Ya ha salido el sol en el Bosque del Amor y nuestros amiguitos, los Osos Amorosos, se disponen a emprender un montón de aventuras en este día pleno de amistad, de bondad y de alegría…
—Tira fuerte, Cariñosito, tira bien fuerte, que el pequeñín ya casi asoma su linda cabezota.
La legión de acaramelados ositos, formada por Cumpleañosito, Sueñosito, Leoncete, Gruñosito, Deseosito y el propio Cariñosito, asiste al parto de la sufriente Amorosita mientras los destellos de la Cascada del Arco Iris acarician las mejillas del bosque. Todo es amor dulce, miel de paladar que nos pela las orejas, que nos hiere de cariñitos empalagosos, turrón blando pegado a nuestros corazones. Amorosita empuja y gruñe sin dejar de sonreír mientras dilata la felpa de sus partecitas bajas.
—¡Gñññññiiiiiiiic!
—¡Qué ilusión! Esto es casi tan feliz como un cumpleaños —asegura Cumpleañosito con su voz de flauta atragantada.
—Es mucho más feliz que un cumpleaños, Cumpleañosito, es tan feliz como una siesta después de una siesta y antes de otra siesta —le corrige Sueñosito, abriéndose las costuras de un bostezo.
—A ver si sale ya de una vez, que llevamos media hora empujando y empujando —dice Gruñosito, un tanto enfurruñado.
—Lo que tienes que hacer es ser valiente, muy valiente, demostrar todo tu valor empujando bien fuerte —apremia Leoncete, con las garritas cerradas.
—Ojalá sea osito. No, no… Ojalá sea osita… O, bueno, que sea peludito y achuchable y tiernecín —dice Deseosito, llevándose las patas a la boca, mordiéndose las garras con los nervios de quien ve alumbrar por primera vez.
—¡Gñññññiiiiiiiic! —No hay otra cosa que Amorosita pueda decir, dadas las circunstancias.
Mientras tanto, el Bosque del Amor los acuna en su Cascada del Arco Iris con la dulce nana del trinar de los pajaritos. Todo es brillante, intenso y huele bien: el riachuelo es del azul de una promesa de paz en aguas internacionales, las piedras refulgen en destellos miopes; hasta las caquitas de los ositos huelen a cucharadas de néctar y frambuesas.
—Solo un poquito más, un poquito más, Amorosita…
—¡Gñeeeeccgniiiiiiiic!
—¿Tendrá una luna en la barriguita como yo? —se interesa Sueñosito, bostezando una vez más y entrecerrando sus ojos vestidos de legañas.
—No… Ojalá, ojalá tenga una luna y todas las estrellas del mundo, y una galaxia… ¡y un universo entero! —grita Deseosito con todo el candor que es capaz de gastar con un solo golpe de voz entusiasta, blandito y excitado.
—¡Sal ya, chavalín, que te estamos esperando todos los Osos Amorosos y algunos de los Primosetes! —apremia Gruñosito, asomando su hocico entre las patas zambas y arqueadas de Amorosita.
—Ya está, está casi… —les esperanza Cariñosito, introduciendo todas sus zarpas hasta el codo entre el relleno de Amorosita.
Y, entonces, como el milagro de la lluvia en un día seco, como cuando se abre la tapa que cierra el tarro de la mermelada, ¡plop!, surgen del abismo osezno unas orejas peludas, una cabecita peluda, una barriguilla peluda y unas patitas la mar de peludas.
—¡Ya salió por fin! ¡Hoy es su cumpleaños número cero! ¡Vamos juntos a celebrarlo! —grita Cumpleañosito, y todos los Osos Amorosos, Primosetes y alimañas bondadosas del Bosque del Amor rompen en un estallido de felicidad que, de pura, escuece en los ojos.
—Esperad, amiguitos —se adelanta Cariñosito con su hilillo de voz afeminada—, aún tengo que cortarle el cordoncito umbilical.
