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En los dos meses siguientes a la visita de Hanai no había ocurrido nada especial, no había recibido noticias ni de él ni de Reiko.

Quizá pueda parecer extraño, pero en mí había nacido un sentimiento de compasión por Hanai. Joven, inexperto… todo ello empeoraba considerablemente la situación. Él había experimentado una verdadera catástrofe sexual, había asistido a la absurda paradoja de la impotencia que cura la frigidez. ¿Qué haría de ahora en adelante? A pesar de tratarse del hijo de una buena familia, en realidad, la vida le había reservado una infelicidad que muchas personas, privadas de todos sus bienes, no llegarían a conocer del todo. Para él, el sexo era una clave importante para llegar a entender la vida, pero, tras aquella experiencia con Reiko, se hallaba en posesión de una llave torcida con la cual no puede abrirse la puerta de la común existencia humana. Un día descubrió la cerradura torcida ideal para su llave y abrió la puerta, pero al traspasarla cayó en un vertiginoso precipicio. En cualquier caso, su situación actual debía de ser insoportable: Reiko, gracias a su impotencia, escuchaba la música, y el goce de la muchacha no hacía más que recalcar su defecto y evidenciar su falta, no con comunes e inconscientes palabras, sino con el lenguaje del cuerpo.

Estábamos en la estación de las lluvias, pero aun así, habíamos pasado un mes de mayo de un clima casi veraniego, al que siguieron días de tiempo incierto y húmedo; el sol, que se veía entre las nubes, tenía un color gris verdoso como el de las ciruelas. No recuerdo exactamente cuántos meses transcurrieron, pero un día recibí una llamada de Ryuichi Egami. Su voz era densa y se esforzaba en que pareciera natural y tranquila, pero acababa siendo artificiosamente formal. Comprendí que el joven intentaba ocultar su excitación.

«Soy Egami, Ryuichi Egami, ¿se acuerda de mí? Vine a verle por el caso de Reiko Yumikawa.»

«Sí, me acuerdo perfectamente.»

En general, tengo mala memoria para los nombres, pero recordaba perfectamente todos los que estaban en relación con Reiko. (Todavía dudo de si debo añadir este último comentario.)

«Escuche —balbuceó Ryuichi—, si fuera posible, me gustaría hablarle de una persona, por el momento le resumiré los hechos: Reiko Yumikawa está muy mal, ¿no podría verla usted?»

«¿Qué? —dije yo, también balbuceando—, ¿qué ha sucedido?»

«Resulta difícil explicarlo por teléfono, pero lo intentaré. ¿Tiene tiempo para escucharme?»

«Sí, cuénteme.»

Estaba sorprendido por el cambio del muchacho, quien vino a mí con una primera intención de protesta.

«En realidad, cuando ella partió rápidamente hacia Kofú me sentí molesto y defraudado; a partir de aquí, cualquier cosa me ponía nervioso y empecé a llevar una vida irregular, divirtiéndome con otras chicas. Conseguía estar tranquilo sólo al lado de una mujer, pero, cada vez que me acordaba de Reiko, sentía como si una especie de marca abrasadora dejara su huella sobre mi orgullo y acababa por perder de nuevo la confianza en mí mismo, recuperada con tanto esfuerzo. Usted me dirá que estoy aún enamorado, quizá sea así, aunque durante estos seis meses lo haya intentado todo con el fin de olvidarla. No sé nada de ella, si se halla en Kofú o en Tokyo. Alguna vez pensaba en telefonearle a usted por si tenía noticias suyas, pero después no encontraba el momento para hacerlo. Parece increíble, pero ayer, después del trabajo, me fui a bailar con una chica y, después de acompañarla, regresé a mi casa, y ¿sabe?, delante de mi apartamento encontré a Reiko, inmóvil y con una maleta en la mano. Mi primera reacción fue ignorarla, pero después pensé que aquella treta no era propia de un hombre y le dije con indiferencia: “¿Qué ha pasado?” Bajo la luz de la lamparilla, su rostro estaba pálido y demacrado y sobre una de sus mejillas aparecía aquel terrible tic nervioso. Ella no decía nada. Yo esperé impaciente una respuesta, pero ella continuó callada. En sus ojos fueron apareciendo las lágrimas.

»¿Qué pasa?, le pregunté de nuevo. Es extraño, pero no sentí rabia hacia ella.

»“¡Escóndeme, por favor!, me persiguen”, exclamó.

»Yo soy un poco superficial, pero a pesar de haber odiado tanto a aquella mujer, el hecho de verla implorando con tristeza me hizo callar y permitirle entrar en mi casa. Estuvo a punto de desvanecerse y tuve que sostenerla para que pudiese subir la escalera, con una sensación extrema de debilidad. Al entrar en casa, hice que se sentara rápidamente, pero ella aún no había conseguido tranquilizarse y miraba atemorizada a su alrededor.

»Al verla en tal estado, no me sentí capaz de reñida. En un principio, pensé que fingía para evitar mis reproches, pero su cara estaba pálida y todo su cuerpo temblaba. Finalmente, oprimiéndose el pecho con las manos, gritó: “¡Me encuentro mal!” No dudé de su sinceridad.»

«Eso ocurrió ayer por la noche, ¿verdad? ¿Cómo se encuentra hoy?»

«He estado con ella hasta esta mañana, sin dormir. Después he tenido que dejarla sola para ir al trabajo.»

Pensé que Ryuichi era un buen muchacho, a pesar de la imagen de «terrible» que quería aparentar.

«¿Cómo estaba esta mañana?»

«Cuando me he marchado de casa parecía dormida y no le he dicho nada. Ayer noche sentía pesadez en los ojos y en la cabeza, también notaba un silbido en sus oídos. Después le sobrevino el vértigo y la sensación de sofoco, como si alguien la estuviera estrangulando.»

No tenía necesidad de visitarla para averiguar que se trataba de derivaciones de su histeria. Cuando Reiko acudió a mí por primera vez, sólo sufría aquel ligero tic y no se había manifestado en ella un síndrome tan peculiar como aquél.

«¿En el cuello tenía una pústula o un eccema?»

«Sí, es cierto; había olvidado comentarle que creía padecer un cáncer.»

«Por ese detalle no debe preocuparse», le dije con determinación. Era víctima de su propia histeria.

Ryuichi aumentó su confianza en mí a causa de la decisión de mis palabras.

«¿Qué debo hacer, doctor?»

«Ante todo no debe preguntarle por su problema; ni una sola cuestión al respecto. En segundo lugar, hoy mismo después del trabajo venga hasta aquí con ella. Pienso que no le serviría de nada visitar a un internista o a un ginecólogo. Esta tarde, excepcionalmente, me quedaré hasta la noche en la clínica y la visitaré con calma.»

«Gracias, sus palabras me alivian, volveré más tarde con ella», concluyó; y se fue.