Una historia inacabada: el Vathek de William Beckford
Los orígenes: De las salas de Splendens a las cavernas de Iblís
Cuando William Beckford (1760-1844) decidió escribir a principios de 1782 su Vathek no imaginaba que la fama que conseguiría le haría ascender al Olimpo de los novelistas «góticos», como Horace Walpole, Ann Radcliffe o Monk Lewis, pues en aquellos momentos sólo era consciente de seguir un impulso, quizá una corriente oculta del momento, una de tantas reacciones al Siglo de las Luces que acabarían tomando forma en el Romanticismo.
Nacido en el seno de una familia adinerada, William Thomas Beckford escapa a la rigidez materna a la que se enfrenta tras la muerte de su padre, acaecida a la temprana edad de diez años, imaginando todo tipo de fantasías infantiles, que desarrollaría en los infinitos rincones y columnatas, en el abigarrado estilo de Palladio, que pueblan Splendens, el palacete que su familia poseía en Fonthill, cerca de Bath, a unos veinte kilómetros al oeste de Salisbury.
Hacía ya tiempo que Barthelemy d’Herbelot de Molainville, autor de la monumental Bibliothéque Oriéntale, publicada en París en 1697, abriera la Caja de Pandora del mundo oriental que lanzaría sus prestigios sobre toda una pléyade de estudiosos, serios o disparatados, sabios o iletrados, y cronistas, reales o ficticios, de aquel fenómeno, desde Antoine Galland, el primer traductor de Las mil y una noches, y Richard Francis Burton, pasando por Voltaire, Pétis de la Croix, Nodier o el antepasado de Beckford, Antoine (Anthony) de Hamilton, a Madame Blavatsky, Krishnamurti, Gurdjieff, Alan Watts, Giuseppe Tucci, D. T. Suzuki o C. G. Jung.
A este asalto, literario y antropológico, al exclusivismo occidentalista que se acusa a mediados del siglo XVIII, vendría a sumarse el del ocultismo, o de lo mágico, representado por las concepciones swedemborgiana y martinista (de Martines de Pasqually), que, en determinados momentos, adopta las características de «revuelta», lo que, posiblemente, le permitiría entrar en resonancia con otro movimiento histórico de gran amplitud al que, curiosamente, asistiría nuestro autor: la Revolución Francesa.
Pero retrocedamos en el tiempo.
El niño William Beckford sigue correteando e imaginándose historias entre las sombras de su casa de campo. Tres años después, en 1773, tendrá la inmensa suerte de recibir las enseñanzas de un hombre genial: el pintor Alexander Cozens, de quien se decía que era hijo ilegítimo del zar Pedro el Grande y de una joven inglesa, aunque, como apunta Brian Fothergill, todo aquello no fueran sino habladurías. Es evidente que Cozens, padre del retratista John Robert Cozens, iba a destilar en él no sólo su amor por las artes en general y la pintura en particular, sino la idea de que existe una realidad paralela a la cotidiana, y trascendente, que se halla en la magia y que debe buscarse a cualquier precio, idea que se haría patente en Vathek y en sus Episodios. En todas estas obras aparecerá, además, una enigmática figura, la del mago, que posee muchos de los rasgos mágicos del pintor ruso, a quien Beckford llamara, cariñosa, y significativamente, como veremos, El Persa.
Posiblemente, la influencia de tan genial preceptor diera lugar a que William Beckford decidiese escribir en francés, como mandan los cánones, una serie de cuentos árabes que irían a parar a los fondos de la Bodleian Library de Oxford y que han permanecido inéditos hasta su publicación, a primeros de 1992, por el investigador francés Didier Girard, con el nombre genérico de Suite de contes árabes (José Corti, París).
En 1777, cuatro años después de conocer a Cozens, Beckford viaja a Ginebra en compañía de su tutor, el reverendo John Lettice, alojándose en casa de los Hamilton, sus primos por parte de madre, quienes le presentan a la intelectualidad de la ciudad, entre ellos a Voltaire. De entonces le viene la ocurrencia de llamar a su madre La Begum.
