Grete cortó una rama enferma de su rosal gloria crepuscular como si fuera un recolector de cuerpos en busca del órgano perfecto. Por debajo del murmullo de los humidificadores del jardín le llegó el zumbido y el clic de la puerta de la esclusa al abrirse. Su novio rodeó precipitadamente la alcachofera emperador con la que su madre había ganado un premio.
Algo pasaba.
Kaj tenía los ojos abiertos como platos, esos increíbles ojos de un verde azulado tan iridiscente que se tenía la sensación de que todas las plantas de su alrededor palidecían en su presencia.
—¡Mis padres me han conseguido una plaza para estudiar en un centro abajo, en la Tierra!
A Grete la sangre se le heló en las venas. Kaj la iba a abandonar. Se obligó a sonreír.
—¡Eso está en el quinto pino!
—Ni siquiera sabía que habían presentado una solicitud. Academia Fairview… diseño de videojuegos. —Sus dientes perfectos destellaron como rayos de sol en las tinieblas del espacio—. ¡Menuda locura! Deberías ir tú, que sí que eres toda una crack programando.
—Yo ya tengo derecho a una plaza en un centro de estudios. —A Grete se le crispó el rostro tras decir esas palabras. ¡Como si él no lo supiera! Kaj era el tercero de cinco hijos, muchos más de los permitidos en la estación Banwith. Cogió las tijeras de podar para disimular el temblor de sus manos. ¿Cómo iba a poder vivir sin Kaj?—. Bueno, supongo que tendrás cosas que hacer, preparar el equipaje y demás.
—El uniforme te lo proporcionan ellos. Lo único que me voy a llevar es mi reproductor con música y libros. Nada más. —Kaj le rodeó la cintura con el brazo y entrelazó sus largos y delicados dedos con los de ella—. Y de aquí a mi partida quiero pasar contigo hasta el último momento.
Grete lo quería tanto que el sentimiento le resultaba doloroso. Recostó la cabeza contra él, grabando en su memoria el tacto de su cuerpo. Respiró el almizcleño olor de su sudor y lo besó en el cuello, saboreando el gusto salado de su piel.
Tras unos instantes, Kaj le colgó una cadena del cuello. De ella colgaban unas chapas metálicas que todavía conservaban el calor de su cuerpo.
—¿Y esto?
—Placas de identificación, como las que se usaban en las guerras antes. He metido ahí todos mis parámetros biométricos para que te acuerdes de mí.
—Kaj Lorensen, no creo vaya a poder olvidarte.
Pero cuando estuviera en esa academia tan lejana, a lo mejor él sí que se olvidaba de ella. Grete examinó el rosal y cortó con las tijeras la rosa más perfecta. Se la alargó, sintiendo una repentina timidez.
Kaj besó la rosa y luego la palma de la mano de Grete. Ella se sumió en su mirada, embelesada por el verde azulado de sus ojos.
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Grete llamó al timbre del cuchitril de los Lorensen y esperó a que el comunicador la identificara escaneándole la retina. Si su madre sabía cómo acceder a los registros del escáner, a Grete le iba a caer una buena por hacer novillos, pero ya no podía seguir aguantando la espera. A su alrededor, los niños sin derecho a escolarización estaban jugando a tula por el pasillo. Les echó un vistazo para ver si alguno de los hermanos pequeños de Kaj andaba por allí.
La puerta se abrió. La madre de Kaj, con el vientre empezando a redondeársele por otro embarazo, clavó la mirada en Grete.
—¿Qué?
—Disculpe, pero la dirección que tengo de Kaj no responde.
Un mes. Había hecho ping a la dirección de Kaj y esperado la respuesta. Y a la de su madre, y también había esperado. Incluso había preguntado al orientador de su colegio, que resultó que nunca había oído hablar de la Academia Fairview. Grete estaba cansada de esperar.
Los ojos de la señora Lorensen eran grises e inexpresivos, igual que su voz.
—Déjalo en paz. ¿O es que quieres fastidiarle esta oportunidad?
—No, pero es que lo echo de menos.
—A lo mejor él no te echa de menos a ti.
La puerta se cerró con un sonido siseante. Grete se quedó mirando la puerta muda durante unos instantes y luego empezó a buscar a los hermanos de Kaj, confiando en que supieran cómo poder contactar con él. Los dos mayores estarían en clase, que es donde ella debería estar, pero los más pequeños no tenían derecho a una plaza escolar.
