media rodaja de pan en la mano, cerré sus dedos alrededor del pan y lo acerqué a su boca. Mientras comíamos en silencio, un movimiento me llamó la atención. La niña se había vuelto, ayudándose con las dos manos que ahora temblaban y sujetaban el pan. Masticaba cautelosamente. Tragó con dificultad y volvió a llenarse la boca de pan mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas. Comía como una persona muerta de hambre, y cuando terminó con el pan le di una taza de leche. Le levanté los hombros y la sujeté mientras bebía. Cogí la taza vacía y le bajé la cabe" za hasta el edredón. Mi mano quedó momentáneamente atrapada bajo su cabeza y sentí una breve pero deliberada presión de su mejilla contra mi muñeca. Luego la niña se apartó.

Antes de abandonar el llano rezamos sobre el único montículo que Nils había levantado sobre la fosa común. Habíamos llevado con nosotros a la niña, que se quedó quieta, observándonos. Cuando concluimos nuestras oraciones, ella extendió una flor blanca que sujetaba con una mano temblorosa, una flor tan blanca que casi pareció proyectar luz sobre su rostro. La cogí y la coloqué delicadamente sobre el montículo. Entonces Nils la levantó en brazos y la llevó hasta el carro. Yo me quedé un momento allí, pues no deseaba dejar la tumba sola tan pronto. Moví la flor blanca. Bajo la luz del sol, sus pétalos parecieron brillar con luz interior, y el centro dorado pareció adoptar una consistencia casi líquida. Me pregunté qué clase de flor sería. La levanté y vi que era sencillamente un tipo de margarita, y que ya empezaba a marchitarse a causa del calor. Volví a dejarla sobre el montículo, lo toqué por última vez, recé una última oración y regresé al carro.

Esa noche, cuando acampamos, estábamos demasiado agotados por los kilómetros recorridos, el calor y los acontecimientos del día y no pudimos hacer nada más que atender a los animales y caer rendidos sobre nuestros jergones, extendidos cerca del carro. Debido a la demora no habíamos logrado llegar a un arroyo, pero llevábamos agua suficiente para salir de un apuro. Yo estaba demasiado cansada para comer, pero me animé lo suficiente para alimentar a Nils con los restos del almuerzo y para pasar la leche de Molly al cubo. Le di a la niña una taza de leche fresca y tibia y un poco más de pan. Ella los tragó con ansiedad contenida, como si aún estuviera muerta de hambre. Al ver sus delgadas y temblorosas muñecas y sus mejillas hundidas, me pregunté cuanto tiempo llevaba sin comer.

Todos dormimos profundamente bajo el cielo tachonado de estrellas pero en algún momento de la fría noche me desperté y me estiré para asegurarme de que la niña estaba bien tapada. Ella estaba sentada sobre el catre, con las piernas cruzadas contemplando el cielo. Vi que giraba la cabeza mientras recorría el cielo con la mirada de un lado a otro, de arriba abajo, del cénit al horizonte. Luego volvió a estirarse lentamente debajo del edredón y lanzo un profundo suspiro.

Yo también contemplé el cielo. Era un verdadero espectáculo ver las estrellas en una noche sin luna, en aquella región de montañas y llanuras. ¿Pero qué era lo que ella buscaba? Tal vez sólo disfrutaba por el hecho de seguir viva y de poder contemplar las estrellas.

Reanudamos la marcha muy temprano y llegamos a la charca más próxima aún envueltos en las sombras del amanecer.

—Los carros estuvieron aquí —comentó Nils—, supongo que antes de anoche.

—¿Qué carros? —le pregunté, mientras me sumergía en el agua.

—Hemos estado siguiendo sus pasos desde que abandonamos aquel llano —me informó Nils—. Dos carros ligeros y varios jinetes.

—Tal vez son huellas antiguas... —empecé a decir—. Oh, pero tú dices que estuvieron aquí antes de anoche. ¿Supones que tuvieron algo que ver con el incendio?

—Antes de que llegáramos al llano no vimos ni rastro de ellos —señaló Nils—. Aquí hay dos fogatas recientes... como si hubieran pasado la noche aquí, hubieran hecho un viaje especial hasta el llano y regresado hasta aquí para pasar la noche siguiente.

—Un viaje especial —dije, estremeciéndome—. Seguramente no pensarás que la gente civilizada, en pleno siglo diecinueve podría ser tan violenta... tan... Quiero decir que la gente no... —Me interrumpí ante la espantosa imagen que se formó en mi mente.

—¿No ata a otras personas y las quema? —Nils empezó a mover el barril del agua hacia el carro—. Gail, se supone que nuestro próximo campamento será en Grafton's Vow. Creo que será mejor que antes de seguir adelante nos ocupemos de sacar la Biblia.

Así lo hicimos. Y nos miramos fijamente cuando Nils señaló el papel que había cogido de la puerta del cobertizo.

—¡Oh, claro que no! —exclamé horrorizada—. ¡No puede ser! ¡No en estos tiempos!

—Puede ser —dijo Nils—. En cualquier época en la que la gente desvirtúa la bondad, el amor y la obediencia, y crea un dios lo suficientemente pequeño para que se adapte a su alma mezquina. —Deslizó el dedo sobre la breve frase: «A la hechicera no dejarás que viva.»

—¿Por qué querías comprobar la cita antes de que llegáramos a Grafton's Vow? —pregunté.

—Porque ese es un lugar especial —respondió Nils—. Me lo advirtieron en la sede del condado. En realidad, alguien pensó que podía ser prudente coger el otro camino; tardar un día más y acampar en un lugar sin agua, pero evitar Grafton's Vow. Ha habido rumores de lapidaciones y...

—¿Pero qué clase de sitio es ése?

—No estoy seguro —respondió Nils—. Pero he oído historias muy extrañas sobre él. Fue fundado hace aproximadamente veinte años por Arnold Grafton. Trajo hasta aquí a su pequeño grupo de fieles con la intención de fundar la nueva Jerusalén. Son muy estrictos y de miras estrechas. Con ellos no se puede discutir y no existe la ligereza ni la lascivia. No quiebran las leyes de Dios y, según ellos, las respetan absolutamente. Cuando abandonaron las leyes bíblicas, recibieron muchas más de Grafton para reemplazar lo que Dios dejó de lado.

—¿Pero no son cristianos? —pregunté desconcertada.

—Ellos dicen que sí. —Ayudé a Nils a levantar el barril—. Con la excepción de que piensan que tienen que adaptarse a todas las leyes del Antiguo Testamento, complementadas por todas las que ha dictado Grafton. Entonces, si obedecen suficiente cantidad de esas leyes después de toda una vida de lucha, Cristo los recibe en un cielo en el que no existen las leyes. Si logran respetar una ley en la tierra, estarán exentos de cumplirla por toda la eternidad. De modo que aquí tienen que guardar la mayor observancia para disfrutar allí de la mayor libertad. Imagina lo que debe de ser el cielo para ellos: ser abstemio, rígidamente casto, no matar, no robar... ¡y reservarse para la Gran Liberación prometida!

—¿Y el señor Grafton tiene suficientes seguidores de esa doctrina para fundar una ciudad? —pregunté un poco perpleja.

—Una ciudad entera —afirmó Nils—, en la que no seremos admitidos. Fuera del lugar existe un terreno para acampar, en el que nos permitirán pasar la noche si deciden que no contaminaremos la zona.

Al mediodía nos detuvimos antes de llegar a la cima de Millman's Pass. Los caballos, sudorosos y agitados, junto con Molly, inclinaron agradecidos la cabeza a la sombra de los álamos y los pinos.

Me concentré en la caja de las provisiones y me sorprendí al ver que la niña salía del carro, donde la habíamos acostado para nacer el viaje. Se aferró al costado del carro y parpadeó mientras apoyaba los pies en la madera cubierta de grava. Se la veía muy joven y delgada, perdida dentro de mi bata, pero sus ojos no parecían tan hundidos y su boca tenía algo de color.

Le sonreí.

—Esa bata es un poco larga para andar por la montaña. Esta noche intentaré coger el resto de mi ropa y veré si encuentro algo. Creo que mi vieja blusa azul... —Me interrumpí, porque era evidente que la niña no comprendía ni una palabra de lo que yo estaba diciendo. Cogí un pliegue de la bata que ella llevaba puesta y dije—: Bata.

Ella miró la arrugada muselina blanca y luego me observó a mí, pero no dijo nada.

Le puse un trozo de pan en las manos y dije:

—Pan.

Ella puso cuidadosamente el pan en el plato en el que yo había acomodado las otras rodajas para el almuerzo, pero no dijo nada. Miró a su alrededor, me miró a mí, se volvió y caminó rápidamente hasta los arbustos, con los codos en alto para levantar la bata por encima de sus pies descalzos.

—¡Nils! —exclamé, repentinamente asustada—. ¡La niña se va!

Nils estaba extendiendo una lona sobre el suelo y me miró riendo.

—Incluso nosotros —dijo— tenemos que perdernos entre los arbustos de vez en cuando.

—¡Oh, Nils! —protesté, y sentí que mi rostro se enrojecía mientras llevaba el plato con el pan hasta la lona—. De todas formas, no tendría que ir por ahí vestida con esa bata. ¡Qué diría el señor Grafton! ¿Y te has fijado en una cosa? Desde que la encontramos no ha abierto la boca. —Llevé la comida hasta la lona— Ni una palabra. Ni un solo sonido.

—Hmm —murmuró Nils—. Tienes razón. Tal vez es sordomuda.

—Oye —le aseguré—. Estoy segura de que oye.

—Tal vez no sabe hablar inglés —sugirió Nils—. Tiene el pelo oscuro. Tal vez es mejicana. O italiana, incluso. Aquí en la frontera hay gente de todas partes. No hay manera de saber de donde podría venir.

—Pero cualquiera diría que tendría que haber emitido algún sonido. O haber intentado decir algo —insistí.

—Podría ser a causa de la conmoción —dijo Nils en tono serio— Ha soportado algo espantoso.

