LA INCREÍBLE VERDAD

—Jory —dijo madame, mientras rodábamos en su viejo y ruidoso coche en dirección a mi casa—, tus padres no os cuentan gran cosa de su pasado, ¿verdad?

—Nos explican lo suficiente —respondí, muy tieso, molesto por su manera de entremeterse en lo que no le importaba—. Saben escuchar a los demás, y todo el mundo opina que su conversación es excelente.

—Saber escuchar —dijo— es la mejor manera de eludir preguntas que uno preferiría no oír.

—Mire, abuela. A mis padres les gusta la intimidad del hogar. Nos han pedido, a Bart y a mí, que no hablemos de nuestra vida hogareña con nuestros amigos, y creo que eso propicia que una familia se mantenga unida.

—¿De veras…?

—¡Sí! —contesté, realmente irritado—. ¡Yo también soy reservado!

—A tu edad, hay que serlo; a la suya, no.

—Madame, mi madre fue célebre por su arte, y papá es médico. Además, mamá se ha casado tres veces. No creo que desee que su cuñada, Amanda, sepa dónde vive.

—¿Por qué?

—Mi tía Amanda no es muy amable; eso es todo.

—Jory, ¿confías en mí?

—Sí —mentí.

—Entonces, cuéntame todo lo que sepas de Paul. Dime si está tan enfermo como ella dice, o si aún sigue con vida. Dime por qué vive Christopher en vuestra casa, y si es él quien hace de padre de Bart y de ti.

¡Oh! No sabía qué responder. Prefería que siguiese hablando mientras yo intentaba reunir las piezas del rompecabezas. En realidad, no quería que ella comprendiese la situación antes que yo.

Tras una larga pausa, dijo:

—Mira, después de la muerte de Julián, tu madre vivió contigo en la casa de Paul, y luego se trasladó contigo y con su hermana menor, Carrie, a las montañas de Virginia. Su madre vivía allí, en una espléndida mansión. Parece que Catherine estaba dispuesta a arruinar el segundo matrimonio de su madre. El marido de tu abuela materna se llamaba Bartholomew Winslow.

Volví a sentir aquel nudo doloroso en la garganta. No le diría que Bart no era hijo de papá Paul, ¡no se lo diría!

—Abuela, si desea que siga queriéndola, por favor, no me cuente cosas feas de mi madre.

Alargó una mano flaca para estrechar la mía.

—Está bien, admiro tu fidelidad. Sólo pretendía que conocieses los hechos.

En aquel momento, el coche estuvo a punto de salirse de la carretera y caer en la cuneta.

—Yo sé conducir, abuela. Si está fatigada y no ve bien las señales de tráfico, puedo llevar yo el coche. Usted podría descansar en el asiento posterior.

—¿Dejar conducir a un chico de catorce años? ¿Estás loco? ¿O acaso insinúas que no te sientes seguro conmigo al volante? Durante toda mi vida tuve que dejarme llevar por otros, primero en carreta, después en coche de caballos y luego en taxi o automóvil; pero, tres semanas antes de venir aquí, poco después de recibir la carta en que me contabas el accidente de tu madre, tomé lecciones de conducción a mis setenta y cuatro años, y ya ves cómo aprendí.

Por último, tras estar a punto de volcar en otras cuatro ocasiones, entramos en el paseo circular de nuestra casa. Allí estaba Bart, acechando a un animal invisible, esgrimiendo su cortaplumas a modo de puñal, presto a saltar y matar a la fiera.

Madame lo ignoró y estacionó el coche. Me apeé rápidamente y fui a abrir su portezuela, pero cuando quise llegar ella ya había bajado. Entretanto, Bart, detrás de ella, daba cuchilladas al aire con su cortaplumas.

—¡Muera el enemigo! ¡Mueran las ancianas vestidas de negro! ¡Mueran! ¡Mueran! ¡Mueran!

Tranquilamente, como si no hubiese oído ni visto nada, madame siguió caminando. Yo empujé a Bart a un lado y susurré:

—Si quieres que te encierren hoy mismo, sigue con esta clase de juegos.

—Negro… Odio el negro… Tengo que destruir a todos los diablos negros.

