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Ésta es la carta que Reiko me mandó:
«Apreciado doctor Shiomi:
»Perdone lo de la otra vez. Usted me había aconsejado con tanta gentileza y paciencia que me sabe mal no haber sido sincera y no haberle hablado con el corazón en la mano. Me odio a mí misma por ello.
»Las tijeras de las cuales le hablé, no son sólo una vaga imaginación, aunque yo compliqué, con falsas palabras, el relato de su aparición.
»Cuando yo era pequeña estaba jugando, con otros niños, delante de la casa de Shun-chan. Uno de ellos vino con unas tijeras y dijo: “Podemos jugar a los chinos y, cuando terminemos, cortaremos el pito del perdedor.” Yo era la única niña y fui la primera en perder. Shun me compadeció e intentó disuadir a los demás, pero no le hicieron el menor caso. Yo chillaba y lloraba mientras el niño de las tijeras se acercaba a mí. Me sujetaron y a la fuerza me bajaron las bragas. El chico travieso empuñaba las tijeras dirigiéndolas hacia mi muslo. Todavía recuerdo con angustia aquella situación. Con su mano izquierda palpaba mi cuerpo y en un tono extraño les dijo a los demás: “¡Vaya!, aquí no hay nada”, “¡Claro!, como es una perdedora ya se lo han cortado”. Y todos juntos se burlaron de mí, riendo y chillando: “Perdedora, perdedora, si una vez te lo han cortado ya no crece jamás…”
»La rabia y el miedo derivados de aquel momento permanecieron dentro de mí durante mucho tiempo. Pensé coger las tijeras, esconderlas bajo mi vestido y, por la noche, ir a cortarles el pito a todos, mientras dormían.
»También debo decirle que la visión del toro hace referencia a un hecho real. Poco después del episodio de las tijeras escuché una historia que me impresionó: un toro se desbocó y mató a un hombre cerca de la ciudad de Kofú. En mi pequeña mente se forjó la idea de que los cuernos de aquel animal y las tijeras eran un mismo elemento, y que ambos estaban relacionados con el pene masculino. Resulta extraño comparar lo que corta con lo que es cortado. Para mí, todo se parecía y no podía ahuyentar mis malos pensamientos al respecto.
»Supongo que para usted no será difícil intentar interpretar y hacerse una idea de un pensamiento infantil, el de una niña que teme a lo que debe ser cortado con las tijeras. Si el pene le da miedo y las tijeras también, pene y tijeras son una misma cosa. Ahora sé que no es posible asociar lo que corta con lo que es cortado, pero en aquel entonces no era capaz.
»Hay algo más que no le conté. Aunque intentaron educarme como protegida por una campana de cristal, yo me interesé muy pronto por el sexo. Creo que presencié por primera vez un acto sexual cuando estaba en cuarto curso de mis estudios elementales.
»Durante las vacaciones de verano, mi familia me dio permiso para ir con mi tía, a quien adoraba, dos o tres días a Shosenkyo. En nuestro mismo hotel se alojaba un cliente joven, quien, pensándolo bien, se había citado anteriormente con mi tía. Una noche entró en nuestra habitación y sin darse cuenta de que yo fingía estar dormida, se introdujo furtivamente en la cama de mi tía. Estaba desconcertada, pero pensé que sería mucho mejor continuar haciendo como si durmiera. Al principio, no pude creer que las personas humanas pudieran comportarse como animales. Aun siendo una niña supe que aquello era el instinto. Me dije a mí misma que si ser adulta representaba hacer aquello, yo no quería crecer nunca.
»Aquél era para mí un hecho revolucionario. Era como si el mundo de los adultos, que hasta entonces había respetado, de improviso cayera y se partiera en mil pedazos. El hecho de que mi tía y aquel hombre, aun con expresión de sufrimiento en sus rostros, exclamasen palabras de placer, me parecía un simple intento de ocultar su pena. No podía saber si aquella serie de palabras eran verdaderas o falsas.
»Un niño que ha vivido una experiencia contraria a lo que se denomina moral, ¿qué debe hacer?
»Yo siempre me había sentido orgullosa de mil moral y empecé a pensar que todo aquello que rodeaba al sexo no hacía más que embrutecer y empequeñecer a los seres humanos.