—Seguramente es eso, pobrecilla. —Miré en dirección al lugar por el que se había marchado—. Algo espantoso. Nils, llamémosla Marnie —sugerí—. Necesitamos llamarla de alguna manera.

Nils se echó a reír.

—¿El hecho de poder pronunciar ese nombre con frecuencia te compensaría la pena de estar separada de tu hermana pequeña?

Le sonreí.

—Suena a algo familiar: Marnie, Marnie.

Como si la hubiera llamado, Marnie, la niña, regresó de los arbustos; la larga bata no arrastraba por la pendiente y le cubría totalmente los pies. Tenía las manos ocupadas con un enorme ramo de campanillas rojas que examinaba atentamente. «Qué graciosa es», pensé. «Con cuánta suavidad...» Entonces me quedé sin aliento y apreté con fuerza el plato que tenía en las manos. ¡Esa bata era demasiado larga para Marnie! Le resultaba imposible caminar sin levantarla y no arrastrarla por el suelo. ¿Y la pausa que hay entre un paso y otro? Llamé a Nils.

—¡Mira! —le dije en tono ronco—. ¡Está... está flotando! ¡Ni siquiera toca el suelo!

Exactamente en ese momento Marnie levantó la vista, nos miró y comprendió el significado de nuestra expresión. Arrugó el rostro, aterrorizada, y bajó hasta el suelo. No sólo apoyó los pies en él sino que lo hizo tan torpemente que aplastó el ramillete de flores.

Corrí hacia ella y la ayudé a levantarse, pero de pronto se convulsionó y luchó salvajemente para librarse de mí. Nils se acercó para ayudarme. Luchamos por sujetar a la chica, que se movía con tanta violencia que tuve miedo de que se hiciera daño.

—¡Está asustada! —dije, jadeando—. Tal vez piensa... que la mataremos.

—¡Cuidado! —Finalmente Nils cogió uno de los brazos que se agitaban y lo sujetó—. ¡Habíale! ¡Haz algo! ¡No puedo sujetarla mucho más tiempo!

—¡Marnie, Marnie! —Acaricié los rizos enmarañados y los aparté de su rostro tenso e inexpresivo, intentando llamar su atención—. Marnie, no tengas miedo. —Intenté sonreír—. Relájate, cariño, no te asustes. —Con la punta del delantal le sequé el rostro humedecido por las lágrimas y el sudor—. Ya está, no importa, no te haremos daño —murmuré una y otra vez, preguntándome si comprendía algo; pero finalmente la tensión empezó a abandonar su cuerpo y se aflojó, agotada, en los brazos de Nils.

La estreché contra mi pecho y la consolé apoyando su cabeza sobre mi hombro. —Dale una taza de leche —le dije a Nils— y tráeme una también a mí. ¡Éste es un trabajo difícil!

Con tanto alboroto casi había olvidado por qué había comenzado todo aquello, pero lo recordé mientras acompañaba a Marnie hasta la fuente y le mostraba que debía lavarse la cara y las manos. Ella lo hizo siguiendo mi ejemplo y se secó con la toalla de tela de saco que le ofrecí. Cuando empecé a apartarme, se sentó sobre una roca, junto al torrente de agua, y metió los pies en él después de levantar la bata manchada de barro. Cuando los levantó para secarlos, vi las plantas enrojecidas y lastimadas y le dije:

—No me extraña que no quieras caminar. Aguarda un instante. —Regresé al carro, cogí mis zapatillas viejas y, después de pensarlo bien, varios alfileres. Marnie seguía sentada junto a la corriente, inclinada sobre el agua, dejando que ésta pasara entre sus dedos. Se puso las zapatillas, que le quedaban espantosamente grandes, y se quedó mirando con interés mientras yo levantaba el ruedo de la bata y colocaba los alfileres a intervalos.

—Muy bien —dije—, al menos ahora podrás caminar, aunque esta bata quedará estropeada si no te conseguimos otra ropa.

Almorzamos y Marnie comió un poco de todo, después de probarlo cautelosamente y de mirarnos para ver cómo comíamos nosotros. Me ayudó a recoger y quitar los restos, y a limpiar la lona. Incluso me ayudó con los platos, haciendo todo con concentrado interés, como si estuviera aprendiendo una nueva técnica.

Mientras nuestro carro descendía por el camino, Nils y yo hablamos en voz baja para no despertar a Marnie, que dormía en la parte de atrás del carro.

—Es una criatura extraña —dije—. Nils, ¿realmente crees que estaba flotando? ¿Cómo pudo hacerlo? Es imposible.

—Bueno, daba la impresión de que lo hacía —comentó—. Y actuaba como si hubiera hecho algo malo... algo... —Nils se interrumpió y frunció el ceño mientras apartaba una rama con el látigo—, algo por lo cual pudiéramos castigarla. Gail, tal vez es por eso... me refiero a esa cita sobre la bruja. Tal vez aquella gente era como Marnie. Tal vez alguien pensó que se trataba de brujas y los quemó...

—¡Pero las brujas son malas! —grité—. ¿Y qué tiene de malo flotar?

—Cualquier cosa puede ser mala —señaló Nils—. Siempre que este al otro lado de la línea que trazas alrededor de lo que aceptas como bueno. Los límites de algunas personas son terriblemente estrechos.

—¡Pero eso es un asesinato! —protesté—. Matar...

—Asesinato o ejecución... una vez más es cuestión de cómo se interprete —opinó Nils—. Nosotros le llamamos asesinato, pero nunca podría demostrarse...

—Marnie —sugerí—. Ella vio...

—Ella no puede hablar o no quiere —dijo Nils.

Odié el valle de Grafton's Vow en cuanto lo vi. Para mí era absolutamente tenebroso a pesar del sol que caía a plomo y nos hacía sentir agradecidos por la sombra de las ramas. A medida que nos acercábamos a la población, el camino se extendía entre vallas. Mientras avanzábamos, incluso los caballos parecían nerviosos e inquietos.

—Mira —dije—, en esa valla hay una nota o algo así.

Nils se detuvo en el sitio que le señalé y me incliné para leer.

—«Ex. 20:16.» ¡Eso es todo lo que dice!

—Otra referencia —dijo Nils—. «No levantarás falso testimonio.» Debe de ser una costumbre de ellos poner recordatorios en los sitios en los que se ha quebrantado una ley.

—Me pregunto qué habrá ocurrido aquí-dije, estremeciéndome.

Al llegar a la puerta, fuimos recibidos por un hombre que llevaba una escopeta en las manos y que nos dijo:

—Dios tenga piedad. —Y nos guió hasta el terreno destinado al campamento, perfectamente separado de la población por una especie de vallado de troncos. Allí fuimos severamente interrogados por un hombre de expresión ansiosa que también llevaba una escopeta y que de vez en cuando miraba en dirección al cielo como si esperara que en cualquier momento cayera sobre él la ira divina.

—¿Un solo carro? —preguntó.

—Sí —dijo Nils—. Mi esposa y yo, y...

—¿Llevan la partida de matrimonio? —preguntó bruscamente.

—Sí —respondió Nils en tono paciente—. Está guardada en el baúl.

—¡Y seguramente la Biblia también la llevan guardada! —exclamó el hombre en tono acusador.

—No —dijo Nils—, aquí la tiene. —La cogió de debajo del asiento. El hombre suspiró y se movió, inquieto— ¿Quién es ésa? —Con un movimiento de la cabeza señalo la nuca de Marnie, que estaba tendida en silencio, aunque no sé si dormía o no.

—Mi sobrina-dijo Nils serenamente, y yo apreté los labios—. Está enferma.

—¡Enferma! —El hombre se apartó del carro—. ¿Que pecado cometió?

—No es nada contagioso —señaló Nils en tono cortante.

—¿De dónde vienen? —preguntó el hombre.

—Del otro lado de Millman's Pass —respondió Nils, sin dejar de observar el ansioso rostro.

El hombre se puso pálido y apretó aún más su escopeta; la piel de su rostro pareció tensarse y luego se aflojó y se volvió a cubrir de sudor.

—¿Qué...? —empezó a decir, hizo chasquear sus labios secos y volvió a preguntar—. ¿Estuvieron... fue allí?

—¿Si fue allí qué? —preguntó Nils—. ¿Si estuvimos dónde?

—Nada. —El hombre vaciló y retrocedió—. Nada.

»Tengo que verla —dijo, volviendo a acercarse al carro de mala gana—. Demasiado fácil para levantar falso testimonio... —Cogió bruscamente el edredón y lo apartó, haciendo girar la cabeza de Marnie hacia él. Pensé que iba a desmayarse—. ¡Es... es ella! —gimió, con voz ronca—. ¿Cómo logró... dónde la...? —Entonces se tapó la boca—. Si ustedes dicen que es su sobrina, es su sobrina.

»Pueden pasar aquí la noche —dijo, haciendo un esfuerzo por serenarse—. Al otro lado del muro hay una fuente. Por lo demás, no salgan del recinto. Recuerden sus oraciones. Respeten a Dios —dijo, y se alejó.

—¡Sobrina! —exclamé rápidamente—. ¡Oh, Nils! ¿Debo escribir un Ex. 20:16 para que lo claves en el carro?

—Tenemos que presentarla de alguna forma —explicó Nils—. Cuando lleguemos a Margin, tendremos que explicar su presencia. Como lleva el nombre de tu hermana, es tu sobrina. Sencillo, ¿no te parece?

—Parece que sí —respondí—. Pero dime, Nils, ¿quién es ella? ¿Cómo sabía ese nombre...? Si los que murieron allí eran su gente, ¿donde están sus carros? ¿Y sus pertenencias? La gente no cae del cielo...

—Tal vez la gente de Grafton se los llevó allí para ejecutarlos —sugirió— y comisco sus bienes.

—Habría sido más corriente que los hubieran quemado en la plaza del pueblo —dije temblando—. Y que hubieran hecho lo mismo con sus carros.