Guardó el cortaplumas en su bolsillo, después de doblarlo cuidadosamente y acariciar el mango de nácar que tanto admiraba, y con motivo, pues aquel regalo me había costado siete pavos.

Sin esperar respuesta a su impaciente llamada, madame entró en nuestra casa y arrojó su bolso sobre el pequeño sofá del vestíbulo. El ruido del tecleo de la máquina de escribir llegaba débilmente hasta nosotros.

—Escribiendo… —dijo ella—. Supongo que se entrega a ello con tanta pasión como se entregaba a la danza…

No dije nada; tampoco corrí a avisar a mamá, pues la abuela no me lo habría permitido. Mamá pareció sorprenderse al ver de pronto a madame Marisha en su habitación.

—¡Catherine! ¿Por qué no me dijiste que el doctor Paul Sheffield había muerto?

Mamá enrojeció y después palideció. Inclinó la cabeza y levantó las manos para cubrirse la cara. Pero, recobrando inmediatamente su aplomo, alzó la cabeza, miró furiosamente a madame y empezó a ordenar los papeles en un pulcro montón.

—Me alegro de volver a verla, madame Marisha, aunque habría preferido que me anunciase su visita. Sin embargo, estoy segura de que Emma podrá repartir las chuletas de cordero de manera que pueda usted comer un par…

—No eludas mi pregunta con tonterías sobre la comida. ¿Supones que me atrevería a contaminar mi cuerpo con vuestras estúpidas chuletas de cordero? Yo como alimentos sanos, sólo alimentos sanos.

—Jory —dijo mamá—, por si acaso Emma viese a madame, corre a avisarle que no ponga otro cubierto en la mesa.

—¿A qué viene toda esa palabrería idiota sobre chuletas de cordero? He venido para plantearte una pregunta importante, y tú me hablas de comida. Contesta, Catherine, ¿está muerto Paul Sheffield?

Mamá me miró y me hizo una seña para que saliese, pero yo no estaba dispuesto a hacerlo. Permanecí donde estaba, desafiándola. Ella palideció aún más y pareció horrorizada al ver que yo, su hijo favorito, no la obedecía. Luego, como si se resignase, murmuró con voz que traslucía su confusión:

—Usted nunca preguntaba por mí ni por mi marido; por consiguiente, deduje que sólo le interesaba Jory.

—¡Catherine!

—Jory, haz el favor de salir inmediatamente de aquí. ¿O tengo que sacarte por la fuerza?

Salí un instante antes de que ella llegase a la puerta y la cerrase de golpe.

Apenas si podía oír algo de lo que decían en el interior de la habitación, pero acercando un oído a la madera conseguí oír mejor.

—Madame, usted no sabe lo mucho que necesitaba a alguien en quien confiar. Pero usted se mostraba siempre tan fría, tan distante, que pensé que no me comprendería.

Silencio. Un gruñido.

—Sí, Paul murió hace años. Procuro pensar en él como si aún estuviese vivo, aunque invisible. Trajimos aquí sus estatuas y sus bancos de mármol, para que nuestro jardín fuese como el suyo, aunque lo cierto es que no lo logramos. Sin embargo, cuando llega el crepúsculo y salgo al jardín, tengo la impresión de que le siento cerca de mí, de que todavía me ama. Estuvimos muy poco tiempo casados. Él nunca estuvo realmente bien… y por eso cuando murió me sentí frustrada al no haber podido darle los años de vida dichosa que le debía. En cierto modo, quería compensarle por lo ocurrido con Julia, su primera esposa.

—Catherine —dijo madame, bajando la voz—, ¿quién es el hombre a quien tus hijos llaman padre?

—Eso no le importa, madame. —Percibí cómo crecía la irritación en la voz de mi madre—. Vivimos en un mundo diferente de aquel en que usted se crió. Usted no ha vivido mi vida, ni ha estado dentro de mi mente. Ignora las privaciones que pasé cuando era joven y estaba más que necesitada de afecto. No me condene con sus ojos negros y maliciosos, porque no puede comprenderlo.

