ROCK ON

— Pat Cadigan —

La carrera literaria de Pat Cadigan comenzó con la década. Su trabajo ha mostrado una amplia variedad de temas que van desde una oscura fantasy [1] y el horror hasta una original y nada convencional ciencia ficción.

El estilo de Cadigan a menudo se caracteriza por el vigor de una mente acerada y por un helado y subterráneo humor negro, esto es, la sensibilidad que en los ochenta sólo podía denominarse como punk. En su Pathosfinder series (que incluye historias como «Nearly Departed») destaca su atmósfera extrañamente visionaria.

El talento polifacético de Cadigan incluye un notable don para hacer aflorar la temática central del ciberpunk. Ésta historia, que apareció en 1985, es una brutal colisión entre la alta tecnología y el rock marginal.

Su primera novela fue The Pathosfinder. Vive en Kansas.

La lluvia me despertó y pensé: mierda, aquí estoy, con la Señora Lluvia en la cara porque es justo ahí donde me alcanza, sobre mi vieja jeta. Me senté y vi que todavía estaba en Newbury Street. Contempla el hermoso centro de Boston. ¿Middlebury Street es el centro de Boston? ¿Esto importaba mucho en mitad de la noche? No, realmente no. Y no se veía un alma por los alrededores. Como dijo alguien, emborrachemos a Gina, y mientras esté inconsciente, nos iremos todos a Vermont. ¿Amo Nueva Inglaterra? Es un gran lugar para vivir, pero que no te gustaría visitar.

Me aparté el pelo de los ojos y me pregunté si alguien me estaría buscando en ese momento ¡Eh! ¿Hay alguien que se asuste de una pecadora del rock and roll de cuarenta años?

Me precipité a uno de esos curiosos y viejos edificios en los cuales hay tiendas con la entrada a un nivel más bajo que el suelo. Una pequeña marquesina guarecía de la lluvia, pero producía un enloquecedor golpeteo al canalizarla hacia abajo. Escurrí el agua de mis ajustados pantalones y de mi pelo y, sin más, me senté toda mojada. También tenía frío, supongo, pero no lo notaba demasiado.

Me senté un buen rato con la barbilla apoyada en las rodillas, ¿sabes?, y eso me hacía sentirme de nuevo como una cría. Comencé a mover la cabeza y entonces empecé algo; algo primitivo, llevando el ritmo sorprendentemente bien. Hombre-de-Guerra, ¡si pudieras verme ahora! Cuando los chicos de azul me encontraron, estaba haciendo un rock and roll bastante bueno.

Y eso fue la puntilla. Nunca intenté levantarme e irme, pero si lo hubiera hecho, habría descubierto que estaba atrapada en aquel lugar; un sitio pegajoso pensado para capturar en el acto a los chavales b& e hasta que los chicos de azul pudieran llegar, entrar y cogerlos. Estaba sentada en una trampa y haciéndola cada vez más profunda. La historia de mi vida.

Fueron amables conmigo. Me guiaron, me llevaron, me dejaron exhausta. Me pusieron una multa de cien pavos y me dejaron seguir mi camino, a tiempo para el desayuno.

Mala hora para ver y ser vista, sinceramente horrible. Durante las tres primeras horas después de levantarte, la gente puede saber si tienes el corazón roto o no. La solución es, o bien que te levantes realmente pronto, para que tu camuflaje esté en su sitio a la hora en que todo el mundo sale, o bien no acostarse. No acostarse debería funcionar siempre, pero no es así.

Algunas veces, cuando no te vas a la cama, la gente puede saber durante todo el día si tienes un corazón roto.

Dejé eso de lado, para buscar una cafetería no demasiado concurrida y evitando mirar a cualquiera que me mirara. Pero apareció el impulso de parar a un peatón al azar y decirle:

—Sí, sí, es verdad, pero fue el rock and roll el que rompió mi corazón, no una persona, así que no llores por mí o te parto la cara.

Di un rodeo, subí y bajé, fui por todos lados, hasta que me encontré en Tremont Street. Fue el batería de aquel grupo de Detroit Crater; be olvidado su nombre pero la herida seguía sangrando, da igual, fue él quien me dijo que Tremont tenía las mejores cafeterías del mundo, especialmente cuando salías de una de esas curdas de las que no recuerdas nada.