Acampamos. Marnie me siguió hasta la fuente. Miré a mi alrededor, incómoda por el hecho de que ella estuviera en bata, pero no había nadie más y empezaba a oscurecer. Atravesamos el muro por una puerta pequeña y por primera vez pudimos ver las casas de la población. Tenían un aspecto corriente, salvo por el aleteo de los papeles enganchados a cualquier cosa en la que pudiera clavarse un clavo. Con tantos recordatorios espantosos, ¿cómo podían pensar en otra cosa que no fuera el pecado?

Mientras cogíamos agua, una niñita envuelta en percal gris desde el cuello hasta las muñecas y los pies se acercó con paso ligero hasta la fuente, mirándonos como si temiera que nos abalanzáramos sobre ella con un rugido. —Hola —la saludé y sonreí.

—Dios tenga piedad —respondió en un jadeante susurro—. ¿Estáis bien con Dios?

—Espero que sí —contesté, sin saber si la pregunta exigía una respuesta.

—Va vestida de blanco —dijo la niña señalando a Marnie—. ¿Se está muriendo?

—No —respondí—, pero ha estado enferma. Ésa es su bata. —¡Oh! —La niña abrió los ojos desmesuradamente y se tapó la boca con las manos—. ¡Qué terrible! ¡Usar una palabra tan espantosa! ¡E ir vestida con... estar así fuera de la casa! ¡Y en pleno día! —Dejó caer el pesado cubo en el agua, lo sacó y se apartó de nosotras tambaleándose, volcando parte del agua mientras se alejaba. Subió por la colina y a mitad de camino fue recibida por una mujer de rostro: severo que dejó a un lado el cubo, golpeó despiadadamente a la niña con una gruesa varilla de sauce, sacó un papel de su bolsillo, lo sujetó a un árbol con un clavo, cogió a la niña con una mano y el cubo con otra y se alejó, con paso pesado en dirección a la población.

Miré el papel. Ex. 20:12.

—¡Vaya! —exclamé, sorprendida—. ¡Y ya lo tenía escrito. —Me volví hacia Marnie, que otra vez tenía los ojos desorbitados y carentes de expresión, y las mejillas claramente hundidas.

—Marnie —le dije, tocándole el hombro. No me respondió, ni pareció consciente de mi presencia mientras la llevaba de vuelta al carro.

Nils recogió el cubo y tomamos una cena frugal y triste iluminados por la fogata. Marnie no probó bocado y se quedó inmóvil hasta que la acostamos.

—Tal vez sufre ataques —sugerí.

—Es más probable que se deba a que vio cómo golpeaban a la niña —apuntó Nils—. ¿Qué había hecho?

—Nada, salvo hablar con nosotras y quedar impresionada al ver que Marnie iba vestida con bata delante de la gente.

—¿Qué decía el papel que clavó su madre? —preguntó Nils.

—Éxodo, 20:12 —respondí—. Seguramente la niña desobedeció a su madre al entablar conversación con nosotras.

Tras una noche agitada, las primeras luces del amanecer nos parecieron maravillosas y levantamos el campamento antes de que las sombras se separaran de la noche. Un instante antes de partir, Nils escribió algo en un trozo de papel y lo clavó en la pared más cercana a nuestro carro con fuertes y acusadores martillazos. Mientras nos alejábamos, le pregunté: —¿Qué dice?

—Éxodo, capítulo 22, versículos 21 a 24 —recitó—. «Si quieren ira, que caiga sobre ellos.»

Me sentía demasiado desdichada y cansada para seguir hablando de ese tema. Sólo sabía que debía de tratarse de otra prohibición y me sentí agradecida de que mis padres me hubieran hecho leer los pasajes del Regocijo y el Amor en lugar de los más sombríos.

Media hora más tarde oímos a nuestras espaldas el ruido de los cascos de un caballo y al volvernos vimos que alguien cabalgaba hacia nosotros y nos hacía señas con la mano. Nils detuvo el carro y apoyó la mano en su rifle. Esperamos.

Se trataba del hombre ansioso que nos había acompañado hasta el campamento. Llevaba en la mano el papel que Nils había dejado. Al principio no pudo articular las palabras, pero luego dijo: —¡Siga adelante! ¡No se detenga! ¡Es posible que me estén siguiendo! —Tragó saliva y se enjugó la frente. Nils agitó las riendas y seguimos bajando por el camino—. Se ha dejado esto... —Sacudió el papel en dirección a nosotros—. «Y al extranjero no engañarás ni angustiarás...» —El hombre hablaba con voz entrecortada—. «A ninguna viuda ni huérfano afligiréis. Porque si tú llegas a afligirles y ellos clamaren a mi ciertamente oiré yo su clamor; y mi furor se encenderá...» —Hundió los hombros, esforzándose por recuperar el aliento—. Eso es exactamente lo que yo les dije —aclaró por fin— Se los mostré,, les mostré los versículos siguientes, pero no quisieron ver más allá del versículo dieciocho. Pero igualmente fueron. Ese Archibold les habló de esa gente. Les dijo que hacían cosas que sólo podían hacer las brujas. Tuve que acompañarlos. ¡Oh, que Dios tenga piedad! ¡Y ayudarlos a atarlos y ver cómo prendían fuego al cobertizo!

—¿Quiénes eran? —preguntó Nils.

—No lo sé. —El hombre respiró ruidosamente—. Archibold dijo que los vio volar entre los árboles y reír. Dijo que hacían flotar las rocas y que con ellas estaban construyendo una casa. Dijo que ellos... caminaban por encima del agua sin caerse. Dijo que uno de ellos levantó un trozo de madera en el aire y que lo encendió, y aparecieron otros trozos de madera y formaron una pila en el suelo y que el primer trozo cayó y encendió el resto. —El hombre volvió a secarse el sudor de la cara—. ¡Seguramente eran brujas! ¡De lo contrario no podrían haber hecho semejante cosa! Los atrapamos. Estaban durmiendo. Salieron volando cómo pájaros. Yo cogí a esa niñita que tienen ustedes, que en aquel momento tenía el pelo largo. Los atamos. ¡Yo no quería hacerlo! —Se le llenaron los ojos de lágrimas—.¡No le hice el nudo a la cuerda, y cuando el tejado se derrumbó, la niñita escapó del incendio y se ocultó en la oscuridad! ¡Yo no sabía que los seguidores de Grafton eran así! Llegué el año pasado. Ellos... dicen lo que hay que hacer para salvarse. Uno no tiene que pensar, ni preocuparse, ni preguntarse. —Se pasó la manga de la chaqueta por la cara—. Ahora veré ese cobertizo en llamas durante el resto de mi vida. ¿Qué ocurrió con los demás?

—Los enterramos —respondí bruscamente—. Enterramos sus restos chamuscados.

—¡Que Dios tenga piedad! —musitó.

—¿De dónde venía esa gente? —preguntó Nils—. ¿Dónde están sus carros?

—No tenían carros —respondió el hombre—. Archibold dice que aparecieron con un relámpago y un trueno, desde el cielo... aunque no había ninguna nube. Esperó y los vigiló durante tres días antes de venir a contárnoslo. ¿Usted no creería que eran brujas. —Volvió a secarse el rostro y miró el camino—. Podrían seguirme. No les diga nada. No les diga que yo les conté —Cogió, sus; riendas y azuzó al caballo, cruzando el llano al galope. Pero antes de que el sonido de los cascos se perdiera en la distancia, dio media vuelta y regresó.

—¡Pero cuidado! —jadeó, deteniéndose otra vez junto a nuestro carro—. ¡Ella debe de ser una bruja! Debería estar muerta. Ustedes se están comprometiendo con el mal...

—¿Quiere que la saque, y así termina de quemarla aquí mismo? —espetó Nils—. ¡Así podrá verla abrasarse con sus pecados!

—¡No! —El hombre se dobló sobre la montura, indeciso—. «Ningún hombre que haya puesto su mano en la guillotina y vuelva la vista atrás es digno de entrar en el reino.» ¿Y si tienen razón? ¿Y si el diablo me está tentando? ¡No me arrastre a la tentación! ¡Tal vez no sea demasiado tarde! ¡Tal vez podría confesar! —Se alejó por el camino en dirección a Grafton's Vow a mayor velocidad que antes. —¡Vaya! —Suspiré profundamente—. ¿Qué libro de las Escrituras citarías en este caso?

—Eso es lo que me pregunto —respondió Nils—. Ese Archibold... me pregunto si está en su sano juicio...

—«Salieron volando cómo pájaros» —le recordé—, y Marnie estaba flotando.

—¡Pero levantar rocas en el aire y hacer fuego y bajar del cielo despejado en medio de un relámpago...! —protestó Nils.

—Tal vez era una especie de globo —sugerí—. Tal vez estalló. Tal vez Marnie no habla inglés. Si el globo recorrió una larga distancia...

—No habría podido recorrer una larga distancia —señaló Nils—. El gas se enfría y en ese caso habría bajado. ¿Pero de qué otra forma pudieron llegar por el aire?

Sentí un movimiento a mis espaldas y me volví. Marnie estaba sentada sobre el jergón. ¡Pero era una Marnie muy distinta! Era como si sus oídos se hubieran destaponado, o como si una ventana se hubiera abierto en su mente. Su rostro inclinado mostraba una expresión ansiosa. Le brillaban los ojos y en sus labios se vislumbraba una sonrisa. Me miró.

—¡Por el aire! —dijo.

—¡Nils! —grité—. ¿Has oído eso? ¿Cómo llegaste por el aire, Marnie?

Sonrió como disculpándose, se tocó el cuello de la prenda que llevaba puesta y dijo:

—Bata. —Sí, bata, —dije, conformándome con una palabra cuando deseaba oír muchas más. Entonces pensé: ¿Podré coger la caja del pan? Marnie apartó sus ojos brillantes de mi rostro y buscó entre las cajas y los bultos. Con un suspiro de satisfacción levantó un trozo de pan.

