Para los Once, por hacer del Celsius 232 una experiencia que no olvidaré jamás.
Y para Jorge Iván, por escuchar nuestras idas de olla.
1
—Buenos días a todos los oyentes de Radio Deportes. Yo soy Darío Álvarez y se encuentra también conmigo mi compañero Fernando Gómez. Buenos días, Fernando.
—Buenos días, Darío.
—Lo que va a ocurrir hoy es un evento nunca visto, algo tan fascinante como sorprendente.
—Sí, así es, Darío. Tengo que decir que, cuando supe que esto se iba a llevar a cabo, mi primer pensamiento fue: «OK, hasta aquí hemos llegado, ahora sí que a los japoneses se les ha ido la puta cabeza». Me pareció una aberración y, como bien sabes, es algo que mucha gente pensó en un principio…
—Y, de hecho, muchos siguen pensándolo porque a las puertas de la Sede Matsumo hay una inmensa congregación pidiendo que se detenga este proyecto, con pancartas y exigencias… El ejército está allí para mantener a salvo a los empleados de Matsumo. Y tenemos en ese lugar a una reportera que puede contarles a los oyentes lo que ocurre. ¿Estás ahí, Patricia?
—¡Hola, Darío! Sí, aquí me encuentro, en la plaza Miyabashi, y la verdad es que el ambiente está muy caldeado. Falta una chispa para que esto arda como un polvorín.
—Bueno, más adelante volveremos a conectar contigo. Gracias, Patricia.
—De nada, Darío.
—Bien, creo que va siendo hora de centrar esto un poco, ¿no crees, Fernando? Para los que hayan conectado con nosotros ahora y no sepan de qué va todo el asunto…
—Esa gente habrá estado metida en alguna cueva durante los últimos meses, porque se habla de esto en todos lados, Darío…
—Ja, ja, ja, es cierto. Como decíamos, estamos a punto de presenciar el evento del año. Es bien sabido que el gobierno japonés impuso hace unos años una doctrina conocida como Battle Royale como medida para luchar contra la superpoblación. Convirtieron la Ley BR en un espectáculo audiovisual, consistente en sus primeros años en llevar a los alumnos de una clase elegida al azar a una isla y dejar que se matasen entre ellos hasta que solo quedara uno.
—Como siempre, las primeras ediciones fueron las mejores.
—Claro, luego el show ha ido perdiendo fuelle poco a poco, a pesar de los intentos del gobierno japonés de convertirlo en algo más espectacular. Todos pensamos hace unos años que BR se quedaría en un divertimento menor y sin más trascendencia… hasta que apareció Matsumo.
—Matsumo es un magnate de altura, uno de los hombres más ricos del mundo.
—Cuéntanos tú cuál ha sido la propuesta.
—Obsesionado con el deporte, muchos dicen que movido por la envidia, tal vez porque él nunca ha podido practicarlo debido a una enfermedad degenerativa de los huesos que le afecta a las rodillas, Matsumo ha propuesto que este año los protagonistas del BR no sean los alumnos de una clase cualquiera sino los jugadores de la selección japonesa de fútbol juvenil.
—Los amantes del deporte elevaron una sonada queja al respecto.
—¡Por supuesto! La simple idea atenta contra el futuro de un deporte tan laureado como el fútbol. Porque hay que recordar que en BR todos los participantes mueren, excepto el máximo superviviente. Eso quiere decir que el mundo perdería a diez de las mayores promesas del deporte rey en pro del puro espectáculo…
—Y, sin embargo, hasta ahora no han conseguido pararlo.
—No, y estamos a punto de ver el comienzo del BR más polémico hasta la fecha. Las manifestaciones y debates recuerdan a la virulencia del primer BR, cuando a la gente le resultaba una aberración pensar en cuarenta adolescentes matándose unos a otros.
—Te gusta la palabra aberración, ¿eh?
—Me has pillado, es una de mis palabras favoritas y siempre que es posible la utilizo, ja, ja, ja.
—La verdad es que el escándalo ha sido notorio, y sigue siéndolo, pero ni el gobierno japonés ni la empresa Matsumo han dado muestras de recular en ningún momento. Y a estas alturas ya nadie aspira a que lo hagan.
—Exacto.
—Cuéntanos, Fernando. Dinos cuáles son las nuevas reglas de este año.
—Los jugadores saldrán al campo con un balón y tendrán que atravesarlo hasta la portería contraria. Si lo consiguen, sobrevivirán. Las dos claves de todo esto son la extensión del campo, que no es un terreno de fútbol al uso…
—¿Cuánto mide?
—Se habla de casi cuarenta kilómetros. Y tampoco es plano. Está emplazado en una zona llena de colinas, por lo que desde una portería es del todo imposible ver la portería contraria.
—Cuarenta kilómetros…
—Evidentemente eso podría parecer muy fácil, pero en Matsumo han querido darle una vuelta de tuerca más. Mientras parte del mundo se desangra con la dispersión del virus que convierte a las personas en muertos vivientes, los organizadores han decidido aprovecharlos como rivales de la selección japonesa. El campo que tienen que cruzar está infectado de zombis.