Todos se asoman al charco amniótico que envuelve al recién nacido con el asombro de un montón de padres, tíos y abuelos primerizos. Juntan sus cabezas peludas y bigotonas mientras Cariñosito se arrodilla y trata de cortar el cordón del bebé. Pero, justo entonces…
Os aviso, amiguitos, que las vicisitudes de este día tan espléndido están a puntito de tornarse en una orgía de sangre y vísceras a la que posiblemente no estéis demasiado acostumbrados. A veces, cuando las palabras de azúcar no son suficientes y la hemorragia inunda todo lo que siempre ha sido lindo, es necesario espantar las mariposas y ponerse serio. Ser un oso adulto y dejarse de mamonadas. Quizá vaya siendo una buena hora para irse la cama en lugar de seguir leyendo esto…
… justo entonces, el pequeño bolinchín peludo se revuelve y cercena con sus dientes astillados el guiñapo sanguinolento y apestoso que aún lo mantiene unido a su madre. Levanta la mirada y saluda al nuevo mundo al que lo han alumbrado por la fuerza. Todos los animales, ositos, leoncillos, pingüinetes y zarigüeyas, que conviven en el Bosque del Amor, muestran su asombro con un aturdido «Oooooooooh» al comprobar la naturaleza extraña y violenta del recién nacido.
—Baahbaaaaaaaah —gruñe el engendro—. Tripaaaaaaaaz y zerebroooooooos…
Rechonchito y cubierto de un pelo biliar y verduzco, sus sonidos, su olor y sus colores no parecen nada amables a la luz del día. Un reflujo de baba lo embebe en una crisálida con olor al vómito reciente, parece tener ciertos órganos por fuera cuando deberían estar por dentro, e incluso se le adivina parte del hueso maxilar a través de una piel de felpa gangrenada y agusanada. El dibujo de su tripa no es ninguna luna, ninguna estrella, ninguna galaxia con mil mundos… Es un cerebro constreñido que rezuma pus y en el que se retuercen las cresas.
—Uy, parece que el pequeñito Amorosín se ha hecho caquitas, porque huele realmente mal… —dice Cariñosito, en un alarde de estupidez supina tan próximo a su naturaleza tierna que provoca las lágrimas de quien esto escribe.
—¡¡Abuahbuaaaaaaaaah!! —gruñe esta vez el engendro.
Y se lanza a por él. Se tira como un relámpago de campo al centro mismo de su tripita coloreada; horada un agujero al instante entre los corazones tatuados en rosa del ombligo del osito; lo revienta, introduciendo su cabeza podrida a base de bocados. Pronto estalla Cariñosito desde dentro, deshaciéndose como una granada de pedazos blandos, piel destejida, pelo apelmazado en sangre y líquido pulmonar. Todos gritan, pero no son capaces de reaccionar. Leoncete, el más valiente de los allí reunidos, grita como una colegiala. Alguien se caga al fondo.
En unos segundos, Cariñosito yace sobre la hierba destripado, mientras de la boca del neonato pende un hilo de intestino que chorrea lo que de vida le resta al pobre osito comadrón. Un espumarajo del azúcar líquido que era su saliva se desliza en una agonía infinita de entre las comisuras de algodón y carne de su boca, retorciéndola en un último rictus desolador.
—Hostia puta… —consigue musitar Gruñosito.
—Ojalá siga vivo… —comenta esperanzado Deseosito, volviendo a morderse las zarpas.
Mientras tanto, Amorosita sigue la escena con unos ojos tan abiertos como sus costuras de abajo. No es capaz de creer lo que acaba de ocurrir allí, tiñendo de sangre y músculos descolgados la alegría perpetua del Bosque del Amor. Lo que hace un instante le ha salido de tan adentro acaba de devorar a su novio, a su osito cariñosón de toda la vida.
—Maldita zorra, ¿con quién te acostaste para engendrar esta bestia? —grita Leoncete, desbocado, incrédulo, tembloroso. Se adelanta y abofetea a Amorosita, que aún no es capaz de salir de su asombro—. ¡Habla ahora, maldita sea!
—Tranquilo, Leoncete, ¡contrólate! —interviene Deseosito en ese momento y, ayudado por Cumpleañosito, logra quitárselo de encima a Amorosita.
—Yo… Yo solo me acosté con Cariñosito, como siempre. Preliminares, juguetes eróticos, pero nada fuera de lo común…
El aturdimiento general y el nauseabundo olor a podrido y a carne abierta provoca que los ositos comiencen a ponerse muy nerviosos y no presten atención al problema principal: la criatura sigue allí y tiene hambre. Toda el hambre acumulada durante los meses de encierro famélico en el vientre maternal.