—¡Pan! —dijo—. ¡Pan! —Y lo hizo flotar por el aire hasta mis manos.

—¡Caramba! —exclamó Nils—. ¡La comunicación ha comenzado! —Se puso seno y añadió—: Y, evidentemente, tenemos una criatura. Por lo que dijo ese hombre, no ha quedado nadie que sea responsable de ella. Al parecer, es nuestra.

Cuando nos detuvimos para almorzar estábamos agotados. Nos sentíamos más cansados a causa de las especulaciones que por el viaje.

No habíamos recibido señales de que nos siguieran, y Marnie se había vuelto a echar sobre el jergón y había cerrado los ojos.

Acampamos junto a un pequeño arroyo e hice que Nils sacara mi baúl antes de ocuparse de los animales. Lo abrí y Marnie se quedó a mi lado vigilando cada uno de mis movimientos. Había guardado una vieja falda y una blusa en la caja que estaba más arriba con la intención de tenerlas preparadas para empezar a limpiar y ordenar la casa cuando llegáramos a Margin. Le mostré la falda a Marnie. Era demasiado grande y demasiado larga, pero igualmente serviría con la ayuda de unos alfileres colocados estratégicamente y levantándole la falda casi hasta debajo de los brazos. Para mi sorpresa e incomodidad, Marnie se quitó inmediatamente la bata y se puso de pie, muy erguida, vestida sólo con su prenda interior. Miré rápidamente a mi alrededor para ver dónde estaba Nils y me apresuré a ponerle a Marnie la falda y la blusa. Ella también miró a su alrededor, desconcertada, se vistió, y levantó la falda a ambos lados. Le mostré los botones y los ojales y entre las dos, con la ayuda de cuatro alfileres, logramos ajustaría.

Cuando Nils se acercó a la lona para comer fue recibido por Marnie, que estaba completamente vestida e incluso llevaba puestas mis zapatillas, demasiado pesadas para ella.

—¡Caray! —exclamó Nils—. ¡Qué hermosa damita tenemos aquí! Es una pena que hayamos tenido que cortarte el pelo.

—Podemos fingir que se está recuperando de la fiebre tifoidea —sugerí, sonriendo. Pero el rostro de Marnie se había ensombrecido como si comprendiera lo que estábamos diciendo. Se paso los dedos por los rizos cortos y clavó la mirada en mis gruesas trenzas que, mientras viajábamos solos y sin que nadie nos viera, yo llevaba sueltas, al estilo indio.

—No te preocupes —le dije, rodeándola con un brazo—. Volverá a crecer.

Marnie cogió una de mis trenzas y me miró.

—Pelo —dije.

—Pelo —dijo y estiró uno de sus rizos—. Rizo.

¡Qué maravillosa sensación me produjo llegar a la llanura que se extendía sobre Margin y saber que estábamos casi en nuestra casa! ¡Nuestra casa! Mientras me sujetaba las trenzas alrededor de la cabeza de una forma más decorosa, me volví para mirar las cajas y los bultos del carro. Con eso y muy poco más debíamos establecer un hogar en medio de la nada. Aunque, teniendo a Nils, aquello era suficiente.

El sonido de las ruedas de nuestro carro al entrar en la población atrajo las miradas curiosas de los habitantes de las casas dispersas y de los escasos edificios que formaban Margin. La población estaba pegada a la ladera de una colina... mejor dicho, se encontraba rodeada en tres costados por la colina. Al otro lado, centenares y centenares de kilómetros de territorio se perdían en el azul de la distancia. Era un lugar en el que se respiraba libremente y en el que sin embargo se sentía la protección de las eternas colinas. Fuimos felizmente acompañados hasta nuestra casa, en el otro extremo de la población, por una creciente multitud. Marnie había vuelto a hundirse en el silencio y volvía a tener los ojos desorbitados y desconcertados; se aferraba a un borde del asiento, intentando perderse entre Nils y yo.

Los primeros días en un sitio nuevo siempre resultan incómodos y confusos. La tarea de instalarnos y la preocupación acerca de si Marnie saldría flotando como un globo o haría que algo flotara por el aire como había hecho con el pan se combinaron para dejarme totalmente agotada. Afortunadamente Marnie era muy tímida con todos, salvo con nosotros, hasta tal punto que en cuanto la bata volvió a estar limpia y conseguimos un catre prestado, la acomodé en él y pasó el resto del día adormilada, aislada en algún lugar lejano que yo ni siquiera podía imaginar.

Por supuesto, tuvimos que explicar su presencia. No la habíamos mencionado cuando organizamos las cosas para ir allí, y no tenía ropa, y la mía no era suficiente para cubrirnos decentemente a las dos. De modo que me sorprendí a mí misma contándole las historias mas disparatadas a la señora Wardlow. Su esposo era el maestro de escuela, sacerdote laico y todo lo que cualquier hombre culto pudiera ejercer como profesión en una población fronteriza. Ella era la divulgadora oficiosa de las noticias y la guardiana de la moral pública.

—Marnie es nuestra sobrina —le informé—. Es la hija de mi hermana menor. Se está recuperando de la fiebre tifoidea y... de una encefalitis.

—¡Oh, cielos! —exclamó la señora Wardlow—. ¿Sufrió las dos al mismo tiempo?

—No —dije, encantada con mi idea—. Aún estaba débil por la fiebre tifoidea y se enfermó de encefalitis. A causa de ésta perdió todo el pelo. Pensamos que también la íbamos a perder a ella. —No fue necesario fingir un estremecimiento porque, sin proponérmelo, surgió en mi mente la imagen del humo que se elevaba poco a poco...

»Mi hermana la envió para que se quede con nosotros, con la esperanza de que el clima de aquí evite que Marnie se enferme de tisis. También tiene la esperanza de que yo pueda ayudar a la criatura a recuperar el habla.

—He oído hablar de gente que tiene que aprender a caminar otra vez después de una fiebre tifoidea, pero no a hablar.

—El nombre técnico de la enfermedad es afasia —dije con soltura—. No se olvide de la encefalitis. Había empezado a hacer algunos progresos con el habla, pero el viaje ha hecho que fracasaran.

—Ella... no estará desequilibrada, ¿verdad? —susurró la señora Wardlow alarmada.

—¡Claro que no! —exclamé indignada—. ¡Y, por favor, tenga en cuenta que oye perfectamente!

—Oh —dijo la señora Wardlow, ruborizándose—. Por supuesto. No era mi intención ofenderla. Cuando se recupere lo suficiente, el señor Wardlow estará encantado de darle clases hasta que pueda ir a la escuela...

—Gracias —respondí—, es muy amable de su parte. —Cambie de tema ofreciéndole té.

Cuando se marchó, me senté junto a Marnie, cuyo rostro se iluminó al ver que estábamos solas.

—Marnie —le dije—, no sé hasta qué punto comprendes lo que digo, pero ahora eres mi sobrina. Debes llamarme tía Gail y debes decirle tío Nils. Has estado enferma. Ahora tienes que aprender otra vez a hablar. —Me había estado mirando con atención pero no percibí ni un parpadeo de comprensión. Suspiré profundamente y me volví. Pero Marnie me cogió del brazo. Me sujetó, mientras se tendía con los ojos cerrados. Finalmente me volví como si intentara soltarme, y ella abrió los ojos y sonrió.

—Tía Gail, he estado enferma. He perdido el pelo. ¡Quiero pan! —recitó cuidadosamente.

—¡Oh, Marnie! —exclamé abrazándola con alegría—. ¡Bendita

seas! ¡Estás aprendiendo a hablar! —Hundí el rostro entre sus rizos y luego la solté—. En cuanto al pan, esta mañana preparé una hornada. Estará en el horno en cuanto leve. No hay nada como el olor a pan horneado para sentirse como en casa.

Cuando Marnie recuperó las fuerzas empecé a enseñarle las necesarias tareas del hogar y me sentí muy desconcertada al ver que cogía la escoba cautelosamente, sin saber qué extremo usar, ni qué hacer con ella. ¡Cualquiera sabe para qué sirven un hilo y una aguja! Pero Marnie los miraba como si fueran maravillas de otro mundo. Observó la aguja que se deslizaba sobre la tela y se soltaba porque no se le había ocurrido hacer un nudo en la punta del hilo.

Aprendió a hablar, aunque al principio muy lentamente. Tenía que esforzarse y esperar para encontrar las palabras. Un día le pregunté a qué se debía. Su respuesta llegó lentamente.

—No conozco tu idioma —respondió—. Tengo que cambiar las palabras a mi idioma para saber lo que dicen, y luego volver a cambiarlas para ponerlas en el tuyo. —Suspiró—. ¡Es tan lento! Pero muy pronto podré tomar las palabras de tu mente y así no tendré que cambiarlas.

Parpadeé, sin saber si deseaba que alguien tomara algo de mi mente.

En cierto modo, la gente de Margin había adoptado a Marnie y estaba muy contenta con sus progresos. Incluso los más jóvenes aprendieron a esperar sus lentas respuestas. A ella le resultaba más cómodo jugar con los niños más pequeños porque eso no le exigía demasiados logros en pronunciación, y porque el juego con ellos, dentro de las cosas fundamentales de la casa y de la comunidad, se traducía en formas de lo más sencillas y se llevaba a cabo en una interminable repetición.

Descubrí con inquietud cómo era que Marnie podía llevarse tan bien con los más pequeños el día en que Merwin Wardlow el pequeño de siete anos, fue a verme gritando indignado.

—¡Marnie y mi hermana mayor no me dejan jugar! —exclamó con furia.

—Oh, estoy segura de que te dejarán si juegas bien —dije, moviendo el ganchillo mientras me apresuraba a terminar el borde de unas enaguas de Marnie.

—¡Así tampoco! —añadió, y se preparó para seguir gritando. Su bramido coincidió con el silbato de las seis en punto que anunciaba la salida de la mina; suspiré, dejé mi labor y lo llevé hasta el lugar en que solían jugar los niños bajo los álamos.