—No es el primer programa de televisión que utiliza muertos vivientes, aunque probablemente sea el más polémico.
—Hay quien dice que están aquí para quedarse, y cualquiera que oiga las noticias sabe que la plaga avanza a una velocidad aterradora. Pero, bueno, no estamos aquí para hablar de eso sino para disfrutar de un evento deportivo de carácter único. ¿Podrán los jugadores de la selección japonesa sobrevivir a una horda de zombis hambrientos y llegar a la portería contraria?
—Es lo que vamos a ver en unos momentos. Esto está a punto de empezar.
—Hay una regla más, Darío. Si quieren sobrevivir, deben llegar con el balón y marcar gol. De otra manera, no será válido. Si pierden el balón por el camino, tendrán que recuperarlo.
—Quedan menos de tres minutos para que empiece el BR de este año. Será mejor que repasemos los nombres de los jugadores, ¿no crees?
—Sin duda.
—Con el uniforme de portero, aunque me temo que hoy va a tener que correr como todos los demás si quiere sobrevivir, Benji Price.
—Espectacular portero. Dicen que es capaz de detener el balón con los ojos cerrados, escuchando adónde va a ir la pelota por el movimiento del aire.
—Es intuitivo y podría llegar a pagarse mucho dinero por él… si sobreviviera al día de hoy. ¿Quién más participa?
2
Oliver Aton, por supuesto.
Mark Lenders meneó la cabeza con desagrado al ver al que llevaba años siendo su mayor adversario. Ambos competían en equipos rivales, Oliver en el NewTeam y él en el Muppet, y prácticamente desde el principio se habían llevado mal. Oliver se había quedado con la gloria después de ganar por los pelos en el primer año en que compitieron. Un triunfo injusto, en palabras de Mark, aunque nadie le daba la razón en aquello.
No pensaba decirlo muy alto, pero, por lo que a él respectaba, si los zombis terminaban comiéndose a Oliver Aton, él no perdería ni un segundo llorando.
Se le retorcía el estómago al ver a los cuatro amiguetes conversando en una esquina, riendo y mostrándose tan ridículamente extrovertidos. Benji, Oliver, Tom Baker y el inútil de Bruce Harper. A Mark Lenders, la simple idea de que alguien pudiera considerar a Harper digno de competir en la selección japonesa le resultaba deleznable. Sus bromas le resultaban estúpidas, era un mal defensa y pretendía ser un graciosillo a tiempo completo.
Tampoco lloraría su muerte, no.
—¿En qué piensas?
Mark se giró para mirar a quien le estaba hablando. Dani estaba junto a él, mirándolo con los ojos entornados y la expresión de quien ve a un ser superior. A Mark no le extrañaba esa expresión. Para Dani, él era una especie de dios del fútbol.
—En lo injusto que resulta que del NewTeam haya cuatro jugadores en la selección, mientras que del Muppet solo estamos tú y yo.
—Ya.
—Bruce Harper —masculló Mark, con todo su odio escapando a borbotones entre los dientes—. Atiende lo que te digo, ese idiota no va a durar ahí fuera ni cinco segundos.
—Tengo miedo, Mark.
Lenders miró a Dani con una ceja levantada en posición interrogante.
—Pégate a mí y no te pasará nada —le dijo.
Ralph Peterson se acercó a ellos mascando chicle. A Mark tampoco le agradaba ese chico alto y espigado. Le parecía el jugador más sucio y con propensión a la violencia de toda la liga japonesa. Y, ante todo, Mark Lenders respetaba el juego limpio.
—Ey, ¿qué tal estáis? —preguntó Ralph—. ¿Nerviosos?
Dani asintió con la cabeza. Junto a él, Mark se encogió de hombros, restándole importancia. Mark Lenders presumía de no ponerse nervioso nunca antes de un partido.
—¿Sabéis quién coño es ese? —preguntó Ralph.
Señaló hacia una de las esquinas del cuarto donde los mantenían recluidos. El lugar simulaba ser un vestuario cualquiera de un estadio, con sus taquillas, duchas, urinarios y bancos para cambiarse. Sentado en uno de estos, un chico moreno con el pelo de punta, casi formando obscenos triángulos, se miraba las botas con una devoción tal que parecía que estuviera leyendo en ellas el secreto de la eterna juventud. Mark no recordaba haberlo visto en la vida, y se jactaba de tener buena memoria.
—No lo sé —dijo.
—Ya, yo tampoco —respondió Ralph—. Por eso preguntaba. Lo que me resulta curioso es que, con él, somos doce. No once.
Mark frunció el ceño y miró a su alrededor. Los cuatro niñatos del NewTeam, Dani y él, Ralph Peterson, los dos gemelos Derrick, Phillip Callahan y el gigante Clifford Yuma. Once jugadores de la selección japonesa juvenil. Entonces, ¿quién coño era ese chico y qué demonios hacía allí?
Mark silbó. Aquel sonido hizo que los murmullos se acabaran. Todos los presentes, incluso el desconocido, se giraron para observarlo.
