AFUERA DEL MUNDO

FÉLIX Y DANIEL OBES FLEUROUIN

La sociedad orwelliana, ordenada hasta el punto en que los hombres no sean sino “bits” de información en una gigantesca computadora, es una pesadilla a la que pocos escritores de SF han podido escapar. Pero no debemos olvidar que las técnicas de proceso de datos están en continua evolución... y que quizá no sea ése el más definitivo de todos los infiernos.

Ilustración de PICARD

Cerré la puerta.

Caminé calle abajo tratando de no mirar hacia atrás, tomé aliento y me lancé a correr.

Detrás mío, exactamente en la casa que acababa de abandonar, cuatro personas y unos cuantos objetos eran prácticamente pulverizados por una pavorosa deflagración que desparramó escombros de la mas heterogénea índole por varias manzanas a la redonda. Probablemente, la explosión debiera haber afectado los nervios de una gran cantidad de personas que pasaban el domingo frente a la TV, ajenas e ignorantes de la feroz guerra que se nutría de su propio indiferencia.

Luego de recorrer una prudente distancia, traté de recobrar la compostura y, haciendo caso omiso de las personas que se acercaban alarmadas hacia lo que fuera mi casa, me dispuse a enfrentarme de una vez por todas al destino que, según mis convicciones, debe seguir todo héroe de nuestro tiempo.

Sabía que las posibilidades que tenía de destruir al enemigo se basaban únicamente en el elemento sorpresa, y que cualquier enfrentamiento en campo abierto, por una simple y contundente razón de número, sería un estrepitoso, rotundo y estúpido fracaso.

Y la raza humana seguiría siendo tan falsamente feliz como hasta ahora.

Soy la guerra contra la comodidad alienante del dunlopillo.

Contra las imágenes, colores y las frases persuasivas que lavan, pulen y canalizan las ansias de libertad de los oprimidos.

Introduje la mano en la chaqueta y palpé mórbidamente la granada de demolición en la que había invertido hasta el último centésimo de mis ahorros, hasta la última gota de esperanza. Era mi carta más alta. La única.

Allí estaban el amor, la desesperación de toda una vida frustrada por el silencio y la tranquilidad. Estaban los coros, las risas, los magníficos absurdos que habían sido borrados por las cuotas de consumo de televisores y licuadoras.

La granada.

La única posibilidad de ejecutar un acto puro y liberador, ser oído entre el berrinche de las tandas de anuncios y los grititos inducidos de la masa.

La Computadora Central debe morir.

Ella rige esta idiotez de sistema; debe ser anulada; y del caos, de la nada, nacerá el hombre nuevo que correrá y se reproducirá.

Yo soy la muerte, y voy a hacia ella.

Me sonreí pensando en el futuro.

Pasos, pasos que retumban en paredes neutras, que trato de que suenen metálicos y uniformes, que se confundan con la rutina, que no me delaten.

El corredor se alarga hacia adelante y hacia atrás, proyectándose interminable hasta el resplandor gris-azulado de la Sala de Control.

Es una trampa metafísica, kafkiana, simple y mortífera, una textura monolítica, acariciante, adormecedora. Es el filtro que preserva la seguridad de la maquinaria-moloch, que con su tranquilizante cadencia trata de impedir mi venganza.

Pero no conoce mi odio, que es incorruptible.

Las sonrisas de acrílico de los conserjes automáticos no hacen más que empujarme hacia ella.

—¡Identifíquese!

—Soy tu muerte.

—Información incompleta, realimente el sistema, identifíquese y prosiga.

La granada sale de mi mano y describe una curva hermosa y precisa antes de penetrar en las entrañas de la Computadora. Salgo corriendo mientras una explosión sorda resquebraja el caparazón de la máquina y millones de diodos, transistores y capacitores vuelan y rebotan contra las paredes, como moscas enloquecidas por el humo.

Está muerta.

Corro.

Corro y siento como un aullido de alegría brota de mi boca. Corro y caigo, corro y grito, se me saltan las lágrimas... empujo las puertas que se abren indiferentes ante mi violencia... tropiezo... ¡no me deben agarrar!... es el final... ¡no!... ¡allá, la salida! Me deben esperar armados hasta los dientes, pero aprieto los puños y me lanzo a la calle dispuesto a matar... matar... matar.

El sol de junio me da en la cara. Solo despierto oleadas de silencio y el eco de mis jadeos. ¡Deben estar escondidos!