—¡Oh, Catherine! Tienes un concepto muy pobre de mi inteligencia. ¿Supones que soy torpe, ciega e insensible? Sé muy bien quién es el hombre a quien mi nieto llama papá. Y no es extraño que nunca pudieses amar bastante a mi Julián. Yo solía pensar que su rival era Paul; pero ahora me doy cuenta de que no era Paul la persona a quien realmente amabas, y tampoco aquel Bartholomew Winslow… Era Christopher, tu hermano. A mí me importa un bledo lo que hagáis tú y tu hermano. Si te acuestas en su cama y encuentras en ella la felicidad que piensas que te fue robada hace muchos años, puedo hacer comparaciones y decir que cada día ocurren cosas mucho peores que el hecho de que dos hermanos finjan ser marido y mujer. Pero debo proteger a mi nieto. Él es lo primero para mí. No tienes derecho a hacer que tus hijos paguen el precio de tu ilícita relación.

¡Oh…! ¿Qué estaba diciendo? «Mamá, haz algo, di algo, ¡haz que me sienta bien de nuevo! —pensé—. Haz que vuelva a sentirme seguro y real. Di que es mentira, que no existe ese hermano al que nunca has mencionado».

Me acurruqué en el suelo, hundiendo la cara entre las manos, negándome a oír, pero sin atreverme a marcharme.

La voz de mamá sonó tensa y ronca, como si le costase contener las lágrimas.

—No sé cómo lo descubrió, pero, por favor, trate de comprender…

—Te repito que me importa un bledo, y creo que lo comprendo. Me aflige que no pudieses amar a mi hijo, como nunca pudiste amar a ningún hombre más que a tu hermano. Lloro por Julián, que creyó que eras un ángel de perfección, su Catherine, su Clara, su Bella Durmiente a quien jamás podría despertar. Para él eras eso, Catherine: la personificación de todas las muñecas danzantes del ballet, virgen y pura, dulce y casta, cuando en definitiva, no eres mejor que el resto de nosotras.

—¡Por favor! —suplicó mamá—. Traté de librarme de Chris. Me esforcé por amar más a Julián. Lo intenté, realmente lo intenté.

—No, no lo intentaste. Si lo hubieses intentado, lo habrías conseguido.

—¡Usted no puede saberlo! —exclamó mamá, desesperada.

—Catherine, tú y yo viajamos muchos años en el mismo barco y dejaste caer trocitos y retazos de información durante todo el trayecto. Y ahí tienes a Jory, que hace cuanto puede por protegerte…

—Pero él no lo sabe. Por favor, ¡dígame que no lo sabe!

—No lo sabe. —La voz de madame se suavizó ligeramente—. Pero habla y dice cosas sin darse cuenta. Los jóvenes son así; creen que los viejos somos tan seniles que no podemos sumar dos más dos. Piensan que podemos vivir hasta los setenta años y no saber más de lo que saben ellos a los catorce. Suponen que tienen el monopolio de la experiencia, porque ven que nosotros no hacemos gran cosa, mientras que sus vidas están llenas en todo momento, y se olvidan de que también nosotros fuimos jóvenes. Pero nosotros convertimos nuestros espejos en ventanas, mientras que ellos, al plantarse delante del espejo, sólo contemplan su propia imagen.

—Por favor, madame, no hable tan fuerte. Bart tiene la manía de esconderse para escuchar.

La voz estridente bajó de tono, dificultando que pudiese oír.

—Está bien; diré lo que tengo que decir y me marcharé. No creo que tu casa sea lugar adecuado para un chico de la sensibilidad de Jory. Aquí la atmósfera es tensa, como si pudiese explotar una bomba en el momento menos pensado. Y es evidente que tu hijo menor necesita tratamiento psiquiátrico. Estuvo a punto de pincharme con un cuchillo al acercarme a esta casa.

—Bart está siempre jugando… —repuso débilmente mamá.

—Pues, ¡bonita manera de jugar! Casi me rasgó el abrigo con su navaja. Y este abrigo es casi nuevo. Será el último que lleve hasta que me muera.

—Por favor, madame, no estoy de humor para hablar de la muerte.

—¿Te he pedido que me compadezcas? Si así lo has creído, considéralo desde otro punto de vista; llevaré este abrigo mientras viva. Y, antes de morir, quiero ver a Jory alcanzar la fama que debió conseguir Julián.

—Hago cuanto puedo —indicó mamá, con voz apenas audible, como si estuviese tremendamente cansada.