En cualquier otra estación, ningún padre con dos dedos de frente permitiría que sus hijos sin escolarizar estuvieran por ahí sueltos, por miedo a que se los llevara algún recolector de cuerpos por encargo de algún cliente forrado de dinero. En la estación Banwith eso no estaba permitido; si nacías con un brazo atrofiado, tenías que vivir con él, por lo que había montones de niños correteando sueltos.
Grete agarró al primer niño macilento que pasó por su lado.
—Oye, ¿sabes dónde andan Margrit o Poul?
—No, hace tiempo que no los veo.
El niño se retorció hasta que consiguió soltarse y desapareció por entre la multitud.
A Grete se le encogió el estómago por la aprensión. No parecía posible que la señora Lorensen hubiera conseguido becas para sus tres hijos más jóvenes. Allí pasaba algo. Regresó corriendo a casa; volver a clase a esas horas hubiera sido una estupidez.
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Cuando Grete buscó «Academia Fairview» encontró 203 000 referencias que iban desde un campo de golf hasta un cirujano plástico, pero nada que tuviera que ver con el diseño de videojuegos.
Se quedo mirando el terminal, intentando idear alguna forma de contactar con Kaj. No le cuadraba que no le hubiera escrito. Si hasta había hecho las placas de identificación para que no lo olvidara… ¡Sus placas de identificación!
Kaj había dicho que contenían todos sus parámetros biométricos. Si conseguía crackearlas, podría localizar a Kaj utilizando el escaneo de su retina. Colocó las placas en el lector, hizo una copia de seguridad y puso manos a la obra. Para cuando consiguió deshacerse de la primera capa de encriptación, su madre ya había vuelto del trabajo. Programó un segundo proceso y dejó al sistema resoplando cuando su madre la llamó para cenar.
Su madre le paso un cuenco de tallarines con tomates de verdad.
—Echo de menos tener flores en la mesa.
Grete no había ido al jardín desde que Kaj se había marchado. Le parecía un lugar tan vacuo…
—Lo siento.
—¿Alguna noticia de Kaj?
—Todavía no.
Su madre suspiró.
—Probablemente sea lo mejor.
Sucesivas oleadas de frío y calor recorrieron el cuerpo de Grete y la dejaron temblando de ira. Kaj no tenía la culpa de que sus padres no dejaran de tener hijos.
—¡No digas eso!
—Un chico así va a ser una rémora para ti.
Otra vez la misma discusión. Grete apartó la silla de la mesa.
—Estoy trabajando en un proyecto. Cenaré en mi cuarto.
—Grete… —Su madre se interrumpió y sacudió la cabeza—. Como quieras.
Cuando Grete entró en su habitación, los parámetros biométricos de Kaj brillaban en la pantalla. Extrajo el patrón de la retina y lanzó una búsqueda de su escaneo más reciente. El resultado fue una dirección en la estación Kordova, en órbita alrededor de la Tierra.
Esa era la estación de lujo vecina de la suya. Pero si Kaj había dicho que la academia estaba abajo, ¿por qué estaba en la estación Kordova?
Intentó localizar su nombre en la estación Kordova sin encontrar nada. Ni Kaj Lorensen ni Academia Fairview… sin embargo, el último escaneo era de hacía tan solo cinco minutos. Estaba allí.
Grete se sintió recorrida por una corriente de anhelo. Kaj estaba tan cerca… Hizo ping a la última dirección solicitando conexión por voz e imagen. La respuesta negativa le llegó de inmediato: la dirección no aceptaba conexiones no solicitadas.
Sintió el alivio y la furia bullendo en su interior. No es que Kaj hubiera estado pasando de sus pings, sino que la estúpida academia esa tenía una lista blanca de direcciones de confianza en la que no estaba incluida la suya. Grete extrajo el resto de escaneos de la retina y comprobó que la mayoría correspondían a esa dirección. Sonrió mientras engañaba al sistema para conseguir la dirección física. Ahora que sabía dónde estaba podía enviarle una carta por correo ordinario. Había un transbordador que realizaba el recorrido entre las dos estaciones un par de veces al día y a lo mejor incluso la podía recibir esa misma noche.
O bien… podía coger el transbordador e ir a verlo. Y esa misma noche podría estar entre sus brazos.
Salvo por el detalle de que no había ni la más remota posibilidad de que su madre la dejara ir.