Cuando los oficinistas comenzaron a marcharse, encontré un sitio; un agujero griego en el muro. Cerramos a las diez y media, lárgate en cuanto acabes, servicio sólo en la barra, tómalo o déjalo. Me gustan los sitios con carácter. Tomé asiento y pedí un café y una tortilla de queso feta. Lo acompañaban patatas fritas caseras de la montaña de patatas que había junto a la plancha (no basura de microondas, ¡hurra!). Impresionaron mis retinas antes incluso de que me trajeran el café, y mientras me servía la leche, comprobaron mi crédito. ¿Era una impertinencia? Lo era. ¿Me importaba? No. Nada sofisticado, nada de máquinas cuando un humano podía hacer la tarea, y además, comida auténtica, no ese poliéster comestible que lo mismo te entra que te sale, gracias a lo cual, cariño, puedes acabar pareciendo una víctima de la desnutrición.

Llegaron cuando casi había terminado la tortilla. Por su aspecto y por el tono de su voz habían estado de pie durante toda la noche, pero no comprobé en sus caras si tenían roto el corazón. Me pusieron nerviosa pero pensé: bueno, están cansados, ¿quién se va a fijar en esta vieja dama? Nadie.

De nuevo, me equivocaba. Me hice visible para ellos en cuanto abrieron los ojos. Un chico de unos diecisiete años, con las mejillas tatuadas y una lengua bífida, proyectándola hacia delante, siseó como una serpiente.

—¡Pecadooooora! [2]

Los otros cuatro se reanimaron al instante.

—¿Dónde? ¿Quién? ¿Aquí?

—¡Una pecadooora del rock and roll!

La dama me identificó. No se parecía a nadie en absoluto: ni siquiera había sufrido una ligera taquicardia si es que realmente tenía corazón. Con un pecador, seguramente iría de Gran Dama.

—Gina —dijo con toda seguridad.

A mi ojo izquierdo le entró un tic. ¡Por favor! El queso feta cayó en mis pantalones. Qué demonios, pensé, asentiré con la cabeza, y ellos también lo harán, terminaré de comer y saldré corriendo. Y entonces, alguien susurró la palabra «recompensa».

Solté el tenedor y salí corriendo.

Creí que funcionaría. ¿Irían a cazarme antes de comerse mi desayuno griego? No, no lo harían. Enviaron a la dama tras de mí.

Era mucho más joven que yo y me agarró en medio de un paso de cebra, justo cuando cambiaba el semáforo. Un coche se nos echó encima, y frenó justo con su parachoques rozando su duro pelo cobrizo.

—Vuelve y termínate tu tortilla. O te invitaremos a otra.

—No.

Me agarró y me sacó de la calle.

—Vamos —la gente estaba mirando, pero Tremont está lleno de teatros. Se ven este tipo de cosas por aquí; teatro al aire libre; todavía se representa. Puso una esposa en mi muñeca y me llevó con ella de vuelta a la cafetería, donde los otros habían vendido rebajado el resto de mi tortilla a un vagabundo. La dama y su grupo me hicieron un hueco entre ellos y me trajeron otra taza de café.

—¿Cómo puedes comer o beber con una lengua bífida? —pregunté a Mejillas Tatuadas, y él me lo mostró. Tenía un pequeño dispositivo debajo de la lengua, como una cremallera. Pesopluma, a la izquierda del chicarrón y al otro lado de la dama, se inclinó sobre mí y me dijo enojado:

—Danos una razón por la que no deberíamos llevarte para cobrar la recompensa del Hombre-de-Guerra.

Sacudí la cabeza.

—Estoy en ello. Ésta pecadora ha sido perdonada.

—Legalmente aún estás bajo contrato —dijo la dama—. Pero podríamos apañar algo. Deshazte de Hombre-de-Guerra o demándalo tú misma por no cumplir el contrato. Somos Malnacida Oley —se señaló a sí misma—, pidge —el tipo silencioso que había a su lado—, percy —el chicarrón—, krait Señor Lengua, Gus Pesopluma. Nosotros te cuidaremos.

Sacudí de nuevo la cabeza.

—Si vais a devolverme, hacedlo ya y cobrad. El beneficio debería bastaros para comprar al mejor pecador que haya existido.

—Podemos serte útiles.

—Ya no me queda nada más. Ha desaparecido. Todos mis pecados de rock and roll han sido perdonados.

—Falso —dijo el chicarrón. Automáticamente me volví, le miré para pararlo en seco—. Hombre-de-Guerra te habría despedido si hubiera desaparecido del todo. Entonces no tendrías por qué correr.

—No quise decírselo. Dejadme en paz. Sólo busco seguir y no pecar más, ¿entendéis? Decididlo vosotros. No voy a ayudaros —me agarré al taburete con ambas manos. De este modo, ¿qué podían hacer?, ¿arrancarlo y sacarme fuera?