—¿Y qué puedes hacer? ¡Por todos los diablos! Vives aquí con tu hermano, exponiéndote a un escándalo público. Tarde o temprano estallará tu frágil pompa de jabón. Y Jory sufrirá, víctima del vituperio de sus condiscípulos. Los periodistas te acosarán, así como a él y a todos los de la casa. La justicia te quitará a tus hijos.

—Siéntese, se lo ruego. No siga paseando arriba y abajo.

—Maldita seas, Catherine, por no escucharme. Hace muchísimo tiempo, sospeché que acabarías sucumbiendo a la adoración de tu hermano. Incluso cuando te casaste con el doctor Paul, pensé que tú y Chris… Bueno, no importa lo que yo pensara; lo cierto es que te casaste con un hombre que tenía un pie en la tumba. ¿Fue por remordimiento de conciencia?

—No lo sé. Yo pensaba que le amaba y que estaba en deuda con él. Tenía mil motivos para casarme con él, la más importante de las cuales era que me necesitaba; esto habría sido ya razón suficiente.

—Está bien, no te faltaban razones. Pero perjudicaste a mi hijo. No le diste lo que necesitaba, y nunca comprendí cómo pudiste resistir tanto. Él lloraba a menudo, quejándose de que no le amabas lo bastante. Siempre decía que tenía que haber un hombre misterioso al que amabas más que a él… pero entonces yo no lo creía. Era tonta, ¿no? Y él también, ¿verdad? Pero todos lo éramos cuando se trataba de ti, Catherine. Eras tan hermosa y joven, y tenías un aspecto tan inocente… ¿Acaso naciste con la experiencia de una mujer vieja y astuta? ¿Cómo supiste tan bien, desde tu adolescencia, cómo conseguir que un hombre te amase hasta la locura?

—A veces el amor no basta —dijo mamá con tono triste, mientras yo me sentía casi paralizado por la horrible información que estaba escuchando. Por momentos, a cada latido de mi corazón, estaba perdiendo a la madre a quien tanto amaba, y también al único padre que, con el tiempo, había llegado a querer—. ¿Cómo se enteró de lo mío con Chris? —preguntó mamá, haciendo que aumentase mi temblor.

—¿Qué importa eso? —contestó madame, y esperé que no me delatase—. Como te dije antes, no soy imbécil, Catherine. Formulé unas cuantas preguntas, escuché las respuestas de Jory, y sumé los datos. Hacía años que no veía a Paul. En cambio, Chris estaba siempre presente. Bart está al borde de la locura a causa de lo que Jory me ha revelado de forma inocente, no intencionadamente, sino sólo por descuido, porque te ama. ¿Crees que puedo quedarme tranquilamente sentada y dejar que tú y tu hermano arruinéis también la vida de mi nieto? No permitiré que destruyáis su carrera y su salud mental. Dejarás que lleve a Jory al este conmigo donde estará a salvo, lejos de la bomba que acabará por explotar, haciendo que vuestras vidas sean expuestas en la primera página de todos los periódicos del país.

Yo estaba mareado. Entreabrí la puerta, lo suficiente para ver que mi madre estaba pálida como la muerte. Empezó a temblar, igual que yo temblaba, pero no había lágrimas en sus ojos, como las había en los míos. Mamá, ¿cómo pudiste vivir con tu hermano, si todo el mundo sabe que es algo malo? ¿Cómo fuiste capaz de engañarnos, a Bart y a mí? ¿Y cómo pudo Chris hacernos esto? Yo siempre había pensado que él era perfecto, bueno para ti y para nosotros. Pecado, pecado. No era extraño que Bart anduviese siempre salmodiando sobre el pecado y las penas eternas del infierno. De alguna manera, Bart lo había averiguado antes que yo.

Postrado, apoyé la cabeza contra la puerta, cerrando los ojos y tratando de respirar hondo para que mi estómago dejase de gruñir y contraerse.

Mamá habló de nuevo. Era fácil advertir que se esforzaba en dominar su genio.