Marnie jugaba con Tessie Wardlow, de cinco años. Ambas estaban concentradas en la construcción de una casa de muñecas. Ya habían perfilado las diversas habitaciones con rocas y ahora las amueblaban con palos y piedras, con latas y botellas viejas y restos de platos rotos. Marnie estaba arreglando unas flores en un jarrón roto que había acomodado entre dos rocas. Tessie estaba ocupada llevándole flores y ramilletes de hojas. ¡Y no intercambiaban ni una sola palabra!

Tessie observó a Marnie y se fue corriendo a buscar otra flor. Antes de que tuviera tiempo de recoger la que había elegido se detuvo con la mano sobre la flor, observó la espalda de Marnie, dejó la flor y, después de escoger otra, se alejó corriendo.

—Marnie —la llamé, y parpadeé al sentir una especie de susurro que decía Si en mi mente—. ¡Marnie! —volví a llamarla. Marnie se sobresaltó y se volvió hacia mí.

—Sí, tía Gail —dijo lentamente.

—Merwin dice que no lo dejáis jugar.

—¡Oh, es un mentiroso! —gritó Tessie, indignada—. No hace nada de lo que Marnie le dice y hoy ella es la jefa.

—¡Ella me dice que haga nada! —chilló Merwin, traicionando en su indignación la cuidadosa gramática de su padre. v$¡

—¡Claro que te lo dice! —dijo Tessie golpeando el suelo con un pie—. Te dice tantas cosas como a mí, pero tú no haces nada.

La señora Wardlow los llamó para cenar, salvándome así de tener que actuar de arbitro de la contienda. Aliviada, me senté en el extremo sudoeste de la sala... una roca grande cubierta de musgo. Marnie se sentó en el suelo, a mi lado.

—Marnie —le dije—, ¿cómo sabía Tessie qué flores debía traerte?

—Yo se lo dije-respondió Marnie sorprendida—. Dijeron que hoy yo era la jefa. Merwin no quiere jugar.

—¿Le dijiste que hiciera algo? —le pregunté.

—Oh, sí-me respondió Marnie—. Pero él no hizo algo.

—No hizo nada —la corregí.

—No hizo nada —repitió.

—La última flor que te trajo Tessie... ¿tú le pediste ésa en especial?

—Sí-respondió Marnie—. Iba a coger la que tiene los pétalos mal en un costado.

—Marnie —dije en tono paciente—. Yo estaba aquí y no oí ni una palabra. ¿Tú hablaste con Tessie?

—Oh, sí —me aseguró Marnie.

—¿Con palabras? ¿En voz alta? —insistí.

—Creo... —empezó a decir Marnie, luego suspiró y se apoyó en mis rodillas, trazando una curva en el suelo con el índice—. Supongo que no. Es muy más fácil («Mucho más fácil», la corregí). Es mucho más fácil captar sus pensamientos antes de que se conviertan en palabras. Puedo hablarle a Tessie sin palabras. Pero Merwin... Creo que él las necesita.

—Marnie —dije, avanzando de mala gana en el desierto de mi ignorancia con respecto a qué hacer con una criatura a la que le resultaba «más fácil hablar sin palabras»—, siempre debes utilizar las palabras. A ti puede parecerte más fácil hacerlo de la otra forma, pero debes hablar. Verás, la mayoría de la gente no entiende que se pueda hablar sin palabras. Cuando la gente no entiende se asusta. Cuando se asusta, se pone furiosa. Y cuando se pone furiosa... tiene que lastimar.

Guardé silencio y observé a Marnie, que manipulaba mis palabras, armaba una respuesta y la convertía en palabras que surgían de sus labios angustiados.

—Entonces ellos nos mataron porque no comprendieron —dijo—. Y prendieron fuego.

—Sí —respondí—, exactamente. Marnie —proseguí, con la sensación de que estaba curioseando, pero sintiendo la necesidad de saber—, nunca has llorado por la gente que murió en aquel incendio. Estabas triste pero... ¿No eran tu gente?

—Sí —respondió Marnie después de un intervalo—. Mi padre, mi madre y mi hermano. —Apretó los labios y tragó saliva—. Y una vecina nuestra. Un hermano recibió la Llamada en el cielo cuando nuestra nave estalló, y el saco salvavidas de mi hermana pequeña no salió con el nuestro.

¡Entonces los vi! Fue una imagen vivida, los vi mientras ella los nombraba. El padre —noté antes de que su imagen sonriente se desdibujara de mi mente— tenía rizos gruesos y oscuros como los de Marnie. La vecina era una mujer menuda y regordeta.

—¿Pero no sientes pena por ellos? ¿No estás triste porque han muerto?

—Estoy triste porque no están conmigo —dijo Marnie lentamente—. Pero no me apena que el Poder los haya Llamado para que acudan ante la Presencia. Sus cuerpos estaban muy lastimados y heridos. —Volvió a tragar saliva—. Mis días aún no han terminado, pero al margen del tiempo que pase hasta que yo reciba la Llamada, mi gente vendrá a reunirse conmigo. Cuando yo llegue, ellos reirán y saldrán corriendo a recibirme. —Se apoyó contra mi falda y ocultó el rostro. Un instante después levantó la barbilla y dijo—: Me siento triste de estar aquí sin ellos, pero mi mayor pena es no saber dónde está mi hermana pequeña, o si Timmy ha recibido la Llamada. Timmy y yo salíamos en pareja. —Apretó el borde de mi falda—. Pero gracias a la Presencia, te tengo a ti y a tío Nils, que no me lastimáis aunque no comprendáis.

—¿Pero en qué lugar de la Tierra...? —empecé a decir.

—¿Esto se llama Tierra? —Marnie miró a su alrededor—. ¿Es la Tierra el sitio al que llegamos?

—Todo el mundo es la Tierra —respondí—. Todo... hasta donde alcanza la vista y hasta donde puedes ir. Llegaste a este Territorio...

—La Tierra... —Marnie reflexionó—. ¡Entonces este refugio del cielo se llama Tierra! —Se puso de pie—. Lamento haberte molestado, tía Gail. —Se disculpó—. Toma, con esto te prometo no actuar más como si no fuera de la Tierra... —Cogió la última flor que había, puesto en el jarro de la casa de muñecas y me la puso en las manos—. Pondré la mesa para la cena —me dijo mientras se alejaba rápidamente en dirección a la casa—. Y esta vez pondré un tenedor en cada sitio... No todos en fila, en el medio.

Suspiré e hice girar la flor entre mis dedos. Me sentía impotente y sólo pude reír. La flor que había crecido de forma tan prosaica había sido arrancada de la ladera de la colina brillaba con un resplandor profundo y su centro dorado hacía parpadear la sombra de los pétalos sobre mis dedos, y todos los pétalos tintineaban suavemente con las gotas de luz como el rocío que colgaba delicadamente de los bordes. ¡Como si no fuera de la Tierra! Pero esa noche, cuando se la mostré a Nils y le conté lo que había sucedido durante el día, la flor volvía a tener un aspecto corriente y estaba fláccida y marchita.

—Una de las dos, o Marnie o tú tenéis una imaginación prodigiosa —comentó Nils.

—Entonces debe de ser Marnie —respondí—. Ni en un millón de años se me ocurrirían a mí cosas como las que dijo. Pero escucha, Nils, ¿cómo podemos estar seguros de que no es verdad?

—¿Qué es lo que no es verdad? —preguntó—. ¿Qué crees que te ha contado?

—Bueno... bueno —vacilé—, que puede leer la mente, al menos la de Tessie. Y que éste es un mundo desconocido para ella. Y... y...

—Si ésa es la forma de que la pérdida de su familia le resulte soportable, deja que lo diga. Eso es mejor que la histeria o la melancolía. Además es más divertido, ¿verdad? —Nils se echó a reír.

Esa reacción no ayudó demasiado a moderar mi imaginación. Pero él no tuvo que pasar todo el día luchando constantemente con Marnie y su manera de hacer las cosas. El no tuvo que insistir para que Marnie aprendiera a hacer las camas normalmente en lugar de poner las mantas haciéndolas flotar, ni tuvo que insistir en que las jovencitas usan zapatos en lugar de desplazarse algunos centímetros por encima de la grava y los cardos del patio trasero. Y no tenía que convencerla de que, al margen de lo oscura que fuera la noche sin luna, uno no corta flores de papel y las hace brillar como velas en los rincones de la habitación: ese fin de semana Nils había estado en la sede del condado. No sé de dónde había salido Marnie, pero éste era un mundo nuevo para ella, y yo no recordaba haber leído nada ni haber visto en un mapa el mundo al que ella pertenecía.

Cuando Marnie empezó las clases en la única aula de la escuela del señor Wardlow, finalmente empezó a trabar amistad con los pocos chicos de su edad que había en Margin. Si hacía un cálculo de la edad que tenía, parecía haber llegado a la adolescencia. Entre sus amigos se contaba Kenny, el hijo del capataz de la mina, y Loolie, la hija de la cocinera de la pensión. Los tres recorrían juntos las colinas, y Marnie aprendió de ellos un amplio vocabulario y se volvió más cautelosa con respecto a su conducta. En una o dos ocasiones los sorprendió haciendo cosas extrañas, pero ellos reaccionaron, con tuna y se apartaron, y Marnie tuvo que esperar con paciencia antes de ser aceptada nuevamente como su compañera. En tales circunstancias, uno no olvida tan fácilmente.

Durante ese tiempo su pelo creció y ella también creció tanto que finalmente tuvo que abandonar la prenda interior que nevaba ¿Liando la encontramos. Lanzó un suspiro y la dejó, acomodándola en el último cajón del armario.

—En mi Hogar —dijo— habríamos celebrado una ceremonia y hecho una promesa. Las chicas sabríamos que empezamos a tener responsabilidades de adultas.

—En cierto modo, creo que después de aquel día se sintió menos diferente, supongo que menos rara.