Y de hecho, así lo hicieron.

Al principio, pensé, y el efecto de su eco fue estupendo. En el principio… principio… principio

En el principio, el pecador no era humano. Lo sé porque soy lo suficientemente vieja como para acordarme.

Estaban todos allí, poco más que fantasmas. Malnacida. ¿De dónde sacarán esos nombres? Soy lo suficientemente vieja como para acordarme. Oingo-Boingo y Bow-Wow-Wow. Tengo cuarenta, ¿lo he mencionado antes? Oooh, sólo unos pocos más, y entonces estará un poco más cerca de ser una barbaridad. Los viejos rockeros nunca mueren, sólo siguen tocando rock. Nunca vi a los Who. Moon estaba muerto mucho antes de que yo naciera. Pero recuerdo, cuando apenas era lo suficientemente mayor como para estar meciéndome [3] en los brazos de mi madre, mientras miles de individuos gritaban y aplaudían bailando en sus asientos. Start me up… if you start me up, I´ll never stop… «763 Cuerdas» se rindió a la música para ascensores y para las salas de espera de los dentistas. Y eso no fue lo peor.

Se agarraron a mis recuerdos, extrayendo más de mí, dándome la vuelta. ¿Tienes experiencia?… Pues sí.

(Pues sí).

Cinco contra una, no pude quitármelos de encima. En justicia, ¿puedes llamarlo violación cuando sabes que te va a gustar? Bueno, como no pude quitármelos de encima, entonces tuve que darles el momento de su vida. Jerkin’ Crocus no me mató pero casi

El chicarrón fue el primero en caer, era grande y salvaje pero resultó demasiado jodido para él. Lo saqué, lo mantuve apretado, mostrándole el ritmo de la noche en la lluvia. Se lo di, se lo metí hasta el corazón e hice que lo viviera. Luego vino la dama, desplegando el tema para el bajo. Ella se puso frenética, pero casi siempre en el sitio adecuado.

Entonces vino el Krait, deslizándose sinuosamente con el sonido, entrando y saliendo. No importaban sus mejillas tatuadas, no, sólo eran un anzuelo para los tontos. Sabía, no lo hubieras imaginado, pero sabía.

Pesopluma, un tipo silencioso, llevaba la melodía y primera armonía. Muy malo. Pesopluma era un desastre, pero no sabía qué hacer o a dónde ir cuando se metió en este asunto, estaba huyendo hacia adelante con la melodía, como si fuera el «S. S. Suicidio»[4].

¡Dios! Si me iban a violar, ¿no podían haberme conseguido a alguien más adecuado? Los otros cuatro continuaron, negándose a perdérselo, y tuve que hacerlo lo mejor posible para todos nosotros. Algo vulgar, no demasiado original, pues Pesopluma no estaba haciendo rock. Era un crimen, pero todo lo que podía hacer era agarrarlos y sacudirlos. Dioses del rock en manos de una pecadora furiosa.

Nunca estuvieron mejor. Un pequeño cambio que les daba un atisbo de lo que sería tener un montón de pasta. Si no hubiera sido por Pesopluma, lo hubieran logrado. Ahora hay más grupos que nunca, y todos ellos están seguros de que si tuvieran el pecador adecuado a su lado, derribarían la luna con su rock.

Quizás la hicimos vibrar un poco antes del final. ¡Pobre Pesopluma!

Les di más de lo que se merecían, y ellos también se dieron cuenta. Por eso, cuando les supliqué, me mostraron respeto y finalmente me dejaron ir. Sus técnicos fueron amables conmigo, sacando las conexiones de mi pobre cabeza, latiendo por el exceso, con el corazón roto, y cubrieron los implantes. Tenía que dormir y me lo permitieron. Oí a un hombre decir:

—Esto sí es una grabación; va directa. Hay que darse prisa para distribuirla. ¿Dónde diablos encontrasteis a esta pecadora?

—Sintetizadora —murmuré ya en sueños—. La palabra auténtica, chico, es «sintetizadora».

Viejos y locos sueños. Estaba de vuelta con Hombre-de-Guerra en la gran California, y lo abandonaba de nuevo, que básicamente era lo que había pasado, pero ya sabes cómo son los sueños. La mitad de su salón estaba al aire libre, la otra mitad cubierto y todas sus paredes, abombadas. Hombre-de-Guerra estaba casi sin ropa, como si se le hubiera olvidado acabar de vestirse. Oh, pero eso no pasaba nunca. ¿Hombre-de-Guerra olvidando siquiera una lentejuela o un adorno? Le encantaba actuar, como al Krait.

