2.
ANTES DE LOS AUSTRALOPITHECUS
• ¿Cuándo aparecen en la historia de la vida los rasgos modernos que diferencian a los grandes primates, como humanos y chimpancés, del resto de simios?
—Hay dos episodios clave, que suceden ambos en África. El primero llega hace unos trece millones de años cuando una especie de primates que hoy en día se ha extinguido inventa una forma revolucionaria de locomoción consistente en colgarse de las ramas de los árboles. El segundo tiene lugar hace unos seis millones de años cuando un gran cambio climático provoca la desaparición de una parte de la selva y algunos primates, que hasta entonces han vivido en los árboles, se arriesgan a bajar al suelo y a probar otra forma de locomoción que también es revolucionaria: la bípeda.
• Empecemos por el primer episodio. ¿Qué tiene de revolucionario que un día a un mono se le ocurriese colgarse de un árbol? Al fin y al cabo, eso lo hacen todos los monos, ¿no?
—En absoluto. Hasta hace trece millones de años, los primates eran monos pequeños que se desplazaban de manera cuadrúpeda, ya fuera por encima de las ramas o por el suelo. Pero la aparición de simios más grandes que aprenden a desplazarse con el tronco vertical colgados de las ramas obliga a introducir una serie de cambios en el diseño del cuerpo que han perdurado hasta hoy, incluso en especies que ya no viven en los árboles, como la nuestra.
• ¿Algún ejemplo de este cambio de diseño?
—Por ejemplo, aumenta la longitud de los dedos y de toda la mano para poderlos utilizar como gancho para colgarse de las ramas. Otro ejemplo: si hasta hace trece millones de años los primates han tenido las piernas más largas que los brazos, como muchos monos pequeños que viven hoy en día en las selvas tropicales, luego los brazos se hacen más largos que las piernas, una característica que nosotros no hemos conservado pero los orangutanes sí. Por otro lado, la columna vertebral pasa de estar casi siempre horizontal a estar casi siempre vertical, de modo que se reduce el número de vértebras de la zona lumbar y se vuelve más corta y más rígida. Y otro cambio muy importante es el que se produce en el tórax, que se estrecha entre el pecho y la espalda y se ensancha lateralmente.
• ¿Por qué es importante este cambio?
—Que el tórax se ensanche lateralmente obliga a que la clavícula se alargue. Que se estreche entre el pecho y la espalda hace que los omoplatos, que antes estaban situados en los costados, se tengan que desplazar hacia la espalda. En definitiva, toda la articulación de los hombros se modifica. Son estos cambios los que hacen que podamos levantar la mano por encima de la cabeza para colgarnos de las ramas.
• ¿Cuáles la especie que lleva a cabo todas estas innovaciones?
—No la conocemos. Se ha deducido que todo eso sucedió en la selva tropical africana hace entre trece y catorce millones de años, pero no se ha encontrado prácticamente ningún fósil africano de aquella época. Es posible que la falta de fósiles se deba a que las selvas tienen un suelo ácido y húmedo que degrada los huesos rápidamente y dificulta su fosilización. Pero yo estoy convencido de que, con lo grande que es África, y con la cantidad de yacimientos que quedan por excavar, tarde o temprano encontraremos este eslabón perdido. Mientras, nos podemos consolar con un pariente muy cercano que emigró a Eurasia y que sí que conocemos con detalle.
• ¿Quién es este pariente tan cercano?
—El driopiteco, un simio que vivió hace unos diez millones de años y que probablemente sea un descendiente inmediato de aquel eslabón perdido del cual provienen los humanos y el resto de los grandes antropoides como gorilas, chimpancés y orangutanes. Pero el driopiteco no es nuestro bisabuelo sino más bien un hermano del bisabuelo. Es decir, no es un ancestro directo nuestro, pero creemos que se parece mucho al ancestro directo.
• Usted y su equipo han descubierto en el yacimiento de Can Llobateres, cerca de Sabadell, el esqueleto de driopiteco más completo que se conoce.