—Eh, tú —dijo, mirando directamente a los ojos del chico. Parecía mucho más joven que ellos. Más, incluso, que Dani—. ¿Quién demonios eres?
El chico nuevo se puso en pie. Llevaba puesto el uniforme de la selección y sus botas eran negras con rayas blancas.
—El señor Matsumo dijo que yo sería un pequeño regalo, la única concesión que os harían —respondió el chico. Luego torció el labio, como si aquello le disgustara—. Mi nombre es Rafael.
3
—Hay revueltas en la plaza Miyabashi. Conectamos con nuestra reportera, Patricia Valdés. ¿Nos escuchas?
—Perfectamente, Darío. Imagino que puedes oír el jaleo indescriptible que tengo a mi espalda. Los manifestantes provida y el ejército están peleándose, y esto parece un campo de batalla. Los militares nos han empujado a los miembros de la prensa y nos han sacado de la zona de conflicto. Estos últimos instantes antes del pitido inicial están siendo muy tensos. Calculamos que ya hay al menos una docena de heridos y por lo menos veinte arrestados.
—Asombroso. Volvemos en un instante contigo, Patricia, para que nos cuentes cómo se vive desde la plaza Miyabashi el inicio del BR de este año. Señores, parece que esto está a punto de comenzar…
—Así es, Darío. El árbitro va a pitar el inicio del partido. Supongo que nuestros oyentes están tan nerviosos como yo. Tengo todos los pelos del cuerpo de punta…
—Y ahí está el pitido inicial. ¡Comienza la Battle Royale de este año, señores y señoras! ¡La selección japonesa de fútbol juvenil contra una horda de zombis en un campo de casi cuarenta kilómetros de largo!
—¡La puerta se está levantando y los jugadores están saliendo al campo! ¿Quién lleva el balón? Creo que es…
4
Tom Baker avanzó cuatro pasos dándole pequeños empujones al balón, pero se detuvo al comprobar lo que se encontraba delante de ellos. La pelota rodó un par de metros más sin que nadie le hiciera caso y se detuvo sobre el césped. Los once jugadores de la selección japonesa, más Rafael, mostraban idénticas miradas de asombro y terror, los ojos muy abiertos, las bocas abiertas también, los brazos colgando a los lados del cuerpo.
No veían el final del campo.
Aunque lo cierto era que, aunque el campo no hubiera estado sobre colinas que subían y bajaban, tampoco habrían podido verlo. Avanzando hacia ellos, aunque aún a una buena distancia de casi quinientos metros, lo que desde allí parecía la muchedumbre más harapienta del mundo; una inmensidad de seres humanos cubiertos de sangre y con andares lentos y descoordinados que se movían hacia ellos con las bocas crispadas por el hambre, expresiones ausentes en los ojos, flexionando los dedos ante la perspectiva de pillar un buen aperitivo.
Y el olor.
La peste a podredumbre y muerte les alcanzaba incluso a aquella distancia y les hacía arrugar la nariz. Bruce Harper se inclinó a un lado y vomitó lo que había almorzado. Incluso Clifford Yuma, con sus casi dos metros de altura y su envergadura de rinoceronte, se puso pálido.
Dani Mellow empezó a llorar y se dio la vuelta, gritando que tenían que dejarle salir de allí. La puerta por la que habían salido al campo ya se había cerrado, por lo que lo único que Dani pudo hacer fue golpearla con los dos puños, desesperado.
Tom vio la mueca de desprecio y frustración que se dibujó en el rostro de Mark Lenders. Y se suponía que Dani era su amigo. Sin embargo, a esas alturas, nada le sorprendía de Lenders.
—Dios santo… Son millones —murmuró Phillip Callahan.
El capitán del Flynet tenía razón. Los zombis no dejaban de aparecer desde lo alto de la colina. Y todos sabían que habría más al otro lado. Cruzar iba a ser poco menos que imposible.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Bruce. Estaba tan pálido que parecía un fantasma.
Los muertos cada vez estaban más cerca. Eran lentos y parecían sencillos de esquivar, pero Tom había oído las historias y sabía que el más grave error que se podía cometer era subestimar a aquellas criaturas.
Oliver silbó y les hizo un gesto, desplazándose hacia la banda derecha. Casi de inmediato, como una máquina bien engrasada que se pone en marcha, Tom, Bruce, Benji y Phillip Callahan se movieron tras él. Oliver se detuvo cuando no llevaban andados ni siquiera diez metros. El resto del grupo, con Mark Lenders a la cabeza, no se había movido.
—No podemos quedarnos ahí —dijo Oliver.
Mark no contestó. Dani Mellow y uno de los gemelos Derrick, James, parecieron dudar, pero se mantuvieron fieles a su posición. Los muertos seguían acercándose.
—Chicos. —Oliver se movió para colocarse en el centro de atención de todo el grupo. Tom sonrió; cuando Oliver hablaba así casi parecía hincharse, sacaba su varita de líder y era complicado no hacerle caso—. Si queremos salir de aquí vamos a tener que jugar como un equipo. Vamos a tener que demostrarles que podemos ganar este partido, pero no lo conseguiremos si empezamos a dividirnos.