Grete se aferró a los brazos de la silla, luchando contra el impulso de lanzar algo contra el terminal. Kaj estaba tan cerca… De acuerdo… Desde los trece años tenía los datos de la tarjeta de crédito de su madre y no era tan lela como para quedarse ahí sentada estando Kaj a la vuelta de la esquina.
Grete fue a la página del transbordador y se compró un billete.
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La dirección de Kaj en la estación Kordova estaba en el corazón del nivel Esmeralda. Cuanto más se acercaba a su puerta, más incómoda se sentía Grete con su atuendo. La túnica, con su sobrecapa casi transparente, le había parecido lo suficientemente elegante cuando había salido de la estación Banwith, pero con todo el dinero que circulaba por esos pasillos se sintió como una okupa. A lo mejor Kaj no le había escrito porque allí todo era mucho mejor. De manera inconsciente, las manos se le fueron hacia las placas de identificación que llevaba alrededor del cuello. ¿Y si ya no la quería?
Grete sacudió la cabeza intentando apartar ese pensamiento. Si ya no la quería, entonces más le valía decírselo a la cara. ¡Menudo cobarde!
Se detuvo delante de la dirección de Kaj y llamó al timbre del comunicador.
La puerta se abrió.
—¡Bran! Has llegado pron…
Una mujer de tez muy clara la miró desconcertada. Tenía los ojos de un verde azulado iridiscente. Unos ojos tan brillantes que a su alrededor el mundo parecía empalidecer.
Los ojos de Kaj.
Grete se la quedó mirando, incapaz de conseguir que algún sonido atravesara el nudo que tenía en la garganta. Nadie tenía unos ojos así, ni siquiera en la familia de Kaj.
La mujer frunció la frente.
—Esta es una residencia privada.
Grete intentó formar palabras, pero a su mente únicamente afluyeron imágenes. Los recolectores de cuerpos rajando a Kaj. Sus ojos brillando. La madre de Kaj diciéndole que lo dejara en paz.
—¿Quién eres?
Grete cerró los ojos para no tener que ver los ojos de Kaj en una cara que no les correspondía. Tenía que estar equivocada.
—Creo que te has confundido de dirección —dijo la mujer.
—No. —Grete tenía la piel cubierta de sudor. Se obligó a abrir los ojos y a hacer frente a la mirada verde azulada de su amor en un rostro de una palidez mortal. Sintió náuseas en el estómago. Jadeó, intentando no vomitar—. Sus ojos…
La mujer se quedó blanca, y la palidez reveló los ligeros restos de moratones que tenía debajo de los ojos. Cerró dando un portazo.
No era posible. Cascarillas oculares cosméticas. Alguien había visto los ojos de Kaj y había fabricado cascarillas cosméticas. Tenía que ser eso.
Salvo por el hecho de que el escaneo de la retina coincidía con el de él.
El mármol verde empezó a dar vueltas delante de sus ojos y un fuerte pitido le taladró los oídos. Se apoyó con una mano en la pared del pasillo intentando tranquilizarse. Los ojos de Kaj estaban en el rostro de esa mujer. Un recolector de cuerpos lo había capturado.
Le fallaron las rodillas. Estaba equivocada. Tenía que estarlo. Le rogó a Dios que se estuviera equivocando.
Un par de botas masculinas se detuvieron a su lado.
—Se me han quejado de ti.
El hombre se alzaba imponente a su lado, con el cabello rodeado de una aureola de luz proveniente de los focos del techo. Llevaba un uniforme con un distintivo del cuerpo de seguridad de Kordova en cada uno de los bíceps.
—No he hecho nada.
—Has acosado a una residente.
El estómago le dio un vuelco: nadie sabía dónde estaba. Retrocedió de rodillas alejándose del hombre. Cuando él se inclinó para agarrarla, rodó sobre sí misma apartándose y se incorporó.
El hombre intentó atraparla y consiguió agarrar el cuello de su túnica. Grete dio un tirón. La fina sobrecapa se soltó y ella echó a correr.
Corrió por el pasillo con el pulso desbocado. Las pesadas pisadas de las botas la perseguían. El aliento le ardía en los pulmones. Se temía que en cualquier momento una mano fornida la iba a agarrar y a zarandear. A pesar de ello, no miró atrás.