No puede afirmarse que, durante su estancia en Suiza, Beckford haya sido iniciado a la masonería o a cualquier otra secta afín, a pesar de sus anteriores contactos con Cozens, Chambers[1] y Wolfgang Amadeus Mozart, a quien, poco mayor que él, encontramos en Fonthill dándole clases de música[2], y del que se conoce su pertenencia a la corporación. Sí sabemos, en cambio, que en otoño de aquel mismo año el joven William, aún en Suiza, comienza a escribir lo que, en un principio, parece una novela «alpina», pero que, rápidamente, se convierte en la historia de una iniciación del propio Beckford a los supuestos misterios del Oriente[3]. The Vision, tal es su título, prefigura el ansia de conocimiento que aparece en Vathek y en sus Episodios.
La juventud de Beckford transcurre entre viajes, aventuras y escándalos, como su pasión homosexual por William Courtenay y la atracción hacia su prima Louisa. Sus viajes por buena parte de Europa son recogidos en Dreams, Waking Thoughts and Incidents, que comienza a escribir en 1780, año en que ve la luz una obra de ficción disparatada, paródica y erudita, Biographical Memoirs of Extraordinary Painters.
Y llegamos a 1781, fecha crucial en la historia de la literatura fantástica y en la vida de Beckford, ya que en ella obtiene la mayoría de edad que le permite acceder a la fortuna de la familia[4]. En Navidad da una fiesta en Splendens para sus amistades más íntimas, entre otras, Louisa Beckford, William Courtenay, Alexander Cozens, Alexander y Archibald Hamilton, el tutor de ambos, el reverendo Samuel Henley, y el conde Philippe Jacques de Loutherbourg, alemán de nacimiento y experto en lo que ahora llamaríamos «efectos especiales», que había puesto en práctica en varios teatros londinenses, innovando el arte de la representación escénica, y, más tarde, amigo del célebre Cagliostro. Loutherbourg transformaría la mansión de Beckford en una especie de cueva oriental, inundándola de lo que su propietario llamaría necromantic light («luz nigromántica»), indispensable para la puesta en escena que quería montar, mezcla de orgía y de misterios, quizá de Eleusis, quién sabe si de Sodoma… aunque, posiblemente, lo único que buscase Beckford fuese la creación de un mundo en miniatura, a su imagen y semejanza[5]. De la importancia de aquellos misterios, da testimonio el propio Beckford, quien, más de medio siglo después, en 1838, cuando ya no quedaba ni rastro del primitivo palacete, y se había mudado a Bath, aún recordaba los inolvidables momentos llenos de inspiración de la Navidad de 1781:
Aquellos vagabundeos románticos fueron realmente deliciosos; resultaba encantador perderse en aquel reducido mundo interior compuesto sólo de felicidad, rodeado de seres adorables, en toda la frescura de su temprana juventud, tan dispuestos a gozar de él. Nada había que resultase aburrido o insulso […], cualquier tipo de monotonía estaba prohibido. Incluso el uniforme esplendor de los techos dorados se veía parcialmente opacado por el vapor de la madera de áloe […]. Incluso ahora, en la triste distancia que da la lejanía, después de haber pasado tanto tiempo desde aquellos días y aquellas noches de exquisito refinamiento, todavía siento el calor que irradiaban los juegos de aquella extraña y nigromántica luz —que Loutherbourg derramaba por doquier, haciendo que todo aquello pareciera un reino feérico, o mejor aún, un templo del Demonio, profundamente hundido en el interior de la Tierra, y puesto aparte para llevar a cabo en él tremendos misterios—, y lo suave, genial y apacible que me parecía.
Y Marc Chadourne, glosando aquellas ceremonias, las escenificaciones y cuentos que en ellas debieron realizarse —preludio de lo que en 1816 otros adictos de «lo gótico» desarrollarían en Villa Diodati—, se hace esta poética reflexión:
Es evidente que, tras una larga incubación, de aquellos trances voluptuosos y sacrílegos acabaría brotando Vathek, con su ojo llameante, y que la gran sala egipcia de Splendens, opacada por los vapores del áloe se mudaría en la sala de Iblís, donde el dios de aquel imperio subterráneo tomaría la apariencia de un joven de veinte años cuyos rasgos, nobles y bien formados, se hubieran marchitado por el efecto de vapores malignos[6].