Tom se dio cuenta de que, aunque hablaba para todo el grupo, en realidad Oliver solo miraba a Mark Lenders. Porque es a él a quien tiene que convencer. Y Lenders lo sabía, sabía que era la clave de la unidad. Mark torció el labio y, por un momento, Tom pensó que se negaría, pero al final asintió con la cabeza, un movimiento leve pero claro.
—Hacedle caso, chicos —dijo—. Es el capitán del equipo.
—¿Estás seguro, Mark? —preguntó Ralph Peterson.
Mark Lenders avanzó hacia Oliver y estrechó su mano. Oliver se lo agradeció con una sonrisa. Tom Baker suspiró, aliviado.
Sabía que ahora tenían una posibilidad, por pequeña que fuera.
—Bien, escuchadme —dijo Oliver, hablando con la autoridad que le confería la banda de capitán del equipo. Los muertos estaban a menos de cien metros y era cuestión de segundos que los alcanzaran, así que no tenían mucho tiempo—. Bruce, Benji y los gemelos, iréis a la banda derecha. Phillip, Clifford, Ralph y Dani, a la izquierda. Tom, Mark y yo iremos al centro. Quiero pases rápidos y control absoluto del balón, ¿de acuerdo?
—¿Y yo? —preguntó Rafael.
Oliver dudó durante un segundo.
—¿Dónde crees que te desenvolverás mejor?
—Me gustaría ir con vosotros, por el centro —dijo el chico.
Oliver asintió. Después se giró hacia Ralph.
—Creí que nunca te diría esto, Peterson, pero juega todo lo sucio que quieras. Hoy es tu día, y vamos a necesitarlo.
Aquello fue música para los oídos de Ralph, que exhibió una sonrisa tan amplia como la medialuna del gato de Cheshire. Los muertos se acercaban, inclementes e imparables, así que Oliver controló la pelota con su diestra y le dio un pase a Lenders. Luego se dio la vuelta, esquivó una mano sucia y cubierta de sangre, de uñas melladas y mugrientas, y empezó a correr, evitando a los que se desviaban de su curso para intentar agarrarlo.
—¡Vamos! —gritó Mark. Envió la pelota bajo las piernas del primer zombi y le fintó para adelantarlo y recuperar la pelota.
Todo el equipo estaba moviéndose, desplegándose por el campo, huyendo de los muertos vivientes. Mark lanzó una bolea en dirección a Yuma. Clifford recibió con el pecho, bajando la pelota al suelo con un control excepcional, metió hombro por delante y embistió a los dos muertos que se acercaban a él con las bocas babeantes y abiertas con deseo. Los dos cadáveres andantes cayeron al suelo en medio de una maraña de brazos y piernas. Clifford le pasó la pelota a Dani.
La selección japonesa estaba jugando.
5
—¡Y allá van con el balón en los pies!
—Parece que ninguno los podrá detener, Darío. La verdad es que un placer inaudito ver jugar a estos chicos. Podrían llegar a ser grandes estrellas mundiales…
—El estadio vibra con la emoción. Los jugadores ya se han internado y esquivan la horda de muertos vivientes en esta primera colina. Juega ahora el balón James Derrick. Se apoya en su hermano, que finta a un muerto viviente y lanza un pase largo hacia Oliver y… ¡Cuidado!
—¡Ha estado cerca! Parece que uno de los muertos ha enganchado a Oliver y ha estado a punto de derribarlo. Desde luego le ha rasgado la camiseta, porque la manga derecha cuelga de manera inusual.
—No hay sangre, podemos respirar tranquilos, pero esto les demostrará a los chicos que deben extremar precauciones con los muertos…
—¡Juega Lenders! No puede seguir hacia delante, intenta retroceder pero le bloquean también el paso. Lanza en largo hacia Phillip Callahan y corre para esquivar a los muertos. El capitán del Flynet recoge y corre por la banda con la pelota en los pies. La pisa y baila sobre ella, esquivando un par de brazos que arañan el aire donde él estaba hace un momento, y sigue adelante.
—Callahan ha hecho una gran liga este año.
—Sí, así es. Ha metido más de treinta goles y dado otras tantas asistencias, y el control férreo que ha impuesto en el centro del campo ha sido muy complicado de batir. Es un jugador de lo más…
—¡Oh, Dios mío!
—¡Callahan ha caído!
—Uno de los muertos ha logrado engancharlo mientras corría y Callahan ha perdido pie. El balón ha seguido rodando en solitario y un grupo de muertos vivientes se cierne sobre el capitán del Flynet. ¡No puedo ver desde aquí! ¡No soy capaz de saber si tiene forma de salir de esto!
—¡No lo veo! ¡Se están echando encima de él! ¡Dios mío!
6
Dani Mellow se quedó paralizado al ver cómo los muertos caían sobre Phillip. Dejó de verlo cuando fueron demasiados cubriendo su cuerpo y empujándose para obtener un pedazo mejor. Oyó sus gritos desesperados, vio los rostros muertos con las bocas llenas de sangre y trozos de carne colgando entre sus dientes. No pudo resistirlo más, se giró y vomitó de nuevo. Las piernas le fallaron y cayó de rodillas al suelo.
