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La mente humana es extraña, y aun repleta de aspectos opuestos y contrastados, por sí misma tiende siempre al orden. Si no existiera este deseo de orden, no podríamos hablar ni de conflictos ni de neurosis. Con el caso de Reiko he constatado nuevos aspectos de la psique; pero lo que más me ha interesado y llamado la atención es la combinación dramática de elementos opuestos, como, por ejemplo, la revelación espontánea de los sentimientos y los obstáculos creados frente a esta revelación. La pureza y la violación, la mente ante el cuerpo. Todo el mundo cree que la actitud de un estudioso es tratar cualquier caso con espíritu objetivo; pero en la psicoterapia la subjetividad juega un papel de vital importancia, y, en particular, en lo referente a la relación paciente-analista. Alcanzar la realidad a partir de un juicio objetivo es algo muy peligroso, porque la personalidad del paciente puede influir en la del psicoanalista. Ya se sabe que, para acceder a las crías de tigre, hace falta adentrarse en la madriguera.
Yo mismo debo admitir que, durante el estudio del caso de Reiko, aunque sea hombre, tuve la impresión de ser víctima de la frigidez. Lo más importante de la relación entre ambos, paciente y analista, es la voluntad y el coraje de seguir adelante. Es una relación mucho más complicada que la amorosa.
Me olvidaba de decir que Reiko y Ryuichi iniciaron una relación amorosa, feliz y satisfactoria en todos los aspectos, y que, seis meses más tarde, decidieron casarse.
Después de aquella noche en San’ya no tuve noticias de ellos durante una semana, y eso me disgustó un poco. Después supe que fue debido a la timidez de Ryuichi y al nuevo sentido del pudor de Reiko. Juntos, me contaron más tarde que habían experimentado una atroz vergüenza y que no se atrevieron ni a visitarme ni a telefonearme.
Siete días después de aquella noche, Ryuichi reanudó el contacto conmigo, utilizando el medio más frío e impersonal: un telegrama. En él podía leerse:
«La música se deja oír. No cesa nunca. Ryuichi.»