—La posibilidad de perder a Bart por unos pocos meses, si es recluido en un manicomio, casi me enloquece. Pero si perdiese también a Jory me enloquecería sin remedio. Amo a mis hijos, madame. Aunque usted nunca quiso reconocerlo, hice cuanto pude por Julián, a pesar de que la vida junto a él no era fácil. Usted y su marido, no yo, hicieron de él lo que fue. No fui yo quien lo obligó a bailar, sabiendo que su verdadera afición era el béisbol. No fui yo quien le castigó a practicar todos los fines de semana, negándole cualquier diversión, sino usted y Georges. Sin embargo, fui yo quien sufrió las consecuencias. Él quería anularme por completo, prohibiéndome toda amistad con otros. Tenía celos de todos los hombres que me miraban y de cualquiera a quien yo mirase. ¿Sabe usted lo que es vivir con un hombre que sospecha que una le engaña en cuanto la pierde de vista? Y yo no le engañaba; era él quien me engañaba a mí. Yo fui fiel a Julián. Jamás consentí que otro hombre me tocase; pero él no pudo decir lo mismo. Deseaba a todas las chicas. Quería aprovecharse de ellas, darles la patada y después volver a mí para que le estrechase en mis brazos y le dijese lo maravilloso que era. Pero yo no podía decírselo cuando apestaba a perfume de otra mujer. Entonces me pegaba, ¿lo sabía usted? Tenía que demostrarse algo. Yo no sabía qué era, pero ahora lo sé: tenía que encontrar el amor que usted le negaba.

Me sentí aún más débil, más mareado, cuando me di cuenta de que mi abuela palidecía. Estaba perdiendo incluso a mi verdadero padre, al que había adorado como a un santo.

—Sabes tergiversar los hechos, Catherine, para herir a los demás. Pero te diré algo; Georges y yo cometimos errores con Julián, lo admito, y tú y nuestro hijo pagasteis por ellos. ¿Vas a castigar a Jory de la misma manera? Permite que me lo lleve a Greenglenna. Cuando estemos allí, le organizaré una actuación en Nueva York. Aún conservo relaciones importantes. Conseguí formar a dos bailarines excelentes; uno se llamaba Julián, y el otro, Catherine. Yo no era mala, y tampoco lo era Georges. Quizá nuestros sueños no nos dejaron ver lo que otros querían, y nos empeñamos excesivamente en vivir a través de nuestro hijo. Era lo único que queríamos, Catherine: vivir a través de Julián. Ahora él está muerto, y dejó un hijo, un único hijo, el tuyo. Sin Jory, mi vida carecería de sentido. Con Jory, tengo mil razones para seguir viviendo. Por una vez en tu vida, da, no tomes.

¡No! ¡No! Yo no quería ir con madame. Mamá bajó la cabeza hasta que sus cabellos cayeron en forma de dos ondas de oro pálido. Se tocó la frente con mano trémula, como si volviese a aquejarla una de sus horribles jaquecas. Yo no quería abandonarla, fuese o no pecadora. Aquél era mi hogar, mi mundo, y ella continuaba siendo mi madre, y Chris, mi padrastro. Además, estaban Bart, Cindy y Emma. Éramos una familia; buena o mala, éramos una familia.

Por fin, mamá pareció tomar una resolución. La esperanza renació en mi alma.

—Madame, apelo a su piedad, y ruego a Dios que tenga alguna. Comprendo que es posible que tenga toda la razón, pero no puedo renunciar a mi hijo primogénito. Jory es el único fruto bueno de mi matrimonio con Julián. Si usted se lo lleva, me arrebatará una parte de mí misma, una parte tan importante que, si la cedo, me costará la vida. Jory me ama y quiere a Chris como podría querer a su propio padre. Aunque ponga en peligro su carrera, no puedo arriesgarme a perder su amor dejando que se vaya con usted… Por favor, no me pida lo imposible, madame. No puedo permitir que Jory se marche.

Madame la miró, larga y severamente, mientras mi corazón palpitaba con tal fuerza que estuve seguro de que ambas lo oirían. Entonces la abuela se levantó, disponiéndose a salir.