Clifford Yuma estaba de pie a su lado cuando ocurrió y, al ver morir a uno de sus compañeros, su primera reacción fue darse la vuelta y correr. Poco le importó que Oliver le gritara que no hiciera eso, que tenían que recuperar el balón. Yuma utilizó su hombro para embestir a los zombis que había dejado atrás y que ahora regresaban a por ellos, y se abrió paso y corrió, escapando en dirección contraria a la que tenían que seguir.
Dani lo vio correr y pensó que él debería hacer lo mismo, salir de allí como fuera, pero se veía incapaz de moverse. Sentía a los muertos acercándose a él, cerrándole cada vez más las posibles salidas, pero continuaba arrodillado en el suelo, inmóvil.
—¡El balón! —gritaba Oliver.
Ralph Peterson echó a correr hacia la pelota. Un muerto viviente rondaba alrededor del esférico, con las costillas a la vista y el intestino colgando por fuera. Ralph se deslizó por el suelo, con la pierna por delante, en un gesto que habría sido falta clara si aquello hubiera sido un partido normal. La planta de su pie golpeó la espinilla del muerto, haciéndole perder verticalidad y caer. Ralph se levantó de un salto y golpeó la pelota tan fuerte que pasó por encima de Oliver, Lenders, Baker y el jugador nuevo, directa hacia la banda derecha.
Dani se puso en pie al oír un grito proveniente de su espalda. Reconoció la voz de Clifford Yuma. Fue un aullido de dolor que se cortó tan bruscamente como había aparecido. Dani miró alrededor; estaba prácticamente rodeado. Vio a Ralph más allá, pero estaba corriendo a lo largo de la línea de banda, abandonándolo allí.
Dani intentó fintar a uno de los muertos, cuyos dedos estuvieron a punto de agarrarlo, chocó contra el brazo de otro, esquivó una dentellada al cuello de un tercero por muy poco (los dientes de aquel ser chocaron de forma estrepitosa a milímetros de su piel; pudo sentir el aliento fétido y muerto de su interior), fintó también a un cuarto y se dio de bruces contra tres zombis que parecían estar formando una barrera. Dani intentó retroceder, pero su espalda golpeó al muerto que había intentado comerle el cuello. Desesperado, se revolvió intentando encontrar una salida. Las manos de aquellas criaturas se enganchaban en su ropa y tiraban. Sentía la tela rasgarse y él seguía tirando, luchando por escapar como fuera de allí. En algún momento, una mano lo agarró del antebrazo. Dani se debatió, empujó, pegó; hizo todo lo posible por huir. Pronto esa mano se convirtió en dos, y luego en tres. El espacio entre él y los muertos se redujo de forma opresiva, se cerraban sobre él casi robándole el aire para respirar. Seguía empujándolos, evitando que sus bocas se acercaran a él. Sintió el primer mordisco por detrás, directo al cuello bajo la oreja derecha. El latigazo de dolor le hizo doblarse e intentar dar un giro para apartar a su agresor. Eso le hizo descuidar el flanco izquierdo. El siguiente mordisco se lo dieron en el brazo. Tiraron de él como si quisieran arrancárselo. Luego otro logró abalanzarse sobre él y le mordió en la barbilla. Dani chilló mientras caía al suelo. Se le echaron encima como lo habían hecho sobre Phillip a menos de quince metros, y lo devoraron con la misma euforia sangrienta.
Benji contempló el vuelo del balón, demasiado alto para que lo atraparan Oliver o Mark. Con un rápido giro de cabeza observó que la pelota iba directa hacia un grupo de zombis lo suficientemente numeroso como para suponer un problema. Si el balón caía allí, tendrían que meterse entre ellos para recuperarlo.
Una de las reglas era que había que llegar con el balón.
Así que saltó, estirando el puño derecho en la dirección que calculaba que llevaría el esférico. Supo que iba a quedarse corto mientras volaba. Su mano izquierda se desplazó hasta la visera de la gorra. ¿Cuántas veces había hecho eso en un partido y le había salido bien? Alguien lo había protestado alguna vez, Benji no estaba seguro de quién, tal vez Lenders. Quien fuera había dicho que aquel movimiento no era legal, pero el árbitro no había estado de acuerdo. Benji se quitó la gorra y la lanzó hacia delante. La visera y el esférico chocaron uno contra otro, apenas lo suficiente para desviar el balón e impedir que cayera en medio del enemigo.
Bruce Harper recogió la pelota y frenó al ver que varios de los muertos se dirigían en su dirección, gimiendo y estirando los brazos. Un silbido le hizo girar la cabeza. James Derrick le estaba haciendo un gesto y señalando hacia arriba. Harper ni siquiera dudó y, con una certera patada, envió el balón hacia donde el otro chico indicaba.
7
—Harper envía el balón alto y… ¡Oh, Dios mío!
—¡Es la catapulta infernal! ¡Los hermanos Derrick están haciendo la catapulta infernal!
