CAPÍTULO 5
Los Pirañas en acción
La Cabaña era un cuchitril situado en las afueras de Rocky Beach cuya especialidad eran las pizzas. Júpiter y Bob llegaron a las ocho. Peter, inevitablemente, tuvo que llevar a Kelly a una de las muchas fiestas que se organizan en primavera y Júpiter, se limitó a suspirar una vez más.
Pequeño y andrajoso, La Cabaña atraía a un público compuesto en su mayoría por los estudiantes de enseñanza media y superior locales. Muchos de los lugares que ofrecían música en directo vendían también licor, por lo que inmediatamente quedaban fuera del alcance de los menores de veintiún años. La ley se hacía cumplir rigurosamente hasta el extremo de obligar a los miembros de los conjuntos que no hubiesen cumplido al edad reglamentaria a permanecer en el escenario bajo la mirada vigilante de un empleado del local. Pero La Cabaña era un restaurante de pizzas que sólo servía bebidas sin alcohol y los adolescentes acudían en masa.
Mejor dicho, acudían en masa la mayoría de las noches. Aquella no.
Cuando Júpiter y Bob entraron, vieron a dos chicos de la escuela superior jugando en una vieja y destartalada máquina de juegos electrónicos. Otros dos comían una pizza, con los ojos clavados en un silencioso aparato de TV. Cuatro chicas se sentaban en una de las mesas situadas al lado de la minúscula pista de baile. Debían ser amigas de los componentes del conjunto, porque eran las únicas que prestaban atención a lo que ocurría en el escenario.
La Cabaña estaba casi vacía, pero un ruido ensordecedor llenaba el pequeño local.
«¡Para bailar la bamba... bamba!»
Cinco muchachos cantaban y tocaban un ritmo de salsa con guitarras eléctricas, un bajo y un sintetizador; aquello sonaba como una banda callejera mexicana. El batería le daba a los platillos y tambores y, de vez en cuando, agitaba unas maracas. Rodeados de cables, amplificadores, pedales y mil piezas más de su equipo, apenas les quedaba espacio para moverse en el pequeño escenario.
«¡La... bam... ba...!»
¡El Tiburón y los Pirañas! El batería hizo un repiqueteo final, giraron todos con un paso de baile y saludaron como posesos a la sala casi vacía, con los rostros brillantes de sudor. Miraron esperanzados la puerta, cuando ésta se abrió para dar paso a Júpiter y Bob, que tomaron asiento en una mesa del fondo.
—¡Qué malos son! —exclamó Júpiter.
—Con razón Sax dice que, en lugar de cantar, se limitan a gritar —asintió Bob—. ¡Y qué mal tocan además!
—Imagino que Tiburón es el del traje blanco.
—Exacto. Es el tipo alto que toca la guitarra eléctrica. Ahora canta.
Júpiter lo contempló mientras cantaba y se movía frenético en medio de los cables. Delgado y bien parecido, llevaba un exótico traje blanco compuesto de pantalones ajustadísimos, chaqueta larga y camisa de seda abierta hasta la cintura. Era todo un espectáculo aunque acompañado de muy poco talento. Los cuatro Pirañas, más bajos que él, tocaban a su espalda vestidos de rojo y negro.
—No tienen mucho de conjunto salsero que digamos —comentó Bob—. No sé como Hatch los puede haber contratado.
—Yo tampoco —respondió Júpiter.
El esforzado conjunto atacó ahora un rock and roll. Los chicos de la escuela superior dejaron de comer y de jugar con la maquinita y se pusieron a escuchar. Entró más gente, pero aún faltaba mucho para llenar el local. De repente, Bob se inclinó hacia Júpiter.
—Aquel es Jake Hatch.
Un hombre bajito y gordinflón, embutido en un caro traje gris, había irrumpido en la cafetería. Sobre su amplio estómago cubierto por un chaleco, brillaba una cadena de reloj. Tenía un rostro pálido y sombrío, y una barba de las que siempre reclaman un buen rasurado.
Hatch echó una mirada malhumorada al vociferante conjunto y otra del mismo calibre a la sala casi vacía.
—¿Te reconocerá? —preguntó Júpiter.
