PRÓLOGO
En su propio planeta tenía su propia forma. De vez en cuando alteraba su forma para romper la monotonía del largo tiempo de soledad. Pero siempre volvía a su propia forma. A menudo pensaba (soñaba) en dividirse en dos o más, a fin de hacerse compañía, para establecer una mutua admiración, o simplemente para que el hablar consigo mismo no sonara tan raro a sus propios oídos. Pero no había sido así como empezó su clase única.
Después, por fin, llegó el momento del nacimiento-muerte, pues así sucedía en su clase única. No sabía por qué, pero tenía que ser así, y lo hizo porque así tenía que hacerse. Tras enterrar su semilla y volver a brotar, se convirtió en gas y tomó la forma del navío espacial que llenaba. No necesitaba un latido para vivir, pero el calor y la atracción de las estrellas por las que pasaba en su largo viaje a ninguna parte le imponía un seudopulso versátil e irregularmente espaciado que hubiera podido confundirse con los crujidos fantasmales de un huevo sin polluelo.
A unos ochenta y dos años-luz de su hogar cedió a la atracción de una estrella sin importancia, y aterrizó en un planeta de la misma. En él aguardaría el destello de su propio sol, Alpha Phoenicis. Cuando llegase el momento de regresar, abandonaría el hospitalario planeta y volvería a sus lares.
¿Le estaría esperando un planeta renovado de un sistema solar purificado? ¿Le esperaría en el planeta renovado su recién nacido hijo-cónyuge, la semilla que habría brotado a través del fuego, surgiendo como una flor carnosa de entre las cenizas de la conflagración? De lo contrario, todo aquello sólo habría sido un poco más de desgaste en un universo desgastado. Mientras tanto…
Mientras tanto, su vida continuaba en el planeta Tierra.
Dicha existencia empezó cuando Héctor era un cachorro… antes de que el latido del tiempo, persiguiéndole, le atrapara en torno a las murallas de la infatuada Troya. En el mes de Gamelión, del que sería el año 1221 a. C., la nave espacial de Alpha Phoenicis IV apareció ante la tierra blanca y azul. Después de cruzar la atmósfera, la nave espacial se sostuvo sobre su fiero morro, luego cayó y siseó en el mar color de vino. Y rodó hacia los lentos oleajes del golfo Pagas aean.
Un delfín husmeó la nave, intentando jugar con ella. Chamuscado, el delfín se alejó. Luego volvió y empezó a trazar círculos, sumamente intrigado. Presintiendo materia mental en el mar, el gas que llenaba la nave hizo saltar los cerrojos. Y antes de que el delfín pudiera huir, el gas surgió por la portilla y penetró en el cerebro del delfín.
A medida que surgía el gas, la nave perdía flotación, hasta que se hundió en el fondo arenoso.
El delfín brincó. El delfín resopló. Pero no pudo escapar a aquella penetración. Cansado al fin, cedió bajo el embate del gas.
Era un mundo estrecho el que divisó el gas a través de los ojos del delfín. Pero el gas estaba contento por haberse liberado, y loco de curiosidad. Se quedó con el delfín y aprendió muchas cosas.
Se enteró de la existencia de los seres humanos. Más de una vez, el delfín salvó a un marinero náufrago. Más de una vez, los marineros trataron de pescar al delfín con redes, garfios o arpones. En esos encuentros, el gas proyectaba unos tentáculos invisibles de humo sensible para proteger al delfín contra la malicia humana. El gas pronto se cansó de estar en el delfín, pero ninguna mente humana le prometía más que aquel mamífero acuático.
Pero en aquellos encuentros el gas se dio cuenta de que los humanos se consideraban dioses.
Y condujo al delfín desde el golfo Pagas aean hacia el golfo de Mali, y a través del mar Euboean, rodeó el banco de las Cíclades, el Peloponeso (en aquellos tiempos no existía el canal de Corinto), y penetró en el mar Jónico, pasó el golfo de Corinto, y llegó a tierra cerca de la población de Itea. Ambos, el gas contento y el delfín exhausto a causa de la esforzada natación, contemplaron las hogueras y las lámparas que ahuyentaban la noche.