—Sí, los driopitecos se conocen desde hace tiempo por fósiles aislados descubiertos en distintos lugares de Europa y Asia, pero hasta ahora nunca se había encontrado un esqueleto completo. Este esqueleto, el más completo que se conoce en el mundo de cualquier hominoideo de hace entre cinco y veinticinco millones de años, aclara cómo estaban diseñados los hominoideos y pone de manifiesto que eran sorprendentemente parecidos a nosotros. Es un esqueleto excepcional al que hemos llamado Jordi.
• ¿Quién fue Jordi?
—Era un macho de driopiteco que medía entre un metro y un metro diez de altura y que pesaba unos 34 kilos. Pasaba parte del tiempo colgado de los árboles y parte del tiempo en el suelo en posición cuadrúpeda. Vivía en grupo, como la gran mayoría de los primates, en una sociedad relativamente compleja donde los diferentes individuos se conocían entre ellos, se avisaban unos a otros cuando acechaba algún peligro y compartían la comida y las diversiones. El estudio de sus dientes indica que se alimentaba básicamente de frutas como dátiles e higos, que abundaban en Can Llobateres en aquella época. Cuando murió había terminado ya su crecimiento y es posible que hubiera dejado descendencia, pero no tenía los dientes demasiado gastados, de lo que se deduce que era joven. A escala humana, debía de tener unos dieciocho o veinte años.
• ¿Por qué murió joven?
—No estamos seguros de cómo murió pero sabemos que fue devorado a orillas de un río. Tal como yo me lo imagino, pocos segundos antes de morir bajó de un árbol para ir a beber agua y, una vez en el suelo, se quedó quieto un instante, vigilando si había algún peligro. No oyó nada, se acercó a la orilla del río, bajó la cabeza para beber agua y entonces oyó un ruido. Se sobresaltó pero no tuvo tiempo de girarse. Lo último que sintió fue la frialdad de dos colmillos de un león de dientes de sable que se le clavaban en la espalda y la sangre caliente que le chorreaba por la piel.
• ¿Un león de dientes de sable?
—Es un felino primitivo que, en vez de tener los colmillos como los leones de hoy en día, los tenía mucho más largos y planos y tenía el instinto de clavarlos en el cuello para seccionar la yugular. Estos sables tenían una pequeña sierra que facilitaba la entrada de aire en la yugular para que la presa se desangrara rápidamente. Era un matador muy sofisticado.
• ¿Pero hay pruebas de que lo mató un león de dientes de sable?
—No, también es posible que muriera de alguna enfermedad. Había mucha malaria en Cataluña en aquella época y quizá la pillara. O quizá sufrió una infección por un virus, no lo sabemos. En cualquier caso, sí que sabemos que sus restos los devoraron carnívoros pequeños, quizás unas hienas primitivas. Lo sabemos porque han quedado las marcas de sus dientes en los huesos de Jordi y porque el esqueleto está esparcido en un diámetro de diez metros, lo que coincide con el comportamiento de las hienas, que se reparten la comida y una se va a comer un brazo a un lado y otra se lleva una pierna a otro.
• Pero si se lo comieron las hienas, no se lo comió el león de dientes de sable, ¿no?
—¿Por qué no? El depredador se come los mejores bistecs, pero luego vienen los carnívoros carroñeros que consumen lo que ha dejado el depredador y finalmente llegan aves como los buitres que aprovechan hasta las últimas migajas de grasa. Este es un proceso donde hay más de un comensal.
• Leones de dientes de sable, hienas, hablábamos antes de dátiles... Todo esto sugiere que la Cataluña de hace diez millones de años no se parecía demasiado a la actual.
—Cataluña ha cambiado mucho, es cierto. Cuando vivía Jordi, tenía un clima subtropical con una vegetación exuberante comparable a la que se encuentra hoy en día en Canarias. No sólo había hienas y leones, sino muchos otros animales que en la actualidad serían más propios de climas africanos que europeos. Elefantes, rinocerontes, jirafas, incluso el propio driopiteco. La Península Ibérica ya tenía más o menos la forma que tiene ahora, pero los Pirineos todavía se estaban levantando. Si se compara la fauna y la flora que había en los Pirineos en aquella época con la que había en Can Llobateres, se ve que es muy parecida, lo que indica que los Pirineos no eran tan altos como ahora.