—Claro —respondió Bob—. No sabe por qué hemos venido a ver a Tiburón, pero seguro que Gracie le ha contado nuestra visita.
Hatch se quedó de pie al lado de la puerta. Miró cejijunto al ruidoso conjunto y contempló a los pocos espectadores hasta que la pieza llegó a un estrepitoso final. Los Pirañas dejaron sus instrumentos y se reunieron con las chicas de la mesa de primera fila. Tiburón circulaba entre el reducido grupo sonriendo y hablando. Jake Hatch encendió su puro. En aquel momento vio a Bob, y sus espesas cejas se alzaron. Se acercó a la mesa.
—¡Vaya! —exclamó mientras se sentaba—. ¿Con que Sax necesita a Tiburón y a los Pirañas, eh? Olvidadlo, no reparto comisiones.
—Estamos interesados en un conjunto de salsa —explicó Bob—. Sax nos ha enviado a ver a Tiburón, mientras él busca por Los Angeles.
Hatch soltó una risa desagradable.
—Esto no es lo que me ha dicho Gracie. Tenéis un tipo que vio al conjunto en Oxnard, hace un par de noches, y anda loco con ellos.
—Pero nosotros ya conocemos a Tiburón, ¿no es cierto? —sonrió Bob—. Si lo promocionamos, la comisión irá al cincuenta por ciento.
El rostro de Hatch enrojeció de cólera.
—Algún día voy a echar a Sendler de la ciudad con el rabo entre las piernas. Todo el mundo sabe que engaña y miente para conseguir clientes y conjuntos. Y tú caerás con él, muchacho, si no te das cuenta a tiempo de lo que te conviene.
—Le agradezco su interés por mi carrera —replicó Bob en tono suave.
—Sigue mi consejo y deja colgado a Sendler —insistió Hatch. Dio unas chupadas al puro—. ¿Te gustaría ganar dinero fresco?
—Siempre estoy dispuesto a ganar dinero —sonrió Bob.
—Cuéntame lo que hace Sendler. Quiénes son sus clientes, cómo encuentra a sus clientes, cómo trabaja.
—¡Pero, señor Hatch! ¡Eso sería espiar! —exclamó Bob fingiendo un divertido horror.
—Todo el mundo espía, chico.
—Lo siento, señor. Ése no es mi estilo.
Hatch le clavó unos ojos iracundos.
—No te hagas el honrado conmigo. ¿Cómo llamas a lo que estás haciendo aquí? Estoy enterado de que Sendler te envió para hacer un trato con Tiburón a espaldas mías.
—¿Quién ha dicho eso? —replicó Bob—. Sax no...
Júpiter le dio un puntapié por debajo de la mesa. No podían decirle a Hatch que Sax Sendler no sabía nada de su presencia allí. Hatch hubiera advertido que toda la historia acerca de alguien a quien le gustaban el Tiburón y sus Pirañas era una patraña. El agente les miró lleno de sospechas. En aquel momento, Tiburón se acercó a la mesa.
—Habláis de Tiburón, ¿eh? —trompeteó el reluciente líder del conjunto—. Sois fans míos, ¿eh? Os gusta nuestra música. Aquí tenéis al Tiburón y sus Pirañas.
—Bien... —empezó Bob.
—¡Sois fabulosos! —interrumpió apresuradamente Júpiter—. Especialmente tú. ¿Porque tú eres Tiburón, no?
—En persona —declaró el guitarrista cantante irguiéndose en toda su estatura. De cerca podía apreciársele un rostro largo y orgulloso, liso como un guante de piel marrón clara—. ¿Quieres una foto dedicada? Jake, déles a estos chicos una de las instantáneas que nos sacamos aquí.
Hatch miró lleno de dudas a Júpiter, no muy seguro de su relación con Bob. Su rostro denotaba desconfianza. Si Júpiter era un auténtico fan, Hatch no quería ofenderle, pero si sólo había venido por acompañar a Bob, no tenía la menor intención de hacerle ninguna concesión. Intentó obviar la situación contándole a Tiburón la razón de la presencia de Bob.
—Las tengo fuera en el coche. Luego las traeré —y señalando a Bob con la cabeza añadió—: Éste de aquí no es un fan. Trabaja...