Poco tiempo después Marnie empezó a detenerse repentinamente en medio de una frase y a escuchar con atención, o a dejar caer estrepitosamente los platos que colocaba en la mesa de la cena y salir corriendo hacia la ventana. Durante un tiempo la observé ansiosamente, preguntándome si estaría incubando alguna enfermedad, y una noche, después de apagar la lámpara, me pareció que algo se movía en la otra habitación. Me acerqué descalza, sin hacer ruido. Marnie estaba junto a la ventana.

—¿Marnie? —Su figura ensombrecida se volvió hacia mí—. ¿Qué es lo que te preocupa? —Me detuve junto a ella y observé las colinas desiertas e iluminadas por la luz de la luna que rodeaban k| casa.

—Allí fuera hay algo —me dijo—. Algo asustado y malo... atemorizado y nefasto. —Cogió las palabras más adultas de mi mente. Me sentí satisfecha al ver que ser consciente de lo que ella hacía ya no me asustaba como las primeras veces—. Camina alrededor de la casa sin parar y tiene miedo de acercarse.

—Quizás es un animal —sugerí.

—Puede ser —aceptó, apartándose de la ventana—. No conozco tu mundo. Es un animal que camina erguido y dice entre sollozos: «¡Que Dios tenga piedad!»

Aquel incidente resultó sorprendente en sí mismo, sobre todo porque al día siguiente, durante la cena, Nils comentó de pasada mientras se servía puré de patatas:

—Adivina a quién vi hoy. Dicen que hace aproximadamente una semana que está por aquí. —Sé llenó el plato con salsa de carne—. Nuestro amigo de la doble decisión.

—¿De la doble decisión? —Parpadeé, desconcertada.

—Sí. —Nils se estiró para coger una rodaja de pan—. Quemar o no quemar, ésa es la cuestión...

—¡Oh! —Sentí que me temblaban los brazos—. Te refieres a ese hombre de Grafton's Vow. ¿Cómo se llamaba?

—Nunca lo dijo, ¿no? —Nils detuvo el tenedor en el aire. —Derwent —dijo Marnie brevemente, tensando los labios—. Caleb Derwent, que Dios tenga piedad.

—¿Cómo lo sabes? —le pregunté—. ¿él te lo dijo?

—No-respondió Marnie—. Tomé el nombre de su mente para recordarlo con gratitud. —Se apartó de la mesa y abrió los ojos desorbitadamente—. ¡Ése es... el mal atemorizado que rondaba la casa anoche! ¡Y pasa de largo durante el día! ¡Pero me salvó del incendio! ¿ Ahora por qué viene?

—Ha estado sintiendo que algo malo acecha fuera —le expliqué a Nils, que me miraba con expresión interrogadora.

—Hmm —dijo—, las dos decisiones. Marnie, si él alguna vez...

—¿Puedo levantarme? —Marnie se puso de pie—. Lo lamento. No puedo comer cuando pienso en alguien que se arrepiente de algo bueno. —Salió cerrando la puerta de la cocina a sus espaldas.

—Y tiene razón —comentó Nils, volviendo a su plato—. En la tienda ese individuo dio vueltas alrededor de un montón de barriles con clavos y me dijo algo acerca de que aún estaba comprometido con el mal, de que seguía encubriendo a una bruja. En cierto modo lo acorralé hasta que por fin me dijo, después de todo este tiempo, que confesó su pecado de omisión a sus superiores de Grafton's Vow y que ellos lo excomulgaron hasta que se redima. —Nils me miró fijamente, escuchando sus propias palabras—. ¡Gail! No crees que tendrá ninguna idea disparatada acerca de llevársela otra vez a Grafton's Vow, ¿no?

—¡O de matarla! —grité separando mi silla de la mesa—. ¡Marnie! —Entonces me serené e intenté sonreír—. Pero ella es lo suficientemente lista para percibir su presencia —dije—. Él no podrá cogerla por sorpresa.

—Lo perciba o no —señaló Nils mientras comía a toda prisa—, la próxima vez que tenga a ese Derwent cerca lo convenceré de que más le vale estar en otra parte.

Durante los días siguientes nos acostumbramos a ver el rostro de Derwent que miraba de reojo desde detrás de algún edificio, o un pálido costado de su cara que surgía entre arbustos o ramas; pero parecía agotar su hostilidad mirando a Marnie desde una distancia prudente, y decidimos dejar que las cosas siguieran. su curso... aunque nos mantuvimos alerta.

Una noche Marnie entró repentinamente por la puerta trasera «después de cerrarla se apoyó contra ella, jadeando.

—Marnie —la regañé—, no oí tus pasos en el porche. Debe, recordar...

—Yo... lo siento, tía Gail, pero tenía que darme prisa. ¡Tía Gail, tengo un problema! —Estaba temblando.

—¿Qué has hecho ahora para molestar a Kenny y a Loolie? —le pregunté, sonriendo.

—No, no se trata de eso —respondió—. ¡Oh, tía Gail! Él está abajo, en el pozo, y no puedo hacerlo subir. Conozco la elevación inanimada, pero él no es un objeto inanimado.

—Marnie, siéntate —le dije con expresión grave—. Serénate y cuéntame lo que ocurre.

Se sentó, si es que esa tensa adaptación a una silla significa sentarse.

—Estaba en el Pozo Este —dijo—. Entre mi gente hay Identificadores, al menos algunos lo son... de todas formas, mi familia es especialmente... quiero decir... —Tragó saliva y se relajó. Casi pude sentir que la tensión la abandonaba, pero volvía a invadirla cuando siguió hablando—. Los Identificadores pueden localizar metales y minerales. Estaba en el pozo y sentí la presencia de un trozo de crisólito, y quería traértelo para tu colección. Trepé por la valla... Oh, sé que no debería haberlo hecho, pero lo hice. Y estaba comprobando a qué profundidad se encontraba el mineral, cuando... levanté la vista y él estaba allí. —Se apretó las manos—. Dijo: «El mal debe morir. No puedo regresar porque tú no estás muerta. Te dejé escapar de un incendio en esta vida y por eso me quemaré eternamente. Él, que soporta hasta el final...» Entonces me empujó al pozo...

—Te empujó al... —jadeé.

—Por supuesto, no me caí —se apresuró a decir—. Me limité a elevarme hasta el otro costado del pozo, fuera de su alcance. Pero él me había empujado con tanta fuerza que se cayó.

—¡Se cayó! —La miré, horrorizada—. ¿Se cayó? Criatura, eso significa que cayó muchos metros, sobre las rocas y el agua...

—Yo... lo cogí antes de que terminara de caer —dijo Marnie, como disculpándose—. Pero tuve que hacerlo a nuestra manera. Detuve su caída pero lo que ocurre ahora es que sigue allí, en el aire. Sigue en el pozo. Conozco la elevación inanimada, pero él está vivo. ¡Y no sé... no sé cómo hacerlo subir! —Rompió a llorar—. Si lo suelto, caerá y se matará. Y si lo dejo allí seguirá subiendo y bajando y... ¡No puedo dejarlo allí! —Se echó en mis brazos sollozando. Era la primera vez que actuaba de esa forma.

Nils había llegado cuando ella estaba finalizando la explicación y le informé de la situación mientras consolaba a Marnie. Fue hasta el cobertizo y cogió un rollo de cuerda.

—Con buena suerte nadie nos verá —dijo—. Afortunadamente, estamos aquí solos.

Mientras subíamos la ladera posterior de la casa nos envolvió la noche. El cielo estaba despejado y tenía un color azul transparente, y detrás de las colinas se veían matices de color albaricoque y un brillo metálico de color naranja. Brillaba una estrella en la inmensidad de la distancia, más allá de Margin. Subimos la colina jadeando hasta el Pozo Este. Era el único pozo peligroso y abandonado que se abría entre todos los agujeros de prospección diseminados en la colina. Había sido vallado con alambre de púa, y era un territorio prohibido para los chicos de Margin, incluso para Marnie.

Nils bajó con el pie uno de los alambres y levantó el otro. Marnie se deslizó entre ambos y yo me arrastré y solté el volante de mi enagua que se había enganchado en el de abajo.

Nos tendimos en el suelo de rocas y nos acercamos al borde del pozo. Estaba oscuro como boca de lobo.

—¡Derwent! —La voz de Nils se repitió siniestramente, abriéndose paso por la enmarañada vegetación que colgaba de la parte superior del pozo.

—Aquí estoy, mi Señor. —La voz sonó hueca, carente de emoción—. La muerte me ha encontrado en medio del pecado. Arrójame al fuego... el fuego eterno que cambié por esa maldita choza. ¡Los chicos no valen nada! Vendí mi alma por un rostro lastimado. Aquí estoy, Señor. Arrójame al fuego.

Nils dejó escapar un sonido. Silo que yo sentía era parecido, lo que estrangulaba su garganta era una profunda náusea.

—¡Derwent! —volvió a llamar Nils—. Voy a bajar una cuerda. Átela a su cintura para que podamos subirlo. —Enroscó la cuerda en un leño caído en la entrada del pozo. La cuerda cayó en la oscuridad y se balanceó ligeramente.

»¡Derwent! —gritó Nils—. ¡Caleb Derwent! ¡Coja esa cuerda!

—Aquí estoy, mi Señor. —La voz volvió a sonar sin expresión, esta vez mucho mas cerca—. La muerte me ha sorprendido en medio del pecado...

—Marnie —dijo Nils por encima de la insensata y mecánica repetición que ahora empezaba a ceder—. ¿Puedes hacer algo?

—¿Puedo? —preguntó—. ¿Puedo hacerlo, tío Nils?

—Por supuesto —dijo Nils—. Aquí no hay nadie que vaya a asombrarse. Toma, coge la cuerda y... baja por ella para que sepamos dónde estás.

De modo que Marnie desapareció en la oscuridad del pozo y, mientras su mano rodeaba la cuerda, descendió por él. Nils se secó el sudor déla frente con el brazo.

—No pesa nada —murmuró—, la cuerda no pesa nada.

Entonces se oyó un grito y un chillido más abajo.