La creación: Vathek
Beckford, nada más volver a Londres, a primeros de 1782, se encierra en su despacho y comienza a componer de un tirón y en francés, en un frenesí rayano, casi, con la escritura automática, lo que será su Vathek. En mayo envía una carta a Henley, donde le cuenta los progresos que lleva a cabo con el texto, ya que lo que había escrito en tres días no podía considerarse más que un esbozo que necesitaba retoques de estilo y de coherencia. Su amiga Lady Craven, a quien, anteriormente, se lo leyera, le dice por carta, fechada el 29 de mayo:
¡Santo Dios! ¡No es más que puro beckfordismo!… Pero, en serio, es magnífico, terriblemente magnífico.
A mediados de septiembre de 1782, Lettice comienza, por encargo de Beckford, la traducción al inglés de su reciente obra. Como Lettice es incapaz de dejar a un lado galicismos, que más que trasladar, arrastra, sin ningún miramiento, a la lengua de Shakespeare, en mayo de 1783 Beckford confía la traducción a su antiguo conocido Samuel Henley, a quien escribiría el 18 de noviembre desde Ginebra, en los siguientes términos:
Le enviaré algunos califas que no desmerecerán de su amado Vathek.
Tal parece que con estas palabras quisiera dar a entender que estaba escribiendo otras historias que debían acompañar al texto principal de Vathek para imbricarse en él y dar lugar a una especie de Cuentos árabes, del estilo de Las mil y una noches —como los que había escrito años atrás—, que, desgraciadamente separadas del continente general, el Vathek por las circunstancias que se verán, pasarían a denominarse, sus Episodios.
Beckford no dejaba de preocuparse por el estado en que se encontraba la traducción de Henley, quien, en junio de 1784, promete que le enviará una copia completa de su trabajo, pero, al parecer, sólo le manda un fragmento. El 21 de marzo de 1785 escribe nuevamente a Henley:
Hace que me sienta orgulloso de Vathek. Ahora me resulta tan deslumbrante que no puedo sacarle faltas, pero no dude que las buscaré con suma diligencia en cuanto me sea posible. Envíeme la continuación, por favor […]. He dado los últimos retoques a algunos Episodios y sembrado las semillas de otro que confío que pueda dar fruto a su debido tiempo[7].
A pesar de no ser un orientalista tan brillante como Beckford —o, precisamente, por eso mismo—, Henley había preparado muchas notas de todo el material que aquél le encomendara. He aquí la opinión del escritor acerca de este punto, tal y como consta en la carta que le envía a finales de abril o principios de mayo de 1785:
A fe mía que presta a Vathek mucha más atención de la que se merece y, por otra parte, ¿no cree que vamos a llamar la atención anunciando con tanta pompa una disertación sobre sus partes y maquinaria? Por supuesto que las notas son necesarias, y también estaría de acuerdo con la dis[ertación], pero me temo que el mundo podría pensar que yo me había imaginado que era no el autor de un cuento árabe, sino de un poema épico.
La redacción de los Episodios sigue adelante, pero a un ritmo más lento de lo que Beckford había calculado, por lo que el 6 de febrero de 1786 le prohibe a Henley editar el texto sin los Episodios:
La publicación de Vathek debe ser pospuesta al menos otro año. No quiero que, de ninguna manera, salga antes que la edición francesa […]. Los Episodios de Vathek están casi terminados, y la obra completa lo estará dentro de doce meses. Debe comprender que, a pesar de mi deseo de ver impreso Vathek, no puedo sacrificar la edición francesa a mi impaciencia. Publicar por adelantado un cuento tan importante sería como despojar a mi turbante de su pluma más preciada. Me veo en la necesidad de repetir, por consiguiente, mi deseo de que no publique su traducción hasta que el original no haya sido editado y hayamos tratado más el asunto…
Las ediciones: ¿Vathek, con Episodios o sin ellos?
