LA TURBULENCIA DE LAS AGUAS

A veces, ser el primer poblador de una enorme extensión de tierra es lo mismo que ser un náufrago. Si fuera un poco más joven, tal vez jugaría a ser Robinson Crusoe, sólo que me moriría de sorpresa sí encontrara una huella, sobre todo la de un pie descalzo, teniendo en cuenta dónde está este lugar.

Pero no se trata sólo de ser un náufrago en un lugar, sino en una época. Tengo la sensación de que los últimos años del siglo se agitan y suben hasta mis rodillas en una marea que me arroja al siglo siguiente. Si vivo siete años más, no sólo seré anciano sino que veré el cambio de siglo. ¡Imaginad lo que será escribir la fecha comenzando con 19 en lugar de 18! Así que, en lugar de jugar a Crusoe y observar el horizonte en busca de barcos, solía subirme a una roca desde la que contemplaba el mundo y pensaba: ¡El cambio de siglo! ¡El cambio de siglo! Y buscaba y buscaba, como si el tiempo fuera una marea que llega corriendo y cruzando la tierra en la medianoche de 1899 y yo pudiera ver la cresta de la primera ola de la marea que ya comienza.

Pero las cosas han ocurrido tan de prisa últimamente que ya no estoy seguro del Tiempo, del Lugar, de lo Posible ni de lo Imposible. Si de una cosa estoy seguro es de la sequía. Fue absolutamente real.

Es responsabilidad de los hombres de la casa velar por el bienestar de las mujeres de la casa, por eso aquel día subí la colina con Papá para descubrir dónde empezaba Sometime Creek. Subimos y subimos por el sinuoso lecho del río hasta que mis pulmones se llenaron de aire caliente y tuve la sensación de que me chisporrotea. Nos detuvimos y nos apoyamos contra una roca para que yo recuperara el aliento y me refrescara un poco a la sombra. Vimos kilómetros y kilómetros de tierra... una extensión tan grande que las montañas que se encontraban al otro lado de Desolation Valley se veían absolutamente pálidas contra el cielo. Debajo de nosotros, casi a nuestros pies debido a lo inclinado de la colina, se encontraba la delgada línea verde de mesquites y sauces que bordeaban Chuckawalla River y, oculta entre un bosquecillo de álamos que había a nuestra izquierda, se encontraba nuestra cabaña; en la puerta, si había terminado de amasar el pan, seguramente estaría mamá, esperando con Merry en brazos y apoyada en la cadera, mirando hacia arriba mientras yo miraba hacia abajo.

—¿Y si no aparece ninguna fuente? —pregunté, tragando saliva; tenía la boca seca y necesitaba un trago de agua. Pensé que papá no iba a responder. A veces no responde durante uno o dos días. Entonces, súbitamente, cuando uno ya no piensa en ese tema, responde y pretende que uno recuerde lo que había preguntado.

—Entonces sabremos por qué le llaman Sometime Creek[5] —dijo—. Si te ha pasado un poco el calor, ve a tomar un trago.

—Pero siempre tenemos el río —comenté mientras me acomodaba boca abajo junto al borde del agua poco profunda. Ésta pasaba a tanta velocidad que no podía sorberla. Tuve que dar un mordisco para coger algo. Estaba fría y sabía a barro, y era tan poco profunda que me golpeé la nariz al meter la cara abrasada por el calor para refrescarme.

—No siempre. —Papá esperó a que yo terminara antes de ahuecar las manos bajo una pequeña cascada que había unos pasos más arriba; luego bebió rápidamente—. Desde la semana pasada, su caudal se ha reducido a menos de la mitad. Ayer, cuando se detuvo a coger melones, Tanker me dijo que en Coronas Altas no queda nieve, a pesar de que estamos a principios del verano.

—¡Pero nuestro huerto! —Sentí que el miedo trepaba por mi estómago—. ¡Todos nuestros campos!

—Nuestro huerto —dijo papá sin confianza—. Y todos nuestros campos.

No encontramos la fuente. Nos quedamos en la base de una ladera demasiado inclinada para trepar por ella y observamos el caudal de agua que descendía desde la parte superior que no podíamos ver. Observé a papá: estaba de pie, con un pie sobre la pendiente y la rodilla doblada como si intentara trepar por la roca, sólo mirando el agua que caía.

—Si el río se seca —sugerí—, el arroyo no será suficiente para regarlo todo.

Papá no dijo nada pero se volvió para bajar la colina.

Bajamos en la mitad del tiempo que habíamos tardado en subir. A mitad de camino tropecé y caí contra un arbusto. Papá tuvo que cogerme para ayudarme a salir y las espinas se aferraron como garras a mis ropas, me pelaron la palma de las manos y me dejaron arañazos en una de las mejillas.

—La gente tiene que beber —dijo papá—. Y los animales.

Estábamos llegando al llano que se extendía frente a la casa cuando finalmente logré descifrar lo que papá quería decir. Ya había renunciado al huerto y había dado la espalda al cultivo de vegetales, que eran nuestro sostén, y a los marchitos campos de alfalfa. Estaba calculando la cantidad de agua que necesitábamos para sobrevivir y seguir en Fool's Acres Ranch.

Mamá y Merry nos recibieron en el sendero de entrada. Cogí a Merry y la llevé hasta la casa. Se suponía que yo no sabía que mamá iba a dar a luz en un par de meses. Se supone que los chicos no se dan cuenta de esas cosas, ni siquiera los chicos de más de quince años que son casi hombres.

Esa noche nos sentamos alrededor de la mesa, como de costumbre, y leímos. Yo leí primero. Desde que nos habíamos instalado en el rancho era la segunda vez que leía Robinson Crusoe, y había llegado al punto en el que él cuenta las semillas de trigo e imagina cuál es la mejor manera de plantarlas. Esa parte me gustaba más que las páginas largas y herméticas en las que habla en términos filosóficos de lo que es estar solo y utiliza palabras grandilocuentes y difíciles de pronunciar. Pero en ocasiones, cuando contemplaba la llanura, sabiendo que sólo estábamos papá, mamá, Merry y yo en toda aquella inmensidad, sabía cómo se sentía. Bueno, tal vez el nuevo bebé sería un varón.

Leía bastante bien. Papá no tuvo que corregirme demasiadas veces la pronunciación. Luego mamá leyó un fragmento de Sentido y sensibilidad y yo escuché a pesar de que me resultó pesado y aburrido. Nunca sabía si papá iba a preguntarme por el significado de una palabra, y más me valía tener al menos una idea.

Después papá leyó Vidas de Plutarco, que a veces es divertido, concluimos la velada con nuestros versículos de la Biblia y las oraciones.

Me quedé medio dormido antes de que la lámpara se apagara, pero me desperté completamente cuando oí que mamá hablaba en voz baja.

—Tal vez la minería habría sido mejor. Esta es tierra de minas.

—La minería no es para mí —comentó papá—. Quiero coger cosas vivas de la tierra. Siento que soy parte de las cosas que crecen y nada me hace pensar más en Dios que ver un campo maduro, a punto para la cosecha. Tener comida donde unos meses antes sólo había un puñado de semillas... y fe.

—Pero si de todos modos tenemos que abandonar el rancho... —argumentó mamá débilmente.

—No lo abandonaremos —respondió papá con voz firme.

Papá y yo nos trasladamos en el carro de las provisiones desde Raster Creek Mine, por los tablones del puente que cruzaba el menguante hilillo del río, hasta nuestra última puerta. La abrí después de luchar con el lazo de alambre que sujetaba la parte superior al poste, y entretanto papá volvía a darle las gracias al señor Tanker por los periódicos que nos había traído.

—Lamento que esta vez haya tan poco —dijo, mirando los raquíticos sacos de arpillera y las cajas a medio llenar—. Y es lo último que queda.

El señor Tanker cogió las riendas.

—Supongo que ahora se imagina por qué este lugar se llama Fool's Acres Ranch[6]. Usted es el tercero que intenta instalar aquí una granja. Esta es tierra de minas. Nunca ha sido otra cosa. No hay una cantidad de agua regular. Es una pena que no lo haya intentado en Las Lomitas Valley, al otro lado de Coronas. Allí hay pozos artesianos. Cada rancho tiene dos o tres pozos y charcas con árboles y peces. Sin embargo, hay que recorrer un camino larguísimo para llevar las verduras al mercado. Tal vez, si llegáramos a ser un Estado, en lugar de un Territorio...

Papá y yo lo contemplamos mientras se alejaba con el carro envuelto en una nube de polvo incluso antes de ponerse en marcha. Regresamos hasta los tablones que cruzaban la corriente y nos detuvimos a mirar los contados charcos unidos por un hilo de agua que llegaba de Sometime Creek y que fluía débilmente.

Se acercaba el momento en que mamá daría a luz y todos estábamos preocupados. Aunque, como he dicho, por una cuestión de educación se suponía que yo no sabía lo que ocurría. Pero sí sabía por qué. entre, Merry y yo había casi catorce años de diferencia. En ese lapso, mamá había dado a luz y enterrado a cinco niños. Yo había sido sano como un roble, pero los bebés que vinieron después no lograron sobrevivir. Los primeros sobrevivían tal vez una o dos semanas; pero los últimos sólo lograron dar una o dos boqueadas y, aunque estaban perfectamente formados, morían. Y todo eso ocurría en el Este, donde había médicos, comadronas y comodidades. Supongo que después del quinto bebé muerto mamase dio por vencida, porque no hubo ninguno hasta que nos mudamos a Fool's Acres. Cuando supimos que Merry estaba en camino, sentí una incertidumbre creciente. Realmente no podía recordar a los otros bebés porque en aquel momento era muy pequeño. Habían llegado año tras año, después de mí. Pero habían pasado diez años entre el último y Merry. Así que cuando Merry nació, en medio del desierto, y papá hizo las veces de comadrona, ninguno de los tres se atrevía a respirar demasiado fuerte por temor a que ella muriera. Pero Merry era como yo: pulmones fuertes, buen apetito y ni la menor idea de la diferencia entre el día y la noche.

Durante un tiempo mamá no podía creerlo y solía abandonar repentinamente su tarea para ir a tocar a Merry y asegurarse de que estaba viva.

Y ahora otro bebé estaba a punto de llegar y el polvo y la desolación habían caído sobre el rancho y en toda aquella zona, salvo en nuestro huerto. Papá explicó que era la corriente inversa de los ríos en una zona desierta la que, hasta ese momento, mantenía nuestros árboles jóvenes con vida.

Sea como fuere, llegó un día en que cogí el cubo y fui a buscar, un lugar nuevo del que sacar agua, porque el que solíamos utilizar, donde el arroyo se urna al río, era tan poco profundo que incluso con un cacillo de hojalata levantábamos arena del fondo.

Yo había estado observando Sometime Creek con la esperanza de encontrar un charco más profundo, y me había detenido bajo la delgada sombra de una roca cuando ocurrió.