—Nunca más —decía yo, y él contestaba:

—Pero tú no sabes hacer otra cosa. ¿No la estarás cagando?

—Chicos, en la gran California nadie la caga, como mucho echan zumo.

—Tu contrato dura otros dos años y tengo la exclusiva, siempre tengo la exclusiva. Y te encanta, Gina, lo sabes, no te sientes bien sin esto.

Y luego hubo una vuelta hacia atrás en el tiempo, y estaba de nuevo en el «tanque» con todos mis implantes enchufados, haciendo rock, mientras Hombre-de-Guerra y sus máquinas lo grababan todo, sonido y visión, para que todos los «niñostv» del mundo pudieran tocarlo en sus pantallas siempre que quisieran. Olvídate de la carretera y olvídate de los espectáculos, demasiado follón, y, además no tienen comparación con las cintas, nunca son tan excitantes, incluso aunque tengan los mejores efectos especiales de láser, naves espaciales, explosiones; nada tan bueno. Y las cintas a su vez tampoco eran tan buenas como el material en la cabeza, visiones de rock and roll directamente de tu mente. Sin necesidad de horas y más horas de montaje en el estudio. Pero tenías que hacer que todo el mundo en el grupo soñara de la misma manera. Necesitabas una síntesis, y para eso, conseguías un sintetizador, no el antiguo, el instrumento musical, sino algo, alguien, para dirigir el grupo, para golpear en las pequeñas almas alimentadas por el tubo de rayos catódicos, para mecerlos y hacerlos rodar [5] de tal manera que ellos nunca podrían hacerlo por sí mismos. Y así cualquiera podía ser un héroe del rock and roll. ¡Cualquiera!

Al final, no tenían que tocar instrumentos a no ser que se quisiera, y además, ¿para qué molestarse? Dejemos que el sintetizador guíe su imaginación y los suba al Monte Olimpo.

Sintetizador. Sintecador. Pecador.

No todo el mundo puede hacerlo, pecar por el rock and roll. Y yo puedo.

Pero no es lo mismo que saltar toda la noche con el típico grupo de bar que todavía nadie conoce… Hombre-de-Guerra apareció de nuevo en su abombado salón y me dijo:

—Tú me has reventado las paredes de mi casa con tu rock. Nunca te dejaré ir.

Y yo dije:

—Me voy.

Luego aparecí fuera, corriendo al principio, porque él vendría tras de mí a toda velocidad. Pero debí de perderlo, y entonces alguien me agarró del tobillo.

Pesopluma trajo una bandeja, era una hermanita de la caridad. Se golpeó en la rodilla contra una pata de la cama y me incorporó despacio. Ella se levanta de su tumba, no puedes acabar con una buena pecadora.

—Toma —dejó la bandeja en mi regazo y acercó una silla. Me dio un cuenco con una especie de sopa espesa, con galletitas integrales para que las partiera y las pusiera dentro—. Pensé que te gustaría algo suave y sencillo —cruzó su pie izquierdo sobre la pierna derecha y lo estuvo mirando durante un buen rato—. Nunca me habían roqueado, nunca de esa manera.

—No te hace falta, no importa quién te roquee en este mundo, sea quien sea. Corta y déjalo, conviértete en un representante. El dinero de verdad está en ser representante.

Se mordió, el pulgar.

—¿Siempre puedes saberlo?

—Si los Stones volvieran mañana, no serías capaz ni de llevar el ritmo con el pie.

—¿Qué tal si ocuparas mi lugar?

—No soy un payaso. No puedes pecar y hacer la coreografía al mismo tiempo. Ya se ha intentado.

—Tú podrías. Si es que hay alguien que puede hacerlo.

—No.

Su rubio flequillo le cayó sobre la cara, y él lo retiró de nuevo.

—Tómate la sopa. Quieren que vuelvas enseguida.

—No —me toqué el labio inferior, hinchado como una salchicha—. No pecaré para Hombre-de-Guerra y no lo haré para vosotros. Por favor, sacúdeme un implante y provócame una afasia.

Así que se fue pero volvió con todo un ejército de técnicos y esbirros, que vertieron la sopa dentro de mi garganta y me dieron una dosis. Luego me llevaron al tanque para conseguir que éste fuera el año de la explosiva revelación de Malnacida.

Supe, tan pronto como salió la primera cinta, que Hombre-de-Guerra captaría mi aroma.

