CAPÍTULO 12

Trabajos ocultos

Pete y Bob vestidos con una gastada camiseta estampada y una camisa de fútbol americano a rayas, respectivamente, ya estaban a la puerta del Patio Salvaje cuando Júpiter y Ty llegaron a la mañana siguiente.

—Estoy seguro de que Jake Hatch es el cabecilla de esta banda organizada de ladrones de coches, pero probarlo será difícil —declaró Júpiter, sentado en su mesa de despacho.

—Os agradezco mucho lo que estáis haciendo por mí, muchachos —dijo Ty con lentitud—, pero se trata de una banda organizada y pueden ser muy peligrosos. Quizá será mejor que le contemos a la policía lo que sabemos. Este negocio mueve mucho dinero y el dinero significa violencia.

—¿Crees que, con los datos que tenemos, es suficiente para que la policía empiece a moverse? —preguntó Júpiter.

—¿O incluso que nos crea? —añadió Pete. —No. Creo que no —repuso Ty.

—Entonces opino que debemos seguir —declaró Júpiter—. ¿De acuerdo, chicos? —De acuerdo —dijo Bob.

—Seguiremos —añadió Pete.

—Bien —continuó Júpiter—, estamos seguros de que Tiburón y los Pirañas transportan los coches robados como si fueran los suyos propios; y también tenemos la casi seguridad de que los llevan al garaje Autovía. Pero no podemos acorralar a Tiburón y sus compañeros en plena carretera, y ya estuvimos en el garaje sin encontrar nada.

—Si tienen un taller de desguace oculto en ese garaje —afirmó Ty—, es seguro que también cuentan con un medio de escapar de la policía si ésta se mete en el local.

—Lo cual significa que no podemos hacer gran cosa desde fuera —añadió Bob.

—Tendremos que entrar —resumió Pete.

—Eso es lo que he estado pensando toda la noche —asintió Júpiter—. Uno de nosotros ha de mezclarse entre los miembros de la banda.

En el interior del remolque se produjo un silencio profundo. Bob frunció el entrecejo y al cabo de un rato lo rompió:

—No sé, Jupe... Nos conocen a todos.

Ty intervino:

—A mí apenas me conocen. Puedo disfrazarme. Me dejo crecer el bigote y...

—Pero Torres y Tiburón pudieron contemplarte de sobras, Ty —objetó Júpiter—. No. Creo que el más indicado soy yo.

—Pero, Jupe... —exclamó Pete en tono de sorna—, tiraste por los suelos a Torres e incomodaste un buen rato a Tiburón en La Cabaña. Se acordarán perfectamente de ti. El único al cual no han visto de cerca es a mí. Voy a ir yo—

Los otros tres se miraron mutuamente. —Tiene razón, Jupe —dijo Bob. Ty asintió con la cabeza.

—De acuerdo —accedió Júpiter—. ¿Y cómo piensas infiltrarte?

—¿Infiltrarme? —rió Bob—. ¿Esa es la palabra?

—Ahora lo es —sonrió Júpiter. Poniéndose nuevamente serio añadió—: ¿Pero cómo metemos a Pete en la banda?

—Podría presentarme a pedir trabajo como mecánico en ese garaje.

—Demasiado arriesgado —declaró Ty—. Si realmente tienen un taller clandestino de desguace sólo admitirán gente que conozcan.

—¿Y de vigilante? —sugirió Júpiter.

—Parece ser la ocupación reservada para el tal Max —dijo Ty—. Y también, resultaría sospechoso.

—¿Y en el túnel de lavado? —intervino Bob—. Allí es donde van Tiburón y su pandilla. En estos sitios siempre se necesita gente que les dé brillo a los coches con el trapo. Pete podría tratar a Tiburón y, por ese camino, quizá lograr introducirse luego en el garaje Autovía.

—Exacto —declaró Ty—. Podría decir que le gustaría tanto y cuanto hiciera de mecánico, y que necesita un montón de dinero; y podría conquistar a Tiburón con su destreza con los coches.

—Eso sería muy largo —objetó Júpiter—. A menos... ¿Y si saboteamos alguno de los coches de Tiburón de manera que resulte fácil arreglarlo pero difícil de descubrir a menos que se sepa qué es? Entonces Pete podría arreglarlo como por arte de magia y ganarse a Tiburón.

—Puedo «arreglar» un par de cables imposibles de detectar —propuso Ty—. Creo que funcionaría.