¡Un rugido! ¡Un resplandor! Una locomotora atravesó el cielo. Una fuente de fuego en forma de flecha, algo enorme y brillante que lanzaba llamas mientras cruzaba Desolation Valley rugiendo. Muerto de miedo, me agaché junto a la roca, parpadeando ante la violencia y la enorme velocidad, con el pelo de la frente chamuscado a causa del calor. Algunas de las llamas que se desprendían del resplandor principal se ennegrecían mientras caían del cielo como trozos de papel quemado en una hoguera. Pero algunos fragmentos se alejaban como avispones furiosos y una llama, una sola llama que conservó su forma mientras se ennegrecía y descendía como una flecha por el cielo tumultuoso, se acercaba a mí en línea recta. Levanté los brazos para ocultar el rostro y sentí que algo golpeaba más abajo con un ruido sibilante que me sacudió a mí y toda la colina.

Y la quietud volvió a caer sobre el rancho.

Fue sólo una breve quietud. Oí el chisporroteo de las llamas y vi el humo que se elevaba. Bajé la colina a toda prisa y vi las llamas que, como relámpagos, atravesaban los campos resecos, se acercaban a nuestra casa pasando por el huerto y cubrían la hierba crujiente de Desolation Valley dejando tan sólo una mancha en el cielo y cientos de kilómetros de tierra chamuscada. Había ocurrido en otros sitios en años de sequía.

Me detuve al borde de las llamas y, a falta de algo mejor que hacer, empecé a patear las pequeñas lenguas de fuego y a tirarles tierra encima.

—¡Barney! —me llamó papá—. ¡Aquí tienes una pala!

Me sequé las lágrimas con los nudillos y fui a su encuentro mientras él corría hacia mí.

—¡Procura que no suba por la colina! —Y salió corriendo hacia el borde del campo de alfalfa.

Minutos más tarde arrojé arena sobre el último montón de hierba humeante y la golpeé con el revés de la pala. Tuvimos suerte. El área quemada estaba bastante bien contenida entre la pendiente de la colina y el pie del campo. Noté que el hollín me había ensuciado la cara al secarme el sudor de la frente con el dorso de la mano. Papá estaba fuera del alcance de la vista. Levanté la pala y empecé a caminar con la intención de ver si necesitaba ayuda. ¡Otro penacho de humo! Dejé caer la punta de la pala y la solté mientras caía de rodillas.

Una mano ennegrecida salió repentinamente de un bulto chamuscado. Los dedos se separaron convulsivamente y luego se apretaron. Y el bulto rodó sacudiéndose.

—¡Papá! ¡Papá! —grité, e intenté coger el ardiente bulto negro Quite vanos puñados de la sustancia abrasadora y cuando mi padre llegó yo también tenía las manos quemadas.

—¡Cuidado! ¡Cuidado! —me advirtió papá—. Déjame a mí.

Retrocedí, protegiéndome los dedos llenos de ampollas. Papá tocó el bulto y de pronto éste se abrió de un extremo a otro y, como si sacara una espina de su vaina, arrancó de su interior el cuerpo de una persona.

—Está terriblemente quemado —dijo papá—. La cara y las manos. Ayúdame a levantarlo. —Lo ayudé a coger el cuerpo entre sus brazos. Papá se tambaleó y se enderezó—. ¡Ve a decirle a tu madre que prepare todo el té que tenemos en la casa... y bien cargado!

Corrí a casa a toda prisa y en cuanto vi el rostro angustiado de mamá le grité:

—¡Papá se encuentra bien! ¡Yo estoy bien! ¡Pero encontramos a alguien quemado! ¡Papá dice que prepares todo el té que tenemos, bien cargado!

Mamá desapareció en la cabaña y oí el ruido metálico de la tapa de la cocina. Regresé corriendo junto a mi padre y me incliné ansiosamente mientras él dejaba su pesada carga en el porche delantero. Quitamos cuidadosamente las ropas quemadas hasta que por fin el cuerpo quedó desnudo y lo vestimos con una camisa de dormir de papá. El fuego no le había llegado a las piernas ni al cuerpo, pero tenía el hombro izquierdo carbonizado, lo mismo que la cara. ¡Y los brazos! Una cosa semejante a una gorra, que se deshizo en nuestras manos, le había salvado la mayor parte del pelo.

Papá tensó los labios.

—Sus ojos —dijo—. Sus ojos.

—¿Está muerto? —pregunté en un susurro. Entonces supe la respuesta al ver una mano negra que se elevaba y se agitaba. La cogí cuidadosamente entre las mías y mis ampollas se tensaron cuando cerré los dedos. La cabeza ennegrecida se movió y la boca se abrió en silencio y volvió a cerrarse; el rostro se contorsionó de dolor.

Estuvimos toda la tarde atendiendo al chico, que tal vez era un poco mayor que yo. Llevé medio cubo de agua marrón desde el sitio en que solíamos cogerla y" la filtré con una muselina para quitarle el barro. Lavamos al chico hasta que localizamos todas las quemaduras y las limpiamos con té frío y cargado y aplicamos compresas de té sobre las más graves. Mamá trabajó con nosotros durante todo el día hasta que el peso del bebé aumentó su cansancio y tuvo que descansar.

Cuando llevamos al chico dentro de la casa, mamá le había dado a Merry un trozo de pan y la había dejado en el parque del porche. Ahora Merry lloraba; tenía la cara llena de tierra y el pan cubierto de arena. Mamá la levantó y me sonrió con expresión cansada.

—Más me valdría dejarla llorar un poco más, así tendría la cara bien empapada y podría lavársela mejor.

Creo que el té que toqué para curar al chico alivió mis propias quemaduras. Se me habían formado ampollas, se habían roto y sólo fue necesario vendar el pulgar y el índice derechos con las vendas hechas con una enagua vieja de mamá. La dejamos a ella con el chico, que ahora estaba limpio y quieto en mi catre, con el rostro oculto bajo las compresas húmedas, y bajamos lentamente el sendero que yo había recorrido tantas veces por las tardes. Llevamos nuestros cubos al lugar en que cogíamos el agua, donde sólo quedaba un charco de un palmo, y volvimos al lugar del incendio.

—¿Un meteoro? —pregunté, mirando por encima del suelo lleno de cenizas—. Siempre pensé que sólo aparecían de noche.

—No te has parado a pensar, de lo contrario te habrías dado cuenta de que la noche y el día no tienen nada que ver con los meteoros —dijo papá—. ¿Meteoro es el término correcto?

—Lo curioso es que ese chico estuviera en el lugar exacto y en el momento exacto en que cayó ese meteoro —comenté, dejando para otro momento la pregunta de papá.

—Yo diría más bien «extraño» —me corrigió papá—. ¿De dónde salió el chico?

Recorrí con la mirada el horizonte que se extendía ante nosotros. ¡Nadie que estuviera de pie y solo podría haber llegado de ninguna parte! ¿De dónde había salida? ¿De debajo de la tierra? ¿Había caído del cielo?

—Supongo que estaba en el meteoro —aventuré, y sonreí. Papá me miró y parpadeó, pero no me devolvió la sonrisa.

—Ahí está lo que provocó el incendio —señaló. Avanzamos entre las ligeras cenizas hasta un bulto negro.

—Tal vez podríamos enviarlo a un museo —sugerí mientras nos acercábamos—. La mayor parte de los meteoros se incendian antes de tocar tierra.

Papá empujó el bulto con el pie. Una llama destelló brevemente mientras el bulto se movía y la hierba se encendió; las puntas se retorcieron y se curvaron.

—Aún está caliente —dijo papá, agachándose a un costado. Tocó el bulto con una piedra, produciendo un ruido metálico—. ¡Es metal! —exclamó, levantando las cejas—. Y está hueco.

Lo tocamos cuidadosamente con los palos que encontramos en la colina y lo movimos con piedras para no quemarnos. Nos sentamos y nos miramos fijamente. Sentí que en mi interior se agitaba algo parecido al temor.

—¡Esto... ha sido fabricado por alguien! —señalé—. ¡Es un tubo largo de metal, o algo así! Apuesto a que el chico estaba en el interior. ¿Pero cómo es posible? ¿Cómo puede haberse elevado tanto en el aire para caer de esa forma? Y si esto ha sido construido por alguien, ¿qué era el objeto grande del que salió?

—Iré a buscar agua —dijo papá mientras se ponía de pie y cogía los cubos—. No te quemes más.

Examiné el metal ennegrecido.

—Del cielo —dije en voz alta—. Tan alto y tan rápido como un meteoro para alcanzar esa temperatura. ¿Qué estaba haciendo ahí arriba? —Moví el bulto de metal con el palo, haciéndolo rodar otra vez. Los extremos partidos se abrieron a medida que se movía y un pequeño objeto cuadrado de metal cayó sobre las brasas. Lo empujé a un costado y lo levanté cuidadosamente. El hollín me ensució las vendas y la palma de las manos. El objeto parecía una caja y tenía un tamaño que me permitía cogerlo con las dos manos. Lo observé y me sentí repentinamente abrumado y asustado al pensar en los meteoros rugientes, el espacio vacío y los ondulantes campos de hierba quemada. Abrí un agujero en la roca, enterré la caja y le tiré tierra encima. Luego fui a reunirme con papá y cogí uno de los cubos que él llevaba. No volvimos a mirar el aplastado objeto metálico y nos marchamos.

A la mañana siguiente, cuando revisó las quemaduras del chico, papá no pudo dar crédito a sus ojos.

—¡Ya se están curando! —le dijo a mamá—. ¡Mira!

Yo también me acerqué para mirar y estuve a punto de derramar el aceite de oliva que usábamos para curarlo. Miré la muñeca izquierda del chico: donde terminaba el puño de su ropa había visto una herida en carne viva y supurante. Ahora la muñeca estaba seca y cubierta con el débil tono rosado de la piel nueva.

—Salvo la cara —dijo mamá—. Su pobre carita y sus ojos. —Se volvió intentando contener las lágrimas y cogió un vaso de agua—. Debe tomar mucho líquido —dijo seriamente.

—Pero está inconsciente... —repuse, recordando las lecciones que había recibido sobre el cuidado de los enfermos.

Papá levantó cuidadosamente la cabeza y los hombros del muchacho, pero su delicadeza no fue suficiente. El chico gimió y murmuró algo. Papá le acercó la taza a la boca llena de ampollas y le mojó los labios secos. Hubo una breve pausa y después el chico tragó ansiosamente y volvió a murmurar algo.

—¿Más? —le preguntó papá en tono claro—. ¿Más?

El rostro se volvió hacia él, luego se apartó, pero no hubo respuesta.

—Necesitará muchos cuidados durante un tiempo —le dijo papá a mamá mientras le ponía ungüento en las quemaduras y le cambiaba las vendas—. ¿Crees que podrás arreglártelas en estas circunstancias?

Mamá asintió.

—Si Barney me ayuda a coger los objetos pesados.