• ¿Cómo descubrió a Jordi?
—Yo siempre he dicho que no le encontré yo a él sino que él me encontró a mí. En realidad, su descubrimiento fue el resultado de una larga sucesión de casualidades y de errores. Can Llobateres era, y sigue siendo, el yacimiento donde más restos de driopiteco se habían encontrado de toda Europa. El paleontólogo Miquel Crusafont había encontrado allí dientes y fragmentos de mandíbula en los años cuarenta y cincuenta; en total, restos de más de cuarenta especímenes. Por lo tanto, si queríamos encontrar restos de driopiteco, que era lo que buscábamos, era lógico empezar por Can Llobateres. Empezamos las excavaciones en 1989. Fuimos a la parte baja del yacimiento, a los mismos niveles donde había trabajado Miquel Crusafont, pensando que, si él había encontrado tantos restos de driopiteco excavando cuarenta años antes, nosotros, que éramos un equipo de unas quince personas, encontraríamos centenares. Pero en toda la campaña de 1989 no apareció ni un solo fósil de driopiteco. Fue terriblemente frustrante. Al año siguiente volvimos a excavar y tampoco hallamos nada.
• ¿Qué hicieron entonces?
—Cuando terminamos la campaña de 1990 dijimos: «Si seguimos aquí, nos podemos morir, no encontraremos nada». Estuvimos a punto de abandonar e ir a probar suerte en otros yacimientos. Estábamos muy quemados. Pero yo sabía que Miquel Crusafont había excavado en los niveles más altos del yacimiento. No había encontrado ningún resto de driopiteco allí, pero sí fragmentos de esqueletos de otros mamíferos. Y pensé que, antes de marcharnos de Can Llobateres, merecía la pena hacer un último intento allí. Y entonces cometí un error, pero fue un error afortunado que me llevó donde estaba Jordi.
• ¿Qué error?
—Miquel Crusafont nunca excavó donde yo creía sino en otra parte de Can Llobateres, lo supe más tarde. Fuimos a excavar al sitio correcto por equivocación. Este sitio no se encontraba en muy buen estado que digamos. La gente lo había estado utilizando como vertedero desde hacía años y estaba todo cubierto de basura. La campaña de 1991 consistía básicamente en limpiar el yacimiento de porquería y de tierra estéril. Habíamos contratado una máquina excavadora y el primer día de la campaña quedé a las ocho de la mañana con el conductor de la excavadora para decirle por dónde tenía que empezar a limpiar. Pues bien, quedamos en la carretera que hay al lado del yacimiento, llego allí a las ocho y la excavadora no está. Espero un rato y no llega. Sigo esperando, solo en la carretera, en pleno verano, hacía un calor asfixiante, y la excavadora seguía sin llegar. Al fin, harto, aburrido, cabreado por estar allí sin hacer nada, me levanto y voy a dar un paseo por el camino que lleva al yacimiento para distraerme. Llego a lo que ahora es la entrada del yacimiento, donde hay una pared de arcillas rojizas y azuladas, que son sedimentos acumulados a lo largo de miles de años, y hago lo que hace cualquier paleontólogo cuando está enfrente de una pared de sedimentos. Cojo la picoleta y doy un golpe al sedimento para extraer un trozo y ver si hay algún hueso. Di un solo golpe. Y en el trozo de sedimento que se desprendió había la huella de un maxilar completo de driopiteco. Miré dentro del sedimento y allí estaba el maxilar, esperándome.
• ¿Qué hizo entonces?
—Empecé a saltar y a gritar como un loco. Al cabo de un rato, me calmé, avisé al resto del equipo, montamos una pequeña excavación y extrajimos la cara entera del driopiteco. Todo eso el primer día de campaña. Antes de que llegara la máquina. Fue una auténtica lotería. Y esto no es todo. Cómo encontramos el esqueleto es aún más increíble.
• Cuente, cuente.