—Ya —gruñó—. Ahora voy a hablarte con sinceridad, Catherine, y, quizá por primera vez, te diré toda la verdad. Desde el día que te conocí, envidié tu juventud, tu belleza y, sobre todo, tu temperamento para la danza. Sé que has transmitido a Jory tu extraordinaria habilidad. Has sido una maestra formidable. Veo mucho de ti en él, y también mucho de tu hermano. La paciencia que tiene Jory, su alegre optimismo, su impulso y su buena disposición proceden de tu familia, no de Julián. Pero también tiene algo de Julián. Ha heredado el ardor de mi hijo y sus impulsivos deseos carnales. Si he de herirte para salvarle, no vacilaré en hacerlo. No respetaré ni a tu hermano ni a tu hijo menor. Si no me entregas a Jory, haré cuanto pueda para destruir tu hogar. La ley me confiará la custodia de Jory, y cuando se sepa la verdad nada podrás hacer para detenerme. Si me obligas a emprender este camino, que no es precisamente el que prefiero, me llevaré a Jory al este y no volverás a verlo.

Mamá se puso en pie, dominando a la abuela con su estatura. Nunca me había parecido tan alta, tan orgullosa y tan firme.

—Adelante, haga lo que guste. No cederé un ápice ni toleraré que me robe lo que es mío. Nunca renunciaré a ninguno de mis hijos. Jory es mío, le parí después de dieciocho horas de dolor. Aunque tenga que enfrentarme al mundo entero y su condena, permaneceré con la cabeza erguida y me aferraré a mis hijos. Ni usted ni la ley podrán obligarme a renunciar a ellos.

Al volverse para salir, madame contempló la estancia, deteniendo la mirada en el montón de cuartillas que había sobre el pequeño escritorio de mamá.

—Algún día me darás la razón. —Su voz semejaba el ronroneo de un gato—. Te compadezco, Catherine, como compadezco a tu hermano. También siento pena por Bart, por muy salvaje que sea ese pequeño monstruo. Me inspiráis lástima todos los que habitáis en esta casa, porque saldréis perjudicados. Pero no dejaré que la compasión, ni la comprensión detengan mi mano. Jory estará a salvo conmigo, con mi nombre, no con el tuyo.

—¡Salga de aquí! —ordenó mamá, que había perdido los estribos. Cogió un jarro de flores y lo arrojó contra madame—. Usted arruinó la vida de su hijo, y ahora quiere arruinar la de Jory. Quiere que crea que sólo hay vida en el ballet, bailando, bailando… ¡Pero yo estoy viva! Fui bailarina, ¡y todavía sobrevivo!

Madame miró de nuevo alrededor, como si quisiera lanzarle a su vez algún objeto, pero se agachó despacio para recoger el jarrón roto a sus pies.

—Te lo regalé yo. Es una ironía que lo hayas arrojado contra mí. —Pareció que algo áspero y duro se quebraba cuando de pronto miró a mamá con inusitada dulzura. Volvió a hablar con un tono extrañamente humilde—. Cuando Julián era niño, traté de hacer por él lo que creí mejor, lo mismo que tratas tú de hacer por tus hijos… y, si mi juicio fue equivocado, la intención fue buena.

—Y eso es todo, ¿eh? —replicó amargamente mamá—. Las intenciones son siempre buenas, razonables, pero las excusas son como la tabla de la fábula, a la que todos tratan de agarrarse para no ahogarse. Parece como si toda la vida hubiese estado agarrándome a tablas que no existen. Todas las noches, antes de acostarme con mi hermano, me digo que por esta razón nací, y me consuelo pensando que todo lo malo que he hecho lo he compensado con decisiones justas. En definitiva, he dado a mi hermano la única mujer a la que podía amar, la esposa que tan desesperadamente necesitaba. Le he hecho feliz, y si eso es malo a sus ojos y a los ojos del mundo, me importa un bledo. ¡Me tiene sin cuidado lo que piense el mundo!

Mi abuela seguía plantada allí, con su semblante torturado por emociones contradictorias. Tuve la seguridad de que también ella sufría. Alargó la mano delgada y surcada de venas para tocar los cabellos de mi madre, pero la retiró antes de hacerlo, y su mirada siguió siendo fría, y no perdió el dominio de su voz.

—Repito que te compadezco, Catherine. Os compadezco a todos, pero sobre todo a Jory, porque es quien más tiene que perder.

Retrocedí rápidamente y me escondí cuando ella salió del dormitorio de mamá y recorrió el pasillo, pasando por delante de Bart, que amagó un golpe con su navaja desenvainada.

—¡Bruja! ¡Vieja y negra bruja! —exclamó, levantando el labio superior en una horrible mueca—. ¡Ojalá jamás vuelvas por aquí! ¡Nunca! ¡Nunca!