—Claro que te ayudaré —le aseguré. Después le dije a mi padre—: ¿Debería haber dicho meteorito?

Él asintió con expresión grave. Luego dijo:

—Existen otros planetas.

¡Y se fue sin añadir nada más!

Papá pasaba los días cavando el fondo del río en busca de agua. Había localizado una charca bastante grande que hasta el momento proporcionaba agua a nuestro ganado. Aún podíamos encontrar agua potable para nosotros en Sometime Creek. Pero el brillo azul del cielo se parecía cada vez más al metal caliente. El calor era como una mano que apretaba todo lo que había bajo el cielo contra el suelo polvoriento y reseco.

El chico pronto se levantó y empezó a comer algo de lo poco que teníamos. Pero seguía sin pronunciar una palabra, sin emitir un solo sonido, y ni siquiera lo hizo cuando le cambiamos los vendajes del hombro izquierdo quemado, ni cuando se le resquebrajaron las costras de la mejilla izquierda y le empezaron a sangrar.

Un día, cuando todos habíamos salido de la cabaña y miramos con expresión suplicante la débil sombra de una nube que me pareció ver sobre la lejana Coronas, regresamos, desalentados, y encontramos al chico sentado en la mecedora de mamá, junto a la ventana. Pero tuvimos que llevarlo otra vez al catre. Al parecer, sus pies habían olvidado cómo se hacía para caminar.

Papá miró al chico, que estaba tendido en el catre, en silencio.

—Si ha logrado ir hasta la ventana, puede empezar a ocuparse de sus propias necesidades. Mamá ya tiene demasiado trabajo.

De modo que tuve que explicarle que ya no podría utilizar el lavabo, pero que el orinal que estaba debajo del catre era para él. ¿ Cómo se le explica eso a alguien que no ve, que no habla y que ni siquiera sabes con certeza si te oye? Le dije a papá que me sentía como una gata educando a sus garitos.

—Adelante, amigo —le dije, contento de tener la cabaña para los dos solos. Tironeé de su brazo derecho sano y lo apremié hasta que, conteniendo el aliento y con los dientes apretados, se incorporó y dejó colgar los pies en el borde del catre. Me buscó a tientas y su mano vaciló. Luego recorrió rápidamente mis facciones: mis ojos, mi nariz, mis oídos, la cabeza de un lado a otro hasta bajar por los hombros. Entonces lanzó un? suspiro de alivio y sus dos manos descansaron brevemente sobre mis hombros. Su boca se desfiguró en un esbozo de sonrisa y me tocó la muñeca.

—¿Qué esperabas? —le dije, riendo—. ¿Cuernos?

Volví a sentarme, azorado, mientras las puntas de sus dedos buscaban el punto de mis sienes en el que había visualizado un cuerno retorcido dos veces y con una punta negra y brillante.

—Bueno —dije—. ¡Sabes leer la mente!

En ese preciso momento mamá y papá entraron en la cabaña. El chico se tendió lentamente en el catre. Bien, las explicaciones podían esperar hasta que surgiera la necesidad de darlas.

Cenamos y después ayudé a mamá a ordenar todo. Estaba colocando los libros bajo el charco de luz que formaba la lámpara de la mesa cuando un movimiento en el catre me llamó la atención. El chico estaba sentado en el borde, intentando ponerse de pie. Corrí a su lado y me pregunté qué haría con mamá, que estaba en la habitación; mientras me estiraba para coger el brazo del chico mire a papá. Abrí la boca, asombrado, preguntándome cómo había sabido lo que el chico quería y cómo él había sabido que fuera había un retrete. Pero una mano se cerro alrededor de mi brazo y me acerqué a la puerta con el chico. La puerta se cerró detrás de nosotros con un chasquido. En medio de la estrellada oscuridad bajamos el sendero hasta el retrete. Él entró. Yo esperé en la puerta. El chico salió y regresamos por el camino hasta la casa. Él se acomodó en el catre, apartó el rostro de la luz y se quedó inmóvil.

Me humedecí los labios y miré a mi padre. Sus labios se curvaron.

—¡Eres una verdadera gata con sus cachorros! —exclamó.

Pero mamá no sonreía mientras yo me acomodaba en mi lugar en la mesa. Tenía los ojos desorbitados.

—¡Pero no tocó el suelo, James! ¡No dio ni un solo paso! ¡Iba... flotando!

«¡Ni un solo paso!» Recordé rápidamente nuestro paseo pero no logre recordar el ritmo de sus pasos... sólo el de los míos. Miré a papá con expresión inquisitiva, pero él se limitó a decir:

—Si va a quedarse con nosotros, tendremos que ponerle un nombre.

—Timothy —dije rápidamente. —¿Por qué Timothy? —preguntó papá.

—Porque ése es su nombre —le respondí categóricamente—. Timothy.

De modo que al cabo de un tiempo Timothy se levantó para comer en la mesa, vestido con mi ropa. Se sentía maravillosamente cómodo con el cuchillo, el tenedor y la cuchara, aunque sus ojos aún tenían costras y estaban tapados por las vendas. Merry parloteaba con él alegremente, golpeándolo con la cuchara, y las pocas palabras de ella significaban para él tanto como las nuestras, que evidentemente no significaban nada. Él se esforzaba por lograr que sus pies volvieran a dar algún paso y mamá no tuvo que volver a preocuparse por su dificultad para andar. Se quedaba con nosotros durante nuestras veladas dedicadas a la lectura y no mostraba más entusiasmo que cuando guardábamos silencio. Con la excepción de que después de la primera noche que se unió a nosotros, siempre hacía con la mano derecha una especie de señal en el aire, al principio y al final de nuestras oraciones. Todavía no movía el brazo izquierdo debido a la grave quemadura de su hombro.

Aunque mamá no tuvo que volver a preocuparse por la dificultad de Timothy para andar, yo tenía toda clase de preocupaciones para dejar de pensar en los campos arrasados y resecos e incluso en las hojas de los árboles de nuestro huerto, que se retorcían lenta y desgarradoramente. Empecé a oír cosas. Empecé a saber cuándo Timothy tenía sed, o cuándo quería ir al retrete. Empecé a saber qué comida le gustaba más, y cuál no le interesaba. Y me asusté. No quería saber... no sin palabras.

Entonces llegó el momento en que mamá iba a dar a luz. Cuando por fin los dolores se produjeron con mayor frecuencia, papá me envió con Timothy y Merry lejos de casa, apartándonos de la tarea que les esperaba. Sabía la preocupación que los atormentaba además de la natural de un parto, y recé en silencio mientras levantaba a Merry en brazos y llevaba a Timothy hasta el huerto. Y cuando mis oraciones se confundieron con la ansiedad de ellos y se disolvieron en el silencio, hablé.

Le conté a Timothy todo acerca del rancho y el huerto, y que papá me había encontrado una noche vaciando una de mis tazas de agua en la tierra de mi árbol preferido y me había dicho que eso no servía de nada porque las raíces eran demasiado profundas para que les llegara esa pequeña cantidad de agua. Y le hablé de todos los bebés muertos y de lo sana que era Merry y de Jo preocupados que estábamos por el nuevo bebé. Y... en fin, parloteé hasta quedarme sin palabras y me senté debajo dé mi árbol preferido, temblando de frío y abrazado a Merry. Apreté la cara contra su mata de pelo para que nadie viera que tenía los ojos llenos de lágrimas. Cuando logré contenerlas, levanté la vista y parpadeé.

Timothy había desaparecido. ¡Se alejaba en dirección a la casa, sin dar un solo paso! Sus pies pasaban por encima de los surcos del huerto, apenas rozándolos. Llevaba los brazos extendidos delante del cuerpo, como un sonámbulo, pero avanzaba entre los árboles como si viera perfectamente. Eché a correr tras él mientras sujetaba a Merry, que se me resbalaba de los brazos, dejando atrás sus ropas arrugadas mientras ella agitaba sus piernas desnudas y lanzaba gritos que se ahogaban contra su falda. La sostuve con más fuerza, bajándole la falda mientras corría, y finalmente, la dejé en su parque. Timothy ya tenía la mano sobre el picaporte. Abrí la puerta y entramos en la casa.

Papá estaba ocupado con un pequeño bulto que se encontraba sobre la mesa limpia de la cocina. Timothy se agachó junto a la cama de mamá y le cogió una mano. Los jadeos de mamá se hacían más suaves. Volvió la cabeza y se tapó los ojos con la muñeca que le quedaba libre.

—No ha llorado —susurró en tono desesperado—. ¿Por qué no llora?

Papá se apartó de la mesa, abatido.

—Ni siquiera ha respirado, Rachel. Está perfectamente formado, pero no respira.

Mamá clavó la mirada en el cielorraso de la cabaña.

—La ropa está en el baúl —dijo serenamente—. Y hay una manta de color rosa.

Y papá me envió a encontrar un lugar para enterrarlo.

Las luces se apagaron en nuestra casa. Nos concentramos en la tediosa rutina que hay que cumplir para seguir viviendo e incluso Merry se quedó callada, con las manos apoyadas en la barandilla del parque, sus enormes ojos apenas asomando por encima, con la vista fija en la ladera de la colina. Y papá, que siempre había sido un pilar inconmovible al margen de lo que ocurriera, estaba destrozado, callado y poco comunicativo.

Casi nunca mencionábamos al bebé. Habíamos enterrado a mi ansiado hermanito en la colina, debajo de unos robles. Cuando mamá se sintió mejor, fuimos todos hasta allí y oramos; nos quedamos de pie rodeando la tumba diminuta, polvorienta y desnuda. Timothy le cogió la mano a mamá y no se la soltó hasta que volvimos a casa. Y en el camino de regreso mamá lo miró con una sonrisa.

Papá dijo serenamente, mientras dejaba el libro de oraciones:

—¿Por qué tiene que estar todo el tiempo colgado de ti?

Mamá y yo nos sorprendimos al oír el tono de su voz.

—Pero James —protestó mamá—. ¡Está ciego!

—¿Con cuántas cosas ha tropezado desde que se levantó de la cama? —preguntó papá—. ¿Cuántas veces ha derramado la comida, o buscado una silla a tientas? —Miró a Timothy con amargura—. Y cuando se coge de ti no tiene que ver... —Papá se interrumpió y se volvió de cara a la ventana.

—James —mamá se acercó a él rápidamente—, no conviertas a Timothy en cabeza de turco de tu pena. Dios nos lo envió para que lo cuidemos. El Señor nos dio...

—Lo siento, Rachel. —Papá puso un brazo en el hombro de mamá—. Estamos atravesando un mal momento. No sólo el bebé...

—Lo sé —dijo mamá—. Pero cuando Timothy me toca la mano, la pena se alivia y puedo sentir la dicha...

¡Dicha! —Papá apartó a mamá de su lado. Me estremecí al ver la extraña expresión de ira en su rostro.

—¡James! —exclamó mamá—. «Es posible llorar durante toda la noche, pero a la mañana siguiente llega la dicha.» Deja que Timothy te toque la mano...