—En 1991 excavamos allí donde había aparecido la cara de Jordi y no salió nada más. El resto de la campaña la dedicamos a limpiar el yacimiento tal como estaba previsto para dejarlo listo para la campaña del año siguiente. Llegamos a septiembre de 1992. Un amigo íntimo mío de Mallorca, Joan Pons, compañero de aventuras paleontológicas de juventud, me llama y me dice: «Oye, tengo que venir a Barcelona y me tienes que llevar a Can Llobateres para enseñarme el lugar donde encontraste el cráneo». Total, que le voy a recoger al aeropuerto un sábado por la mañana, vamos a desayunar y le llevo al yacimiento. Y allí le cuento: «Mira, aquí es donde apareció el cráneo, allí abajo es donde nos dejamos la piel durante dos años y ahora te enseño lo que queremos excavar este año». Nos acercamos al lugar, también había la típica pared de sedimentos, había llovido pocos días antes y la lluvia la había dejado limpia. Y de repente veo un trozo de hueso clavado allí. «Mira, un trozo de hueso», digo. No llevaba herramientas, así que me acerco con la llave del coche, rasco un poco para ver qué es y digo «¡vaya, no está nada mal!». Sigo rascando con la llave del coche, que no es precisamente el instrumento ideal para ir a buscar fósiles, y al cabo de un rato veo que hay toda la parte superior de un fémur. Lo examino, veo claro que no es de antílope, más bien parece de carnívoro, pero para ser de carnívoro tiene algo extraño. Sigo rascando y al final resulta que el fémur está prácticamente entero. Y al verlo tan largo digo: «Esto tiene aspecto de primate». Pero no estaba seguro. Podía ser de driopiteco, pero nunca se había encontrado un fémur de driopiteco. No se sabía cómo era. De modo que cogimos el fémur, fuimos hacia el museo, saqué la colección de fémures y empecé a comparar. Y entonces me convencí de que no era un carnívoro sino un primate. La orientación de la cabeza del fémur, el tamaño de la articulación, la posición de los trocánteres... no había ninguna duda. Era el primer fémur de driopiteco jamás descubierto, y estaba prácticamente entero.
• ¿Y no estaban en época de excavación?
—¡Qué va, estábamos de picnic! Antes de las lluvias el fémur no se veía porque debía de estar sucio de arcilla y el día que le estoy enseñando el yacimiento a un amigo, va y aparece. Fue acojonante. La historia de Can Llobateres está repleta de casualidades misteriosas. En fin, ese mismo sábado de septiembre, tras comprobar que se trataba de un hueso de driopiteco, volvemos al yacimiento enseguida, ahora ya con un punzón y herramientas adecuadas, y empezamos a excavar más en serio. Cuatro minutos más tarde aparece el otro fémur. Entonces paramos, replanteamos toda la campaña de excavación de 1992, que estaba programada para octubre, y aquel otoño encontramos gran parte de las costillas y las vértebras de Jordi.
• De modo que aún faltaban algunas piezas para completar el esqueleto.
—Sí, todavía faltaban la parte superior del tronco, los dos brazos y los pies. Nos hacía falta encontrar alguna de estas piezas si queríamos saber quién era exactamente el driopiteco. Porque la pregunta del millón, en aquel momento, era si el driopiteco era aún un mono primitivo como los de hace quince millones de años o si ya había dado el salto decisivo que conduce a los humanos y a los otros grandes primates antropomorfos como chimpancés y orangutanes. Así que la campaña de 1993 fue la más emocionante de todas. Al tener los fémures marcas de dientes y al haber aparecido los huesos esparcidos, pensamos que era probable que Jordi hubiera sido carroñeado. De modo que cogimos un plano detallado de Can Llobateres, marcamos dónde habían aparecido hasta entonces los huesos, buscamos bibliografía de cómo suelen quedar repartidos los restos de animales devorados por carroñeros y finalmente trazamos sobre el plano un círculo de unos veinte metros de diámetro en cuyo interior era probable que estuvieran los restos de Jordi. Empezamos a excavar dentro de ese círculo con mucho entusiasmo, pero los días iban pasando, y no aparecía nada. Y otra vez lo mismo: cansancio, decepción, un día tras otro sin encontrar ningún fósil... Hasta que una tarde, después de comer en un restaurante llamado El Currante, damos un golpe de picoleta, levantamos un bloque de sedimentos, y aparecen unas falanges a diez metros de donde estaban los fémures. Empezamos a limpiarlas, y otra vez la duda eterna: ¿Serán de carnívoro o serán de primate? Porque los huesos de carnívoro son los que más fácilmente se pueden confundir con los de primate.