Al romper el día, una doncella de dedos enrojecidos, que se llamaba Phemonoe, bajó al sitio donde el río se unía al golfo con una carga de ropa. Cuando la joven se arrodilló y empezó a golpear las ropas sobre una roca blanca, el gas obligó al delfín a encallar en tierra. Mientras la joven se quedaba tan inmóvil como almidonada, el gas abandonó el delfín a los gases de la muerte y se introdujo en el cerebro de la muchacha. La obligó a levantarse y la condujo a su casa. Hizo que Phemonoe se detuviese un instante para contemplar los colores del moribundo delfín, un juego de colores semejantes al efecto de una delgada película. Phemonoe regresó a su casa con una visión que la salvó de una zurra por abandonar las ropas.
Para la gente de Itea siempre había estado la doncella un poco loca. Y ahora veían que Apolo hablaba por su boca. Cuando se esparció la noticia, la llevaron a Delfos, donde todo el mundo sabía que Apolo hacía brotar visiones a través de las grietas de la tierra. Phemonoe se transformó en la primera Pythia, o Pitonisa, el oráculo de Apolo, la voz del Oráculo.
Con el tiempo, en tanto Apolo continuaba hablando a través de cada pitonisa, la gente edificó un templo en honor de Apolo, con una capilla para el Oráculo.
El Oráculo habló a los hombres durante mil años. Durante mil años, los hombres peregrinaron a Delfos para escuchar al Oráculo. Como el gas era un gas de la risa, el Oráculo hablaba en enigmas. Y como el hombre era el hombre, los enigmas resultaban ridículos, aunque todos se los tomaban en serio.
CITA: Después de morir su último rey, los megarianos enviaron mensajeros a Delfos para preguntar qué forma de gobierno les otorgaría la felicidad. La pitonisa habló:
«Que aquellos que se sienten con autoridad / se aconsejen de la mayoría.»
Los peces gordos de Megara, no deseando compartir con nadie su poder, decidieron que la «mayoría» significaba la muerte. Y esto les hizo concebir la estratagema de edificar la cámara del consejo en torno a la tumba de varios héroes, los cuales, por ser una mayoría silenciosa, no discutirían jamás sus decretos y leyes.
CITA: Los sibaritas enviaron delegados a Delfos para preguntar cuánto tiempo podrían seguir viviendo en medio del lujo. La pitonisa habló:
«Gente alegre de Sibaris, sí, toda alegre / vuestros placeres durarán hasta el día / en que reverenciaréis, no a los dioses, sino a un mortal; / entonces la guerra y la lucha derribarán vuestro portal.»
Como los sibaritas no comprendían que pudiera situarse a un hombre por encima de los dioses, decidieron que el significado del Oráculo era que sus venturas durarían siempre. Un día, un sibarita azotó a un esclavo, aun cuando el desdichado buscó refugio en el templo de Hera; pero cuando el esclavo huyó a la tumba del padre de su amo, éste, por respeto a su progenitor, dejó de flagelar al esclavo. Ningún sibarita halló nada extraño en esto… ninguno, excepto Amiris, el cual había formado parte de la misión a Delfos, y comprendió que aquel suceso encajaba con la predicción del Oráculo. Al momento convirtió todos sus bienes en dinero y abandonó Sibaris. Los sibaritas le consideraron loco por haber renunciado a la buena vida. Poco después, la contigua ciudad de Crotón arrasaba Sibaris hasta los cimientos.
CITA: La pitonisa le dijo a un riquísimo magnate que Apolo tenía en gran estima al pobre de Hermione que acababa de derramar un puñado de cebada de su escarcela. Al oír esto, el pobre derramó sobre el altar el resto de su cebada. A lo cual la pitonisa dijo que ahora el pobre cosecharía dos veces tanto odió como amor había obtenido antes.
CITA: Un día llegó un hombre que pensó poder engañar al Oráculo. Presentó en su mano un gorrión vivo y le preguntó a la pitonisa si lo que sostenía en la mano estaba vivo o muerto. Si la pitonisa decía «muerto», él sólo tendría que abrir la mano y soltar al pájaro vivo. Si ella decía «vivo», sólo tenía que dar un apretón y enseñaría al gorrión muerto. La pitonisa habló:
«Hombre, tú puedes presentarlo vivo o muerto. / En tu mano está cortarle el hilo.»
CITA: Tres jóvenes de la misma ciudad se dirigieron a Belfos, y tropezaron con una banda de ladrones. Uno sacó la espada, otro huyó, y el tercero también desenvainó para luchar junto a su amigo; pero al propinarle un cintarazo a uno de los ladrones, falló el golpe y mató a su amigo. La pitonisa díjole al que había huido:
«Tú traicionaste a tu amigo cuando te pareció que podía morir./ Yo no te hablaré. Abandona este sagrado recinto.»