Papá salió de casa sin mirarnos siquiera. Cogió a Merry del parque y se alejó a grandes zancadas en dirección al huerto.

Esa noche, mientras mamá leía, me levanté a darle un vaso de agua a. Timothy.

—Estás interrumpiendo a tu madre —me dijo papá muy serenamente.

—Lo siento —me disculpé—. Timothy tiene sed.

—Siéntate —me dijo papá en tono amenazador. Me senté.

Cuando concluyó la lectura, pregunté:

—¿Ahora puedo darle un poco de agua?

Papá volvió a sentarse lentamente.

—¿Cómo sabes que quiere beber? —me preguntó.

—Yo... lo sé, simplemente —dije tartamudeando, mientras veía a Timothy levantarse de la mesa—. Es algo que surge en mi mente.

—Que surge en tu mente. —Tuve la impresión de que papá ponía las palabras encima de la mesa y las observaba. Después de un breve silencio dijo—: ¿Cómo es que surge en tu mente? ¿Te dice: Timothy tiene sed... quiere agua?

—No —respondí con expresión desdichada, mirando el rostro de papá iluminado por la luz de la lámpara y preguntándome si, por primera vez en la vida, me estaba poniendo en ridículo—. No hay palabras. Sólo una sensación... simplemente sé que tiene sed.

—Y tú —su rostro se ensombreció cuando se volvió hacia mamá—; ¿cuando te toca la mano oyes palabras... te dice: Dicha, siente dicha?

—No —respondió mamá—. Simplemente tengo la sensación de que Dios está por encima de todo y de que la pena es una sombra y que... que el bebé recibió la Llamada para que acuda ante la Presencia.

Papá se volvió hacia mí.

—Si Timothy puede hacerte saber en qué momento tiene sed y también puede decírtelo. No vas a darle agua hasta que te la pida.

—¡Pero papá! ¡No puede hablar! —protesté.

—Tiene voz —puntualizó papá—. No ha abierto la boca desde que recuperó la conciencia, después del incendio, pero antes de eso dijo algunas palabras. No como las nuestras, pero eran palabras. Si está ciego y aun así no tropieza, si puede consolar a una madre desconsolada con sólo tocarle la mano, si puede hacer que tú sepas que tiene sed, entonces puede hablar.

No discutí. Con papá no se discutía. Empezaron a prepararse para ir a la cama. Me acerqué a Timothy y me senté en el catre, a su lado. No extendió la mano para coger el vaso de agua que me había pedido. Sabía que yo no lo tenía.

—Tienes que pedirlo —le dije—. Tienes que decir que tienes sed. —Sus ojos ciegos se volvieron hacia mí y me tocó la muñeca con dos dedos. De pronto me di cuenta de que eso era algo que últimamente hacía con frecuencia. Tal vez siendo ciego podía oírme mejor si me tocaba. En cuanto lo pensé me pareció una idea descabellada. Pero volví a decirle—: Tienes que pedirlo. Tienes que decirme: «Tengo sed. Dame un poco de agua, por favor.» Tienes que hablar.

Timothy se apartó de mí y se tendió en el catre. Mamá lanzó un suspiro. Papá apagó la lámpara y dejó que extendiera mi jergón a oscuras.

A la mañana siguiente todos nos levantamos antes del amanecer. Papá tenía todos los toneles de mercancías cargados en el armazón del carro para el heno e iba a ir al Pozo Tolliver a buscar agua. El y mamá contaron en silencio el poco dinero que nos quedaba. En momentos como ése el agua era oro. ¿Y qué haríamos cuando no tuviéramos más dinero?

Antes de que papá se marchara rezamos juntos y cuando él se fue la casa quedó hundida en las sombras y desierta. Nos servimos el desayuno y apartamos los platos para usarlos en el almuerzo.

¿Qué se puede hacer en un rancho que está prácticamente muerto? Cogí Pilgrim's Progress, me lo llevé al porche y me senté con él en las rodillas; contemplé el patio sin ver nada y me hundí en mi propio Abismo de Desesperación. Respiré profundamente y me animé un poco cuando Timothy apareció en el porche. Llevaba una taza en la mano.

—Tengo sed —dijo lenta pero claramente—. Quiero un poco de agua, por favor.

Me puse de pie rápidamente y cogí la taza de sus manos. Mamá salió a la puerta.

—¿Qué has dicho, Barney?

—Yo no he dicho nada —le respondí con una sonrisa de oreja a oreja—. ¡Ha sido Timmy! —Entramos en la casa y le serví agua a Timmy.

—Gracias —dijo, y la bebió toda. Luego dejó la taza junto al cubo y regresó al porche.

—Podría haberse servido él mismo el agua —comentó mamá, sorprendida— porque conoce el camino. Y sin embargo esperó, muerto de sed, hasta que pudo pedírtela.

—Supongo que él también sabe que debe hacerle caso a papá —dije, riendo.

Había, dos días de viaje hasta el Pozo de Tolliver, y el primer día pareció interminable. Me quedé dormido al calor del mediodía. Me desperté empapado de sudor, con la lengua hinchada y seca por haber dormido con la boca abierta. Me incorporé; la cabeza me daba vueltas y los latidos del corazón me retumbaban en los oídos. Merry y mamá aún dormían en la cama grande, cubierta con una tela mosquitera para evitar que se acercaran los insectos. Moví la lengua y tragué saliva. Me levanté de mi jergón. ¿Dónde estaba Timothy?

Tal vez había ido solo al retrete. Me asomé a la ventana. No estaba a la vista, y la puerta se encontraba semiabierta. Esperé un.minuto, pero Timothy no apareció. ¿Dónde estaba?

Salí al porche y miré a mi alrededor. Timothy no estaba. Empecé a caminar en dirección al establo, rodeando la esquina de la casa. ¡Entonces lo vi! Estaba sentado en el suelo, con la mitad del cuerpo al sol y la mitad a la sombra de la casa. Llevaba la taza en una mano y agitaba los dedos de la otra en el agua. Mostraba una expresión concentrada.

—¡Timmy! —grité, y él levantó la cara sorprendido, derramando el agua—. ¡Maldición! ¡Me diste un susto de muerte! ¿Qué haces aquí con esa agua? —Me senté a su lado. Me tocó la muñeca con los dedos húmedos, sin vacilar-ü ¡No tenemos suficiente agua para que te pongas a jugar con ella!

Bajó la vista hasta la taza, se volvió y derramó el agua cuidadosamente en la base del único geranio que quedaba vivo a pesar de los esmerados cuidados de mamá.

Entonces, con mí ayuda, se puso de pie y, como podía descifrar lo que quería y me dijo: «¡Camina!», caminamos. Caminamos bajo el sol, por el suelo polvoriento. Él me guiaba. Yo lo seguí por hacer ejercicio y para que no tropezara con los cactus y los agujeros que encontraba en el camino. Avanzamos y retrocedimos, una y otra vez, desde la colina que se elevaba delante de la casa hasta la parte trasera de la casa. Otra vez hasta la colina, y un poco más lejos. De vuelta al patio, pasando a unos tres metros de la casa. Me di cuenta de que Timmy estaba cubriendo una enorme extensión de terreno en hueras de tres metros, de atrás hacia delante, cada vez más lejos de la casa.

Al atardecer ambos estábamos agotados y Timmy intentaba tocar el suelo con un solo pie. Ni siquiera se molestó en pisar con el otro. Finalmente, dijo:

—Tengo sed. Quiero un poco de agua, por favor. —Y regresamos a la casa.

A la mañana siguiente me desperté y vi a Timmy metiendo los dedos en otra taza de agua y pasamos toda la mañana cubriendo toda la zona del otro lado de la casa, de atrás hacia delante, de atrás hacia delante.

—¿Qué estáis haciendo? —preguntó mamá.

—No sé —le respondí—. Es idea de Timmy. —Y Timmy no dijo nada.

Cuando las sombras cayeron sobre los arbustos regresamos al porche y nos sentamos en los escalones. Merry parloteaba en su parque.

—Tengo sed. Quiero un poco de agua, por favor —volvió a decir Timmy y le serví una taza—. Gracias —me dijo, tocándome la muñeca—. ¡Hace mucho calor!

—¡Ya lo creo! —repuse, sorprendido por su nueva frase.

Bebió lentamente y dejó caer la última gota en la palma de su mano. Dejó la taza en el porche, a su lado, y movió los dedos y el pulgar de la otra mano sobre la gota de su palma, con expresión concentrada, como si escuchara.

Entonces dejó los dedos quietos y dio dos pasos en dirección al parque. Se estiró hacia Merry y volvió el rostro hacia mí. Me acerqué y me tocó la muñeca. Cogí a Merry en brazos y la senté en el porche. Levanté el parque, que no era más que un cuadrado hueco de rieles de madera unidos, y también lo dejé en el porche.

Timmy se sentó lentamente en el sitio en el que había estado el parque. Escarbó la tierra, la amontonó a un costado y siguió escarbando. Al ver que se concentraba en su tarea, levanté a Merry, fui a lavarla para la hora de la cena y regresé para ver lo que hacía Timmy. Seguía escarbando y ya había hecho un buen agujero, pero el montón de tierra estaba tan cerca que volvía a caer dentro de aquél. La arrastré para apartarla del borde, le cogí a Timmy el brazo derecho y le dije:

—Es la hora de comer, Timmy. Vamos.

Comió y regresamos al agujero que había empezado a cavar. Al comprender que su intención era seguir cavando le di una cuchara con la que Merry jugaba a veces, y un cuchillo sin filo para que no se cortara.

Con esas herramientas cavó toda la tarde y amontonó la tierra a un costado. Al anochecer había agrandado el agujero; podía sentarse en él y quedaba cubierto hasta los hombros.

Mamá se detuvo en el porche, inclinada por el peso de Merry, que iba sentada en su cadera; dijo:

—¡Está arruinando el jardín! —Enseguida se echó a reír—. ¡Jardín! ¡Arruinándolo! —Y volvió a reír, al borde de las lágrimas.

Esa tarde, unas horas después, cuando refrescó un poco en el rancho, oímos el tintineo de los arreos y luego el crujido del armazón para el heno y el ruido sordo de los cascos de los caballos en el polvo.

¡Papá había regresado! Corrimos a su encuentro, repentinamente conscientes de lo caótico que había sido todo sin él. Abrí la puerta y solté los cuatro cables para que el carro pudiera pasar.

Papá tenía la cara cubierta de polvo y no sonrió al vernos. Nos abrazó casi con desesperación. Miré la parte de atrás del carro mientras él y mamá conversaban. Sólo la mitad de los barriles estaban llenos.

—¿No tenías dinero suficiente? —le pregunté, sin comprender cómo la gente podía insistir en pedir dinero a cambio de vida.

—Ellos no tenían agua suficiente —rectificó papá—. Había más gente esperando. Esto es lo último que pueden darnos.