8
Jason Derrick se lanzó al suelo, con las piernas flexionadas hacia arriba. Su hermano James saltó sobre las plantas de sus pies, y entonces Jason lo impulsó hacia lo alto con todas sus fuerzas. James se elevó en el aire hasta una altura de casi cuatro metros, girando al mismo tiempo y golpeando el balón con una impresionante chilena. La pelota salió disparada como un cañón hacia delante, golpeó a uno de aquellos zombis en la frente y lo lanzó hacia atrás, pulverizando su cráneo putrefacto y enviando alrededor trozos sanguinolentos de carne y hueso.
Jason y James Derrick lanzaron un aullido victorioso. El estadio se puso en pie, aplaudiendo y alabando la jugada.
Lenders recogió la pelota. Una mirada le bastó para ver que la banda izquierda estaba vacía. Yuma, Mellow y Callahan habían caído y no había rastro de Peterson. Corriendo con la pelota en los pies, alcanzó la parte superior de la primera colina. Al ver lo que les esperaba al otro lado estuvo a punto de desfallecer. Desde luego, se detuvo y dejó escapar el aire de sus pulmones.
Eran cientos. Miles. Millones de muertos que avanzaban hacia ellos lanzando pavorosos gemidos de muerte y destrucción.
—¡Mark!
Oliver levantó una mano. Estaba junto a Tom, y Lenders sabía lo que eso significaba. Levantó la pierna hasta que estuvo lo más alta que pudo y disparó con todas sus fuerzas en dirección a sus compañeros. Llamaban a aquello Triple Shot, y no había jugada más letal en todo el mundo. Mark disparaba su tiro especial, y Tom y Oliver golpeaban la pelota al mismo tiempo en lo que ellos llamaban Twin Shot. No existía ningún portero capaz de detener ese disparo, ni siquiera Benji, por mucho que presumiera de poder hacerlo con los ojos cerrados. Después de un Triple Shot, las redes de la portería acababan agujereadas.
Mark había visto a todo un equipo tratar de parar uno de aquellos tiros colocándose unos detrás de otros, y el balón los había arrastrado a los diez.
Tom y Oliver levantaron sus piernas en perfecta sincronía y golpearon la pelota con todas sus fuerzas. El esférico se convirtió entonces en una bala. Surcó el aire y golpeó a los muertos vivientes abriendo un camino en el muro que conformaban, destrozando brazos y pechos.
No tendrían mucho tiempo antes de que los zombis volvieran a cerrarse sobre ellos, así que corrieron para no quedarse atrapados. Mark saltó, esquivando uno de aquellos cuerpos que intentaba levantarse del suelo. Chocó contra Tom y ambos estuvieron a punto de caer, pero Oliver los empujó desde atrás y los hizo avanzar. Una mano arremetió contra el grupo desde la derecha y golpeó a Oliver en la frente, arañándolo. Si no lo detuvo fue solo por una cuestión de milímetros.
Detrás de los tres, la masa de zombis se cerró como una trampa, o una potente mandíbula. Muchos de ellos se dieron la vuelta para perseguirlos, pero no todos.
Rafael, el chico nuevo, se había quedado rezagado. Echó a correr hacia la banda derecha, intentando huir de los muertos que bloqueaban el centro del campo.
9
—Hay disparos en la plaza, Darío, eso es todo lo que puedo contarte porque los militares han obligado a la prensa a desalojar el sitio. Sin embargo, desde donde estamos se escuchan perfectamente los disparos y los gritos. Creemos que los militares han abierto fuego contra los manifestantes, y la sensación es de caos absoluto.
—El gobierno japonés fue muy claro cuando declaró hace unos meses que no estaba dispuesto a derogar los objetivos de Matsumo ni la ley BR. Esto no debería sorprenderle a nadie.
—Así es, Darío, pero resulta difícil olvidar que la gente que está muriendo es humana, personas como todos nosotros que…
—Ahí es donde te equivocas, Patricia. Son personas, sí, pero no como todos nosotros. Luchar contra una ley se considera un delito, así que esas personas son criminales. La raya que separa el bien del mal, lo moral de lo inmoral, no es la que está en juego hoy aquí. Existen leyes, y el pueblo japonés ha abrazado la ley BR durante todos estos años sin mayores problemas porque no les importaba que treinta y nueve adolescentes muriesen cada año… Pero, claro, es tocar el fútbol y…
—Perdona que te interrumpa, Darío…
—Dime, Fernando.
—Las cosas se están poniendo verdaderamente mal en el campo. El equipo se ha desmoronado en apenas unos minutos y ahora parecen más gallinas corriendo en busca de un escape que una selección de fútbol jugando un buen partido.
—¿Qué ha ocurrido?
—Bruce Harper ha caído y a nadie ha parecido afectarle demasiado. Oliver sigue jugando y tratando de organizar a su equipo a pesar de estar sangrando por una herida en la frente. La mitad de su camiseta está empapada en sangre y muestra varios rotos.
—Ese chico es increíble.