Al otro superviviente le dijo:
«Tú mataste a tu amigo, pero no hay manchas en tu conciencia./ Tus manos están tan limpias como antes.»
CITA: Anacarsis, el filósofo escita, le preguntó al Oráculo si había alguien más sabio que él. La pitonisa habló:
«Misón de Xen en Oeta; éste es el / que te supera en sabiduría.»
Humillado, Anacarsis quiso verlo por sí mismo. Era verano y su arrugada frente se alisó cuando vio que Misón trabajaba con un arado. Anacarsis dijo:
«Misón, ésta no es estación de labranza.»
«Pero es el momento oportuno para arreglar un arado», replicó Misón.
(Hablando de arados, Ergino, viejo y solo en el mundo, fue a Delfos para preguntarle al Oráculo si la vida ya le estaba abandonando. La pitonisa habló:
«Nunca es tarde mientras hay el Ahora./ Fija una nueva reja a tu arado.» Y se casó con una joven y tuvo un hijo.)
CITA: Edipo, buscando consuelo a sus pesares, cojeó hasta Delfos para indagar respecto a su paternidad. La pitonisa le profetizó que mataría a su padre y se casaría con su madre. Para impedir que, se cumpliese la profecía, no regresó a Corinto, sino que se marchó a Tebas. Al llegar a un recodo del camino, discutió por el derecho de paso. Así mató al viejo que iba en una carreta que no quiso cederle el paso. Catarsis. Pero aquél era el verdadero padre de Edipo, el cual, en respuesta a un oráculo anterior, había enviado a Edipo, de niño; a la muerte, y entonces regresaba a Delfos para volver a indagar respecto a su futuro.
CITA: La pitonisa le dijo a Filipo II de Macedonia:
«Si fueses realmente el rey de reyes, / pelearías con lanzas de plata y lo dominarías todo.»
Y así quedó demostrado, una vez Filipo comprendió que el Oráculo se refería a las pequeñas monedas de plata, pues al usarlas para sobornar consiguió dominar al mundo.
CITA: Alejandro el Magno encontró que la pitonisa no estaba de humor para profetizar. Entonces la cogió y la arrastró hasta el trípode sagrado, donde ella jadeó:
«¡Hijo mío, eres invencible!»
Alejandro asintió y continuó sus conquistas.
CITA: Diógenes llegó a Delfos y preguntó adónde debía dirigirse toda vez que su ciudad natal de Sínope le había desterrado. El Oráculo respondió:
«¡Desfigura el dinero!»
Diógenes estaba desterrado por haber hecho esto precisamente: su padre era el Amo de la Casa de la Moneda, y los dos habían estafado a todo el mundo cogiendo monedas falsas y desfigurándolas con un cincel. Sin embargo, Diógenes pesó las palabras de Apolo de acuerdo con su propia balanza, y comprendió la intención del dios. ¡Desfigura la moneda! Apolo se refería a borrar los valores de las monedas y dejar al descubierto la aleación existente debajo de la capa de plata. Diógenes empezó por despojarse de todas sus pertenencias, rompiendo incluso su cuenco de madera cuando vio que un muchacho labrador ahuecaba las manos para beber. Después empezó a alumbrar el mundo con su linterna, en busca de un hombre que pareciese honrado. Su fama se extendió tanto, que Alejandro Magno, al pasar por Corinto, fue a visitarle. Alejandro detuvo su corcel delante del barril de Diógenes, al que el filósofo llamaba su hogar, y le preguntó qué podía hacer en su favor. Diógenes, por escrito, replicó que lo mejor que podía hacer era retirarse para no interponerse entre él y el sol. Alejandro, pensando en la posteridad, exclamó:
«De no ser yo Alejandro, sería Diógenes.»
Y continuó cabalgando, dejando a Diógenes más rico en frases.
CITA: El rey Creso de Lydia fue a Delfos portador de obsequios, y le preguntó al Oráculo si le sería propicia la invasión de Persia. El Oráculo le respondió que si marchaba contra Persia destruiría un poderoso imperio. Creso se dirigió contra Persia y contempló la destrucción de un poderoso imperio: el suyo.