Los acontecimientos se precipitan. Margaret, la esposa de Beckford, muere el 26 de mayo, pocos días después del nacimiento de su segunda hija, Susan Euphemia; el 7 de junio, , Henley publica en Londres su traducción de Vathek, con su masivo aparato crítico que ocupa un tercio de la edición. Más tarde diría que no había recibido la carta de Beckford fechada el 6 de febrero, a la que antes se aludiera. Su deshonestidad le conduciría a ignorar a Beckford en el frontispicio y prefacio de la edición (y, por supuesto, en las páginas de su texto), en donde Henley se reconocía como traductor de un cuento árabe que le había «encargado cierto hombre de letras, que lo había traído, junto con otros similares, del Oriente» («The original of the following Story, with some others of a similar kind, collected in the East by a man of letters, etc.»[8]). A poco que pensemos en ello, podremos admitir la posibilidad de que no sólo Henley quisiera arrebatarle a Beckford la autoría de su obra, sino también, dejándolo para más adelante, la de los Episodios, a los que muy bien podría referirse la expresión «with some others of a similar kind», y que ni siquiera citaría. La respuesta de Beckford, que ya debía de haberse imaginado alguna mala pasada del clérigo, sería fulminante. A finales de año publica en Lausana el texto en que había estado trabajando, corregido por John David Levade[9], con su propio nombre y sin ninguna de las notas de Henley, insertando, sin más, en la página correspondiente al encuentro, en el infierno de Iblís, de Vathek y Nuronihar con los príncipes, que acabaría dando lugar a los Episodios, la siguiente noticia, que más se asemeja a un apunte que a otra cosa:
Histoire des deux princes amis, Alasi & Fironz, enfermes dans le palais souterrain.
Histoire du prince Kalilah & de la princesse Zulkais, sa soeur, enfermes dans le palais souterrain.
Histoire du prince Berkiarekh enfermé dans le palais souterrain.
Histoire du prince ________ enfermé dans le palais souterrain.
Al parecer, Beckford aún no había decidido quién iba a ser el protagonista del cuarto episodio, pues sabemos que no termina la Histoire de Motassem hasta la tardía fecha de 1815, ya que el 4 de julio de ese año escribe a su amigo Franchi lo siguiente:
Creo que la historia de Motassem, el padre de Vathek, divertirá al Abad. Más que ningún otro de mis anteriores intentos, tiene algo de histórico, o de pederástico, y de la sencillez de los cuentos árabes, y mucho de grandioso, de gracioso, de putesco y de santo (secundum ordinem Melchisedec). ¡Qué extraño animal, qué salvaje, estoy hecho[10]!
Al año siguiente, 1787, aparecería en París, a finales de junio, la segunda edición en francés, elaborada a partir del texto de la edición de Lausana (con el subtítulo de «cuento árabe» que no figura en ésta), corregido en la ocasión por el médico personal de Beckford, Francois Verdeil, quien formaba parte de su séquito, y, posiblemente, también por el librero Sébastien Mercier, al que se añadiría una selección de las notas que preparara Henley. Las correcciones, que respondían básicamente a criterios de sencillez y claridad en el texto, fueron supervisadas por Beckford, quien dejaría a su médico al cuidado de lo demás. En lo que respecta a los Episodios, éstos siguen sin aparecer, y sólo se da de ellos la noticia de rigor, que además de omitir el último invierte el orden de los restantes y retoca sus títulos:
Histoire des deux Princes amis, Alasi et Firoux, enfermes dans le palais souterrain.
Histoire du Prince Borkiarokh, enfermé dans le palais souterrain.
Histoire du Prince Kalilah et de la Princesse Zulkais, enfermes dans le palais souterrain.
Hasta 1815 no saldría la tercera edición francesa, publicada, curiosamente, en Londres, con unos cien cambios respecto a la edición de París. Se trata de un texto excesivamente retocado, en cuyo prefacio Beckford informa por primera vez, aunque con cierta incertidumbre y un punto de tristeza, de la existencia de los Episodios:
He preparado algunos episodios, que se indican en la página 200, como una continuación de Vathek […] quizá aparezcan algún día.
En 1816, Beckford reeditaría en Londres la traducción inglesa de Henley, revisándola de paso, intercalando, como venía siendo usual en él, la noticia referente a los Episodios, con la mención explícita de sus protagonistas, que sería eliminada en las siguientes reimpresiones; tras ser traducida al francés, esta edición sería publicada en París en 1819.
Las ediciones en francés e inglés, y sus diferentes traducciones cruzadas, seguirían apareciendo a lo largo del siglo. Cabe destacar entre ellas la de París de 1876, que presenta, a guisa de prefacio, un interesante ensayo de Mallarmé, muy simpático y erudito, sobre Beckford y su Vathek.