Nos ocupamos de los caballos pero dejamos los barriles de agua en el carro. Era un lugar tan bueno como cualquiera, y la protección del establo podía mantenerla... si no fresca, al menos por debajo del punto de ebullición.

No pensamos en Timmy hasta que volvimos a entrar en la casa. Vimos una cabeza que asomaba por el agujero que Timmy estaba cavando y papá tuvo que apartar un pie para evitar que le quedara cubierto por un puñado de tierra.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó, dejando que el cansancio y el desaliento dieran un tono áspero a su voz.

—Timmy está cavando —respondí, afirmando lo obvio, que era lo único que podía hacer.

—¿Y no pudo encontrar un lugar mejor que ése? —pregunto papá y entró en la casa dando fuertes pisadas.

Llamé a Timmy y lo ayudé a salir del agujero. Estaba cubierto de tierra de pies a cabeza y cuando terminé de limpiarlo lo suficiente para que pudiera entrar, papá casi había terminado de cenar. Nos sentamos alrededor de la mesa y en lugar de leer hablamos.

—Tal vez las charcas se vuelvan a llenar mientras consumimos el agua que trajiste —dijo mamá en tono desesperado.

Papá estaba callado y yo clavé la vista en la mesa al ver los cubos de agua que Prince y Nig se habían bebido tan rápidamente esa tarde.

—Será mejor que decidamos a dónde ir —anunció papá—. Cuando no quede nada de agua... —Su rostro se entristeció; abrió la Biblia al azar, pasando por alto la marca que había en la mitad del libro. Miró atentamente y leyó—: «Porque en el desierto estallarán las aguas y los torrentes en los páramos.» —Cerró el libro repentinamente y se quedó con los codos apoyados en la mesa y la cara oculta entre las manos: este último golpe le resultaba insoportable.

Toqué a Timmy y nos fuimos en silencio a la cama.

Por la noche, un ruido me despertó. Subí la mano hasta el catre y la deslicé por encima de éste. Timmy no estaba. Fui con paso vacilante hasta la puerta y miré hacia fuera. Timmy estaba en el agujero, cavando. O eso imaginé. Durante un rato oí un ruido chirriante y luego un puñado de tierra salió volando lentamente del agujero y cayó lo suficientemente lejos del borde para no volver a caer dentro. Vi que salía tierra dos veces más, luego se oyó un estrépito y salieron volando tres rocas grandes. Volaron un poco por encima del montón de tierra y luego cayeron... una de ellas sobre mi pie descalzo.

Empecé a saltar y a cogerme el pie con las manos; entonces vi a papá de pie en el porche, con expresión severa.

—¿Qué ocurre aquí? —preguntó, igual que antes. Dejó de oírse el ruido chirriante que surgía del fondo del agujero. También mi respiración se interrumpió durante un instante.

—Timmy está cavando —respondí, igual que antes.

—¿De noche? ¿Para qué? —preguntó papá.

—No ve, ni de noche ni de día —señalé—, pero no sé por qué está cavando.

—Hazlo salir de ahí —me ordenó papá—. No es hora para ponerse a hacer tonterías.

Fui hasta el borde del agujero. El rostro de Timmy era como un borrón pálido en el fondo.

Está demasiado profundo —dije—. Necesitaremos una escalera.

—Él bajó hasta allí-dijo papá con obstinación—. ¡Ahora déjalo que salga solo!

—¡Timmy! —le grité—. ¡Dice papá que subas!

Se oyó un movimiento vacilante y Timmy apareció ante nosotros, elevándose, como si algo lo levantara. Salió del agujero y quedó suspendido, igual que las rocas, y luego se trasladó por el aire y aterrizó en el porche, tan cerca de papá que éste retrocedió tambaleándose.

—¡Papá! —exclamé, aterrorizado.

Papá se volvió y entró en la casa. Encendió la lámpara y el destello de la llama resaltó las profundas arrugas de sus mejillas. Toqué a Timmy y nos sentamos a la mesa, frente a papá.

—¿Por qué está cavando? —volvió a preguntar—. Ya que él te responde, pregúntaselo.

Me estiré, con cierto temor, y toqué la muñeca de Timmy.

—¿Por qué estás cavando? —le pregunté—. Papá quiere saber.

Timmy movió los labios y pareció ensayar varias palabras. Luego sonrió; era la primera sonrisa auténtica que veía en su rostro.

—«Porque en el desierto estallarán las aguas y los torrentes en los páramos» —respondió en tono alegre.

—¡Eso no es una respuesta! —exclamó papá, herido al volver a escuchar las inoportunas palabras— Basta de cavar. Díselo.

Sentí el latido de protesta en la muñeca de Timmy, que me miró con expresión preocupada.

—¿Por qué no puede seguir cavando? ¿Qué daño hace con eso? —Mi voz tenía un tono extraño y sentí que tenía hielo en la boca del estómago.

Por primera vez en mi vida le hacía frente a mi padre. Eso no me impresionó tanto como el hecho de que por primera vez en mi vida cuestionaba seriamente su criterio.

—¡No puede seguir cavando porque yo lo digo! —exclamó papá con expresión ansiosa, apretando los puños sobre la mesa.

—Papá —tragué saliva con dificultad—, creo que Timmy está buscando agua. El... tocó agua antes de empezar a cavar. La palpó. Nosotros... recorrimos todo el lugar antes de que él decidiera empezar a cavar ahí. ¿Y si fuera un zahorí? ¿Y si supiera dónde hay agua? Él es diferente...

Tuve miedo de mirar a papá. Clavé la vista en la muñeca en la que Timmy había apoyado sus dedos.

—Tal vez, si lo ayudáramos a cavar... —Vacilé y me detuve, imaginando las piedras que salían volando y caían—. Sólo tiene la cuchara de Merry y un cuchillo viejo.

—¿Y con eso ha hecho un agujero tan profundo? —preguntó papá con asombro.

—Sí —respondí—. Él solo.

—¡Qué disparate! —protestó papá bruscamente—. Por aquí no hay agua. Me viste cavar buscando agua para los animales. No estamos en Las Lomitas. No volveréis a cavar.

—¿Por qué no? —Me puse de pie y apoyé los puños en la mesa al tiempo que me inclinaba hacia delante. Sentí que me llameaban los ojos, como a veces le ocurría a papá—. ¿Qué daño hace? ¿Qué tiene de malo que esté ocupado mientras nosotros nos quedamos cruzados de brazos, viendo cómo todo se seca y queda arrasado? ¿Qué tiene de malo abrigar esperanzas?

Papá y yo nos miramos con furia y finalmente él bajó la vista. A mí se me llenaron los ojos de lágrimas; me dejé caer otra vez en el banco y oculté el rostro entre mis brazos. Lloré como si fuera tan pequeño como Merry. Sentía un peso en el pecho porque era la primera vez que me enfurecía realmente con mi padre, por los gritos y las miradas airadas y, sobre todo, porque él había bajado la vista.

Entonces sentí su pesada mano sobre mi hombro. Había rodeado la mesa hasta quedar junto a mí.

—Ahora debéis ir a la cama —dijo serenamente—. Mañana será otro día.

—¡Oh, papá! —Me volví y me abracé a su cintura, con el rostro hundido contra su cuerpo, mientras él apoyaba una mano en mi cabeza. Entonces me levanté y volví a llevar a Timmy al catre y nos acostamos.

A la mañana siguiente, como si se tratara de nuestra tarea habitual, papá cogió las palas y ató un cubo a una cuerda, y él, Timmy y yo trabajamos en el pozo. Ahora le llamábamos pozo, en lugar de agujero, quizá para alentar nuestras esperanzas.

Al anochecer ya habíamos bajado casi cuatro metros, sin encontrar demasiado salvo barro endurecido y, de vez en cuando, un montón de rocas de río. Nuestra escalera era apenas lo suficientemente larga para ayudarnos a salir, y los costados del agujero se desmoronaban y caían bajo el peso de nuestras rodillas.

Finalmente salimos. Papá dejó el cubo a un costado y apoyó las manos en las caderas. Timmy aún estaba en el pozo, arrodillado y tanteando el fondo.

—¡Timmy! —lo llamé—. Sube. ¡Es hora de terminar! —Volvió su rostro hacia mi pero siguió arrodillado y me sorprendí buscando a tientas el primer escalón de la escalera que se extendía debajo del borde del pozo.

—Timmy quiere que veas algo —le dije a papá, que me miraba con expresión interrogadora. Bajé y me arrodillé al lado de Timmy. Mis manos siguieron las suyas; levanté la cabeza—. ¡Papá! —grité con tanta desolación que papá se asomó al borde y también bajó.

Seguimos Buscando sin descanso. Sólo encontrábamos roca sólida, al margen de dónde escarbáramos, o de lo profundo que penetráramos en los costados del pozo. Llegamos a la roca sólida. Nos detuvimos.

Salimos del pozo; los tres teníamos una expresión grave. Papá me empujó hasta el borde y yo lo ayudé a subir. Timmy también salió. Sus pies no tocaron la escalera, pero salió. No lo miré.

Los tres nos quedamos de pie, hundidos en el polvo hasta los tobillos. Entonces Timmy extendió las manos y apoyó una en el hombro de papá y otra en el mío.

—Porque en el desierto estallarán las aguas y los torrentes en los páramos —dijo cuidadosa y enfáticamente.

—¡Loro! —dijo papá en tono amargo, apartándose.

—¿Y si el agua está debajo de la piedra? —grité—. Papá, hicimos volar los tocones de mesquites en los campos de pastoreo. ¿Por qué no hacemos volar la piedra...?

Papá caminaba en dirección al establo con pasos largos y rítmicos.

—Jamás he hecho algo así, salvo con los tocones —dijo.

Hizo que mamá y Merry se refugiaran detrás del establo. Nos indicó a Timmy y a mí que nos apartáramos mientras él trabajaba en el fondo del pozo; luego subió la escalera corriendo y corrí para ayudarlo a retirarla del pozo y todos nos refugiamos detrás del establo.

Timmy se aferró a mi muñeca, y cuando se produjo la explosión gritó algo que no logré entender, y no quiso volver con nosotros al pozo. Se agachó detrás del establo, con la cabeza hundida entre las rodillas y las manos apretadas por encima de la cabeza.

Contemplamos el pozo. Apenas parecía un hoyo. Los costados se habían desmoronado. A pesar de tantos esfuerzos, no logramos ver nada salvo la tierra amontonada junto al hoyo, la escalera y un cubo con una cuerda atada al fardo. Observamos cómo se soltaba un terrón en la parte superior del hoyo y rodaba agujero abajo, haciendo caer una pequeña cantidad de tierra.

—«Y los torrentes en los páramos» —dijo papá, volviéndose de espaldas.

Recogí el cubo, retiré del interior un fragmento de piedra y coloqué el cubo en el borde del porche.

—A cenar —anunció mamá serenamente, con el cuerpo hundido por el peso de Merry.