—Es la mejor solución —dijo Bob.

—Hemos de asegurarnos de que Tiburón lleva su coche al túnel de lavado —repuso Pete.

—No será problema porque es donde suele recalar —replicó Júpiter—. Pero la infiltración también nos podría llevar mucho tiempo. Necesitamos un plan alternativo.

—¿Cuál, Jupe? —preguntó Bob.

—Uno de nosotros puede alquilar una plaza de estacionamiento en la Autovía y, desde el vehículo, vigilar lo que ocurre. No es una solución tan buena como la de la infiltración, pero podría revelarnos dónde tienen el taller de desguace.

—¿Quién alquilará la plaza? —preguntó Ty.

—Yo tengo trabajo todo el día con Sax —explicó Bob—, y quizá tendré que ir a la fiesta que las chicas dan en la playa, se lo prometí. Eh, Jupe, Ruthie está ansiosa de que vengas.

—Ty podría conducir a la policía al garaje y poner sobre aviso a los ladrones —se apresuró a decir Júpiter—. Quedo yo. Lo siento, no podré ir a la fiesta. Debo ir a buscar mi nuevo coche.

—Espera un minuto —intervino Pete—. ¿Y qué me dices de Torres y del pistolero ése del garaje? Te conocen, Jupe.

—Si está Torres, tendré que marcharme a toda prisa —admitió Júpiter—. Pero no creo que Max en aquella ocasión me viera muy bien. De todas maneras, no queda nadie más. Pete, tú estarás arriesgándote en el túnel de lavado.

Pete tragó saliva con dificultad.

—Me imagino que todos corremos algún riesgo. De acuerdo, me presentaré para la plaza de limpiacoches.

—Te acompañaré a buscar tu coche con una camioneta de las de aquí —le dijo Ty a Jupe—. Después iré a ese Taco Bell que habéis mencionado para estar cerca de Pete. Si los polis me siguen, lo único que verán es que voy a comer un par de tacos.

Júpiter abrió un cajón y sacó todo el dinero que tenía para pagar el estacionamiento. A continuación, se dirigió al taller del cual volvió a los pocos minutos con tres diminutos transmisores.

—Que Pete se ponga una camisa de trabajo y una corbata de cuero con nudo grueso, dentro del cual puede llevar el transmisor. Su radio de alcance es muy corto pero podrá hablar con Ty, y yo podré comunicarme con cualquiera que se halle fuera del garaje.

Salieron todos juntos del almacén. Bob se fue a la oficina de Sax Sendler. Pete, a ponerse su camisa y su corbata, y Ty y Júpiter a recoger el nuevo Honda de este último.

—Nos reuniremos más tarde en el cuartel general —le dijo a Ty.

Éste sonrió.

—Conduce con cuidado.

Júpiter sonreía como chico con juguete nuevo al volante de su propio cacharro camino de su misión. El pequeño vehículo iba como una seda, adaptándose al suelo perfectamente, y pasando por los lugares más estrechos como una serpiente. Tomó el camino más largo hacia el garaje sólo para disfrutar un poco más de la conducción.

Cuando llegó, hizo sonar la bocina ante la entrada. No ocurrió nada.

Al cabo de unos minutos repitió el bocinazo.

Un hombre salió por la puerta lateral. ¡Era Max, el pistolero!

—¿Qué pasa?

Júpiter tragó saliva con dificultad para ocultar el pánico, pero el otro no dio muestras de haberlo reconocido. En verdad, el día anterior y a causa de la defectuosa luz del garaje, Max no había podido verlo con claridad. Júpiter respiró hondo y le dedicó su sonrisa más angelical.

—Necesito una plaza para toda una semana —anunció.

Max le dio la espalda.

—No tenemos.

—Casi todo el tiempo dejaré el coche aquí —prosiguió Júpiter como si no le hubiera oído—. Pero alguna vez entraré y saldré. ¿De acuerdo?

El hombre giró de nuevo y le miró fijamente.

—Piérdete, tío.

El pistolero desapareció dentro. Júpiter, sentado en su nuevo Honda, se esforzaba en pensar. Finalmente, tuvo que admitir que estaba derrotado. Si no querían alquilarle una plaza, no podía obligarlos a hacerlo. Sombrío, volvió al almacén de su tío. Esperaba que Pete hubiera tenido más suerte.