—Lo es… Pero no es todo. Acaban de pillar a… Dios mío…
—¿A quién? No veo a quién… Oh, Dios…
—Todo el estadio se ha puesto en pie. Benjamin Price es uno de los jugadores más queridos por los japoneses, acaso el mejor portero que haya visto el mundo jamás, un verdadero mago del balón…
—¿Está muerto? ¿Es posible que haya escapado?
—Su gorra está tirada en el suelo, manchada de sangre. Allí.
—Oh, Dios mío…
—Benjamin Price está muerto. En las gradas veo a gente llorando, hay mucho dolor en sus caras…
—El mismo dolor que sentimos nosotros…
—Es una noticia terrible. Benjamin Price ha caído…
10
Mark supo lo que iba a ocurrir en cuanto vio caer a Benji. Se dio la vuelta y buscó a Oliver con la mirada. El capitán se había detenido, con la boca abierta y los ojos como platos, completamente paralizado.
—Mierda.
Oliver empezó a gritar, la desesperación tan dibujada en su rostro que uno podría pensar que él mismo estaba muriendo. Mark llegó hasta donde estaba y tiró de su brazo, pero Oliver se negó a moverse.
—¡No! —gritó.
—¡Oliver, tenemos que movernos! —le gritó Mark a su vez. Por el rabillo del ojo vio que Tom Baker y los gemelos Derrick seguían moviendo la bola, esquivando a los zombis y alejándose de ellos por momentos en dirección a la ansiada portería contraria. Cada segundo que pasaba, los dos quedaban más a merced de los muertos vivientes que se cernían sobre ellos, acechándolos con sus pasos lentos y torpes—. ¡Oliver, tenemos que salir de aquí!
—¡Benji! —gritó Aton, dando un paso hacia el lugar donde había caído su amigo.
—¡Benji ha muerto! —gritó Mark.
Oliver Aton se giró para mirarlo con una mueca de odio que Mark jamás creyó posible en el rostro de su mayor rival. La sangre le manchaba el rostro, convirtiéndolo en una máscara diabólica. Mark retrocedió un paso, trastabillando, y soltó el brazo de Oliver.
Craso error.
Oliver echó a correr hacia Benji.
—¡No! —gritó Mark, iniciando el movimiento que lo llevaría a perseguir al capitán.
Si algo caracterizaba a Mark Lenders era su capacidad para calcular con frialdad las opciones que se le presentaban por delante. En apenas una milésima de segundo, Mark valoró la conveniencia de correr detrás de Oliver o de hacerlo tras los restos del equipo. No miró atrás cuando se dio la vuelta, esquivó un par de brazos que trataron de engancharse a su ropa y corrió hacia la portería rival.
Oliver Aton alcanzó al grupo de muertos que se habían abalanzado sobre el cuerpo del portero más famoso de Japón. Golpeó con el puño cerrado a uno de ellos, les dio patadas y se abrió paso a empujones. Pisó algo resbaladizo y estuvo a punto de caer. Siguió golpeando a los muertos mientras ellos se empezaban a dar cuenta de su presencia allí y abandonaban lo que los atraía en el suelo para centrarse en él. En algún momento, mientras decenas de manos lo aferraban y horadaban su cuerpo tratando de abrirse paso a través de su piel, logró ver el cuerpo de Benji en el suelo. La caja torácica estaba completamente abierta y su interior esparcido alrededor.
Sintió el primer mordisco como algo lejano.
Una mano le agarró el labio y tiró de él. Al mismo tiempo, unos dientes podridos y negros se hincaron en su mano izquierda. Otra de aquellas criaturas le mordió en la espalda, y también lo atacaron en las piernas y los brazos. Mientras caía por el peso de los muertos que se aferraban a él como un hombre al salvavidas que lo mantiene a flote, Oliver tuvo tiempo de pensar en lo mucho que había cambiado su vida desde que decidiera apuntarse a los entrenamientos de fútbol. Las cosas que había visto, Patty, los juegos, los goles, las celebraciones.
Sus rodillas se clavaron en el césped. Había tantas bocas a su alrededor, devorándolo vivo, que apenas lograba ver nada. Por suerte, en algún momento su cerebro desconectó.
11
Los hermanos Derrick estuvieron cerca de lograrlo. Muy, muy cerca. Tanto, que seguramente se retorcerían de rabia en el más allá. Porque los cuarenta kilómetros de campo habían resultado extenuantes para todos y ya alcanzaban a ver la portería contraria cuando James Derrick resbaló al hacer una finta, y un zombi vestido con un traje hecho jirones y de olor nauseabundo cayó sobre él y le mordió en la clavícula, haciendo saltar la sangre. Desde cerca pudo oírse el sonido de los dientes del muerto al chocar contra el hueso con fuerza suficiente como para romperlo.
Jason Derrick podría haber seguido corriendo, pero de la misma manera que Oliver se había entregado a la muerte movido por la desesperación de ver caer a su mejor amigo, Jason no pudo superar ver morir a su hermano. O no quiso dejarle ir en solitario. Los gemelos Derrick siempre habían siendo buenos haciendo las cosas en común. Funcionaban como una solo, trabajaban como uno solo y pensaban como uno solo. Visto así, parecía bastante obvio que debían morir también como uno solo.