CITA: Los atenienses apremiaron al Oráculo de Delfos para que les dijese qué debían hacer contra los invasores persas mandados por Jerjes. La pitonisa habló:
«Las murallas de madera / no caen como la cera…»
Los arqueros de Jerjes insertaron antorchas a sus flechas e incendiaron las barricadas de madera de la Acrópolis de Atenas. Tras haber caído las murallas de madera, Temístocles no tardó mucho en convencer a sus compatriotas griegos de que «murallas de madera» significaba la flota griega. Los atenienses se dirigieron con sus naves a Salamina. Y allí, en número inferior, pero no acobardados, las «murallas de madera» griegas destruyeron a los persas.
CITA: Una misión de Delos le suplicó a Apolo su ayuda con el fin de poner término a un largo período de mala fortuna. La pitonisa les dijo a los componentes de la misión que regresaran a su patria y duplicasen el tamaño del altar de Apolo. El altar era un cubo, y los albañiles de Delos construyeron otro con una arista doble del antiguo. Los delios lo dedicaron al dios y allí le ofrecieron sacrificios. Pero continuó la mala suerte. Habiendo perdido su fe en el Oráculo de Delfos, los isleños enviaron una segunda misión, ahora a una nueva iglesia, la Academia de Platón en Atenas. Platón escuchó a los delios, y les respondió que no habían duplicado el cubo sino que lo habían hecho ocho veces más grande. Su mala suerte era culpa suya exclusivamente, ya que no habían estado a la altura de la ciencia matemática. De haber estudiado geometría, habrían sabido que sólo tenían que multiplicar la arista del cubo por la raíz cúbica de 2.
CITA: Los ojos de Nerón se encandilaron cuando el Oráculo de Delfos le dijo:
«Ten cuidado con el año setenta y tres.»
Como a la sazón sólo contaba treinta años, pensó que podía continuar su vida de orgías hasta los setenta. Pero al año siguiente tuvo que suicidarse para no caer en manos de su general rebelde Galba… que tenía precisamente setenta y tres años.
Le estuvo bien empleado a Nerón. Este había despojado al templo de quinientas estatuas de bronce, haciéndolas fundir para fabricar espadas y acuñar monedas (¡sombras descaradas de las lanzas de plata de Filipo!). Pero el gas estaba ya harto de la humanidad y de sus desvergüenzas. De este modo, cada vez se concentró más y más en sí mismo, y el Oráculo cayó en el descrédito y el templo en ruinas.
Unos 300 años después de reinar el emperador Nerón, el emperador Juliano habría restaurado el templo a su antigua gloria. Pero el gas se lo impidió.
«Decidle al Emperador que la brillante ciudadela está postrada en el suelo; Apolo ya no tiene ningún refugio, ningún laurel profético ni ninguna fontana murmuradora. Incluso el flujo de su oratoria ha cesado de brotar.»
Estas palabras, pronunciadas, no a través de la pitonisa, sino por el único sacerdote de Apolo que conservaba el templo, fueron las últimas. Los últimos pensamientos que el sacerdote de Apolo tradujo en palabras.
El cerebro posee puntos receptores que atraen los sueños, como el mundo tiene lugares que atraen a los peregrinos. Estos puntos receptores son más densos en el corpus striatum, la zona cerebral que ayuda a integrar la actividad motora y la información perceptiva. El gas de Alpha Phoenicis IV se había difundido de manera invisible en el tejido cerebral de un delfín, y después de un ser humano, y, en lugar de utilizar el lenguaje, había leído y escrito imágenes en la mente del delfín y en la mente humana.
Había llegado su hora. Su hora de retirarse de las mentes limitadas y limitantes. Su hora de desposarse consigo mismo, de ser ambos cónyuges a la vez; la hora de ir y tomar, el largo día de su vuelta a casa, a su propio renacimiento.
Y estaba enterado de un peligro mortal no excesivamente apremiante. La aleación de su nave espacial, hundida en el Egeo, poseía la propiedad de que absorbía radiación, preparándose para el viaje de vuelta. Pero este lado bueno también tenía otro malo. A menos que la nave utilizara la energía y despegara antes de llegar ésta al punto crítico, la aleación explotaría, resquebrajando la corteza terrestre.
Pero, con una vida media invertida que situaba el punto crítico a mediados de 1990, existía aún un considerable margen de seguridad. El gas se esponjó en el acueducto existente debajo del templo, selló herméticamente la roca, y se dedicó a aguardar su momento, hacia mediados de 1980. Tenía tiempo. Mucho tiempo.
Por desgracia, no había previsto la existencia de un Einstein, ni había previsto tampoco las pruebas de las armas nucleares y el enorme aumento de radiación consiguiente, y de repente estuvimos ya a finales de los años 1970.