—Mollejaaaaz y tuétanooooz… —gruñe, mientras uno de sus ojos se le sale de la cuenca y queda allí, pendiendo sobre su mejilla.
—Juntaos, Osos Amorosos y Primosetes, juntaos para detenerlo.
Es Deseosito quien los reúne, tratando de sacarles de su enfebrecido estado de shock. Los peluches carnosos se juntan y ensalzan sus barriguitas tatuadas. De repente, una tensión de poder osezno tizna el aire y todo vibra alrededor, traduciéndose en ondas concéntricas navegando por los charquitos de sangre que riegan el campo.
—Cuatro, tres, dos, uno… ¡Adelante, Osos Amorosos! —grita Deseosito, y un haz de arco iris, lunas, cascabeles y corazones emerge de sus tripitas nerviosas.
La arcada de poder se trenza en un rayo demoledor que alcanza al ser amorfo, que avanza para comérselos. En un instante, todo queda envuelto en el polvo de mil estrellas, nadie ve nada, un estruendo inunda el valle y las mariposas remontan su vuelo errático. Los amiguitos aguardan a que el humo se disperse para observar su obra. Esperan encontrar aquella monstruosidad hecha papilla, pero lo que ven es bien distinto: lejos de exterminarla, han acrecentado su poder. Ahora su tamaño es mayor, como el de un oso adulto. El cerebro destrozado que adorna su barriga late como si tratara de comérselos con su mera presencia umbilical.
—Comiiiiiiidaaaaaaa —gruñe, y lanza un zarpazo que abre a Cumpleañosito en canal.
Una fiesta de intestinos explota como confeti, manchando de inmundicia la cara de Leoncete, mientras el pobre oso amoroso trata de introducirse las tripas de nuevo en su cavidad.
—Maldita sea, me muero, me vierto, me desangro… —gime, inmerso en una inenarrable agonía de suave terciopelo.
Leoncete, cubierto de vísceras e hiperventilando, vomita el desayuno y cae al suelo sin conocimiento.
—Matadlo, joder. ¡Traed una pistola de una puta vez! ¡Traedla ya! —grita Gruñosito, y es alguno de los acobardados animales quien la extrae de su cincho oculto tras el pelaje y se la pasa al osito desencajado.
Permitidme ahora, amiguitos, un breve inciso: de dónde haya podido salir esa pistola, así como el hecho de que Gruñosito y tal vez alguno de los demás Osos Amorosos y Primosetes lo supieran, es algo que escapa al objeto del capítulo de hoy; así que dejad de haceros preguntas estúpidas y poneos a rezad a vuestro absurdo Dios si es que de verdad queréis tener la más mínima oportunidad de salvar las almas de vuestros muñequitos favoritos…
Gruñosito la empuña y no titubea cuando apunta al puente de la nariz redondita de la criatura. Descerraja una bocanada de pólvora y acero que atraviesa y parte en dos esa cabeza como una sandía pocha invadida por larvas. El zombiosito cae al suelo remuerto, rezumando una sangre cruda que surge a borbotones emplastados, como coagulados y rancios.
En un segundo se vuelve a hacer el silencio, rasgado tan solo por los gritos de dolor de Cumpleañosito, que se va de este mundo sin que el intento de Amorosita de reordenarlo por dentro surta ningún efecto. Unos segundos después, emite un último estertor y muere.
Silencio, ahora sí. Absoluto. Los animalitos están extenuados, tres de ellos muertos. El parto se ha tornado en escabechina y la sangre ha inundado el bosque, tiñendo de escarlata y pedazos flotantes lo que antes se conocía como Cascada del Arco Iris.
—¡Furcia de terciopelo! —gruñe entonces Leoncete, recién recuperada su consciencia—. ¡Dinos la verdad! ¡Dinos a quién te tiraste!
Alcanza el cuello de Amorosita y trata de estrangularla. En esta ocasión, en cambio, nadie se mueve. La ola de sangre los embota y ninguno parece desear defender a quien engendró aquel demonio abortado.