• Y eran de primate.
—Bueno, seguimos limpiando, sacamos las falanges, y entonces, cuando vimos bien la articulación proximal, la que une la primera falange con el resto de la mano, cantamos victoria: era el driopiteco. Y allí mismo, en un metro cuadrado, aparecieron la mano, parte del radio, parte del cubito y parte del húmero, es decir, el brazo entero, con marcas de dientes en todos los huesos. Fue fantástico porque fue plantear la hipótesis de que allí encontraríamos los huesos y encontrarlos.
• ¿Y desde entonces?
—Hemos continuado haciendo excavaciones anuales pero de Jordi no hemos encontrado nada más. En 1997, a treinta metros de donde estaba el brazo, encontramos restos de un driopiteco más pequeño, que creemos que es una hembra y a la que hemos llamado Montse. Los restos, un pie y una tibia, estaban totalmente desmenuzados por los carnívoros, lo que indica que también se la comieron. También encontramos, cerca de allí, un diente de leche de un tercer driopiteco. Y esperamos completar la colección en los próximos años.
• ¿Cuándo se dio cuenta de la trascendencia de lo que había descubierto?
—Desde que aparecieron los fémures y parte del tórax, en 1992, ya sospechamos que nos encontrábamos ante un espécimen excepcional, porque hasta entonces nunca se había encontrado el esqueleto de un hominoideo de aquella época, que es crucial para entender el origen de la humanidad. Y al año siguiente, cuando tuvimos juntos la cabeza, parte del tórax, parte de las piernas y un brazo prácticamente entero, creíamos estar en posesión de uno de los fósiles más fantásticos jamás descubiertos. Porque australopitecos, que también son cruciales para entender el origen de la humanidad, hay muchos. Pero aquél era el primer hominoideo del mioceno superior que se encontraba en condiciones realmente buenas. Inmediatamente empezaron a surgir docenas de preguntas que no teníamos tiempo material de investigar: en qué se parecía Jordi a los primates que habían vivido antes que él, en qué se parecía a los que viven actualmente, si está más emparentado con el orangután asiático o con los chimpancés, gorilas y humanos, que son originarios de África... Fue una época realmente muy intensa, muy emocionante.
• ¿Por qué le llamaron Jordi?
—Eso fue cosa de Meike, mi mujer, que forma parte del equipo de investigación y un día dijo: «Todo el mundo pone nombres a esqueletos tan fascinantes como este... deberíamos ponerle un nombre». Estuvimos meditando y no se nos ocurría ningún nombre que nos gustara. Era como ponerle nombre a un hijo. Hasta que un día Meike dijo: «¿Cuál es el nombre de hombre más común en Cataluña?». Y así salió Jordi.
• ¿Pensaban en el caso de Lucy, que se ha convertido en el australopiteco más famoso del mundo, en parte gracias a su nombre?
—No sólo en Lucy. Hay numerosos casos de fósiles con nombre: Mrs. Pies, que es el cráneo de una hembra de Sudáfrica, el niño de Taung, que fue devorado por un águila, el niño de Turkana... Se ha convertido en una especie de costumbre dar nombre a los especímenes excepcionales como Jordi o Lucy.
• ¿Forma parte de una estrategia comercial, digamos que para vender mejor el fósil?
—En cierto modo, sí. Cuando das un nombre de persona a un fósil, lo acercas más a la gente. Para la gente que no es del gremio es más fácil familiarizarse con un primate si se llama Jordi que si se llama Dryopithecus laietanus, que es su nombre científico. Llamarle Jordi era un modo de acercarlo a la gente. Y me parece que ha dado resultado, ya que ahora a menudo oigo hablar de Jordi. Creo que se ha convertido en todo un personaje.
• Seguramente es más conocido que ustedes mismos, que lo han descubierto.
—Seguro que es más conocido que nosotros. Pero es lógico, porque es más importante que nosotros. Nuestros restos no pasarán a la historia, los de Jordi, sí.