Grete zigzagueó y se contorsionó por entre los viandantes como si estuviera jugando a tula por los pasillos de su hogar. Si el guarda la atrapaba, a ninguna de esas personas le iba a importar. Por las protestas que se oían a sus espaldas, supo que el corpulento hombre estaba teniendo problemas para avanzar por los pasillos abarrotados. Las piernas le temblaban mientras esquivaba a hombres de negocios y a matronas con elaborados atuendos, dirigiéndose en todo momento hacia aquellas zonas en las que el gentío era más denso.
Corrió hasta que llegó a una zona comercial, hasta que dejó de oír a su perseguidor, y entonces se obligó a caminar. La túnica se le pegaba al cuerpo totalmente empapado de sudor. Sintió una punzada en el costado. Se lo apretó con la mano y continuó andando hasta que encontró un cibercafé.
Se desplomó sobre una silla delante de un terminal, sin poder quitarse de la cabeza la imagen de los ojos de Kaj. Esa faz rosa pálido no era su lugar. Su lugar era el suave rostro color chocolate de Kaj. ¡Santo cielo!, ¿qué es lo que le habían hecho?
Grete se tapó la boca con la mano, reprimiendo un gemido. Tenía la sensación de que el nivel de oxígeno en el café era demasiado bajo, porque no conseguía recuperar el aliento.
Tenía que analizar lo que estaba ocurriendo como si se tratara de un problema de programación. Como si estuviera podando un rosal para conseguir la forma perfecta. Como cualquier cosa, excepto las imágenes en su cabeza del rostro de Kaj con regueros de sangre brotando de sus cuencas vacías.
Mordiéndose la parte interior de la mejilla, se concentró en lo que sabía. La mujer tenía moratones debajo de los ojos. ¿Cuánto tardaba en desaparecer un moratón?
Se conectó al servidor y accedió en remoto al ordenador de su casa. Fue comprobando los otros escáneres de la retina retrocediendo en el tiempo hasta que localizó el momento en que aparecían en Kordova. Casi un mes, casi el mismo tiempo que hacía desde que Kaj se había marchado.
Los escáneres más antiguos eran de la nave Chickamauga, con rumbo a una estación en la órbita de Júpiter. Su primera escala había sido en la estación Nuevo Kyoto, en la órbita lunar. No había ningún registro que indicara que Kaj se hubiera bajado allí. El siguiente escáner era de una semana más tarde dentro de la estación Kordova. Tampoco consiguió encontrar el registro correspondiente a la llegada de Kaj a esta estación.
Lo que quería decir que ya no era él. Sus ojos ya habían sido recolectados e implantados en la cabeza de esa mujer. Y a lo mejor lo habían abandonado, ciego e ilegal, en Nuevo Kyoto.
No podía permitir que esa imagen se introdujera en su cabeza. Recuperó el resto de parámetros biométricos y extrajo las huellas dactilares. La pantalla se iluminó con registros de huellas repartidos por todo Nuevo Kyoto. No empezaban a aparecer hasta dos semanas después de que la nave Chickamauga hubiera atracado allí. No eran demasiado abundantes, y en su mayoría correspondían a pagos en restaurantes.
Cuando consiguió acceder a la información de los paquetes de datos ligados a las huellas dactilares de Kaj, se encontró con que el nombre que aparecía en todos ellos era Fairview.
Se esforzó por comprender. Fairview. Seguramente Kaj había tenido que vender los ojos a algún recolector de cuerpos para poder pagar la academia. Las náuseas seguían revolviéndole el estómago, pero si Kaj estaba comprando comida y estaba registrado como Fairview, eso quería decir que estaba vivo. Se aferró a esa idea: Kaj estaba vivo. Consultó los vuelos a Nuevo Kyoto. La tarifa por un billete de última hora era astronómica, pero ¿acaso podía hacer otra cosa? Se compró el billete y camufló el pago entre sus cuotas escolares. Lo último que quería es que su madre bloqueara la tarjeta.
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En la estación Nuevo Kyoto, Grete se dedicó a pasear por delante de cafeterías, tiendas de comestibles y piano bares, buscando a Kaj. Durante su segunda noche en la estación, un chico con la piel color chocolate entró con paso rápido en el Doc’s Piano Bar.
—¡Kaj!
Grete lo siguió al interior del vestíbulo del bar y le agarró la mano. Él se giró.