—¿Fue al Profesor Corazón de Hielo? ¿Eh? Te abriste de patas para él en la parte de atrás del Coche Nube… ¿O acaso te tiraste al gordo Gelatina, su subordinado? ¡Habla ahora!
—¡Aaaaaaaghhhh!
La idiosincrasia del zombi, que revive lo que ha matado a base de mordiscos. Es Cariñosito el que grita y se levanta con torpeza, babeando y con el cerebro hecho trizas. Su color rosadito ha adquirido un cariz de algodón de azúcar caducado, como leche agriada sin lactosa, y se puede ve el bosque a través de su estómago agujereado.
—Zereeeebrooooooooooos…
Avanza estirando los brazos hacia delante. Una baba larga y sanguinolenta le cuelga del labio inferior desprendido; la mastica mientras camina como si fuera un pedazo de chicle a medio usar. De nuevo, el grupito aturdido de animalillos permanece estupefacto ante este repentino viraje de los acontecimientos. Es Sueñosito quien reacciona:
—Mátalo, Gruñosito. Dispara a ese monstruo —dice, bostezando de terror legañoso.
—Pero… ¿Cómo…? Es Cariñosito, nuestro líder. Es… uno… de los nuestros…
—¡No dispares! ¡No dispares, por el amor de D…!
Habla ahora Amorosita, que, tras recuperar el fuelle, ruega por la redivida de Cariñosito. Es Deseosito, en cambio, quien le arrebata el arma a Gruñosito y la hace detonar. Lo que una vez fue Cariñosito cae al suelo, destrozado, aunque ni así detiene su avance. La bala lo alcanza en un ojo, que se desprende como gelatina derretida y se funde y se une a la baba de la boca. Se arrastra hacia ellos, los ama con su tripa, se los quiere comer.
—Abuahbuaaaaaaaaah…
Otro disparo. Amorosita chilla y llora. Su cariñito de pelo y corazones está esparcido en tres o más pedazos de oso en un radio de tres metros.
—¡Noooooooooo!
Corre a abrazarse a un trozo de tórax que aún palpita de ansia caníbal. Llora. Todos lloran. Comienza a llover sangre en el Bosque del Amor.
Leoncete, lo más repuesto que puede encontrarse, se acerca hasta Amorosita. En su zarpita ensangrentada lleva la pistola que había caído al suelo después del éxtasis matador de Deseosito.
—Fue el Profesor Corazón Helado, ¿verdad? —pregunta una vez más, apoyando el cañón del arma sobre la sien de la osita—. Te lo follaste, ¿verdad?
Deseosito observa la escena, pero tiene los ojos en Marte; sentado, se abraza las rodillas y se balancea de adelante hacia atrás. El shock y la muerte lo envuelven todo alrededor.
—No —dice la osita, serena, mirándolo fijamente a los ojos por primera vez. Gotitas de sangre le salpican los bigotes—. Fui yo sola.
—¿Cómo?
Leoncete sigue apuntando a la cabeza de Amorosita; Deseosito sigue columpiándose en un limbo del que quizá nunca salga; Cariñosito sigue muerto, remuerto y fragmentado.
—Yo sola. Cariñosito no estaba, se había ido a recoger flores con vosotros a la Pradera de la Alegría. Yo estaba sola y… de repente… sentí un ardor. Así que me tumbé en la hierba alta, bajo la construcción de piedra, y, con mis zarpitas…
—Diablos… ¿La construcción de piedra?
Leoncete parece asustado. Más asustado que nunca. Más que cuando vio salir a aquel engendro masticador de las entrañas de la osita. Más que cuando vio a su viejo amigo Cariñosito arrastrarse hacia ellos convertido en un amasijo de huesos astillados y jirones de carne tumefacta.
—Sí, la construcción de piedra… ¿Qué pasa?
Y entonces se derrumba.
La construcción de piedra.
El Dolmen.
Sabe que una maldición más grande que sus propias vidas acaba de caer sobre ellos. Leoncete se lleva la pistola a la cabeza y aprieta el gatillo, pero ya no quedan más balas.
—El Dolmen… —musita.
En algún lugar por detrás, Cumpleañosito se retuerce y comienza a gemir.