Busqué a Timmy, que me acompañó de buena gana. Hizo una pausa junto al hoyo del patio, sin soltarme la muñeca, y luego entró conmigo en la cabaña en sombras.

Después de la cena llevé los libros a la mesa, pero Timmy buscó a tientas y se los acercó. Puso ambas manos, una sobre otra, en la parte superior de la pila y apoyó la barbilla en ellos, con expresión pensativa y serena.

—Ahora tengo suficientes palabras —dijo lentamente—. Las he aprendido lo más rápido posible. Tal vez no siempre las utilice correctamente, pero ahora tengo que decir algo. No debéis iros porque aquí hay agua.

Papá se recuperó de su asombro y cerró la boca; luego dijo en tono cansado:

—¿O sea que te has estado burlando de nosotros todo el tiempo?

Se produjo una pausa y Timmy apoyó los dedos en mi muñeca.

—No me he burlado de vosotros —respondió Timmy—. No podía hablar sin palabras con nadie más que con Barney, y tengo que tocarlo para hablar y para comprender. Tuve que esperar a aprender vuestras palabras. Es un idioma nuevo.

—¿De dónde eres? —pregunté ansiosamente, dando rienda suelta a mi curiosidad—. ¿Cómo apareciste en aquel campo? ¿Qué guardas en tu...? —Recordé justo a tiempo que yo era el único que conocía la existencia de la caja chamuscada.

—¡Mi cabilla! -gritó Timmy; me miró y sacudió la cabeza; luego añadió, dirigiéndose a papá—: No sé muy bien cómo decirlo para que me creas. No sé hasta dónde llegan tus conocimientos...

—¡Papá es el más inteligente de todo el Territorio! —exclamé. El Territorio... —Timmy hizo una pausa, evaluando el concepto de Territorio—. Estaba pensando en vuestro mundo... este mundo...

—Existen otros planetas... —Repetí las desconcertantes palabras de papá.

—Entonces conocéis otros planetas —dijo Timmy— ¿Vosotros... —se interrumpió, buscando la palabra adecuada— os trasladáis y trasladáis cosas por el cielo?

Papá se movió en su silla.

—¿Quieres decir si tenemos aparatos voladores? —preguntó—. No, todavía no. Tenemos globos...

Timmy volvió a poner los dedos en mi muñeca. Suspiró.

—Entonces debo hablaros, y si no sabéis, debéis creerme sólo porque yo os lo digo. Sólo os digo que debéis saber que aquí hay agua, y que debéis quedaros.

»Mi mundo está en otro planeta. Estaba en otro planeta. Ahora es un sitio destruido, hecho pedazos, que se sacude y ruge y está envuelto en llamas... y todo ha desaparecido.

Su rostro adoptó una expresión desolada y sus labios se tensaron. Sentí que se me erizaba el pelo de la nuca. ¡Mientras me tocaba la muñeca, yo podía verlo! No podría decir todo lo que vi, porque hay muchas cosas para las que no tengo palabras, ¡pero lo vi!

—Teníamos naves para salir al espacio —explicó Timmy, y las vi: puntiagudas como agujas y brillantes, apuntando al cielo y a las densas nubes encendidas de rojo—. Salimos al espacio antes de que nuestro Hogar quedara destruido. ¡Nuestro Hogar! ¡Nuestro... Hogar! —Su voz se quebró y apoyó la mejilla en la pila de libros. Después volvió a incorporarse.

«Llegamos a vuestro mundo. Antes no sabíamos nada de él. Recorrimos una distancia enorme. Al final lo hicimos a demasiada velocidad. No somos viajeros del espacio. La nave grande que encontró vuestro mundo se calentó demasiado. Tuvimos que abandonarla en nuestras fundas salvavidas, cada uno por su lado. Las fundas también se calentaron. ¡Yo me estaba quemando! Perdí el control de mi funda salvavidas. Caí... —Se llevó las manos al vendaje—. Tal vez nunca podré ver este mundo nuevo.»

—Entonces aquí en la Tierra hay otros como tú —dijo papá en actitud reflexiva.

—Salvo que todos hayan muerto en el aterrizaje-señaló Timmy—. Había muchos en la nave grande.

—¡Yo vi cosas pequeñas que se desprendían de la grande! —exclamé, entusiasmado—. ¡Pensé que eran fragmentos que se desprendían, sólo que... se iban, en lugar de caer!

—í Alabada sea la Presencia, el Nombre y el Poder! —entonó Timmy, haciendo su señal en el aire con la mano derecha y dejándola caer otra vez sobre mi muñeca.

—Tal vez algunos todavía viven. Tal vez mi familia... Lytha, quizá...

Quedé fascinado al ver a Lytha, con su pelo oscuro y ondulado, sonriendo por encima del hombro, con los brazos cargados de flores cuyo centro brillaba como una pequeña luz. «¡Caray! —pensé. ¡No cabe duda de que no es su hermana!»

—Tu relato es de lo más interesante —comentó papá—, y abre un panorama que ni siquiera hemos empezado a explorar, ¿pero qué relación tiene con nuestro problema con respecto al agua?

—Nosotros podemos hacer cosas que vosotros parecéis incapaces de hacer —respondió Timmy—. Vosotros siempre tenéis que tocar el suelo para avanzar, y levantar cosas con herramientas o con las manos, y sabéis sólo porque tocáis y veis. Nosotros podemos saber sin tocar y sin ver. Podemos encontrar personas y metales y agua... podemos encontrar casi cualquier cosa que conocemos, si está cerca de nosotros. Yo no he sido entrenado para ser un descubridor, pero he estudiado la textura del agua y la... las cosas de las que está hecha...

—La composición —concluyó papá.

—La composición del agua —coincidió Timmy—. Y Barney y yo exploramos gran parte de la granja. Yo encontré agua aquí, junto a la casa.

—Estuvimos cavando —dijo papá—. ¿A qué profundidad se encuentra el agua?

—No estoy entrenado para saberlo —dijo Timmy en tono humilde—. Sólo sé que está. Es en agua en lo que piensas cuando dices: «Las Lomitas.» No es una charca. Es agua que fluye. Corre con fuerza. Y es fría. —Se estremeció.

—Probablemente se encuentra a cien metros de profundidad —aventuró papá—. Nunca ha existido un pozo artesiano a este lado de Coronas.

—Está bastante cerca para que yo lo encuentre —aseguró Timmy—. ¿Esperaréis?

—Hasta que se nos termine el agua —sugirió papá—. Y hasta que hayamos decidido a dónde ir. Ya es hora de ir a la cama.

Papá cogió la Biblia de la pila de libros. Pasó las hojas hasta los Salmos y leyó el que dice: «Cuando pensamos en el cielo...» Mientras escuchaba el reducido mundo que yo conocía, coronado por el reducido cielo en el que pensaba, se partió súbitamente por la mitad, se estiró y creció, cubriéndose de gloria y asustándome hasta obligarme a cogerme del borde de la mesa. ¡Si Timmy había llegado desde un planeta tan lejano que ni siquiera le habíamos dado un nombre...! Supe que nunca más pensaría que mi mente podía abarcar el mundo... ni mi imaginación podría abarcar el alcance de la creación de Dios.

Estaba a punto de despertar después de tropezar y caer durante lo que parecieron varías horas cuando oí a Timmy.

—Barney —susurró, sin poder llegar a tocarme la muñeca—. Mi cabilla... ¿Has encontrado mi cabilla!

—¿Tu qué? —le pregunté, incorporándome en mi jergón y cogiéndole las manos—. ¡Oh! Esa caja. Sí, por la mañana iré a buscártela.

—¿No puedes hacerlo esta noche? —preguntó Timmy con cautela—. Es todo lo que me queda de mi Hogar. Los únicos efectos personales que pudimos cargar...

—Esta noche no podré encontrarla —le dije—. La enterré junto a una roca. No podría encontrarla en la oscuridad. Además, si intentamos salir ahora, papá nos oiría. Duérmete. Pronto será de día.

—Oh, sí. —Suspiró y volvió a acostarse—. Que duermas bien.

Y así lo hice; me dormí con la velocidad con que se apaga una lámpara y soñé cosas extravagantes y excitantes, viajando a horcajadas en una nave que avanzaba sin velas por los secos océanos de la nada y ardía con furia abrasadora, y me desperté con la luz de la mañana en la cara, mientras Merry saltaba alegremente sobre mi estómago.

Después del desayuno, mamá volvió a aplicar ungüento en las costras de Timmy.

—Se me están terminando las vendas —dijo.

—Sí no os importa tener que ver mis quemaduras —señaló Timmy—, no vuelvas a vendármelas. Tal vez la luz ayude a curarlas.

Salimos y observamos el hoyo que había junto al porche. Ahora era más profundo: debía de llegarme a la altura de la cintura y tenía la forma de un bol.

—¿Te parece que tendrá algún sentido volver a cavar? —le pregunté a papá.

—Lo dudo —respondió con pesar—. Evidentemente, no sé cómo colocar la carga para romper la roca sólida. Además, ¿cómo sabemos que podemos romperla? Podría tener varios metros de espesor.

Me pareció que papá me hablaba como si yo fuera un hombre, no un chico. ¡Tal vez ya no era un chico!

—El agua está ahí —dijo Timmy—. Si pudiera «trenzar los haces»... —Estiró la mano hacia el sol y éste se enredó entre sus dedos durante un instante como lo haría a través de un orificio en una habitación polvorienta.

Cogí distraídamente el trozo de piedra que había sacado del cubo la noche anterior. Lo toqué y exclamé:

—¡Ay! —Me había clavado una punta afilada. ¡Una punta afilada!-s Mira —le dije a papá, entregándosela—. ¡Está rota! Todas las piedras que encontramos eran piedras redondas de río. ¡Nuestra voladura rompió algo!

—Sí —dijo papá cogiendo la piedra—. ¿Pero dónde está el agua?

Timmy y yo dejamos a papá junto al pozo y fuimos hasta el borde del campo en el que se había producido el incendio. Localicé la roca junto a la que había enterrado la caja. Sólo estaba a unos centímetros de profundidad, apenas oculta. La desenterré.

—Espera —dije—, está completamente negra. Deja que la limpie. —La froté contra un pequeño montón de arena y la suciedad desapareció salvo en las profundas líneas del dibujo que cubría los costados. Se la puse en las manos.

Él la movió hasta hacerla encajar entre sus manos, con los pulgares apoyados en el frente. Supongo que entonces debió de abrirla con el poder de su mente porque no hizo nada pero de repente la caja se abrió suavemente, de los pulgares hacia arriba.

Se sentó en una roca, al sol, y tocó las cosas que había en la caja. No sabría decir qué era cada cosa, salvo que parecían un trozo de cinta y una flor marchita. Finalmente cerró la caja. Se puso de rodillas junto a la roca y ocultó el rostro entre los brazos. Se quedó así durante un rato. Cuando por fin lo levantó, su rostro estaba seco; pero tenía las mangas húmedas. Había visto que a mamá le quedaban las mangas así después de mirar las cosas que guardaba en su pequeño cofre negro.