Y en ese momento, alguien puso patas arriba el mundo de Grete. El chico era en realidad un hombre mayor que Kaj, con unas pronunciadas arrugas alrededor de la boca. Sin embargo, tenías las manos largas y estilizadas, como las de alguien de quince años.
El hombre se rió y le dijo:
—Gatita, si quieres a Doc, primero vas a tener que demostrarme de lo que eres capaz.
Le dirigió una mirada lasciva acompañada de una sonrisa perfecta, que fue como un destello de un rayo de sol en las tinieblas de espacio.
Grete retrocedió. Dientes, manos y ojos. ¿Cuánto de sí mismo había vendido Kaj?
—Ponme un whisky Tom Collins —dijo Doc girándose hacia uno de los camareros—. En vaso alto. —Levantó las manos y movió los dedos de Kaj—. Esta noche, las nuevas manos tienen ganas de tocar.
Si Doc tenía sus manos, entonces ninguno de los escáneres de las huellas dactilares era de Kaj. A Grete se le escapó un gemido de desesperación.
—Uy, a la pequeña le gusta el plan —dijo Doc volviéndose hacia ella. Le puso una mano en la mejilla y la acarició—. Y tú también les gustas a mis manos.
Totalmente paralizada, Grete dejó que las manos de Kaj trazaran ardientes líneas bajando por su mejilla y recorriendo su boca. Rozaron sus pestañas igual que el beso de los pétalos de una rosa. El asco bullía en su pecho, pero no apartó la mirada de las manos de Kaj.
Una mano descendió por su cuerpo para acariciarle el pecho.
—A lo mejor, esta noche no es el piano lo único que toco.
Las entrañas de Grete se revolvían por las náuseas, pero se obligó a sonreír. Doc podía ayudarla a llegar hasta Kaj.
Así que… Grete tragó saliva. Así que tenía que ser amable con él. Tenía que conseguir que le dijera dónde había conseguido sus manos. Las manos de Kaj.
—Puede que ese plan me guste —le dijo sonriendo.
—¿De veras? —Doc se volvió hacia el camarero—. Sírvele una copa.
El camarero la acompañó a una mesa y la dejó temblando sentada en una silla. En el escenario, Doc se sentó en un piano estilo antiguo y empezó a tocar. Las manos de Kaj acariciaron el teclado y arrancaron melodías de las teclas. La música se deslizó por el aire, retorciéndose por entre las escalas ascendentes y descendentes.
Grete se esforzó por sobreponerse a la idea de que ese monstruo tenía las manos de Kaj. La gente lo llamaba Doc y los escáneres estaban registrados como Fairview. El Doctor Fairview, por lo tanto. Entonces le vino a la memoria la búsqueda que había realizado intentando localizar la Academia Fairview; una de las entradas correspondía a un cirujano plástico. Debía de tratarse de este hombre. Él tenía la clave para localizar a Kaj. Él sabría si Kaj estaba todavía vivo.
Y si no lo estaba, es que este hombre, que llevaba sus manos, lo había matado.
Grete esperó mientras él tocaba, bebiendo a sorbos las bebidas que el camarero le iba trayendo.
Cuando terminó de tocar, Doc se dirigió hacia ella abriéndose paso por entre las mesas.
—Vámonos.
Le pasó una mano por debajo del codo y la llevó hasta la salida. Grete avanzó a trompicones a su lado.
—¿No te habrán dado mis chicos demasiado de beber?
Grete se obligó a sonreír.
—Solo estoy algo aturdida por los nervios.
Como queriendo advertirla de algo, la mano de Kaj le apretó el codo mientras Doc se reía.
—Eres muy simpática. Un verdadero encanto.
Doc la acompañó hasta un apartamento situado en un nivel de acceso restringido. En el interior, las paredes estaban cubiertas de obras de arte iluminadas con esmero. Una piel de tigre, con la cabeza disecada y los ojos abiertos, estaba extendida sobre el suelo, delante de un amplio sofá de cuero. Grete apoyó una mano en la pared, intentando tranquilizarse. ¿Cuánto dinero tenía este hombre?
El suficiente para comprar la vida de Kaj.
Doc se dejó caer en el sofá y levantó la mirada hacia ella.
—Desnúdate.
—Yo…
Grete se llevó la mano al pecho, como intentando contener el pánico en su interior.
—Ahora no te me pongas vergonzosa, gatita. Si no hubieras querido esto, no te habrías quedado esperándome. —Deslizó la mano por dentro de la cintura de los pantalones y cerró los ojos complacido—. Y las manos no es lo único que tengo nuevo.