Poco a poco me alejo del centro y constato con asombro que nadie me sigue, nadie me mira. Soy uno más en la ciudad.

¡Pero no! Yo he roto los moldes, he triunfado, he quebrado el yugo... de mis manos ha volado una flor... y ha cubierto a la máquina con sus pétalos rojos... una flor... soy la historia... ¡YO HE HECHO EL FUTURO!... a la vera de los caminos hablarán de mí... he cumplido, he hecho algo prohibido... soy feliz... ¡SOY FELIZ!

Una niña me mira extrañada como hablo solo y gesticulo mirando el cielo... ¡Cuidado!, debo esconderme hasta mañana... cuando comience el caos, nadie va a tener el mal gusto de perseguirme.

Soy un hombre, he vencido.

Un camastro sucio recibe el sueño anónimo de un mito, aunque no importa, mañana dormirá sobre la hierba, bajo las estrellas de la Cruz del Sur.

  

Al otro día, el mundo sigue como antes.

La radio regurgita ríos de reclames, eructa tormentas de sanos consejos, previene accidentes que alteren esta paz que nos hunde, que me mata.

¡Algo marchó mal! Algo debe haber fallado.

Una horrible sospecha se empieza a adueñar de mí; ¡HA SOBREVIVIDO!

La calle sigue igual. El edificio de la Computadora está en silencio. El corredor... nadie me detiene... ¡Me arriesgo demasiado!... ¡Está rota!... Sí, ¡ESTA ROTA!

No funciona, parece una rana despanzurrada por un camión. Muerta, ¡tan importante que era!

Pero, ¿dónde está el caos?

—Buenas tardes.

Al darme vuelta me encuentro frente a un viejo que me mira con hastío.

—Lo lamento señor, pero el MUSEO ha sido clausurado.

¿De qué museo estará hablando este?... Debe ser un afectado por la crisis... Ahí llega más gente... ¿A qué demonios vendrán?... ¡El culto de los muertos!... ¡Ja!... ¡Venid, sí, venid a rendirle el último saludo a vuestro dios dinamitado por un hombre!... ¡Imbéciles, si supieran quien soy yo y lo que me hecho por ellos...!

—¡Lo siento señores, el MUSEO ESTA CLAUSURADO!

¡Y dale con el museo!

Luego que todos han salido, el viejo comienza a ofuscarse:

—¡Ya le dije que no hay nada que ver, haga el favor de retirarse que tengo que limpiar todo esto!

Este está mas loco que una cabra... voy a seguirle la corriente...

—Así que museo, ¿y de qué?

El viejo descubre que lo estoy cargando y me dice:

—Mire, si quiere burlarse de mí, allá usted, pero si lo que quiere es información, ponga cinco pesos en esa máquina, que ella le va a explicar todo.

Recién en este momento descubro la cajita gris, tan insignificante, y que ahora parece llenar la sala. Deposito la moneda, y una voz grave de tono impersonal —debe ser la hermanita menor de la maldita— comienza a decir:

—Bienvenidos al MUSEO DE LA COMPUTADORA EXTERIOR que, como ustedes sabrán, es la última máquina pensante que aún se encuentra en actividad... —Era, acoto yo sonriendo, pero temiéndome algo espantoso— desde que estos modelos fueron suplantados por las técnicas de programación y computación genética... —¿genética?— ...esta técnica está basada en modificaciones hechas a los genes humanos, mediante las cuales, las cadenas de ADN funcionan de la misma forma que lo haría un antiguo programa, de lo que se insertaba en las máquinas por medio de tarjetas y cintas perforadas o magnéticas. La nueva forma de programación tiene la ventaja de ser transmitida a partir de la primera generación y luego resulta imposible de alterar. De esta manera, cada ser humano sabe lo que tiene que hacer en su período vital, desde el momento que nace. Otros no lo saben hasta el momento preciso o posterior a la ejecución de su tarea en la Gran Sociedad, pero al fin de cuentas, y gracias a este perfecto método, se ha llegado a suprimir el inmenso peligro que el libre albedrío significa en la estabilidad y en la permanencia de las civilizaciones. Esta en que vivimos, es la Civilización, la primera, última y eterna civilización, el Alfa y la Omega de la Sociedad Eterna. El fin de los dioses y el comienzo del reinado de LA RAZÓN Y LA LÓGICA. La Gran Sociedad es y será perfecta; ustedes tienen el agrado y la suerte de vivir en ella, y en ella dejar vuestros hijos. Muchas gracias por vuestra atención, la grabación ha terminado.