—¡No! ¡No! —chilló Derwent—. ¡Me arrepiento, me arrepiento! No me arrojes al fuego... —Sus palabras se interrumpieron y la cuerda se sacudió.

—¡Marnie! —grité—. ¿Qué...?

—Él... giró los ojos y abrió la boca, y no habla —gritó desde la oscuridad asustada—. No logro encontrar sus pensamientos...

—¡Se ha desmayado! —dijo Nils. Luego añadió—: Está bien, Marnie. Simplemente se ha desmayado con el susto. Átalo con la cuerda.

Así fue como lo sacamos del pozo. En un momento la cuerda se soltó de nuestras manos y se deslizó varios centímetros, pero él no se cayó. El rostro ansioso de Marnie apareció debajo de la cabeza inclinada de Derwent.

—Puedo sujetarlo para que no se caiga —señaló—, pero sois vosotros quienes tenéis que levantarlo. Yo no puedo.

Lo tendimos en el suelo, de espaldas, pero en el breve intervalo que Nils utilizó para estirarlo, el hombre se elevó unos centímetros en el aire. Marnie lo hizo bajar.

—No está completamente sujeto a la Tierra. Yo aflojé algunas de las sujeciones al detener su caída. El pozo ayudó a sostenerlo, pero ahora tengo que volver a ajustarías. No aprendí muy bien esa parte de la técnica. Eso es algo que cada uno sabe hacer por su cuenta. Me asusté tanto cuando se cayó que olvidé todo lo que sabia. Pero no podría haber hecho nada mientras él estaba en el pozo, se habría caído. —Miró a su alrededor y vio que la oscuridad se hacía cada vez más intensa—. Necesito una fuente de luz...

—¿Luz? —Miramos a nuestro alrededor. Las únicas luces que estaban a la vista eran una única estrella y una especie de alfilerazo es las sombras del llano que se extendía a nuestros pies.

—¿Una linterna? —preguntó Nils.

—No —respondió Marnie—. La luz de la luna o los rayos del sol, o suficiente luz de las estrellas. Para trenzar los haces es necesario utilizar la luz. —Se encogió de hombros y abrió las manos. —Hoy habrá luna llena —señaló Nils—. Pronto saldrá... Así que nos agachamos entre las rocas y las piedras, dejamos a Derwent tendido y esperamos que la luna saliera y se convirtiera en un ingrediente para sujetarlo nuevamente a la Tierra. Sentí una inoportuna amenaza de risa que sacudía mis hombros. ¡Qué historia para contarles a mis nietos! Si es que vivía para tener algunos.

Finalmente la luna salió y se convirtió en un repentino torrente que atravesó la transparencia del aire de la noche. Marnie lanzó un profundo suspiro; su rostro adoptó un tono pálido bajo la luz de la luna.

—Es... es espantoso —dijo—. Trenzar los haces con la luz de la luna es una actividad de adultos. Cualquier chico sabe trenzar los haces con la luz del sol, pero sólo los Ancianos se atreven a trenzar al mismo tiempo la luz de la luna y la luz del sol. Creo que puedo manipular la luz de la luna. ¡Eso espero!

Ahuecó ambas manos y las levantó. Enseguida se llenaron con dos puñados de la luz de la luna. Ésta fluyó y giró por sus palmas y entre sus dedos, destellando encantadoramente. Entonces entretejió la luz en un complejo diseño que se movió y cambió y creció ocultando sus brazos hasta los codos, y proyectó luz sobre su rostro concentrado. Una curva de esa luz me rozó. Fue una sensación que jamás había experimentado, y me aparté bruscamente. Pero me sentí fascinada y me estiré para tocarla otra vez. Un jadeo de Marnie me obligó a detener la mano.

—Es demasiado grande —señaló—. ¡Demasiado poderosa! No sé lo suficiente para dominarla... —Sus dedos se agitaron y la luz intrincada envolvió a Derwent de pies a cabeza. Se produjo una sacudida. Las laderas de las colinas que nos rodeaban se volvieron inestables y casi fluidas. Se oyó un chirrido y un estruendo. Las rocas cayeron estrepitosamente a cierta distancia y el saliente del pozo Este se derrumbó. El terreno en el que había estado el pozo quedo cubierto de hoyos. Una pequeña bocanada de humo se elevo y se alejo lentamente en el aire fresco de la noche. Nos levantamos de donde habíamos caído y nos abrazamos. Marnie contempló a Derwent, que estaba completamente relajado—. Fue demasiado grande, demasiado rápido —se disculpó—. Me temo que eso estropeó el pozo.

Nils y yo intercambiamos una mirada y sonreímos débilmente.

—Está bien, Marnie —dije—, no importa. ¿Él ya se encuentra bien?

—Sí —respondió Marnie—, sus pensamientos están volviendo.

—Todo salió bien —me dijo Nils en un susurro—. ¿Pero qué supones que le habrá hecho a la mina ese pequeño terremoto?

Abrí los ojos desmesuradamente y sentí que se me tensaban las manos. ¿Qué le habría ocurrido realmente a la mina?

Derwent recuperó los pensamientos lo suficiente para marcharse al día siguiente, hundido en su montura, moviéndose sólo porque el caballo lo hacía, y se encaminó hacia ninguna parte, simplemente muy lejos de Margin, de Grafton's Vow, de Marnie. Lo observamos mientras se marchaba y Marnie adoptó una expresión compungida.

—Está tan confundido —comentó—. Si al menos yo fuera Reparadora, podría arreglar su mente...

—¡Él intentó matarte! —exclamé, impaciente ante su compasión.

—Él pensaba que nunca podría acudir ante la Presencia por mi culpa —se apresuró a decir—. ¿Qué habría hecho yo si hubiera pensado lo mismo de él?

De modo que Derwent desapareció... y la mina también, para siempre. El pozo, laboriosamente perforado y abierto a través de la roca sólida y los radiantes derrubios que apenas necesitaban entibación para sostenerse, debido a la composición de aquélla, se había astillado y derrumbado. Desde la entrada de la mina, destruida hasta quedar del tamaño de una cueva, se podía oír el murmullo del agua que se había filtrado y el ahogado derrumbe de la mina. El segundo día, un hilillo de agua había formado un charco en la entrada. El tercero, la corriente empezó a bajar por la ladera de la colina, en dirección a la población. Casi de inmediato impregnó el suelo absolutamente seco, pero la fangosa humedad se extendió cada vez más y un pequeño canal empezó a abrirse camino colina abajo.

Una población no tarda demasiado tiempo en morir. Los trabajadores se pasearon por la entrada de la mina durante uno o dos días hablando de terremotos y de otros espantosos designios dianas, apenas convencidos de que no estuvieran en plena actividad Aquello era como una muerte que había truncado las cosas repentinamente, en lugar de dejarlas crecer o disminuir de forma gradual. Entonces se marcharon las primeras familias; se despidieron brevemente y sin emoción para ocultar la pena y la preocupación de su mirada. Luego los siguieron otras, que dejaban sus chozas o caían en la ruina, o sus casas avanzaban por el camino como tortugas cubiertas de tablillas, dejando tras de sí sólo los cimientos de hormigón.

Nosotros, por supuesto, nos quedamos hasta el final; Nils les pagó a los trabajadores, hizo arreglos con respecto al equipo que abandonaría, se ocupó de los detalles y se concentró en los últimos ritos de la carrera que había comenzado con tanto entusiasmo en Margin. Pero, finalmente, nosotros también nos marcharíamos con todas nuestras cosas, salvo por un detalle: Marnie había desaparecido.

Había quedado horrorizada al descubrir lo que había sucedido en la mina. Estaba demasiado impresionada para gritar cuando Loolie y Kenny y los Wardlow fueron a despedirse de nosotros. No supimos qué decirle ni cómo consolarla. Finalmente, una noche, la encontré sentada en su catre, con los hombros hundidos y la cara empapada en lágrimas.

—Todo saldrá bien, Marnie —le dije—, no nos moriremos de hambre. Nils siempre encuentra la forma de...

—No estoy llorando por la mina —me aclaró Marnie, y sentí una ilógica punzada de resentimiento—. Hace un año —añadió—. Exactamente un año.

—¿Un año? —Entonces recordé. Un año desde que la siniestra columna de humo se había elevado sobre el cobertizo en llamas, desde que había sentido el pelo recién cortado que se rizaba entre mis dedos... desde que Nils cavó la fosa común—. Pero ahora todo debería resultarte un poco más fácil —comenté.

—Lo que ocurre es que en el Hogar habría sido la época del Festival... el momento de llevar nuestras flores y elevarnos en el cielo y cantar para recordar a todos los que habían recibido la Llamada durante el año. Celebramos el Festival sólo tres días antes de que esa gente furiosa llegara y nos matara. —Se secó las mejillas con el dorso de la mano—. Fue un Festival triste porque quedamos separados a causa del Cruce. No sabíamos cuántos de nosotros repetían nuestras canciones desde el Otro Lado.

—No estoy segura de entenderte —le advertí—. Pero adelante... llora por tus muertos. Eso te aliviará.

—No estoy llorando por los que han recibido la Llamada —me aseguró Marnie—. Ellos están ante la Presencia y no hay motivo para llorar por ellos. Estoy llorando por los que quedaron vivos en esta Tierra que encontramos... si es que quedó alguno. Estoy llorando porque... ¡Oh, tía Gail! —Se aferró a mí—. ¿Y si soy la única que no recibió la Llamada? ¡La única!

Le di unas palmaditas en los hombros y deseé poder consolarla.

—Estaba... estaba Timmy. —Sollozó y aceptó el pañuelo que le ofrecí—. El... estaba en nuestra nave. Sólo en el último momento, un instante antes del Despegue, hubo sitio para que viajara con nosotros. Pero cuando la nave se fundió y se quebró y cada uno tuvo que ponerse su funda salvavidas, nos separamos como el pichón de codorniz que Kenny me mostró el otro día. Y sólo unas pocas fundas salvavidas lograron mantenerse unidas. ¡Oh, si lo supiera! —Cerró los ojos húmedos y levantó la barbilla temblorosa—. ¡Si al menos supiera si Timmy se encuentra o no ante la Presencia!

