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¡Una mujer sin hijos! ¿He olvidado que Lisa es mujer y que el Ser ha matado a nuestra hija? El instinto maternal... La necesidad de apegarse a una criatura, de sentir que esa criatura es feliz cuando la tenéis en brazos... ¿Yo, feliz en los brazos del Ser que ha matado a mi hija? Lisa y yo no somos más que odio.
¿Perros a los que se acaricia? ¡Ni siquiera eso! Un perro tiene siempre la posibilidad de morder a su amo. Nosotros no la tenemos.
Los días transcurren, bestiales. Fuera, nadie. Cinco tentativas de fuga se han saldado del mismo modo: una paliza magistral. Y, desde que estamos desnudos, el látigo es mucho más doloroso. Las horas discurren tristemente. Leemos. Al Ser no se le ha ocurrido aún suprimir los libros. Sin duda ignora lo que es la lectura... Hemos renunciado a conversar. ¿Para qué, si sólo podemos hablar de nuestro encarcelamiento? De cuando en cuando, Lisa susurra: «No me queda agua», y entonces voy a llenar un cubo al pozo. Es increíble: esta agua fangosa se ha convertido en el elemento esencial de nuestra existencia.
Por la noche... ¡A menudo revivimos aquella vergüenza! Durante mucho tiempo habíamos creído que el Ser dormía. Somos jóvenes, y a veces el deseo nos vencía. Pero, cierta noche, mientras poseía a Lisa, el Ser me llamó, burlón, para desearme mucho placer. Añadió, dirigiéndose a uno de sus semejantes, que éramos repugnantes al acoplarnos a la vista de todos, e incluso de los niños, pero que, desde luego, no éramos más que unos animales irracionales...
No sé cuantas semanas o cuantos meses hace que el Ser mató a Mónica. El verano ha terminado. Permanecemos tendidos horas enteras rumiando nuestros pensamientos, siempre los mismos, hasta tal punto los mismos que a veces uno de nosotros murmura, por ejemplo: «Sería nuestra única posibilidad», y el otro comprende a maravilla de qué «posibilidad» se trata. No tenemos otra. Esos Seres terminarán quizás por cansarse de esta larga ocupación. O, quizás, el frío les expulsará... ¿Por qué han venido a la Tierra, puesto que al parecer no hacen nada en ella? Cien veces he intentado leer en la mente del Ser algo que no sea lo que nos destina, pero nunca he captado nada que no sea el ¡Hombre, ven! o el No eres cariñoso, hombre...
A nuestro alrededor, el mundo no ha cambiado. Pero la hierba ha invadido los jardines y los postigos abiertos de par en par restallan por todas partes cuando sopla el viento. Una prueba de que los hombres han desaparecido. En cuanto a los Seres, ¿qué les importa que restallen los postigos, que la lluvia penetre a torrentes por una ventana abierta? Para ellos, nuestras viviendas no son más que perreras.