—¿Vas a volver a enterrarla? —le pregunté—. En casa no hay donde guardarla. Aquí estará segura.

Así que volví a enterrar la caja y regresamos a casa.

Papá había cavado un poco, pero dijo:

—No tiene, sentido. La explosión aflojó la tierra de alrededor y ya no podrá conservar la forma de pozo.

Durante todo el día hablamos de a dónde podíamos ir sin dinero y con tan pocas provisiones. Mamá deseaba tanto regresar a nuestro antiguo hogar que no podía hablar del tema; pero papá quería seguir adelante, cada vez más al oeste. Yo quería quedarme donde estábamos... pero con agua. Quería ver cómo la marea del tiempo se llevaba un siglo y traía otro a Desolation Valley. ¡Sería algo digno de verse!

Esa tarde empezamos a reunir nuestras pertenencias porque los barriles se vaciaban muy de prisa y las charcas eran como pasteles húmedos de barro bajo el sol ardiente. Lo único que podíamos llevarnos era lo que cabía en el armazón para el heno. Papá había cambiado el carro con el que habíamos llegado al oeste por maquinaria para la granja y por un par de tinas para lavar la ropa. Tendríamos que dejar la maquinaria hasta que se oxidara, o hasta que regresáramos a buscarla.

Esa tarde mamá cogió a Merry en brazos y subió la colina hasta la pequeña tumba que habíamos hecho bajo los robles. Se quedó allí sentada durante largo rato, de espaldas al sol, con el rostro en la sombra. Volvió en silencio y llevaba a Merry dormida en sus brazos.

Cuando nos fuimos a la cama, Timmy me cogió la muñeca.

«Tu tierra tiene un satélite, ¿verdad?», preguntó sin palabras.

—¿Un satélite? —En la cama grande alguien se agitó cuando susurré la pregunta.

«Sí —respondió—. Un mundo más pequeño que gira a su alrededor y brilla por la noche.»

—Oh —dije, jadeando—. Te refieres a la luna. Sí, tenemos una luna, pero ahora no es muy brillante. Después de la puesta del sol sólo se veía un fragmento pequeño. —Noté que Timmy hundía los hombros—.¿Porqué?

«Podemos hacer cosas importantes con el sol y la luna juntos —respondió—. Espero que mañana, al salir el sol...»

—Mañana, cuando salga el sol, estaremos terminando de recoger nuestras cosas —señalé—. Duérmete.

«Entonces tendré que arreglármelas sin eso —añadió, sin prestarme atención—. Barney, si recibo la Llamada, ¿querrás guardar mi cabilla hasta que alguien te la pida? Si alguien te la pide, pertenece a mi Pueblo. Entonces sabrán que ya no estoy.»

—¿ La Llamada? —pregunté—. ¿Qué quieres decir?

—Lo mismo que le ocurrió al bebé —habló suavemente—. La Llamada para acudir ante la Presencia, de la que provenimos. Si debo elevarme sólo con mi fuerza, es posible que no tenga demasiada. ¿Entonces tú guardarás mi cabilla?

—Sí-le prometí, sin saber de qué hablaba—. La guardaré.

—Perfecto. Que duermas bien —dijo, y volví a quedarme dormido en el acto.

Soñé toda la noche con tormentas y terremotos, inundaciones y tornados que pasaban junto a mí a toda velocidad. Me quedé tendido en la cama, entre dormido y despierto, y no me atrevía a abrir los ojos por temor a que mis sueños pudieran ser realidad. ¡Y de pronto se hicieron realidad!

Me aferré a mi jergón mientras el suelo saltaba, chasqueando y gimiendo, y volvía a desplomarse. Oí los cacharros del desayuno que entrechocaban en la estantería y caían con gran estrépito. Con voz ronca por el sueño y el miedo, mamá llamó:

—¡James! ¡James!

Me estiré para coger a Timmy pero el suelo volvió a agitarse y el polvo entró por las ventanas; empecé a toser y me puse de pie. Se oyó el crujido de algo que caía pesadamente sobre el tejado y empezaba a rodar. Luego un sonido agudo y siseante. Timmy no estaba en la cama. Papá intentaba encontrar los zapatos. El sonido siseante se hizo cada vez más fuerte hasta convertirse en un rugido borboteante. Entonces se oyó un estrépito y algo golpeó la puerta principal con tanta fuerza que oí que el porche se astillaba. A continuación hubo un silencio sepulcral.

Avancé a cuatro patas. ¿Dónde estaba Timmy? Vi que la puerta principal colgaba en un extraño ángulo de una de las bisagras. Me arrastré hacia ella.

Mis manos se hundieron en el agua. Me detuve, confundido, y empecé otra vez a avanzar. ¡Me arrastraba en el agua!

—¡Papá! —Mi voz fue como un graznido a causa del polvo y la conmoción—. ¡Papá! ¡Es agua!

Y papá apareció de repente a mi lado y me ayudó a ponerme de pie. Avanzamos juntos, tropezando, hasta la puerta. Un enorme fragmento de roca había abierto un agujero en las tablillas de la casa y hacia que el porche se hundiera bajo su peso. Lo rodeamos, hundidos en el agua hasta los tobillos, y bajo la luz gris del amanecer vimos que todo el patio de nuestra casa quedaba inundado, desde la colina hasta el porche.

Donde había estado el pozo ahora había un chorro de agua que se hacía cada vez más potente.

—¡Agua! —exclamó papá—, ¡El agua ha salido a la superficie!

—¿Dónde está Timmy? —pregunté—. ¿Dónde está Timmy? —grité y empecé a correr por el patio.

—¡Ten cuidado! —me advirtió papá—. ¡Es peligroso! ¡Todas estas rocas salieron de allí! —Rodeamos el patio, examinando la superficie del agua, pensando que cada sombra podía ser Timmy.

Lo encontramos en el otro extremo de la casa, flotando boca arriba en una charca cada vez más profunda; su rostro era una masa sangrante de barro y heridas en carne viva.

Yo llegué primero a su lado, avanzando dificultosamente en el agua. Le levanté los hombros e intenté ver en la débil luz del amanecer si aún respiraba. Después llegó papá y entre ambos llevamos a Timmy hasta un lugar seco.

—¡Está vivo! —exclamó papá—. Su rostro... sólo son las costras, que se le han caído.

—Ayúdame a llevarlo dentro de casa —le dije mientras empezaba á levantar a Timmy.

—Sería mejor llevarlo al establo —sugirió papá—. El agua sigue saliendo. Ya nos había alcanzado y volvía a cubrir a Timmy. Lo llevamos al establo y me quedé con él mientras papá iba a buscar a Merry y a mamá.

Fue una suerte que la mayor parte de nuestras cosas hubieran quedado cargadas en el armazón del heno la noche anterior. Cuando mamá, que se había echado un chal sobre el camisón y llevaba nuestra ropa en los brazos, apareció caminando en el agua con papá —que llevaba a Merry y la lámpara—, le entregué a Timmy para que lo cuidara y volví a la cabaña con papá para terminar de retirar nuestras pertenencias.

La roca grande ya había atravesado el porche y desapareció en la charca cada vez más profunda del patio. La casa se estaba hundiendo con el peso de nuestras pisadas como si pudiera empezar a flotar en cuanto saliéramos. Papá cogió una cuerda del carro y la ató al ángulo roto de la casa y luego al establo.

—Es absurdo perder la madera, si podemos evitarlo —dijo.

Cuando el sol terminó de salir, la casa flotaba, desprovista de sus cimientos. El patio estaba totalmente cubierto por una charca que se extendía por la colina hasta el sitio en el que anteriormente recogíamos el agua y giraba en una estrecha corriente que se extendía en dirección opuesta siguiendo la colina durante un trecho, dividiendo en dos nuestro huerto y descendiendo hacia el lecho seco del río. Papá y yo empujamos lentamente la casa hacia el establo hasta que volvió a tocar suelo firme.

Mamá había limpiado a Timmy. No parecía herido, salvo que la cara y el hombro le habían quedado en carne viva. Volvió a ponerle aceite de oliva y usó una enagua de Merry para vendarle la cara. Él siguió inconsciente durante todo el día, mientras nosotros contemplábamos el milagro del agua que brotaba de la tierra seca. Finalmente la charca dejó de crecer, pero la corriente se hizo más ancha y más profunda y se llevó tres de nuestros árboles muertos hasta el río. El agua empezaba a ser más clara y era lo suficientemente profunda por encima de la fuente, que ya no borboteaba. La superficie simplemente se estremecía trazando círculos hasta los bordes de la charca, una y otra vez.

Papá bajó con un cubo y lo llenó a rebosar. Bebimos el agua fresca y mamá hizo una compresa para ponérsela a Timmy en la cabeza.

Timmy se movió pero no se despertó. Sólo al anochecer, cuando nos acomodamos en el establo para tomar una comida improvisada, empezamos a darnos cuenta de lo que había sucedido.

—¡Tenemos agua! —gritó papá repentinamente—. ¡Torrentes en los páramos!

—Es un pozo artesiano, ¿verdad? —pregunta—. ¿Como el de Las Lomitas? Ahora seguirá brotando aquí, ¿no?

—Eso está por verse —puntualizó papá—. Pero parece abundante. Mañana tendré que ir hasta el Pozo Tolliver y decirles que tenemos agua. ¡A esta altura deben de haberse quedado sin una gota!

—¿Entonces no tenemos que mudarnos? —pregunté.

—No, siempre que tengamos agua —dijo papá—. Me pregunto si queda tiempo suficiente para plantar un huerto...

Me volví rápidamente. Timmy se estaba moviendo. Tenía las manos en los vendajes y los exploraba cautelosamente.

—Timmy. —Me estiré para cogerle la muñeca—. Todo está bien, Timmy. Simplemente tienes algunas lastimaduras en carne viva. Tuvimos que volver a vendarte.

—El... el agua... —Su voz era apenas audible.

—¡Está en todas partes! —respondí—. Ha arrancado la casa de sus cimientos, y deberías ver el lago que se ha formado. ¡Y la corriente! ¡Y es fría!

—Tengo, sed —dijo—. Quiero un poco de agua, por favor. —Vació la taza de agua fría y curvó los labios en una débil sonrisa—. ¡Estallarán las aguas!

—¡Montones de agua! —dije riendo. Luego me puse serio—. A propósito, ¿qué hacías ahí fuera?

Papá y mamá estaban sentados en el suelo junto a nosotros.

—Tenía que levantar la tierra —dijo, tocándome la muñeca—. Estuve haciéndolo durante toda la noche. Resultaba difícil contener la tierra suelta para que no se deslizara otra vez en el agujero. Me senté en el porche y levanté la tierra hasta que apareció la roca. —Lanzó un suspiro y guardó silencio durante un instante—. No estaba seguro de tener la fuerza suficiente. La roca estaba agrietada y pude sentir que el agua empujaba cada vez con más fuerza, desde abajo. Tuve que romper la roca lo suficiente para que el agua empezara a salir. ¡Pero no se rompía! Convoqué otra vez al Poder y seguí intentándolo. Finalmente se soltó un fragmento que salió volando. La fuerza del agua... fue como... como un estallido. Ya no me quedaban fuerzas. Perdí el conocimiento.