A Grete se le escapó un gemido. Doc sonrió, con los ojos todavía cerrados.
—Espera y verás, gatita.
Tenía que averiguar si Kaj estaba vivo. Grete se abrió la parte de arriba de la túnica.
—A lo mejor necesito ayuda para desnudarme.
—¿De verdad? —El cuero crujió cuando Doc se incorporó—. Creo que estas manos ya te conocían antes de ser mías. —Los largos dedos de Kaj se enredaron en el cabello de ella. Doc le rodeó la cintura con el brazo y la atrajo hacia él, con fuerza—. Se trata de una oportunidad excepcional, gatita. Realmente excepcional.
Grete cogió una de las manos de Kaj y le besó las puntas de los dedos. Cerró los ojos y obligó a su mente a retroceder hasta el jardín de la estación Banwith. Las manos de él tiraron del cuello de la túnica y la abrieron. Grete dejó escapar un grito ahogado cuando Doc le pellizco un pezón.
—Tienes unos pechos muy bonitos, ¿lo sabías? Sin esas cosas que parecen granitos en los pezones. Preciosos.
Grete se arrodilló intentando escapar de la voz de Doc, que era como una mala hierba en el jardín de su memoria. Luchó contra los pantalones de él, hurgando en busca de esa otra parte de Kaj que estaba adherida a ese hombre. Cuando los pantalones cayeron, metió a Kaj en su boca.
Doc gimió encima de ella.
Grete cogió las manos de Kaj y se lo imaginó. La piel color café entre las rosas. Sus delicadas manos trazando dibujos sobre su espalda. Kaj se rió en su memoria.
Doc la empujó hacia atrás, para tumbarla sobre el suelo del apartamento. Grete abrió los ojos. Él la miró con expresión lasciva y ella se concentró en los dientes de Kaj. Con más fuerza de la que Grete pensaba que tenían las manos de Kaj, Doc le bajó los pantalones y la obligó a separar los muslos.
Intentó no resistirse; volvió a cerrar los ojos, pero ese peso que tenía encima no tenía nada que ver con Kaj. Doc olía a whisky y a tabaco. Sus manos la agarraron con fuerza, magullándole la carne de los hombros. Le dolió cuando la penetró. Y gritó cuando Doc empujó para introducirse todavía más, demasiado profundamente.
—¿Te gusta, gatita?
Él continuó arremetiendo, y Grete gimió y se retorció de dolor. Kaj había sido tierno, Grete creía que sería tierno. Sus manos le sujetaron los brazos por encima de la cabeza, inmovilizándola, mientras Doc seguía empujando una y otra vez, lacerándola y desgarrándola, hasta que terminó.
La ingle y el vientre le ardían de dolor cuando Doc se quitó de encima de ella. Se quedó temblando en el suelo donde la había dejado. El hedor del cuerpo del hombre se le había pegado como si fuera roña, tanto por dentro como por fuera. ¿Y si Kaj la veía así? Pringada de otro hombre… Se mordió un puño. Ella solo se había dejado penetrar por Kaj. Por nadie más. Seguro que él lo entendía y la perdonaba.
Doc se agachó a su lado.
—¿Te ha gustado? —le preguntó.
Imaginándose a Kaj, Grete movió la cabeza afirmativamente y le puso la mano en la ingle.
—Sí.
Él le paso la mano de Kaj por el cabello.
—¿Es tu novio?
Grete eligió con cuidado sus siguientes palabras.
—Tú sabes manejar mejor el instrumental. —El tigre clavó su mirada en ella. Si Kaj no estaba muerto, si Doc lo había conservado igual que había conservado la piel del tigre, entonces ella no podía abandonarlo así. Tenía que averiguarlo. Se sentó y se apartó el pelo del rostro, arqueando ligeramente la espalda. Observó a Doc y dijo—: Pero él tenía un culo mejor.
Doc se rió echando la cabeza hacia atrás.
—¿De veras? Bueno, veámoslo.
Tenía que ser una trampa, pero eso era lo que ella había estado buscando…
Doc se estaba vistiendo mientras tarareaba la canción que había tocado en el piano bar. Grete se arrodilló y se puso la ropa como pudo, con los pantalones pegándosele a los muslos por el sudor.
En la puerta, Doc le apartó el pelo de los ojos con las manos de Kaj.