Ninguno de los Episodios sería publicado en vida de su autor, debido posiblemente a lo poco elaborado de su redacción o a lo escabroso e irreverente, en ocasiones, de su contenido, a pesar de que al final éste acabara teniendo un innegable carácter moralizante. Y si, en 1834, Beckford entró en tratos con Richard Bentley, el editor que publicaría su Italy; with Sketches of Spain and Portugal, al no llegar ambos a un acuerdo la obra quedaría inédita hasta que Lewis Melville encontrara los manuscritos de los Episodios entre todos sus documentos, que mientras tanto habían pasado a poder del duque de Hamilton, editando en The English Review (diciembre de 1909; agosto y septiembre de 1910) los dos dejados intactos por su autor.
Una prueba contundente de la intención de Beckford de publicar su Vathek de forma íntegra, con sus Episodios imbricados en él, lo que pudo constituir un acicate para la investigación de Melville, la constituye este texto, escrito originalmente en francés, que el estudioso descubre en el referido fondo documental:
Nota para la edición de Vathek con los Episodios: Desde hace algún tiempo, avanzamos a pasos precipitados hacia la tolerancia universal. El famoso drama de Horacio Walpole, basado en el más desagradable de los incestos, se publica, finalmente, sin escrúpulos. Devoramos el Don Juan, nos lanzamos a tumba abierta sobre las novelas de Madame du Devant [George Sand] y de Victor Hugo, y no caemos muertos de sorpresa o indignación al leer las blasfematorias rapsodias de Edgar Quinet. Yo no pretendo, siquiera, acercarme a la efervescente lujuria de esas enérgicas obras, pero, al igual que en el Siglo de Oro de la Compañía de Jesús todo parecía lícito a estos doctos personajes para conseguir un final feliz, me atrevo a felicitarme de que, por lo menos, la moral de mis cuentos sea lo suficientemente evidente para producir reflexiones saludables. Así pues, pásese por ellos con confianza, penetrándose de una verdad que la propia religión nos demuestra, diciéndose, en el fondo de la propia conciencia: «Aquellos que, del mismo modo que el califa Vathek y sus desventurados compañeros, se entregan a pasiones criminales y a acciones atroces, terminarán su carrera con una retribución terrible, aunque justa, en la morada de la eterna venganza».
Los tres Episodios, o sea, los dos completos más el tercero, fragmentario, no serían publicados hasta 1912 por Stephen Swift and Co. de Londres, cuando Lewis Melville los edita como apéndice a la traducción al inglés realizada poco antes de morir por sir Frank T. Marzials, precedidos de una introducción de treinta y una páginas, que viene a ser una excelente selección de la correspondencia intercambiada entre Beckford y el reverendo Henley, que, además, reproduce, en la página xxix, la «nota» que acabamos de leer respecto a la futura edición íntegra de Vathek.
No obstante habría que esperar a 1929 para tener una edición conjunta de Vathek y sus Episodios. El beckfordiano Guy Chapman, quien más tarde publicaría otras de sus obras, como The Travel Diaries y The Vision and Liber Veritatis, sería el editor de Vathek with the Episodes of Vathek (Constable and Company & Houghton Mifflin Company, Londres), donde aparecen los dos episodios completos, para abreviar, «Histoire du Prince Alasi» e «Histoire du Prince Barkiarokh», que Maurice Lévy incorporaría a su edición[11], y el tercero, incompleto, «Histoire du Prince Kalilah et de la Princesse Zulkaís», que, como anteriormente se indicara, pudo ser mutilado por su autor a causa de lo escabroso de su argumento.
¿Una edición íntegra de Vathek?
Tras lo expuesto, y teniendo en cuenta que en castellano no existía ninguna edición íntegra de esta obra —ya que, además, la primera traducción de Vathek, realizada por Guillermo Carnero, es de 1969[12], sin referencia a la edición original, y análoga a la de París de 1787, a pesar de haber eliminado, exactamente, ciento veinticinco palabras a lo largo de todo el texto—, se hacía imprescindible una edición de Vathek que incluyera sus Episodios[13]. Más aún, ¿por qué no intentar encajar los Episodios dentro de la propia narración de Vathek —en su versión de París de 1787—, como había intentado Guy Chapman en su edición, en vez de presentarlos como un añadido, casi una excrecencia, fruto combinado y lastimero de las intrigas de Henley, del sentimiento de derrota de su autor y de los decretos del destino?