El balón rodó sin dueño, rebotó en la pierna de un muerto viviente y se detuvo en mitad de la nada. Tom Baker y Mark Lenders lo vieron desde el área enemiga, pero tenían demasiados muertos a su alrededor y entre ellos y el balón, y ninguno se decidió a correr hacia él.
La aparición de Rafael fue casi milagrosa. Saltando por encima de los muertos que devoraban los cadáveres de los gemelos, Rafael corrió hacia la pelota, se deslizó por el suelo para esquivar los brazos de dos muertos vivientes que chocaron entre sí al no encontrar a su presa, se puso en pie y golpeó la pelota con el empeine, apenas un segundo antes de que otro de los muertos chocara contra él. Detrás de aquel muerto llegaron otros y destrozaron al chico con una furia inusitada. La misma que utilizaría un troll en internet para atacar al protagonista de una serie que odia. Directo a la yugular, salpicando con sangre todo a su alrededor, de la manera más bestia posible, arrancando trozos de carne y huesos, hurgando y desmenuzando. Convirtiendo la escena en no apto para menores de dieciocho años.
Sin embargo, su pase fue definitivo. Sin él, probablemente Lenders y Baker también habrían sucumbido a la horda. El balón voló por los aires y Tom saltó para golpearlo con la cabeza, enviándolo hacia la posición de Lenders. Mark apretó los dientes con furia, apoyó el pie izquierdo en el suelo, haciendo volar pequeños trozos de césped al hundirse los tacos en él, levantó la pierna derecha y conectó el balón antes de que tocara tierra. El disparo fue tan potente que la pelota silbó al atravesar el aire, directo a la escuadra. Un gol digno de las mejores repeticiones.
Agotado, Mark cayó al suelo de rodillas. Más allá, Baker se arrastraba de espaldas huyendo de un grupo de zombis que intentaban agarrarle los pies. Uno de ellos rozó la bota del chico y resbaló. El segundo intento logró asirse con fuerza. Baker gritó, pero Mark no era capaz de levantarse. El sudor le caía por ambos lados de la cara y tenía el pelo largo completamente empapado. Las piernas le vibraban por el esfuerzo. El zombi abrió la boca y se abalanzó sobre Tom.
Y su cabeza estalló apenas unos milímetros antes de que sus dientes se cerraran sobre la carne. Los soldados estaban disparando contra los muertos vivientes, y estos caían como sacos de boxeo con las cabezas deshinchadas o directamente destrozadas. Mark estaba tan cansado que tardó unos segundos en darse cuenta de que les estaban abriendo paso.
—Lo hemos conseguido —susurró, poniéndose en pie.
Despacio, con gesto cansado, se acercó a Tom Baker y le ofreció su mano para ayudarle a levantarse. Los dos chicos se dirigieron a la puerta que los soldados custodiaban y que les señalaban. Desde la izquierda del campo, con el gesto torcido por el esfuerzo y el agotamiento, Ralph Peterson también avanzaba hacia ellos.
Los tres entraron en el vestuario y la puerta se cerró detrás, aislándolos de los disparos, de los ruidos y del olor nauseabundo de la muerte.
Tom Baker se dejó caer en un banquillo.
Ralph Peterson dijo: «Lo hemos conseguido, chicos».
Mark Lenders se giró hacia él y le dio un puñetazo con todas sus fuerzas. El labio de Peterson estalló bajo sus nudillos y, cuando cayó al suelo de culo, toda su boca estaba cubierta de sangre, igual que si hubiera estado bebiendo como un vampiro.
—No —dijo Mark, furioso—. Tú no lo has conseguido. Nos abandonaste ahí fuera y no estarías vivo si no fuese por nosotros y por los demás. Han jugado como valientes, han muerto como héroes y tú mancillas todo eso con tu presencia aquí.
—Pe… Pero yo…
—Cállate.
La voz de Mark Lenders era tan fría como un témpano de hielo. Ralph Peterson tuvo la decencia de cerrar la boca. Tom Baker se dio cuenta de que Mark estaba llorando.
11+1
—Pues esto ha sido todo en la BR de este año, Fernando.
—Así es, Darío. Y tengo que decir, en defensa de la controvertida decisión de Matsumo de cambiar el juego establecido en anteriores Battle Royale, que ha sido un espectáculo insuperable.
—Estoy de acuerdo contigo. Hemos asistido a un gran partido, con momentos épicos y otros sobrecogedores. La selección japonesa de fútbol juvenil se ha enfrentado a los muertos vivientes y lo ha hecho de una manera impecable.
—Nos despedimos por hoy. Os recordamos que dentro de media hora darán comienzo, en esta misma cadena, las noticias de las diez. Ampliaremos información sobre los disturbios que han acontecido en la plaza Miyabashi, hablaremos de lo que ha ocurrido en el campo, discutiremos sobre las estrategias que podrían haber cambiado el resultado y mucho más.
—Así es. Desde aquí queremos dar las buenas noches y despedirnos de la audiencia.
—Y no lo olviden: esto es, siempre, apenas el principio.