—No quiero que cuando salgamos tengas tan mala cara. Venga, una sonrisa.
Lo que fuera. Si la llevaba hasta Kaj haría cualquier cosa. Grete sonrió.
—Estupendo. —Le pasó un brazo por la cintura y abrió la puerta. Sujetándola con firmeza, la llevó por el pasillo hasta un ascensor y se inclinó hacia él para permitir que la retina le fuera escaneada—. Academia Fairview de Rediseño.
Grete dio un respingo junto a él: el lugar existía. El timbre del ascensor sonó y el aparato empezó a deslizarse dejando atrás los niveles públicos. Cuando se detuvo, las puertas se abrieron franqueándoles el paso a un vestíbulo privado. Una tranquila música de piano flotaba por entre las orquídeas.
Una recepcionista hermosa y perfecta levantó la mirada y sonrió desde el mostrador con unos dientes de una blancura imposible.
—¡Doctor Fairview!
—Estaremos en la 412 —dijo él, de cuya voz había desaparecido todo rastro de laxitud y pereza.
—Por supuesto, doctor.
La recepcionista no pareció ver a Grete cuando Doc… cuando el doctor Fairview, la acompañó por el pasillo.
En la habitación 412, Doc abrió la puerta y la hizo pasar.
—Esto es lo que querías.
La puerta se cerró a sus espaldas. Bajo el débil resplandor de los monitores médicos se alineaban camas de hospital formando hileras de hasta tres alturas. Un murmullo inarticulado le arañó los oídos. En cada cama yacía parte de una persona, algunas sin ojos, otras sin brazos o piernas. Una mujer con el pecho tan plano que podría haber sido un chico sujetaba un osito de peluche con la mano que le quedaba. Sus piernas y el otro brazo acababan en el tronco.
En la litera de encima, un niño sin rostro se aferraba a una manta estampada con patos.
—Ya ves, tenemos a nuestros donantes cómodamente instalados.
Doc se inclinó para mirar la litera inferior. Allí yacía Kaj. Tenía la cabeza ladeada, con los párpados cosidos encima de las cuencas vacías. Los tubos se arrastraban entrando y saliendo de su cuerpo.
—¡Oh, Dios mío!
El corazón de Grete dio un vuelco.
Bajo la fina sábana, los brazos truncados de Kaj se agitaron en vano. Giró la cabeza, como si la hubiera oído. Encima de la almohada, allí donde había estado apoyada su mejilla, había una rosa seca.
A Grete se le escapó un grito inarticulado.
—Chis. —Grete notó el aliento cálido del doctor Fairview sobre su oído—. El estrés es malo para los donantes, y no me resulta nada fácil encontrar a alguien con mi mismo tono de piel.
—¡Kaj!
La boca de Kaj se abrió y cerró igual que una herida.
—Te ha echado de menos. Eso ya te lo digo yo.
Con un solo movimiento, Doc le bajó los pantalones y la penetró.
Grete gritó cuando se algo desgarró en su interior. Se retorció intentando escapar del punzante dolor, pero el doctor Fairview la inmovilizó contra la cama. Con cada arremetida, la cabeza de Kaj se iba deslizando un poco más lejos de la almohada. Su mirada ciega parecía estar clavada en Grete como si le estuviera recordando el motivo por el que ella estaba allí. Matarle. Ahora, mientras ese cabrón la estaba follando. Ahora, mientras él estaba tan pegado a la litera que no podía ver la cama de abajo. Sollozando, Grete tanteó buscando la almohada y la sujetó sobre el rostro de Kaj. Se inclinó sobre él, inmovilizándolo, mientras intentaba impedir que sus manos le estrujaran los pechos, mientras su polla la desgarraba.
Kaj se retorció bajo ella. Muriendo.
—Te quiero —le susurró al oído, a ese primoroso oído, mientras lo mataba—. Siempre te recordaré. Te quiero.
El aroma de rosas los envolvió.
Kaj ya había dejado de moverse bajo sus manos mucho antes de que el doctor Fairview terminara.
Grete abrazó a Kaj contra ella, rememorando el tacto de su cuerpo perfecto.
Doc le estrujó los pechos
—¿Sabes qué? Con estos pechos podría hacer maravillas. —Sus manos bajaron por el cuello de Grete—. ¿Verdad que nadie sabe dónde estás, gatita?
© 2006 Mary Robinette Kowal