Capítulo 59
Anna
Envié cientos de currículos. Encontrar plaza en un instituto a mitad de curso no era tarea fácil, pero seguía albergando la esperanza de que surgiera algo con vistas al otoño, aunque sólo fuera haciendo sustituciones.
Sarah me había dado la mitad del dinero obtenido de la venta de la casa de mis padres, y aún me quedaba algo del cheque de los Callahan, a lo que se sumaría la cantidad resultante del acuerdo con la compañía aérea. Quizá no tuviera necesidad de trabajar, pero quería hacerlo. Añoraba ganarme mi propio sueldo, y por encima de todo añoraba dar clases.
Sarah y yo quedamos para comer una semana antes de mi cumpleaños. Los brotes de los árboles ya eran hojas tiernas y los tiestos que bordeaban las aceras se habían llenado de flores. Estaba siendo un mayo bastante cálido. Nos sentamos en la terraza del restaurante y pedimos té helado.
—¿Qué vas a hacer para tu cumpleaños? —preguntó Sarah al tiempo que abría la carta del restaurante.
—No lo sé. T.J. me ha preguntado lo mismo. Me apetece celebrarlo en casa —le conté cómo habíamos pasado mi último cumpleaños en la isla, y que T.J. había fingido regalarme libros y música—. Esta vez va a regalarme algo que al parecer dije que quería mientras estábamos allí. No tengo ni idea de qué será.
La camarera nos sirvió más té helado y aprovechamos para pedir.
—¿Cómo va la búsqueda de trabajo?
—No muy bien. O de veras no quedan plazas libres, o es que nadie quiere contratarme.
—No te desanimes, Anna.
—Ojalá fuera tan fácil —tomé un sorbo de té—. ¿Sabes?, cuando me subí a aquel avión hace casi cuatro años, tenía una relación que había llegado a un punto muerto y escasas posibilidades de llegar a formar una familia, pero al menos podía aferrarme a un trabajo que me encantaba.
—Alguien te contratará, antes o después.
—Tal vez.
Sarah escrutó mi rostro desde el otro lado de la mesa.
—Hay algo más, ¿verdad?
—Sí —le conté lo ocurrido en el supermercado—. Sigo queriendo las mismas cosas, Sarah.
—¿Y qué quiere T.J.?
—No estoy segura de que lo sepa. Cuando nos fuimos de Chicago, sólo pensaba en salir con sus amigos y recuperar la vida que llevaba antes del cáncer. Pero sus amigos han seguido adelante sin él, y no creo que haya decidido qué va a hacer con el resto de su vida.
Le hablé de la cuenta bancaria de T.J. y arqueó una ceja.
—Debo decir en su descargo que no se comporta como un adolescente consentido. Pero tampoco parece demasiado motivado.
—Te entiendo —dijo.
—Sigo a la espera, Sarah. Por motivos distintos y con un tío distinto, pero cuatro años después sigo a la espera.