Esta idea se presentaba como un desafío[14]. Sólo hacía falta estar atento al desarrollo de la narración que tiene lugar entre Vathek, Nuronihar y los demás príncipes que se encuentran en las salas de Iblís, e intercalar los correspondientes diálogos y escenas, presentes en el texto, en los momentos pertinentes, para acabar, una vez finalizadas las narraciones de los diversos episodios que, de manera convergente, conducen a aquel lugar de perdición, con la escena final que nos da a conocer de modo global el destino de los personajes. Esto explica la utilización de los «Interludios», breves momentos que separan cada una de las diferentes narraciones de la que le sigue, rompiendo su ritmo, que, por otra parte, están implícitos en el texto de William Beckford, a excepción del último, el que acontece después de que Barkiaroj haya finalizado su historia y antes de que Zulkais comience la suya, cuya maladresse ha de ser achacada al presente editor, ya que, forzado por la necesidad de la continuidad, tuvo que sacarlo de su propia cosecha.
En la traducción efectuada se han castellanizado los términos onomásticos y geográficos que lo precisaban, escribiendo, por ejemplo, Iblís, en lugar de Eblís, ya que la e inglesa se lee como i; suprimiendo toda h que aparezca al final de cada palabra; convirtiendo la kh en j; haciendo agudas las palabras que así sonaban en su francés original, escribiendo yinns como plural de yinn, en lugar de yunrtüm, que sería lo correcto, etc.
Si el texto de Vathek fue revisado varias veces por su autor, no pasó lo mismo con los Episodios. Tanto uno como los otros adolecen de construcciones excesivamente largas, en ocasiones harto alambicadas, y del empleo incorrecto de los signos de puntuación. Por otra parte, es muy frecuente observar palabras con doble sentido, es decir, a las que Beckford, escribiendo en francés, da el sentido que tienen en inglés, por lo que la traducción de estos «cuentos árabes» no resulta nada fácil. Entre traducir al pie de la letra, sin estar muy seguro, en ocasiones, de cuál es la letra en cuestión, y sacrificar la literalidad a la comprensión y coherencia del texto, siempre se ha optado por lo segundo.
Algo que se había perdido en anteriores traducciones era el humor, fino e incuestionablemente británico en ocasiones, o un tanto grueso en otras. Pues bien, en la presente edición se ha intentado recuperar esta peculiaridad tan característica del mordaz autor, no escatimando expresiones capaces de suscitar la hilaridad y manteniendo ciertos anacronismos en el texto traducido.
Como Vathek y sus Episodios no estaban estructurados en capítulos ni jornadas, ni presentaban ningún tipo de discontinuidad que indicase un cambio de lugar o de tiempo, en una edición de estas características se hacía necesario que el lector dispusiera de algún momento de respiro. El problema ha podido solucionarse mediante el sencillo recurso de crear un hiato en el texto siempre que, obedeciendo a las premisas anteriormente expuestas de espacio y tiempo, se considerase oportuno. Apuntemos también que se ha prescindido de las incómodas referencias de Beckford, si no de su primer editor, Lewis Melville, que informaban al lector de que había acabado de leer tal o cual historia, ya que semejante procedimiento, además de anacrónico, sólo servía para complicar, aún más, la secuencia narrativa de los diferentes episodios.
Beckford, como hemos visto, estaba de acuerdo con la utilización de las notas, siempre que no supusieran un excesivo lastre para el texto de la obra de ficción, lo que también hemos tenido en cuenta, intentando evitar referencias bibliográficas secundarias y, en la medida de lo posible, que proviniesen de las notas del propio Beckford o de las ediciones anotadas al uso.
Si el resultado de la empresa ha estado o no a la altura de su empeño, será algo que no tardará en verse, aunque lo único que en estos momentos preocupa a su principal responsable es que el antaño señor de Fonthill, sintiéndose enojado o, todo lo contrario, encontrando la obra muy de su agrado, pueda enviarle un ifrit que, arrebatándole, le conduzca a presencia del Señor del Globo Llameante, a cuya derecha él se sienta, por derecho propio, para toda la eternidad.
Javier Martín Lalanda
Zamora-Salamanca, 1991-1993
Nota de 2006
He efectuado algunas puntualizaciones en el presente prólogo y algunas mejoras en la traducción del tercero de los Episodios, el incompleto, así como la restitución de un breve pasaje omitido por descuido en la anterior edición.
J. M. L.