—¡Cavaste todo eso tú solo! —Papá cogió una de las manos de Timmy y miró la palma lisa.

—No siempre tenemos que tocar para levantar y romper algo —explicó Timmy—. Pero hacerlo durante mucho tiempo con algo pesado requiere mucha fuerza. —Giró la cabeza débilmente.

—Gracias, Timothy —le dijo papá— Gracias por el pozo.

Y fue por eso que no nos mudamos. Por eso Promise Pond, como llamamos a la charca, está aquí para mantener el rancho regado. Por eso el rancho ya no se llama Fool's Acres, sino Full Acres[7]. Es por eso que el nombre de Canilla Creek, como llamamos al arroyo, desconcierta a quien pretende traducirlo. Ni siquiera papá sabe por qué Timmy y yo llamamos Canilla a aquella corriente. Cuando quisimos recordar, la charca casi se había tragado la caja.

Es por eso que la carretera principal de Desolation Valley ahora cruza nuestro rancho en busca del agua más dulce y fresca del Territorio. Por eso nuestra nueva casa está construida entre los jóvenes nogales y los sauces llorones que rodean la charca. Por eso tiene toda una pared cubierta por un alféizar con geranios. Por eso nuestro huerto ha empezado a dar frutos suficientes para empezar a ser rentable.

Y es por eso, también, que un día un carro que llegaba del extremo más alejado de Desolation Valley acampó en los terrenos cercanos a la charca.

Después de cenar fuimos a ver a los visitantes para intercambiar noticias. Ahora Timmy abría los ojos pero en ellos sólo entraba la luz, aunque no la suficiente para ver.

La señora que viajaba en el carro intentó no ver las profundas cicatrices que Timmy tenía al costado de la cara mientras su marido y los hombres de mi familia conversábamos. Escuchó descaradamente la intervención de Timmy en la conversación y le dijo a mama en tono suave:

—¿Es su chico?

—Sí, sí, es nuestro chico —respondió mamá—, pero no es hijo nuestro.

—Oh —dijo la mujer—. Me pareció que tenía una forma de hablar extraña. —Su tono de voz era crítico—. Parece que los extranjeros nos invaden. Como esa descarada de Margin.

—Oh. —Mamá sacó a Merry de debajo del carro cogiéndola de la punta del vestido.

—Sí —continuó la mujer—, ella también habla de una forma extraña, aunque dicen que no tanto como en otros tiempos. ¡Oh, estos extranjeros son muy listos! Su tía dice que la chica estuvo enferma y que tuvo que aprender otra vez a hablar, y que por eso tiene ese acento. —La mujer se inclinó hacia mamá en actitud confidente y dijo bajando la voz—. Pero me enteré de una forma indirecta de que la chica tiene algo raro. No creo que sea realmente sobrina de ellos. Creo que llegó de algún otro sitio. ¡Creo que realmente es una extranjera!

—Oh —respondió mamá con bastante indiferencia, un poco aburrida.

—Dicen que hace cosas raras y no cabe duda de que tiene un nombre bastante extraño. Yo digo que estos extranjeros tienen una forma de meterse...

—¿De dónde vienen ustedes? —preguntó mamá, ofendida por el tono con que la mujer había pronunciado la palabra «extranjeros».

La mujer se ruborizó.

—¡Yo soy de aquí! —respondió, echando hacia atrás la cabeza—. El hecho de que mis padres... Al fin y al cabo Inglaterra no es... —Se mordió los labios—. ¡Llamarse Abigail Johnson no es lo mismo que llamarse Marnie Lytha, o algo por el estilo!

—¡Lytha! —Oí la muda exclamación de Timmy—. ¿Lytha? —Se acercó a la mujer tambaleándose, por primera vez con paso inseguro.

La mujer extendió enseguida una mano para rechazarlo y arrugó la cara en una expresión de disgusto.

—¡Cuidado! —gritó bruscamente—. ¡Mira a dónde vas!

—Es ciego —dijo mamá suavemente.

—Oh. —La mujer volvió a ruborizarse—. Oh, bueno...

—¿Dice que conoció a una chica llamada Lytha? —le preguntó Timmy con voz débil.

—Bueno, yo no tuve mucho que ver con ella —respondió la mujer, insegura—. La vi una o dos veces...

Timmy estiró los dedos para tocar la muñeca de la mujer, que la apartó bruscamente, como si se hubiera quemado.

—Lo siento —se disculpó Timmy—. ¿De dónde vienen?

—De Margin —respondió la mujer—. Estuvimos allí un par de meses haciendo herrar los caballos.

—Margin —repitió Timmy; le temblaban las manos—. Gracias —dijo.

—Bueno, de nada, supongo —contestó la mujer. Se volvió hacia mamá, que nos observaba desconcertada—. Ahora todos los vestidos nuevos tienen...

—No logré ver —me susurró Timmy mientras caminábamos entre la hierba y los sauces, en dirección al huerto—. No me dejó tocarla. ¿A qué distancia se encuentra Margin?

—A dos días de viaje de Desolation Valley —dije, entusiasmado—. Es una población minera de las colinas. El camino principal llega desde el otro lado...

—¡Dos días! —Timmy se detuvo y se abrazó a un árbol—. ¡Todo este tiempo hemos estado separados por un trayecto de dos días!

—Podría no ser tu Lytha —le advertí— Podría ser una persona de aquí. ¡He oído nombres rarísimos! Los pioneros parecen aficionados a los nombres extravagantes.

—Llamaré —dijo Timmy, embelesado—. ¡Llamaré, y cuando ella responda...!

—Si te oye —señalé, sabiendo que su llamada no sería en voz alta y que no importaba la distancia que nos separaba de Margin—. Tal vez ella piensa que todos están muertos, como pensabas tú. Tal vez no se le ocurra escuchar.

—Seguramente piensa a menudo en el Hogar —dijo Timmy, convencido— y cuando lo haga me oirá. Empezaré ahora mismo —Y se abrió paso entre los nogales y los sauces que bordeaban la charca.

Lo observé y suspiré. Quería que fuera feliz, y si ésa era su Lytha quería que volvieran a reunirse. Pero si llamaba una y otra vez y no obtenía respuesta...

Me senté en una roca, junto a la charca, y pensé en el lago que pensábamos crear, un lago en el que tendríamos peces y tal vez un bote... Metí la mano en el agua y pensé: esto era polvo antes de que Timmy llegara. Él había sido lo suficientemente obstinado para lograr que surgiera esta corriente de agua.

—Si Timmy llama —le dije a un pájaro que se posó repentinamente en una rama, balanceándose sobre el agua—, ¡alguien responderá!

Meris se reclinó en el respaldo de la silla y lanzó un suspiro.

—¡Vaya! —exclamó—. ¡Gracias a Dios! No habría descansado tranquila si no lo hubiese sabido. Pero después que Timmy encontró al Pueblo, seguramente sus ojos...

—Nunca estás satisfecha —la regañó Mark—. Cuanto más oyes, más quieres saber...

—Mi recuerdo no llega más allá —señaló Bethie. Luego levantó una mano a modo de advertencia—. Un momento...

»Oh —dijo, prestando atención—. ¡Oh, cielos! Claro. —Se puso de pie y su rostro brilló con un pálido matiz azul en la oscuridad del patio—. Era Debbie. Viene hacia aquí. Dice que el doctor Curtís necesita que yo vuelva junto al Grupo. Valancy la envió a ella porque es la única que regresó del Nuevo Hogar, y pobló todo el lugar, como dice ella. Debo marcharme de inmediato. No tengo tiempo para ir en coche. Afortunadamente ya está bastante oscuro. Debbie ya ha reunido todos sus recuerdos de modo que puede...

—Ojalá no tuvieras que irte tan pronto —comentó Meris, siguiendo a Bethie dentro de la casa y ayudándola a guardar sus cosas en la maleta!

—Hay mucho... Siempre hay mucho... Disfrutarás con el relato de Debbie. —Bethie se acercó a la puerta sin pisar el suelo—. Y hay otros... —Se convirtió en una sombra apresurada que se elevaba en el patio y el susurrado adiós llegó suavemente entre las ramas curvadas de los árboles.

—¡Hola! —La voz risueña los despertó de su ensimismamiento—. ¡Salvo que haya perdido mi capacidad de interpretación, ése es el llanto de una criatura que está mojada y hambrienta!

—¡Oh, 'Licia, cariño! —Meris entró en la casa corriendo, murmurando toda clase de disculpas.

—Y hola también a ti. —La mujer salió de las sombras y le ofreció una mano a Mark—. Soy Debbie. Lamento haberos quitado a Bethie, pero el doctor Curtís la necesitaba con urgencia. Ella es nuestra mejor Sensitiva y él tiene que diagnosticar un caso delicado. ¡Bethie es su último recurso!

—¿El doctor Curtis? —Mark Je devolvió el cálido y firme apretón de manos—. Ése debe de ser el médico que Johannan quería encontrar para que lo condujera hasta el Grupo.

—Así es —dijo Debbie—. Nuestro Extraño Interior. Ya es como uno de los nuestros. No es que viva con el Grupo, pero se mueve como uno de nosotros.

—Entra —sugirió Mark, mientras sostenía abierta la puerta de la cocina—. Pasa y toma un poco de café.

—Eres muy amable —rió Debbie—. Es muy agradable que le pidas a un desconocido que «lance un hechizo». No. —Sonrió al ver la mirada desconcertada de Mark—. No es así como hablan.en el Nuevo Hogar. Sólo es una ligera resaca lingüística de los primeros días posteriores a mi Regreso. Ése es el recuerdo que Valancy quiere que os cuente.

Se sentó a la mesa de la cocina y Mark cogió su caza de café estropeada y descolorida y la de Meris, que no tenía asa, y una en perfecto estado para Debbie. No quedaba demasiado café, pero apurándolo lo suficiente logró obtener tres diminutas tazas.

Después del ajetreo de preparar más café y de que Meris regresara con la desconcertada 'Licia, que recibió toda clase de elogios y mimos y fue alimentada y llevada nuevamente a la cama, decidieron postergar el relato de Debbie hasta después de la cena.

—Este asunto de los recuerdos empieza a convertirse en una adicción, como mirar la televisión —comentó Mark mientras arreglaba el fuego de la chimenea.

—Bueno, hay adicciones y adicciones —respondió Meris mientras Mark regresaba al sofá y se sentaba al otro lado de Debbie—. Yo prefiero ésta. Es real, a pesar de que resulte difícil de creer.

—Real —dijo Debbie, cogiéndoles las manos a ambos—. En aquel momento apenas podía creer que fuera real. Así es como me sentía...