Estaban haciendo funcionar la maquinaria para mantenerme lejos de él. Y me cuidaron bien, en la habitación donde su antiguo pecador había cumplido su pena, me dijo la dama. Su pecador también vino a verme. Pensé: veneno goteando de sus colmillos, amenaza de muerte. Pero era sólo un tipo de mi edad con un montón de pelo para ocultar sus implantes (a mí nunca me importó, no me preocupaba que se vieran). Sólo vino a presentarme sus respetos, ¿que cómo aprendí a hacer rock de la forma en que lo hacía?

¡Idiota!

Me cuidaron bien en aquella habitación. Borracheras cuando quería y una dosis para volver a estar sobria, otra dosis de vitaminas, y otra más para quitarme los malos sueños. Dosis, dosis, dosis, estaba completamente ciega todo el día. Tenía marcas como los antiguos B& O y ni siquiera ellos sabían qué quería decir con eso. Se deshicieron de Pesopluma, consiguieron a alguien más apropiado, alguien con quien pudiera salir y hacer ejercicio, una chica esbelta de dieciséis años con la cara de una mantis religiosa. Y ella rockeaba y yo rockeaba y todos rockeábamos hasta que Hombre-de-Guerra vino y me llevó de vuelta a casa.

Entró pavoneándose en mi habitación, con todo su plumaje, con su pelo cardado (para ocultar sus implantes), y dijo:

—¿Quieres presentar cargos, Gina querida?

Bien, entonces discutieron alrededor de mi cama. Cuando Malnacida dijo que ahora yo era suya, entonces, Hombre-de-Guerra sonrió y dijo:

—Así es, pero resulta que yo te he comprado a ti. Ahora tú también eres mía del todo. Tú y tu pecadora. Mi pecadora —era verdad. Hombre-de-Guerra lanzó a su compañía a comprar Malnacida, justo después de que saliera la primera cinta. El trato estaba cerrado para cuando terminamos la tercera, y ellos nunca lo supieron. Las compañías estaban comprando y vendiendo todo el tiempo. Todo el mundo estaba en apuros, excepto Hombre-de-Guerra. Y yo, según dijo. Hizo que todos se marcharan y se sentó en mi cama para confirmarme mi relanzamiento—, gina… —¿has visto alguna vez miel extendida sobre el filo de una cuchilla de diente de sierra? ¿Alguna vez has oído hablar de algo así? Él no podía cantar sin hacer daño a alguien, y tampoco podía bailar, pero podía rockear por dentro, sólo si yo rockeaba para él.

—No quiero ser una pecadora, ni para ti ni para nadie.

—Todo te resultará diferente cuando vuelvas a «Si El». [6].

—Quiero ir a un bar de mala muerte y agitar mis sesos hasta que se salgan por los implantes.

—Nunca más, querida. Por eso estás aquí, ¿no es así? Todos los bares han desaparecido, y también los grupos. Los últimos, hace años. Todo está aquí arriba, aquí arriba —se dio unos golpecitos en las sienes—. Eres una anciana dama, no importa cuánto me esfuerce en mantener joven tu cuerpo. ¿Acaso no te doy de todo? ¿No te he dicho que tengo de todo?

—No es lo mismo. No se suponía que me pondrías en un tubo catódico para que la gente me mirara.

—Pero, amor, esto no significa que el rock duro se haya muerto.

—Pero tú lo estás matando.

—Yo no. Tú sí intentas enterrarlo en vida. Pero te mantendré en activo durante mucho, mucho tiempo.

—Pues me escaparé otra vez. O bien haces rock and roll por tu cuenta o lo dejas, pero no lo sacaré más de mí. Éste no es mi estilo, no es mi época. Como dijo aquél: «Yo no vivo en el presente».

Hombre-de-Guerra se rio.

—Y como dijo aquel otro: «El rock and roll nunca olvida».

Entonces llamó a sus esbirros y me llevó a casa.


[1] Así se denomina a un subgénero de literatura fantástica que se desarrolla en una Edad Media alternativa. (N. De los T).

[2] La autora hará un juego de palabras entre sinner (pecadora) y synthetizer (sintetizador), que creará el término synner (que, además, es el título de una de las novelas de la autora). De ahí el uso, en el texto, de «sintetizadora». «Sintecadora-ypecadora. (N. De los T).

[3] To rock también significa «mecer». To rock the craddle: «mecer la cuna». La autora juega con esos significados. (N. De los T).

[4] «S. S». Es la abreviatura para steam ship. «Barco de vapor». (N. De los T).

[5] Rock and roll, que se puede traducir como «mecer y rodar». (N. De los T).

[6] Es la pronunciación transcrita en inglés de «CA». California. (N. De los T).