III
¿Alcanzada? Aunque no tan fácilmente, como nos lo hacen temer los artistas «nocturnos» a los que he hecho alusión, Uccello, Borromini, Guarini, con el regreso triunfal de la imaginación a un espacio no obstante ya racionalizado; y como me lo hicieron comprender mis propios sueños. Ya en el Chiostro Verde, en Florencia, cerca de la iglesia cuya fachada revela el empleo «encarnado» que hizo Alberti de los números, las escenas del Diluvio hacen de la perspectiva un empleo «mental» en el que se retoma el reclamo de esos dos cómplices eternos, la geometría y la quimera. La melancolía, ese desdichado deseo de lo inaccesible, ama también, aunque a su manera, el compás y la regla, los utiliza en esas ruinas que parecen decir lo ilusorio del tiempo vivido, pero también que las civilizaciones de antaño tenían más substancia que las nuestras.
¡Y cómo le es fácil, por la gracia del punto de fuga —que ofrece llevar lejos a la mirada, ahí, bajo el cielo, donde podrá creer que el infinito se concentra—, construir esas fábricas que ya no serán lugares de este mundo, sino el sueño en el que sobrevive nuestra manera de ser y de vivir, allá lejos, en el aire enrarecido de una realidad superior! La geometrización del espacio puede fácilmente instaurar tanto el «allá» metafísico como un «aquí» liberado de toda ilusión. Aunque el tiempo vivido aquí lo transforme en un enigma —porque es a lo intemporal a lo que otorga valor— y haga de nuestra estancia sobre la tierra un exilio del que habrá que liberarse, en el angustiante laberinto en el que se habrán convertido los días.
La perspectiva es peligrosa, es capaz de contribuir con fuerza a que pensemos en «el lugar que está en otra parte», y que sólo es una ilusión; y el viajero que no quiere ser sino soñar, puede creer que aquellas imágenes que la perspectiva impregnó de sus formas, de sus fórmulas, parezcan anunciar que ese lugar existe, y que no es tan lejano como podríamos creer, porque esas pinturas muestran sus misteriosas figuras revestidas con la apariencia del aquí. Esos hombres y esas mujeres en las pinturas son los mismos que encontrábamos en la Italia de la época, y podemos entonces buscar el lugar, todo lo trascendente que haya sido para la simple vida, en algunas regiones —alejadas de las grandes rutas sin duda, mal identificadas aun en los tiempos en que esas pinturas circulaban— de esa misma tierra italiana en la que Masaccio o Brunelleschi o San Gallo proponían no obstante, con firmeza, entregarse al aquí y al ahora. Yo cedí a esas tentaciones, y es lo que cuento en diversas partes de mi breve libro.
¡Pero hay que tener cuidado! Porque es precisamente el peligro inherente al empleo de la perspectiva lo que puede hacer de ella una ocasión para madurar, una vía de acceso a la mirada que, sobre el mundo y la vida, con un sentimiento de gratitud y, diría casi, de afección, tuvieron algunos de los arquitectos o pintores que cité hace un momento.
Y ni siquiera es difícil comprender por qué el peligro puede ser el camino hacia la salud, y cómo, en la práctica, la perspectiva puede ayudarnos a llegar ahí. Abordar el mundo de las apariencias con los medios del geómetra significa instaurar necesariamente las tres dimensiones que nuestros actos utilizan en su condición ordinaria, ese lugar donde la finitud impone su ley. Pero ese mismo poder de despliegue del espacio permite —ya lo he dicho—, construir, en el «allá» del deseo, los castillos del imaginario metafísico, y he aquí que, en un mismo punto del trabajo del compás y de la regla sobre la página, se yuxtaponen en el pensamiento del artista las propuestas de la acción y las de la quimera, cada una con sus reclamos y su elocuencia, lo cual nos permite reflexionar acerca de sus respectivas aspiraciones, y de su idea de la verdad.
Sin embargo ésa es una incitación muy concreta e inmediata, y puede recordar —a quien esté dispuesto a reflexionar— evidencias que el pensamiento abandonado a sí mismo no siempre es capaz de comprender. La arquitectura remueve las piedras. Conoce su peso, conoce la presión de la fuerza de gravedad sobre las paredes y las cúpulas. He ahí el comienzo de una reflexión sobre lo real, y sobre lo que sólo será su sombra; es tener mucho que decir a los artistas de una especie diferente; mucho por hacer valer en ese instante en que la mano que obra decide si es allá, o aquí, donde imaginará el edificio, y los seres que lo frecuentarán, y a su alrededor los colores de un cielo y los caminos de una tierra.