»Para corroborar mis convicciones tan sólo me hacía falta recordar la cara y la imagen de mi tía y ver en ella la expresión más indecente del mundo. Su cabeza se encontraba fuera de la almohada y sobre su cuerpo resbalaban; unas contra otras, infinitas gotas de sudor. Aquella mujer se aparecía ante mí como una desconocida a la que observaba por primera vez.
»Doctor, lo dejo ya por hoy. Me siento cansada y no tengo ganas de escribir más.»
Leí aquella carta cuidadosamente para no perder detalle y, aunque no me apeteciese mucho, decidí enviar una respuesta. La verdad es que tenía la impresión de aceptar un juego con desventaja, porque Reiko sabía perfectamente lo que yo haría, esperando mis palabras con su típica sonrisa, fría y feroz.
Decidí empezar mi carta con un cierto tono amenazante…
«Podría decirle que usted guarda en su mente un recuerdo horroroso motivado por la prohibición de la masturbación en su infancia. Paralelamente, conserva otro recuerdo, el del juego de las tijeras, que se transformó en un complejo de castración. La anécdota de las tijeras es muy típica y usted me habla de maldad en lugar de inocencia vulgar e infantil. Yo no sé si es eso realmente la causa de todo o es tan sólo un elemento complementario, interpretado a su gusto y manera, de su enfermedad actual.
»Francamente, no me parece acertada su tendencia a definir sus recuerdos pasados en función de lo que usted puede recomponer con connotaciones sexuales. Por ejemplo, los cuernos no son, para la memoria de una niña, ningún recuerdo sexual.
»Quizá me sea posible llegar a establecer una correlación entre sus sensaciones extrañas que, muy probablemente, se iniciaron al ser destetada y recibir el alimento con unos hashi o con una cuchara de plata de manos de su madre. Eso despertó una cólera creciente en usted, enfadada por la separación del pecho materno.
»Sin embargo, la parte de su memoria en la que aparecen las tijeras que cortan el pene a los hombres, convirtiendo lo que corta y lo que es cortado en una misma cosa, es un recuerdo más real. Aquí aparecen su sentimiento y su corazón, los que no admiten la diferencia de sexo entre lo masculino y lo femenino. Para usted, tiene mucha fuerza el hecho de reivindicarse a favor de la mujer en cuanto a la igualdad de derechos; no quiere admitir el destino y piensa que es injusto que los hombres puedan ser agresivos sin que nadie les acuse. Desde muy pequeña fomentó su rabia y no podía entender una cierta superioridad masculina en el estudio y en el juego… Usted quiere igualar, en todos los sentidos, a la población femenina con la masculina.
»Ahora debe admitir que es usted una señorita, eso no tiene remedio, pero que antes disfrutaba vistiendo pantalones con una cierta agresividad propia del sexo contrario al suyo. ¿Fue así, no es cierto?
»El papel de su hermano era tan sólo de competencia ante su madre.
»¿Tiene usted un hermano menor con el que se disputaba los pechos de su madre?; ¿uno algo mayor, o un gemelo? Espero sus respuestas a mis preguntas en su próxima visita, pero creo estar en lo cierto.
»Por lo que se refiere al cariño y a la vivencia al lado de su tía, no le doy la más mínima importancia, ya que simplemente refleja su tendencia a dramatizarlo todo. Usted cree que el ser testigo del acto sexual realizado por un pariente que nos es próximo resulta nocivo para la mente, y no es así, eso no es verdad. Sin embargo, creo que me oculta algo y que aquélla no fue la primera vez en que asumió el papel de testigo, sino que aquel papel le había tocado jugarlo ya con anterioridad, quizá cuando se encontraba en cuarto curso de primaria. Intuyo que a usted no le agrada mi forma de hablarle y, concretamente, en esta ocasión, de escribirle, pero piense que en cualquier tratamiento analítico juega un papel importantísimo la intuición, que favorece la terapia adecuada. Ya ve que no puedo excluir todo aquello que sobre su caso asoma por mi mente. Debo ser objetivamente científico y saber sintetizar a partir de sus múltiples experiencias e interpretaciones. Por ello, espero ansioso su tercera visita.»