—¡Eh! ¡Yo conozco bien a mis fans! —protestó el cantante arrugando el entrecejo. Sus dientes y su larguirucha faz, se asemejaban más que nunca al pez del cual llevaba el nombre—. Vaya a buscar una foto para mi amigo, ¿de acuerdo? —Además de arrogante era de lo más vulgar.
Bob y Júpiter temieron que Hatch estallaría de rabia, pero el descubridor de talentos se limitó a tragar saliva con gran esfuerzo; logró esbozar una sonrisa, se levantó y se dirigió a la salida.
—¿Podría decirle a Jake que traiga otra para mi primo Ty? —preguntó Júpiter una vez el agente hubo desaparecido tras la puerta de entrada.
—¡Claro! Jake traerá más de una. ¿Tu primo también es un fan mío?
—No, exactamente —replicó Júpiter—. Dice que te conoce. Me ha pedido que te salude.
—¿Es alguien de otro conjunto? Conozco un montón de chicos que tocan.
—No —declaró Júpiter—. Es el que llevó el coche de tu hermano a Rocky Beach, tal como tú le pediste. Pero no pudo encontrar a su propietario. .
Lentamente la sonrisa de Tiburón se desvaneció. A los pocos segundos reapareció, pero ya no era la misma. Esta vez era igual a la de un verdadero escualo.
—Ya... Sí. He oído hablar de ese gringo que robó unas buenas ruedas y se descolgó con esa ridícula historia de que yo le había pedido que llevara el coche a mi hermano. Ni los polis se tragan eso. —Movió la cabeza como compadeciéndose de Ty—. Tu primo ¿eh? Malo, malo, malo...
—¿Así que no sabes nada del asunto? —insistió Bob. Tiburón se echó a reír.
—Eh, chico, sabes una cosa... Ese primo tuyo ni siquiera había estado en Oxnard. ¡Y te diré más, no tengo ningún hermano!
Sin dejar de reír, el solista larguirucho se alejó en dirección a sus compañeros.
Bob miró a Júpiter consternado.
—¿Jupe? Si no tiene ningún hermano, ¡Ty nos ha mentido!
Desde el escenario, los cuatro Pirañas fijaron sus ojos en Bob y Júpiter. Jake Hatch volvió con un puñado de fotografías en la mano. Miró a los chicos y a continuación a Tiburón y los Pirañas que se preparaban para la próxima actuación. El agente se dirigió hacia el escenario.
—¡Vámonos! —urgió Júpiter—. ¡Salgamos de aquí!
—¿No quieres la foto? —preguntó Bob.
—Sígueme.
Se abrieron paso entre la gente que llegaba y salieron al exterior. Ya era de noche. Al pasar por delante del tablero de anuncios del local, de camino al VW de Bob, Júpiter arrancó la foto de Tiburón.
Bob seguía con semblante descorazonado cuando entraron en el coche.
—No es posible que haya mentido en lo de su hermano, Jupe. Ha de ser Ty quien miente.
—No, si Tiburón se proponía deshacerse de un coche robado y le mintiera entonces acerca de tener un hermano —replicó Júpiter mientras Bob ponía el vehículo en marcha—. Lo único seguro es que alguien miente —añadió sombrío.
—¿Quién, Jupe? ¿Y sobre qué?
—Tiburón sólo podía haberse enterado de la historia de Ty por nosotros, o bien, por la policía, o por Joe Torres y sus amigos. Nosotros, no se lo hemos contado. La policía, no creo. Por tanto se lo debe haber dicho Torres o uno de los otros dos. Esto significa que conocen a Tiburón ¡y mintieron a la policía!
—¡Tienes razón, Jupe! —exclamó Bob.
—Y —continuó Júpiter— esta noche en ningún momento hemos mencionado Oxnard y, sin embargo, Tiburón sabía que Ty se llevó el coche de allí.
—¡Uau! Entonces, o bien Torres le contó a Tiburón lo de Oxnard, o Ty dice la verdad sobre el cantante. O ambas cosas. ¿Qué vamos a hacer?
—Lo que vamos a hacer —dijo Júpiter— es dar la vuelta, volver y esperar a que Tiburón y los Pirañas salgan de La Cabaña.