Hice todo lo que pude para consolarla. Y todo lo que podía hacer era simplemente quedarme a su lado.

—Esta noche celebraré el Festival en silencio —anunció finalmente—, confiando en el Poder...

—Para nosotros ésta también es una noche solemne —comenté—. Mañana empezaremos a recoger nuestras pertenencias. Nils cree que puede encontrar trabajo más cerca del valle. —Suspiré—. Habría sido agradable ver crecer este lugar. Lo único que le faltaba era una corriente de agua y ahora incluso tiene eso. En fin, así es la vida.

Y a la mañana siguiente había desaparecido. Sobre su almohada encontramos un trozo de papel en el que se leía simplemente:

«Esperad.»

¿Qué podíamos hacer? ¿Dónde podíamos buscar? Era imposible seguir las huellas en las laderas rocosas. Y tratándose de Marnie, era posible que no hubiera ninguna huella, aunque el terreno estuviera cubierto de arena. Miré a Nils con desesperación.

—Tres días —dijo con voz tensa y airada—. Los tradicionales tres días para celebrar un funeral. Si entonces no ha vuelto, nos marcharemos.

Al final del segundo día de espera en el silencio fantasmal de ciudad desierta, había acumulado suficientes lágrimas para competir con la nueva comente de agua que se abría paso cada vez más profundamente. Nils se encontraba en la entrada de la mina, observando el agua que salía a chorros donde antes había habido un hilillo. Me incliné sobre la corriente a la altura en que giraba en los cimientos vacíos de las oficinas de la mina y en ese momento oí —o sentí, o percibí— una presencia. Me dio un vuelco el corazón y me volví cautelosamente. Era Marnie.

—¿Dónde has estado? —le pregunté bruscamente.

—Buscando otra mina —respondió ella en tono prosaico.

—¿Otra mina? —La acerqué a mí con mano temblorosa y nos abrazamos con fuerza. Entonces la solté.

—Yo estropeé la otra —añadió como si yo no la hubiera interrumpido—. He encontrado una nueva, aunque no estoy segura de que os guste.

—¿Una nueva? ¿Gustarnos? —Mi mente no funcionaba con demasiada agilidad, de modo que me levanté y grité—: ¡Nils!

Apareció repentinamente detrás de una roca y después de asegurarse de que nos estaba viendo a las dos, bajó la colina a grandes zancadas y se detuvo, jadeante, delante de Marnie. La estrechó entre sus brazos y lloré al verlos, aunque me pareció que mis lágrimas eran considerablemente menos abundantes de lo que había imaginado. Por fin, los tres compartimos mi delantal para secarnos la cara y nos sentamos, felices y conmocionados, en el porche delantero.

—Se encuentra al otro lado del llano —señaló Marnie—. En un pequeño cañón. Y bastante cerca, así que Margin puede crecer aquí mismo, sólo que tendrá una corriente de agua.

—¡Una nueva mina! ¿Qué sabes tú de minería? —preguntó Nils mientras, a pesar de su cautela, la esperanza iluminaba su rostro.

—Nada —admitió Marnie—. Pero puedo identificar y reconocer estos metales... —Extendió las manos—. Cobre para los peniques. Oro para tu pequeño relicario. —Me miró como disculpándose—. Plata para un dólar... Lo hizo girar en la palma de su mano. Gracias a éstos puedo encontrar otros metales iguales. El cobre... bueno, en la nueva mina no hay tanto como en la otra, pero hay algo. Hay bastante oro. Me parece que mucho más que en la anterior. Y —vaciló—, lo lamento, pero lo que más abunda es la plata, hay mucha, mucha más que cobre. Tal vez, si mirara más adentro...

—Pero Marnie —grite—, ¡la plata es mejor! ¡La plata es mejor!

—¿Hablas en serio? —le preguntó Nils y sus rasgos parecían endurecidos y angulosos bajo la luz del sol—. ¿Realmente crees haber encontrado una mina?

—Yo no sé nada de minas —repitió Marnie—, pero sé que ésa tiene estos metales. Percibo su presencia, enmarañados en toda la ladera de la montaña, y de arriba abajo. Gran parte de ellos están mezclados con otra sustancia, pero ésta es como el mineral que solían enviar fuera de Margin en los vagones de ruedas altas. Sólo que una parte de él parece al mismo tiempo un penique, un relicario y un dólar. No sabía que podía aparecer así en el suelo.

—Plata nativa —murmuré—, cobre y oro nativos.

—Yo... podría intentar abrir la colina para que tú pudieras verlo —sugirió Marnie tímidamente al ver el rostro impávido de Nils.

—No —me apresuré a decir—. No, Marnie. Nils, ¿no podríamos al menos echar un vistazo?

De modo que fuimos, abriéndonos paso entre la maleza y atravesando una estrecha entrada a la caja de un cañón, al otro lado del llano. Mientras hacía una pausa para recuperar el aliento, casi atrapada entre dos enormes losas de granito de color naranja rojizo, miré el fragmento de cielo azul que se extendía por encima de mi cabeza. Una nube blanca quedó a la vista y de pronto noté que lo que se movía no era la nube sino la montaña de granito. Esta giró y pareció a punto de derrumbarse. Aparté la vista del cielo con un jadeo y avancé contoneándome, detrás de Marnie y seguida por Nils.

Nils miró a su alrededor, sorprendido.

—No tenía idea de que aquí hubiera algo así —comentó—. Nadie pidió esta zona. Es nuestra... si es que vale la pena solicitarla. Nuestra propia mina...

Marnie se arrodilló en la base del acantilado que formaba un costado del cañón..

—Aquí está la mayor parte —dijo, pasando la mano sobre la piedra desmenuzada—. Está en toda la montaña, pero muy cerca de aquí hay un poco de plata. —Miró a Nils y vio su expresión de escepticismo—. Bueno. —Suspiró y se sentó, dejando que su falda cubriera el suelo arenoso. Apretó las manos y se las miro. Vi que sus hombros se tensaban y sentí que algo se movía... o cambiaba o comenzaba. Entonces, a la altura del hombro y sobre la cara de la pared de roca hubo un destello y algo se desmoronó. De la roca surgió un hilillo delgado y brillante que se deslizó hasta la arena y se abrió como una flor en un disco del tamaño de una mano de plata pura.

—Toma —dijo Marnie al tiempo que relajaba los hombros—. Esto estaba cerca de la entrada...

—¡Nils! —grité—. ¡Mira! —Cogí la flor metálica aún caliente y volví a soltarla. La sangre brillante se deslizó por la punta de mi pulgar abierto por el afilado borde de plata.

Una población no tarda demasiado tiempo en crecer. Al menos si cuenta con una mina productiva y tiene un llano adecuado para abrir calles comerciales rectas y anchas. Y con colinas y árboles y una corriente de agua para la zona residencial. Los tres observamos con deleite la maravilla del crecimiento y la expansión de Margin. Sólo de vez en cuando Marnie se detiene junto a la ventana durante la noche y se pregunta si es la única, la última representante de su Pueblo sobre la Tierra. Y sólo de vez en cuando la miro y me pregunto de qué rincón de la Tierra, o de fuera de ella, ha surgido este milagro casual, este ángel ignorante.

—Este ángel ignorante. —Bethie repitió en un susurro la última frase del Recuerdo.

—¡Vaya, yo he estado en Margin! —gritó Meris—. ¡Estuve allí el Día de la Fundación y no oí ni una palabra sobre Marnie!

—¿Y qué oíste? —preguntó Bethie, interesada.

—Bueno, algo acerca de que la primera mina se derrumbó y dio origen al arroyo y acerca de que la nueva mina fue fundada...

—Supongo que con eso basta —opinó Bethie—. ¿Cómo habrías incluido a Marnie?

—¡Al menos podrían haber mencionado su nombre! —protestó Meris—. ¡Incluso se recuerda el nombre del burro que un buscador de oro golpeó con un trozo de metal al fundar Tombstone o Charleston, o cualquier otro sitio. Y ni una palabra sobre Marnie...

—Quizá —sugirió Bethie— se debe a que ése no era su verdadero nombre.

—¿No lo era? —Meris abrió los ojos desmesuradamente. ¿Crees que la llamaban Marnie en el Hogar? —bromeó Mark—. Mira lo que hicimos nosotros con el nombre de Lala. Al menos «Marnie» no sería un error tan grave.

—¿Quién era, entonces? —preguntó Meris—. ¿Cuál era su verdadero nombre?

—Bueno, pensé que sabías... —empezó a decir Bethie—. Marnie era Lytha. A partir de entonces usó los dos nombres: Marnie Lytha.»

—¡Lytha! —Meris se sentó en el borde de la silla y quedó absorta; volvió a acomodarse lentamente—. Lytha y Timmy. ¡Oh! ¡Por supuesto! Entonces la promesa de Eva-Lee seguramente se hizo realidad...

—No. Ella nó les prometió que estarían juntos —le recordó Mark—. Sólo les prometió el amor.

—Sólo el amor —se burló Meris—. ¡Oh, Mark! ¿Sólo el amor?

—Estaba pensando —dijo Mark lentamente—. Si Marnie era Lytha, entonces todas esas personas que murieron en el incendio...

—¡Oh, Mark! —Meris lanzó un profundo suspiro de desesperación—. ¡Oh, Mark! Pero Eve no era una de ellas. La madre de Bethie se salvó...

—Y también se salvaron otros —aclaró Bethie—. El fluir del recuerdo sobre Marnie se mantuvo en la misma área general y no me detuve cuando el fragmento de Marnie concluyó. La siguiente parte... —Vaciló—. Resulta difícil decir qué es brillante y feliz y qué es oscuro y triste. Dejaré que lo decidáis vosotros. El chico... bueno, él tampoco estaba seguro...

Bethie cogió las dos manos suavemente y comenzó...