Yo estaba tan desesperado que hubiese querido meterme en un agujero y morir. Mi madre vivía con su hermano. La mujer a quien había amado y respetado durante toda mi vida era la peor madre que pudiera imaginarse. Ninguno de mis amigos lo creería, pero si llegaban a creerlo mi vergüenza y mi ridículo serían tales que no podría volver a mirarles a la cara. Entonces comprendí algo más. Papá era mi tío carnal, no sólo tío de Bart. ¡Dios mío! ¿Qué haría yo? ¿Adónde había ido a parar? No era una relación platónica entre hermano y hermana, un matrimonio simulado para guardar las apariencias; era incesto, eran amantes. ¡Lo sabía! ¡Lo había visto!

De pronto, todo se había tornado sórdido, feo, repugnante. ¿Por qué habían permitido que floreciese su amor? ¿Por qué no habían impedido que ocurriese?

Deseaba ir a su encuentro y preguntar, pero no podría enfrentarme con mamá, ni con papá cuando regresase a casa. Corrí a mi habitación y me eché sobre la cama, después de cerrar la puerta con cerrojo para sentirme más seguro. Cuando me llamaron para comer, dije que no tenía apetito, yo, que siempre estaba hambriento. Mamá se acercó a la puerta y preguntó, con tono suplicante:

—Jory, ¿has oído algo de lo que me ha dicho tu abuela?

—No, madre —respondí secamente—. Creo que me he resfriado un poco; eso es todo. Mañana estaré bien, no te preocupes.

Dije eso para justificar mi voz ronca. Con todas las lágrimas que vertí, se extinguió el niño que yo había sido hacía apenas unas horas. Me había convertido en hombre. Me sentía viejo, frío, como si nada me importase ya. Y por vez primera supe por qué Bart se sentía confuso y se portaba de un modo tan extraño; él debía saberlo también.

Disimuladamente, observé a mamá, que escribía en su diario encuadernado en cuero azul, y en cuanto se me presentó la primera ocasión entré en su habitación y leí lo que había escrito, a pesar de que era consciente de lo innoble de mi acción. Empezaba a comportarme como Bart. Pero necesitaba saber.

«Madame Marisha me ha visitado hoy, trayendo consigo todas las pesadillas que angustian mis días. Cuando duermo, me invaden otras. Después de que se hubiera marchado, sentí un pánico tan grande que mi corazón empezó a latir como un tambor en la jungla, marcando el ritmo del último combate. Quise correr y esconderme, como nos escondíamos cuando estábamos encerrados en Foxworth Hall. Cuando Chris llegó a casa, le abracé con todas mis fuerzas, pero nada pude explicarle. Él no advirtió mi desesperación, pues estaba demasiado cansado después de un día de trabajo agotador».

«Más tarde me besó y se marchó para hacer sus visitas nocturnas y yo me senté en mi habitación. Mis hijos callaban, encerrados en sus dormitorios. ¿Saben, acaso que nuestro mundo está llegando a su fin?».

»¿Hubiese debido yo permitir que madame se llevase a Jory y le librase del escándalo y la humillación? ¿Fui egoísta al querer retenerle por encima de todo? Y Bart, ¿qué será de Bart? ¿Y qué será de Cindy, si llega a descubrirse nuestro secreto?».

»De pronto tuve la impresión de hallarme de nuevo en Charlottesville, con Chris y Carrie. Emprendíamos el viaje a Sarasota. Como en una película, vi a aquella mujer gorda y negra que subía trabajosamente al lento autobús, con todas sus maletas y paquetes. Henrietta Beach, la querida, querida Henny. ¡Cuánto tiempo hacía que no pensaba en ella! Con sólo recordar su amplia y franca sonrisa, sus ojos cariñosos, sus manos amables, sentí renacer cierta paz, como si me llevase de nuevo hacia Paul, el único que nos salvaría a todos».

»Pero ¿quién puede salvarnos ahora?».

Dejé su diario con los ojos llenos de lágrimas. Fui a la habitación de Bart y le encontré sentado en el suelo, en la oscuridad, con la espalda encorvada como un viejo.

—Acuéstate, Bart —ordené.

Pero ni se movió.