No había nadie ni en el taller ni en el remolque. Júpiter masticó con aire culpable una barrita de chocolate que extrajo de su escondrijo. Decidió que el pomelo y el queso fresco no eran una dieta que le conviniera. Tenía que encontrar otra. Con esta decisión, se sintió un poco mejor. Salió para admirar una vez más su flamante coche.

El teléfono sonó dentro del remolque.

—¡Jupe! —era Ty—. ¡Ha habido suerte! ¡Dos tipos acaban de dejar el túnel de lavado y a Pete ya le han puesto una gamuza en la mano y le han encargado que les saque brillo a los coches!

—¿Y Tiburón y los Pirañas?

—Todavía no han llegado. Estaré aquí y vigilaré la zona. ¿Cómo te ha ido?

—Mal —confesó Júpiter sombrío. Y le contó lo ocurrido con Max, el pistolero.

—No lo creo. Lo que quiere este tipo es dinero en la mano. Ven a buscarme, iremos los dos.

—¿Quieres decir que busca una propina?

—Claro. Los tipos como ése siempre quieren algo a cambio de facilitarte una plaza. El que les engrasa mejor la mano, tiene el mejor sitio.

—Vengo para acá —dijo Jupe y colgó. Acto seguido montó en su nuevo Honda y se dirigió rápidamente hacia el Taco Bell. Al verlo llegar Ty salió.

—¿No deberías quedarte y vigilar? —preguntó Júpiter.

—No ocurre nada en estos momentos y tampoco vamos a tardar mucho.

—De acuerdo. Conduce tú —decidió Júpiter—. Yo me ocultaré en la parte de atrás y, cuando te vayas, me quedaré dentro.

—Vamos.

Ty condujo el vehículo hacia el garaje con Júpiter escondido en el suelo de la parte posterior y el dinero de su primo en el bolsillo. Había recorrido cinco travesías cuando soltó una maldición.

—Otra vez los polis. Esta vez se trata de un Arries azul, pero los reconozco en cualquier parte. —Júpiter oyó que soltaba la risa y decía dirigiéndose a los perseguidores—: De acuerdo, chicos. Si lo queréis así, vamos allá. Agárrate Jupe.

El coche pareció despegar como un cohete. Júpiter tuvo que asirse fuertemente a la parte baja del asiento de atrás. Ty conducía como si llevara una bala de cañón. Obligaba al coche a dar giros tan bruscos que lanzaban a Júpiter contra cada rincón de la parte de atrás. Pero no era él mismo de quien se preocupaba.

—¡Mi coche! —gemía—. ¡Me lo destrozarás!

Ty se echó a reír.

—¡Que va! ¡Este chiquitín es fuerte!

Golpeado y arañado, Júpiter oía como el vehículo crujía y gemía a causa de los giros violentos y de los bruscos acelerones, mientras saltaba y chirriaba a causa de los accidentes del terreno, como si Ty estuviera conduciendo a campo través o sobre raíles de tren.

De repente, pisó el freno y el coche frenó de maravilla. Ty se echó a reír nuevamente.

—Nos hemos perdido. ¿Estás bien?

—Yo sí, ¿y el coche? —gruñó Júpiter.

—Perfecto —replicó Ty con una risita—. Casi estamos en el garaje. A partir de ahora ocúltate bien.

Júpiter se aplastó contra el suelo cuando el coche se detuvo. Ty hizo sonar la bocina. Nuevamente salió Max, el pistolero.

—¿Sí?

—Necesito una plaza para una semana —dijo Ty. —Está lleno.

—Usted me parece un hombre razonable. ¿Cuánto es una semana por anticipado?

Hubo un silencio. A continuación: —Cincuenta pavos.

—¡Eh! ¡Si sólo es la mitad de lo que me imaginaba! Digamos cien. Aquí están. Contantes y sonantes.

Max hizo una pausa.

—Supongo que podré aparcarlo en algún rincón. Las puertas del garaje se abrieron y el Honda entró en el sombrío local. Se colocó en una hilera del fondo. —Ya estás dentro —dijo Ty. Júpiter se lamentó:

—Esos cien es todo cuanto me quedaba.

—Era el único modo, Jupe. Volveré al túnel de lavado por si puedo ayudar en algo a Pete. Vendré a buscarte a las cinco.

Y Júpiter se quedó solo en el lóbrego y silencioso garaje.