Me usaron.

Sé cual fue mi misión; matar al pasado, destruir todo vestigio de historia para que la raza penetre en esa nueva etapa. Etapa que no debe tener leyendas ni tradiciones, que no debe estar ligada a nada, ni a las antiguas máquinas de cuando el hombre era «imperfecto»... a nada, para así poder dedicarse de lleno a la Gran Sociedad... y la máquina que maté era la historia... era inocente... me impulsaron, fui programado... asesino gratuito... ¡me tomaron el pelo! Pero... ¡NO!, según sus sucios cánones no soy perfecto... ¡por lo menos pienso!, me doy cuenta de mis actos... nadie me impulsa... ¡NADIE!, ¡Y LO HAGO!, ¡PIENSO!, y grito sabiendo que no tengo razón genética... genética... ¡GENÉTICA!... ¡Sólo maté a un montón de lamparitas y botones... un museo... ¡DIOS MÍO, SOLO UN MUSEO!... una pobre vieja chocha... las ideas no eran mías... solo soy el arma del SISTEMA... El lindo sistema de eliminar romanticones como yo... ¡Dios, me matan y no puedo mover un dedo sin que se enteren!... Soy el utensilio para eliminar los residuos que rebosan el tacho de inmundicias.

Me inculcaron la violencia... ¡MALDITOS SEAN!... Muerte, muerte, solo la muerte... pero no la muerte boba del aviso necrológico... la muerte ¡sí!, pero como ritual de amor, de pureza... yo el rebelde, yo la antorcha, estoy tan integrado como los que odio.

Me decido, doy un bufido, me levanto y grito en la cara del viejo... Se asusta y lo estrangulo mientras patalea sofocado sin comprender... salgo a la calle y me topo con un policía, que recula asustado... le aplasto la cara, esa máscara de imbécil idiota servil... ¡ya es mío el revólver!... le disparo a quemarropa y la cabeza se le convierte en una pulpa asquerosa y sangrienta... ¿Duele, eh?, ¡y cómo te desparramás por el piso!... y lo deshago a balazos... a cada impacto salta y mancha cada vez más de sangre, la vereda que ya parece un patíbulo... mato ¿y vos que mirás!... ¿Te asusta la muerte de otro?... ¡Así, así llorá y pedime que no, así!... y lo acribillo a balazos... ¡Gritá maldito, gritá!... Una vieja alcanzada por un disparo mira anonadada cuanta sangre le puede salir por la barriga... la pateo... se revuelcan como cerdos... ¡IGNÓRENME AHORA!

El arma es parte de mi cuerpo, es una boca que ruge y masacra al rebaño. Es una voz ronca que dice lo imposible, habla mi mano... la escuchan... ¡Cómo me escuchan!

La multitud grita sobre mi cabeza... no la siento... no la siento nunca más... manso... alguien me agarra... no lo siento.

Estoy tranquilo, sueño un sueño de cristal y plumón tibio, una carretera infinita de hierba fresca.

Me reclino cansado y lloroso en el valle de dos senos... suave... Le doy la mano y río... puedo reír, ¡ahora sí!

Llueve.

Afuera del mundo está lloviendo, me moja la cara y me hace bien.

Afuera del mundo cae agua de verdad, crecen las flores y las setas, revientan las semillas y dan frutos. Sumerjo los pies en la corriente y siento como rumorean las aguas entre los cantos rodados. Está conmigo y ya no tengo miedo.

Y a lo lejos las sirenas. He ganado.

Es la noche y ya casi estoy dormido.

La Sociedad sigue marchando suavemente a través de sus circuitos.

Todo se mueve según instrucciones. El elemento creado para eliminar la incómoda presencia de la Computadora Exterior se ha auto-destruido de acuerdo con el programa preestablecido. No hay lugar para un elemento educado en la violencia, por más útil que haya sido su tarea para la Gran Sociedad.

Esta, satisfecha por los últimos acontecimientos, siguió con su marcha de mastodonte, con la certeza de ser demasiado perfecta para permitirse errores.

Sin embargo, esa noche, en algún lugar afuera del mundo, alguien espera el amanecer para emprender un largo camino. Y no está solo.

© Félix y Daniel Obes Fleurquin, 1972